PROCESIÓN
A
él le tocó poner colofón al segundo millar de aquella civilización
y cuando cayese la bola del reloj de Gobernación declarar
oficialmente abierto el siglo XXI. Era un hombre de gestos abúlicos,
un arribista y un patricio del dinero. Podía llamarse Koch, Calle, o
Patroclo. El burgomaestre de aquel mandato tenía un nombre muy
botánico y su ascendencia hortelana revelaba un origen oscuro, nada
de preclaras exquisiteces ni linajes godos. Llamábase Frutos
Cohombro Perales, pero viéndole en las procesiones del sacramento,
ostentando su vara pulimentada con herretes amarillos en la contera,
cómo miraba, el aire altanero, para el concurso desde la terna de
autoridades, escoltado por los maceros de gesto solemne y funcional,
entre el obispo y el jefe de la guardia urbana, parecía recién
caído de un guindo. Muy en su papel y saboreando las auras. El
viento de Nix Rasilis, el que azota las cambroneras y los retamares
que la circundan en una verdadera corona de lemnisco que brota en las
parameras, donde crece el esparto, llamazares y margas que fueron
campos pero donde ya la mies no se siega, sólo se especula con la
tierra y los huertos y llosas donde se plantaron higuerales habían
de morir para dejar sitio a los bloques de pisos en colmena, un dogal
de campos purísimos que se socarran al agosto y tiritan bajo el
helor algente de las noches de febrero, es un aire tan sutil que
tumba a un hombre y no apaga el candil. Fue tierra de moros a los que
atrajo y sigue atrayendo su castillo famoso.
Y
San Isidro Labrador alza la pata y se caga en todos. Dios, olla y
Nix. A él hemos todos de ir, que es la mar del morir. Nos llaman
los gatos porque trepamos la muralla con la agilidad propia de este
felino, aunque esto, a estas alturas del siglo futuro, anda muy
revuelto y manga por hombre con tanto forastero que llega a hacer las
hesperias. Volverá la ciudad a ser castillo moro, o una sucursal de
Pekín. De todas las maneras, a lo que más se parece este cajón de
zapatos, capital de los reinos de sus majestades, Gaón y Leda, es a
un rompeolas del Rif, varadero de todos los indocumentados que cruzan
la mar tirrena a bordo de fustas, saetías, pateras, fuerabordas, y
todo el cabotaje agareno de Berbería. Serán temibles las
consecuencias de la operación Alforza, un eufemismo que esconde las
verdaderas intenciones de una invasión callada de Hesperia, mi país,
decretadas desde los altos despachos de Sede Baldeo, uno de los
tronos del poder grande donde tiene su silla curul, una de las
visibles, el Consejo supremo, el que ordena desperdigar sus manípulos
periodísticos y el lábaro de las nuevas legiones y testudos,
mientras sus submarinos atómicos bojan las costas periféricas y las
fragatas de la sexta Flota hacen la aguada, y para colmo tienen el
terrorismo de los puños y las pistolas vizcaitarras, y el de las
conciencias, para disparar desde las emisoras propias propalando
mentiras en las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos;
no tienen, pues, que molestarse, ca atacan en horda pero sin disparar
una saeta, sin un mal golpe de ariete contra las puertas de la ciudad
sitiada a la que minan y desbaratan, sembrando el desasosiego en los
adentros, esparciendo la cizaña de la rebelión en el seno de las
familias (lo de poner una manzana en manos de las hijas Eva es treta
antigua, que nada nuevo han inventado las feministas, ya utilizada
por aquel al que llaman los exorcistas el Callidus, que quiere decir
el astuto, el práctico y con experiencia, más por viejo que por
diablo; no inventan nada, pero venden la mercancía por novedosa), o
colocando entre las lineas enemigas ingenios de cartón piedra que
son reclamo de incautos, y toda esa calderilla de la red de redes,
con la que se proponen no ya meramente entretener aprovechando, sino
informar desinformando. Van al anzuelo como truchas al cebo, caen en
el garlito y se les engaña como ya engañaron a los troyanos con el
famoso caballo teucro. Por si esto no bastase, han inventado a Freud
para mandar a todos los santos al manicomio.
Se
celebraba un alarde militar por las calles céntricas en loor de la
Patrona.
-Ese
lo mismo que para el verano acaba por dar ciruelas claudias. Lleva
andares de majestad. Parece que ha nacido para ir siempre en la
procesión.
Hablaban
del primer edil.
-Unos
ensillan y otros cabalgan.
-Buena
frase, jefe. Choque esos cinco.
Este
exabrupto lo pronunció un hombrecillo insignificante, los brazos
péndulos, las piernas algo cortas, alto de caderas, ancho de
rodillas, el rostro alongado, malos dientes, boca ardiente, labios
sensuales, y dolicocéfalo. De un tiempo a aquella parte le dolían
algo los cuadriles. No andaba bien de las cañerías. El pabellón
craneal haciendo bóveda ojival. Sus enemigos políticos le habían
puesto por mote “cabeza de garbanzo”, pues era un poco cicerón.
Como se estaba quedando calvo, se hacía más patente esa carencia
natural de miembros desproporcionado, algo estevado de hombros, ancho
por abajo y estrecho hacia arriba. Su nariz era carnosa y potente, a
la vasca. Le crecía bajo el mentón la magra de la papada, pero no
le habían aflorado todavía perigallos a la sotabarba. Su molledo se
alargaba hasta tener por remate la alcuza o el pitorro de un embudo.
Era aquella particularidad heredada de su pobre padre lo que más le
enojaba de su persona, pero los genes son los genes, amigo mío.
Entre
los suyos había una tendencia al prognatismo, pero esa mamola en
espolón, a causa de sus carnes, aun no se le notaba. Mirándose al
espejo enhoramala, reparaba en que no podía poner en práctica las
chulas consignas programáticas de la nueva era de amarse a sí mismo
por encima de todas las cosas, de rendir culto al cuerpo, profesando
una sola religión, la de la juventud eterna, que se habían puesto a
pedir peras al olmo los charlatanes predicadores de la modernidad y
ya no hablaban de la conquista de la vida eterna o de las penas
infernales, sino del Dorado, vivir mil años, destruir a la muerte,
curar el cáncer, la piorrea y la impotencia masculina. Más viagra.
Dale que dale, venga pastillas mágicas. Él sentíase viejo y se
odiaba a sí mismo, y no es que no amase a sus semejantes, como
esperaba, es que estos no correspondían a sus halagos. A veces
pensaba que Cristo al proponer esa fórmula de redención, desconocía
a la condición humana, o no se había dado una vuelta antes de
resucitar por Nix Rasilis, antes de darnos el mandamiento nuevo. Si
el redentor hubiera experimentado el odio de aquella madre que él
tenía, un odio rancio, plagado de prejuicios, ignorancia y de
desprecio, a lo mejor no hubiese prescrito tal fórmula de
entendimiento. Durante más de cincuenta años de su vida había
tratado de ponerla en práctica, cosechando sólo fracasos,
desabrimientos. Hasta conseguía que le dijesen que estaba grillado.
No, con esa inocencia no se puede ir descuidado por la vida. Te
comen. Así que, consciente a carta cabal de haber nacido en tierra
de rencores, como decía Unamuno, sin poder llegar a decirse que
aborrecía a su prójimo, estaba siempre en guardia contra los
gariteros que detrás del sollado atresnalan la soberbia, el desacato
a la norma, los bajos instintos.
-¡Cómo
está el paño!
-Sí,
señor, pero el limiste lo siguen haciendo todavía en Segovia. Lo
que mueve la vida es la ley del Talión. El que me la hace la paga.
Beldar agravios, reclamar cuentas pendientes, querellarse con tu
vecino y llevarle a los tribunales de Móstoles, sentarlo en un
banquillo ante una jueza, para que se le caiga la cara de vergüenza,
entona.
-Hay
que volver la otra mejilla Gnadio.
-¿Pero
tú qué dices, Agapita? ¿ Estás modorra o qué?
Sus
ojos eran inteligentes, pero se le habían quedado pachones de tanto
leer, así como las vertebras de la espalda. De ellos emanaba una
fuerza especial que compensaba la debilidad de su carcasa. Ese fuego
como el de un aura lo comunicaba a sus oyentes. Por eso le habían
dicho más de una vez: “Tú, Verumtamen, tienes un no sé qué”.
Una gracia, un poder, y la verdad era que lo tenía.
Él
entonces se ponía muy serio y mostraba sus manos ungidas.
-Soy
sacerdote. Sacerdote según Melquisedec, administrador de la
paciencia de Dios. Es el crisma con que me ungió mi obispo.
Y
esto no era ninguna broma. Había sido cura durante un año en una
parroquia del Este de Londres. Fue ordenado in sacris por una tal
monseñor Callaghan al cabo de una peripecia larga de explicar y
después de haber sido expulsado de varios seminarios de la Galia y
de su diócesis en Hesperia.
Se
había casado tres veces. Había sido profesor en Oxford, corredor de
Bolsa, camarero, cohen en un lupanar de la Armbruststrasse berlinesa,
jefe de imagen de un afamado político, periodista francotirador,
fotógrafo, correveidile de un mandamás, perista, “negro” y
aprendiz de poeta. Pero, aparcados sus proyectos de grandeza y algo
caprichoso el destino, aunque brillante en sus revesas y contragolpes
para con él, lo iban echando poco a poco de todas las partes. Así y
todo, no se daba por vencido. Todavía me queda mucho tiempo por
delante. Ahora se dedicaba a la venta de libros de lance por esas
calles de Dios, frecuentador de los hospicios y de los comedores de
auxilio social, un hombre al agua, que llevaban hacia el desagüe los
imbornales de aquella ciudad petrificada. Uno más.
-Volverás
a región. Ese es tu hado fatídico.
-¡Toma
ya! A esa parte iremos todos como buenos compañeros.
El
caballo de un coracero se detuvo justo al lado de la carroza de la
Imagen Soberana, y, abriéndose de ancas, encorvando un poco el lomo,
se puso a exonerar la vejiga; luego, lo otro. Vino un barrendero
armado de escoba y badil y se llevó las boñigas que el noble bruto
tuvo a bien excretar a hora tan intempestiva. Y como cosa la cosa
más normal del mundo a los efectos de su puntual reloj biológico.
Esto de cagarse los équidos en medio de la procesión viene a ser
como una rebaja impuesta por los imperativos inapelables de la sangre
a esos humos jerárquicos y a esa necia pretensión nuestra de
trascendencia y de solemnidad. Por eso se dice de los hombres que van
bien de la tripa cagalar lo de “giñas igual que ganado caballar”
y “ como come el mulo así caga el culo” con perdón. El
percherón quería ponerles los dientes largos a tanto enfermo de
estreñimiento. Había muchos en aquella ciudad. No había más que
mirarle a algunos de los barzoneaban bajo el sol de primavera a la
cara. Era una yegua gateada, de alto borrén, fina de agujas, de raza
árabe, buena montura para un alabardero, tan pronto hacía corbetas
o caracoleaba con elegantes evoluciones en diagonal por la calzada
como se arrancaba al paso, al trote cochinero o a los cuatro pies;
era apta para sacar a vistas en un alarde religioso como aquel de las
tardes de Jueves Santo. Unos ensillan, y otros cabalgan, pensó otra
vez. No se puede estar a la vez en la procesión y repicando No todos
podemos vivir en la plaza, ni caminar detrás del paso. Tú no has
nacido para ir en la procesión, a ti te tocaría hacer de mirón. No
seas gilipuertas. Unos a la plaza y otros al balcón, a ver si me
comprendes.
La
ciudad parecía nueva, como de fiesta, tenía un aire sacralizado por
las emanaciones de las flores, lirios y azucenas, sobre todo, que
atestaban la carroza del Desprendimiento, a hombros sobre los
esforzados y voluntariosos costaleros. Lo que yo desearía en verdad
sería vestirme de nazareno, arrastrando cadena, con una cruz de
doscientas libras en bandolera, al son de la música, pero, como
estoy excomulgado, he de conformarme con ver pasar la comitiva desde
un bordillo. Le tengo ofrecido al Moreno una promesa. Si me quita de
beber, salgo con los cofrades de Puerta del Cielo. No caerá esa
breve. Apartarte del vino es una resolución que has hecho infinidad
de veces. Alguna tendrá que ser. Sí, cuando te entierren. Erifos
era un dios violento, el demonio que lo tenía sojuzgado, y, en
cuanto tal, de un carácter venal, violento poco sujeto a
pronósticos. Hubiera deseado -lo que más en la vida- haber
conseguido ganar el lauro de la fama, pero las musas, refractarias a
su deseo, le habían desde bien pronto vuelto la espalda. Los enigmas
de su pasado pertenecían tan sólo a las impertinencias de esa
divinidad oscura que le parlaba desde la acidez de una botella. Si
todos se alegraban de la llegada de la primavera con sus románticos
y dorados ensueños, a él por único consuelo le quedaban los
imponderables caprichos de su amo. Le era adicto de por vida.
-Alguna
vez me rescatará alguno de tus garras, Erifos. Entonces empezaré a
ser libre, sin sentir tu yugo ni el aguijón de los puñales.
-Castrate,
serás por amor a mí un palomo blanco.
Escuchó
entonces la voz como una caricia muy baja acoplada al trajín de la
brisa que se esparcía como un susurro de rama en el bosque. Aquella
llamada era capaz de hacerle enloquecer, inyectándole hebras de
misticismo. Hubiera saltado toda la noche y hubiera bailado como un
derviche hasta exclamar no puedo más. Sólo se salvarían aquellos
que fuesen en la nave de salvación conducidas por el piloto que
empuña la caña del leme del experto bajel. Había acudido a ruedas
de iniciados, pero sin demasiado éxito. Erifos era el responsable de
que no madurase en sus propósitos durante mucho tiempo. Las mujeres
acababan llamandole “Mariona” o diciendole otras cosas feas,
pronto se cansaban de él, extinguido el deseo. Pero vio a algunas
que daban señales de locura y en su embeleso pronunciaban nombres
que no eran de este mundo. Una de bustos muy poderosos le tomó por
mesías o enviado del Altísimo y todo su afán era tener acceso
carnal para que le diera un vástago. No cesaba de repetir aquella
frase de “Ha llegado, ha llegado. Él ya habita entre nosotros”.
Y tuvo tanta congoja dentro que le resultó de todo punto en aquella
ocasión en que Cupido le había sido tan propicio de consumar el
trato torpe. Señales primeras alarmantes del miedo a la impotencia.
Estaba convencido de acabar convirtiendose en un palomo cojo, en
lugar de sus pretensiones a alcanzar el grado de palomo blanco,
precisamente a estas alturas de la misa, cuando ya, perdido la
libido, fracasaba en todas sus aproximaciones a hembra; algo le
funcionaba mal, las partes elásticas no se estiraban. Lo malo de
aquellas tenidas en que se cantaba la llegada del Paráclito era que
todas ellas derivaban en orgías. El fervor religioso de los ungidos
abría la puerta del desenfreno. ¿Es que a los santos ha de estarles
todo permitido?
-Ya
lo sé. No me hace mucha gracia narrarlo, hermanos, pero tengan en
cuenta que yo únicamente escribo con un propósito vencer al vicio
del tabaco y a Erifos, que es el que más me cuesta. Lo demás me es
indiferente.
-El
cuerpo se hunde en el pecado y de esta forma el alma se purifica.
-¿No
conoces las costumbres de la Parasceve o pascua judía que en
realidad es un préstamo de las costumbres griegas?
“Parasceve”(viernes) es la preparación de la pascua sabatina, y
parasceves” eran llamadas las veinte vírgenes que saltaban en las
redolas o aquelarres, donde yacían con los sicofantes. Si después
de las bacantes nacía algún niño al cabo de nueve meses, éste era
considerado por profeta.
Habían
desaparecido las chicas de tarifa- lo de chicas es un decir porque en
aquella hueste de izas y rabizas con más historia en la villa de
Nix, y que se resistían a jubilarse, porque las cantoneras, como el
obispo de Roma, no se jubilan nunca, de su esquina, aunque nunca la
prostitución tuviese una aspecto más sucio y desagradable. Entre
ellas, las sufridas jornaleras del amor airado había tres abuelas y
una bisabuela- no perdían el tiempo jubilados ociosos que cobraban
el retiro en la capital, estaban cerradas las puertas del Corte
Inglés, no se veía a moros ni a polacos recostados sobre el
alfeizar de las jardineras de los tiestos gigantes del área peatonal
junto a la fuente central, retumbaban los tambores de Calenda. La
escena tenía un aire como muy surrealista. Un policía disfrazado de
centurión romano guardaba la entrada de un edificio de la calle La
Puesta. Velaba la tumba incierta de los que asesinó aquella bomba
yanqui-etarra. Un penacho de plumas de avestruz coronaba el almete,
su galea de hierro fundido de Arabia, y en la loriga ostentaba las
fasces y la bipenna de la divisa de su cohorte, con una leyenda que
ponía en latín: “Harolianus
comes Longini, legio póntica, manipulus quatordecim ex Panonia”
(Soy el centurión Hariolano, acompañante de Longinos, incardinado
en la legión del Ponto, número catorce, oriundo de Hungría). Le
faltaba decir que fue testigo de la muerte de Jesús en la cruz por
todos los pecadores. Sí, la lanza en el costado. Adoramos te,
Cristo, y te bendecimos, que por tu muerte redimiste al mundo.
-Flectamus
genua, - gimió
un diácono.
-Levantaos-
volvió a consignar el preboste y por la extensa cúpula del cielo de
aquella ciudad descreída y un tanto paniguada, pero que tuvo un
pasado muy grande, de sede de a cristiandad, resonó un motete, el
mejor de la polifonía del padre Vitoria. Era exactamente el de
“Caligaverunt
oculi mei”.
El llanto verdaderamente fue como tierra a nuestros ojos.
Pero
en aquel momento rechinó la voz atiplada casi de eunuco de un
príncipe de la Iglesia reconviniendo al coro por haber cometido
semejante atrevimiento. La Pasión de Cristo, dijo el gerifalte en
italiano, caía en lo políticamente incorrecto, un hecho tan
lamentable como impresentable, aparte de confuso e incierto. Su
parlamento entristeció no poco a un sacristán de Burgos, quien se
limitó a exclamar en medio de la resignación:
-Vamos,
que todo fue una fábula, que nos encariñamos con el invento, pero
en todos estos siglos no hemos estado haciendo otra cosa que adorar
al santo por la peana.
-¿Y
vos qué hacéis aquí?
-Guardar
el sepulcro de los Caídos. Porto la antorcha.
-¿Me
das fuego?
-Hoy
no se fuma. Se ha muerto Dios.
Al
poco rato, vino un relevo y cambió la guardia. Lo curioso del caso
era que estando allí de centinela un centurión romano, testigo de
la muerte del Señor en Tierra Santa, no merodeasen a su vera los
reporteros ñoños del Canal Metropolitano para hacerle una
entrevista. Esos se enteran de todo. Por lo visto, los milagros ponen
muy nervioso al gran jefe y no interesan, Añafiles y tambores por la
calle Igual y Ferreteros sonaban con más fuerza. Las ratas gringo-
etarras, dirigidos por Pólux y Castor con chapela y de la casa de
los Aizgorris (el uno, un leñador que profesó en un convento de
fraile, colgó la sotana, y se metió a agitador de masas, y el otro
un banquero, con conexiones oscuras en el estado de Idaho, que no
tenía agallas para admitir su calvicie y acaudillaba la tropa de
insurrectos y de mambises por los predios várdulos, bien arropado
por el oro que manaba por las atarjeas del Capitolio allá en Sede
Baldea, donde se encuentran los libones o manaderos de toda el agua
sucia que corre por las alcantarillas del mundo, una versión moderna
de los campos de Haceldama y de los treinta denarios del Judas) huían
despavoridas al fondo de las cloacas. Mujeres con velo, muy
enlutadas, cubiertas la cara con una gasa, el gesto compungido, con
pintas de señoras del ropero, y ahilando sus trenos de comadres
climatéricas entonaban el “Amante Jesús Mío” y un orate dando
muestras de evidente regocijo pasaba los callejones, dandose golpes
de pecho y no dejando de repetir con voz opaca: “Ya vienen, ya
vienen, ya está entrando la fuerza. Iba siendo hora de que nos
liberaran”. No era más que un vagabundo, un hijo de la intemperie,
pero “ex
ore infantium et lactantium”...
-¿Por
dónde?
-Están
en Gamboa.
-¿Y
a ti quién te lo dijo?
-Yo,
que lo he visto.
-¿Cuál
es tu nombre?
-Me
dicen “Sciuta”, por ser italiano, como la pasta boloñesa, pero
yo me llamo Nicomedes Alarma para servirle.
-A
ver el bando.
-Yo
no tengo bando, soy de los buenos.
-¿Quieres
decir la contraseña, Sciuta?
-¿Y
te parece poca tema lo que está pasando? ¿No es signo lo que ven
nuestros propios ojos?
Quedó
maravillado Verumtamen de la sabiduría de aquel azotacalles. Y
convencidos de que no todos los que dicen “Señor, Señor”
entrarán en el reino, pero lo que más le indignaba en aquel
instante era la falta de decoro de las monturas de los escuadrones
corporativos, cagando espeso en plena calle. Las boñigas descendían
desde su cagalar cárdeno sobre los adoquines con lentitud solemne.
Al ver aquella emanación de excrementos no resultaba difícil
imaginarse como caerían las almas de los condenados en el infierno.
-Un
papa acaban de llevarselo consigo los corchetes de Pedro Botero.
-No
será ni el primero ni el último, que de ese oficio están repletas
las zahurdas de Lucifer.
-¿Es
que no hay presupuesto en las arcas municipales para que a los
caballos de la escolta de honor les den un mal astringente con todo
lo que roban los de la gorra de plato? Y ese va con la vara de
alcalde ahí tan pancho y tan beato más que nadie. No hay modo.
Para laxante ya tenemos la televisión o las parrafadas que se marca
el bueno de Walabonso Hache Aspirada, que no quiero la jota que
trajeron los moros, y otros periodistas del ramo. Los moros de la
costa seguían arribando en las naves onerarias fletadas por los
negreros de Washington los que trafican con esperanzas humanas.
Don
Walabonso, muy dado a las tercerías, era el gallo de aquel corral de
alcahuetería de pleno derecho. Sciuta no se cansaba de anunciarle
desastres múltiples.
-Al
plato vendrás, arvejo. A todo cerdo le llega su san Martín.
-Ya
ves.
-Ya
me dirás.
Era
la hora de los peregrinantes que querían salvarse. Se echaban a los
caminos por todo bagaje un ejemplar de los evangelios de san Juan y
se dispersaban como la fuerza absoluta del viento que arrastra la
fuerza de la historia a través de todas las rutas. No se
consideraban esto vagabundo marginales de la ley, ni perseguidos por
sus ideas políticas sino que iban y venían porque creían en Cristo
redentor. Sus recorridos se llevaban a cabo en demanda de una verdad
suprema.
Los
castizos nunca se cansan de protestar. Pero no había que fiarse
mucho de esa verborrea, algo corusca y como hecha para pasar por
altoparlante, de los nixrasilianos, donde llevamos siglos pensando
una cosa y diciendo otra. Tiene tendencias adulonas el chulapo. Mucho
cacarear y el chotis no es más que un baile de importación. Se vive
hacia el interior. Nix Rasilis es un saco sin fondo, pero en eso se
diferencia poco de París, de Berlín, Roma o Nueva York.
La
llegada de los ramiros estaba cargando el aire de paradojas. Dicen
que le sufragan las potencias invisibles. Ello fue que aquel día de
procesión en el que el pueblo devoto (que la devoción, si da la
vuelta a la tortilla, es susceptible de trocarse en furia desatada, y
la multitud en turbas; ay de vosotros si el populacho brama inducido
por los eversores de nuestra tranquilidad, que han iniciado una
revolución en marcha, y los evasores de los dineros públicos que
malogran en la trastienda, los plumíferos venenosos, y los
pisaverdes delante de una cámara) veneraba a Nuestra Señora, La
Dorada cuya talla había aparecido misteriosamente en el resquicio de
unos lienzos de muralla que quedaron indemnes a la piqueta del
ensanche y a la debeladora acción de los gabachos, el personal
empezó a darse cuenta de muchas cosas. Don Walabonso no sólo era un
burro de carga, sino también caballo de Troya. Asistía a los saraos
catecúmenos escoltado por Columba la Currada y lo retrataban los
niños de la prensa rosa y otros seises de la gallofa luciendo su
tonsura de camándula. Podía ir a misa como acudir a una danza de
los siete velos.
Se
iba quedando calvo ende detrás, por la corona, pero de fraile tenía
muy poco, aunque decían que era Miembro de la Obra. Doña Columba la
Currada le preparaba trajes de adefesio para asistir a los desfiles
de la catasta, las copas de vino español y fiestas de gala. Vista
por televisión, la corte de sus majestades era una fiesta, pero
cuando apagábamos el receptor, no era más que un valle de lágrimas.
La tristeza y la depresión afloraban en las esponjosas confesiones
por el móvil a la Escofina Morenaza, que conducía una programa sólo
para miembros de la Tercera Edad por La Voz de la Espiral, que los
castizos habían empezado a llamar Radio Vela Larga Macabra. Su éxito
de programación se sustanciaba en explotación de los sentimientos
por la mañana; por las tardes, morbo y violencia desangelada y sexo
a todas horas. Los que pudieran, claro es.
Aquella
ventana iluminada de la Espiral de Horrores había penetrado en todos
los hogares. Se hacía eco de la eversión con mando a distancia. Era
su objetivo que se rindiera el alcázar. Ya en las mejores familia no
se dialogaba.
El
hache aspirada pronto nos transformaría a los currinches en jota. No
podríamos a hacer aquí una etopeya de su semblante, porque la
prosopografía nos conduciría a establecer un parentesco entre la
delicada situación política por la que atravesaba la nación con la
conciencia chirle de aquellos venados. Era la vera efigie del cara
dura. Cualquier día de estos le van a soltar los mansos. Nos pasarán
a todos la pluma por el pico, como es natural.
-
Acabarán todos en la cárcel. Ya verás cuando se les baje. Dudo que
nuestros políticos, buena parte del clero y sobre todos nuestros
plumíferos infames y con garras de cuervo, sean personas normales.
¿Por qué no sacará Zeus Mavorte el rayo que los fulmine para
librarnos de tanta canalla? Mirale que repantigado va el muy
cojonudo. Parece un mirlo blanco y tiene ánima de quebrantahuesos.
Ordeno y mando, sí señor. Tú enviaste a la calle a tus verdugos y
diste a los municipales y a los jueces de primera instancia a que
llevasen a todos los vendedores ambulantes a la canasta. Toda una
compañía de guindillas me rodeó impunemente y no pude saltar el
cerco. Adiós mis libros, adiós mis estampas. Se lo llevaron todo,
oye. Lo sentí por el icono de la Virgen de Kazán que me había
enviado Asia Safina en una de sus cartas. Monté en cólera y casi me
pego con un guardia. Pero la Grande y Bella consiguió hacer un
milagro. Ella está muy por encima de los funcionarios madrigados,
los políticos de relumbrón y mantiene a raya a las fuerzas oscuras.
Si Ella no lo permite ningún guindilla se le subirá a las barbas,
porque aplastará la cabeza de la serpiente. Que no se me ponga
ningún mal alguacil a tiro. Yo les pido a los corchetes por Dios que
no me toquen. Y no me tocaron ni un pelo de la ropa.
No
dormí en toda la noche pensando en el desafuero del que había sido
objeto. No dejé de rezar encorajinado. Madre del amor hermoso no
permitas que se rían de nosotros.
A
la madrugada siguiente amaneció un hermoso día fresquito de mayo.
Cogí el primer autobús, que es el mejor caballo que nos queda a los
que somos de infantería y no me fui a pasear; me fui a reclamar lo
que era mío a la casa consistorial, entrando por la puerta falsa la
que hace chaflán con la calle Tirocinio y va a desembocar a la plaza
del Desdén, muchos soportales, tiendas de souvenirs, restaurantes
donde te atracan y bares con fritangas de calamares a dos pesos el
bocata, filatélicos, alguna tienda de boínas en lo que otrora
fueran caballerizas, y en el centro la estatua ecuestre del gran
monarca. Su montura, al no ser tracción de sangre, sino de bronce
fundido en fraguas italianas, no vertía aguas mayores ante el
concurso de los múltiples turistas que a todas horas lo
fotografiaban.
Conseguí
mi propósito sólo a medias, pero no hice mi viaje en vano, ya que
si no saqué un alma del Purgatorio, a Prisciliano Consorcio, alias
el “ Sietecartas”, que era por aquellas fechas hombre de al lado
de la Gran Concejala, le dieron un importante cargo en el Ente. El
bueno del muchacho que tenía una caída de ojos ni siquiera me lo
agradeció. Pero de ingratos está el mundo lleno. La Virgen de La
Dorada hizo un milagro, que estos rosarios blancos que yo reparto son
una verdadera bendición. Vamos, hombre, que no hay derecho, que me
confisquen a mí mis estampas y mis rosarios de forma tan aleve.
Cuando
abrieron los portones de la calle del Desdén y ya estaba yo
contraatacando y haciendo pasillo. Inicié mi contraofensiva
celestial, girando los goznes de la pesada máquina burocrática la
Casa de la Villa, pero aquel oscilatorio movimiento de libración no
surtió efecto alguno, camaradas. ¡Dios mío, nunca me sentí yo
peor! Mira que caer tan bajo. ¡ Poner los libros en la acera en
espera de que lleguen compradores! ¿Qué desea? Tal y tal. Eso no es
aquí. De una ventanilla me mandaban para otra. Había una lista de
espera de tres kilómetros que aquel zaguán parecía la cola del
Cristo de Medinaceli. Un pirulero al que le habían confiscado un
carromato decía con su melodioso deje transandino:
-A
no preocupar, señores, que no nos lo quitan todo. Sólo el
veinticinco por ciento del alijo confiscan.
-Menos
mal.
-
A lo mejor devuelven algo. Por ejemplo, si se te han llevado el
carro, luego te restituyen las ruedas o las teleras por ejemplo.
-¿Y
el motor?
-Motor
no llevaba, señor. Yo voy todavía por la tracción de sangre.
-Hablas,
cholito, justo como un personaje de una telenovela de Vargas Llosa.
-Ese
tiene mucho más dinero que un servidor, aunque viva del cuento.
Más
pólizas, más burocracias, más papel de Estado. Me cisco en el que
lo inventara. Pues hazte la cuenta de que fue el conde duque de
Olivares, el que encerró por un mal soneto a todo un Quevedo en San
Marcos, y el San Marcos de entonces no es lo que es ahora, un hotel
de siete estrellas, con una sesión a la semana de vis a vis y comida
a la carta sin un calabozo con mancuerdas, pihuelas y todo. Pues un
autor de Oxford le sube por las nubes. Está visto que para ser
historiador y que a uno le nombren y le den premios hay que llamarse
Eliot, chapurrear algo de castellano y decir que los validos
españoles son los precursores de los primeros ministros británicos.
Para surcar esta mar arbolada, para transfretar el piélago de
pasiones hay que ser un azor. Olvidemos de las cándidas palomas.
¡Valiente cosa!
-Escribame
un pliego de descargos.
Lo
escribí.
-¿Y
ahora?
-Se
le contestará por escrito y en su día.
-
¿Y no me van a devolver mis pertenencias? Eran iconos, objetos
religiosos, rosarios blancos fluorescentes que irradian una luz tenue
de fuego errante en la oscuridad y que protegen.
-Hable
con el alcalde. ¿Es verdad lo que dicen: que ha visto a la Virgen?
-Sí.
-Y
¿era guapa?
-Sí.
-
¿Y lo del fuego fatuo?
-Usted
sí que un es fuego fatuo, mi sargento. Sólo le hace falta la sabana
y una cabeza de pulpo para hacer el fantasma.
-¿Tiene
poderes de adivinanza? ¿Lee las cartas del taró? ¿La ahigada hizo
a alguien alguna vez?.
-Higos
tiene la parra del cura. Higos tiene pero no maduran.
-Dejate
de falordias y de pampiroladas y responde a la demanda. ¿Sufrió su
madre de eso que llaman los galenos agalaxia? ¿Retuvo mientras
criaba la leche en las mamilas?
-No,
señor, que de tetas y de pornografía explicita estamos ahítos en
este país, pero los senos son estériles. Están ahí para aparentar
y para que la Lebruna los luzca cuando canta, y todos estemos
pendientes de su pechera y de ese pródigo canalillo con que la dotó
Dios (¿será todo suyo o los habrá reforzado con ayudas de
silicona?) y que exhibe en las galas benéficas a favor de los
hambrientos de Eritrea. Por lo demás, en la maléfica ligadura
tampoco creo. Lo que hice fue poner un tenderete en plena calle,
repartir de limosna estampas y rosarios. Eso no es acaptar ni pedir
limosna, ni creo que me apliquen la ley de vagos.
-La
venta ambulante la prohíben taxativamente las ordenanzas
municipales.
-Pues
yo lo hice sin mala intención. Soy creyente.
-¿Y
no le da vergüenza? Parece mentira de ti, un hombre con dos carreras
y que habla cinco idiomas. Mira que ponerse a vender en plena calle.
¿No le da vergüenza? ¿Con dos carreras?- insistía el suboficial,
aquejado de titulitis, uno de los prejuicios sociales y manías de
grandeza, secuela del morbo de los visigodos, más frecuentes y con
el que desde niño nos marean, hasta convertirse en tormento
endémico, a causa de los intereses de casta por estos pagos
pecadores, pero “colorada es toda sangre, hidalguillo”, adveraba
el Caballero de las Espuelas de Oro, recalcando sus palabras con
morbo.
-Eso
exactamente es lo que dice mi señora, pero yo no la hago caso. Es
muy temperamental. Hay días que se pone contra mí como una
energúmena, una Euménide. Yo tengo que morderme la lengua, aserrar
los puños y hasta me acobardo, porque, de súbito, se me suben a las
mentes todas las amenazas y lutos de la crónica negra que cuentan
casi regodeándose los frecuentes asesinatos de mujeres a manos de
sus costillas esas lenguas en forma de tijera de las cotarreras de
los programa insustanciales que garlan sin parar. Sale por esas
boquitas enjalbegadas de maquillaje toda la freza de esta sociedad
faramallera. Quiero apeldarlas, tomar el tole, pero desde que cayó
el muro las huidas son a ninguna parte. Vagar y vagar como un vulgar
zampalimosnas. De esta manera de las crónicas de sociedad hemos
pasado a las falordias del monte de Afrodita, a los chisguetes de
discoteca y a los polvos de la movida. Bajo el alar de esta masada,
antiguamente denominada Jáquima, la patria mía (el nombre viene del
vascuence, dicen), ya sólo cuecen desdichas y desfalcos. El azote de
Dios no tardará en llegar. Tan infaustos acontecimientos son
cantados casi con un cierto refocilamiento macabro por las gumías
del panel informativo. No quisiera, señor guardia, que mi nombre se
viese involucrado en ese estadillo tan frecuente en nuestros días
como lamentable. Soy Verumtamen, latinista, filólogo, hombre de
bien. Mis manos nunca se han manchado de sangre. Y aparte de eso
están ungidas.
-Pues
no para de meterles en la mierda- dijo el comisario mostrandome una
larga lista de papeles, registro de mi acostumbrado paso por
comisaria.
Cuando
a las gentes les llevan por vez primera al cuartelillo, a unos les da
por llorar, llamando a su mamá, llevarse las manos a la cabeza o por
contar sus hazañas. Al bueno de Gnadio se le soltó la lengua. Era
de estos últimos.
-No
se ponga tan dramático.
-La
vida es trágica.
-Hombre.
Tampoco es eso.
-¿Cómo
que no si la Lupa me trata con el desprecio que toda hembra siente
hacia el castrado? La tengo miedo. No por ella, sino por mí mismo,
no vaya a ser capaz de cometer un acto punible. Sus malos tratos, sus
vejámenes me sacan de quicio. Ya sabe, señoría, que una malcasada
es una herramienta de muerte, un infierno portátil. Y, si un día me
calzo con el pie izquierdo, acabaré poniendome el coturno de la ira
asesina.
-Irá
Vuecencia a la cárcel.
-Ya.
A la
tiorma. A la gefangis, a la gaol, a
las catacumbas. Mi vida son las cadenas por eso me he aprendido el
nombre de cárcel en todos los idiomas del mundo.
-En
ese caso, puerta. Dejéla. Tiene dos carreras, habla varias lenguas,
es hombre de mundo.
-Qué
más quisiera yo, señoría. ¿Adónde voy a ir yo a mis años, con
estas carnes partidas, con este dolor de ijada que a veces me llega
desde la cintura a la rabadilla? Amén de eso, se me inflaman con
frecuencia los tobillos. Estoy para pocos trotes. En serio, me causan
pavura las noches al raso. Ya no puedo hacer lo mismo que cuando a
los veinte años me fui a París a la aventura cargado con un macuto
de infantería que merqué en una tienda de efectos militares.
-No
me llames señoría. Yo no soy un juez. Esto no es una sala de
audiencia, ni las cortes generales. Compareces ante un guindilla y a
lo mejor antes nos hemos visto las caras. A lo mejor estamos los dos
en el mismo barco, pero lo que pasa es que yo me aguanto, mientras
que tú con tus dos licenciaturas a cuestas te has convertido en un
baldón para todos nosotros. El sargento debía estar obsesionado
por esa pasión hacia los titulillos y diplomas demoledora, (she
was a career woman)
resabio de las cuentas pendientes de la inquisición y el forcejeo
entre cristianos viejos y nuevos que puso en movimiento nuestra
mentalidad sui géneris encastilladas en los principios de un
catolicismo barroco en el que las máximas evangélicas andan
prendidas con alfileres. Al pobre vagamundos y vendedor ambulante le
recordaba un poco a la tozuda de su madre a la que le gustaba mucho
hablar de carreras y de embelecos, y de licenciaturas con matrícula
de honor y toda esa inclinación facultativa de la que hablamos, no
para saber sino para ser más que los demás y para colocarse. ¿Por
qué? Porque ella quería ser más. Orgullo se llama esa figura o tal
vez simple y pura comodidad, pero nunca jamás afán de progreso. Y
todo para acabar sin oficio ni beneficio
-Vapula
(así llamaban a la mujer que me parió), eso no está bien. Creo que
es poco cristiano la forma como tratas a tu hijo. Dios te castigará.
Ya te pasarán la pluma por el pico.
Madre
vapula a Verumtamen lo tenía muy aborrecido, desde niño. Se pasó
toda su vida haciendole la puñeta, rebajandole ante los ojos de las
gentes, y el pobre aguantaba su acción implacable con mansedumbre y
gesto pío. Iba diciendo: “Con madres de esa calaña como la que a
mí me ha tocado en suerte sobran las madrastas” y luego, sacando
el rosario blanco, pasaba los dedos por los abalorios de nácar.
Cuando terminaba se quedaba dormido, y en su letargo, en el pasmo de
la soñarrera, se acercaba a su Madre del Cielo que le había
dispensado todo el cariño y ternura hacia él de los que no fue
digna la mujer que le parió por una de esas carambolas de la
biología. Los desengaños y golpes de su vida le enseñarían que
las mujeres amamantan, rompen la vajilla, recriminan, hacen
gorrinadas con quien les pete, atendiendo a la llamada del deseo,
carecen de lógica, son todo tubos de complicadas reacciones
químicas, pero ya lo de querer es mucho más difícil. Es para lo
que están hechas. Verumtamen con los padres medievales se
preguntaban si tenían alma las mujeres. En caso de ser cierto, ésta
debía consistir sólo en un orificio. Su conclusión predilecta al
respecto se tasaba de esta forma: “Nos dan de mamar, pero no nos
quieren y nos mal gobiernan. Para ellas nunca dejaremos de ser sólo
niños de teta”.
-
Yo, señoría, no soy más que un pobre alcohólico, un autor
fracasado. Un dipsómano con la tres letras- divorciado, deprimido,
derrengado-. Pongo mis libros al borde del camino. No pido limosna,
pero todos me pisan y parece que quieren humillarme. Si no me hubiese
protegido la Virgen María, ya me habría muerto. Pertenezco a una
orden mendicante en estos tiempos de derroches, desigualdades e
injusticias, que es la de la cultura. Me cago en la leche, yo pago
mis impuestos, y el edil me viene con esas martingalas.
-Reportese,
oiga. Pida audiencia con el alcalde.
Fui
a hablar con Cohombro, pero estaba reunido.
-Entonces
pida audiencia con la concejala.
-Uy,
esa. A buena parte fuiste a dar. Esa sólo da mercedes catalanas.
Cortesías y buenas palabras. ¿Qué hago?
-Pues,
nada. ¿Qué vas a hacer? Pues, nada. Joderse, como está mandado.
Me
aplicaron el artículos tantos, barra cuantos de una ley que no me
acuerdo de enjuiciamiento criminal. No me daba por conforme. Estos
tíos no se quedaban con mis rosarios.
Había
una paloma, la primera de la mañana columpiandose en la barbilla de
bronce de la estatua ecuestre del tercero de los Felipes, hombre
corto de alcances, “temo que me lo desgobiernen” pero muy devoto
y propulsor en Jáquima del culto a la Purísima concepción, “palma
sois excelsa, oh virgen triunfadora”. Me tomé un par de cazallas
en una bodega que hace esquina a la Plaza de Decanos con la calle
Salsipuedes. Valor, hijo, me dije. Te enfrentas a todo el aparato
administrativo. Do not take a no for an answer. No te rindas. ¡Qué
más quisieran ellos que verte hecho picadillo! Cuelate por la puerta
falsa como cuando ibas al campo de las Margaritas en Getafe y te
hiciste amigo del conserje Pirulo que te dejaba pasar, y así
diquelabas a placer. Todos los encuentros gratis.
A
mí siempre me han parecido todos ellos personajes dignos de
Dostoievski. Muchos de ellos traen mirada de asesinos. Una enorme
estantigua de locos repúblicos se había metido a la procesión a
acompañar el paso. Está claro que lo importante es que te retraten.
Chupar cámara, ser caldo de cultivo del “Haronía” (revista
ilustrada que no ilustre), o del “Matarrotos para tarados” pura
pornografía mental cuyo redactor jefe es un amigo mío que se llama
Paco, y vender como alcahuetería tu propia carnaza. Cinco millones
del ala por presentar un coñac de marca. Cuando parla Coruña ha de
guardar silencio Puente Deume. He dicho que te calles, Laural. Que te
calles tú, Alicantinas. Ya es oficio muy redituable por cierto a la
sazón fiscalizar honras y ser indagador de vidas ajenas, y ahí los
tienes a todos y a todas garlando embelecos por la caja radiante
heridos y como traspasados por el rayo de un cierto fulgor
monaguesco, lenguas descosidas. Por la boca muere el pez. Ahí está
esa redola de tíos y tías, brujas con su cofrades, dandole que te
pego igual que las brujas de Monte Pejín, lunes y martes, miércoles,
tres, colocandole chepas a los enemigos, y aguardando a los jueves
que salen las revistas. No paran las lenguas viperinas. Juliano el
Apostata, sentandose en la plataforma rodante de los videoadictos, ha
devuelto las antiguas basílicas a los herejes y los templos de
Jupiter al demonio. Han instaurado otra vez el culto al cuerpo,
sumidos en los blandos halagos de la carne perversa.
Don
Frutos y Don Walabonso eran lobos de la misma camada. Toda la cuadra
está con cagalera y el capitán de Dragones lo mismo. Un húsar se
cuadró marcial ante el burgomaestre que se llamaba Cohombro y que
verdaderamente tenía la cara de pepino. Nunca alzaba la voz,
hablaba sibilante expulsando el aire a través de su boca muy
pequeña y como encajonada, sin mover un músculo, sin descomponer el
gesto, como aquel prefecto, un tal don Marciano Monroy que tenía la
mano tan larga y que le propició tantos sopapos cuando era
seminarista. ¿De donde salió ese cabrón? Creo lo trajeron de
Valladolid. Pero cuanto más callado más temible. Metía unos puros
que aquí te espero. ¿Quién lo iba a decir con esa cara de rey del
pollo frito y de mosquita muerta? Le salía un tonillo de pito, pero
hay que andarse con tiento y no fiarse de las apariencias, que son
tataranietos de los inquisidores. Su mala leche y el mismo orgullo de
tecnócrata habían hecho de su mandato un tiempo eficiente. Nada de
insinuaciones lascivas o revolucionarias aconsejando a sus pupilos el
estar al loro, o cualquier otra ordinariez que se le parezca. Don
Frutos Cohombro Perales no se andaba por las ramas. Había inundado
la ciudad de inmobiliario urbano, había hecho peatonales algunas
arterias viarias que estaban muy congestionadas. Activó los
arbitrios municipales de toda índole y la grúa y el cepo, terror de
los conductores, fueron, más que nunca, una amenaza.
Sin
embargo, la oposición se tomaba a broma los desvelos del
burgomaestre. “Ese no es un cohombro, sino un nabo; no es un peral,
es un camueso”. Escuchar tales impugnaciones, a su juicio injustas,
le cabreaba. Había pensado en huir, marcharse al desierto como los
conversos, y encontrar un agujero, una socarrena en la pared, donde
meterse allá en el nido de los silencios. Pero se constreñían las
esperanzas. Para tipos como él no quedaba ni un clavijero. Me da
coraje lo que me dicen, oye. Hay que ver lo injustos que son, pero a
cada vaca su cencerro, que decía Salomón. Eso me suena a colección
de cromos. Ése lo tengo repetido. ¿No habrá pasado por aquí la
reina de Saba? No, señor. Su majestad la emperatriz no viene en mi
libro y vete tú a saber si en realidad de verdad siquiera existió.
A mí me ocurre lo que al primer munícipe en la coyuntura del último
otoño del milenio, que bebo los vientos por la verde Erín.
En
Irlanda me amaron y allí fui alguien. Todo lo contrario que en mi
país que para mí tuvo mal fario y es gafe. Cambiaría todo el oro
del mundo por un rincón para dormir en Derry por los alrededores de
la taberna de Sean MaCarthy, que era muy amigo mío allá por los
felices años sesenta. En cada hoja de los robles del jardín de mi
barrio veo un ángel blanco. En aquel tiempo yo iba por los pueblos
irlandeses con una guzla y todo el mundo me creía un fantasma que
había brotado del fondo de las aguas del Canal, trepando por los
formidables acantilados de Limerick, que se alzan a doscientos metros
sobre el océano, alma de viejo galeón rescatado de entre los
pecios de la Armada Invencible. Se me escuchaba atentamente y algunas
mozas de pelo encendido y de ojos verdinegros suspiraban de amor por
mí.
-
Ah
The Spaniard ! He is nice, isńt?
Algunas
veces depositaban en el cuezo algunas monedas. No soy un fantasma, ni
siquiera el Monstruo de Lago Ness, les decía, sino un amanuense de
la vida que con la aplicación que le permiten sus borracheras y a
intervalos, escribe sobre el aire palabras que son como torres sobre
el viento, que luego se derrumban. Aparentemente carecen de sentido,
pero, luego me las traduce un serafín. Cuando el ángel les da la
vuelta, se transforman a letras de oro y quedan grabadas para siempre
en códices miniados. Hago constante la glosa del Apocalipsis.¿Tú
crees que de literatura contigo pan y cebolla serás capaz de vivir?,
decía la voz de la razón yendo a lo positivo y al grano, pero como
yo por aquellos días era un romántico trasquilado no me hacía
cargos de tan saludables advertencias, tenía la cabeza a pájaros,
era joven y estaba enamorado. No es que crea en que esto pueda, ni
mucho menos, dar resultado, mas ¡en lo que durara!
“Carmina
aurum non dabunt”(oros
y versos son enemigos), asmaba el clásico y no asmaba mal porque a
Horacio no se le escapa una, pero me lo paso bomba escribiendo tan
pulido y aseado. Ya he terminado de esta forma varios cantorales. El
ángel que me acompaña dice que son valiosísimos. Es tan bueno y
comprensivo este ser celestial que muchos días, cuando el lúpulo de
las tabernas de MaCarthy o de ÓDuffy (todos los chigres de ese país
tienen nombres muy líricos, y un arpa por enseña) se me había
subido a la cabeza, se hacía cargo de mi rabel. Empezaba a tocar
solo ante la estupefacción de los viandantes que no podían dar
crédito a sus ojos, aunque Erín sea un país mágico ( lean a
Cunqueiro). Caían más monedas al cepillo. Los lirios del campo no
se cuidan de qué comerán o con que se taparán. Evangélicamente
los imito. Me conformo con la parte alícuota de niebla en mi
redondel La vida no es más que un poco de humo que se disuelve en el
aire. Esto me parece que nos sirve de consuelo a los que lo pasamos
mal en este mundo, pero garantía absoluta nunca tendremos de que
existe un plus ultra no la tenemos. Ya no tengo otro remedio que
machacar a Shakespeare: “Life
is a tale full of sound and fury told by an idiot”.
Esto es: el ruido, la furia y el tonto del pueblo. A eso se reduce el
argumento de esta paráfrasis absurda. A veces vienen parafrastes
hinchando el perro- el que más ladre, Vargas Llosa y maricón el
último- pero todos estos cholitos grafómanos vienen a decir lo
mismo, aunque les den el Cervantes, oiga.
Aquí
nadie tiene derecho a estar seguro de nada. Jupiter de vez en cuando
me bombardea con su mirada y envía a Erifos el de los pelos
ensortijados y los ojos de avena. Con sus embustes y haciendo caer
sobre la tierra a una lluvia dorada (nada tiene que ver esto con un
anuncio porno en las páginas del “Cosmos”, órgano de la
desinformación y el desenfreno patrio, ese del que es director
Walamboso Hache Aspirada, amigo del Gran Sobrestante, ese que no da
la cara, capullos) sedujo a la virgen Dánae. En penitencia, el amo
de los vientos les puso el castigo de Sísifo, colocó a Iction en
una rueda radiada de serpientes, y a cambio nos dio contiendas,
enfermedades, moscas y plagó la tierra de mujeres. Ya está visto
que hasta los dioses -randy
buggers- no
son lo que se dice un modelo ejemplar que debamos imitar los humanos.
Empezando por Jupiter, Zeus, el gran dios falso que ha dado por lo
menos el título al verdadero, que como al falso llamamos Deus, y
quis sicut Deus, proclama el arcángel, pues tenía un comportamiento
de cretino machaca arras, digno de aparecer en un programa de tarde
con Alicia la Vasta, esa personalidad mediateca que basa sus morbosas
intervenciones televisadas en preguntar a los españoles que cuantas
veces, y cómo y dónde su parienta se la jugaba, pues Jupiter se lo
montó con Alcmena, mandó a su esposo Anfitrión a la guerra y el
muy bellaco la hizo suya en su propio tálamo mediante un engaño, a
los nueves meses nació Hércules. No fue un comportamiento muy
razonable que digan, digamos? Ellos en el Olimpo practican el acoso
sexual. Y si esto hacen los rabadanes, el gañán no se va a quedar
cruzado de brazos. A veces escucho gritos demoledores en el
subconsciente. Braman las Euménides, se afanan las danaides. El
tronido de la diosa hace tambalearse a los propios alcázares del
Pentágono.
Papá
, ven en tren. No tienes que probar ni una gota de alcohol,
Verumtamen. Eso es veneno para ti. Tienes que combatir con razones
las injurias. Y a ti te han puesto de pus y de sangre. Para
sobrevivir tuviste que hacerte pequeñito y arrimado a los pasamanos
de una tasca ya no tenías ningún peligro. Dejaste de ser un enemigo
y una amenaza. Si asomas el colodrillo por entre los resquicios de la
tapia, con toda seguridad te cazan. Lo hemos silenciado. Que coma
hierba, que sea un nombre nulo. Su imaginación era un volcán
efervescente.
-Eres
un primavera. You
think too much.
-Really?
-Pues,
sí. Lo mejor en verdad para ser feliz es vivir y no pensar.
Quedó
exhausto y maravillado de su parlamento, pero cuando cogía
carretilla se embalaba.
Aunque
no era demasiado creyente, las procesiones no se perdía una. ¡Qué
alcalde más figurante, valgame Dios!
-Dicen
que es sevillano fijate.
-Como
el Conde Duque, y por eso aspira a dominar al mundo.
-Tiene
una mujer muy chula de ojos grandes, preciosos y la cara triste como
vaciada en porcelana, que recuerda a la Macarena.
-Pues
mira tú por donde a ver si va a ser la misma
-El
potro de tu imaginación desbordante ya se va a la empinada. ¡Qué
cosas! ¿Tú ya sabes a quien me recuerda la señora del
burgomaestre?
-No
me lo expliques. Lo conozco. Sé que eres pájaro de un solo nido.
Sólo se ama una vez.
-Marañón
sostiene que eso es síntoma de virilidad. Y que el Tenorio era
marica, un impotente que tenía que resarcirse de su impotencia
haciendo cada noche una conquista. Amaba para la galería. En
realidad se amaba a sí mismo tan solo.
-Pues
la ciudad se debe de haber llenado de maricas con arreglo a eso que
dice el insigne doctor.
Se
puso a recitar unos versos del drama de Zorrilla:
Yo
a los palacios subí; yo a las chozas bajé y en todas partes dejé
memoria infausta de mí.
Don
Juan de Mañara, contra lo que piensan muchos, llevaba dentro de su
ampuloso chambergo rozagante de plumas de avestruz . En realidad de
verdad, tan sólo era un ala triste, un mercenario de capa caída,
cañón sin afuste. Pólvora en salvas. Eso les pasa a muchos. Se les
ha caído la carrillera.
-¿Que
se le veía el plumero me quieres decir? ¿ Un tenorio con plumas
como Doña Bibí?
-Justamente.
No en balde llaman a Marañón el “Salomón de nuestra medicina”.
No se le escapaba una. Para diagnosticar una enfermedad se fijaba en
la configuración de los rostros. Cejas muy juntas, loco. Frente
ancha, inteligencia despierta, pero hombre engañador. Descubrió las
relaciones de la sífilis con la diabetes insípida, y la forma en
que le crece al varón el vello pubiano entre las ingles para
determinar los grados de masculinidad de un sujeto. Si esa mata se
desparrama hacia arriba en forma de vértice, señal de potencia
sexual; en cambio, si forma como la base invertida de un triangulo
isósceles, afeminado al canto.
-¡Ya
me estás preocupando!
Había
dejado Verumtamen de tener relación con mujeres, y vivía lejos del
baticoleo de la cosa pública, ese poso de amargura que siembra de
inquietud y de tristeza tantas vidas. No es más que la sombra del
instinto reproductivo, el cepo que lleva a hombres y mujeres al
garlito. La castidad que le parecía inconcebible en la juventud le
había venido sola. Llegó a ella sin esfuerzo por un proceso
natural. Si tú la dejas un mes, ella te deja un año. Los gallos
habían dejado de cantar en los almiares, el tábano del deseo había
perdido su aguijón y, muerto el perro se acabó la rabia. Aquella
inapetencia prenunciaba, sin embargo, el gélido sepulcro.
Habitaba
un cuarto en una pensión de la calle Marilén y era feliz. Había
vuelto a decir misa en latín en aquel altarcito del aposento que la
señora Amelia le había preparado con rosas de plástico y un mantel
muy limpio, sobre el que se alzaba un crucifijo de calamina y la
talla de una Virgen románica que se encontró en una
poubelle o
pábulo ( los franceses son finos y relamidos hasta bautizar las
cisternas y contenedores de la basura con un nombre tan pulcro) de la
calle Lignitos.
-¿Y
estas misas valen, don Gnadio?
-Sí,
hija. Como otra cualquiera. Yo soy sacerdote según la orden de
Melquisedec, por mucho que no le guste al obispo.
-¿No
será usted hereje?
-No,
hija, no. Que voy a ser. Pierde cuidado. Cuando yo consagro hago la
eucaristía con tanta validez como el Papa. Otra cosa es que esta
consagración sea lícita.
-Pues
consagre bien. Sus misas gustan a la gente. A las de las otras
iglesias no van. Poco a poco tendrán que ir echando el cierre.
Además, este barrio ha dejado de ser cristiano, padre Gnadio. A
Cristo lo dejan solo, adoran al dinero, y tienen por sacerdotisa a
Hécuba Piños, la que oficia todas las mañana ante el ara de
Afrodita.
-¿Y
esa quién es?
-¿No
la conoce? La Turquesa del Encuadre. Lo del encuadre debió ser
porque es toda una real hembra por lo bien plantada y lo de Piños
por sus protuberancias odónticas. Además, tiene el culo en pompa y
mediatiza, vaya si mediatiza. Es todo un veneno de mujer. Cuando se
pone los puños en los cuadriles y se cierra en jarras, no hay
chulapo que la tosa.
-Muy
echada para delante, querrá decir, usted, y muy señora de su casa.
Hécuba Piños, la verdulera médium aunque tenga a su disposición
toda una caterva de los mejores alfayates parisinos, loba capitolina
a cuyas ubres maman Rómulo y Remo, Pólux y Castor y toda una
cuadrilla de princesas y de actrices descolgadas a cuyas hijas
procura colocar lo mejor que puede, va de reinona por la vida, astro
rutilante, que se muere por el bien parecer.
-Eso
es, pero un diablo de mujer. Se ha cargado ya a siete maridos sin
contar al primero que, sabiendo de cuernos, se tiró por un balcón.
El pobre prefirió la tumba fría al corral de bueyes de cualquier
vacada andaluza. No consintió que le echasen los mansos porque era
una eral con casta.
-No
fastidies. Esa historia me recuerda a la de la bíblica Sara.
Doña
Amelia le trataba con harto respeto y miraba para él con ojos
soñadores como si estuviera viendo a un profeta salvador que anuncia
calamidades y redención.
-¿Tú
sabes bien lo que significa la palabra profeta, mujer?
-No,
señor, pero dígamelo v. m. que sabe tanto.
-Pues
quiere decir profeta el que está mordido por la inteligencia divina
y el espíritu de Dios hace que rabien los corazones. Por eso, los
profetas siempre hablaron en nombre suyo. Hoy sigue habiendo muchos,
aunque no se ven.
El
pueblo estaba cansado. Mostraba en el rostro la tristeza de aquellos
que se sienten conscientes de haber sido engañados.
Sobre
los veladores del Estibadio o Café de la Pompa había sostenido
largas discusiones acerca de este fenómeno, de la tolerancia que es
tiranía disfrazada, de la mentira sistemática que utilizan como un
arma arrojadiza los que ostentan el poder, pero ya le aburrían
aquellas discusiones de poetas muertos. El único personaje digno de
confianza era el cerillero y así y todo también debía de tener su
ventanuco al cierzo.
-Esto
no es un Estibadio sino un humilladero laico. Debieran de
rebautizarlo o colocarlo el nombre de Valle de los Caídos. El dueño
debería de cerrar el negocio y sustituir la cervecería por una
tienda de ataúdes.
-Tú
deliras, Verumtamen.
-Hombre,
muy bonito. Pero ¿no habéis traído vosotros la libertad de
expresión? ¿No se puede decir lo que uno buenamente piensa?
-Para
algunas cosas no- decía tajante uno que era actor. Tenía el perfil
de romano. Había trabajado en el reparto de algunas adaptaciones de
novelas de Galdós y de Gabriel Miró para la televisión.
-Si
tú lo dices, pues estamos listos. Apaga y vayámonos.
-Te
voy a decir lo que tú eres -proseguía el cómico bastante cargado
de punto-. Tú eres un “lebensracher”,
un enemigo de la vida como todos los de tu calaña, aborrecedor de la
especie humana.
Vio
que era inútil discutir con semejante personaje y se alejó.
Sacar
a la patrona en procesión era un acto cargado de simbolismo. Iba por
las calles céntricas del casco viejo bamboleandose (bajo las andas y
ocultos entre el paño y la cenefa se afanaban los palafreneros
penitentes que cargaban con la carroza sobre los hombros por
promesa)entre ramos de flores y exhalando un perfume de bendición
sobre los muros leprosos de los barrios derrotados, allí donde el
lujo, el comercio y la mendicidad compartían espacio.
-Mirala
que guapa va. Tira para ella un beso, corazón.
Una
madre aupaba en brazos a un niño de cuatro años al tiempo que
formulaba un deseo. El pequeño miraba en redor con ojos asustados.
Acaso no cupiera en la mente por sus cortos años todo aquel ambiente
cargado de simbolismo.
Pasear
a la Virgen se hacía ya en la edad media, si sus moradores atisbaban
algún peligro de invasiones, pestilencias, sismos, o advertían ese
clangor como de hojarasca pisada por los bosques del otoño que
siempre se escucha cuando Dios está disgustado con nosotros. Siempre
se hicieron aquí rogativas para impetrar la clemencia del
Todopoderoso. Todavía han de resonar los ecos de las místicas
imprecaciones por las rúas de Areneros, la Concepción y El Igual.
Ciertamente,
el tiempo no es sino algo convencional, como un verso de Neruda, que
habita tan sólo en la imaginación, pero la fecha del año dos mil
la teníamos todos en la cabeza. Cristo, escúchanos. Dios Padre
Celestial, atiende nuestros ruegos. Virgen Poderosa... Estrella
matutina...Espejo de Justicia... Trono de la Sabiduría...Ora pro
nobis... Ora pro nobissss. El clamor del silabeo ritual se perdía en
el albeo de la calle. La diosa fortuna iba a parir a un hijo muerto y
ese niño que se asfixió en la placenta no era más que el símbolo
del término. Ha llegado el tren a la estación de su destino. Los
viajeros embarcados en una goleta adonde les subieron sin pedirles
parecer van a rendir viaje.
Pero,
también, el clamor de aquel milenio recién nacido y recién
trucidado por Herodes era como un día de Inocentes. ¿Quién sacaba
partido de cuanto se propalaba en los mentideros de la corte de sus
majestades, Gaón y Leda? Las grandes superficies, las firmas
publicitarias y la Cisura Hécuba, una de las danaides comerciales,
adonde van a par todos nuestros ahorros, pero también Júpiter
condenó a morir a Creso haciendole comer sus mismos tesoros. A
algunos incautos de nuestra época, sin saberlo, les espera el mismo
castigo que al rey de Lidia: reventar ahítos de riquezas. Que se
sepa, el oro siendo tan apetecible no representa un manjar
comestible.
-Vivimos
en una era de lo venal. Aterriza de una vez. Si no sabes comprar o
vender no perteneces al supo de los elegidos.
-Por
eso hay tanto venado a las puertas de las comisarías- dijo la voz
del espíritu tratando de hacer un molinete literario, una metonimia
sin demasiado acierto.
Los
pavores del apocalipsis se habían convertido en reclamo para la
venta de productos. Como si no tuviéramos bastante con el paro
generacional, la violencia hogareña, el amor libre, el deseo
inverso, las madres solteras a las que ya no cabe recetar la píldora
del día después, los hijos ya crecidos haciendo el gandul en casa,
donde se han hecho los amos, el sabor a ti, los títeres animados, el
Sida, la guerra de Chechenia (Grozni, por haber petroleo, destapó la
codicia de Hitler y fue la roca Tarpeya donde se descalabrara su
régimen que la codicia rompe el saco, sepanlo los informantes
desinformados que nos atiborran de noticias desde las páginas de
“Cosmos” dirigidos por los babosos de Walamboso y de Columba la
Currada, tengalo presente los gerifaltes de Sede Baldea) y Supravia,
eta a todas horas, la frase hecha, la mentalidad pret
a porter ready made,
los dramones cursis del Ginés Garfios, alias cara de palo, antiguo
director al que le condecoraron con un óscar, the
winner is,
ora pro nobissss, cría fama y echate a dormir, la verdad es que está
uno hasta los felpos de tanta estatuilla, de tanto ir haciendo el
ridículo por ahí, con tanto autor internacional, tanto Tony Flag,
me da un soponcio cuando canta ese mafioso de Miami de voz tontorrona
pero de oro al que llaman Coco Churches, tan carpetovetónico que
bebe la coca con cola por el piporro de un botijo pero al que se le
ha acabado el carrete y ya sólo vale para ceroferario adulador del
Cine Matón con grandes repartos, lo políticamente correcto, el
cobrador del frac, la bulimia que nos devora y que no es más que una
manifestación de nuestro propio fracaso en la vida. Curamos las
depresiones camino de la nevera. Nos quieren encasquetar la idea del
fin de los tiempos. Nos quieren vender la burra un operador turístico
anuncia viajes en vuelo chárter rumbo a las almarchas de Jerusalén,
al Valle de Josafat para coger sitio de privilegio y presenciar el
espectáculo del Juicio Universal. Por una localidad de tribuna en
los balates del Jordán se pueden pagar hasta cien millones de
pesetas. El dinero es muy laminero y hoy televisar en directo tu
propia muerte o tu ejecución se cotiza a peso de oro. Las leyes del
mercado todo lo arrasan. Ni a la muerte ni a las creencias respetan.
-¿Se
va a acabar el mundo?
A
esa pregunta contestaba nuestro personaje con otra ídem de lienzo:
-¿No
le parece que está tardando mucho?
-Pues
a ver si explota esto de una vez y nos vamos todos a tomar viento
bajo las farolas de algún encalve de Sirio, Andrómeda o de
cualquiera de las dos Osas, que cuanto más lejanas sean las
constelaciones, mejor. Así os pierdo a todos de vista. Creso murió
del atracón de sus propias joyas y a Midas, que convertía en oro
todo lo que tocaba le mandó Baco que se bañase en un regatillo,
el arroyo Pactolo, que desde entonces porta arenas argentíferas. De
la misma forma, las Pléyades se convirtieron en luminarias del
firmamento después de suicidarse. No hay muerte que pueda llorarse
tanto a lo largo de los siglos como la de dos diosas. Todas las
noches caen sobre el mundo en forma de luz muerta las lágrimas de
las dos hermosas olímpicas condenadas a llorar sobre las cabezas de
los hombres.
-Tú
no eres más que un misántropo, hijo mío. Arisco, desecha tu
atrabilis. Cuida tu aflicción.
Pensaba
que el reloj de la plaza el Amparo empotrado en su bonito mirador a
cuatro aguas no era más que un ente de razón. Tenía la misma caída
de ojos, si los relojes pudieran mirar, que aquel al que le regaló
el rosario blanco y le dio suerte y le nombraron Super director.
Tenía la cara recién lavada. Había conocido bastante relojes
testimoniales a lo largo de su vida (el Reloj de Fairfax en Oxford, ,
el Papamoscas burgalés, el Big Ben y la torre Eiffel, los relojes de
arena en los exámenes de oposiciones a canonjías) pero aquel era el
que le resultaba más familiar. Ninguna sonería en los cuartos de
esfera mejor que aquél. Su libración era de las más perfectas. El
centro topográfico peninsular, la vieja Dirección General de
Seguridad. Todos los relojes de su vida. Todas y cada una de las
cárceles y destierros. En eso pensaba en aquel instante.
Ajena
a sus memorias y remordimientos, la orquesta de la Guardia noble
seguía marcando el paso y atacaba “Marcial tú eres el mayor”.
Un sargento mayor barrigudo y petizo que apenas se podía acordonar
los botones de la guerrera ponía mucho esmero en la interpretación,
aplicación y discernimiento.
El
alcalde del pelo engominado seguía tan sonriente y diserto. Su cariz
anunciaba que era hombre satisfecho de la existencia. No hay que
fiarse mucho de las apariencias. A lo mejor, el hecho de que
encabezase aquella manifestación de fervor popular no sería óbice
para que la procesión fuese por dentro.“Ganaremos las elecciones”,
iba pensando el doctor Cohombro en el crítico instante en que zas,
el caballo se puso a mear. Miró para el tendido, pero tanto los
espectadores como los procesionarios no pudieron disimular un gesto
de fastidio. Una niña de tres años agitaba alborozada las manitas y
con lengua de trapo chicoleaba la necesidad fisiológica del noble
bruto:
-Mira,
mamá. Está haciendo caconas.
Venían
por detrás cubriendo carrera dos hileras de seminaristas, unas con
roquetes y otros con sobrepelliz. Un subdiácono haciendo de fámulo
episcopal traía recogida entre los brazos el halda del señor
cardenal, un purpurado de buen bife y una sotabarba espesa y
profesoral. Era procesión de capa magna. A renglón seguido, un
clérigo de capa pluvial rociaba agua bendita sobre las cabezas de la
plebe devota.
Varias
beatas recibieron la unción lustral con mal disimulados aspavientos
de fervor y se persignaban devotamente como si aquello fuese la
rociada que les abriese la puerta del castillo de las
Bienaventuranzas. Sin embargo, un estudiante de Económicas observaba
al pope con gesto mohíno.
-A
ver qué va a pasar con este burla. Padre, a mí no. Yo no creo en
Dios.
-Pues
por eso mismo.
-Basta
ya de exorcismos. Bien común.
De
poco le sirvieron sus repulsas. Le cayó en plena cara un cubo de
agua bendita. El eclesiástico, exasperado por las intemperancias del
hereje o del cara dura, volcó casi encima de la comba de las cejas
todo el acetre. Las beatas llevandose los dedos a sus labios
macilentos le ordenaron silencio:
-Chist,
joven un poco de respeto. Dios va en ese trono.
-Yo
no veo a Dios por ninguna parte. Soy ateo.
-Pues
está ahí.
-Si
tú lo dices.
El
estudiante de Económicas era de los tenían alergia al agua bendita.
Los sietes sacramentos le parecían una engañifa y se pasaba los
exorcismos por la taleguilla. Sin embargo, se había chupado todas
las procesiones. Las de la Semana Grande, las del Corpus, las de la
Paloma y las de la Purísima. Todas eran lo mismo, pero daban
espectáculo de balde y no había que sacar entrada como para ir al
futbol.
-A
mí lo que más me gusta es cuando pasan las manolas. Esas señoronas
tan dignas, castas esposas. Alguna de ellas tiene más de un
revolcón.
-Ya
están aquí las manolas, niños.
Con
peineta y con mantilla el rosario con abalorios de plata y el corpiño
están como muy masoquistas. Parecen sacadas de un libro porno de
esos del arte de la disciplina inglesa. Les cuadra guiñar un ojo.
-Eres
un guarro y un blasfemo.
Pero
el estudiante seguía erre que erre, y cada loco con su tema.
-Que
te aspen.
-En
esta vida ha de haber de todo.
Recordaba
sus procesiones, las de Jueves Santo, bajo la luz de la luna, asomada
al balcón de la Canaleja, como queriendo aspirar el aroma de las
guirnaldas que alfombraban las andas de los pasos y escuchar el
lancinante quejido de las saetas, pasión honda entre el rumor del
río Rasemir. La ciudad, vestida de luto y una siembra de cruces
ante las murallas vigiladas por esas pupilas de la noche constelada,
que son las estrellas, enjarjes iluminados en la bóveda celeste,
balcones al infinito que trascienden los planos reales de espacio y
tiempo, montaba la guardia de torres como enhiestos lábaros alzados
a la cima de los cipreses encaramados y atentos vigilantes en las
colinas. Al pasar sobre los adoquines las cadenas emitían un sonido
penitencial, brumosa letanía de culpas inconfesables. Los conventos
abrían sus puertas y por el rastrillo de las tres cárceles
abandonaba un preso su celda camino de la libertad. Amaba la Jáquima
errante, poblada de castillos encantados, de minaretes con perfiles
de media luna coronando el chapitel y de ínsulas baratarias, que de
esta forma resultaba el país del irás y no volverás, pero siga la
linea, penitente, vamos en que estás pensando, zoquete, continuidad.
Pues es verdad, señor capataz. No me había dado cuenta. Se me iba
el santo al cielo. Parece que estás en Babia. El cofrade mayor
mandaba con la insolencia de un arráez. Los penitentes no eran
penitentes sino condenados a galeras. Pues vaya un tío. Parece una
pulga subida a un elefante. No hay cornacas más temibles y
fastidiosos. La fusta, hijos. Latrasto no trajo los lirios
acostumbrados sino el cachetero, las tenazas, el pilori y los cepos
envenenados. Subete al monte y escampa bonanzas sobre nosotros, Dios
clemente y encumbrado.
-¿Puedes
con tanta cruz?
-Puedo.
-¿No
necesitarás un cirineo?
-Ayudantes
por ahora no. Gracias. No soy un marginal, ni un perseguido. Hago
todo esto por amor a Cristo.
-Pero
la chola no te rige.
-Prosigo
en la demanda de la verdad suprema.
Cada
Semana Grande trataba de poner en práctica las enseñanzas
evangélicas. Es una filosofía donde las medias tintas no caben. Si
quieres conseguir la vida eterna, abraza tu cruz y sígueme. Vende
todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así de drástico. Los
pulsos de la ciudad se paraban por completo cuando aquel nazareno
clavado al madero la melena caída sobre las sienes doloridas y
faldellín al viento subía las bargas de acceso al casco urbano, por
la ronda de la Muerte y la Vida. Era una sensación indescifrable
como fuera de contexto.
-Tú
no eres secta, ni te muestras doctrinario, pero posees un sentido
estricto de la moral cristiana.
Subía
por las dos Castillas, bajaba por Despeñaperros. Aragón le acogía
en sus yermos de trapa con los brazos abiertos y recalaba en todos y
cada uno de los monasterios fantasmales, cubiertos de hiedra. Los
tambores de Calanda tocaban a muerto. Todos le tomaban como un
santón. Entraba en las moradas y dirigía a los que le acogían
siempre con el mismo saludo.
-Paz
a esta casa.
Si
no os quieren recibir que aquella paz que dais vuelva a vosotros.
Algunas buenas mujeres, las amas del cura, las monjas clarisas le
atendían solícitas, y Verumtamen les regalaba rosarios, imponía
sobre sus cabezas las manos y las enfermedades abandonaban al punto
sus cuerpos doloridos, entraba paz en sus almas. Una de ellas, la
hermana Popada, llegó a enamorarse de él platónicamente pero nunca
lo dijo. Era una abadesa que vestía con una manto azul color Grozni,
los ojos muy separados y los pómulos angulosos como los de una
calmuca.
-Popada,
reza por este pecador.
Sus
plegarias, que la religiosa dirigía constantemente a las alturas,
debían de ser agradables al Celador supremo, porque el pobre
peregrino salía a flote en medio de sus naufragios, las celliscas y
los truenos pasaban sobre él como si nada, no representaban ninguna
amenaza las visitas a las tascas donde siempre hay un filo de navaja
cabritera que se agazapa, y el ir y venir de los burdeles hebetados
de miasmas y del muermo del mal francés o las cagaleras de la
sífilis le permitía entradas y salidas indemnes. Un hombre que
permanecía unido a Dios las veinticuatro horas del día mediante la
oración hesicasta (una frase constantemente repetida:”Kyrie
eleyson”) se sentía con fuerzas suficientes como para bajar a los
infiernos y no quedar atrapado en el fiemo de viscosidades del Leteo.
Sus niveles de conciencia que giraban desde el punto alfa a la
purificación del karma lo mantenían en un trance. En cada una de
las personas que encontraba en su camino veía un aura.
A
unos les recomendaba el ayuno.
-Arroja
la toxina que constriñen de venenos tu organismo, suelta el ataharre
de las riendas que tiranizan tu espíritu, abre las cajas de los
nidales y surgirá la paloma blanca. Nada de drogas, ayuna, hijo.
Pero
con otros era distinto y prescribía como remedio el vino que cura
las enfermedades del psique. Conservaba un magnetismo su mirada,
tenía poderes, veía por fuera y por dentro. Era el karma, algo que
se desprendía de su ser, dejando colgados como en las redes de una
telaraña invisible aquellos a los que miró.
Popada
se convirtió pronto en valedora celestial de aquel mendigo de las
parameras, un mendrugo en el zurrón, las Escrituras a mano, un
rosario con los dijes de petalos de rosa, y un frasco de agua bendita
contra la tentación y los ojos fijos en el horizonte, porque la
verdad es única. Para acceder a ella hay un solo camino que muy
pocos conocen. Era consciente Verumtamen de que Dios se alza como
valedor de la inocencia. Podía convocar a los muertos, tenía el don
de hacer milagros. Se escabullía de los perseguidores.
Al
llegar a un lugar decía:”Paz a esta casa”.
Si
ellos la recibían, el amor descendía sobra la morada hospitalaria
en la cual era acogido. Mas, si de lo contrario, se lo desdeñaban,
el buen deseo regresaba al bendito, que se sacudía allí mismo el
polvo de sus sandalias y proseguía su camino sin más alharacas.
Unas manos invisibles pulsaban las cuerdas de ese insólito
instrumento que es el alma donde se toca día y noche el preludio de
nuestro destino.
-Mi
paz os doy, mi paz os dejo...
-Paz
a esta casa.
-¿Adónde
vas?
-Marcho
sin un objetivo real, pero quiero rendir viaje en Samarcanda.
-Eso
está lejos.
-En
el Caúcaso. Voy camino de Grozni, el refugio final de los viejos
creyentes.
-Hay
guerra allí.
-Yo
haré enmudecer las bocas de los fusiles. El armisticio no está
lejos, pero antes tendrá que venir un tiempo de expiación. Cuando
se termina una ruta, esto quiere decir que otra está a punto de
comenzar.
Hablaba
en clave, utilizando los ambages de los staretz predicantes de la
verdadera Ortodoxia. Guardaba su pecho como un viejo talismán que a
su vez le servía de defensa un texto de los evangelios sinópticos,
pero sus niveles de percepción no estaban en conflicto con los
arcanos de la sapiencia hermética. Thoth, el dios egipcio con cabeza
de ibis y cuerpo de hombre, inventor de la escritura, y actuario del
pensamiento olímpico, pues era el escribano de Zeus que levantaba
acta de sus reuniones con las demás divinidades, y que escribió
el libro más antiguo que se conoce, el “Papiro de Thoth” donde
yacen las claves que explican el universo, eran uno de los puntos de
referencia.
-Tiene
-tronicaba para sus adentros- que haber un punto donde se reconcilien
los saberes prohibidos y la Vulgata. El Galileo fue el enjarje de la
bóveda abismal del edificio trinitario que construyó Hermes
Trimegisto. Sus enseñanzas trinitarias ya estaban catalogadas
treinta siglos antes del alumbramiento de Belén. El anuncio de su
venida estaba escrito en las estrellas. Y fueron tres magos caldeos
los primeros que vinieron a prosternarse ante él, si bien los suyos
no le reconocieron, y Herodes quiso matarlo.
Se
había emasculado por amor a Cristo como los buenos “skopzi” del
misticismo ruso, como el monje Sergio que retrata Tolstoi quien
prefirió cortarse el muñón de la mano con un destral antes que
consentir. Los pájaros del camino gritaban “amen, amen, amen” y
en las quintanas y alquerías se escuchaba como una detonación
triunfal, un grito de resurrección, el canto del gallo. Era el
anuncio alectórico de la llegada del peregrino. Soy un cristiano
viejo, un antiguo creyente, pertenezco a la Hesperia de antaño. La
sociedad me declara ahora mismo material sobrante.
Entrada
la tarde, vio un petirrojo que a su lado le seguía posandose de rama
en rama y cantaba en inglés algo que le era entrañable.
Proyectando en sus vibraciones telúricos aquel torzal encaramado
sobre el real laurel de Oreanda, proclamaba al viento la nostalgia
del amor infinito que sintió por aquella mujer que llevaba el cielo
en los ojos y toda la seda de Arabia en su piel:
-
“I
am a robin. I am a robin from Hornchurch. And I bring you news from
your girl”
“Where
is she?”
“She
is dead, I am afraid”
-¿Y
los muertos dónde van, eh?
-I
dońt know, good pilgrim. No
sé.
En
los corrales de las Luiñas anunciaban con poderío los gallos
asturianos, los más bravos y solemnes maslos de las Españas.
Mediante su algarabía de triunfales quiquiriquíes llegaban
vibraciones de otro plano muy superior. ¡Oh amables espectros que
llenan de sentido la vida de un hombre olvidado! Una voz le anunciaba
secretamente al peregrino que los que mueren en el Señor no mueren
eternamente. El canto del gallo le afianzaba en tal convencimiento.
Promesas del credo que no permitirán la engañifa y las trampas
saduceas. Todas esas tahurerías de las novelas de los nuevos
autores. Avanzaba con él una muda procesión de guerreros de piedra.
-Tu
perteneces al mundo de antaño. Llevas en el alma el divino caos del
que todo surge y se entrelaza como la trascoda del arpa o del violín.
-Oigo
sones.
-Así
tendrá que ser.
Un
mirlo se había posado en las quima de un enebro. A lo lejos se
divisaba la ruinosa atalaya sobre el cerro y el camino que serpeaba
en su demanda.
-¿Cómo
se llaman esos raigones de muro?
El
sol de la tarde jugaba a emitir lucero desde las torres
desvencijadas. El porte de la cruz seguía siendo de oro macizo y tan
escarpada que a ella no podrían acceder nunca los ladrones. Ni los
furtivos cazadores de almas, ni los pastores lobos disfrazados con
piel de cordero.
-Fueron
parte del claustro de un monasterio dedicado a Santa María.
-Cisterciense,
por supuesto. Un verdadero bastión de la cristiandad. Se han
derrumbado antes de que lleguen a él las reformas pero un día
resurgirá.
-Nuestra
fe no es tiránica, pero los periódicos están haciendo una
caricatura de ella. Es un acto libre que respeta la razón. Los
libelistas al uso la están dando, en cambio, la vuelta.
Sobre
una piedra le llamó la atención el texto de una inscripción vieja
en latín: “Hispanos
Deus aspicit benignos”.
Era una frase de Prudencio el panegirista.
-Por
desgracia, la Iglesia de hoy entregada a sus enemigos por un primer
páter que vino del frío y es un caballo de Troya en lugar de
baluarte ha dejado de ser pósito de la sabiduría. El síndrome del
templo vacío... que no era un padre primero sino el último de los
padrastros y le seguían llamando pepe, esto es papa.
-Ya.
Quizás sea todo eso porque ha llegado la hora de las tinieblas.
-Ahí
está el verdugo con su cachetero. Viste todo de blanco, pero debajo
del manto oculta el mandil verde del matarife. Se mofa de lo más
sagrado, hace causa con el enemigo. No es que el que se mueva, no
sale en la foto, sino que aquel que bulla lo envía a salud mental.
¿Dónde se ha visto un papa feminista, un pontífice romano que haya
dicho que Dios es hembra, y que se haya arrodillado ante el Muro de
las Lamentaciones para pedir perdón a los judíos por haber matado
al Salvador? Está loco. Por condescender con los Rosacruces de la
familia Escudo Púrpura, muñidores de todas las guerras, declara
abolida la crucifixión, y proclama dogma de fe al “Shoah”. Trata
de congraciarse con los vencedores. Voló a Jerusalén para impartir
sus bendiciones urbi et orbi al nido de las víboras.
-Han
acabado con el hilomorfismo. El mundo ya no se compone de materia y
forma. Es sólo materia.
Aun
quedaban muchos rabos por desollar, pero ya entonces presentíamos
que la concepción del mundo que no se enseñaron estaba próxima a
rodar. El sistema ya no correspondía a la realidad de aquel momento.
Nuestra forma de pensar se estaba haciendo añicos. Habíamos
sacrificado la horizontalidad a la verticalidad. Sin embargo, yo me
sentía por aquel entonces vencedor de nubes y de brumas. El jefe de
avanzadilla me advertía contra los postulantes, pero yo me
preocupaba por aquel entonces de minucias. Meaba igual que un padre
de la Iglesia.
-Os
educaron mal. Te decían: “Para una buena educación sexual nada
mejor que el miedo al infierno y una alimentación a partir de
féculas. ¿Pureza en los seminarios? Nada mejor que el terror al
infierno, judías verdes y sopa de fideos, pero me parece que esta
educación tenía poco que ver con el Espíritu Santo. ¿O sí?
-Eran
una corolario de nuestra imbecilidad dogmática.
-Ahora
todo ha cambiado.
-Hasta
el concepto del pecado. Y la estupidez es como el gas. Ocupa todo el
espacio disponible. Ahora por el contrario nos encontramos frente a
un ambiente pan sexual y sicalíptico. Allí me hicieron alcohólico.
Un año más y hubiera acabado en marica. Sin embargo, fue mi dote
elegido.
Caminaba,
ya rebasado el ribete que separa a las Luiñas del Uncín y no hacía
más que recordarme de aquel primus pater de la esclavina blanca,
buen actor de gestos maximales pero con una voz como con ronquera y
de timbre muy desagradable. Sobre todo cuando decía aquello de
“queridos hermanos y hermanas”. Este no quiere a nadie. He
sounds funny and he sounds phoney. Definitivamente,
de la piel del diablo, no es más que un farsante.
Intrinsecus sunt lupi. Flaverunt venti, y
las hierbas de los prados recién segadas alzaban sobre sus regazos
maternales la copa prodiga y trinitaria del trébol, mientras los
maizales de la llosa contigua a la casa empezaban a enverar
bendiciones de granazón en verdes y amarillos excelsos. La
peregrinación le curó a Verumtamen sus langores. Et
inimici hominis domésticus ejus.
Iba
por el mundo con la mano seca y arrastrando su cojera de místico
bordeando los caminos ígneos, enfrentandose a la incredulidad de sus
paisanos (ese era el drama) que al verlo al frente de las masas,
haciendo milagros, se preguntaban si no se llamaba María su madre y
eran sus hermanos Jacobo, José Simón y Judas. Tuvo que pechar
contra los prejuicios de los nazarenos. Et
sores ejus nonne apud nos sunt?
Hubo
que pasar el freo.
Habete fiduciam, ego sum, y
apareció de pronto Jesús caminando sobre las aguas, y no se cansó
de repetir durante aquel tiempo: “guardáos de la doctrina de los
fariseos y de los saduceos”. El pp viajaba al frente de ellos. Era
el jefe de su facción que no pretendía volcar la cruz y poner la
religión del revés auspiciados por sus judigüelos marchantes y
asentistas de medio pelo, sus ministros todo terreno y sus sátrapas,
salpicando la inocencia de culpas postizas, llenando la imaginación
de simulacros, trayendo el fiemo (que a todas horas, el postre; a la
bestia le gusta regoldar calamidades y revolcarse en el fango, porque
lo que aquí más vende es el morbo) y cerrando las puertas del cielo
a cal y canto y abriendo por el contrario las del infierno.
-Él
va a Jerusalén a pedir perdón a los fiscales que otorgaron el
deicidio, y tú marchas camino del Oeste. Busca el canto de los
ángeles del pórtico de Compostela.
-Es
lelurión, falso arcipreste, enfrascado en copas.
-Dirás
Don Opas.
-¿Y
a qué va el obispo de Roma a todos esos sitios?
-A
retratarse. Sólo a retratarse a tocan. Es la hora del lobo. Con él
viaja una escolta de rabinos, de obispos libeláticos y de cardenales
impostores de la curia.
-A
mí más que sicofantes lo que me parecen son capones recién salidos
de la jaula de un corral de palomos blancos. Queda mucha tela por
cortar ya que sobre ese gallinero que es el Vaticano no está dicha
la última palabra. Muchas sorpresas se llevará más de uno el día
del juicio universal.
Tuvo
que pensar en Ivan Ibañez, aquel pobrecito habitante de una ciudad
dormitorio, ilota en la casa de la que no era sino señor y de la que
entraba y salía con las orejas bajas, expuesto a los improperios de
la Euménide, los insultos de las hijas o los palos del primogénito.
Aquella esperpéntica familia era un auténtico modelo paradigmático
del extremo al que habían ido a parar las cosas por conducto del
parlamentarismo guirigay, mentiroso, truculento y cañí. El esposo y
marido maltratado, lleno de agobios, vivía encerrado en una mazmorra
en el garaje rodeado de sus queridos libros, esa galaxia de papel que
nos lleva siempre por la vía láctea de los sueños hacia el
infinito rescatandonos de esa maldita mujer con la cual, convertidos
en letra muerta, ofuscados o sonámbulos, nos casamos. Nos podréis
insultar, traidoras, poner nuestra honra al retortero, decir que
somos flojos o borrachos, y protestar acerca de cuanto sufristeis,
pero esta escala de Jacob de la literatura nos lleva al cielo
rescatandonos de las llamas de estos infiernos portátiles en los que
queréis chamuscarnos, los hijos crecidos y en casa, bien
alimentados, que le han cogido el gusto a la nómina. Ellos se quedan
y nosotros nos vamos. Lo que ocurre bajo el cetro del rey Gaón y de
la reina Leda por estos pagos no se vio jamás. Esto se ha convertido
en el país de las maravillas, del irás y nunca volverán, donde
amamantamos a la prole hasta pasados los cuarenta. Vosotros, duro
quejaros de la prensa del meneo y disteis en el bulevar del cotorreo.
Camándulas, así no se puede vivir. Raza de víboras.
Mientras
Gaón I y Leda, la Gálata, moraban en sus palacios, el sanedrín
emplazando las baterías y eligiendo lo mejor de sus destacamentos
aptos para la guerra psicológica mandó sacar a las liebres
encamadas. Eran tan fieras que en defensa de sus lebratos que
hicieron frente a los galgos y hasta les acogotaron incluso. Detrás
de él siguieron los perdigueros, pronto perdieron el rastro. Los
hierofantes del Consejo Oculto no pusieron a parir a las mujeres,
sino todo lo contrario: las ominaron con la peor de las condenas, esa
que desparrama la función genésica impidiendo concebir, con la
ligadura- hasta la misma palabra tiene mal fario- de trompas, pero
mientras las mujeres de las Hespéridas mandaban hacerse por los
tocólogos raspados de matriz, las lechigadas de las conejas, por lo
innúmeras y frecuentes, pronto llegaron a ser temibles. No dejaban
de crecer. Se consumaba así un castigo bíblico. Nos abarrotan, nos
invaden. Ya llegan, presidente, y esa fue otra. La explosión
demográfica se convirtió en la octava plaga que sufrieron los
súbditos del faraón, en este caso, los vasallos de sus majestades
don Gaón y doña Leda. Un correctivo divino a vuestro egoísmo. Para
que os vayáis preparando.
-Y
¿cómo están tus harenes?
-Colmados
de esclavas recién llegadas del tercer mundo (colombianas,
centroeuropeas, rusas) pero hay mas oferta que demanda en esta tierra
de pecadores. Muchas de ellas, esterilizadas y ellos, eunucos.
-Malo.
-Según
y como. Aquí nos lo pasamos a lo grande. No hay más que escuchar a
ese escritor de “thriller”.
-¿Pues
qué dijo?
-Que
hay que follar todo lo que se pueda.
-Muy
moralizador ese chico.
-Es
millonario. Gana dinero a espuertas, pero esos son los que triunfan
en esta corte llena de gente vasta. Cuanto más grosera más la
encumbran.
-¿Y
tú por qué no haces lo mismo, nostramo? Deberías tomar la
iniciativa, en lugar de pasarte la existencia lamentándote.
-No
puedo. No puedo.
-¿Chino
de la Gallina que canta después de asada? ¡Bah, paparruchas. No me
vengas tú ahora con que eres impotente.
-Media
Hesperia se siente impotente de la otra media. Por eso acaso nos
matamos. Por rencor.
-Sois
cristianos.
-Eso
nominalmente, pero aquí nadie cree ya en nada.
El
eretismo del hermeneuta, así como su curiosidad, por una vez estaba
tocando fondo, lo que no fue óbice a que con mayor denuedo siguiera
la cadena de sus razones.
-Desde
ahora ya no os declaro marido y mujer. Este es mi veredicto:
vosotras seréis machorras, y vosotros, impotentes.
De
las profundidades del Leteo y de las cavernas de la laguna Estigia no
pararon de saltar liebres hasta tal punto que la tierra de los
conejos pronto empezó a repoblarse de estos mamíferos lepóridos
que, a diferencia de sus hermanos de especie, no vive en madrigueras
sino que se encama a la buena de Dios.
Como
las mujeres no parían, tendrían que hacerlo las liebres y las
conejas. Por el sur, cruzando a nado el Estrecho, o en almadías
arribaban todos los días a las costas centenares de rifeños huyendo
del sol y el hambre africanos, decían los escoliastas, pero traían
oculta en un armadijo de proa la bandera verde de Mahoma y un retrato
de Abdelkrim y otro de Almanzor. Somos los sucesores de los
almorávides. El moro sabe esperar. Un joven político de Nix, que se
llamaba don Porcionero Porción, de bien pobladas cejas, cantaba las
delicias del mestizaje. Aquí lo que conviene es mezclarnos unos con
otros. ¡Viva don Porcionero Porción, tribuno de la patria, el hijo
de ser quién vos quien sois, acogedor de calamitas, que abría la
puerta al moro de rondón. Hécuba Piños Puños, la bien puesta y
plantada, y Columba la Currada jaleaban su proposición.
-Y
ahora que estamos todos reunidos viva la madre superiora.
Dicho
esto, Porcionero Porción se lió a construir mezquitas como un
descosido. Las iglesias católicas quedaron desiertas. Cristo fue
declarado persona non grata a efectos de un bando del Sanedrín que
obtuvo el nihil obstat de Roma. Era una invasión perfectamente
preparada desde las covachuelas del Departamento de Estado, con visos
de maniobra filantrópica, y un castigo por los pecados de una nación
aquejada del morbo visigótico, que se acordaba de don Rodrigo, su
cava y su sombra, traicionado por aquel obispo felón llamado don
Opas, el papa de los españoles en aquella aciaga hora, que también
condenaba en sus sermones la xenofobia y el racismo, pero resulta que
por dineros y presiones se entendía con el agareno bajo cuerda. Fue
merced a su perfidia, a su perjurio, a su inadvertencia, o lo que
fuera que empezó el sacomano. No se podría rechistar. Un grupo de
ciudadanos beneméritos tuvo la osadía de presentarse a parlamentar
con el delegado gubernamental, virrey de pacotilla, espantapájaros
federal, en su palacio virreinal recién inaugurado y que le había
costado al contribuyente sus buenos táleros, que a ver qué pasaba
con tanto guiri, don Porcionero Porción les dio a los que
protestaban en to los morros con el libro de la Constitución.
En
efecto, era tan avieso que permitió que se repartieran entre todas
las vírgenes y mozas en edad de merecer de aquestos reinos un pirulí
con radio galena a pilas para que por las mañanas escucharan a la
reina fondona, buenas cachas, bien se conserva aunque hay días que
no está tan radiante, le salieron perigallos por el pescuezo, madama
Cuadriles, Hécuba Piños ( que se escribe con hache de
how are you)
y así todas, a chupar del bote. En un apuro, podían utilizar dicho
objeto de consolador. Todo con tal que no quedasen encinta. Si tras
algún desliz daba en preñada una, se la enviaba a abortar a
Londres.
-¿Y
ahora qué?
-¿Es
que no os gusta chupar del bote? Todas con buenas pagas, hasta un
maromo y una opción de cambio de sexo a cargo de los presupuestos y
aun así no os veo muy conformes.
-Pues
no. Aquí lo que queremos es uno como ese que dicen que es conde.
-Y
a fe mía que nada esconde.
-Sea
él quien nos acueste y nos levante. Queremos un hijo suyo, que venga
el conde y nos dé el chupa chips. Pague el gobierno. Que haga con
nosotros lo que quiera, incluso madres.
-Oye
rica que madre se escribe con m de mierda.
-Y
eme de muerte y de matrimonio. Pero por favor no te pongas a
esgrimir tus facultades. Podrás sera manca de las trompas de
Falopio, que te las has ligado a que sí, pero la lengua la tienes
muy larga.
-¿Más
larga que el pene de ese novio italiano con el que sueñan las
viciosas españolas este verano?
-Tres
centímetros, serrana.
-Barrunto
que os va a poner perdidas, hijas de mi vida.
-Con
barretas, boceras y todo seremos capaces de alzarnos con la
exclusiva. Ahora mandaremos nosotras.
-La
madre que os parió. No tenéis remedio.
-¿Parir
dices? Esa palabra ni por pienso. Dar a luz no se estila. Es
peligroso para la salud. Hijos los que nos permita la nómina y todos
en adopción.
Por
tales denuestos se colige que se habían vuelto infames las
españolas. ¿Quién era la que a estas mujeres tan pudibundas y
castas, antiguas alumnas de las Teresianas o de las Damas Negras, que
fueron educadas en colegios de pago, y eran como muy tímidas y
modositas, les había comido el coco? Iban para santas y acabaron en
mesalinas. ¿Cómo pudo suceder en el curso de tan pocos años ese
vuelco en la mentalidad y en las costumbres?
-Hécuba
Piños, eres toda una circe. Un día las vas a pagar todas juntas. Te
las darán todas en un carrillo por guarra y jacarandosa.
-Por
mí que se vendimie - contestaba aquella agustina de Aragón de los
platós, comisaria del nuevo orden.
Verumtamen
sólo se lo explicaba mediante la parábola del sembrador. Salió un
hombre al campo y sembró trigo, pero luego vino el enemigo y
desparramó cizaña y la cosecha se malogró.
Con
su amigo Ivan Ibañez habían discutido sobre el tema arrellanados
detrás de los veladores del Estibadio, de la Taberna de Agustinos,
o en el Café de la Pompa, de los que eran asiduos contertulios, sin
llegar a una conclusión evidente al cabo de consumir jícaras
enteras de calimocho y jarros de esa cerveza infame que se despacha
en las tascas de la ciudad de Nix, cuyo viento, siguiendo el dictamen
de la paremia al uso, es lo que dice la gente, que no sabemos si será
verdad, tumba un hombre y no apaga un candil, lo mismo que su morapio
alborota el cerebro y deja los higadillos hechos polvo, y más de una
frasca, y más de dos, de tintorro nos habíamos echado al coleto él
y yo. Queríamos arreglar la patria y acabamos todos igual que
piezgos. Nada, que no hay salida. Esto no tiene solución.
Por
todas las barriadas, los centros de acogida, los estudios de
grabación, que habían sustituido a los púlpitos vacíos, los
estados mayores, sólo se escuchaba una frase que cual grito de
guerra sonaba en lo alto y en lo profundo, en lo ancho y en lo largo,
por tierra y por mar, fuera, en los corrillos, y dentro de las
conciencias: “Hijos sí maridos no”. Subía por la calle mayor
toda una turma escogida con lo mejor de cada casa y yo en mi ardura
veía de nuevo a mi patria bajo el yugo extranjera, las aras de mi
iglesia profanadas y todo aquello por lo que luché y todo cuanto
amaba puesto del revés, mi arca de Noé flotando en aguas
válidas.¿Durará mucho la fiesta de las encenias? Tanta vacación
cansa.
-Todo
se hizo por su orden, todo quedará bien. Vivimos en una sociedad
lúdica.
Era,
pese a las seguridades oficiales, una exhortación a las barricadas,
a una lucha interior, calzada de guante blanco, que nada tenía que
ver con los descamisados de antaño. Representación simbólica de
aquel estado de cosas prenunciando un mundo nuevo eran los cuadriles
de Hécuba Piños, hercúlea, bien pagada de sí misma, todo en su
sitio, porque, aunque pequeñita, era hembra bien plantada: las
mamas, los ovarios y los colmillos, todo a la vez, una asidua de las
pasarelas donde la moda de temporada hace sus exhibiciones
estacionales -en todo tiempo, incluso en invierno, pasaban maniquíes
en bañador- y desfilaban cimbreandose juncal por las catastas
aplaudidas por la jet, contaba con un ropero que nada tenía que
envidiar al de la reina de Saba y más cajas de zapatos que la Imela
Marcos, pero su elegancia retaca maravillaba a los cronistas, que una
buena capa todo lo tapa. Bajo color de esas apariencias de diva se
ocultaban los bajos instintos de las barricadas. El alma la reinona
de las tardes y las mañanas la tenía de miliciana vulgaris, y las
inclinaciones, hetairas. En un pase de modelos una comadre la llamó
bruja curuja. Dios la que se armó. Las dos se enzarzaron por el
moño, ocurrió en el revellín de Ceuta o en el Alpichel de Málaga,
que no estoy seguro dónde fue, pero lo que sí me consta es que
ambas comadres se zurraron de lo lindo. A la Piños le libró de
perecer abucheada uno de sus escoltas. Porque su asaltante, una
baturra, por poco la arranca las dos tetas de un mordisco.
La
corte de los milagros del rey Gabón y de la reina Leda era albergue
de meretrices camufladas. Un inmenso burdel bajo cuerda, un baile de
candil de llamas apagadas. Con decirte que el propio monarca tuvo de
mantenida a un tal Barbara, la domadora la llamaban, porque domaba
leones, claro está, y tigres y pardos, todo lo que la echaran. En
uno de los juegos de cama cometió la osadía de meter a su regio
amante en una jaula de donde tuvo que ser liberado por los zaguanetes
de la Guardia Mora. Vino su marido de trabajar, los cogió en faena y
se preparó un buen cristo, no creas que no, pero como dice el refrán
allá van leyes do quieran reyes, llegaron manitas de los servicios
secretos y como los fontaneros del Watergate aniquilaron todas las
pistas. Nada de tales escandalos palaciegos los recogió la prensa de
bulevar, tan garrula y parlanchina para otras cosas.
-¿Y
eso cómo lo sabe, cortesano, si aquí se guarda una discreción
supina y todo se hace a cencerros tapados? Todas las noticias que
salgan de palacio han de ser blancas.
-¿Es
que no lees los periódicos? Esta democracia se soporta sobre una
estípite de vanidades, cotilleos, fútbol y toros. Pan y circo.
-Caray
con los Borbones.
-Ya
los males con los Austrias empezaron; también entonces era la cosa
por el estilo.
Decían
todas -ya digo- ahora mandamos nosotras, y miraban para el tendido
con un golpe de cadera muy coquetón, como el maestro de lidia que
reta de lejos al eral de la suerte. Encerraron a los maridos en las
tabernas para que se muriesen de cirrosis y ellas buscaban macho
entrando en los nidales desprovistos de vigilancia y se aselaban,
gallinas cluecas y viciosas, con los maslos de las mejores polladas.
Fuera sacramentos. Y al marido, palo y mala vida. Eso, como mal
menor, puestos que no pocos desdichados eran puestos de patitas en la
calle, o, emasculados las vergas en rodajas, acababan hechos cuartos
en frascos de formol. Querían convertir al varón en jigote. Una
vez en la redoma no podrían llamarse a parte en la tan traída y tan
llevada violencia hogareña.
-Mirad
esa piltrafa. Un día fue hombre. No sé para qué lo queréis.
-Hay
que ver cuanta carnaza nos echan en el duerno de la tele.
Pero
esto formaba parte del gran diseño del nuevo orden. Las herederas de
las milicianas anarquistas de las barricadas hoy eran palmitos lindos
vestidas de abrigo de visón, mujeres de rumbo, muy atalajadas,
conductoras de mítines anti masculinos, siempre dando el sonoro y
escandalizando a la población con los mismos casos de violencia
junto al fogón. Pues en Lebrija uno troceó a la parienta y los
cachos los metió a enfriar en la nevera, y en Palencia, otro cornudo
se llevó por delante a toda la familia. Un ataque de enajenación
mental. No me vengas con historias. Oído al parche, cuando aquí a
uno le mientan a la madre o le ponen en duda la contundencia de su
virilidad, que aquí, aunque nos cuelguen, todos de compañones
andamos muy holgados y llevamos como el que más. Eso siempre lo ha
habido y lo habrá. Se notaba que al propalar por el efecto de la
carambola mimética, sucesos tan lamentables se buscaba un punto de
mira: dinamitar la familia y a las urracas que los cantaban
complacidas desde la fascinación y hechizo del glamour (la palabra
la puso en circulación Julián Marías, hasta la brutalidad convicto
y confeso anglófilo, y un sofista con pujos de filósofo,
trasnochada carroza krausista) que era un gusto, pero a todas ellas
se les veía el plumero, o, mejor dicho, les asomaba por entre las
enaguas el gorro frigio, el píleo de antiguos esclavos, la horca y
el falce revolucionarios el mono y el máuser de milicianas o nietas
de aquellas anarquistas trotaconventos.
-¿Dónde
están vuestros esposos?
-Hechos
trizas- contestaban a una- Los abrimos en canal. Hemos consumado así
un plan de venganza. Es barato el escabeche hogaño aunque las
criadillas de gocho estén por las nubes. No pocos en su infortunio
acuden a todos los remedios incluso a electuarios preparados con
colmillo de rinoceronte y toda clase de potingues, y ni así se les
despalma.
-Necias.
A vosotras mismas os estáis haciendo daño.
-¿En
qué nido desovó la caracola? Digánnoslo.
Se
hablaba mucho por aquellos día de ingeniería citológica y de
partenogénesis, de unidades familiares en singular, donde no hace
falta el concurso masculino para la transmisión del esperma. Un
visita al tocólogo, una simple inyección y ya está. Las
feministas, con tal de dar guerra, su manía, tirar cantos contra su
tejado, desmangar la naturaleza y separar lo que Dios ha juntado, y,
sobre las lomeras de éstos, tristes los hastiales y desvencijados
los aleros, voznaban los cuervos y los ánsares sapienciales
crascitaban, estaban haciendole un flaco servicio a ese odio a la
vida, por otra parte, tan moderno, que arranca del grito de rebelión
proferido por aquel ángel que dijo: “non serviam”. La táctica
era, ya digo, desuncir yuntas y quemar yugos o dejarlo sin gamellas,
mandar al matadero a los bueyes, quemar el carro, y, desjarretando a
los aurigas, sumir en la indigencia a medio mundo, licenciar
soldados, convertir en esquineras a nuestras vírgenes.
Pero
eran cucos. Todas estas viguerías las hacían bajo cuerda, porque la
norma del sistema era, insisto, informar desinformando, crear
angustia e incertidumbre entre la gente ignorante mediante la
manipulación a rajatabla de lo divino y de lo humano.
-
Se están enconando los ánimos. No me moriré sin ver en llamas las
grandes sinagogas. El sanedrín les manda las teas. Quieren pegar
fuego al mundo y ellos terminarán victimas de su propia sarracina.
Por lana irán y piden que se les trasquile a estas malas ovejas de
Israel.
Se
acabó lo que se daba y todos a acaptar por esos caminos de Dios,
mientras el mapamundi se llena de nuevos estados fantasmas como
Sealand, que no existen sino por añagaza y reclamo de evasores de
impuestos, envenenar las mentes de las buenas mujeres por nuestra
prensa cotarrera y cursi, como el “Matarrotos” auténtico
matarratas del espíritu, “Haronía”(revista ilustrada que no
ilustre) y otras prensas de subido abolengo amarilloso, pedestre
narcisismo que eran testimonio claro del encanallamiento de toda una
sociedad que trataba de copiar modas anglosajonas con fantasías
monaguescas y otras perversiones que me reservo. El resto es todo sin
sustancia: bardanza y holganza. Una pena que su amigo Paco, un buen
periodista, hubiera ahorcado sus saberes profesionales en aquel
sumidero de carnaza envuelta en fina lencería, que no es perversa,
es peor que perversa, es cursi, aunque él dijera que le daban a
cambio una pasta gansa.
-Nos
envían al asilo, nos rompen los carnés, nos mandan a pedir limosna.
-Sí,
hijo, sí. A este paso pronto arderán muchas sinagogas. Iskra a los
conventículos del anticristo.
-¡Viva
Sealand! Y salga el sol por Antequera. No es más que una plataforma
derelicta en el mar del Norte, pero cuenta con un nutrido cuerpo
diplomático. Balcanizaremos Europa, aviso.
-Ya.
Sus majestades (hasta el nombre lo pronuncian con unción los
pelotas) Gañón y Leda han pignorado la herencia de unidad
conseguida a base de tanta sangre por dos antecesores suyos en el
trono. Costó tanto llegar a esa unidad, que ahora nos desbaratan.
Dios se lo demande.
-A
mí, cuando lo pusieron una yamulka sobre el occipucio y lo sentaron
en el banco de una sinagoga, ya me dio en las narices un tufo de
adafina, pues este rey me recordaba otro de triste memoria en nuestra
historia al que también emplumaron la nobleza castellana por
conducto de los judíos y cubrieron de burlas con un pelele de
carnestolendas.
-Pero
todo eso tiene un precedente en el Atrio del Pretorio en las voces
que clamaban: “¿No eres tú el rey de los judíos?” Todo los
alardes que realizan en plan de mofa tiene una lectura diabólica.
Anás es Anás y Caifás es Caifás, su edecán y su diácono, como
Dios es Dios.
-¡Jesús,
con quién nos estamos jugando los cuartos! Mal está la cosa, pero
no pierdas comba. Escucha lo que dicen las comadres.
Una
decía a la vista de los maridos convertidos en jigotes dentro de la
redoma, colocandose en jarras mientras apretaba sus puños
amenazantes.
-Exigimos
nuestros derechos y no nos dan. Queremos que nos den.
-Danos
y danos hasta que no te conozcamos.
-¿Por
donde ?
-Por
los diez orificios del cuerpo humano. Por delante por detrás, por
arriba te mamamos y por el culo te cagamos. Que nos la metan por el
ombligo hasta donde llegue, por la nariz y hasta por las orejas.
-Vicio
es lo que tenéis. Sois unas perdidas y unas crápulas.
-¡Toma
ya! ¡Putas en Toledo, ensaladeras de Valladolid y pucheros a la luna
de Valencia! El mejor invento, la máquina de follar.
-Callen
las perversas.
-Eso
es; queremos que nos den y que nos pongan.
-¿Para
atrás y en borrica como a los reos?- soltó un chistoso de fácil
carcajada rufianesca.
-Te
equivocas. Queremos un piso en Nix, apartamentos con ventanas al
océano y salir todas las semanas en las páginas del “Haronía”
a todo color. No nos importa lo que digan de nosotros y si nos ponen
o nos dejan de poner cual digan dueñas, el caso es copar las
portadas de la prensa sural. Sexo es poder.
Y
coreaba la otra, una Melpómene atalajada de un terno de una blancura
deslumbrante, que en su día debió de pertenecer a un ángel malo
antes de la caída, y que no era otra que la verdulera que pasó a
dominar el ámbito de las comunicaciones radiales, Hécuba Piños,
sacerdotisa y médium del feminismo para andar por casa con más
furia:
-Desde
hoy, igualdad en todo.
-¿Y
qué demandáis, si se puede saber?- inquirió un pobre viejo
atemorizado que debía de ser el fideicomiso.
-Que
las vergas se vuelvan en cricas y al revés.
-Un
cambio de sexo, vamos.
-Eso
es.
En
todo lo que decía la secundaba a la comadre otra de las de su
calaña, a quien llamaban Montserrat la Regalada, y que ni decir
tiene que era catalana.
-¿No
os conformáis con las películas de Atresnalar, al que acaban de dar
un Iscar y mira que hizo el ridículo en el rostrum de los
galardones, ni con la melena al viento de la Gran Bibí? Todo me
huele a maricones en este país. La badajearía no tiene fin, ay Dios
mío, qué será de nos?
-Nosotros
hacemos lo que nos pide el cuerpo. Unos súcubos y otros incubos. El
uno bardaje, y el otro bujarrón. Arriba y abajo. El uno da y el otro
toma. Es la vida sexual un juego de mete y saca, pues así está
escrito.
-Todo
vale. Robar, matar. Sois deterministas.
-Deterministas
o voluntariosas lo mismo da. Vivimos a la sombra del Gran Bibí,
queremos nuestros derechos puntuales.
-
El erostratismo os pierde. Dais años de vida por salir en los
periódicos.
-
Si no eres famoso, si no hablan de ti, aunque sea mal, es que estás
muerto, cariño. Y nosotras no queremos criar moho. No valemos para
monjas.
-Lo
que os haría falta, bigardas, sería una buena doma de lomo.
-Una
doma de lomo ¿y qué es eso?
-La
albarda y la cincha, el pretal y la tarria. Sobre eso, una buena
fusta.
-Bah,
que anticuado eres. A eso lo llamaban disciplina inglesa y a nosotras
no nos va la marcha.
-Tratáis
de enmendar la plana a la naturaleza , desuniendo lo que unió el
creador, poner contra las cuerdas a la biología. No sabéis lo que
hacéis, insensatos, blasfemos.
-Violento.
Machista. Fascista. Pinchen.
-Era
lo que faltaba. Cuando no coinciden los pareceres en este país, que
es de estirpe inquisitorial, siempre acaban llamandote eso, y eso no
es lo que significa, sino lo diferencial.
-Para
vosotras el que proclama la verdad es un arrebatado, un impolítico,
un forajido. Tenéis buenas tragaderas. Refutáis la autoridad. ¿No
reparáis en la gravedad de los hechos ?
-No
reparamos. Tú no andas bien de las cocochas; lo que necesitas es que
te operen, un cambio de sexos, jolines, y todas juntas y unidas
abrazaremos el camino de la inseminación. Te haremos madre, al
prorrateo.
-Me
parece que estáis buscando bronca, machorras discípulas de Safo. Ya
me estáis cansando con cantinelas, boyeras de mete y saca, y
tortilleras de quita y pon. A mí marica no me lo dice nadie, te
enteras
-Eso
es- conminó desde lo alto de la corrala hertziana una antigua
buscona, muy dada a las manifestaciones cotarreras, a la que acababan
de dar el velo de sacerdotisa feminista- lo que queremos: que las
vergas se hagan cricas y las vaginas carajos. Te advierto que ahora
tenemos la sartén por el mango. Llevamos los pantalones. Hemos
ganado. Hasta el obispo de Roma nos es adicto. Además, Dios es
hembra.
-Ese
papa chochea y judaíza, pues, no contento con ir a besarle la mano
al Protocanalla en Sede Baldea, se ha prosternado ante el Gran
Rabino. ¿ Dónde se ha visto una bajada de pantalones semejante en
un padre de la iglesia?
Era
un canto de guerra, el ijujú de Semiramis. Fuego al muñeco. Jaque
mate al macho. He aquí a la sinagoga volviendo por sus fueros, y
decían que estaba vencida. El rencor estallaba en la calle, ríos de
bilis anegaban las plateas, y los cuartos de estar se convertían en
infierno, el odio reconcentrado marca, cual agujas de un reloj
infernal, la hora de todos. No hay más cera que la que arde. La
abeja ática “señorona” y regenta, gobernanta y gran jefa
mañanera domina los intelectos con sus escuadras de perailes. Me
queda, la verdad, como algo jamona. Le sobran modelitos. Debe tener
buenas aldabas, mira que escupe odio la tía por su boquina de
pichón, por esos labios de silicona, y aparte de aferrada está
forrada, sólo firma contratos blindados, pero al enano aragonés
tampoco hay que perderle de vista, pues va de listo por la vida, se
las sabe todas. La actualidad se ha convertido en el gran carnaval de
la revancha. Se vive no ya sólo para recordar sino para odiar lo
recordado. He aquí que un enano y una jamona son las piedras basales
del régimen. Si ponemos en medio de los dos a Zocodover gran
cineasta patrio, matachín tayacán, tendremos cama redonda. Ellos
son los únicos con derecho a opinar de lo divino humano en esta
nación triste y desgañitada, quizás con derecho a voto, pero que
ha perdido, pues se la arrebataron, la voz recia y sonora de Juan
Español. Cuando no nos llega con monsergas ese várdulo que no
tiene salero ni para aceptar su propia calvicie, pero es capaz de
amargarnos la velada con toda una secuencia de explosiones a cámara
lenta, pues aterriza en Nix con ínfulas de plenipotenciario del
poder cosario, porque está en nómina de los herederos de la
voladura del Maine. Los que hicieron saltar aquel acorazado por los
aires y colocan bombas lapas en los bajos de automóviles de
ciudadanos indefensos son lobos de una misma camada. ¿Cómo es que
tuvo continuidad el tupé de Sagasta en el recorrido de don Castor o
la desvergüenza inmoral del presidente Simpson en las catilinarias
jesuíticas del ex cura cutre Pólux, al que apodan Terminamos de
todo el invento clamando una vez más aquello de “delenda est
Hispania”? Amenaza con exterminarnos. Sólo se las da de valentón
porque está bajo el halda de los americanos, que andan preparando
por aquellos montes una guerra parecida a la de Supravia.
Los
que hundieron el “Maine” aquí siguen teniendo bula y ejerciendo
de matarifes, encuentran corifeos, delegados y subdelegados
aduladores por todas partes. Han apostado soplones y submarinos en
las cantinas, en las redacciones y en los consejos de administración.
Siguen empleando la misma táctica de tierra quemada que emplearon en
el noventa y ocho. Parece ser que les surtió efecto, aunque no puede
decirse de ellos que sean muy originales. Pero como llevan la voz
cantante lo que ellos quieren que sea será. Nuestra brújula se ha
vuelto loca. Le pasa lo que a la paloma borracha de Alberti, que se
equivocaba. Por ir al norte fue al sur. Creyó que la mar era tierra,
y montaña, la hondonada. Así estamos desatinando de por vida.
Estáis todos trompas. You
are wrong. Vous êtes trompés”, advierte
Ariadna desde su bastidor.
Estampaba
su rabia contra las paredes. La sensación de impotencia lo
embargaba. Todo me sale mal. La desdicha se cobija bajo mis alares,
pero nada puedo hacer. Sin embargo, ahí tenéis a Pol Pit, el
comentarista del quinto, caldo de todas las salsas que se han
cocinado por estas lumbres, ese que pinga de una acrotera, a
convertido en genio por una de esas veleidades que con tanta
frecuencia se dan en la vida. Era el que le arrimaba las putas a
Serafín Pérez Plumero y por eso le dieron un puesto en el panel
hertziano. Tiene derecho a opinar, a escribir donde le dé la gana,
pagándosele a precio de oro las colaboraciones. Y ahí lo tenéis
con un puesto de contertulio en el espacio de Hécuba Piños, reina
de las mañanas, un espacio en esta galaxia, que le reditúa sus
buenos devengos y, además, le da un nombre. Antes, estaba enchufado
en otro programa que llamaban “La Voz de los Pajares, propietario
el ciudadano Pío Lesmes, esto ya es el colmo”, pero surgieron sus
más y sus menos con el caudillo de ese espacio que suena de costa a
costa y de arriba abajo, y que empaña el ánima de tarazón entre
los radioescuchas y a su teniente de dólares mondos y lirondos, pues
está visto que está es la hora de la confusión y de las tinieblas,
pero también la de los Midas que informan y desinforman, que cabrean
y acojonan, aburren y entretienen gracias al morbo sin ser graciosos.
Ya
peina canas el tal Pol y conserva su viejo aspecto de león de la
Metro. Le miras y te recuerda el maquillaje de los protagonistas de
aquellas películas en los que el paso de los años se signa con una
pasada vertiginosa con la cámara sobre los tacos de un calendario o
unos polvo de talco junto a las sienes, y el pelo negro de una escena
se trueca en barbicano en la siguiente, pero no está encorvado y
sigue siendo un hombre elegante. Al tiempo que bazucaba el moyuelo a
don Serafín, para tenerlo satisfecho, mientras hacía de mesnadero y
de correveidile en París del Asesino del Piles. Se le iba la fuerza
por la boca en lagoterías pero a todos les caía simpático. En
cambio tú, ñiquiñaque, no has hecho otra cosa que quejarte y
viltrotear como un arlote, siempre cogiendo el tole, como los
inadaptados, los descontentos. La razón de tu fracaso la tienes tú,
que estás enfermo, no eches la culpa a nadie. En todos los sitios
donde has trabajado nunca caíste en gracia, te rodeaste de enemigos,
y siempre te despiden. Metetelo bien el molledo esto que te digo. No
eches balones fuera. La culpa es tuya. No busques pretextos en que
esto va muy mal ni en los judíos. Dejate de lilailas y entra en
razones. Cesa de tus engurrios. Sé flexible, diserto, sagaz. Cada
mañana al salir de casa ponte un abrigo o despojate de la chaqueta,
y mira con atención para la veleta para saber de qué lado viene el
aire. Pol Pit mudó de traje a modo y conveniencia cuando le
apetecía. Este es un país de oportunistas, los lamerones hacen
chazas. No hay que creer en nada, pero hay que aparentar tener fe,
estar a la última, disfrazarse e imitar al camaleón. Tu amigo está
donde está porque carece de escrúpulos, por haber hecho la higa a
todas las ideologías. Fue anarquista y comunista, cantó la
palinodia de los maquis en la serranía de Cuenca, y sin solución de
continuidad entró en la nómina de sindicatos, quemó incienso en su
loor y fue turiferario del dictador, dijo que Londres era un campo de
concentración. Luego fue demócrata y millonario. Sin embargo, tú
eres un muerto de hambre. No te quiere nadie. Ni tu madre, ni tu
mujer, y tus hijos te escupen a la cara. No te rindes. Te cobijas en
tu casamata donde se agazapan tus ideas y tus recuerdos. Pol se
solidarizaba con Pólux. Pedía la independencia de los asesinos,
colocándose de la parte de los pistoleros. Lo que le pasa es que la
camisa no le llega al cuerpo. Tiene más miedo que vergüenza. En
punto a vergüenza, no se puede decir que fuera su punto fuerte.
¡Bah, qué más da! Todo se perdona excepto la insolvencia. Todo
cabe. Tenemos todos buenas tragaderas.
La
clave del éxito de Pol Pit y de tu fracaso es que siempre hay que
estar con el poder, aprovechar las ocasiones, la contestación
sistemática nos lleva al exilio y al extrañamiento. Por eso, porque
sabe manejar el cubilete, viste la camisa adecuada haciendo juego con
el color de la corbata, se busca sus apoyos, sus tanganillos, Pol Pit
se ha convertido en la vera efigie del triunfador. Eso sí, tan
canalla como siempre. Ha traicionado y vendido a sus amigos, pero ahí
le tienes. Por lo visto le hizo mucha gracia a la señora del
presidente, Doña Carmen Collares a la que colmó de adulación,
siempre se descuelgan con retahílas que gustan a las damas, y a la
mujer del Carlitos , como todas, le privan que la laman el culo, pero
las cosas le van bien, le sobran colaboraciones, lo llaman para
presentar libros de autores que empiezan, suena su nombre en las
revistas, su mujer no le es infiel, y le sobran muchas tardes veinte
mil duros para ir a jugarselos al casino de Torrelodones.
Por
la pascua, las noches que Cristo resucitaba, no se hacía
conmemoración significativa. Bramaban las radios, cual vírgenes
necias, porque aquí la prudencia se reserva sólo para lo política,
en otras esferas se implanta el todo vale, de la Hesperia de la
Vuelta de la tortilla y de la sartén por el mango. Sólo nos mueve
un deseo: volcar la cruz.
-Pues
ahora sí que estamos listos. Aquí se deshará la herencia de Isabel
y Fernando.
-Gol
en Mendizorroza, penalty en Las Gaunas, tanganea Redondo, galopada
de Roberto Carlos.
Habíamos
aprendido la lista de todos los campos de fútbol, cuando
proscribieron por decreto se enseñara en las escuelas la lista de
los reyes godos. Hespérida ha dejado de ser católica y algún
listo apostillará por lo bajo aquello de “ afortunadamente”. El
régimen democrático se consolida a base de patadas millonarios al
balón, pan y circo, prensa de bulevar, bailes de candil. Los
embarques de la jet en el reactor de la noche de liviandades, faz
cansina y casquivana. El siglo futuro. Esa rubia de las dos está
bien de ancas, pero me parece que tiene los ojos un poco fríos. No
es mi tipo. Hay beldades que no me dicen nada. Debes de ser tú, que
estas para pocos trotes.
Aquel
año una leva de descamisados del Ejido se desplazaron a Sevilla para
causar tumultos durante las procesiones. La autoridad salió por
peteneras alegando no sé qué historias acerca de un juego de rol,
pero los verdaderos alborotadores eran topos que pagaron las
sinagogas yanquis, como que ese día se cumplían poco menos de
veinte siglos de que mataron al Señor. Ahora volvían con sus
alegatos, sus mohatras, el eterno “¿quién yo?”, sus coartadas.
Al amo de Sede Baldea, que había declarado al Galileo persona non
grata, y políticamente incorrecto, para transformarlo en un Jesús
gringo, hecho a imagen de sus gustos tele predicadores, de
adventistas del séptimo día y de parrafadas a los Billy Graham, no
le gustaba la superstición ni los aspavientos macarenos. Brillaban
los alfanjes. Debajo de la chupa estaban escondidos los filos de la
cimitarra. Abajo las procesiones. ¿Juegos de rol dice? La prensa tan
bien informada desinforma y sólo habla de las cosas que no
interesan, crispan o aburren. Los costaleros abandonaron los pasos,
dejaron por el suelo los penitentes tiradas las cruces y los
acólitos, turiferarios con el incienso y ceroferarios con los
blandones tomaron el olivo y algunos cofrades se desprendieron de sus
cíngulos, y tiraron el capuchón al Guadalquivir en una madrugada de
pavor. Muchos pensaron “esto es la guerra, ya están aquí” y no
era cuestión de dejarse el pellejo por una mala saeta y no estar
presente en la feria de abril. El ambiente de confusión que
sobrevino recordaba la misma noche del prendimiento que el pío
alarde rememoraba al lanzarse a la calle con sus cristos y dolorosos
al hombro. A Cristo volvían a dejarlo solos, como los apóstoles en
Getsemaní cuando se presentaron las turbas. Todo el mundo cogió el
tole.
Estaba
escrito. “Omnes
fugerunt”. Los
acontecimientos de la madrugada hispalense en contra de los que
aseguraron los medios, no fueron del todo fortuitos ni el resultado
de una alborada loca de cuatro mozalbetes aburridos que habían
abusado de la manzanilla o fumado unos canutos de más; respondían a
una intención premeditada y aviesa, aunque la maripavas con un guiño
de ojos y una leve insinuación a la sonrisa tratasen de matizar la
levedad del suceso. Estaba claro que semejantes manifestaciones
pasionistas a estas alturas del tercer milenio estaban fuera de
órbita. Las procesiones pertenecían al ámbito de un pasado negro,
los penitentes recordaban al Ku Klux Klan, qué miedo, según decía
una crónica de la corresponsal del New York Times, apellidada Fucus
(zorra en judeo alemán). Quien manda, manda.
En
Madrid pasó algo parecido. Algunas cofradías no se atrevieron a
salir o acortaron el trecho de su recorrido por miedo al ambiente
enrarecido. Bandas de chinos y magrebíes se enzarzaron a palos,
mientras desfilaba uno de los pasos, por el control de la gran Vía.
Un moro empapado en cerveza, irreverente y poco comedido, por no
decir fanático con todo aquello que no está en el corán -¿es esta
la tolerancia que nos quieren meter por los ojos las altas
instancias?- se acercó a una fila de nazareno y le metió mano por
debajo del hábito para ver qué había. Era una señora y empezó a
dar gritos. Nadie de los que presenciaban el alarde de disciplinantes
desde la acera movió un dedo para ayudar a la pobre mujer ni
defenderla de su atacante. El mismo pánico que en Sevilla. Menos
mal que había policía por allí cerca y se lo llevaron al
cuartelillo donde lo soltaron al cabo de dos horas, cuando se le pasó
la mona.
Una
retención hubiera sido ilegal. Se hubieran echado encima los
periódicos esgrimiendo alegatos xenófobos y los cantamañanas y
corifeos del sistema se hubiesen rasgado las vestiduras. El Umbral,
sin ir más lejos, aunque ya está viejo y le rila la mano del
tembleque, hubiera enhebrado uno de sus panegíricos progres y media
nación se habría tenido que tragar los libelos de un tal Pimpollo
Hijo de Tal, campeón de los tránsfugas. Al pobre guardia se le
hubiese caído el pelo, después de que sonasen por todas partes
gritos habituales contra la superstición, el nacional catolicismo y
contra el Gran Almocadén, baluarte de la fe de un pueblo que, por lo
visto y a decir de los consabidos zoilos y aristarcos que reparten el
juego en nuestra cultura, tuvo la culpa incluso de las procesiones.
Estaban los ánimos de los indígenas por los suelos y la moral del
enemigo, fuerte, ad utrumque paratus.
Si
un cristiano hubiese hecho lo mismo en la Meca, el resuello en sus
pulmones no hubiera durado ni tres minutos. Habría caído víctima
de un linchamiento muriendo en manos de los seguidores del profeta
que no soportan este tipo de bromas con su religión. O sino que
hable Istmo Margrave, el Hijo del Mal.
Sin
embargo, según Carlitos Bigote, en las Hesperias todo iba a pedir de
boca. España va bien.
Cada
vez se le iba poniendo más cara de payaso. Sólo le faltaba la caña
para ser una perfecta réplica de Huta el Montero Mayor. ¿Moros en
la costa? Ni mucho menos. Ya vigilan nuestras procesiones, consumados
los objetivos de la operación “Sweep in”, un barrido
demográfico, un movimiento de pueblos, cáfilas étnicas.
En
esto, cuando, tras aquel incidente de las pandas infieles y pasado el
revuelo que con el sofaldar a la pobre nazarena se preparó, más
impresionante era el silencio de los fieles que iban en pos de la
imagen del “Moreno”, volvió a sonar una estentórea carcajada,
al pasar cerca de las puertas del Corte Inglés. Fue como un
estruendo. Otra vez los ánimos volvieron a encogerse.
-No
si de remate no nos van a dejar que paseemos al Cristo en paz.¿Qué
fue eso?- exclamó un vejete.
-Mahoma
que peyó- le contestaba un chistoso.
Al
jefe de los anderos le dio un ataque de risa. Un hermano mayor
haciendo sonar su vara de cofrade sobre el pavimento pidió recato.
-En
fila, penitente. No te distraigas, sigue la linde. Un poco de
respeto, por favor.
Una
moza que en aquel momento había mandado parar la comitiva para
entonar una saeta hubo de abandonar el encaracolado del balcón en
cuya barandilla apoyaba las manos. El profeta se había ido de
bastos. Había vuelto a levantar su pendón verde por las estrellas
calles del viejo Magerit que ahora se llamaba Nix Rasilis, pedía las
llaves del castillo famoso que por lo visto un día le pertenecieron.
Quería vengar a su antepasado Boabdil. Iba otra vez de taifas.
Volvíamos a estar en las mismas. Buena pascua te dé Dios, Madrid,
que te quedas sin gente, de cristianos, quiero decir, aunque sigas
siendo acogedor y hospitalario con el extranjero.
Los
pedos del profeta son un signo que anticipan siempre la llegada de
una nueva guerra santa. Aquí seguimos mientras tanto nosotros con
nuestras cuestiones acidalias que recogen las horruras y miasmas de
las tómbolas. Cien mil duros por salir en pelota viva ante las
cámaras y cincuenta millones de una sentada por hacerlo con el conde
que todo lo enseña y nada esconde. Fue la guinda, el ápex, la
coronación de un ambiente sicalíptico, de un país gusanera con
macas en la piel cancerosa, el no va más del erostratismo venal. Se
nos subió de pronto la eretina morbosa y todo acabó en eretismo y
en ergasmo, que nada tiene que ver con orgasmo. Nos han envenenado.
Hemos de beber en una copela nuestras propias cenizas, si queremos
purificarnos que lo veo difícil.
Por
el otro frente la tamborrada seguía su curso impertérrita y algunas
buenas mujeres se santiguaban mirando con ojos anhelantes para el
jesús, vestido con una rica túnica violeta, con bordados de oro,
luciendo una impresionante peluca que perteneció a un hombre, en el
que se le veían caer los rizos cubriendo el rostro macerado y que no
era por lo menos sintética. No bendecía, pues llevaba las manos
atadas con un cordel. Sus ojos se ensimismaban contemplando una
distancia que sus devotos de los Primeros Viernes dicen que es el
recorrido del gran perdón.
Empezó
a llover. El cristo quedó quieto en medio de una estampida de gentes
que se esparcían en todas las direcciones como impelidas por una
carga de caballería. Lo taparon con un plástico. Rayos de granizo
que caían oblicuos habían iniciado los primeros movimientos de una
danza a base de carreras y de pedriscos. Algunos de estos meteoros
eran del tamaño de huevos de golondrino.
Una
paisana de mediana edad quedó agarrada a los faldones de la carroza,
gritó:
-Ya
veo, Jesús mío.
Se
había producido un milagro. El Señor acababa de pasar dejando una
estela de sanación y bienaventuranza.
Sin
reparar en ello, y menos pensarlo, eran de arribada los días soleado
de la Bestia. Con enojo soplaban las furias del averno. Ahí las
tenéis en
acies instructa
las escuadras formidables, las formaciones compactas. Se muestran
arrolladoras. Serán implacables. En plena sobrevienta del Paráclito,
nada queda en pié porque el Espíritu todo lo arrasa y los
transforma. Construyen una armada sin fisuras y su ariete golpea las
puertas de bronce de la ciudad alegre y confiada. La fuerza del
bezón, que bate nuestros muros, rompe ya los ataires. Vivimos bajo
el signo de Aries. No hay socarrenas ni credencias en la pared, ni un
triste clavijero al que agarrarse, un urce colgante que asir en la
caída; vamos donde la ley de la gravedad nos lleva. Llegan, ya
llegan, presidente. Por todas las partes se cuela un viento de
liberación. No tenemos estribos en que posar nuestra invalidez. A
pesar de todo, no permitáis que esas merdellonas os llenen del
pringue lascivo. Mantened a raya vuestra castidad, fieles servidoras
y sacerdotisas del templo de Vesta. Vigilad y orad.
En
marzo del año dos mil, año infausto del triunfo de la Bestia,
después de los comicios en los que Bigotito Cornejo, que habíamos
criticado mucho al Gran Filipo, ese que se nos presentó con aires de
gañán y que recordaba un poco a los vándalos enarbolando
amenazante el pavés como un gran puño que descargaría sobre
nuestras cabezas hasta que a Hesperia no la conociera la madre que la
parió, pero Bigotito Cornejo era mucho peor porque consumó la obra
de desmontaje de la catedral que el otro iniciara, revalidó su
mandato- reapareció en el balcón con su mujer Carmen Collares, y
por detrás Pol Pit bailandole el agua, hemos ganado, y a buenas
horas mangas verdes, lo próximo se heló en ciernes, americanos os
recibimos con alegría, Sicosis . Bigotito Cornejo sonreía con cara
de liebre, tenía la gracia y la habilidad del perrillo de aguas
ladrando bajo la barriga del dogo- empezó a gestar un plan de
escapada, buscaba ya la querencia del norte.
¿Una
depresión? ¿El desamor? Quia. Sólo se puede hablar en puridad de
depresiones barométricas. Así se llama a los valles en artesa, a
los desniveles y a los hundimientos de terreno, según se entiende en
pedología y en topografía. Esa maldita expresión es un anglicismo
que cubre de enojo y de engurrios la vida moderna. No hay tal.
En
cuando a amores y desamores, desengañate, Gnadio, pues visto lo que
le sucedió a Ivan Ibañez en un bar de carretera, habrá de
sospecharse que es tan ya vacuo concepto la palabreja, vago comodín
de nuestros desencantos.
No
sabremos nunca lo que le pasaba puesto que el alma de Verumtamen era
cosa hermética, pero habría de sospecharse que se trataba de acidia
primaveral. La tristeza viene y se va como la alergia. El alguarín
tras el garaje que había habilitado de escritorio, oratorio,
fumadero, biblioteca, garita de escucha, y observatorio astronómico
para contemplar las estrellas, recibía la luz rastrera del alba a
través del montante de un ventanuco que daba al jardín central de
la urbanización, donde ya entramaban las ramas de los chopos y
campeaba gloriosa la enredadera sobre los sauces.
En
el centro del corral volvía la primavera también al tronco del
abedul totémico y era talismán de veneración este arbusto, porque
habiendolo tomado de uno de los bosques sagrados que hay en Asturias,
entre los gollizos del monte Pascual y las breñas de San Agustín,
que dan la última escolta al Uncín antes de su abrazo con el océano
por la mar de canchales de Artedo, siendo no más un exiguo renuevo,
una tarde de agosto de los ochenta, lo transplantó a la Despernada y
embarbó como por milagro sin acusar merma por los calores y el
cambio de terreno. Ahora exornaba el muro de la pared que mira al
jardín. También agarraron dos laureles y un castaño del
Cantábrico. Las tapias se emboscaban en una guarnición de jazmín y
madreselva.
Anclados
en aquella habitación en los bajos del edificio tenía caminos y
puertas, miradores, atalayas, que llevaban al plano infinito, la
heredad inalienable de un alma, una razón de ser y de existir. Aquel
era su universo y su medida, las glorias, memorias de una existencia
recatada, su divertido titirimundi, el cosmorama panóptico que le
acercaba una visión de las cosas a través de los libros, las radios
portátiles, los retratos amados y los objetos acaparados que le
ayudaban a recordar instantes y personas. Era de inclinaciones
fetichistas, creía en el poder que despiertan los objetos
conservados como reliquias de un tiempo que no volverá.
La
onda corta y los varios receptores licitaban el acceso a otras
atmósferas transformándose en ecos de una caja de resonancias
maravillosa. Abría las cancelas de la fase alfa. No era el cascarón
vacío, sino la vivificante cámara donde se produce en cada ocaso y
en cada madrugada unos particulares oficios de sus propios
fatamorgana. No hacían falta otros sacramentos. La administración
de los sagrados dones corría a cargo de una singular eucaristía
interior.
Por
allí entraban las ideas de la estepa y alzaba el gallo un ruiseñor
maravilloso políglota y multiforme. Si el ojo es el sentido más
rastrero y cabal que tenemos, el de lo pecaminoso y el de los
espejismos, a través del oído se abren de par en par las puertas
del adentro. Uno de sus efectos más significativos es la psicorracia
( liberación del alma), como resultado de esa agonía que libran en
el éter las ondas hertzianas, el universo por el que vagan los
espíritus, allá donde el amo americano no mandan, ni tampoco el
anticristo, pelleja blanca y quiroteca de piel de cordero, pero
colmillos de jaguar, nos causa bochorno, porque anuncio a toda la
cristiandad que en el Vaticano ya no son de los nuestros, se pasaron
a Clinton con armas y bagajes.
Crecían
allá afuera los rosales y hasta un lilo que compró en el vivar de
la Despernada el año 85.
Los
transistores para la escucha de estaciones lejanas conectaban con una
realidad que se acercaba al mundo de los sueños, alejando de aquel
ambiente chato, carnavalesco y ágono de ilusiones, de la hostilidad
decepcionante y amedrentada de lo que denominan democracia, que no es
sino un totalitarismo. Pólux, tratando de esconder su calvicie y
Castor arengando a las mesnadas yanquitarras, clamaban por la
independencia y el fuero. ¡Insensatos trabucaires vaticanistas,
hijos todos del Pretendiente, peseteros del dolar, así os sepulte en
el infierno un diablo que tuvo por nombre Carlos séptimo!
Todo
aquello con sus novedades, alifafes y garambainas, como las
urbanizaciones, y la píldora mágica, el viagra, habían sido
implantados por el Nuevo Orden. Siempre debería ser así la vida del
topo, del exilado interior. Sin embargo, el apóstol nos exhorta a
vestirnos de la armadura de dios. Hemos de aguantar contra los
adalides de las tinieblas del mundo, y que su grata misericordia
recobre la delantera. Per
orationem et obsecrationem, orantes in omni tempore in spiritu et in
ipso vigilantes omni instantia.
Obsecración, bella palabra. Invócame y yo te liberaré. Orad sin
intermisión, recapitulaba siempre el salmista.
Verumtamen
iba escalando por los abrojos la senda del monte de la perfección,
su honra y su buen criterio enterrados bajo los basilares del antiguo
amor, que también se llamaba María.
Infinitas
veces había tratado de huir, agotadas las posibilidades de solución,
para llegar al mismo punto de partida. Tú no tienes solución, vete
a un médico. Morirás como un perro. Tenía que subir la cuesta
amarrado a frases que eran pinchos y clavos, al fin y al cabo el
cerco de su corona de espinas. Su Gólgota se llamaba la muerte
civil, pero allá estaba el espíritu que lo ataba como una argolla
circular a sus propias rejas. Mira, no te me despistes, bordonero.
-¿Qué
hay de cenar?
-Gallofa.
Tenía
que entablar palique con su propia conciencia, y de estos soliloquios
sin hilván están naciendo estas analectas, mosto pasado en el
trujal de mi memoria. Los cuévanos de la vendimia de mi vida no son
capaces de abarcar ni de contener tanta malparanza y fastidio en los
alijares y campas del desamor. Un hombre solo escribe. Cuando hay dos
hacen la guerra o el amor y gritan.
-Soy
bordonero y ¿qué pasa? Voy camino de Santiago de Galicia,
retaguardia de las Españas, punto de arranque de la cristiandad. No
sé si creo ya. Señor, que crea. Devuelveme la antigua fe.
Era
aquel alguarín cárcel de sus libros, paraíso de sus sueños,
sagrario de sus manuscritos literatos y gaveta de autor siempre en
ciernes. Nunca llegarás a misacantano. No pasarás de seminarista,
camarada.
-Tuve
mucha vocación, pero me rechazaron.
Se
quejaba de la esquivez del destino y de la incomprensión de los
suyos pensando que sólo en el cielo, o en el infierno, podría dar a
la estampa sus obras completas.
-La
vida te ha jugado malas pasadas, pero que conste que no eres el
primero ni el último. Publish
and be damned,
frase hecha que nos define quizás a los periodistas y a los
escritores de a montón.
-Eso
lo decía Lord Thompson de Fleet Street, uno de los hombres más
ricos del mundo.
-Y
también de los más tacaños.
-Creó
un imperio en Canadá, llegó a poseer la cadena más importante de
periódicos de habla inglesa. Su heredero es Rupert Murdoch, ese
judío australiano.
-¿Lo
enterrarán también en el monte de los Olivos como a Maxwell, el
otro gran midas de las comunicaciones?
-Esa
viene siendo la costumbre.
Las
lomeras de los libros con su voz callada (a ratos carcajadas y a
veces gritos desgarrados de dolor, quejas del desengaño) intentaban
disuadirlo de lo absurdo de la peregrinación.
-Entra
en razones, no seas bobo. Si te largas lo perderás todo y ¿adónde
vas a ir tú a tus años? No tienes la piel para sopista. Que se vaya
ella.
-Soy
un zángano.
-Ya
lo sé pero tu paga no hay quien te la quite y, además, a ti te
ocurre lo que a tantos y tantos españoles: no dan un palo al agua.
El
milagroso icono de san Nicolás, enviado desde Rusia, un Pantocrátor
así como el retrato de la Madre del Verbo Encarnado, la que fue en
la tierra humilde esposa de un carpintero nazareno, tallada por un
yurodivi de Novogorod, y tenida por milagrosa puesto que fue el
rostro que él tuvo la gracia de contemplar a través de los fresnos
borneados, en el firmamento de la montaña de los Abantos una tarde
del trece de mayo del 95, le empujaban a perseverar. Ten fe. Dios te
protege. Aquel atardecer de primavera se te dio una señal. Eres un
monje y ésta es tu celda. Aquí se reclinan tus oraciones y de este
altar parten tus himnos de expiación.
Una
lamparilla perenne lengüeteaba en la penumbra al pie de las sagradas
imágenes. Sentía él su protección, la de la dulce señora. Aquel
suceso lo trataba de olvidar pero pesaba siempre sobre sus actos. Se
había enquistado cual auto reflejo en su memoria.
San
Nicolás bendecía a la bizantina con dos dedos extendidos. En su
mano izquierda, sostenía la bola del mundo. Brillaban los rubíes en
su casulla de oro macizo.
En
una bolsa de deportes guardaba las grabaciones de las misas ortodoxas
celebradas durante los ochenta en Atenas, Kiev, Moscú, Helsinki,
Belgrado, como un troje sagrado, cuyas emanaciones sonoras hacían
descansar el alma haciendola vagar en noches triunfales de Pascua,
cuando apunta ya la primavera. Torrentes luminosos, como una catarata
de energía beatífica, brotaba de las cintas que eran la exaltación
clamorosa de la polifonía. Sonidos que restañan las heridas del
alma y transfiguran al henchir el corazón de anhelos de eternidad.
¿Por
qué sufro? ¿Cómo es que moro en esta tierra de rencores y vivo
inmerso en la monotonía rutinaria? Habiendo soñado tantísimo y
buscado la cumbre, me hundo en la sima. A esas preguntas aquella
música daba una respuesta en claves mágicas. Eran la proyección de
su vida idealista enterrada entre libros que ya no leía nadie.
Crepitaban sobre el raso de aquel sotabanco, la buhardilla del poeta,
la torre de marfil donde se acogía a sagrado, alientos de
trascendencia.
Oía
una voz que dijo:
-Yo
te rescataré de las garras de Erifos.
Un
ángel de blonda caballera y rastro dorado pintó de nubes la pared.
Vio una niña el rostro cubierto de efélides. Ya sabes quién es. Te
llamarán por siempre All Queen Helén. La faz luminosa que ahuyenta
las tinieblas.
Violines
de ausencia lloraban aquel rostro. Era una sinfonía en tres
dimensiones que conjugaba los tres tiempos. Entre vayas y veras
sentía Verumtamen una dicha embarbar como el esqueje de una árbol
transplantado en la almáciga, un ejido de sueños que riegan por
privilegio las lágrimas de la añoranza. Yo temía un amor, All
Queen Helén, por el cual me sentía participe del cosmos, y
coadjutor en la tarea de crear el mundo todos los días. Todo aquello
me brindó un ojo mágico para mirar a través de la cerradura de la
ilusión la tarbea iluminada por una tarbea incombustible donde crece
la dicha y no cabe el llanto, ese lugar que el Redentor tiene
aparejado para los que portan su cruz allá en las moradas
celestiales. Sólo eso me sostiene aunque hay días en que dudo. No
sé. Todo me parece un absurdo, incluso mis propias creencias. En el
término de la Despernada, surcado por dos cauces fluviales y un
paisaje tapizado de encinas y de carrascas, se eleva un castillo
roquero del siglo trece, estilo mudéjar, desde cuyo torreón se otea
un paisaje de dehesas encendidas de una luz interior como en la
pintura de Velázquez, adusto cinturón de Madrid que inspira
canciones báquicas. Todo tiene un color ópalo. Aquí en dos semanas
del mes de julio quedaron sepultados setenta mil hombres. Quizás a
esa causa infausta se debe que la configuración de la contornada
posea un aspecto lúgubre y fantasmal. A veces a través de los
trigales y de los escalios, a punto de dar su última cosecha, porque
estos terrenos están siendo sujetos a la presión calificativa de
las inmobiliarias, algo en el aire recuerda a los muertos. Es una
presencia callada, pero densa que impla las colinas que hace gemir el
viento. Las encinas, los añojales entonan un responso por los
caídos. Los caballones parecen túmulos y las antiguas parideras que
pasaron a ser luego casucas de los chatarreros que durante años se
ganaron la vida a la busca, requisando el metal de las espoletas,
parecen túmulos. Recoger plomo y metralla y hacerse con las
helgaduras y miasmas de cobre que suelta la munición destrozada fue
lucrativa profesión en posguerra, aunque peligrosa. Algunos
chatarreros dejaban la vida en el intento, o una mano, una pierna, un
ojo. Brotando del interior llega una voz lúgubre como el de un
canto epicedio. Desde los surcos se elevan jarchas silenciosas y
espectrales. Es lo que sintió muchas veces Verumtamen y lo que
siento yo que me pateado de cabo a cabo las mochas. Hay la mocha
grande y la mocha chica y en el comedio de ambas suertes una loma
donde se alza una atalaya y un repetidor de televisión, así como la
alberca y los pozos de los antiguos depósitos del agua. En este
lugar se riñó la más encarnizada de las batallas al transcurso
de la ofensiva sobre Brunete. ¡Dios mío, cuántos muertos! Nada
menos que dos centurias de Falange, una bandera de la legión y
varias unidades de blindadas de las brigadas internacionales y una
sección de guardas de asalto perecieron en vísperas de la fiesta
del Apóstol de 1936.
La
faz de Floro Sanz, que apareció en su carricoche accionado por
pilas - se lo habían traído expreso desde Alemania y era muy
cómodo, no tenías que empujar las ruedas, pulsar un botón a manera
de timón que el beneficiario de aquel invento último modelo para
ambular y desplazarse- parecía la de un espectro. La plaza del
Arrabal se nos brindaba como un inquietante escenario mágico con sus
soportales, la acera amplia y los morrillos, impresionante escenario
en el cual todo lo llena la fachada del templo de santo Domingo de
Silos. En Arévalo nunca hubo dominicos, explicaba el cura don
Serrano.
-Yo
me llamo Florentino, pero me dicen todos el Cojo de Mamblas. Soy
mutilado de guerra.
El
pelo echado hacia atrás, todavía espeso y entre cano, la mirada de
aguila caudal, de ojos vigilantes, el continente adusto y pirrónico.
Se le podría tomar como un severo Licurgo, seco más que un
cuáquero, si desde que dejara de fumar, no tuviese por costumbre
chuperretear caramelos, no hacía otra cosa en todo el día. Los
dulces los mascaba, los ronchaba o se los daba a los chiquillos.
Un
obús le segó la pierna izquierda a cercén el primer día de la
batalla de Brunete. Casi ni me di cuenta. Recién desplegada toda
la centuria, andaba como despistado y falto de sueño, porque había
pasado una noche de traqueteo. Nos llevaron al frente desde un
camión. Hoy va a hacer calor, Floro. Sí, pero es lo suyo. En plena
siega estamos y aquí por lo que se ve- dijo echando un vistazo de
forastero a los campos de Quijorna- se les encamó la mies. No les ha
vagado a segar ni a recoger. Este año se pierde la cosecha. Si sólo
fuese la cosecha...
Fue
en ese momento cuando escuchó el grito de un cabo: “cuerpo a
tierra, todos al suelo”. Sentí primero calor, luego un frío
algente envolviendo todo mi cuerpo, y algo que se tronzaba, que,
habiendo estado regado por el río de las arterias, quedó
desvinculado y yerto. En un instante se me apareció como en un
fucilazo toda mi vida pasada. Vas a morir, Florito, me dije. Sólo me
atreví a proferir un grito:”Ay, Virgen de la perpetua angustia”.
De pronto me vi izado por los aires. La explosión fue tan violenta
que se llevó por delante toda la albarrada de adobes y de sacos
terreros que habíamos construido. Disparan los ribadoquines
escoceses. Es la columna Walter de los internacionales. Hijos de mala
madre.
No
me enteré de más. Cuando desperté, estaba en la camilla de un
hospital de primera sangre en Talavera y al lado de mi estaba el
páter del Regimiento de San Quintín:
-Ha
sido un tiro de suerte, hijo mío, pero a lo mejor hay que cortar.
-El
¿qué, padre?
-La
pierna.
Lloré
a lágrima viva maldiciendo mi suerte. Si me hubiese estado quieto
cuando vinieron los de reclutamiento pidiendo voluntarios para el
frente, si me hubiese llamado a parte sin darmelas de macho, a lo
mejor hoy no era cojo, pero estaba escrito. Aquella bochornosa mañana
de julio marcó para mí el principio y fin de la contienda. Había
una gran desorganización y en medio del jaleo muchos no sabíamos
adónde ibamos. En la vida habíamos visto un fusil ni una triste
escopeta y las armas que nos dieron, o era de la guerra de la
Independencia, de aquellas de avancarga o carecían de munición.
Luego vinieron tres años de peregrinaje por hospitales. Del que me
acuerdo bien era el de Avila. Había una enfermera muy guapa que me
hacía las curas. Nada más tocarme aquella moza con sus lindas manos
acariciadoras y mirarme de soslayo con sus ojos celestiales, el sexo
apagado resucitaba, se me levantaba todo mi cuerpo hasta la propia
pierna que me segó en el obús, quería latir, echar para delante.
Gracias a ella no me vine abajo, pero nunca e vuelto a Quijorna, que
es para mí un lugar maldito. Los hados aquella mañana no me
confirmaron en la dicha de los escogidos, sino todo lo contrario; a
partir de ahí se desencadenó sobre nuestras cabezas la malandanza.
Los
senderos de la mística, al igual que los de la milicia, son
escabrosos, pero cuando se tienen veinte años casi se desconoce la
ruta y el camino que sólo se intuye. Uno es inconsciente del
precipicio sobre el que se ciernen nuestros pasos. En tiempos del
almocadén victorioso recibí todos los honores de caballero mutilado
y hasta me dieron un empleo: factor del tren metropolitano y fui
puesto al frente de una garita donde se expedían billetes. El
almocadén no tenía que haberse muerto nunca. No me importó
servirle ni derramar la sangre por la causa que defendía nuestro
jefe, el cual, desparecido, mudó nuestra fortuna con la llegada de
los renuncios y los cargos de vindicta. Los derrotados pasan factura.
Entonces no tuvieron cojones, perdieron, y ahora nos vienen con
reclamaciones y monsergas.
De
caballero mutilado, fijate, he pasado a ocupar el puesto de jodio
cojo. Nos han rebajado de categoría. Nos degradaron sin respetas ni
alcurnia ni méritos de guerra, derechos adquiridos, tienen sartén
por mango, se han arrogado la ley, aunque todavía su versucia no les
aconseja alacridades y andan con tiento para con nosotros,
conscientes de que, si otra vez nos liamos a tiros, otra vez
perderían el sombrero y saldrían de naja, con el rabo entre las
orejas. Deben de ser los hados hespéricos los que están de nuestra
parte aunque nos hagan sufrir.
Florentino
era un místico en realidad y esa santidad suya, de la que no hacía
alardes, lo había convertido en un gran intuitivo. Conservaba toda
la hiper lucidez de la iluminación interior. Me llaman el cojo de
Mamblas pero yo nací en Ontiveros como el fraile reformista, a
veinte minutos de acá en el coche de línea. La Dorada tendió los
pliegues de su manto tejido en los batanes célicos con tisúes de
misericordia y quedé a salvo, pero no es que se lo tenga que
agradecerselo mucho, la verdad; mejor hubiera sido que el tiro me
hubiese dejado seco, la vida que he vivido no se la deseo a nadie.
Hombre,
no te quejes. Tu buena paga, y tus buenos cigarros puros hasta que te
dejaste la cigarra, de tarde en tarde una visita a los monumentos.
-No,
señor. Yo nunca lo probé. Muero cojo y virgen.
-¿Qué
cosas tiene Vm, Floro.
-Pues
si te digo que es de lo único que se me va algo de ansia, y ahora me
arrepiento. Tenía novia para casarme y con lo de la pierna también
la perdí. Luego me acobardé. Yo no estaba en condiciones para
apeldar con responsabilidad semejante. soy muy mirado para estas
cosas.
Su
aspecto era el de sacerdote, pero había perdido la fe. Su usura le
llevaba a decir verdaderas barbaridades de la monja que lo cuidaba.
Yo luché por defenderlas, yo perdí la pierna por su causa y ahora
he descubierto que todo es una engañifa. Sólo tienen un altar para
el dinero y profesan la avaricia por religión. Ojalá aquella bomba
me hubiera cercenado no ya la extremidad inferior, también el cuajo.
-¿Cuántos
años tienes, Florentino, cuanta luz ha caído derramada sobre esos
ojos de autillo?
-Ochenta
serán los próximos que cumpla.
-Hay
que tener resignación. Ya sabes: el dolor purifica.
-Esos
son bobadas. Las penas te vuelven o más gilipollas o más hideputa.
Yo soy conozco, lo reconozco, pero la pata chula me ha convertido en
un cabrón con pintas. La arcera a las que nos sube la desgracia a
los imposibilitados no es un coche de punto. Cuanto más viejo, más
pellejo, y cuanto más lacerias, peor. Nuestras mermas y nuestra
llagas van en contra de la armonía natural. Está claro que cuando
era joven e idealista no pensaba así, pero una vida arrastrandome
con muletas o sobre una silla de ruedas me hicieron cambiar de
opinión.
Hablaba
las cosas como son con la impasibilidad objetiva del profeta que se
ve a sí mismo como un pelele y su acento rotundo de perdedor era
apodíctico y convincente. Mi pierna quedó enterrada en un trigal
de la Despernada, caray con el nombre, pero en la teología hay
númenes y claves que explican el decurso de los acontecimientos, era
un aviso, me la arrancó mi infortunio o los hespéridos dioses
vengativos. O, a lo peor, porque así estaba dispuesto que pasara a
expensas de la pura casualidad. El sol de aquella llanada azotando de
firme los caballones, los surcos y las tenadas, habíamos ido a
guarecernos a la querencia de una paridera, y fue allí donde nos
cascaron los artilleros de la columna Walter, qué vendrás a tomar
el té con la reina, quia, y el vino de Navalcarnero tampoco me peta,
desde entonces no lo pruebo nunca y cada vez que se cruza un inglés
en mi camino me pongo malo, ¿qué vinieron a hacer aquí aquellos
valentones brigadistas ? ¿qué se les perdió en nuestro suelo, me
cago en su reina? Después me dieron la laureada. La gloria sucede a
las cenizas y mi pierna la enterraron en el osario del cementerio de
Brunete, según me dijo uno de mis camaradas que de aquella salió
teniente. Era mi quinta angustia. No he nacido para otra cosa que
para ser cojo ¿qué te parece? Vivo una residencia del Barrio Húmedo
pero un día fui un héroe. Florentino, tú dispara, decía el
compañero. Ya vienen, ya vienen. Joder, ¿por donde? No los he
visto. Malditos rojos. Hablan el chauchau pero cuando tenían que
decir un taco blasfemaban en romance. Así eran de pistonudos. Los
moros, en cambio, nunca juraban. Se limitaban a sonreír o lamentarse
sentados en cuclillas aferrados a la “novia”(el mosquetón),
aceptando, fatalistas la voluntad de Alá.
Me
llevan en la arcera como llevaban a los sacerdotes de Júpiter ya
ancianos, envueltos en su laticlavia, y paso los puertos en mi
carruaje de lisiado y las montañas. Cruzo los gollizos de la
paramera con sus gargantas allí donde el paisaje se descuelga con
trazas de cíclopes y atlantes, que un día fueron colonos de este
mundo, sus cuchillares y sus gargantas. Me atizaron en Brunete, me
dejaron renco, lo mismo da, y ahora queréis que yo sea amable, que
os sonría a todos al pasar. En la iglesia me sentaba en el banco de
las autoridades, y el monaguillo, nada más pronunciar aquello de
“digan ustedes la confesión general” me venía a darme a mí el
primero el agnusdéi de plata y luego la epacta. Yo creía que los
curas incluso me iban a donar a perpetuidad una hornacina en mi
parroquias de Mamblas como mártir de la causa, pero me engañaba. A
nuevos añalejos, otros trebejos, y otra iglesia, otro santoral. He
dejado de ser caballero mutilado para englobar el suerte de los
jodidos cojos que arrastran su pata de palo por los caminos de la
patria. Me han bajado a tercera división. Pero los santos estamos en
la obligación de ser amables, en la vida quejarnos. ¿Me escuchas,
te estoy hablando, librero de los cojones?
-Te
escucho, Florito, aunque tengo que estar al santo y a la limosna. Ya
vemos lo ingratos que somos, los libros en los que tus gestas se
propalan no los quieren nadie.
-Toma
porque no es más que literatura. Mentiras y gordas.
-Mucho
más mienten los de la política.
-Pero
ahí están. Siguen haciendo el despeje plaza. Carlitos el del bigote
y la sonrisa de conejo ha nombrado nuevo gobierno. Tres ministras van
a tres carteras ministeriales. Evacuó consultas con Hécuba Piños.
Sería impolítico no ser feminista.
-Vanidad
de vanidades. Aquí no superamos el atasco de la frase hecha: “entran
los de Arrese, salen los de Solís”.
Hablaba
con convicción aunque sin apresuramiento. Le resultaba difícil
entender el por qué de su abandono. Buscaba el hilo de Ariadna
entretejido en la caótica pleita de las vidas de cada cual y allí
se perdía al no encontrar sino absurdos.
Su
pierna quedó enterrada en un llamazar de la Despernada. Nada tenía
ilación ni lógico, nada en su vida casaba con nada, al echar la
vista atrás, que el futuro no le asustaba; no le quedaba futuro.
Había nacido para renquear y ahora vivía en una residencia de las
hermanas de los pobres cerca del barrio húmedo. La muerte no
tardaría en llegar.
Cada
vez que iba a Arévalo me abría las puertas de su corazón de par en
par, antes de echar la cortina para siempre.
-No
puedo ver a la puta monja.
Su
salud física había entrado en barrena de resultas de un accidente
que tuvo en el seiscientos tras el cual quedó averiado de la pierna
sana.¡ También es mala pata! Como le dijeron que a lo mejor se la
tenían que apuntar nuestro amigo se lió a juramentos, no como un
silla ruedas de la tercera edad sino con la vehemencia de un recién
entrado en quintas.
-Cago
en tal, yo no paso por la toza otra vez más. Antes me mato.
No
eran bravatas aquellas palabras sino ciertas amenazas de suicidio. Al
poco la emprendió con la novicia que le cambiaba los apósitos a la
que acosó sexualmente e hizo proposiciones deshonestas:
-No
hay infierno, sor Dominga, y, como el cielo está vacío, quien nos
priva a usted y a mí de pasarlo bien. Mire cómo tengo el cacharro,
hermanita.
-Muy
ruin, Florito.
-¿Es
que los ha visto mejores, tía zorra?
A
sor Dominga se le subieron los colores a los mofletes, miró para el
techo con un gesto de resignación. Cuidar a los viejos rebeldes se
había convertido en la más dura prueba de toda su carrera
religiosa, una prueba que le deparaba el cielo. Estuvo por
contestarle que si seguía con sus tercas guarrerías le iba a
limpiar el culo su madre, pero, en vez de tal exabrupto, siguió con
la tijera, la gasa y la pomada.
-Los
he visto- repuso la religiosa, que era de armas tomar y muy
desenvuelta, ya que tras lo del concilio en las congregaciones
cortaron la tela del hábito hasta la rodilla, y sustituyeron la
cariñana rigurosa por una simple cofia. Resultado: quedaron más
feas y las abadesas dejaron de gozar de aquel atractivo sexual de los
evos pasados, aunque se cuenta que en ciertos conventos progres la
religión no es lo que era, y se alza la mano para que algunas
claustrales utilicen la píldora anticonceptiva y puedan ir a las
discotecas.
-Vaya,
vaya, así que tú también te diviertes y le sacas partido a lo que
de bueno nos da la vida.
-Soy
enfermera, pero la mujer se queda en esa puerta y aquí sólo pasa la
monja. Tendría que tener cuajo.
-Haga
su labor, hermana, pero le ruego que no se le vaya la mano con las
tijeras. Aunque desvencijada, no me queda otra.
Era
el más díscolo de toda la residencia y habían amenazado con
expulsarle del centro, pero él decía que si no lo hacían no era
por caridad sino por dineros. “Me dejo aquí todos los meses mis
buenos miles de duros”. Chocheces de Florentino.
Yo
veía en sus ojos color tabaco una tristeza destructiva y a través
de los bifocales la mirada del mutilado enfocaba hacia un punto
inconcreto de una desesperación antigua, algo que no tendrá
solución mientras el mundo sea mundo, porque esto no se arregla.
¿Adónde se habrá metido el maestro de justicia? Era una
desesperación que yo también compartía. Sin reparar en ello, me
estaba convirtiendo en el hermano de aquel veterano de una guerra en
que se proclamó vencedor pero al que una postguerra larga, tediosa y
envenenada de odios, había señalado como perdedor al albur de
aquella bramadera infernal . Yo también era un vencido cuando cada
martes metía en mi coche un par de maletas de libros de calidad,
colocaba los apeos o burros para montar el tenderete y los exponía
bajo los soportales de la plaza. Me daba cierta vergüenza al
principio pero luego al caer de las pesetas -tan sólo en una ocasión
no vendí ni un ejemplar- me desembaracé de ese reparo.
“Aquello
ya pasó, tuvo su tiempo, era bueno para entonces, pero ya nada”. Y
se presentaba Florentino en el carrito de su derrota, mirando para mí
con ojos observadores, casi amenazantes de mochuelo de las encinas,
como una especie de arcángel maléfico, heraldo de la desdicha y de
la nada que nos circunda.
-Libros
¿para qué? No hacen ninguna falta. De grado los quemaría todos.
Había
en sus gestos una grandiosidad trágica, algo que recordaba al
panteón de los Inválidos de París o a las murallas de Ávila. “A
través de esa mirada con que bieldas mi nostalgia por algo que no
pudo ser”.
-Tu
fracaso es mi fracaso. Yo también he sido como tú un soñador, un
falangista.
-¿A
qué vienes a este pueblo?
-A
reclinar mi alma. Es la que más amó, nuestra reina, la reina de
España. Aquí se fraguó la unidad nacional que intentan malograr
los de la infausta clase política. Si te cuadra, puedes entender que
no me mueve a subir hasta aquí el ánimo de ganancia ni el lucro.
Esto es el principio de una hégira, de una peregrinación cargada de
simbolismo místico.
Se
cuadró ante mí incorporandose sobre el hule de su silla de ruedas
automotriz, finchó un tanto los carrillos y en ese momento mi
interlocutor dejó de ser un autillo que yo conocía para adoptar el
careo y las maneras de una clueca. Parecía una fantasmal nave romana
que surcara los océanos sedimentados de la meseta (otrora Castilla
fue mar) dejando un surco rozagante de espumo tras el aplustro de
popa:
-Aquí
no hay nada. Sólo retórica. El sepulcro de María de Guevara está
vacío, la casa de doña Germana de Foix, hundido, lo mismo que el
palacio del contador Cuéllar, donde vivió el alcalde Ronquillo y
que estos legaron a los jesuitas para que estableciesen su primera
sede central en la tarraconense.
“Pingües
et bona pota”. Me imaginé a la segunda mujer de Fernando de Aragón
de banquete en banquete y con tanta inclinación al traguillo que
dormía con una jarro de mosto entre los dedos y la tenían que
recoger por los pasillos, estaba como una cuba y a aquel joven
vizcaitarra algo inquieto que fue del cortejo de los seises, una
recomendación del duque de Nájera lo trajo a la corte de Isabel de
Castilla, fue pendenciero y algo enamoradizo, nada comunero y
caballeresco de mentalidad. Conseguiría por su carácter escasas
amistades, ya que era retraído, orgulloso y pagado de sí mismo.
“Tú
tienes la cifra que me clava a estos tesos circundados por la
tristeza clara de las vegas de dos ríos, Arevalillo y Adaja. Me
llenas del ansia de España”. “Bah, retóricas que pierden mi
alma”.
-Mi
lesión fue un sacrificio baldío. -dijo el Cojo de Mamblas- ¡Mira
que haber ofrendado yo mi vida para esto! Pero la culpa la tienen los
curas. José Antonio, que fue mi líder, vio el peligro y ya
postulaba una iglesia nacional, independiente de Roma.
Sus
palabras de un brío lapidario expresado en un tono de voz
angustiosas valían tanto como el vaticinio de un profeta del
desencanto y yo venía a la villa de los siete linajes a perderme en
su historia empapado del espejismo de una gran danza heráldica de
boceles, riostras, barras siniestras y lambeles de bastardos y
segundones, roeles y escusones, emblemas de la guerra, el coraje y el
valor. Sin darme cuenta me dejaba abrevar por una quimera. Con mis
libros a cuestas volvía a la caza de seres fantasmagóricos: el
aguila de dos cabezas, la hidra, la sirena, la arpía, el unicornio,
el ave fénix, la esfinge y el centauro.
Las
baladronadas de aquel pobre mutilado, de una residencia de la tercera
edad, eran las voces, la prosa sin peinar, el trasfondo de la poesía
que otros proclamaron, de los caídos por Dios y por España. Todos
mis blasones se derrumbaron con lo que me dijo Florentino. Sin
embargo, aquel paisaje berroqueño que rodea a la plaza, y que nunca
me cansaré de mirar, deformado por mi entusiasmo por la arqueología
y mi vocación romántico por el pasado, sin lograr abarcarlo
plenamente. El emanantismo castellano, esa constante advertencia
trascendente, se nos escapa, aunque nuestra religión tapizada por
encima de catolicismo barroco encubra las verdaderas adherencias
ancestrales del culto sincretista y pagano.
En
el antiguo emporio de los arévacos he sentido con frecuencia que mi
verdadero dios no es el que es grande en el Sinaí sino Baco, puerta
de Jupiter, y mis constantes visitas a las Angustias, abuela
venerable atalajada de rico manto y siete cuchillos de oro al pecho,
eran una excusa para venerar a Cibeles, pero no lo encontré de
aquella endecha: mi amigo Floro el falangista acababa de matarse.
PRIMER
VIAJE
El
vagón olía a desinfectante y a una humedad veraniega. Las paredes
de la estación bajo la marquesina que irradiaba los rostros de luz
irreal eran blancas. Miró el gran reloj de esfera exaltado al
armazón de la gran mampara.
Cierta
expresión inquietante se apoderaba de los rostros. Un enjambre de
maleteros que empujaban la carretilla, embutidos en sus saharianas
menestrales color mahón y fumaban cigarros en un día hermoso de
junio.
Las
rosas de Madrid estallan de una fragancia alegre y a la vez triste.
Recordaba
las tardes sin amor, o esperando su llegada. ¿Quién será? ¿Cuándo
vendrá?
Yo
no me casaré. Nadie te querrá. El viento triste desparrama sus
ráfagas.
Colmaban
los vagones un tropel de estudiantes.
Es
un tren largo.
Mi
padre, vestido de caqui, era todavía un hombre joven, de gesto
risueño y de manos grandes cubiertas de pecas. Tenía el pelo de
azafrán. El color de su tez bermeja llamaba la atención.
-Dame
un cigarro, papa.
-Ten.
Pero no fumes, hijo. No fumes, que es malo, dicen.
-¿Y
tú?
-Bah
hizo
entonces un gesto característico.
Pobre.
Moriría de enfisema sólo veintinueve años después.
Había
empezado a fumar yo por aquellos días
CAPÍTULO
I
11
de mayo de 1998
EORERQZ
Iεσuσ
Xpiσθoσ θεoσ
Querida
Pickle:
Ya
ves. No sabía como llamarte, hija donde quieras que estés. En
cualquier caso, me dispongo a realizar este ensalmo epistolar en la
esperanza de que por un milagro de la telepatía , o una de esas
casualidades, de esta sociedad confluente, afluente e interactiva,
que nos embarga ( verdaderamente, nunca ha estado la gente tan lejos
y tan sola en medio de tanta comunicación) escuches las notas de
este clarín desafinado o melodía sin compás con que convoco a
las fuerzas telúricas. Siempre tiene esperanza el naufrago al
arrojar a las olas la botella. ¿O no?
Yo
te saludo desde el umbral de mi senectud. No quiero un campo epinicio
pues lo de “morituri” se lo dejo para mis enemigos, sino una loa
a la vida, y un canto al amor, que quede para la posterioridad,
aunque, sin alharacas, ni excesivas pretensiones. No he sido un
hombre acomodaticio, ni poeta laureado, ni ando con las camisas y los
vuelos de los capotes del revés, siempre, al sol que más calienta.
Bogar contra marea no proporciona más que sinsabores, hundimientos y
derrumbes. Pero, con todo, me considero un elegido de la Fortuna. Fui
de los pocos que conocí el Amor.
Presiento
en todo esto algo anormal, una judiada que vino a hacerme el Destino,
o mi Mala Pata. No fue justo vivir en este alejamiento de ti. La
vida por ese cabo me ha tratado bastante mal. Pero ¡qué se le va a
hacer!. Ya no hay remedio. Por mi mala cabeza acaso lo merecí.
Pickle
D́Onion (capullito de cebolla), tan francés, fue un nombre que
salió de labios del abuelo Gaspar, porque es lo que parecías la
primera vez que te vimos: un capullito rojo al poco que te trajeron
de la maternidad de Croft West, allá en la provincia del Ásciro.
Dios sabe ahora ¿por dónde andarás?
Tu
madre tuvo un parto muy largo y laborioso - no precisamente una hora
corta - y tu padre aquel día se impló a cerveza negra en una
taberna de Eboracum, para no faltar a la costumbre. Ese malhadado
hábito, esa funesta inclinación que llevo dentro, que a veces es
como si un diablo viniese y zas, te vas abajo; de repente, se apodera
de tu albedrío, sientes cómo la mente se atora, el entendimiento
se nubla, dentro de una laxitud muy rica y agradable, al principio:
al final, un suplicio. La voluntad se me embota. Ese duende que llevo
dentro empieza a gritar cosas raras y a reírse de mí haciendo
momos, en un alarde de carcajadas, que son como estampido, que se
clavan adentro igual que puñales. Es el delírium tremens. ¿Nunca
has escuchado las risas estentóreas de Satanás?
-
Estás condenado. Ya no podrás salir jamás de esta. Ya no te me
escaparás. Eres mío para siempre.
-
Dios mío, no voy a probar ni una gota nunca.
Pero
a la semana siguiente, al mes, o al año, vuelves otra vez al trago.
Erifos va, y te da una de sus peligrosas palmadas en las costillas.
Siempre se sale con la suya. Le encanta hacer sufrir, porque tiene
bastante de masoquista, al perdedor. Es un abrazo de Judas con
redoble. Un beso mortífero. Acabas viendo una jauría de sapos y
culebras en el fondo de la copa que estás paladeando. Notas asco,
pero, al cabo vuelves. Los médicos te dirán que eres dipsómano,
puesto que aborreces el espíritu fermentado, pero se trata de un
aborrecimiento parcial, intermitente. No buscas en la bebida el gusto
sino los efectos. En el fondo, lo usas como una especie de suicidio a
rachas, porque te falta valor para arrojarte desde un sexto piso.
Este
diablo que me domina lo llaman
Erifos ( que
en griego viene a ser lo mismo que cabrito).
Erifos
es un huracán que sopla sobre los páramos de mi mente, sin que, una
vez desatado, sea capaz de controlarlo.
Más
que cabrito yo llamaría cabrón al tal Erifos, porque es mucho lo
que me ha hecho sufrir con sus alharacas infernales. Hace momos en
los adentros. Me gustan sus mohatras, pero al sumirte en sus halagos
entras en el mundo de lo falso. Te vas deslizando hasta el abismo.
Tu
madre, que fue lo mejor que me ha ocurrido en mi vida y debió bien
conocerme - ella me amaba, y el amor, que allega conocimiento, a
veces es ciego, otras, clarividente y sabio en el despliegue de ese
conocimiento que trae consigo aparejado dolor, porque el amor es la
suprema fuerza del mundo -mucho debió de sufrir cuando Erifos se
apoderaba de mis entrañas; hizo una radiografía que retrata mi modo
de ser, que ni clavada:
“There
are two Genadies I know. The nice one and the bad to worse“.
Nadie
como ella supo pronunciar mi nombre: Genady. Genady.
El
sueño voló. Sólo queda un nombre, All Queen, y es el mío: Gonete
Verumtamen.
Tal
sentencia me define de forma inapelable en las dos personas que
conviven en mí. El puro, y el indeseable. Dentro de todo esto debe
de haber un ángel y un ser infernal, pero no soy yo, cuando esto me
sucede, sino el canalla cuyo nombre no quiero ni mencionar que, al
enseñar la pata, todo lo tumba y arrasa. Padezco asimismo traumas de
doble personalidad .A veces la pugna, porque sendas tendencias andan
siempre a la greña en lo más íntimo de mi ser, es tan intensa que
me desquicia. El alcohol es un tirano de hábitos en círculo, que me
mira con su ojo de Cíclope. “It is a round about”. Montas en el
caballito desbocado y no sabes dónde acabarás. Te encuentras
justamente pegando vueltas en un maldito tiovivo. Besas al jarro, y
luego vienen los golpes, trillas la parva y te mareas. Eres el molde
mismo del laberinto. Todas las calles se entrecruzan. Todas las
farolas son hermanas, cuando te mareas, y los caminos son los mesmos:
no conducen a ninguna parte, cuando te aferras al volante y la mirada
parece que se abocina a la entrada de un túnel oscuro. Suben y bajan
los monstruos por tu cerebro, unos tienen cara de cerdo, otros son
perros y ves doble. Ya estoy harto de tanta maldita diplopía.
Lo
he intentado todo: Alcohólicos Anónimos, colocar un diente de ajo o
una rama de dragontea, que pone en fuga al demonio, o atiborrarme de
tronchos de berza y matas enteras de betónica, hierba esta de la que
aseguran que el que le probare jamás será vencido del vapor
etílico, por más que libe. Dionisio es de entre las deidades del
Olimpo la más traicionera. Yo lo sé por experiencia propia. Su
legado, Erifos, ha conseguido lo que nadie pudo hacer con tu puñetero
progenitor, dulce All Queen: meterme en vereda. Sin embargo,
necesito beber. En los grandes días, y en los mínimos. En las
epifanías maravillosas y en las cárceles lóbregas. En bodas y en
bautizos. No te creas, All Queen, que es moco de pavo, ni grano de
anís, cuando tiran de mí en dirección contraria los dos vectores
anímicos.
Poor
Genady. He is getting old, and fat, and toothless. Living in exile.
With a wife who is not his wife, and with sons which are not his own.
The only thing he does passable is getting pissed all the times.
Pues
en esas estamos, que uno no sabe ni qué decir ni que pensar, pero
esta flojera de voluntad que Dios me ha dado me subleva .
Las
palabras de tu madre- recuerdo todas sus frases, todos sus gestos,
excepto lo relacionado con aquello que tiene que ver con los
sentidos, porque el amor nuestro era un amor del alma, algo que nos
se agarra. Aquellos que tenga las potencias volitivas embotadas por
la carne jamás lo podrán entender, porque detrás de esta historia
que yo te quisiera contar descabezadamente y a coletazos soy
consciente de que me dejo en el camino jirones de piel y habrá cosas
que no pondré porque no seré nunca capaz, porque los sentimientos
causan dolor y los de la amada mucha más, pues son como un espasmo,
y forman parte del alijo que el ser humano se lleva consigo a la
tumba. Algo tan puro y tan excelso como de aquel sentimiento del cual
los dos comulgamos nos sobrevivirá. Y está , ciertamente, en la
sonrisa, esa sonrisa de iconostasio o de madona en majestad desde la
cual tú me contemplas a todas las horas, porque aquella foto que me
mandaste en el año 87 en la cual estabas en un jardín rodeada de
flores, representa para mí no ya un valioso recuerdo, sino,
plenamente, un tesoro vivo.
Algunas
veces siento tanta piedad por mí mismo que llamo a la muerte a
voces. Ella sería la única capaz de desembarazarme de ese “ bad
to worse “ anunciado por el rostro de la voz amada, que me conocía
a la perfección. Yo diría que proféticamente.
Liz, where are you now, dear. Qué habrá sido de ti, mi amor.
Dentro
de unos días va para veintiocho años de aquella feliz fecha una muy
fresca, casi helada mañana de mayo en que tú viniste al mundo. A lo
mejor no te gusta eso de “ Pickle D~Onion “, que del todo no sé
cómo quedará en inglés, pero en español suena a algo, aunque, por
dicho de eso, te participo que me gusta más que la sobrehúsa con
que te empezó a llamar el abuelo el nombre que te pusimos cuando te
bautizamos en la iglesia católica de la vieja Eboracum, puerta casi
de por medio de York Minster: All Queen Helén. Es un nombre
homérico. Resplandeciente. El único que te merecías tú. Desde
aquella fecha eres para mí, sin ninguna licencia parabólica, la
toda
brillante, toda reina (
que es lo que en griego y en anglosajón los dos nombres que te puse
quieren decir). Te bautizó el cura entonces, pero a lo largo de toda
mi vida yo te he bautizado con mi tesón y con mis lágrimas. Tu
recuerdo viene a ser en mi memoria como un Jordán de aguas
purificadoras, que me liberan de toda la mierda que ha habido en mi
vida. All Queen Helén, alguna vez tú sabrás lo que con esto quiero
decir. Entrarás en el arcano de los misteriosos y serás sacerdotisa
de luz . Mi
pickle d́onion.
Hoy
a lo tonto me he puesto a escribirte esta larga carta o serie de
cartas, que tú claro no leerás, pero me consuela, que esto de
escribir viene a ser un exorcismo, un resorte en la desdicha, otra
verdadera forma de vivir . Óscar Wilde decía que el arte de la
escritura es la consumación de una profecía. Siempre es acicate la
escritura en que se ponen en danza ocultas fuerzas cósmicas. Tengo
para mí que este ritual mágico y memorialista de cartas que se
dejan caer y no se envían aplacan la dureza del corazón del destino
a cuya vara estamos sometidos los mortales. Yo presiento tener la
corazonada de que estás viva y me aguija en la tarea la cuasi
certeza de saber, siquiera por barruntos, que te encuentras en
alguna parte, en algún lugar, aunque no quieras saber nada de mí.
Bueno te engañas Dont
tell me fivs, as your mum used to say, when we courtedi
Porque
sé
que en el fondo debes de pensar en mí del mismo modo que yo pienso
en ti. La fuerza de la sangre atrae con misteriosa potencia. Mentiras
piadosas. El hermoso cortejo , casi increíble para ese amor
maravilloso del que tú fuiste el bello exponente. La bella palabra
madre. Yo me sigo moviendo en esos parámetros del idealismo
romántico. Hoy casi parezco un extraterrestre. Que viene hacia ti y
actúa en videncia. Vengo al río Jordán de mi vida. Quiero
bautizarme de amor y, de tal forma, he de plantar sobre mis hombros
el blanco indumento, la excelsa veste de los elegidos al Amor. Trato
de regresar al Paraíso del que fui expulsado por una depresión
nerviosa un día terrible de la primavera del año 72. Los hechos
ocurrieron un diecisiete de marzo. Hay meses nefastos cuyas fechas
ahorcan nuestro destino. Petrarca conoció a su amada Laura el 6 de
abril de 1327, un viernes santo en la basílica de Santa Clara de
Aviñón.
Otro
seis de abril de 1347 la amada del poeta fallecía como consecuencia
de la peste.
Yo
conocí a tu madre un veinte de enero de 1967, pocos días antes de
que ella cumpliese veinte años, pero de ese encuentro significativo
haré cumplida relación por menudo páginas adelante, if
God spares me
, que
decís vosotros los ingleses. Esos rostros, esos días, ese invierno
de Hull se ha quedado grabado en mi memoria a cincel indeleble.
No
hay un día que se me pase sin pensar en algún momento en ti. ¡Qué
cosas !Sin embargo ¿ Sabes ? Eso consigue hacer un poco más
llevadera la existencia que es por otra parte un tanto anodina y sin
color. Hay poco aliciente y menos ambiente. Soy un hombre colgante,
el dangling
manii
de
una bonita novela de Herzog,
el
escritor neoyorquino que trata de la espera a ser llamado a filas de
un mozo del reemplazo de 41. Es el hombre que pinga sobre el abismo,
ajeno a su suerte. No sabe si lo van a matar. Desconoce si lo
declararán excedente de cupo. Barzonea por las calles de su barrio
sin apenas qué hacer. Se echa algunas novias. Lee ciertos libros. Se
impla de vino peleón eso que denominan los gringos “ bourbon”.
Para combatir el aburrimiento y la incertidumbre de su vida visita
algún burdel. Ello no le hace menos desdichado. Pero este “ hombre
colgante “ es mi autorretrato. Yo soy el “ dangling man “. Un
hombre apático de andares cansinos, los ojos que miran perezosos,
como si mirar estuviera trascendido de disnea, harto de ver siempre
lo mismo, cansado de idénticos golpes. Gandul
que no has hecho otra cosa que lamentarte en la vida. Eres un ser...
So ser. Cacho perro. Eran
las palabras de malquerencia que tuvo para conmigo la que dicen que
me trajo al mundo. Porque
La Visi
aparte
de que me maltrataba de niño, que mi infancia fue un calvario de
humillaciones , postergaciones y de sufrimientos, profería de mí
tales burradas y otras por el estilo, que en este país en el que
eché mi primer alhorre y donde empezaron a medirme muy temprano las
costillas, las mujeres son muy duras, que, por dicho de eso, la
catolicidad no está reñida con la crueldad y la vida es a la vez
primaria y complicada. Porque debajo del ala blanca de la paloma se
esconde la garra colorada del buitre. Sólo dos mujeres me dieron ese
cariño del cual siendo yo huérfano desde la cuna. Tu bendita madre
de la tierra: la dulce Elizabeth y tu bendita madre del cielo - que
también lo ha sido mía como lo será tuyo siempre - María de
Nazaret. Su predilección y su favor de esta Gran señora Nuestra es
lo único que te puedo legar por herencia. Ella guiará tus pasos
hasta la hora de la muerte.
Por
las trazas, pues a uno no lo van a dejar aquí para simiente, yo
aguardo la llegada de una Dama inexorable que no jamás falta a la
cita. Que más quisiera yo que darle plantón A nadie perdona ni
olvida. Ninguno se le escapa sea pobre, sea rico, bueno o malo,
hermoso o desagradable, negro o blanco, hombre o mujer. Ya me
entiendes a quien te digo. Toquemos madera. Soy un jubilado o
prematuro anciano de la España fin de siglo. Me han dado por inútil
total con lo que me asiste el derecho de un cien por ciento de paga.
Que España, por mucho que nos quejemos, y sus enemigos de adentro y
de afuera, gusten de colocarla en berlina, no es un país que esté
tan mal. Aquí se ha vivido mejor que en ninguna parte. Queda un
rescoldo de justicia social que los laborantes como tu madre y yo nos
ganamos a pulso. Hombre, el mundo no es perfecto, pero Dios bendito
está arriba. Pero esa inquietud, ese desasosiego, ese afán de
conseguir y de burlar, no nos deja a veces sosegar. Todos los pueblos
tienen sus virtudes y sus defectos.
Dicen
algunos que estoy loco . Puede que de eso algo haya, pero no estoy
del todo de acuerdo con el diagnóstico. Sin embargo, y mira que es
axiomático lo que dicen que no hay mal que por bien no venga, el
veredicto inapelable del loquero ha sido válido para recabar un
sueño que acaricia el deseo de todo mortal: vivir sin pegar golpe.
Razón llevaba tu madre cuando me decía:
-
My
dear husband always lands on his feet.iii
No
pronunció, la verdad sea dicha, una frase tu madre. Formuló un
augurio que se ha cumplido al correr de los días. Aterriza como
puedas. Lanzate al vacío de una vez ¿ Será verdad que he nacido de
pies? Por las trazas, mis descomedimientos insensatos hubieran sido
capaces de dar con mis tristes huesos en presidios. De galeras me
libré. No he cometido asesinato aunque estuve en medio de alguna que
otra pelea fruto de mi talante exaltado y colérico, pero la Virgen
no permitió que mi desesperación me hubiese arrastrado al
orcum
infame
de los precitos. No sé de qué me quejo. Estoy en mi casa tan
ricamente escribiéndote oyendo entonar su melopea a los ruiseñores
de la urbanización en el jardín trasero. Tengo una mujercita que no
es precisamente un dechado de perfecciones ni de delicadezas - esa
batalla la her perdido desde aquella mañana del 17 de marzo cuando
fui expulsado a ese lugar de fastidio y de malas caras que se llama
la Laguna del desamor - pero mis hijos comen. Tengo todo el tiempo
del mundo para escribir y leer que es lo que a mí verdaderamente me
entusiasma. Soy un parásito a costa del erario. Así y todo, estoy
disconforme. Me pimplo por los bares de mala muerte. La dulce Virgen
me ha ahorrado el suplicio de más de una puñalada, porque , ebrio,
pierdo el control y no sé lo que digo ni dónde estoy.
Soy
un perdedor, ya lo sé, pero un perdedor sin culpa. Mi suerte me la
he labrado yo solito. Esta cara de abad gilipollas la he ganado a
pulso por mi falta de discreción y sobrada inconsciencia. Vinieron
las lamentaciones y aquí estoy yo dandome de bruces contra el muro.
Ten misericordia de mí, Alquinnhelén. Perdóname por haberte
abandonado cuando tenías sólo dos años.¡ Dios Santo, cien vidas
que tuviera, nunca sería capaz de expiar esa culpa! Estoy
arrepentido. De verdad que lo siento pero el psiquiatra de turno me
ha dicho que yo no llego a ser responsable de mis actos. Por eso me
expulsaron del trabajo, mis hijos me desdeñan y Lamialuba me da
perra vida. ¿ Has oído hablar de mujeres maltratadas ? Pues , si yo
te dijera que existen paralelamente maridos maltratados , yo estaría
en ese cupo. Todo es al mismo tiempo muy sencillo y muy complicado.
Virgen Santísima, te doy gracias por haber salvado a este pecador de
todos los castigos que merece. No tengas en cuenta mis miserias sino
tus intercesiones ante Dios, que para eso eres Madre del Salvador, y
madre de todos los creyentes. Amén.
Ciertamente
no le puedo estar más reconocido al régimen democrático y al
gobierno de Su Majestad Juan Carlos I. Tengo todo el tiempo del mundo
para soportar el naggingiv
de
la parienta, que menuda es esta Lamialuba que ese es un nombre de
pila ,( muy poco se parece a tu madre, la bella Elizabeth Howells, a
la que tanto amé, y echo de menos tanto como a ti, y tampoco hay día
que viva sin un instante para el recuerdo porque si en Liz encontré
la ventura y la dicha en Lamialuba, que hace buenas migas con la
Visi, que parece que andan a partir un piñón y parecen salidas de
un molde para cumplir un funesto designio sobre mi persona, pobre de
mí, pero, Dios sea loado en su augusto trono de estrella que a
ninguna ni a otra reconozco por madre y esposa) escribir y leer.
Si
no fuera por los libros y el consuelo de las bellas letras, y el
recuerdo de aquel amor de juventud y del cual tú naciste, y del
que tú eres un bello exponente, porque la fotografía que me
mandaste en el 86 al cumplir los 16, ampliada, preside la pared de mi
escritorio, a lo mejor la vida no mereciera vivirse. Bueno, sí ;
están las rosas que, por cierto, ya han coronado por aquí. Todas
las mañanas , cuando me levanto echo un vistazo al pequeño jardín
para mis rosas fragantes y para mis tiestos. Es un leve toque de
poesía que me libera de la vulgaridad y la ramplonería que hoy por
todo el mundo impera. Sin embargo, este moscón les puede con sus
jeremiadas de cuerpo presente, con sus exabruptos y retahílas.
Un
bello amor, que no un buen morir, toda la vida honra. El idilio que
vivimos tu madre y yo fue demasiado puro para que el limo de esta
tierra lo contaminase. Hoy en el recuerdo es una sombra etérea. Hay
pocos hombres y mujeres que ya con un pie en el peldaño de la
escalera de un nuevo siglo que adonde nos llevará, cualquiera sabe,
sean capaces de decir lo mismo.
Aun
ni sé como hoy once de mayo, que por cierto es el cumpleaños de
CJC, uno de los autores por los cuales siento a la vez más
admiración y repulsión. Yo le hice en el 72 una buena entrevista.
Tengo “ La Colmena” por él dedicada y una foto en la cual nos
proyectamos los dos estantes hacia la cámara cada uno mirando para
distinto lado. Es a la vez divino y soez. De una ternura y una
circunspección notable. Lo que más me sorprendió en su persona fue
que hablaba en el mismo tono y se expresaba en los mismos giros que
mi pobre padre, esto es tu abuelo paterno al que tú nunca llegaste a
conocer, pero él a ti sí, que te tuvo varias veces en brazos y uy
que voces pegaba para su nieta cuando vinimos de Londres a pasar un
verano para que mi familia te conociera:
-
Hija, hija. Mi bollo de oro inglés. Mi mantequina de Soria.
Cela
es el talante. el talento y el contrapunto. Así, a secas. Es la
inteligencia y la agilidad de lengua para dejar en el sitio a
cualquier interlocutor. Lo admiro. Hay que reconocer que es un tío
muy listo; porque en una profesión en la que los más criamos caspa,
desdenes y desconsideración y los mayores fracasos, él no sólo se
hizo famoso y archimillonario. Eso sí, diciendo siempre lo mismo o
casi lo mismo, pero lo sabe explotar. Un profesor mío cuando
estudiaba bachillerato que me suspendió por cierto y no se lo
perdono aunque lleve ya muerto hace muchísimos años, y por todo lo
falangista y por todo lo hombre de Elola Olaso que fuera, decía:
-
Sí. Sí. Muy bien. Pero Cela no es novelista.
-
Pues amén.
-
Es un manierista.
-
¿ Qué es un manierista ?
-
Será todo lo que quiera, Sr. Magariños, pero ese gallego de Padrón
maneja el castellano tan estupendamente como usted el latín.
Por
llevarle esa contraria, pues que me puso en la lista negra el tío .
Fíjate. Que en este país unos nacen con ventura y otros ventrudos,
que siempre les persigue tanto la desgracia como el dolor de tripas
de estos hijos pródigos de la Fortuna, y yo he sido algo escarolo.
Un escarolo es lo que soy, que siempre mi madre lo decía, y ahora me
lo dice la parienta, oye, ¿ me escuchas? Que tu padre no ha podido
hurtar el cuerpo a la desdicha. De niño maltratado he pasado a
marido al que le faltan al respeto. Todos se me suben a las barbas.
¿Qué pinto aquí yo? Ya me dirás.
Por
decir la verdad me han sacado los perros. Me han echado de tantos
sitios que ni se sabe. Todo por esa bendita manía de no dar el brazo
a torcer, caray. Y por escarolo me pasan a mí todas estas cosas.
Yo
no sé ,Alquinnhelén, cómo diantres al cabo de tanto tiempo ( te
estoy hablando del otoño del 62) saltan aquellas memorias hirientes
y todos esos nombres a la palestra. Pero quiero contar la vida de tu
padre, del que te enajenaron sin yo comerlo ni beberlo, que aquello
causó un trauma en mi vida del que no acabo de recuperarme, puesto
que mis males psicológicos nunca se terminan. Que el mundo se me
vino abajo y estuve a punto de suicidarme. Pero ante estas cosas de
la vida sólo cabe paciencia y resignación.
Aquel
Antonio Magariños, que tanto pisto se daba, director del Ramiro de
Maéztu que se parecía a Antonio Elola Olaso. Aquí hay que
parecerse al jefe. Ser como el jefe, porque es una costumbre
inexorable entre los fascistas el que hay que contrahacer en todo al
que más manda, hasta el punto de ser un sosias espiritual suyo y, si
físico, mejor que mejor, pues no es más que el nombre de un
polideportivo. Y yo no voy a decir una misa por él, aunque Dios lo
haya perdonado, que no le guarde ningún rencor, pero fui mi primer
gran batacazo, y a lo hecho pecho, que al pobre don Antonio ya se lo
habrán dicho de misas.
Era
una eminencia en latines, sin estar a la altura, claro es, de
aquellos profesores que tuvo yo en el seminario. Un Valeriano Pastor,
un Anastasio Vallejo, un Dionisio Yubero, hebraísta conspicuo que
llevaba la cátedra de escritura. Todos ellos en lo que respecta a la
lengua de Cesar superaban al Magariños, aunque sin darse tanto
pisto. Aquellos curas sí que sabían un huevo de latín.
Pero
yo he sido un tanto escarolo. No he sabido aprovechar las
oportunidades. Porque dicen que no estoy bien , querida hija. Esas
obsesiones que se me meten. Esa falta de tacto y de equilibrio al
abordar a las gentes . Carezco de malicia. En tu país me enseñaron
a ser educado. Pero aquí, si eres grosero, te llevas de calle a
medio país. Lo de zafio por estos pagos se lleva mucho. A propósito,
el vínculo conyugal entre tu madre Elisabeth y yo fue anulado bajo
las premisas de “falta de discreción”, un eufemismo del lenguaje
forense para espetarte que no andas bien de la cresta, y que te falta
litio.
A
pesar de todo, no me quejo de lo que ha sido mi vida, insisto. Guardo
el recuerdo de aquel amor que fue una joya y que llenó de sentido mi
vida. Pocos mortales podrán jactarse de haber cruzado esa meta
inalcanzable. Te quiero, All Queen. Tú has llenado la flor de la
existencia y fuiste la mejor triaca para todas estas amarguras mías.
Si no hubiera estado enfermo, tal vez podría haber sido un padre
maravilloso para ti
-
You
are too soft.
-
I only tried to be nice, Liz Howells.
-
Genady, you will not change and in the meanwhile you ́ll drive me
round the bend.
-
Cańt cope with life, perhaps - I saidv
Yo
me pregunto a estas alturas si no fui lo suficientemente duro conmigo
mismo. Si he carecido de voluntad de vencer por lo que el vulgo me ha
tomado por el pito de un sereno. Todos se han reído de mí. Todos
huyeron. Pero la voz querida de tu madre sigue martilleando en mi
memoria hasta el punto de que daría un ojo de la cara por haber
seguido los consejos de la persona que verdaderamente me quería.
Lamentablemente no hubo “ meanwhile” ni una segunda oportunidad
ni proyecto de enmienda. Eso es lo que me dijo Liz Howells la última
vez que hablé con ella al poco de salir del hospital tras la
operación de cáncer de tiroides, y de la que creo que curó
milagrosamente gracias a la intercesión de la Santa entre las santas
con no poca ayuda de la “ Pequeña Flor del Camelo de Lazos “
.después de aquel encuentro , nuestras vidas siguieron caminos
distintos. Su imagen adorada tal y conforme la vi en aquella ocasión
es un icono atesorado en el altar de la memoria .Es que la quiero
todavía. Todo lo suyo se ha convertido en una fijación. ¿Cómo no
va uno a quedarse con el tiempo inmediato a tu expulsión del
Paraíso? Para mí el cielo - y el infierno en parte - fueron
aquellos dos años en el Yorkshire. Desde entonces los nombres de
aquellas ciudades ( Edenthorpe, Doncaster, York, Hull, Beverley)
representan la noción de una felicidad que se tuvo al alcance de la
mano y un buen día se perdió. Me siento un poco como desterrado de
aquellos nombres toponímicos. Biológicamente debo de ser español.
Pero espiritualmente yo pertenezco a Londres porque allí nacía al
amor. Tengo una verdadera fijación con su voz y con sus palabras en
mi memoria .Me obsesionan las cadencias de su acento londinense.
Quisiera que aquel momento de la suprema prevaricación no hubiese
saltado a la esfera de ningún reloj, que nada de aquello hubiera
sucedido. Dar marcha atrás en la moviola de los días, pero ya no
tiene remedio. Lo que pasó, pasó. El hombre es juguete entre los
dedos de su propio destino.
En
el seminario, aquella gente archi sapiente en latines y materias que
luego no me servirían para nada, me enseñaron a amar a Dios, hasta
henchirme la cabeza de vanas ideas. Grandes proyectos apostólicos.
Salvar a los hombres, pero nunca me enseñaron a salvarme a mí
mismo. De esta forma fui víctima de un proselitismo vacuo y
decadente. Idealismo y belleza formal fueron desde entonces parte de
mi credo estético, y ya no me puedo descolgar ni resarcir. por estos
señas , estoy haciendo guiños a la complicada estructura mental.
Llevo la inseguridad y el complejo de culpa metido hasta los
tuétanos.
Nos
formaron para ser ángeles. Pero ni media palabra de cómo era la
vida, ni la manera como hay que abordar la existencia y los hombres.
Hija, he sufrido mucho. Acaso no te merecí, pero , no por ello , he
dejado de amarte.
Tengo
la sensación de que quizás la Humanidad esté consumando las
postreras jornadas antes de que comience el ciclo del fin. No he sido
un apóstol, ni un buen escritor, ni un buen periodista, ni un buen
padre, ni un buen marido. Nada: un inútil total. Un escarolo, como
me llama la parienta. Pues mi Costilla de Adán - parece que dios
las cría y ellas se juntan- ,recogiendo la antorcha de La que Me
sacudía con la zapatilla, cuando no hacía sus mandados, llegaba
tarde a merendar, o rompí un botijo en el camino de la fuente,
prorrumpe en las mismas cantinelas, guay de mí, te salta con el
viejo perejil, que no quieres caldo, pues, tres tazas. Con todo y
eso, pienso que la vida es bella. Me quejo, reniego y soy muy feliz.
Pero
ello no quita para ser apartado a la gehena de los precitos .Ahí no
quiero estar. No. Desearía purificarme, pedir perdón por todo el
mal que pude hacer a tu madre. En revancha, otras me lo hicieron a mí
que donde las dan las toman y uno acaba pagandolas todas juntas,
Pickle. Y no es el instinto de revancha lo que me hace propalar tan
fatídico veredicto sino la conmiseración que me inspiro a mí
mismo.
Mi
situación en verdad no puede ser más patética. Vivo en una especie
de libertad vigilada. En un país al que, por desconocer, antes amaba
y aun le siga queriendo, pero cuyo descubrimiento hizo que me llevase
las manos a la cabeza. A mí, como tantos otros, nos duele España.
He conseguido entrever su faz horrible tan católica como cruel
basada en la hipocresía del doble baremo.
As
you can realize, this is not exactly a bed of roses. But a plight. An
everyday crucifixion.vi
La
vida no es exactamente in lecho de flores. Concedido. Pero por qué
la convertimos los humanos con frecuencia en una tortura mediante
nuestras relaciones unos con otros.
Estoy
cansado y triste. Mi bulimia hizo de mí un ser apático y gordo. En
cierto modo repulsivo. La falta de cariño - porque cuanto más
sufres en más hideputa te conviertes -afea y vuelve mezquinas las
almas. También produce monstruos. Repaso , en contrapartida, aquel
álbum de fotografías en las que aparezco en compañía de tu madre
y me encuentro hasta hermoso.
Me
lo dijo el psiquiatra al que me mandaron de forma irrevocable y en
toda esa crueldad de la que sólo sabe hacer gala un madrileño:
-
Tú eres una paranoico, que no vives la vida. Tú la sufres.
Me
dio unas pastillas pero quemé la receta. De desesperación, porque
de perdidos al río, seguí la vieja practica que se suele llevar a
efecto cuando a uno le desahucian: to
paint the town redvii.
Que
quiere decir: salir a emborracharse.
Esto
es una cárcel. Si uno no tuviera aliviaderos como los que presta el
alcohol. Está mal pintar la ciudad de rojo o embadurnarla de mierda,
porque te emborrachas y entonces la cagamos, pero como dijo ese
galeno de la cabeza al cual me enviaron antes de darme la absoluta yo
no soy responsable enteramente de mis actos. Al cabo de uno de estos
episodios etílicos, saltas la barrera. Te liberas de los barrotes
por más que al día siguiente te metan de nuevo en la celda de
castigo y no te acuerdes de las paridas que le soltaste a ese cofrade
de la Hermandad del Vino, que se deja invitar y parece escucharte, ni
por donde te arrastre, ni donde te birlaron la cartera. All Queen, tu
padre no es precisamente una alhaja. A veces pienso que ha sido mejor
así: que no me conozcas. El remordimiento me atenaza en especial en
las mañanas subsiguientes a la noche de la víspera, cuando la
dipsomanía nubla mi entendimiento y maldigo la hora en que ha
amanecido y desearía ser colgado vivo por mi intemperancia, por esta
maldita inmoderación, un diablo que llevo dentro vivo y que me
incita a beber. Algo vale que Dios en su infinita misericordia se
aplaca y se aplacará eternamente de los borrachos, de los hombres
pendientes de la soga del olvido. Pero no perdona nunca ni a los
deshonestos ni a los asesinos. Conozco pues sobre mis propias carnes
en qué consisten las zahúrdas infernales del desamor. Todo tiene
un aire un poco extraño . Apocalíptico, porque nos hemos dejado
guiar del príncipe de la mentira. Así que soy consciente del
destierro y del mucho sufrimiento que me toca. ¿ Habré agotado el
cupo ? Soy un producto de una época en que la luz y las tinieblas
convergen. En el año 61, cuando con la tonsura y todo y la unción
del subdiaconado y la tunicela sobre los hombres abandoné el camino
del sacerdocio yo presentía que había estallado la guerra de las
conciencias y el todos contra todos. ¿ Fue aquello el principio del
fin ? ¿ El primer aviso de que estaba en ciernes la parusía ?
Bah.
Tampoco habrá que ponerse demasiado trágico. Al fascista profesor
de lenguas clásicas nadie lo recuerdan. El señor me ha deparado la
dicha de haber visto morir a bastantes de mis enemigos. Algunos ahora
no son siquiera el nombre de un polideportivo. El mundo se ha
convertido en un falansterio deshabitado. Aquellos viejos semilleros
de santidad fueron devorados por los pájaros carniceros de la
ciénaga. Dios sea loado que me ayudó en el combate que vengo
librando con mis enemigos desde aquellos días.
El
catedrático de Latín ahí se quedó con su disnea y su bigote.
Tenía una testa muy digna de cabello entrecano correspondiente al de
un senador del Lacio.
Ave Cesar, morituri te salutant.
Bueno,
en realidad de verdad, no estamos muertos todavía ni nos asiste el
convencimiento de gladiadores .Hay algunos que se sienten confectores
o agonistas del infortunio porque el cesar democrático que hoy nos
desgobierna y nos desconcierta no merece ni que lo escupan, ni
siquiera que lo miren a la cara cuanto menos morir por él. El
sistema de la mano alzada puede ser tan arbitrario y venal que en
virtud del mismo condenaron a muerte a Jesús en el sanedrín. Quien
confiese que va a inmolarse por la democracia o miente o es un loco
de atar. Pero ya me estoy metiendo en política y acabaremos todos
hablando de judíos, que maldita la falta que nos hace y los topos de
la inquisición los tengo sobre mis zancajos y más de alguno me ha
enseñado la boca de la mazmorra o los dientes encendidos del garfio
de las torturas. Con su pan se lo coman, que a nosotros también nos
viene por raza eso de pertenecer al elenco del pueblo elegido. No me
queda más remedio que honrar tu muerte como un triunfo que marcó el
primer fracaso. Al establecer tamañas prevenciones no me mueven ,
bien lo sabe Dios, bajos instintos de revancha, frustraciones o
blasfemias. La naturaleza es indestructible. Que su orden es el
desorden y todo lo admite. Incluso las calamidades y desastres que a
ella le dejan siempre como tal cosa. No hay que acabar nunca con el
lobo del bosque. Perecerán todas las alimañas. Nunca se ha de
escudriñar el firmamento demasiado rato. No sea sufráis un empacho
de estrellas que ofusque vuestra mirada. Dejar el agua correr.
God. Life. Nature. Yo
aprendía a adorar a la Trinidad Santa en Londres. En Madrid nos
perdíamos por aquel tiempo en entelequias. Pero esto explica
aquello, por más que por esas calendas no acertara yo a comprender
del todo bien el “ cate “ de Magariños.
Dios,
la vida que puja , que arrolla y que salta con fuerza, y el Cosmos en
constante pugna con el Caos - somos una aleación del todo y la nada
- se rigen por leyes inapelables. Ahí puede estar la clave de esa
maravillosa procesión trinitaria, que explicaban los tomistas. Nos
dejaban por aquellos días boquiabiertos. Pero ahora entiendo, Señor.
El hombre, en su calidad de contingente y de accesorio, es la
antinomia de la verdad excelsa. Nacemos esclavos de la culpa y
sujetos al error porque nuestro tranco de actuación es muy corto.
Por
tanto, y duro y dale, y otra vez al trigo la burra, que aquello del
suspenso no me lo puedo quitar yo de la cabeza casi exulto de alegría
al comprobar - y no lo digo por él, pobre diablo, sino por el daño
o el beneficio que me hizo, vaya vuestra merced a saber, sino por su
mala uva, el pobre estaba muy enfermo y los enfermos a veces padecen
tales exacciones - no es más que el nombre de un gimnasio. Podía
haber ido lejos en su carrera universitaria, de no haber sido roído
en la entraña por aquel furor sordo de tantos y tantos españoles
viscerales... Cela no era novelista...Es posible, don Antonio, pero
ahí le tenemos disparado hacia la fama y hacia los millones. Era tan
gallego como usted, pero mucho más listo. Camilo supo sacar partido
- y eso es una gracia que sólo da Dios que el que vale vale y al que
no lo mandan a galeras o por equivocación lo designan ministro o le
nombran Secretario General de una Organización Armada- a una
profesión que aquí sólo ha deparado reconcomios , mala baba y
mucha caspa. Usted como yo no tendremos más remedio que reconocerlo.
Ande, venga, quitese el sombrero desde ultratumba. Destóquese. En
una nación de verdes envidiosos aquí llega a lo alto de la cucaña
el que nunca habla mal del otro. Lo mejor es el desprecio olímpico.
Sin
embargo, fue usted, Magariños, el que descorrió la venda que tapaba
mis ojos. Me hizo ver en un golpe de iluminación lo aleatorio y
terrible que es aquí la vida de las letras. Estoy por suponer que
como en cualquier país. Pero mucho más por estos tesos. Comprender
a mis compatriotas no ha sido tarea llevadera. Los españoles siempre
me han dado algo de miedo. Por doquier acechan espadachines. Al
revolver cualquier esquina te aguarda un imprevisto. Hay al acecho
una daga con la cual tú no contabas , una sonrisa irónica y
descreída que echa a rodar todos tus argumentos.
Aquel
otoño del 63 estaba yo lleno de entusiasmo y de fe en mí mismo.
Quería ser periodista y escritor a todo trance. Aprendía el oficio
con ahínco y aplicación. Llevaba un diario al que confié mis
`primeros secretos poéticos y mis deliquios eróticos. Era un joven
de aspecto triste , cargado de espaldas y estaba muy flaco, hético
con puntos tirando a lo místico. Quería ser flama iluminada y
rostro alargado del Greco Tenía una obsesión por la estética que
llevaba hasta las últimas consecuencias. Tímido con las mujeres. La
presencia de cualquier chica me ponía nervioso. Gastaba todo el poco
dinero que tenía en comprar libros. De entonces datan mis
peregrinaciones y hégiras en busca del pan de la cultura y mi sed
insaciable de conocer cosas y de enterarme ( beberé hasta la muerte
en el espejo cristalino de ese alfaguara irrestañable) a “ Espasa
Calpe “ en Gran Vía, Avenida de José Antonio, a la sazón (porque
,como tantas cosas en España todo anda ahora un poco del revés),
cuyos escaparates me dejaban fascinando. Pasaba horas y horas
extasiado ante título como “ Enrique IV el Impotente “ de
Marañón y todos los premios Nadales y Planetas. Algún día mis
obras - pensaba - estarán expuestas aquí- y seré famoso. Era un
adicto al tabaco ( empecé a fumar cajetillas de “ Celtas Cortos “
) y a la inmortalidad.
En
las aulas de aquel instituto “ Ramiro de Maéztu “, que por sus
trazas y limpieza y armonía de líneas, recordaba en su conjunto a
un cuartel , porque los alemanes habían perdido la guerra pero
perduraba siempre un insolente espíritu germanófilo, empecé a
emborronar cuartilla. Así nació mi primer compromiso con la
literatura: una novela de alto bordo. Se llamaba “ Los
Momentos “. Tardé
veinticuatro meses en darla cuerpo. Recuerdo aquella madrugada de la
primavera del 65 en la que al cabo conseguí poner la palabra fin al
trabajo. El hijo primogénito de mis entrañas llegó entre los
espasmos de un terrible dolor de muelas. Se me puso la cara como un
tiesto. Una inflamación causada por un diente de leche o
supernumerario que estorbaba al paleto determinó que a los veintidós
años corridos tuvieran que extraerme el diente delantero. Ello en mi
vida ha sido siempre causa de un sufrimiento mayor y de sufrimientos.
En las escasas ocasiones que he tenido de hablar contigo por
teléfono, All Queen Helén, me dijiste que también, muy joven has
tenido problemas con la dentadura. ¡ Vaya por Dios! Debe de ser
cosa de raza. Algo que viene de nuestros ancestros, campesinos de un
pueblo de Segovia, que llaman Los desdentados. Menuda herencia más
mala, hija. Así y todo, no se puede negar que eres una muchacha muy
guapa y robusta, según luces en la fotografía y que preside las
paredes de este salón de trabajo, desde donde te escribo. Te hablo a
veces y te miro como si fueses una Madona protectora y madona eres.
Con una sonrisa enigmática de Gioconda.
Me
había quedado muy pálido y demacrado después de mi viaje a Paris
donde contraje una hepatitis en el 64. La noche de mi parto
literario, como te vengo informando, un diente supernumerario había
provocado tal infección en mis encías que la cara se me puso como
una rueda. Pese a todo , yo trabajé toda la noche. Estuve a las
puertas de la muerte y , como por aquel entonces, no se habían
inventado las ortodoncias, me extrajeron gran parte de las piezas
dentarias, que buen apuro que me dio y tan joven, y muchos complejos
acarrearía semejante minusvalía. Ya era yo escritor, aunque con
cuévanos en las encinas, pero escritor al fin. Había conseguido
velar las armas y ser armado caballero de la literatura. Tenía una
novela en el cajón. Me había dejado en el empeño un paleto , un
colmillo y dos incisivos.
Mis
“ Momentos “ nunca merecieron el honor de las prensas, pero en
cierto modo sellaron mi destino de autor inédito en perpetúa lucha
consigo mismo. Fue el segundo batacazo. Magariños me había arreado
la primera en la frente. Luego vino lo del libro abocado a no
encontrar jamás escritor. Se inició una racha de infortunios. La
desdicha no me ha dejado a sol ni a sombra. Debe de ser tal vez a que
mi destino - quiera Dios que no acabe como él en la horca o en el
penal del Dueso - parece unido al de Don Pablos quevedesco. El pícaro
nació cabe la Puerta del Socorro de Segovia. Esto es igual que yo.
Así
la vida me empezaba a señalar con sus espolones. Todo no era tan
fácil ni tan sencillo como a mí, en mi ingenuidad , se me había
pasado por la cabeza, ni el mundo resultó tan amable y tan florido
como yo, desde el candor y el entusiasmo volátil de un semi
misacantano había dado en suponer. Luego seguirían otros bautismos
de dolor y de sangre. La buena estrella que me había guiado hasta
entonces de buenas a primeras me abandonaba. Durante los cursos de
Humanidades, en Latín y en Griego solían darme nueves y dieces.
Ahora la vida me daba un cate. En Teología y en Filosofía era un
fenómeno. Aún recuerdo aquella mañana del día de Santo Tomás, el
siete de marzo, cuando expuse mi tesis ante el concurso conciliar ,
los seminaristas vestidos de sobrepelliz y el claustro plenario.
Versaba sobre uno de los asuntos más peliagudos de la moral
clásica, y también de los más divertidos “
De ebrietate “
(
cuando es lícito emborracharse según los cánones eclesiásticos y
cuando no ). Existen determinadas situaciones en la vida de una
personas en las cuales no sólo conviene recurrir, sino que se
recomienda, echarse en los brazos de Baco. Ellas son: 1) cuando
existe un dolor físico o moral muy fuerte, 2) cuando se quiere
alcanzar la utopía, 3) para salvar a una persona en peligro de
muerte.
Sin
embargo, los santos padres no recomiendan la borrachera a un
moribundo para ahorrarle los dolores de la agonía. Esa moral laxa
sobre la permisividad del vino la he utilizado yo con harta
frecuencia y a veces con resultados más que sobresalientes. Y el que
tenga oídos para oír que oiga. Siempre he sostenido contra marea
que el vino es un refugio de desconsolados y, además, posee un
carisma eucarístico. No podía ser menos en una persona que se
apellida Parra y que tuvo un padre por nombre
Silvino.
Aquel
Día de Santo Tomás hubo algunos entre los superiores que me
felicitaron entusiásticamente, y el señor rectos, Don Julián, un
hombre que ha sido importante en mi vida y del que más adelante
sacaré a colación, me dijo pasandome su gruesa, bella, grande y
ungida palma de la mano por el lomo:
-
Tú serás una lumbrera de la Iglesia.
Se
equivocó de medio a medio, pero su observación me infundió
alientos. Había leído yo por tales fechas con aprovechamiento a
Virgilio y estaba empapado de la bella literatura de la Eneida
y
en resolución debió de subirseme la frase a la cabeza, que yo por
aquellas calendas previas a mi ordenación la tenía muy a pájaros.
Quizás lo dijese en broma el buen sacerdote, pero yo tomé sus
afirmaciones al pie de la letra. Claro , el vino y los humos se me
han subido a la cabeza con una habitualidad más de lo corriente. No
se nace fatuo. A uno lo hacen. Que poco sabía yo a los veintitantos
años de las desdichas, sinsabores, sobresaltos y reveses de la vida.
Después del día triunfal de mi brillante disertación en el Salón
de Grados llegaría el rebufe del insidioso Magariños. Me había
figurado que yo era algo o alguien y no era sino nadie.
Hasta
entonces la vida me había mimado en demasía. Y a este respecto
recuerdo una vez una frase de Liz Howells que también se ha
incrustado en mi memoria y que refleja para mí los pródromos de mi
eventual condenación eterna:
What happened to your looks, Genady ?
dijo.
¿Qué
fue de tanto frenesí ? ¿ Qué se hizo de tanto señorío ? Las
verdades manriqueñas crepitan sobre mi testa como una nueva espada
de Damocles. Con estas palabras me condenó tu madre, querida
Alquinnhelén , a las desdichas del desamor. Creo que aquella tarde
dejó de amarme. A partir de ahí todo daba igual.
En
cuarto de teología, meses más tarde de ordenarme de diácono y a
punto de colmarse mis aspiraciones levíticas al presbiterado , pegué
la espantada. Una espantada que a mí mismo me asombra hasta el día
de la fecha. Renuncié por una fruslería a lo que más amaba, pero
en mi vida esta clase de vuelcos de la fortuna y de giros en redondo
no han sido contra costumbre. Hay una flojera , una suerte de
debilidad mental, como si de repente una cellisca emborrascase todo
mi ser apartándolo de la discreción suprema, y entregandome a
Erifos, el gran traidor, y sus amigotes. No valgo ni para silla ni
para albarda. Puede que esta propensión interesante e innata a
quemar las naves se deba quizás a una falta de litio. Algo falla en
mi dura mater. Estoy majara. Tu padre es un pobre loco, Alquinnhelén,
duro es decirlo, pero habrá que plegarse ante tal evidencia
incontrastable. ¡Maldita sea! Yo no tengo la culpa de ser así. En
la abyección de la muerte me concibió mi madre. Sé que por esta
causa hice sufrir a mucha gente que estuvo a mi lado, pero me he
propuesto escribir este libro no para justificarme, sino que es esta
novela autobiográfica será un ejercicio profiláctico de auto
flagelación manifiesta, un escarceo para intentar penetrar en el
laberinto de mis motivaciones y de reacciones. Ignoro si alcanzaré
el proposito, pero al menos es justo intentarlo ¿ No crees ?
Lo
que no podrán hacer es quitarme lo bailado. Nunca llegué a cura ,
pero me he quedado en un jodido diácono, que es como decir nada,
porque los que cortan el bacalao en la Iglesia Santa son los Obispos,
los Presbíteros y los Vicarios Generales.
Yo
no soy más que un minorista. Iba subiendo poco las gradas del altar,
pero a media ascensión me entró una de esa habituales pájaras,
ahorqué los hábitos y lo eché todo a rodar. En el fondo, siga
siendo un cura del Viejo Régimen. El reloj de arena lo tengo parado
en Trento. Pio XII fue para mí el Último Papa,
Como
me salí, me degradaron y hoy ni siquier me dejan [es lo que más me
gusta] entonar el “ite missa est”al término de los grandes
oficios, ni administrar los sacramentos. Así y todo, nadie
conseguirá borrar ese estigma de mi personalidad de diacono alocado
, ordenado de epístola y de Evangelio, nacido para cantar las
verdades al primer lucero.
Me
había emborrachado de vanagloria. Sobrevino la crisis. El mundo no
necesitaba Redentores en mayúsculas, sino simplemente migueletes,
dominguillos, lacayos y amanuenses. Lo pastueño y lo gregario forma
parte del contexto de esta sociedad de corte occidental adscrita a
los mansos convencionalismos. Se encarrila todo desde arriba. Mala
cosa para un heteropensante, para una voz que desentona en el
concierto como lo ha sido la mía. Yo, hija, soy un guerrillero.
Oriundo de una región de la ribera del Duero que vio crecer al Cura
Merino y al Empecinado. Por mor a mi indecencia, a la mía y a la de
mi propia gente he escogido la emboscada en el monte .El golpe de
mano. Eso de tirarse al monte va conmigo y así me pinta por
supuesto. Pero eso forma parte de las servidumbres de mi oficio, de
mi talante anarquista, crítico, disconforme y siempre a mi aire. En
el seminario me habían emborrachado de grandes palabras. Luego, por
las tabernas, que he conocido en todas las partes y en todos los
sitios, me intoxiqué de etílico. Puede que de la resaca no me haya
recuperado al cabo de seis lustros, pero el furor perdura. Menester
es confesar que me habían llenado la cabeza de grandes ideas, pero
precisamente esa fe es la que me ha permitido mantener siempre la
cabeza alta. El mundo pertenece a los soñadores y a los poetas. Ello
me hizo sobrevivir a los propios naufragios y a los ajenos. No perdí
el equilibrio.
Lo
del equilibrio no es más que un decir, porque hay noches en que , en
consecuencias con los predicados de mi tesis en defensa de la bebida
aquella mañana de Santo Tomás en el Salón de Grados, me paso en
los tientos al jarro, bálsamo de mis heridas, brebaje de mis
desilusiones, y mi pie se vuelve incierto y mi ademan vacilante. Todo
mi ser se vuelve vedija de humo Otros hubieran sucumbido. Yo, por
cierto, he enterrado a no pocos de mis enemigos. Dicen que el anis es
un buen antioxidante.
Soy
un hombre marcado, como podrás colegir, mi queridísima Pickle.
Inconsistente y a su aire, un rebelde del 68, que en cierto modo
permanece en aquellas barricadas, cuando la mayor parte de mis
compañeros prefirieron seguir un camino más cómodo de ganancias y
honores.
En
cierta modo el formulario a tenor con el cual se confiere el
diaconado a los clérigos cristianos vertido sobre mi cabeza junto
con el soplo del Espíritu Santo por el obispo de mi diócesis, aquel
don Daniel Llorente de Federico, que dios haya - recuerdo sus manos
largas y huesudas enfundadas en la quiroteca color malva en cuyo
reverso lucía una cruz - al conferirme la dalmática de justicia, la
estola blanca y el evangeliario rojo de tejuela y broches dorados.
Sus palabras sellaron en mí algo que tendría carácter
indeleblemente soteriológico: “
No
es nuestra lucha contra la carne ni la sangre, sino contra los
principados y potestades; contra los señores de las tinieblas del
mundo, contra los espíritus malignos esparcidos por los aires”
Con
estas carismáticas frases , propias del rito de ordenación
diaconal, inicié una andadura de rebelión. Mi cielo en la tierra es
una buena misa cantada, un cuadro del Greco, o el rostro de tu madre,
la bendita Elisabeth Howells, que verdaderamente tenía la cara de
virgen.
You
have Inherited , my dear, her good looks.
El
apóstol Pablo las insufló en mis oídos a través de la boca de mi
obispo. Harían de mí un revolucionario.
Desde
entonces el gremial augusto , sede de mis sueños sacerdotales, ha
sido un lugar común de referencia. Me infunden fuerzas ocultamente
enterradas en mi naturaleza para sobreponerme a los peligros y gritar
cada vez más claro y de forma más solemne. El clamor de rebeldía a
través de la literatura ha sido algo más que un vulgar “protesto,
señoría “ de cualquier rábula de dos al cuarto, de un imbécil
radiofonista sin ideas, o de un parlamentario con deseos de echarle
carnaza y demagogia a los asuntos en el turno de ruegos y preguntas.
Ellos forman parte de la tribu levítica de hoy en día. Y a mí sus
desmelenamientos más que causarme furor no me producen sino risa.
Porque mi compromiso diaconal con la Historia, la lucha en favor de
los oprimidos y la proclamación del Evangelio a toda hora es un
contrato que firmé aquel día de Pentecostés de 1962 con Cristo
Jesús.
El
Magariños me suspendió en latín no por mi inepcia sino por mi
aprovechamiento, lo que no deja de ser un orgullo, en una disciplina
que siempre he amado: la lengua del Lacio. El latín es el idioma
perfecto. Un buril y un cincel para esculpir palabras para la
eternidad. A ratos, una lira y un arpa. Roma nos enseñó a todos
los indoeuropeos a nombrar las cosas por su nombre. Si me gusta el
inglés de las Islas, la lengua que tu hablas, en la que sueñas y en
la que estarás amando a estas alturas como amé yo a tu madre ( ah
dulces coloquios que estremecen mi corazón, ah ternura de la
fragrante rosa de aquel jardín de Essex, candor del lirio que apunta
al cielo en su empino de tallo solemne ) es porque guarda esa
magnificencia de la arquitectura de un acueducto, en la que cada
palabra es una piedra sillar que busca el centro y su vértice de
equilibrio. En la frase latina se colma la síntesis. Todo se ajusta.
Todo es paralelo y a su vez equidista.
Sin
embargo, aborrezco el inglés norteamericano, donde todo es oscuro y
como más chapucero. Un pueblo que hable con propiedad y medida será
justo y admirable. Por el contrario, el que lo haga mal será un
remedo del hombre de las cavernas. No sé si estaremos al final de la
historia, pero el lenguaje del cuerpo, la profunda oralidad
testicular que han traído los nuevos amos del mundo nos acercan a la
barbarie. El fin de la lengua y de la literatura por que tiene este
atentado a las normas de la estética acarreará la destrucción
apocalíptica. Los deslenguados y desmemoriados - vivimos tiempos
constantes de borrar la memoria - carecerán de ese señorío, de
ese empaque que otorga la visión de futuro. El que no domina la
palabra no será jamás dueño de sí mismo.
Por
eso, quieren destruir la lengua. Era el ultimo reducto de dignidad
que nos quedaba. Están edificando sobre cimientos de arena. Lo que
quieren hacer es convertir a Israel en Ezrael. Esto es : la inversión
de valores. La sustitución del ángel de luz por el de las
tinieblas. Habitamos un mundo de arenas movedizas. Nuestra raigambre
es una entelequia: el
Almighty Dollar
y
ahí serán ellas, querida Pickle.
Todo
lo de este mundo es provisional y contingente: los estados, las
prebendas, las naciones, los imperios, la salud y la belleza. La
purpura se transformará en polvo. Se hará contingente todo lo que
ves. Ese será nuestro día Alquinnhelén: el de la justificación de
los perdedores. La rosa hoy en todo su esplendor se amustiará
mañana. Lo único que no está sujeto a veleidades de los gustos y
mudanzas de la fortuna es el amor. Pero también lo quieren hoy
destruir. Aniquilada la palabra, subsigue paritariamente la estema -
es como una epidemia de nuestros días cibernéticos - del amor de
los amores. Es una de las certeras estratagemas con las que el
Embaucador quiere subyugar a los hombres y a las mujeres mediante a
la reducción de su condición anímica y racional a la de su
primitivo estado salvaje.
No
hay más cera de la que arde. Tú te sientas cada tarde ante la
pantalla insulsa del televisor y allí verás a
Maripava
que
claro está no tiene un pelo de tonta haciendo desnudarse al personal
en sus odios y reconcomios y feministas. Cambias de canal y te salta
la violencia y en el de más allá dos “ rosas insatisfechas “,
que en dos años enteros nunca han cambiado de postura ni dejado por
un momento de cruzar las piernas cotilleando a todo meter con sus
izas y rabizas monaguescas. Estas lamias han traído el desencanto y
la destrucción del amor. Su empeño mayo fue pegarle patadas al
nido. Sin embargo, cada día ellos son más fuertes y yo más viejo
y más débil. Mi ideología no tiene curso legal. Parece ser que el
Tercer Milenio no va a pertenecer a los idealistas, ni a los
constructores de catedrales, sino a los granaderos de los super
bombarderos nucleares. Asesinarán la palabra por inducción de la
Sierpe y ese será el fin. El apocalipsis. Confío que al invierno
nuclear que se avecina sobreviva algún poeta chiflado o algún
diácono borrachín para cantar las letanías sobre un altar
destruido.
Por
algún lado tiene que reventar la situación. Que no sea por el pañol
por donde el barco estalle. Dios no lo permita. Al final triunfará
el amor de Cristo y no tardando mucho veremos a los prevaricadores
saturninos correr el rabo entre las piernas por la pendiente que
lleva al infierno. Ten confianza, hija, en el arcángel San Miguel .
El alto alférez de la milicia celeste acabará poniendo a Maripava,
esa que tiene la cara de hexágono y la sonrisa sansirolé contra la
pared. Te lo digo sinceramente: esa Maripava me repatea. Se ha
convertido en objetivo de mis obsesiones antimedíumnicas. Como si no
tuviésemos ya los españoles bastante con la Mambo, los Posturitas y
las Mujeres Inflamables del “ voyeur”, ahora llegan las
maripavas, toda una lechigada de personalidades del oropel imperante
y columnas de apoyo sobre las que se cimienta este invento, ahora nos
llueven nuevas remesas. Por si fuéramos pocos , parió la Mambo y la
Hinchable aunque era machorra , dicen, anda ya de ocho meses, y
tendrá quintillizos la abuela. No quieres caldo pues toma tres
tazas. Es que hay que echarle guindas al pavo. Esto tiene tres pares
de perendengues. ¿ Cuánto dais por una Maripava ? Cien programas y
que preguntarás. Nada preguntaré. Me sentaré en la silla y
confesaré públicamente todas mis desvergüenzas. La viuda pudibunda
se fue un día la discoteca. Encontró una relación. Metió al
hombre en casa. El querido, por aquello de ser todo lícito a nivel
de pareja, se acostó con la madre, con las tres hijas y con la
abuela. ¿ Y ahora qué hacemos ? Lo que el burro quiera. Menudo está
el patio. Las españolas liberadas se han quitado la careta. No las
preguntéis si tuvieron una relación porque entonces te van a
recitar ce por be la lista de a cuantos se llevaron al tálamo. Se
pierde el pudor. Se pierde la vergüenza. La fe y la esperanza caen
por los suelos.
Cuidado
con estas maripavas: con su cara de no haber roto nunca un plato
hicieron las paces ninfómanas con cuanto las pida el cuerpo. Yo lo
hago porque me apetece ¿ Pasa ? Nada hija, pues que bien. Pero no me
mires con esa cara de desafío, que me quitas todo el amor. No eres
precisamente una rosa mística, ni yo te voy a explicar, porque sería
perder el tiempo , aquí, qué es la castidad y en qué consiste la
continencia. Pero me das lástima, encanto. Precisamente, por eso
porque estás matando la gallina de los huevos de oro. Quizás
quieras destruir la vida.
El
Amor se saldrá con la suya y todos sus abanderados acabaremos
tirando al mar a todas esas serpientes que reptan. En nombre
precisamente del Amor te escribo cerca de los berruecos y canteras de
Piedras vivas mientras escucho el canto del ruiseñor encaramado en
la rama de algún chopo del jardín de atrás.
What
happened to you, hem ? What was of your fancy looks ?... You were so
sexy, old Genady?
¿Qué
fue de ti, amor? ¿ Adónde fueron a parar tus tristes encantos ? ¿
En qué rama cantará ya el pájaro de la seducción? Eres un viejo
gordo, Genady. No sirves para nada. Los psiquiatras te han
diagnosticado locura arrebatada. Ciñeron sobre tus sienes el
capirote del baldón incandescente y has sido condenado al ostracismo
de tu casa lejos del amor y de las rosas. Estás crucificado al
madero de la incomprensión y la maledicencia. Oh, Liz Howells, tu
voz es como un ardiente arpón de torturas. Aparta de mí esa azagaya
de punta de acero cuyo vibrante recuerdo me hiere. Yo no puedo borrar
tu memoria. Infernal resulta la vida lejos de tus ojos. Los pájaros
de Hornchurch - ya va para casi treinta primaveras que dejé de
escuchar su música -han enmudecido para dar paso a los trinos
impenetrables de la memoria de esos jilgueros y de ese ruiseñor algo
petulante que alza su garganta en las ramas de los árboles del
jardín central. Sus gorjeos se pierden con el estridente silbo de
una cacatúa, en la alcándara del corral de uno de los vecinos más
chistosos, que se pierde en los boscajes de madrugada. El pajarraco
en cuestión se arranca cuando menos te lo esperas por “ soleares “
diabólicas. Señor, ten piedad de mí. Mucho es lo que sufro.
Por
el vano del montante de la ventana entreabierta de mi chiscón, la
que da precisamente al jardín de atrás, donde el año pasado
planté varias cepas de rosales trepadores, jazmines y madreselvas,
en medio de la desaprobación de Lamialuba cuya vehemencia furente me
desasosiega, porque cualquiera cosa que haga o que diga me cuesta una
bronca de esta parienta descomedida y sin consideración alguna, que
su madre la echó al mundo muy buena persona pero sin tacto ninguno,
penetran todavía los efluvios y colores del universo. El mundo gira
sobre sus goznes a pesar de mi tristeza. Yo estoy quieto y las cosas
en derredor no cesan de cambiar y de moverse. Su impasibilidad me
exaspera. Dicen que las estrellas no fuerzan sino que inclinan. A mí
me parece que pasan olímpicamente de los hombres. No les conmueven a
los hados nuestras lágrimas. Apiadate de nosotros, Cristo, que somos
pecadores.
Las
brisas del Guadarrama se cuelan por las rendijas del ventanuco de
marras .Porque el lugar des donde te escribo, hija desconocida, tiene
algo de cárcel, y de guarida donde me refugio en mi soledad , al
tiempo que es atalaya cibernética desde donde se captan los mensajes
lejanos de la radio y gira el disco de los amados cantos amigos de
los hombres, reclinatorio del cursor del ordenador, biblioteca donde
, parodiando a Quevedo, mi autor favorito, escucho con los ojos a los
difuntos y vivo en contacto con los muertos. Pero es también bodega,
bien provista, donde apuro los caldos españoles que sirven de triaca
a mis desencantos, que Baco para los descastados como yo ( ahí me
las den todas ) es un amigo leal si se le sabe tratar bien y
cogiéndole el punto, y oratorio , porque aquí rezo las horas de mi
breviario y a veces hasta digo la misa del día.
Monje
y borracho, ángel y demonio, poeta sublime y periodista ramplón y
sin oficio ni beneficio. Lleno de amor al Maestro que fue crucificado
por nosotros y a ratos de odio por los que usurparon su mensaje o lo
interpretan a su gustos. Todas esas contradicciones y altibajos viven
en mi alma descosida al de por junto. Razón llevaba aquel alienista
de la Ejecutiva, siniestro personaje, que me dio por paranoico y
esquizofrénico.
No
he llegado a nada, Alquinnhelén. Soy un perdedor. Me propuse ser un
brillante escritor y tengo 54 años. Y sólo he publicado dos obras a
mis expensas, que no se han vendido ni a la de tres. Y me he tenido
que tragar la edición. Lamialuba propone una solución, en vista de
que soy un mal padre para mis hijos, de que bebo y soy el baldón de
la familia, que me lance por el Viaducto. No eché en saco roto su
consejo, y no pongo la mano en el fuego de que algún día, si me da
la ventolera, o sopla un viento terral maligno o ese “ Föhm” sub
sahariano que suele asolar Madrid con nubes de polvo de langosta por
el Agosto, pero por el momento, quieto .Que más quisiera ella que
verse de viudita anticipada y deshacerse del zángano de su colmena.
Lamialuba
es una mosca cojonera, un escozor. En casi cinco lustros de vida
nupcial no me ha dado ni un día feliz. Está agotado el pilón de
aguas fecundas del amor. Así y todo, han seguido llegando los hijos,
pero con esta mujer me casé sin ninguna ilusión y por una serie de
razones que , cartas adelante, si Dios me vale y no se desinfla el
globo de mi imaginación, te iré contando por menudo.
De
modo que la señora Visi me llamaba “ escarolo “, “ ser inútil
“ y “ jorobeta “ lo que en cierta forma es verdad - de tanto
pensar y de tanto estar asomado de bruces a la ventana mágica e los
libros, porque la infelicidad y la imposibilidad de comunicación con
mis semejantes hizo de mí un ser hermético, algo iluminado y
soñador , pero, mira tú, esas cosas no tiene por qué decirlas una
madre, a pesar de que su hijo sea contrahecho; esas verdades son muy
duras, y duelen mucho después, duran toda una vida - y esta
mujercita que me ha tocado en suerte propone el suicidio.
No
me quieren, No me han querido nunca. Tu madre fue la única que me
quiso alguna vez, aunque por mi conducta problemática, la decepcioné
aparte de que yo fui para ella la causa de muchos males y de
sufrimientos. No estuve a la altura. No la merecía. Pero la quise y
la sigo queriendo. Este es el objetivo que me propongo al garabatear
estos párrafos desaliñados- desde el mismo brocal del abismo
mientras agoniza el ánima- y que a ratos pueden resultar enojosos
por su estilo cargante sobre el papel que es casi el único amigo que
me queda.
Pero
la literatura para mí a estas alturas de mi vida y de mis fracasos,
cuando vengo ya de vencida y , conocido todo el ganado que me rodea,
todos esos pisaverdes y “ posavergas “ de los medios
audiovisuales que hacen una higa a la inteligencia y al decoro con
sus atestados farragosos, sus exposiciones repetitivas cara al
publico, tal que recuerdan a aquellos confesores entre sádicos y
escrupulosos que nos tocó sufrir en décadas pasadas, con mucho más
de lo mismo y mucho más y más, con sus textos y programas echados
al diantre de la vulgaridad, y sus nauseabundos libros fuliginosos en
los que se escuchan los graznidos de los ánsares capitolinos de la
misma forma que yo escucho el silbo penetrante del loro de mi vecino
Vicente el Chistoso en las noches de insomnio con aprehensión
apocalíptica, ha dejado de tener un valor en sí para cobrar cuerpo
de algo más extrínseco. Diríamos un ensalmo y un conjuro contra
las fuerzas del mal que estrechan el cerco a la plaza.
Pero
ya caerán, Alquinnhelén. Ya caerán. Son los mismos perros con
otros collares. El péndulo se ha disparado al ángulo de enfrente,
pero la cordial vehemencia que caracteriza y la crueldad atrabiliaria
de las abuelas sigue asomandose a la enigmático sonrisa de las
maripavas con complejos perennes. Es que les queda por asignatura
pendiente su supuesta liberación sexual. Hieden. Mucho me alegro
hija que tú seas inglesa y que nada tengas que ver con Maripava
post merídiem.
Te
iba contando cosas sobre la marcha para que te hagas una idea acerca
del ambiente en que se desarrolla mi existencia y la casa donde vivo.
Lo que más me gusta es este paisaje del Guadarrama que tengo al
alcance de mis ojos ya en la edad provecta por la parte de la solana.
Este dato no deja de tener su parte de misterio o voluntad del azar y
del destino, porque cuando era niño me quedaba mirando muchas tardes
para esas crestas de la Bola del Mundo, del Montón de Trigo desde la
otra vertiente, la de la umbría que no era tan cálida ni tan
soleada, pero más montuosa y encumbrada que desde esta ladera. La
cordillera que contemplé de niño es ahora mi acompañante en la
senectud, como si de esa manera se diera a entender que se consuma un
ciclo. A lo mejor ya no me quedan demasiados afeitados. Eso me
apremia a escribirte, en el deseo de que sepas muchas cosas de mí.
Quiero
levantar acta. Pero también la escritura es una función misteriosa
de trayectoria imprevisible que aleja el fantasma de la propia muerte
y a veces hasta la derrota, porque conecta al ser humano con su
aspecto más excelso: la escala de Jacob. Esa liana que nos unce a
los creyentes con la inmortalidad.
El
viento gañe gemebundo a través de los collados acérrimos e
inhóspitos escurialenses, baja por las pendientes de Valdemorillo y
las bravías cárcavas de Majadahonda y de Galapagar y viene y parece
que se amansa al entrar en contacto con las rosas de Villafranca o
los trigales de Brunete y de la Cañada donde yacen tantos mozos de
la quinta del 36, que a veces uno siente un desasosiego inquietante y
hasta parece que pica el culo y son los muertos, querida hija, los
soldados que cayeron de entre los dos bandos.
Desde
este lugar te escribo, acuciado por el fantasma de la guerra.
Estampando aquí mis obsesiones y angustias y mirando para la pared
de la que cuelga tu retrato. Te alzas ahí solemne, bella y
regocijada, en un jardín de flores, en ese hermoso patio de Essex en
cuyo aliño y en las macetas de rosales se advierte oculta la mano de
Elizabeth Howells. El amor y la cólera comparten este nido ¿ Qué
me dices, hija, con esa sonrisa tan enigmática , la melena tupida de
color rojizo los pendientes y esos labios que de un momento a otro es
como si estuvieran a punto de empezar a hablarme con cosas del
querer. Quejas de una vida y de un amor que perdimos.
Te
tengo junto a mis iconos y mis rosarios y aquel mechero que, al
encender, tenía un carillón en que sonaba el diapasón de una
conocida melodía de la “ Primavera” de Vivaldi. Eres mi bandera
y un poco mi estandarte. ¿ Es posible que de mí haya podido salir
tanta belleza ?
Tú
te yergues misteriosa y lozana en medio de tanto desastre como me
rodea. Nada cuajó. Yo fui un “ bluf “. Una farsa. Una pifia. Un
desatino.
Two wrongs cańt make a right, Genady, love.
Dos
agravios no pueden desagraviar, pero de aquellas dos equivocaciones
nació la hermosa Alquinnhelén. Así lo quiso Dios. Hay veces que
los axiomas marran. Mil vidas que tuviera mil veces que me hubiera
sumergido en aquel error.
Soy
un fumador de pipa. “ Two wrongs cańt make a right, Genady, love
“... “Yes, Liz. They can”... El humo de mi cachimba se eleva
columpiándose, azul y desdeñoso sobre estas cuatro paredes para
conjurar las imputaciones de inútil total, de “ fiasco “
absoluto. En esta mecedora dehiscente levitan mis dudas. La vieja
Brigminton me trae la voz habitual de la BBC donde hablan locutores
de timbres impasibles como habituados a dominar el mundo.
Britania rule the waves.
El
dominio de los mares y del éter estuvo al alcance de mi mano. Pero
no pudo ser. Yo fui una especie de “ anticlímax” decepcionante.
Un pobre seductor epistolar que arrastraba demasiados traumas.
Todo
ha terminado para siempre.¿ Nunca os volveré a ver ?. El ángel
Ezrael, fatídico heraldo del desamor y la muerte , me expulsó del
Paraíso una mañana de vientos racheados de marzo. La radio sólo
puede emitir malas noticias que hablan de desolación, de facturas
impagadas, citas judiciales, mujeres violadas en un callejón .
Goodbye to all that ¿
Adiós a todo aquello ? ¿Pero cómo puede ser posible?
El
obispo Llorente, el que me confirió la tonsura, el acolitado, el
ostiariado, y me dio poderes para expulsar demonios y luego impuso
sobre mis espaldas la tunicela de subdiácono y luego la dalmática
diaconal me mira con ojos de misericordia. Era en el fondo un buen
hombre. Nada autoritario. Le apasionaba impartir la catequesis a los
niños de la doctrina. Sentía la Iglesia derrumbarse bajo sus pies.
No andaba descaminado en sus presagios. Nosotros ibamos a ser los
últimos curas de Trento y teníamos que enfrentarnos a un mundo que
había dejado de ser el mesmo tuve mis dudas y vacilé.
Una
vez, cuando yo estaba en el seminario menor, una Día de la Virgen de
Agosto, no se me olvida, durante la procesión solemne alrededor del
enlosado le oí decir con voz muy queda dichas palabras al fámulo
mientras el coro catedral atacaba las letanías, agitaban el turibulo
los turiferarios y los pertigueros escoltaban al canónigo arcipreste
y al deán detrás de los maceros con el chambergo emplumado , calza
y jubón de color carmesí donde lucía estampado el castillo , las
cadenas. Las barras y las columnas de Hércules, y peluca blanca y
empolvada al estilo imperial, le escuché decir:
-
Fernando ya me queda poco. Debajo de estas baldosas pronto me
enterrarán.
-
Pero ¿ que cosas se le ocurren , señor obispo ? ¿ Quién piensa en
ello ? - se reía casi a voces el familiar.
Lo
vi con aquella casulla preciosa del siglo XVI, que había pertenecido
a Ximenez de Rada, recamada de oro y amatistas, que pesaba casi medio
quintal, hermoso y triunfal en la plenitud de su sacerdocio, pero
abatido por el peso de la púrpura. Los añafileros acababan de
anunciar el ingreso del prelado, según la vieja costumbre en una de
las sedes episcopales más antiguas de España - y en la que se
habían sentado los Acuña, los Dávila, los Pérez Platero - en un
toque que conmovía las piedras de la vieja ciudad. La mañana era
radiante e invitaba a vivir y he aquí que mi obispo había tenido el
barrunto de su muerte cercana.
-
Ande... Ande , Don Daniel. No diga tonterías. Mucha guerra le queda
aún por dar a Su Ilustrísima.
El
obispo se quedó parado cerca del narthex de la Puerta del Perdón.
No escuchaba el clamoroso toque de demanda con que la ciudad de forma
acostumbrada anunciaba el ingreso del prelado en su catedral. Un paje
arrastra- peplos portaba su cola de raso. Yo lo vi encogerse a
monseñor; su contrición callada y manifiesta era un acto de
sometimiento a la verdad inexorable de la llamada de la tierra. El
imponente altar mayor con inmensas columnas torsas de jaspe y dos
estatuas de mármol de Carrara representando a San Frutos y Santa
Teresa se comunicaba con el coro mediante una vía funeraria o
ambulatorio donde estaban enterrados todos los obispos de aquella
sede. Eran sepulturas rectangulares donde había una leyenda o
encabezamiento común “ hic iacet “ y el nombre y la escueta
noticia del nacimiento y de la muerte en latín, arropado todo el
texto por la panoplia o escudo obispal, las ínfulas o cordones y
orlas colgando del sombrero abacial.
Aquí
yace fulano de tal. Pontificó en esta silla desde el día tantos a
la fecha de su muerte, que algunos piadosos copistas describían como
tránsito. Obdormit
in Domino.
Durmió
en el Señor... ¿ Verdaderamente ? La plenitud del sacerdocio no es
óbice para que un sucesor de los Apóstoles se eche a temblar ante
el pensamiento de su próximo fin. Y eso que Don Daniel era un
bendito de Dios. Tenía fama de santo. Le gustaba guardar la pompa y
el boato que fue una de las características triunfales del
pontificado de Pío XII, el último papa antes del Gran Juan. Ellos
cerraron el ciclo( porque sus sucesores , y esta es una conclusión
que me asalta con relativa frecuencia, fueron elegidos mediante el
chantaje, la conminación de los poderes del Averno o el asesinato )
y asistir a sus misas pontificales era siempre un impresionante
espectáculo cargado de belleza y de simbolismo. Pero en palacio
vivía muy pobremente. Dormía en el suelo, ayunaba y llevaba un
cilicio todo el año.
Las
malas lenguas pueblerinas habían esparcido el bulo de que monseñor
Daniel Llorente de Federico , que pertenecía a una de las familias
más agorgojadas de Valladolid, amaba la plata. Mucho le criticaron
por haberse comprado un “ Mercedes” para poder así mejor girar
la visita pastoral a los pueblos de la diócesis.
Murió
en la pobreza y santo como había vivido a los pocos meses de aquella
extraña vivencia de la cual fui testigo. Yo le amaba también a él,
All Queen Helén, pero de otra manera a como amé a tu madre. Él era
mi obispo, un obispo de los de antes, de gestos augustos y maneras
patriarcales y una benignidad “ancien régimen”. Me solía
dirigir palabras amables y me preguntaba por mi familia y por la
marcha de mis estudios. Nunca le había visto tan triste porque era
un sacerdote muy austero pero jovial y su mirada enigmática para las
laudas funerales me preocupó. Tenía los ojos muy tristes aquel
obispo.
Fueron
nada más unos segundos. Al poco, tomó el hisopo del acetre. Dio
comienzo la invocación del “ Asperges me “, el coro atacó las
notas del introito de la misa “ cum jubilo “ y después de alzar
la mirada hacia el inmenso icono de la Madona que se alza al final de
la nave del transepto, cabe el balaustre del triforio, y justo sobre
el inmenso cancel que paramenta la Puerta del Perdón, pareció
recobrar fuerzas y se dispuso a cantar la misa de la Dormición tan
campante. Yo mismo lo vi sonreír como transfigurado por una
respuesta interior que acababa de dar de lado a sus angustias.
Pero
el fámulo Resines y los beneficiados - recuerdo algunos nombres de
aquellos ilustres: Casiano Toral, Arito Valdesimonte, el que se
peinaba para atrás untando el cabello con gomina y metiendo el peine
con furor en su espesa negra cabellera, sin conseguir halar todo el
camino y un mechón rebelde se le erizaba por la parte de atrás , o
Don Bonifacio con su barriga y su gran calva, que era un alma de Dios
- y algunos canónigos con el deán Fernando Arco Potenza, el
arcediano Amós Fito y otros del cortejo quedaron como parados. Un
ángel había bajado para anunciarle a Don Isaías que la Virgen
vendría a recogerlo en breve. Dios siempre cumple sus promesas sobre
todo con el justo. De él siempre se podría decir que murió en el
Señor.
Aquel
acontecimiento así como la visión de la Virgen Bizantina que corona
la nave lateral, sobre el triforio de la entrada, augusta en su
majestad llena de hieratismo benevolente, con un manto rojo y cabeza
inclinada sobre el regazo donde sostiene al Salvador dejaron en mí
honda impresión. Siempre que vuelvo a mi ciudad la recuerdo, porque
yo, querida Alquinnhelén, soy rasemiriano como Pablillos. Neto.
Nací cerca de la Judería Vieja, cruzado el arco de la Puerta del
Socorro. Como el gran personaje de esa famosa novela picaresca.
Quevedo no sólo definió con arte maestro a un personaje sino que
trajo al mundo todo un elenco idiosincrásico de tipos como yo,
siempre a la expectativa, a los que ni la vida ni el destino han
tratado con mucho miramiento. Rasemira se me sube alma adentro. En
ella nací y a ella volveré, pues es tierra de pan y de vino. Con
decir que me llamo Larije, que así designan los moros a la uva
labrusca, todo queda dicho.
No
me cabe la menor duda de que tuve el privilegio de asistir a un hecho
fuera de lo corriente. La anunciación de su próximo tránsito a un
siervo e Dios, así como también el final de toda una época en la
historia de la Iglesia. La tristeza proverbial de mi obispo tendría
que ver seguramente con aquella revolución tecnológica a punto de
estallar y que representaría la involución de una serie de valores.
Se
traía una aquel monseñor con el papa imperante. Por su porte lleno
de majestad aristocrática , el amor al culto y por su rostro. Calvo
completamente, alto delgado y con los anteojos redondos de montura
plateada, la nariz acaballada, el perfil sereno, igual que Pío XII.
Incluso, cuando en el transcurso de alguna audiencia extendía los
brazos en cruz, en actitud de intercesión apenada ante el Altísimo
por una humanidad en dificultades, era la viva estampa del Vicario de
Cristo, cuando apareció por las calles de Roma, tras un bombardeo de
los norteamericanos, la sotana ensangrentada. Peciolo era el único
que por su inocencia de vida y carisma patriarcal tuvo derecho a
ostentar ese título. El fue en realidad el ultimo papa.
Se
trataba de un caso extremo de coincidencia portentosa, de pura
miméis, o acaso aquella inexplicable semejanza tal vez tuviera que
ver con la acción de la gracia. El soplo del spiritu a lo largo de
los tiempos tiende a establecer paralelos y analogías que difunden
el idéntico rostro de Cristo por medio de dos hombres diferentes,
pero comunicados por un venero secreto. El amor vuelve a los esposos
semejantes físicamente. Les hace prorrumpir en las mismas palabras
,expresarse en sobadas muletillas, o hacer ostentación de idénticos
ademanes.
He
conocido a pocos hombres que fuesen tan santos como Don Isaías.
Barruntaba ya el concilio con sus ceremonias de confusión, la
entrada en avenida de fuerzas disgregadoras, que cambiarían el
aspecto de todo. En su rostro proféticamente se pintaba poco
entusiasmo por el cambio que habría de sobrevenir , y, sí, el mucho
temor.
Acudiría
el lobo al redil y se disgregaría la grey. Sin pastor el rebaño
cristianos ambularía de aquí para allá desconcertado en el
paroxismo de la contradicción. No hagáis caso a los falsos
profetas. Pero esa es otra historia, que a ti no te competa y de
escaso interés, excepto para los que navegamos en ceñida las olas
de este mar huracanado. El aire es de bolina.
******
****
*
CAPÍTULO
II
4
de junio de 1999
Aun
año corrido desde que me puse a pie de obra, en este tajo literario,
que tanto me duele, y no he sido capaz de darle a una tecla. Mi
ordenador ha estado mudo y ausente durante los pasados doce meses,
pero me hacía guiños, porque ahora con estos adelantos y tantos
inventos, ya no existe excusa para no hacerse escritor. Escritores lo
somos todos, aunque de pluma gorda y cargados de hierro, y cargados
de miedo, nos aprestamos a la batalla del Mundo Perfecto, sin que el
arte medre, sin que se escriban más que paridas, convencionalismos,
adulaciones y adulterios. Han raptado a las Musas y nada bueno para
el mundo puede venir de este secuestro, mi querida All Queen.¿Sin
amor y sin poesía seremos capaces de vivir? Ya me dirás lo que tú
piensas y qué te parece, porque estoy seguro de que, llegado su
momento, lo harás. Cada hora que pasa miro para el teléfono. Suena
para otros asuntos. El técnico que va a venir a reparar el
televisor; un corredor de Bolsa vendiendo bonos; el despistado de
turno que llama a la querida.
-Está,
Pili?
-Aquí
no hay ninguna Pili.
-¡Ah,
perdón! Me he equivocado!
-
Pues, a ver si te enteras y marcas como Dios manda, pelmazo.
Esa
clase de telefonazos en falso requeriendo a Pili, a Conchita , a Sole
o a Maripaz son frecuentes los viernes tardes o los sábados tarde.
Se conoce que la gente se llama para quedar y mete el cuezo, claro
está. Noto que al personal el cuerpo le pide guerra. En el mundo
sigue existiendo tanta hambre de hembra y esa soledad como cuando yo
era joven. Ahora me pregunto la de perras que se me han ido a mí en
el teléfono. Dineros y dineros que han ido a parar a Telecom, a Bell
a Moviline, o a Telefónica, que así se llama el consorcio que parte
el bacalao del ring ring por estos tesos. Me he pasado la vida
arrascando el bolsillo y llamando por teléfono. El Teléfono y
erizos, fuerza es reconocerlo, fueron mi perdición
Y,
total, para nada. De poco me ha servido pasarme la vida de
cháchara.¿Por qué no me escribes? ¿Por qué no me hablas? Al
cajetín del correo también echo un vistazo todos los días, no sé
que de mi te acuerdes, pues tienes mi dirección y mi número de
teléfono, que una vez me telefoneaste. Fue en la noche del seis de
junio del 87, y nunca me vi en mi vida en ocasión más jubiloso.
“Eh,
dad”. “Is that you?”. “Yes”.”What are you doing,
then”“Waiting for you, dear. I have been expecting this moment
for a long time”.
Pero
sucede lo mismo. Todos son facturas y cartas de las editoriales
tratandome vender enciclopedias o alguna “oenegé” pidiendo
dineros. Multas de tráfico, alguna que otra cita judicial a la
Magistratura d Iudicatrix Repertrix por aquel tío que me zuzó su
chucho, y yo me lié a cantazos con el perro y al amo le partí la
cara. Llevamos más de quince meses de pleito, amonestaciones,
atestados, requerimientos. Reconozco que se me fue la mano, pero me
tiré para delante, que a tu padre, All Queen, no le ponen un pie
delante. El can entremetido, que era un Rotweiler, pudo haberme
dejado seco, pero, cerrando la embestida yo seguí impertérrito,
pegandole golpes con la cachava, y ello fue que la fiera fue a
morder y yo ni corto ni perezoso, aprovechando la dentellada al palo
de mi garrote, que el animalito no soltaba, le hundí el regatón por
el gañote y adiós perro. Reconozco que esa vez anduve temerario,
pero, cuando se me cruzan los cables, ya no me detengo. Tengo casta
de guerrillero, leches.
El
dueño del dogo se acojonó, pero yo me fui a la empinada y nos
enzarzamos. Nunca cutí a nadie el polvo con tanto ganas, parece que
me lo había puesto a huevo. Nunca han sido de mi gusto ni los
matones ni los fantasmas, y aquélla fue la mía. Era un chulo con
muchas ínfulas. Le dije que me la repatean los perdonavidas;
encima, el tío estaba cuadrado, con unas espaldas de armario
empotrado, y mira que dicen mis enemigos que tengo un tipo de culo de
lampara, y otros reparan en que soy lo más parecido a una pera,
ancho por abajo y angosto por arriba. Que no soy un cachas ya lo sé,
ni tampoco de dónde diantres saco la fuerza para hacer uso del genio
que Dios me dio. Debe de estar en el alma y no es otra cosa que el
empeño y el ahínco que pongo en mis acometidas, pues a mí nadie me
pone un pie delante, aunque por lo general suelo valerme más de la
astucia, siguiendo el ejemplo de Pablete, mi tocayo, al que
mantearon, acantearon y emplumaron varias veces, pues, al igual que
él, me siento carne de Inquisición. Es el pago que recibimos la
penitencia por nuestros desvelos, la recompensa por navegar
contramarea: palos y palotes, broncas, abusos, retractaciones,
inclemencias. Y a este paso no sé si terminaré mis días en la
soga, o en las galeras del Rey Ildefonso, que es fama que es un gran
rey, y muy bien asesorado aunque sordo. A mí no me gusta: soy de los
de la República. A la única reina a la cual rindo pleitesía es a
ti, All Queen, cetro de la soberanía absoluta, rosa lejana de un
pensil ignoto que alegra mis sueños.
Con
los regios personajes de Britania la Mayor, tu país, no tengo nada
que ver. Ni con el de las orejas, que de su persona conservo un libro
titulado “To be a King” y ya en su más tierna infancia tenía
buenos soplillos (ese libro lo teníamos en tu cuarto, que estaba
pintado de rojo, de nuestra casa del 28 Scott Crescent de Edenthorpe,
y yo le rescaté y obra en mi poder, y aunque yo no sea muy
monarquista que digamos le tengo cierto afecto por lo que me
recubierta aquella cubierta azul) ni con la que murió en extrañas
circunstancias -pobrecilla, hombre, porque no quita lo uno para lo
otro, y era lo que se dice una rosa inglesa, pero mucho más guapa,
con creces, tu madre, pues vete a tu saber de lo que son capaces los
servicios secretos con su Gorilas, metidos en vereda; no hacen ascos
a los procedimientos sibilinos. Ellos siempre tienen que ganar la
guerra y, por premio a su audacia, han de caer de pie. Y Vae victis.
Ay de aquellos que no pasen por el aro: seguro que van y los asaetean
con bombas contundentes desde sus fortalezas volantes. Son muy
tolerantes, comprensivos, dialogadores, pero se convierten en fieras
si alguien les rechista, porque se conoce que están acostumbrados a
mandar y a tener la sartén por el mango. Su lema es:”A todo aquel
que se resista al césar catará el filo de mi espada”. Tienen algo
de caninos. Yo he sentido sobre mis costillas la dentellada de estos
gorilas, mucho más contundente que el del rotweiler del tonto que
sacó a pasear su fiera como si fuese un caniche, y yo le hice cara,
que no me devoró por un milagro del divino arcángel, el cual, ya
te contaré, es “mi chaperón” infalible, pero yo soy un hombre
pacífico y ellos no pueden estarse quietos sin tener delante a un
contrincante. Pues la vida no es un cuadrilátero de boxeo ni un coso
taurino. Si no tienen algo contra quien luchar ni a quien vencer,
parece que les falta algo, que son incapaces de vivir sin enemigo. Y
digo yo que a qué ton viene eso de pasarse los años haciendo
exhibiciones de músculos. Ya lo sé que sus bíceps son muy
poderosos y que se metes de por medio te acabarán dando más palos
que una estera. Parad ya, for God sake. Parad ya de una vez, pero es
como largar excomuniones contra un muro. Van y te saltan que ellos
son los ganadores y que nosotros los vencidos o te sueltan un
latinajo de la biblia como “vita militia est”. Si no tienen
delante un enemigo, se lo inventan. Se van de caza, cobran un conejo
al rececho y luego lo desuellan vivo en la plaza pública con mucho
“newsreel” y descoco informativo, para que sepan los otros
conejitos con quien se juegan los cuartos.
El
procedimiento no es nuevo. Ya lo utilizaba Maquiavelo y era moneda
corriente en el mundo de los “Borgia” y los “Medici”
florentinos. Ellos lo ponen en práctica con eficacia y les va
divinamente. Los instintos asesinos y la capacidad para dar la vuelta
a los argumentos, en perjuicio del débil, la entronización de la
mentira y la tergiversación de los hechos forma parte de la
filosofía y erótica del Poder por el Poder.
Dicen
que la Princesa Joya estaba encinta a consecuencia de un desliz
durante un plenilunio, en una romántico paseo en yate por el Mar
tirreno que termino en concúbito con un magnate del petroleo, pues
deceso vi yo mucho en Londres en la época Heath, cuando Britania la
mayor se derrumbaba por los sindicatos y los árabes había comprado
barrios enteros de Chelsea y los hoteles de Park Lane, y se llevaban
de calle a todas las chicas, porque en tu país tenían éxito los
morenos, aunque de eso no se puede decir nada, había los que no se
comían una rosca y no iba a ser cosa de permitir que un turco se
sentase en el trono de San Eduardo. ¡Faltaría más! La mayor parte
de las dinastías europeas han cultivado el matrimonio morganático,
y son muy meticulosas en lo de la sangre azul, como firmes defensores
de la “limpieza étnica”, ese palabro tan en boga, sofisma
intemperante por el que acaban de morir tantos pobrecitos, y la que
te rondaré morena. ¡Pobre Princesa Joya! : perdió el trono y la
cabeza.
Estas
cosas que te cuento no tienen importancia, pero mi vida, al
torcerseme la Fortuna, parce que se ha vuelto del revés, y uno se
cansa de tanto ir a zurdas. ¡Qué se le va hacer!, Pero el Día de
la Santísima Trinidad abandonaron sus plintos las cariátides, y en
Hohebrucke descorcharon el champán. Hubo fiesta en el cuartel
general, porque se había rendido Litsóñin. Un halo perdido, un ala
desplegada que no volverá ya, daba vueltas a la redondez. Decían
que venía el Mesías, y que reinaba en Absterburgo. Mis lecturas me
recordaban aquel impresionante fresco de la catedral de Orvietto en
el cual un esteta medieval había taraceado su faz en los altos
relieves del pórtico. El Antecristo guardaba un parecido curioso con
el Señor. Era rubio con el cabello rizado , algo rojizo, muy zarco
de tez, y también arrastraba y seducía a las muchedumbres.
Mientras
él llegaba y yo con estos pelos, devorando libros de segunda mano,
escuchando las imposturas de Radio Veneno, fumando en pipa. Insomne a
causa del café y de la bulimia que me devoraba por dentro, pasaba
las noches remoloneando, dandole al mando a distancia para comprobar
que todas las estaciones audiovisuales dicen lo mismo, y las peores,
las más infames, eran las alemanas. Me hacía el roncero a la hora
de escribir, porque hay que reconocer que cada vez me cuesta más. El
ordenador no me aclara las ideas, antes bien padezco como tarazón o
empacho. Doy saltos de un concepto a otro. Acometo tareas que
abandono luego a medio camino. Además , yo me pregunto que para qué
escribir, para qué hablar si no te hacen caso. Tus demandas y tus
gritos golpean contra el muro.
Además,
el Demiurgo Triunfal no consiente que se le lleve la contraria. Ha
puesto firmes a sus escribas y a sus escribas. En cierta ocasión en
una rueda de reconocimiento en Absterburgo convocó a los poetas y a
los jefes de informativos y le dijo:
-
Atended bien a lo que os digo. De ahora en adelante, será noticia
sólo aquello que yo quiera. Porque, como soy dios, a quien elijo lo
elijo.
-
Y ¿ que hay de la ética profesional ? ¿De eso que llamaban los
antiguos manuales deontología?
-
A esa mujer nunca la conocimos - repuso el Esbirro de la Justicia.
Y
arrojó a las tinieblas exteriores a multitud de pendolistas y
aspirantes a un lugar bajo el sol de las musas, entre ellos, a mí.
Por eso, ya digo que redactar folios y más folios, devanandose la
cabeza ante la pantalla del palimpsesto se ha vuelto tarea ímproba.
Tú vas por ahí por delante con la verdad por delante, y te
encuentras con los comisarios y zelotes. They write you down. Te
fichan.
-
Esta fiesta es un camelo.
-
Pues , allá tú. Tendrás que atenerte a las consecuencias
Los
duendes eléctricos luego juegan al escondite con mi inspiración, se
apaga la luz y se va a freír gárgaras el archivo. Como he perdido
la ilusión, cada vez me cuesta más trabajo, y es que, o ya no tengo
las mismas facultades, o me patina la memoria, pero las golondrinas
anidan bajo el alero.
-
Cada una de tus frases es un gatillazo.
-
Emperador, yo te las brindo.
-
Eres díscolo e incorregible. Contigo no hay quien pueda, amigo mío.
-
Ah, cuando vuelvan otra vez los míos, vete preparando.
-
Los tuyos han perdido.
Guardé
entre mis carpetas y cuadernos esta sentencia apodíctica del
Esbirro. Tal vez, tuviese la razón. Los míos no volverán nunca,
porque fueron derrotados. No son de este mundo.
La
luna, impávida y por encima de tales disidencias, es bella en estas
noches de primavera. Están encendidas las madreselvas, exhalan las
retamas cuajadas de una flor gualda que maravilla el sentir una
fragancia exquisita, y yo no tengo ni idea de por donde andas, hija,
que acabas de cumplir los treinta, revolotean los vencejos de mi
cabeza y yo hago como que el soy el mismo, pero un año más, estoy
más cansado y viejo. Todo aquel tiempo fue arrebatado por las alas
despalmadas y mayestáticas del aguda solemne y duerme sobre el
regazo del olvido. Para recuperarlo habrá que encontrar la piedra
bezar que, como un talismán de fecundidad y bienandanza, colocan las
águilas en sus nidos. Ya eres la imagen venerando de un icono en el
recuerdo.
Menuda
que la ha preparado el bueno de Litsóñin caudillo de Supraba. Hoy
ha comparecido en una rueda de prensa el Gran Subsecretario portavoz,
ese hombre insignificante, de aspecto felino, porque es toro manso, y
ya lo dice el refrán, del agua panda te guarde Dios que de la bravía
yo mismo me libro, anunciando a la parroquia la capitulación , el
del pelo pincho, hombre de gestos inescrutables, astuto, y político
imperturbable, oye que descorchéis el champán, pero a mí el Gran
Subsecretario Portavoz no me gusta aunque digan que han ganado la
cruzada a los de la limpieza étnica y que están a punto de entrar
los blindados de la paz, porque tengo tarazón de tanto bombardeo
eufemístico. Nos meten las frases por donde nos quepa y nos nos
quepa; aquí sueltan una palabra y quieren decir lo contrario. Retor
ha vuelto en el carro triunfal para corromper toda la semántica. Hay
que cogersela con papel de fumar, que menudos bichos.
No
te lo pierdas: bombardeo filantrópico, fuego amigo, campaña
humanitaria, intervención altruista significa lo mismo pero dandole
la vuelta al matiz. Paz quiere decir guerra. Fuego amigo, alfombrar
Supravia de embudos de mortero y de ruinas. Ayuda humanitaria,
quitate tú para ponerme yo. Orden internacional, caos y solidaridad
se utiliza como antinomia de discordia civil. Es habilidoso y artero
en la utilización del lenguaje el Antecristo, pero a mí no me
engañas.
Este
lenguaje coloquial, que forma ya parte de nuestras vidas, se
precipitó sobre nuestras cabezas, igual que una lengüeta de fuego,
la fría noche de noviembre de 1989 en que cayó el muro. Ellos
tenían que celebrar su bicentenario haciendo rodar cabezas, la
primera la de Ceaucescu. Siempre han de inventarse un enemigo. Igual
que Saturno han de beber la sangre de sus propios engendros y han
vuelto a poner de moda los sacrificios al macho cabrío, All Queen.
Mirad
al Gran Subsecretario tiene aires de gato y sus gestos felinos. Un
especialista en el cambio de chaquetas. A lo primero, la lucía roja
y en los mítines alzaba el puño cerrado y el capullo, pero antes
fue azul, y ahora viste de amarillo. Debe de ser porque lleva luto
por los muertos que debió de asesinar. A mi me daba en la nariz,
cuando era ministro, que por cierto me envió a galeras, que este
individuo iba a llegar lejos al socaire de la figura de Judas, porque
no ya meramente ha cambiado de camisa, sino que ha vendido a su
madre y a su patria. Claro que no podía ser de otra manera siendo
sobrino de quien era: aquel profesor enrabietado que se fue a Oxford,
escribía libros infames, y era muy políglota, un anglófilo de mala
casta al que le dijeron una vez en la Sociedad de Naciones.
-
Es usted tonto, don Carcajada.
-
¿Quién, yo ?
-
Sí.
-
Si hablo trece idiomas. ¿ Qué me dice?
-
Pues en los trece necio es usted.
Desde
entonces le había quedado al subsecretario el sambenito de su
familia. “Tonto en trece idiomas “ y la cosa le venía de
familia.
Que
hay tontos útiles y hay tontos peligrosos. Don Carcajada pertenecía
al segundo cupo. Porque, aparte de ser manso, nunca se le veía
venir.
No
podemos por menos de, abundando en lo mismo, tener que proclamar que
estos enemigos de la vida, de la esperanza y la caridad, se
autodenominan ecologistas, pero la ecología para ellos quiere decir
la muerte del vergel, y mundialismo quiere decir Babel, y primus
pater, vicario de Satanás, y democracia quiere decir autocracia, y
para ellos la urna de votar no puede renunciar a su origen
etimológico, ni echar de sí sus connotaciones lúgubres de osario.
Como instrumento de la tiranía, se disfraza de libertad. Las
elecciones forman parte del gran rito que quieren ellos entronizar a
toda costa.
-
Lo único que veo en torno a mí son túmulos.
-
¡Deberías tomar mucha zanahoria , niño, que aclara la vista!
Pero
la urna que ellos adoran, y con el que tratan de substituir al cáliz
de la Redención no puede renunciar a su origen infausto. Era la
vasija sepulcral donde los romanos guardaban las cenizas de sus
muertos. Sopla con furia el viento terral. El Poniente, saturado de
urnas cinerarias, y encandilado de comicios, huele un poquito a
carroña, con tantos y tantas que meten dentro de la mano de cadáver
para hurgar papeletas y administrar pucherazos; es frágil el
invento y se nos puede quebrar el envase y a ver quien luego paga los
cascos. Viene la palabra de la misma raíz que “ouron”, esto es
mear, y su ranura , a través de la cual hacemos el ejercicio de
nuestro derecho al voto tiene algo de falsa ilusión carnal.
A
causa de las urnas hay ahora tanta disfunción eréctil. No ha
servido, en su afán de confundir, para otra cosa que para proclamar
la gran desilusión genital. La crica democrática ha puesto todas
las cosas del revés. No metáis el cuezo en la hendedura que os vais
a quedar secos del susto. Os encontrareis un sapo
-
Pues, venga, que no se diga, hoy, San Antonio, y día de elecciones
generales. Todos, a votar.
-
Estamos todos cansados de guerras y de campañas.
-
¿Y a usted qué mismo le da ?
-
Mande Pedro o mande Perico de los Pelotes total lo único que vamos a
conseguir es que esos mandamases de Hohebrucke nos llenen la
conejera de guiris, porque Coninklia, nuestra patria, la otrora
Jardín de las Hespérides, a la que Plinio cantó en sus maravillas
en la variedad de fuentes y de árboles y de plantas [no son
concordes los autores en establecer el origen de su nombre que bien
puede venir de “Hesperio” esto es: la nación de la tarde, o de
“spinus” que quiere decir en griego el país de las maravillas,
aunque otros atribuyen su etimología a la abundancia de liebres, y
también el lugar del dios Pan, coronado de pámpanos, grumos de uva
por toda la cara, mucho humo en la cabeza y mosto en la barriga] es
un revoltijo. Aquí se han hecho siempre los mejores alfanjes y ha
sido un gran coto de caza. Su étimo se adscribe a raíces tanto
cinegéticas como tauromaquias. De su ethos no hablaré yo aquí
porque esta nación no se sujeta a un molde, y no se rinde a los
convencionalismos, pues constituye un crucigrama complicadísimo.
Pero
ésta es la tierra a la que amo, aunque me duela, All Queen, en la
que nací y pienso morir. Mi tragedia consiste en que nunca seré
capaz de ser inglés, ni de abdicar de mi pasado o de mis genes, por
adscribirme a ti, pues hay cosas que están por encima del amor
filial. Para mí la patria siempre fue sagrada, aunque digan ahora
que esto del apego al terruño no es más que un concepto
trasnochado.
No
pasaré yo por esa horca. Conociendo como conozco a los anglosajones,
sé que os tratareis de imponer, nos dominareis. Lo de la limpieza
étnica ( como si por el torrente sanguíneo corriesen miasmas que
hubiera que purifica mediante el cauterio o la transfusión
quirúrgica, y con esto se vuelve a la creencia de la superioridad de
razas y al privilegio de los de sangre azul, pues no os lo creáis,
mienten más que el “Diario Inmundo”, que ,cuando su capitán
empieza a largar por esa jeta, todas las jotas de nuestro idioma se
vuelven del revés) no es más que una añagaza de los quiere uncir a
Europa al yugo de su dominio para pasear al antecristo en su carro
triunfal. Vuestros jefes se dan buena mano en minar las resistencias
de los pueblos, inundar las playas de submarinos y las plazas fuertes
de caballos de Troya. Utilizan para sus propósitos la vieja táctica
del César “divide et impera”, la agitación psicológica y la
intimidación.
Ellos
han vencido pero no han convencido, o, por bien decir, no han sido
capaces de infligir una victoria moral sobre ese sátrapa, digno
heredero de los boyardos que se llama Litsóñin, defensor de la fe
de Cristo en un tiempo concusionario de embustes y de depravación.
Ahí está un campeón de la libertad, curtido en las batallas contra
Solimán. Se ha rebelado contra los asesinos de las madres patrias
que hoy regentan tanto poder y ha clavado su espada acerada sobre el
costado de Lucifer
Me
duele mucho, querida hija, que el Interpuesto se exprese en la misma
lengua que tu, aunque dicen que ya está cambiando de táctica y se
irá al alemán que es la que en realidad le pertenece, la de Lutero,
porque he consultado la Biblia y todos los argumentos masoréticos
propicia esta creencia. Que sí, que El que se opondrá al Reino de
Dios es un teutón. Hitler ha sentado precedente. Lo sabatizan, pero
se han apropiado de su filosofía.
Por
eso, me preocupa lo que está ocurriendo estos días. Es una lucha
sorda, en la que se abrazan todos a la mentir como a un clavo
ardiendo. Quieren vendernos la burra y yo por ahí no voy a
transigir.
Y
en Absterburgo andan puntero en mano desojando la margarita,
señalando con el dedo lo que ya hacía el Cara de Oropéndola cuando
imperaba, calcar con la regla los puntos donde habría que asestar
escalpelo para sajar el apostema de la limpieza étnica , marcados
previamente con una banderita, o círculos concéntricos.
-
Fire - clamaba el servidor de pieza.
El
cabo batería tiraba de la cuerda. Los golpes eran certeros.
-
Tenemos el avión fantasma y hasta platillos volantes para la
descubierta. Somos invencibles. Litsóñin, ríndete. Porque de otra
manera, no va a quedar de vosotros ni el apuntador.
No
vamos a negar que una de las causas por las cuales habían declarado
la guerra e invadido Supraba era porque les incumbía probar sus
nuevos engendros de destrucción. - Es menester polígonos de tiro
para cotejar sobre el terreno estos monstruitos, con fuego real y con
víctimas humanas.
Con
esta añagaza se habían lanzado a tumba abierta a aquellas
maniobras. Mediante una extraña y tozuda habilidad para retorcer el
pescuezo a los argumentos hacían dogmas de sus suposiciones.
Descargaban bombas inteligentes que buscaban sus blancos mediante
guía eléctrica, horadar muros de medio metro, y proseguir ruta .
Siempre hacían carne. Sus maquinas no sólo discurrían, sino que
eran capaces de hablar en cualquier idioma, igual que el asno de
Balaán, puesto que una vez gritaron en algarabía:”you are a
target”. Al oír esto, salieron todos los moros zumbando, porque el
chivato les avisaba que la peladilla buscaba sólo cabezas
cristianas. Se trataba de una preparación artillera infalible.
Después de los bombarderos vendrían los gourkas, de instintos
asesinos con un puñal entre los dientes.
-
Of course , you are a target. All of us have become a target.
-
They can make with us whatever they wish, you undestand me, pretious.
Even you are a target, All Queen. But never mind. One day I ́ll get
there and Íll liberate you from the claws o the Big Beast.
-
¿Ha
entrado la fuerza?
-
Ya están aquí.
Una
recua de blindados reptaba por los campos de minas, que los
artificieros del Cesar neutralizaban sabiamente. Salían a recibirles
moros tocando chirimías. Sonaban las viejas melodías jenízaras. La
columna motorizada iba escoltada por la flor y nata del periodismo
ultramarino, las plumas más galanas, los rostros más famosos, y
nombres anglosajones o teutónicos en seudónimo, que despistaban el
pasado judío, y que, rizando el rizo, han conseguido lo que hasta
ahora nadie había: retransmitir una guerra en directo. Las cámaras
captaban las evoluciones y los lances de los paracaidistas, pegados
al territorio, el zumbido ominoso y amenazador de esos moscardones
artillados que son los helicópteros clase Apaches. El ruido de las
máquinas infernales poblaba el cielo de Supraba, región mártir, de
presagios de hecatombe. Venía al recuerdo la memoria una de las
Siete Plagas. Los Apaches hacían pensar en la de la langosta. Era la
libélula de la guerra que arrasaba las cosechas. En algún lugar de
la penillanura lloraban las trece tribus.
-
Acaso, os guste tanto armar camorra porque habéis visto demasiadas
películas de indios. Deseosos estáis de rapar cabelleras.
-Escucha:
llegan los sioux. Tacatá. Tacatá.
“Toro
Sentado” se dirigía hacia el campamento, jinete de un caballo
moteado que cabalgaba a pelo. Así es como hay que hacer la guerra.
Sí, señor. Desde que ya no hay caballería, lo paso fatal, porque
con tanta estrategia la guerra se ha convertido en un aburrimiento.
Nadie
durmió aquella noche que fue la antevíspera de San Basilio el
Grande, un doce de junio como si fuera la final de la Copa de Europa.
Aunque todo estaba ya de antemano. Las grandes cadenas montaron el
cho, y los alemanes seguían tan vociferantes, buscando,
desconsolados, el tambor de hojalata. Entonces no era más que un
juego de niños comparado con la que se nos viene encima. Siga el Sr.
Hierba fumando en pipa y aporreando su tambor. La final estaba
amajadada. Han comprado al árbitro estos jodidos. Ya podréis,
jaquetones. Diez a uno. Vaya una paliza que le habéis propinado al
Pelo pincho.
-
Ahora se acerca la unidad del comandante Libertador, desactiva una
bomba, avanza por la vertical del campo lleno de escombros, se
observan los embudos que dejaron como tarjeta de visita las panzas de
los super fortalezas volantes, desarman a un gendarme de los malos.
Se
engallaba el Espiquisy. Parecía a Matías Prats retransmitiendo
desde Maracaná. Ahuecaba la voz, mantenía el tempo oratorio. En la
guerra todo vale. Amañar cadáveres y lanzarlos a la costa. No hay
nada más contundente que una bomba en un supermercado o el primer
plano de una viejecita degollada a la hora del te.
-¿Por
qué lo hiciste Faquiyíu?
No
hay respuesta. No more questions. Sólo se veía el avance en
agachadiza del nepalés soldado tiznado el rostro amenazante, un
machete en la boca.
Espiquisy,
voz que reina en nuestros días, controla nuestras mañanas y
segmenta nuestras tardes, y me envía el cheque a fin de mes. Es la
granjería de ser súbdito del rey bobo y la reina fea: vivir en el
limbo.
-
Manos arriba, tú, sanguinario polizonte del Régimen Corrupto.
El
pobre hombre uniformado, a la que la llegada de los tanques ha cogido
de improviso, y no quería que los aliados llegasen cuando las
alondras de la montaña habían empezado sus gorjeos amorosos, porque
estas no son horas para invadir, francamente, se queda parado, pero
el infante vengador cree ver en su persona alguna maula y rápido,
más que Bill el Niño, le mete en el cuerpo del sospechosos, que
acababa de salir a hacer sus obligaciones físicas, ora porque no le
llegase la camisa al cuerpo, o porque había estado dandole aquella
noche al anisete, cosa por la cual son algo tardos sus movimientos, y
le pasa lo que a Genarón le una madrugada de Jueves Santo debajo de
una barbacana de la muralla de León.
Ya
podréis, cobarde. No se desuella a un hombre que ha bebido y menos
cuando está cagando, pero, como en la guerra y en el amor, vale
todo, o al menos, es los que propaláis vosotros, pues, de acuerdo.
Pero
el locutor del Platón New, se enerva de entusiasmo, presa de un
frenesí semi diabólico. Acaso piensa que está retransmitiendo un
partido de fútbol y no la muerte de un ser humano, grita por el
monitor:
-
Gol. Our
paratroper has scored. Well done mate, this is it. Bravo. One, nil.
We are the winners.
Mientras
yo me acuerdo de la madre del Gran Rothschild, y musito para mis
adentros una cancioncilla que un buen hombre me enseñó una noche de
juerga en Londres, y que yo tarareo cuando presumo que se avecina
borrasca por el horizonte:”If the devil had a son, he would be
called Palmerston”, vibra el locutor en la exaltación de un
patriotismo esquinado, difícil injerto en la gran panoplia de la
bandera. Llegan los juliganes a patadas, que vienen los ingleses, esa
aguerrida chusma que arrasará los campos de Europa. Los alféreces
provisionales del pirata Drake han empezado a aplicar su doctrina de
la Junio-Jaque y suenan por todos los confines los ecos del
“Britannia rule”.
-Palmerston?
Do you remember who he is?
-Lord
Beaconsfield, you silly: the big godfather of the British empire.
Desde
aquel día tengo todas las antenas desplegadas.
-En
octubre quiebra la Bolsa. Habrá pánico en Wall St.
-Os
gusta meter el miedo en el cuerpo, tíos. Eso es lo que más os priva
más que a un tonto la chifla de Marcos el alguacil.
-A
ti que te alguacilen.
-No
me alguacilarán. Seré fusilado. Más bien.
-¿Tú
crees?
-¡Oy,
oy, oy!.
-Pues
sí. Mira quien fue a hablar.
-están
cacareando las urracas.
-¿Dónde
se han subido?
-A
la branca más alta del árbol del ahorcado.
-¿Y
qué hacen?
-Lo
de siempre graznar, derraman su baba. Si te pones abajo te cae un
misil de gallinácea. Cegarán a los profetas como a Tobías con sus
cagadas. Pero estoy hablando en sentido traslaticio, ya me entiendes.
-No
son urracas, son milanas, que todos los falcónidos tienen esa fea
costumbre de disparar largo y tendido cunado excretan, es una forma
de marcar territorio. cuanto más firme y lejano sueltan, mayor
garra, y más mortífero el zurrido.
-Zurren,
zurren, presidente. Ta, ta, ta. ¡Qué guarras!
-No
te rías, Verumtamen, que la cosa es más serie de lo que parece.
Mira cómo Lupa Barcerionensa reparte caña. No escribe con pluma de
ave sino con hoja de afeitar. Y Ronza Resentida, a la que dicen la
Huntsman, se asilvestró.
-
deja que el volcán espume su lava.
-La
cabra siempre tira al monte. y ya van dos hembras en jarras. Tiros a
la barriga, y una faca entre las bragas.
-Dios
que fuera demonio. ¿No fue ésa que cuando te nombraron corresponsal
en Londres te arredraba, diciendo que habían nombrado a un
corresponsal tartamudo? La envidia de las palomas cojas hacen que
zureen las milanas. Ay que risa. No llegó. A ti te protegía la
Santa. Es que quería que la hubiesen mandado a ella, pero ella la
pobre no era más que una simple reportera de la patrulla de
Castellana 142, y no pasará de ahí. En cambio, tú, Gnadio, eres un
escritor. Todo el furor de estas prójimas tiene una explicación
uterina. Todo viene en clave histérica. Bah, cosas de mujeres. ¿Por
qué escriben ? Porque no follan.¿ Por qué no follan? Porque no
paren, y no paren porque son machorras. ¡El sorites me ha salido
redondo! Olé mi fabla.
-¿
Es que se ligaron las trompas de Falopio?
-
Ya quisieran ellas que les quedase hueco. Iban para monjas y como no
las ordenaron madres superioras de la Causa, pues se cagaron en el
convento. No son más que sotas descartadas. Soberbias como ellas
solas. Me impla su ego. Van y dicen, o jugamos todas o se rompe la
baraja. A mi me pusieron cual digan dueñas, pero otra cosa no
podíamos esperar de esas cotorras comadronas periodísticas. No lo
llevo a afrenta. Es timbre de gloria. Ya quisiera la Huntsman para sí
el despacho de corresponsala, haber ido a Oxford cuando nombraron al
guitarrista Andrés Segovia “honoris causa”. Allí tuve el gusto
de conocer al “tonto en siete idiomas”, que se acogió a altana.
Ya era viejo, pero todavía le duraba el berrinche. Una dama
pequeñita de pelo blanco le tiraba de la manga, hopalanda gris, y
birreta roja deslucida con un remate de pluma blanca, dómine
oxoniano, el chaqué y la dulleta de media talla, pues era muy
pequeñito, alquilados a un ropavejero de Savile Row, y con unas
gafas sin montura cuadrada, vayámonos, Sotero, no sé que haces aquí
hablando con estos fachas, la entrevista fue accidentada, pero yo
supe de antemano que todo era una martingala, la olla barbotaba. De
milagro no le tiré un pedrusco, pero ya asomaba el consenso. ¿Don
Sotero qué hace usted ahí? Le escribí y me respondió de su puño
y letra un negativo. “No entretengo indiscreciones”. Allí
empezaba un poco la madre del cordero. En Oxford sacaron en procesión
al Cristo de las Revanchas y salió a recibirnos el alcalde con el
collarín y todo, hubo una copa de vino español en el aula magna
llena de togas capisayos y doctorales chambergos. A don Sotero le
bailaba el agua un fámulo ayudante de cátedra, joven simpático y
de la ribera, que de la cátedra de prima ganó las oposiciones de la
de antropología. Había bebido a los pechos de Don Sotero Pesetero y
nos contó un chiste que nos hizo mucha gracia a Mariano González
Aboín y a mí. Si esto es civilización yo me vuelvo a Estella. La
campana de las tabernas inglesas suena inexorable a las diez en
puntos PM con una “last rounds please”. Pero de este personaje
tan postinero, que había sido fraile y tocaba el órgano como los
angeles, ya hablaremos más adelante. lo que te perdiste, Ronza. La
patata caliente empezó a torrefactarse a orillas del Támesis entre
Oxford. Don Sotero y esos oficiando de obispo del consenso se
convirtió en el pontífice de la Transición. En la Corte de San
Jaime, a la sombra del fantasma de Lord Beaconsfield, se cocinó
todo. El lugar tiene una marcada tradición conspiradora. Allí se
había organizado el cacao de nuestra guerra civil. Siguió la racha
hasta la llegada del ministro Pabellón la calle es mía, pero allí
le dieron sopas con honda y perdió. Estos ingleses hilan fino la
madre que los parió. Y yo fui testigo de cargo, pago las rondas y tú
querida Huntsman continúa escribiendo novelas cursis, que es lo
tuyo. Si me trabuqué entonces entonces ante el guitarrista era
porque veía la que se echaba encima. Todos vosotros, monacillos y
manecillas del gran pobre Pedro Rodríguez inauguraste la era del
periodismo caníbal, pero ya no me azaro, no jodas. La Frómigue de
Frómita me protegía. Estaba de Dios que te quitase el puesto y a lo
tonto a lo tonto pude enhebrar mi primera crónica, y tú y otros
creo que firmasteis un papel al director del Ente para que me
echaseis. Una par de pares tiene la cosa. Solidarias, por un tubo,
pero os falta caridad. ¿Cómo las vais a tener si carecéis de
entrañas? Os han ligado las trompas y dicen que eso enfurece y os
vuelve de plumas ríspidas.
-Y
de remate se cargarán el invento. No se os puede dejar solos.
-
al Antropólogo lo acaban de largar de la tribuna donde explicaba el
hecho cierto de que el hombre viene del mono en la de Ciencias de
Información Deformante. Armó un cristo, y como no aceptan reveses,
ponen el grito en el cielo. ¿ qué enseña Jemal ?
-Que
el hombre viene del mono. Hay que institucionalizar a las parejas de
hecho.
-Le
echaban mucha prosopopeya. Para ese viaje no se necesitaban alforjas.
-Recuerda
que hubo tiempo en que nadie era capaz de meterles en vereda a los
Cien mil Hijos de San Luis. Los exilados vinieron repartiendo leña,
que eran palos, al fin y al cabo, aunque fueran consagrados por el
decano de la Universidad de Oxford.
-Allí
siempre nos tuvieron mucha mala leche a los españoles.
-Lo
suscribo, pues he visto fluir la mala uva con mis propios ojos. Ríos
de vinagre histórica. Todas nuestras peores movidas fueron guisadas
con recetas de los Rothschild en las ollas del barrio de Belgravia.
Yo expuse esa tesis durante el transcurso de un almuerzo en la
embajada y por poco me echan del país. Debo a Don Manuel, que era
una buenísima persona, que me achicase los perros.
-
Por haber llegado al país con un enchufe de aquel don Sotero el
Ginebrino, tonto en todos los idiomas, traía muchas ínfulas y aquí
si no te cuidas siempre te rebajan los humos. No se les puede dejar
solos
-Ya.
Eso decía que el Gran Nioto, que ojalá resucite. Tanto le
denostaban que ahora le echan de menos. En el juego del quitate tú
que me pongo yo caben muchos abrenuncio. Les ahorcan con la misma
soga que ellos pusieron al pescuezo de otros. Donde las dan las
toman. Mucho se alzaron, pero les veremos caer.
-Mare
no hay más que una, pero España, dos. ¿Qué no quieres caldo ?
Tres tazas. No he tomado venganza. Tengo poco de indicativo. No leo
sus histéricos engendros cortados a navaja. Los desengaños me han
quitado la tartamudez. El sabio sólo reza y calla, y aquí estoy
viendolas venir.
-¿Cómo
don Erasmo Pérez Plumero ?
-Toda
ellas son de su cuadra. Van detrás de Pol Pit que fungía como
mamporrero en aquellas andadas.
-Ese
también publica.
-Cosas
muy malas.
-
Ahora está en la peña del Ayesblú, alias el Valenciano, los que se
sientan en el velador, justo detrás de la tajuela del Estilita cabe
la barra del Estevón, el que ha sido tu muro de lamentaciones
etílicas durante tres lustros.
-No
tenía donde ir. Me aburría, pero que conste que en el Estevón me
he dejado muchos cuartos en todo este tiempo. Tengo una inclinación
generosa al derroche y ya metido en copas de perdidos al río.
-¿No
te percatabas, alma de cántaro, de que el pincerna te sisaba en el
vuelto? Si una copa de ojén valía quinientas rubias, y hacías el
pago con una billete de dos mil, él te devolvía cuatrocientas.
-¿Quién
se preocupa de cosa tan ruin? Me ha tocado muchas veces hacer la
vista gorda, lo mismo que, cuando, en un apuro, le pedía al Estilita
para un taxi luego tendría que devolverle el préstamo con un
interés del cincuenta por ciento.
-Usura
llaman a esa figura. Pero Alborotapueblos alias el Estilita menudo
es. No se le escapa una. Con decirte que es capaz de leer los
periódicos del revés,
-
Vacante eso, tiene buen corazón. Es listo como él solo y eso que no
fue a la escuela. No puedo decir mal de él pues me consta que me
quiere y me ha sacado de muchos malos rollos.
-
Al Estevón no has de volver. Agua que no has de beber... Oye ¿Me
escuchas?
-Pero
, si es vino, no. Yo me apunto. Me han crecido los enanos y se me
amontaban enemigos y enemigas durante este tiempo. No sé lo que me
pasa, pero yo a las tías no les caigo nunca del todo bien.
-
buey suelto bien se lame. Cabalgan mucho, pero no como Dios manda,
sino de través, y vuelan por los aires como brujas. Las vi montadas
en el palo de una escoba, pero su trayecto es corto. Del coro al caño
y de Puente Erín a Fuendalsaña. Encontrará al pájaro tordo y por
menos de nada se lo avían. Recuerda que son aves de rapiña
El
gordo de la cabeza monda lironda, ese que aparece de comparsa en
todos los programas del Spikizy (desembucha atrocidades) tiró a
canasta y encestó, pero debajo de los palos estaba Faquinyiú con
una clepsidra, se quejó al consueta celestial.
-Este
tanto no vale tú.
-¡La
manita de Dios!
Entonces
la megafonía de la discoteca de las Praderas Celestiales, donde
Spikizy se había buscado un curro de pinchadiscos sábado noche,
puso música de baile. La parte del león del repertorio se lo
llevaban marchas militares entreveradas con la balada más famosa del
Festival of Light, cuya letra ya ha sido mencionada: “If the devil
had a son he would call him Palmerston”.
Camino
del exilio, un niño rubio, huérfano de la guerra, al volante de un
tractor, no llega a los pedales pero lo conduce hacia el norte. Sus
padres fueron ,masacrados por un turco. Huye de la venganza de los
apóstoles de la limpieza étnica. Otro éxodo acaba de comenzar,
pero, por lo visto, los de estas segunda tanda, como no pertenecen a
la secta de Mahoma, carecen de derechos humanos.
-
Hay que macizarlos.
-
La culpa la tiene Litsóñin.
Los
politólogos de las juntas analizan la situación de globo, y por el
fuero y por el huevo, llegan a perentorios conclusiones de cornutos
silogismos. Tienen que ganar siempre. No hay tu tía. Como buenos
hijos de la Serpiente Infernal sueltan su baba mala. De otra forma no
podía ser. Una orgía de odio reconcentrado, un odio secular,
atiborrado de imágenes y de agujas de minaretes ( los corresponsales
volantes que cuentan la guerra in situ siempre se colocan a la
sombra de una mezquita para retransmitir su vociferante propaganda,
porque, asesinada la verdad, noticia va a ser lo que a mí me salga
de las narices, cumplir su cometido, para que resalte bien quién es
el jefe y quien la consigna: apoyar al Soldán, hacer el recudimiento
de las hordas de la Media Luna) nos persigna en esta sangrante
primavera del último año del siglo. Es el terror del milenario, y
el apostrofe de la mentira, repanchigado en nuestro cuarto de estar.
Y el que diga lo contrario o no piense igual, que se prevenga.
Nosotros le ajustaremos las cuentas.
-
Tiros a la barriga. No kidding.
-Como
en Casas Viejas. ¡Viva la guardia Civil! ¡España, madre nuestra,
aunque te deshonremos, tú nos honras. Eres el mejor país!
-No
te pongas sentimental, Verumtamen.
-Hoy
es 20 de noviembre. Me ahoga la memoria el recuerdo de tantos
muertos. ¿Y para qué ? Ojalá nunca se repita. Entonces pagaron
justos por pecadores.
-¿Saben
cuántos curas se pasaron por las armas?
-Dieciocho
mil.
-¿Y
qué dice el Vaticano?
-El
Vaticano no tiene memoria. Con esto del Holocausto se ha hecho el
papa un lío. La sangre de todos ha salpicado su sotana.
-
Pero si yo defiendo mi patria, mi suelo regado con las sangre de
tantos muertos, ¿por qué me disparáis?
-
Con las reclamaciones al maestro. Drop dead, you bugger.
-
Sois de una valentía para ponerla en el Guinness: matar a un hombre
giñando, como al borrachín de Legio Séptima, violáis mozas
cristianas, asaltáis cunas y preventorios. Vuestras formidables
acies, las aguerridas escuadras, los manípulos de largas lanzas, las
testúdines o tortugas militares para expugnar las posiciones
enemigas.
-El
enemigo está en la plaza.
-Es
lo malo. Con tanto caballo de Troya recién colocado será difícil
la defensa.
-Ya
han entrado.
-No
pasarán.
-Ya
han pasado. Nos van a tirar al mar. Preparaos a nadar en las aguas
negras del Leteo.
El
polizonte del Régimen corrupto se agita unos instantes entre
convulsiones horrísonas, expulsa por la boca un río de sangre y
rinde su espíritu, victima de los que irrumpen en un pobre país
proclamandose salvadores de los Derechos Humanos. Realmente, nada más
feroz que un británico al merodeo. Entonces heredáis vuestra
condición de piratas. Sois los feroces picti a los que no pudo meter
en vereda el emperador Adriano.
Cuando
desconecto el interruptor, estoy al borde de la nausea. Acabo de
presenciar en vivo un homicidio. La sangre de este justo pesará
eternamente sobre la conciencia de los asesinos, aunque la verdad que
éstos son de moral muy laxa. Estos cosarios se atreven a acusar de
corrupción al líder de un pueblo que no se doblega ante quienes
bombardean su territorio y defiende con dignidad la cultura de su
país.
Estos
día uno no tiene más remedio que desenchufar esos aparatos porque
uno se enfrenta con audiciones y visiones de odio a gran escala.
El
tipo de la pajarita - luego descubrí cómo se llamaba, nadamenos que
Benjamín Jamón, pero debía de ser un alias de Leví, Cohen, o
Zamorano, apellidos de los que en estos momentos está plagada la
cancillería del Cuarto Reich de Absterburgo, y que va a durar dos
mil años - ínterin tiene toda la pinta de un profesor de la
Sorbona, por su aspecto gris, pero a cada señalamiento de su batuta
yo pienso en los desventurados que deben de haber caído bajo los
cascotes que dejan las bombas. Máncer Jamón, que te aproveche el
pata negra. Pero ,mira que eres embustero. Te empeñas en llamarte de
lo que da el cerdo, cuando aborreces el tocino, y te empeñas en
empedrar tus coloquios de paz armada y de ayuda humanitaria,
crímenes contra la humanidad, y otras zarandajas para esconder las
cartas asesinas a las que estás jugando, y que no son más que una
judiada. Te recuerdo que siempre se dijo: “ y del judío la maula
“. Hombre por Dios, esas no son razones, imposiciones y trágalas.
Yo no me creo lo que dices , ni borracho. Queréis salvar a Europa y
habéis entrado en ella como un elefante en una cacharrería. Yo me
huelo la tostada, don Ben, y conozco cuales son los objetivos
nefastos que os proponéis acometer: acabar con el Reino de la Cruz,
porque el recuerdo de la sangre derramada aquella tarde pesa sobre
vuestras conciencias.
-
Hoy por ti, mañana por mí
-
Pero, ¿ habrá mañana? ¿Tenemos derecho a reivindicar un futuro
con la que está cayendo?
-
Sí, hombre sí. No te hagas el pesimista. La maldad no puede durar
eternamente. para tu consuelo, te recomiendo que cojas una revista de
las que guardas en los altillos de los armarios, pues eres una
urraca, que te gusta guardar todo. Echala un vistazo y podrás cómo
la actualidad es agua pasada y este momento preocupante se convierte
en algo ridículo.
Sin
embargo, el que a mí me quita el sueño es el Consueta de la Muerte,
el outspokman o vocero. No descompone un músculo, pero hay que ver
qué verdades terribles anuncia le buen señor.
-
Es un “whizkid”, un “ wundermensch”- oí que me soplaba el
subconsciente-. De hombre sólo tiene la cáscara, la medula es la de
un robot.
Ángeles
custodios, libradnos de esta gentuza. Echadla fuera del mundo. ¿Qué
hacen los serafines de seis alas ahí parados y viendolas venir? ¿De
qué modo se tolera que sea conculcada la justicia y triunfe la
iniquidad? Me desgañitaba interiormente, pero nadie parecía hacerme
caso. El maestro de ceremonia de la Cancillería seguía proclamando
que no habría cese en los bombardeos. Litsóñin tenía que aceptar
su programa de quince puntos trágala y rendirse. Seguía yo mirando
a aquel sujeto de pesadilla, que había visto alguna vez paseando el
perro en un playa o tomándose un té cortado en algún tenderete de
Absterburgo, donde de expenden piscolabis y salchichas alemanas.
¡Aquel aire tan burgués como de honorable padre de familia y
aquellos anuncios tan apocalípticos!
El
odio matriza hombres en serie, seres clocados. Por el superhombre de
Kierkegard, la Humanidad marcha hacia el sumidero.
Esta
primavera del 99 ha cruzado el ángel exterminador los cielos del
mundo y el Día de la Trinidad abandonaron sus plintos los cadáveres
para convertirse en préficas o plañideras de muerta. Samuel Jamón
me evocaba pensamientos de destrucción a gran escala. No cabía duda
alguna; se trataba del innombrable: el “anomos”, el impío, el
hombre sin ley, hijo de toda prevaricación.
No
quiero, siquiera pensar en ello, All Queen; este guarismo que se
corresponde con la cantidad del seiscientos sesenta y seis me
desazona. Su cociente se evalúa a partir de sumandos de destrucción,
de calamidades. Consulté ciertos textos masoréticos que guardo para
estas ocasiones pero los autores tenían dudas. San Agustín no se
pone de acuerdo con San Jerónimo en esto del “schiliasmos”.
-Never
mind.- repuse- Ben Jamón parece un fraile a punto de hacer la
recomendación a esa canalla de corifeos que medra a la sombra del
Capitolio. La voz de este hombre desentierra en mí el recuerdo de
la salmodia de los arúspices que escucharon el graznar de los
ánsares. Debe de haber mucha muerte detrás de esa batuta y de esa
cara de paniaguado, que hace solitarios en su casa porque se muere de
aburrimiento, o porque su mujer se los pone con algún efebo de esos
que se anuncia en los periódicos para maduras desconsoladas -
“negrito retozón: me gustan las cuarentonas, máxima discreción,
llamar al teléfono tal”, y otros mensajes comerciales que salen en
las cadenas porno alemanes, donde el cohen o proxeneta en comandita
con las alcahuetas anunciadoras ladran números telefónicos a
mansalva que suenan a ladridos de doberman : ach, acha, ach, sex,
sex, sex, noin,noin, noin-, y padece del síndrome del milenio: la
próstata atrofiada con secuelas de disfunción eréctil.
Hace
la guerra porque no puede hacer otra cosa.
-
Me desvela el ayudante de campo del Gran Subsecretario; esta noche he
soñado que lo que estos pretenden es llenar el Paraíso Terrenal de
guiris. Están a punto de aprobar la Nueva Ley de Extranjería.
Una
voz clamaba en aquel instantes:
-Metecos.
Ilotas.
-¿Qué
dice ese chalado? ¡Que nos llama idiotas, tú! ¿Quién es?
-Un
arúspice.
-¿Su
nombre?
-Jáuregui
alias el Ojopipa. En la agencia donde trabajábamos fungía como
espía de la Internacional socialista. Pasaba información secreta a
Carrillo.
-No
hay que hacer caso. ¿Que culpa tiene el pobre de ser bizco?
-Todos
los bisojos son veraguas; me dan mala espina. Tienen algo de gafes.
Menudos son. Se tiran un pedo por los micrófonos y luego mandan al
diablo que lo pinten de verde. Es lo que denominan los fisiólogos
el efecto mariposa.
-Fijate
lo que proclamaba: “Inmigrante dentro, fascista muerto”. No se
puede negar que, aunque se dijo periodista, intelectualmente
desarrollaba de coeficiente mental lo que una portera. Todos los
tontos son peligrosos y si a la estupidez se les aduna la maldad,
mucho peor todavía.
-Van
a llenar España de moros.
-Eso
ya lo sabíamos hace muchos años.
-
Por eso se han lanzado a tumba abierta a cortar cabezas. Quieren
vengarse de la humanidad tratando de defenderla. A esta guerra de
Supraba, ya tan anunciada , les ha llevado su insaciable sed de
vindicta. No quieren cargarse a Litsóñin, que representa eso que
los Padres del Desierto denominaban la armonía espiritual, que nunca
puede estar de espaldas al número y al orden.
En
conclusión, el apuntador siniestro no podía ser otro personaje que
la Bestia Sin Rostro, y carecía de apellidos y de nombres porque al
guarismo de la perfidia no conviene nombrarlo sin quedar contaminado.
Insistía en que se avecina sobre el orbe una buena zafra, que había
que hacer tabla rasa.
-
Tu mirada mata como el basilisco.
-
Yo soy el basilisco. ¿ Tú que te has creído?
-
Manos arriba, Litsóñin tienes que rendirte.
Esta
primavera del 99 ha cruzado el ángel exterminador los cielos del
mundo. Fijate, All Queen, yo me fijo bastante en estas cosas. Sin
embargo, he mirado por el montante de la ventana de mi celda, para
tratar de atisbar algún signo de los que acompañarán la llegada de
los días terribles. Todo en vano. El carro del profeta Elías no
rodaba ni pegaba tumbos horrisonantes por entre los peñascos helados
de las nubes. El cielo estaba de un azul purísimo. En el pequeño
huerto de mi parcela las lianas de madreselva y de jazmín
serpenteaban dirigiendo sus esporas hacia arriba. Las rosas, más
perfumadas que nunca exhalaban un olor suave y los sauces lloronas
tan intrincados y potentes en su raíz se mostraban firmes y seguros
sobre el suelo, como si quisieran corroborar su testimonio aprendido
en el edén: que la vida siempre derrotará a la muerte.
El
castaño que planté yo en el centro de la cuadrícula, cuando
vinimos a vivir aquí, en el 85, es ya talludito, casi un
adolescente. La primavera pasada dio sus frutos: unas castañas
ruines, seroja pura, pero parece que nos advertía que nos
preocupáramos, que está ensañando, porque el castaño es un
arbusto de lento crecimiento y al principio de los zurrones de sus
erizos nace muy poca cosa, pero luego activa su glande y fructificar
bueno y mucho. Con lo que te quiero decir que todo el jardín está
encandilado y hermoso en las largas y joviales semanas de junio.
El
día de san Juan vamos todos a coger la flor del agua y a bailar en
torno a la hoguera de las vanidades nuestras. ¿Quién piensa en la
guerra ? ¿Qué habrá sido de Litsóñin dentro de dos lustros? ¿Y
de sus opositores que, para conseguir la destrucción de Supravia,
nos han tenido a todos con el corazón en un puño, subiendonos a
todos en el carro de Marte? Verdugos y victimas serán todos medidos
por el mismo rasero. El paso del tiempo cercena los descomedimientos,
da perspectiva de la vanidad y de lo aleatorio que nos circunda.
Parece gritarnos desde las enmohecidas y amarillentas páginas de los
diarios atrasados que no somos más que humo.
Por
las fiestas del Rosario tendremos una cosecha excelente de higos y
castañas y hasta puede que nos determinemos a organizar un magosto
de patatas asadas y mucho vino del porrón. A los ailantos da gloria
verlos en verde, aunque expidan un olor acre y algo repulsivo. Pero a
los cerezos les ha picado el bicho y no sé si se nos morirán, igual
que los álamos del esquinazo que se rinden a la pulga del gorgojo .
Esas
son las novedades. Escribo sólo de lo que veo y lo que oigo. Mi oído
y mi imaginación me advierte de hechos y cosas inquietantes. Sin
embargo, mis éxtasis con la naturaleza, porque en el fondo mi
vocación frustrada es la de botánico, me persuaden de todo lo
contrario. No he visto al ángel que dice Juan que atravesará los
aires ceñida la espada y luciendo una diadema que reluzca igual que
un crisólito. Cierto que el tirano Hegesipo ha dado algunos
escandalos y zozobras, pero está bien consolidado en su trono. Ahora
todo, lleno de gloria pues la tierra entera le rinde culto y
vasallaje, tendrá que ser magnánimo.
¿Quién
Hegesipo? No fastidies. Ese es de los que no saben lo que quiere
decir la palabra perdón, aunque se le haga la boca agua parlando de
derecho humanos.
-Os
tengo a todos bajo control.
Gemían
los borrachos, las putas tenían cara de desolación, pero el triso
de las santas golondrinas era aun perceptible debajo de los aleros.
Los dioses acuñaron una frase:
-Aplastaremos
la belleza.
-Cantad,
golondrinas. Salgan gorjeos infinitos de vuestra sinfónica garganta.
Y
los políticos coreaban la monserga de que la economía va bien, y no
se cansaban de repetir “nosotros los demócratas”, pero el pueblo
prestaba oídos de mercader a los discursos de diseño y prefería
repetir la retahíla de “Viva er Beti, manque pierda”. Fue cuando
el cáncer olvidado hizo metástasis.
-Ahora
os vamos a operar, cainitas.
Era
preciso hacer una guerra balancín y la declararon en un pispas.
-No
hemos quedado bien, oye. Ese Pelopincho tiene aguante. Hay que
acogotarle a base de maniobras envolventes.
-La
cosa se está poniendo fea. ¿Ha entrado la fuerza?
-Ya
no tardará.
Apaturias
sustituyó en el cargo a Piripis y en los edificios oficiales no
ondeaba ya bandera blanca sino bandera verde. En todos los despacho
oficiales fueron proscritos los santos cristos, reemplazados por unas
babuchas, una alfombra, y la quibla que indicaba el lugar sagrado
para donde debían mirar los creyentes. Los rojos no tenían nada que
hacer, derribaron la estatua de Lenin. Ahora el color que se llevaba
era el del estandarte del Profeta, que es verde, como todo el mundo
sabe. Pueblos enteros renunciando a su bautismo, abrazaban al Islam.
No estaba malmirado, antes bien, se consideraba de buen tono renegar.
-A
la chita callando y como quien no quiere la cosa están poniendo todo
del revés.
-Ya
ves. Como que hay todo un proceso revolucionario en marcha.
-¡A
mí la guardia!
-No
quedan soldados. Hicimos los a todos jenízaros. Por eso, hay hoy
tantas gallina y tan pocos huevos.
-¡Vaya!
¡Vaya!
-El
mundo es un asco.
-¿Quieres
que te lo cuente otra vez?
-Me
duele algo la cabeza, monstruo.
-Pues
allá va. A ver si con el estribillo te duermes de una p. vez: Esto
era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas, las
tiró río abajo y badajo, badajo.
-Ese
rey es un carajo. Lo destronarán. Tiene los ojos pachones y a su
mujer la llaman la Reina Fea.
-La
cosa tiene bemoles.
-¿Y
las infantas?
-Todas
han parido.
-¡Pues
si que estamos buenos! Una es la Reina Fea y otro el Rey Carajo.
¿Arenga como Dios manda o simplemente lee el discurso?
-Tira
de papela. A él lo que le mandan, ¿sabes? Es un rey que manda poco,
que ni pincha ni corta pero todo lo mangonea. A él, con tal de
conservar el cargo, lo que le echen. Así se las ponían a Felipe II.
Invierte el predicado de Federico de Prusia:”Fiat injusticia et
pereat mundus”. O sea, que se haga la injusticia y que a mí me
salga todo bien.
-Uy,
como vienes esta mañana...
-Es
que me he zampado los higadillos de un leopardo, dos tazas de copos
de maíz y tostadas con mermelada. Encendí luego un monte cristo de
los que me ha mandado Fidel.
-Y
luego te quejas.
-La
verdad es que no debiera lamentarme tanto pero tampoco me baño en
agua de rosas.
-Un
torzal se posó en la ventana. Era el alma de mi amada que se llegaba
a darme los buenos días. Pero a esa voz y a ese rostro yo lo maté.
Al
bajar del autobús, donde había escuchado esta conversación
estrambótica, pero llena de insinuaciones tan sugerentes como
malévolas, me encontré con un moro de chilaba. Estaba sentado en el
brocal del pozo de los caños de las aguas que hay en el Avapies.
Murmuraba entre dientes con acento dolorido la famosa jarcha de “Ay
de mi alhama”. Luego se alzó el faldellín y con muchas ganas hizo
pasar el aire por sus conductos más lastimeros. Estalló un pedo
con la fuerza de un obús.
-Flatulencias
del cuscús.
Pero
no era un pedo. Era una contraseña.
Por
el zacatín arriba subían los añafileros de plata.
*******
15
de noviembre de 1999
III
Pasado
San Eugenio y en vísperas de Santa Gertrudis, Gnadio Verumtamen miró
para el calendario y al ver la fecha casi pega brincos de alegría.
Había
estado mes y medio sin beber.
-Erifos,
chinchate.
-Sólo
una copita de vino a las comidas.
-No
me tientes, barbián que ya sabes que si empiezo no termino. Mira lo
que ha pasado a Whittling, marido de la Ochichernia lunares y coplas
de España, ay mi mare
lereleré,
que se chupó en una mes cien botellas de ginebra. Lo ha rematado un
cirrosis. No se puede acabar con las existencias. Se ha bebido hasta
las cañerías de La Moraleja. Tampoco es que cantara como Angelillo.
Eso es la verdad. Lo suyo era la rumba.
De
ahora en adelante ni catarlo.
Hablaba
así de serio, contento de haberle encerrado al diablo del
aguardiente en su bodega, pero pensaba en los muslos adolescentes de
aquella negra que conoció en San Francisco.
-Es
hermosa la vida. No tendría que acabarse nunca.
-Tengo
sed de amar.
-Era
una escultura de ébano, las piernas de cariátide, las caderas un
monumento, los pezones de un castaño caoba. Fromiga era también una
virgen negra.
-¿Volverás
a San Francisco?
-La
Séptima Flota en la Bahía alzaba sus perfiles de torres de acero, y
la abertura de los sollados y la de la amura de proa, un aviso; los
cañones embozados mirando al cielo de agosto como una ecúleo de
destrucción. Vi los ojos, tras la niebla que trepaba por las
barandillas del Goldenbridge hasta encaramarse a los apeos de la
pilastra maestra para subir más allá y desaparecer entre los
cirros, erizarse como garfios. Tenía su cuerpo de lujo aparcado en
la esquina del hotel.
-¿A
quién esperas?
-A
un cliente. ¿Vamos? Sólo te va acostar veinte pavos.
Pensando
en aquellas cosas, recordó el restaurante vasco. Le inflaron de
pacharán. La estatua de bronce del caballero castellano guardando la
entrada del barrio chino, las corrientes silenciosas que separaban a
la bahía de la isla de alcatraz, la oficina de télex en San
Francisco desde donde despachó su crónica. Se sentía
protagonizando una película. Adonde irá el buey que no are. Eran
hermosos los pechos de la negra y la sonrisa de la muchacha toda
fruta ensalada de frambuesa, aquellos ojos bovinos que cada uno
valiera veinte dolares, poblaban su memoria de complacencia. Aquel
rascacielos en forma de prisma, una primer pirámide cibernética,
adelantaba el porvenir.
-Dios
ha hecho este mundo de corrientes eléctricas y de impulsos. No lo
condenes. Recuerda siempre la sonrisa de complacencia de aquella
negra. Llevales la contraria a esos fariseos, los lebenrachers
enemigos
de la vida que decían los filosofastros alemanes.
-Acudí
a la llamada no me dio su nombre, pera muy hermosa.
El
San Francisco de las canciones de MacKenzy me tuvo entre sus brazos .
Yo fui a la ciudad del extremo oeste con flores en la cresta.
Sencillamente, en aquella ocasión me sentí anonadado por América.
En
Reno estuvo a punto Verumtamen de casarse con ella. Cenaron en una
restaurante cantonés, a quince platos la sentada, nada más que
veinte dolares. Yo era más joven.
-Ahora
te relames de gusto, picarón.
-Puede
decirse que viví el sueño norteamericano a mi manera. No sé ni
cómo salí vivo de aquella.
Pero,
a la vuelta a Nueva York, la dura realidad. Encontró a su cariño
acostada con un inglés funcionario de Naciones Unidas. Fue la
primera vez que estuvo al tanto de una realidad amarga: la
infidelidad.
-Una
cruz y mil cadenas te has echado, Verumtamen, resiste.
-Haré
lo que pueda. Si aguantando cuernos se evita el infierno, yo iré a
la Gloria.
Trató
de disimular. No la quería, no la quiso nunca, pero era cuestión de
resistir. En las noches angustiosas del verano neoyorquino tras la
tórrida primavera nació una pollada de mirlos. El cuco había
anidado en el alero. Los mirlos americanos tienen un celo muy bronco
y como lúgubre.
-La
mataría, pero prefiero matarme yo poco a poco con cerveza.
Desde
aquel viaje creció en él la inclinación por el trago. ¿Y si no
bebes qué haces, mira tu?
-Te
ha salido buena la asturiana.
-Para
el pinte.
Se
casó con la mujer más puta que había conocido a lo largo de su
premiosa existencia. Al menos era la que mejor lo disimulaba.
Ochichernia
con falda de lunares, lagarterana eterna arrancandose por soleares y
echando hacia atrás la melena de endrina. Mucha rumbo aquel tiempo
de juergas cada dos por tres. Ahora todo acabó. Al Whittling lo
arrebujó el aguardiente como una pescadilla. El hijo murió de
sobredosis. Las niñas fueron a buscar novio a La Argentina y luego
se divorciaron como corresponde. Pero con dieciocho añitos, cuando
corrían las fuentes, con motivo de la conmemoración que hoy ya
nadie conmemora volvía el cotarro boca abajo, dejaba boquiabiertos a
gobernadores civiles, el señor obispo se echaba sobre el rostro el
solideo mientras sus labios murmuraban jaculatorias, y hasta Doroteo,
que tenía una mirilla reservada en el gran palacio de los monarcas
Borbones, cerca del camerino de las artistas la observaba el muy
guarro a la apostadiza y luego estaba todo el santo verano
contandoles a los cervatos, a los gamos y a las libres, a los
guardias del Patrimonio y a los sargentos de semana cómo era de
carnes morenas la gran vedete. les ponía a todos los dientes largos
y luego no les quedaba otro remedio que organizar una merendola, para
más tarde ir todos a desahogarse a la Farela de Segovia.
Hacia
pecar a todo el mundo. España contenía el aliento. Ay que no la
llamen Belén, ay que no viene. Whittling su pobre marido tenía una
poderosa razón para pescar merluzas. Con el titulo oficial de marido
oficial de una hembra así sólo cabe una solución o matar o que te
maten.
Pero
Whittling era rumboso e inteligente. Yo cumplo con mi mujer. Sus
caderas por aquellas fechas paraban la circulación y hasta le dieron
el nombre de Ochichernia a un Mercedes que salió al mercado por
aquellas fechas. Había una relación la manera de moverse por los
tablaos o por la carretera. Un cáncer de mamá la tumbó. Quien lo
hubiera pensado. Los que la conocimos en todo su esplendor pensábamos
que aquella era una de esas hembras españolas capaces de tumbar a la
propia muerte.
Ya
todo se acabó. Era quince de noviembre y tenía al día siguiente
que renovar el carné. Whittling no habrá más que uno. Era el rey
de la rumba, pero su mujer, todo fuego-era mucha hembra- lo anuló.
Los ángeles prepararon una fiesta por todo lo alto cuando subió al
cielo la faraona y dicen que bailan rumbas desde entonces. Todos
ellos habrán organizado otra para acoger a Whittling y al Camarón
de la Isla. Toda la peña del periodismo “roso” debió de asistir
a la recepción. Luego bajaron del cielo Chatiñas, Paca la Panadera,
y la Rubia Camuñas (que tenía una voz desencajada, como de manzana
albardón de verdulera de Covent Garden) y nos lo contaron. ha salido
“Teleradio”, compre el “Hola”. La vida es una tómbola.
-Noviembre
no tiene para ti nada transversal. No eres un lúgubre. En esta época
has vencido a Esquifos y te vienen las grandes ideas. Aferrate al
teclado de tu ordenador como el que empuna un misil.
-Toquemos
madera. No se puede cantar victoria aún.
Noviembre
proclamaba el tiempo de sazón. Pasó con su familia la tarde de un
domingo en Alcalá de Henares. Viene el 20N y a la gente se le
cruzaban los cables. Los de la Movida veían fachas por todas las
partes.
-Hay
que barrer debajo de la alfombra.
-Tendrán
mala conciencia y, acosados por su pasado, alucinan. Es una manía
persecutoria. Saben que por las malas no hay tu tía.
-Anoche
tuve dos sueños bien distintos. En uno me casaba como una mora. Como
era menor de edad, tuve que viajar a Rabat para apalabrar el contrato
con su padre. Fuimos hacia allá y el moro mató un carnero para
nosotros. A cambio de treinta mil duros de dote muy ufano me dio la
mano de su hija. Fue un sueño muy bonito, pero me desperté cuando
estábamos en lo mejor. Volvía a trasponerme y la imaginación me
arreaba una nueva pesadilla. Unos polizontes asaltaban una sinagoga y
yo era el jefe. Pero, cuando llegamos, el rabino ya estaba de cuerpo
presente. Le pusimos en la boca dos doblas y nos fuimos a tomar unas
cañas por los mesones. La obra de destrucción no fue necesaria. El
edificio se cayó solo. Fue como una maldición. Como el cumplimiento
de una profecía.
-Cosas
raras sueñas.
-Yo
todo lo que sueño se cumple, pero no está el momento para delirios
oníricos.
En
Alcalá de Henares hacía frío. Era una desapacible tarde de lluvia.
Parecía que se iban a venir abajo las techumbres cuando uno de los
púgiles le marcó un pión a su contrincante. Bermudo, mi chaval,
que era uno de los que competía, no consiguió medalla. No vimos a
Cervantes, pero al pasar por la carretera, justo en esa llanura
desangelada, donde estaba la famosa venta de Viveros, que hasta hace
poco podía contemplarse en el camino real de Barcelona donde los
estudiantes dieron malón al pobre clérigo, me acuerdo de Don
Francisco en su lidia con aquel ventero morisco y ladrón. Se me
viene a las mentes con sus ojos algo miopes y profundísimos, la
taheña barba, con los pies zambos orientados hacia dentro. Quevedo
cabalga caballero de las espuelas de oro por las páginas de
Internet. Es el mayor profeta de la historia de España. Venta de
Viveros. Algunas mozas de partido, un hidalgo tratando de disimular
el hambre, y un cura “que reza al olor”. Y maldiga Dios a los de
ese pueblo que son mala gente y no se encuentra entre ellos un hombre
de discurso. Venía yo pensando en esto, y eché una mirada hacia la
Venta de Viveros cuyos muros leprosos se los llevó un Ángel, el del
Progreso, cuando lo del ensanche. Y en Torrejón me queda el recuerdo
de la casa grande, con sus iconos y con sus laudes. Las buenas horas
pasadas durante una boda. Mágica es Castilla la clara y la gentil.
Pero , como han ganado los americanos, Torrejón es hoy un poblacho
desmangallado, manida de ladrones. En plan de secuencia en vivo de
peli culón del Oeste. Como le gusta al garcía ése. No podía ser
de otra forma. A Torrejón lo han arrasado los americanos. Putas,
droga, crimen, contrabando, leche en polvo. Los B52 van descargando
por sus turbinas amenazas de destrucción física, pero sobre todo
dejan en pos de sí una estela de corrupción moral.
-Malajes.
-Dios
se lo demande.
A
sendos lados del camino continua la tradición de los ventorros de
hoy, y los lupanares de alterne, locales de lucecitas de neón que
llena de tentación la noche.
Quevedo
ya lo sabía. Su numen omnisciente parece haber diquelado todas estas
razones y sinrazones casi hace cuatro siglos.
Llegué
a casa con torozón de literatura.
-Dedicame
tus versos. Siempre sera mejor que conducir.
-Antes
andaban en mula y se lo pasaban mejor. Ahora vais demasiado rápido.
Fieles
devotos de las grandes superficies, instilados por la sarna
consumista, vamos y venimos a ninguna parte, aunque las carreteras se
hayan vuelto imposibles.
Ese
mismo día se mató un joven de la urbanización. Estudiante de
químicas, sólo un cuarto de siglo de calendario, y la carretera
tronzó toda esa vida que tenía por delante.
-Nos
estamos quedando sin juventud.
-Las
parcas se sientan pertinaces en la A6 y en otras vías del precinto
de asfalto que constriñe como una arandela, dogal ardiente de
nuestra angustia a cuatro ruedas, al Madrid del futuro.
Es
otro señuelo inclemencia que ha de venir. Moloch tiene sed de sangre
fresca. Lo hallareis apostado en las paradas de autobús, esas
marquesinas coquetas de mobiliario urbano, la navaja o el puño
americano. A mí me atacó uno de esos virolos en la Plaza de las
Descalzas pero la Virgen me sacó de sus garras. Me podía haber
matado.
-Acercate
a poner una vela a los santos Mártires para que gane tu hijo.
Así
lo hice pero San Justo y San Pastor debían de estar muy ocupados
aquella tarde con tanto Sida, y tanto desamparo, tanto desamor, y no
tuvieron tiempo de dar salida de intercesión. Complutum era un lugar
mágico en mi paisaje interior. Todo el orgullo y todo el saber de
Roma.
Hoy
no quiero navegar por la red. Me desconecto.
En
el sitio donde mantearon a a Pablos y sostuvo la conversación con el
sacristán de Majadahonda, en un lugar que llaman Torote, y se
despachó con una retahíla de coplas pestilenciales:”Pastores, ¿no
es lindo chiste que hoy es el señor San Corpus Christe”. No siga
V.M. Luego quería recitarle el poema de las cincuenta mil vírgenes.
Pero no hallarás tantas . No sigas, majariego, aunque te alabo la
traza. Hay que escribir y apabullarlos de literatura. Que lean esos
tontos. ¿Tontos o más listos que tú ? Cuando me abran no van a
encontrar sangre sino tinta negra y hojas de tabaco. Alta cosa es
esa.
Y,
como arriba decía, Moloch habitaba entre nosotros. No ha bajado del
cielo. Subió del infierno. Se esconde en la faltriquera del mozo
motilón ardiendo de cerveza y frases en inglés en la parada del
autobús. Le gusta repetir la muletilla del “alta cosa es”.
-
Me he disfrazado del violador de Pirámides. Ataco a las incautas en
los pasadizos recoletos.
-No
tendrás mejor cosa que hacer, pedazo de tuero.
-No
me sigas. Acabo de desmayar a una enfermera con un golpe certero con
mi puño americano.
-
En tiempos impotentes la Prensa trata a los violadores con una mezcla
de repudio y aplauso. Debe de ser por la vieja veneración fálica.
-Por
lo menos, esos no tienen que tomar viagra.
-Ya
podrás, gallina: asaltar a mujeres indefensas ambulando por
descampados.
Pero
también buscaba las geodas calzadas de tinieblas en el campo oscuro
y esperaba, guadaña en ristre agazapado sobre las curvas y las
rectas de la gran bajada de la carretera nueva, la que llaman de los
satélites, en cuyo arranque, pasada la glorieta de los viveros, se
divisan las jorobas de dromedario de la sierra, enjoyadas de amatista
y ocre en los ocasos de verano, y con una manto de armiño, pasado
San Andrés. Al acercarse el fin de siglo, ha vuelto a nevar mucho.
Son los inviernos como los de antaño.
-Pablo
llevaba demasiadas
birras
en
el cuerpo. Iba pedo, tío.
-Acaso
veía turbio su futuro. Por eso decidió suicidarse al volante.
-Se
hizo la pregunta de muchos mozos desesperados. ¿Qué me das,
sociedad? Y le intimaría la voz del que clama en el desierto:
suciedad.
Un
guardia civil llamó por teléfono a un cabeza de familia que en la
madrugada de un fin de semana normal dormía descuidado. Hay
demasiada tensión en esos hogares cibernéticos. Los padres y los
hijos, abrumados por la fatiga y el desconsuelo, se sientan ante el
televisor para contemplar los programas de variedades. Las mismas
piernas bonitas de siempre. Siempre se dice lo mismo. Siempre las
mismas caras, el idéntico gesto. Es inaguantable tanta suciedad.
Moloch lo sabe. Orwell lo anunció. Esos mensajeros virtuales por la
pequeña pantalla heraldos son del infierno.
-Déspotas.
Sin
embargo, la Guardia Civil despliega a cada hora sus alas. Son los
únicos ángeles de España.
Sobre
un revoltillo de hierros calcinados aparcaba para siempre su mirada
un hombre joven.
-Debió
de ser una muerte horrible.
-¡Qué
va! Ni se enteró - intima con acento lúgubre un sargento de Tráfico
-Es
una verdadera plaga la que está cayendo sobre nos. ¿O es que yo veo
doble? Nos estamos quedando sin juventud. The
road is a killer.
-Atate
los machos.
-Esto
no es más que un síntoma de lo que está pasando. Antes las guerras
eran la profilaxis de los pueblos. Eran guerras externas, pero ahora
hemos interiorizados los conflictos. Dos ejércitos enemigos han
abierto trincheras y zanjas en nuestra alma. El cuerpo a cuerpo y los
duelos de artillería nos los llevamos todos a casa. Cuando explota
un obús, se predicen bajas. Cuando estalla una pasión hay quien le
da por bajar a tumba abierta por las barrancas de la carretera de los
satélites.
El
arcén de la carretera maldita se estaba llenando de cruces acromadas
con coronas de flores de plástico. Duraban algún tiempo. Seis
meses. Después las liquidaba la erosión o eran derribadas por otro
mortal descarrilamiento.
-El
coche quedó panza arriba sobre el barbecho. Debió de dar varias
vueltas de campanas.
-Campanas
que tocan a clamor. Campanas que logró escuchar John Donne en el
panteón de poetas de la abadía de Westminster. Forofos de Hemingway
por favor abstenerse.
Pablo
no llegaría nunca a terminar su carrera de Químicas. Le faltaba un
trimestre. Su padre le acababa de regalar un Citroen
Saxo. En
el auto recién comprado el pobre chico se mató.
-Tú
no tenías ninguna razón para quitarte de en en medio. Aparentemente
las cosas te iban bien. ¿Se habría dormido? ¿Fue uno de esos
chicos de las movidas de fin de semana que les da por jugar a la
ruleta rusa?
La
muerte tiene un rictus doloroso en su expresión. Sus labios
inexistentes sobre la calavera se pliegan en un signo de
interrogación. La Ruta de los Satélites se halla jalonada de
puntos negros donde juegan al tute los kamikazes de ocasión.
-Vivimos
en un mundo de libertades.
-Libertades
sin esperanza. Esos que dirigen el cotarro no son otra cosa que
monederos falsos.
Al
oír las inconveniencias que lo impugnaban como responsable, Moloch
se retorcía de risa. Los sionistas le habían puesto piso abierto en
Jerusalén.
-Tú
quita y pon, rey. Mata y enfrenta. Vengan las reyertas de moros y
cristianos otra vez.
Para
el diablo la vida no es sino una inextinguible carcajada. Y sus risas
se escuchaban entre estertores macabros por todo el valle del
Aulencia de madrugada. Un bello nombre latino pa un río seco en
cuyas riberas tengo yo tantos camaradas muertos. El Aulencia donde
montan guardia los luceros es mi río. No el Támesis.
-Otro
que no despalma. ¿Y van?
Los
monederos falsos no hacían otra cosa que parir estadísticas. Una
larga hilera de ataúdes al borde de la carretera, muertos sin
nombre, quedaba aparcada hasta la llegada del forense.
-Nadie
se acordará de nosotros. Nos llamábamos Borja, Rubén, Jacobo.
-Eráis
demasiado jóvenes para morir todavía.
Corría
por el país un viento de libertad desangelado, de consultas a
videntes y a estrelleros que manejaban las conjunciones de los
horóscopos. Enfilábamos todos hacia la morgue entre las palinodias
del cuán bueno era, y alegatos deprimidos de las Hermida
girls,
plañideras
de media tarde, soplando por los micrófonos vulgaridades y
cochinadas. Prometeo encadenado gemía en el fondo de las aguas del
Leteo amarrado al escobén de una gabarra a punto de irse a pique.
Ibamos a los tristes entierros donde una mueca sórdida como de final
de mascarada se apoderaba de los rostros. Unos gamberros tuvieron la
ocurrencia de acudir a la sepultura del Burgomaestre, padre
espiritual de la movida. Era una tumba de muerto laico y agnóstico,
pero lo mismo daba para los efectos. Volcaron la cruz y otras cruces.
-Nos
has engañado, viejo profesor. Hablabas con aquel tono suave y
suasorio tan empalagoso que creíamos que dijiste la verdad y mira
ahora. Que te zampen los gusanos. Que te torres en el infierno. Tú
nos decías que había que estar al loro, y ahora a todos nosotros
nos ha pillado el toro.
Velay
qué deparó la movida, burgomaestre de ojos pitarrosos. No tenían
pan ni trabajo los colegiales y mucho vicio y mucho ocio. Malhayas.
Se alzó una voz de ultratumba que dijo:
-Haced
lo que os pete, hijos. Acá en esto no hay nada.
Se
tomaron muy a pecho los profanadores de tumbas. Tomaron más litronas
que de costumbre. Volcaron más cruces. El profe les había dicho que
era menester llevar a efecto una inversión de valores.
Era
la locura de los sábados noches. Los arboles se llenaban de búhos
que venían acercarse las luciérnagas incautas con los faros de sus
automóviles enfocando la larga.
-Baja
esas luces que me deslumbras.
De
esa forma todos vivían enfuscados y confundidos por los profetas de
pacotilla, robados por los monederos falsos, ilusionados por las
virtualidades de los monstruos midriáticos.
-Ay,
estos hijos. Estos hijos... ¿Dónde estarán?
Y
en el camino del llano amarillo, ese que une a las dos mochas, la
grande y la chica, yo tengo que ir con cuidado durante mis paseos
higiénicos. Hay que caminar entre un campo trufado de condones y
cascotes. Ya soy un viejo. He perdido el apetito sexual. Las mujeres
me aburren. ¿Es ésta también otra señal? Sólo amé a una,
Allqueenhelén y, como tu madre ha muerto, no me ha dado más por
ello. Soy un pájaro de un solo nido. Nada más ridículo ni trágico
que un viejo verde. Yo no lo seré.
-Ellos
prefieren el sexo y la muerte los sábados noche.
Los
días pasaron tranquilos aquel otoño final del segundo milenio. No
tuve los terribles padecimientos de barriga que me atormentaron el
verano. Yo el cáncer de próstata lo curo con vino y para la
arenilla tomo melón. No cojas frío, me decía mi madre. Y estuve
constipado toda mi vida. Mi deambular por la existencia ha sido no
más que un deambular desnudo. Mis carnes han sido demasiado
afligidas por la intemperie.
Parece
ser que el siglo veinte ha querido despedirse con bonanza. Erifos
estaba acorralado como los chechones en Grozni. Los ángeles de la
urbanización, parcos y residenciales, también velaban por la poca
juventud que nos está quedando. Eran tan prudentes como el Verrugo
nuestro veterano conductor de línea. La llaman la Periférica.
-usted
nunca pasa de ciento diez, señor Luis.
(Aunque
no le importa mucho que le llamen el Verrugo, yo suelo dirigirme a él
por su nombre de pila)
-Porque
sois prudente, carajo.
-Como
debe ser. En este ómnibus había que colocar un cartel que diga:
“Vaya en la Periférica. Es lo seguro con el “Verrugo”.
-Vamos
que nos van a dar las uvas.
-Yo
voy a mi aire. El que quiera ir más deprisa que se baje.
Se
llamaba Luis Waltze. Aunque nacido en Caravaca, era oriundo de
Alemania y hablaba el alemán perfectamente. Era de buen aspecto y
su cara era muy expresiva, pero un lobanillo del tenor de una nuez
adornaba su mejilla.
-Por
qué no te operas eso?
-El
médico dice que estoy bien.
Con
el paso de los años, cada vez iba más lento y la excrecencia en su
mejilla se abultaba.
-A
mí lo que me gustan son las negras
-Ya
somos dos.
El
abnegado chofer, según colegí, debía de tener buena mano para las
mujeres. Se le sentaban en el primer asiento, en la batea, y le daban
conversación. Supe también que dejó a su mujer y se casó con una
negra, pero luego lo abandonó.
-¿Qué
tal el café con leche?
-Se
fue a su isla. Mucho frío por aquí.
-Eso
te pasa por lerdo. Por irte detrás de una dominicana jovencita.
-Hombre
ya, pero así es la vida. ¿Un cigarrito?
-Yo
fumo en pipa. Hay que jorobarse, Verrugo, con lo prudente que eres
con el volante, y lo acelerado para otras cosas.
-Pues
sí.
-Venga.
Esta
forma del modo subjuntivo del verbo venir se empezó a utilizar a
fines de los noventa como sinónimo del adiós. Era el comodín que
utilizaba para despedirse la gente con mucha marcha. El castellano
saca del abismo de sus profundidades carismáticas estas sorpresas
que dejan a los filólogos con la lengua afuera.
En
mis viajes en guagua de casa al trabajo, en ese ir y venir arrastrado
por las perplejidades, inconsistencias y errores que forman mi
existencia jalonada de pasmos, Platz y yo pegábamos hebra, si él no
tenía compromiso. Hablábamos de los divino y lo humano. A veces la
biografía de un humilde chofer puede ser más relevante que la de un
presidente de gobierno.
-Siempre
hablas con los alguaciles, con los porteros. Nunca te juntas con los
ingenieros ni con los médicos- me incrimina mi mujer. Y yo le
contesto que si no tuviera interés por lo que piensan los humildes
habría perdido el interés por la vida. Aunque en eso lleva la pobre
bastante de razón. De siempre fue mi inclinación a alternar con
personas que no son de mi categoría. Ella es clasista. Yo no.
Durante
el tiempo que cita y que corresponde al período del 84 al 99 vimos
ensancharse el encintado de la ciudad. En mi juventud parecía que en
la Cuesta de los Perdices se acababa el mundo.
-¿Te
acuerdas cunado ibamos a bailar al “Rancho Criollo”?
-Quien
me iba a decir a mí que por ese lugar habría de pasar yo todos los
días camino del trabajo. Aquel lugar tan exótico y macanudo me
parecía el Finisterre de la civilización. De joven uno tiene
corazonadas que luego se cumplen.
-Muchos
pecados cometiste. Tienes un buen saco. De ellos habrás de dar
razón.
-¡Misericordia,
Díos mío! Miro hacia atrás y no hay más que borracheras, humo,
cigarros a medio apagar. Rimeros de libros leídos y por leer.
-Y
no has llegado a nada. No eres más que un vagabundo, aunque te des
ínfulas de hombre respetable en la trasera de la guagua del trayecto
Moncloa-Brunete.
-Pero
¡que cosas dices! Esta tarde te ha dado llorona. Te voy a contar
cosas un poco más alegres. Al “Rancho Criollo” traía yo a
bailar en mi 600 recién comprado y que era de un pálido color verde
a mis primeras novias. Una se llamaba Milagritos, la otra Bumelia,
que era una placentina hermana de un jesuita, y otra se llamaba
Mariascen. También creo que llevé a tu madre, cuando vino a Madrid.
En la pista llamábamos la atención. Hacíamos buena pareja.
Radegunda se traía un aire con Petula Clark. Verdaderamente era una
rosa inglesa. Ay si pudiesen hablar las techumbres de balago de aquel
local construido al estilo de una estancia en plena pampa.
-Hoy
te dan calor los recuerdos.
-Años
que no volverán. Pero a lo largo de este tiempo he visto crecer a la
ciudad. Se ha transformado en un monstruo desconocido que ya no me
pertenece.
A
lo largo de la estrecha lengua de la Carretera de la coruña se
dilata una escofina urbana, que llega ya casi hasta Villalba. Pronto
tramontará la sierra, y Madrid tendrá arrabales en San Rafael, en
el Cristo del Caloco y su frontera por el noroeste quedará fijada en
Labajos.
-¡Qué
viejos nos estamos haciendo, señor Luis!
Se
amontaron a mis espaldas los tacos del calendario. El seiscientos
veintisiete fue el baremo de mi declive físico y psíquico. Empecé
a perder aspiraciones concretas y me encerré en mi ideal. Estos son
los tiempos en que sólo merece la pena si te encuevas.
-Eres
muy aburrido.
-Tengo
una tarea que hacer. Creo que vine siguiendo una estrella que ha ido
haciendo el trazado de mi humana peripecia.
Su
única conexión con la realidad era este autobús verde. Si se le
escapaba el de las veintidós cuarenta se quedaba en tierra a dormir
bajo las estrechas en esta ciudad de todas las pesadumbres donde
siempre te acaban atracandote los moros.
iNo
me digas mentiras. Es lo que contestaba tu madre, cuando
cortejábamos
iiiMi
esposo siempre cae del lado más cómodo.