2025-10-02
ALUCHE O
EL VIEJO YUDO ASTUR LEONÉS
por antonio parra
Muchos madrileños habrán tomado el suburbano hasta
Aluche, la estación pasado los Carabancheles en la linde con Campamento. Muy
pocos, empero, sabrán lo que significa ese término que designa a una de las
estaciones más populares de nuestras barriadas
allende la Casa Campo. Quiere decir en las provincias de Asturias y
Santander pelea. Quizá allí donde desde tiempo inmemorial estuvo instalada la fuerza de asiento que guarnecía
la Capital hubiese corrales - algo así
como nuestros modernos polideportivos pero mucho más rudimentarios e incómodos-
habilitados para la práctica de este deporte cuya ascendencia se remonta a
tradiciones y costumbres mozárabes.
Era una diversión popular que solía tener por marco
las parvas de las eras, pasado verano, junto a las trojes o en el mullido pasto
de una dehesa boyal o boal (en Asturias), al objeto de que la caída de uno de
los contrincantes, al que se debía trabar por el cinto de cuero y reducirle con
una de las muchas llaves de este juego[1], tan complicado como antañón, pues revierte a
la lucha grecorromana, amortiguase el golpe, al dar en blando, sobre la paja o
sobre la hierba.
El aluche es
el yudo leonés, lid competitiva en la cual medían sus fuerzas y probaban músculo
desde el tiempo de los visigodos los mozos del antiguo reino leonés, antes de
alistarse como mesnaderos. Alfonso III el Magno, el monarca que trasladó la
capital de Oviedo hasta León, era muy aficionado a él y grandes torneos de esta
viril pugna se celebraran bajo su mandato a lo largo y a lo ancho de su
jurisdicción: ciudades, villas y pueblos
de aquellos reinos, desde el valle del Buelna hasta las rías del Sil y del Eo,
en toda la cornisa cantábrica, particularmente, en la fiesta de san Froilán, a
primeros de octubre.
Ese día lo
celebraban por todo lo alto las merindades. Se distinguían por el interés que
despertaban las competiciones que se desarrollaban extramuros de las murallas
de Lugo y en el ejido del Boñar. Coincidían con las fiestas de la recolección,
según una vieja costumbre céltica (haerfest, harvest o herbst) simbolizada por
Hera, la esposa y hermana de Zeus[2],
Ceres romana o la gran Deméter griega, por otros nombres, símbolo del
matrimonio, de lo que nace y lo que muere. De la vida misma.
Los púgiles
vencedores eran coronados con ramo de laurel o gratificados en especie con
algún fruto de la tierra, el grano ya metido en la panera y la uva en los
lagares o a punto de ser vendimiada. Estos gladiadores incruentos utilizaban
por tatami un cuadrilátero enmarcado por hitos de los que ninguno de los
contrincantes podía ser desplazado ni desplazar al contrario en las eras a pie
enjuto. Los que se presentaban a la lid con abarcas o en alpargatas que se
llamaban crépidas quedaban descalificados. La antigua lucha leonesa, lo más
parecido al judo, pero con otras técnicas y no con tanta cortesía, proscribía
los golpes bajos, las zurras de castigo disimuladas, puñadas y patadas. Era
falta atentar contra el cuello y los genitales. Unas buenas caderas hacían
falta para practicar aluche, tobillos recios y agilidad felina para evitar que
el otro te agarrara por los cuadriles y te tumbara. En el mencionado ejercicio
se adiestraban los mozos que habrían de engrosar las levas contra el sarraceno.
Fue durante muchos siglos junto con la petanca, el chito y los bolos, deporte
nacional, entretenimiento favorito de nobles y plebeyos.
A los contendientes se les llamaba “moricos” pues
muchos no habían sido bautizados, o bien porque eran de corta edad, o porque
procedían de otras etnias, hubieren capitulado de su religión, o fuesen
mercenarios. Hay sitios como algunos lugares de Segovia, Valladolid y Palencia
donde se llama todavía moritos a los niños que no han recibido las aguas
crismales.
Muchos eran
imbeles o adolescentes y no habían entrado en quintas. Con edades oscilando
entre los catorce y los veintidós años. Su practica les afianzaba en las
técnicas del cuerpo a cuerpo. Y curtía sus espíritus para la brega de la
existencia. Estos luchadores nutrían las vanguardias de las tropas de asalto y
fueron base medular de la famosa infantería española que debió sus éxitos en
Flandes a estos soldados entrenados en las habilidades de la antigua lucha
greco romana. Una hija mía, Henar, buena judoka, refiere que a “las de León”
nadie las derriba, pues son duras de pelear. Deben de ser los genes. Un deporte
practicado durante generaciones sin parar crea una predisposición ingénita en
los que lo ejecutan, asegurándose de esa manera una buena cantera de duchos
gimnastas.
Desde la
colonización de Cesar era la competición favorita en la España Citerior y
Ulterior, en un arco de distancia que comprende desde el Señorío de Treviño y
Vizcaya (también los vascos conservan las costumbres célticas) a la Ría de
Arosa, y desde Tarragona hasta Coimbra. En la arena los púgiles leoneses
despuntaban por su superioridad técnica. Llaves que levantaban en vilo.
Placajes capaces de desriñonar al oponente. El aluche era atávico patrimonio de
la estirpe. Muchos de los que lo cultivaban acababan en Roma de gladiadores
divirtiendo a la plebe con su pericia circense en el foso del Coliseo.
De continuo,
tuvieron fama los “butuarii” que manejaban en los juegos públicos la espada con
los ojos vendados y repartían mandobles de ciego; los “andábatas” o suplentes
que opugnaban, -macabra costumbre recordatoria de soltar a los sobreros de
nuestros ruedos en sustitución del que había muerto o no habían dado juego-,
siendo sacrificados ipso facto y córam populo por los viruleros.
Los “sectores” de la Legio VII saltaban al albero
ensangrentado con una idea fija: segarle al rival el penacho de plumas que
lucían en el yelmo. De Emérita Augusta viniera toda una escuela gladiatoria que
se caracterizaba la habilidad y contundencia con que esgrimían el cestus[3](una
especie de puño de hierro forrado con arena o con piedras por dentro).
Esta región no solamente fue reserva de espadachines
y de jinetes o desultores que hacían las delicias del público asistente a los
anfiteatros durante el imperio, sino que también nutrió los lábaros y
estandartes de las legiones cesaristas
con los famosos milites, vélites y équites que se distribuían a su vez en
escuadras, manípulos y cohortes bajo las banderas imperiales.
Contribuyó a
la gloria de Roma con algunos de sus más insignes emperadores que nacieron
aquí: Galba, Tiberio, Trajano. De hecho León debe su nombre a una de éstas legiones alla acamadas Legio VII Victrix.
España es apasionada. Al principio, impermeable a la romanización, y renuente a
aceptar la férula romana. Más tarde, entusiasmada con el proyecto latino, se fundiría
con el estilo de vida y la forma de pensar de sus invasores. ¿La afición a los
toros en estas tierras donde de largo se viene rindiendo culto a Minotauro no
será un atavismo del “panem et circenses” que pedía el populacho tras el Tíber
a sus gobernantes? ¿La devoción a las imágenes y las medallas no nos vendrá
dado del politeísmo del Lacio, tan variado como fetichista? ¿Ese apego a la
familia y al terruño, por último, no será un bagaje reminiscente de todo aquel
acerbo de creencias cristianizadas?
Para cada ocasión y para necesidad ellos tenían un
dios preciso. En torno a los gladiadores y púgiles de aluche surgían bandos.
Unos eran de Indibil. Otros, de Mandonio. Los de más allá de Ursus el
Hispanus. Surgieron las consabidas peñas
como las de Joselito y Belmonte. Tal
discrepancia de gustos forma parte de la enjundia del talante ibérico.
El vulgo
quiere olvidarse de la realidad, con frecuencia ingrata que le circunda,
mediante la asistencia a las carreras y espectáculos y cuando se ve en un apuro
se encomienda a alguna de las deidades asignadas.
Sin deporte no hay progreso. El aluche curtía no
sólo los miembros del cuerpo sino que a la vez templaba y curtía el espíritu.
Roma, madre de pueblos, que tenía en la inefable Hispania su granero y su
almazara de suministro frumentario. León fue un puesto significativo y un hito
importante en la ruta del itinerario de Antonino que conectaba las Galias con
la Lusitania y la Tarraconense.
La calzada se dividía en jornadas correspondientes a
otras tantas mansiones o centros de
avituallamiento distantes unas de otra a unos cuarenta kilómetros que era lo
que solía recorrer un cuerpo de ejército con su impedimenta a las costillas en
un día. A razón de un millar de pasos, o
lo que es lo mismo 6666 varas que suman, a su vez, diez leguas de posta.
Todavía puede admirarse esa pasión romana por la linea recta en los encachados
de algunas estradas como la que asciende serpeando por el Puerto del Pico,
Ávila.
Las lajas de
su pavimento que aun resisten los siglos se cansaron de oír rodar las ruedas de los carros militares con la impedimenta de
los “plaustra”[4]
o el ajetreo de los bueyes y jumentos uncidos al yugo de las bigas y fueron
testigos del estruendo de los carromatos soporte de las helépolis de asalto y
otras máquinas de guerra, del crujido de
los cascos de los caballos o el paso firme de las botas de los soldados (caliga), los
vivanderos y los acemileros y escoltas de las tropas de refresco. En las
conducciones también venían elefantes y todo tipo de fieras que eran utilizadas
en el asedio a las ciudades.
Las mansiones
o apeaderos se llamaban Mirobriga (Ciudad Rodrigo), Clunia, (Coruña del Conde),
Lacobriga (Carrión de los Condes),
Septem Publica (Sepúlveda) Lancia, ciudad romana en Asturias cerca de la sierra
de los Ancares (¿Tineo?), de la calzada de Antonino o itinerario regio, cuyas
lajas vieron el paso de tantas legiones.
Este camino que desembocaba en la
Vía Apia era denominado en Roma el Trayecto de los Gladiadores de Hispania.
Las más
hermosas “parthenae” o muchachas que se paseaban por la catasta, luciendo jeme y medidas diez en aquellos primitivos
concursos de belleza o desfiles de modelos,
celebrados en la catasta[5]
del Capitolio, según referencias de Plinio, eran las nubias egipcias, negras y
elegantes como la reina de Saba, y las
“puellae Hispaniae”. Todo un precedente del ignominioso tributo de las Cien
Doncellas reclamado por Almanzor.
Eran llevadas
a Roma como botín de guerra y vendidas
como preseas del deleite aunque pronto muchas de ellas alcanzaban la manumisión
y se casaban con los propios amos que las habían comprado en aquellas almonedas
de la carne a la cual eran demasiado aficionados los senadores.
La fama de la hermosura de estas adolescentes
causaba asombro. Asimismo, la habilidad y fuerza de los combatientes de Clunia
y los púgiles de Asturica Augusta (Astorga) se hicieron famosos en el hemiciclo
del Coliseo.
El aper o
jabalí del Bierzo con su carne exquisita que era llevada a Roma en salazón
fuera degustado como bocado suculento en los triclinios de Lúculo y nada se
diga de los vinos de las riberas del Órbigo. Flamines y quirites se
emborrachaban, pues lo tenían por costumbre con el “vinum hispánicum”,
transportado hasta Ostia a bordo de las naves onerarias, en los figones y
tabernas cerca del Foro allá por las fiestas sigilarias o las saturnales.
“Temulentos que adementan” llama Plinio a los caldos de Oronia (Urueña), cerca
de Rueda. Para un romano, de suyo muy aficionado a las libaciones en la crátera
sagrada, esto de por sí constituye un piropo.
El nombre de
Hispania que iba y venía en los labios de los centuriones y decuriones de la
Legio VII Gémina, Pía por otro nombre, suscitaba nostalgias y añoranzas en el
Senado y el Pueblo Romano. ¿No dijo Pablo de Tarso que la vida milicia es?
Ciertamente, pero hay que tomarla deportivamente como el aluche de los
campeones bercianos. A este deporte lo llamaban pugna grecorromana pero es de
León de pura cepa. Como el mismo san Froilán, patrono de todo su reino. Con una
excepción, Zamora, donde protege en exclusiva san Atilano obispo y confesor.
ANTONIO PARRA
2 de abril de 2002
[1]echar la trabilla con el fin de
revolcar o voltear.
[2]El estupro incestuoso no cuenta,
a lo que se ve, para los viejos dioses.
[3]Una especie de manopla en forma
de urna o cesta que acoplaban al dorso de la mano para golpear con mayor
contundencia. El puño de hierro americano en el cestus romano se inspira.
[4]Plaustra, carros aljibes o
cisternas de aprovisionamiento
[5]Estrado público donde se
exponían los esclavos y esclavas en venta.