antonio parra galindo
2 años hace
LOA A ENRIQUIN EL RETORICO COMILLENSE
COMPAÑERO MIO
EL CURA ROJO ERA AMIGO Y COMPAÑERO MÍO
Enrique CASTRO BERMUDEZ RIP ERA EN MI
AMIGO EN AQUELLOS TIEMPOS DE MI ADOLESCENCIA EN COMILLAS
Acaba de fallecer a los 80 de un cáncer
por el tabaco el cura rojo de Entrevías, era aquel amigo y valedor en el
seminario de Comillas cuando mis padres que eran pobres no podían pagar la
mesada ni comprarme otra sotana pues había crecido y la que vestía me quedaba
corta. Fui objeto de bullying por parte de mis compañeros casi todos vascos hijos de vascos adinerados.
Todos se reían de mí, yo era aquel
adolescente muy bueno en latines pero un cero patatero en matemáticas y en
física y química que nos daba el padre Rábago, aquel jesuita santanderino que
ofició como traductor en el encuentro de Franco con Eisenhower.
El prefecto de los retóricos un
vasco con muy mala leche un tal Eguillor me cogió ojeriza desde el principio,
me mandó al pelotón de los torpes, no despreciaba ocasión para humillarme en
público. Me dijo una frase que aun me está hiriendo y contra la cual me he
rebelado toda mi vida:
──Tú no vales para Comillas, Careces de
nivel, nunca serás nada.
Se me cayeron los palos del sombrajo y yo
que quería ser obispo…
Sin embargo, Enrique Castro que era de un
curso superior vino a pedirme disculpas y consolarme al verme llorar por los
pasillos.
Siempre le estaré agradecido al cura rojo,
el amigo de los pobres y marginados, el contestario el que se las tuvo tiesas
con el nefasto cardenal Rouco. y en su óbito me acuerdo del titulo de una
novela de Cebron "los santos van al infierno".
Seguramente que a estas horas el
padre Enrique el que se quitó la sotana y daba rosquillas y vino en la eucaristía
está ahora gozando de la gloria del Padre.
Formando parte del cupo de los elegidos
del cupo de los justos de Israel.
El verano de 1959 fue traumático en mi
vida. Yo despuntaba en el seminario de Segovia como latinista y era un
adolescente piadoso.
El rector don Julián García Hernando de
feliz memoria le dijo a mi padre que yo tenía madera de obispo que me mandaran
a Comillas el seminario de elite. Eché la instancia y fui aceptado.
Le llevé la carta a mi padre que entonces
estaba en el campamento de Robledo instruyendo a los de la IPS y a los quintos
y me dijo: Comillas es más caro que el seminario de Segovia, no tenemos beca,
pero haremos un sacrificio.
Vino mi tía Dominica del pueblo y ayudó a
mi madre a preparar el ajuar. Todas mis prendas habían de llevar bordado un
número, recuerdo ese número: 288 no se me olvidará nunca.
Lleno de ilusión la noche del uno de
octubre tomamos el Correo de Santander tren nocturno que llegaría al amanecer a
Torrelavega, yo con mi cofre, el rosario en la chaqueta, el pelo al cero y toda
una vida por delante, quería ser obispo.
En la estación de Medina del Campo
subieron todos los aspirantes de Zamora, Ávila, Palencia y Valladolid. Entre
los de Valladolid se encontraba Enrique.
Había venido a despedirle su padre un
coronel de Aviación que mandaba la base de Villanubla y unas hermanas muy
guapas.
Enrique amable dicharachero y hasta
diríase que guapo con una gafas sin montura y hablando un poco pijo causaba
impresión por su afabilidad y simpatía.
Ya se veía que era un líder y yo estaba un
poco atemorizado porque mi padre no era más que un pobre sargento de artillería
y entre los vascos que se agregaron en Venta de Baños se encontraban hijos de
poderosos industriales y empresarios vizcaínos. Temí no estar altura.
Enrique Castro nos divertía contándonos
las aventuras de aquel verano. Recuerdo los nombres de José Manuel Roque de
Miguel y un tal Vaquerizo que debió de ser el padre de ese famoso que anda en
lenguas por las redes sociales un si es no es de los que pierden aceite.
Aquel largo viaje en el correo de
Santander no lo olvidaré jamás.
Por primera vez vi el mar y olí el perfume
de la hierba y de los pastizales cántabros tan diferentes de los barbechos
castellanos.
En Torrelavega nos aguardaban dos
maestrillos gallegos. Uno era el padre Cavada que nos ayudó a cargar nuestros
baúles en una camioneta, yo aferrado a mi baúl y aferrado al rosario que
llevaba en el bolso de mi chaqueta de pana. Tuve una expresión mayestática al
subir la Cardosa la cuesta que bordea el seminario entre rosales y tamarindos.
Fue una sensación mágica.
Allí me encontré a un vasco que se llamaba
a Aramburo me enseñó todas las galerías y dependencias del enorme caserón.
Fuimos a saludar al padre Mayor que era el
encargado de la clase de Griego para los Retóricos, me produjo una sensación de
humildad aquel sabio helenista que conocía todos los intríngulis de la lengua
de Homero y que el día de San Juan Crisóstomo escogía a uno de sus alumnos más
destacados para pronunciar una de las filípicas de Desmóstenos desde el pupito
a la hora del desayuno. Aramburu creo que fue uno de los dos de mi
curso que llegó a cantar misa, el otro fue Antonio Pelayo famoso periodista del
YA y corresponsal de la Cope en el Vaticano.
Sin embargo, he de confesar que fuimos
los últimos de Filipinas. Con nosotros empezó la desbandada. Los seminarios
vacíos que fue el tema de mi libro.
El Concilio vació los seminarios y todos
colgaron la sotana. Aquel año en Comillas me marcó, acentuó mi rebeldía contra
ciertas malas praxis del nacional catolicismo, la obsesión sexual que pudo
convertirse en verdadera tortura, el “streaming” promocionar a los que valen y
a los hijos de los ricos. Sobre todo a los vascos.
Ahora entiendo la frase de por qué
ETA nació en un seminario.
La condena de Eguillor sobre mis
capacidades con aquella crueldad sin miramientos en los que son verdaderos
artífices los jesuitas me hizo contestario. Comillas fue para mí la forja de un
rebelde.
Lo cual no es óbice que sintiera
admiración y recuerde con cariño a otros jesuitas como el padre Martino, el
padre Heras, el maestrillo que me venia a avisar a las tres de la madrugada para
que me levantara al baño. Yo padecía enuresis, y me meaba en la cama, se
dispararon mis complejos de inferioridad.
En el pelotón de los torpes estaba Juan
Bedoya que también llegó lejos en el periodismo.
Fue corresponsal religioso del país y por
lo que a mí respecta que se chinche Eguillor alcancé el summum del periodismo:
las corresponsalías de Washington y Londres.
Nos juntábamos a leer la Colmena de
Cela frente al mar sentados en un desmonte de Peña Castillo y por las tardes
cantábamos la Salve en el Stella Maris.
A Enrique de Castro Bermúdez no volví a
verlo hasta los años 90, estaba muy cambiado, no era aquel adolescente guaperas
y dicharachero de Comillas sino un señor con la mirada doliente, sus ojos
habían penetrado en la realidad española, yo le dije que recordaba con cariño
aquellas misas en latín y aquellas salves en el Stella Maris, hizo un mohín,
pero inmerso en su caridad no quiso reprobar mi actitud algo carca en dicho
instante.
Torció el gesto y se despidió. Pienso que
la iglesia es multifaria y el rostro de Cristo tiene muchos ángulos de visión
innumerables facetas.
Los escolásticos los denominan “suum
cuique” y yo estoy por una iglesia donde la liturgia y la tradición son el
baluarte.
Por eso sigo entusiasmado a los rusos que
conservan eso que nosotros hemos perdido la fe prístina sin aditamentos. Estoy
en las antípodas de los postulados de Enrique pero los dos vamos a lo mismo.
Fuimos amigos, La secularización tiene sus
peligros, pero soy amigo de los musulmanes repruebo la crueldad católica ya
fustigada por Francisco de Quevedo y trato de hacerme ingenuo como un niño.
Aquel niño que fui en Comillas maltratado
y lanzado a las tinieblas exteriores por los Eguillores de turno, los
intolerantes, los montanos que quieren una iglesia a su medida solo para
santitos, no la iglesia no puede convertirse en un problema de bragueta.
Esa es gasolina con la cual quieren
incendiar a la iglesia sus enemigos. Es caridad, es quietud, es oposición a los
poderes facticos.
Enrique de Castro Bermúdez hizo de su vida
la regla de oro de San Agustín; ama et fac quod vis, ama y haz lo
que te pete. Por eso fue un gran cura un cura de mi generación la del 68.
No es verdad, Cebron, los santos ya no van
al infierno, Van al cielo de cabeza. Y en la gloria siempre habrá un hueco para los pecadores.
Descanse en paz, Dios lo tenga en su
reino.
15 febrero 2023