Tales dolamas son un signo de la fragilidad de nuestra condición. Hoy somos y mañana nos vamos y al cabo de tan poco tiempo nadie se acuerda de nosotros ni de nuestro tránsito.
creo que yo escribo para perpetuarme en mis escritos, para que quede en el mundo un poco de mi alma. Hay una segunda razón expresar mi arrepentimiento. Quien escudriñe sobre estas páginas percibirán un aire de dolor de atrición porque la condición humana se fragua sobre el pecado y sobre el dolor. Tomé mi cruz y no sé cómo pude salir airoso en medio de las dificultades. Yo lo atribuyo a una sola causa: que Xto se halla presente en la historia cerchándote una mano y diciendo hijo, tu Fe te salvó. Esta enfermedad a lo largo de veinte meses dictó sentencia y dijo: Verumtamen, eres un carro de mierda, pero portas el fuego sagrado, y tu cuerpo tan valetudinario, tan frágil y proclive a las enfermedades, es templo del Espíritu Santo. Tengo sí dolor de atrición. Acaso por eso no experimenté una sensación negativa cuando la doctora Zapata me leyó el diagnóstico; cáncer de próstata con metástasis, c
Creo que cuando pronunciaba sentencia un ángel de luz se sentaba a su lado. Divina mujer. Claro que te lo merecíais, Veruntamen. esas jarras de vino que te tomabas, esas noches que perdías el autobús, cerraban el metro y no podías volver al hogar, teniendo que dormir al relente cogiendo pulmonías. esos merodeos por las tabernas de la Red de San Luis para conjurar tu agorafobia derrotando por bailongos y merenderos. Las calles de la capital se me echaban encima, es mucho Madrid. el viento de Madrid es un viento tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil. Por Princesa ya no entraba la fuerza que vino a liberarnos. La puerta del Sol estaba poblada de guiris. El altoparlante de la Mallorquina donde tu tomabas el café mañanero con una napolitana repetía consignas: "españoles, la guerra no ha terminado, sois metecos en vuestro propio país".¿Cómo qué? ¿Extranjeros en vuestra propia patria? Sí. Yo entonces mojaba en alcohol mis desdichas arredilándome ante los altares de Erifos. Era el tormento de las danaides y mientras me echaba al coleto jarros y jarros yo pensaba en el tormento de Sisifo porque las pavisosas de los telediarios repitiendo una noticias que eran consignas me ponían de los nervios. Me hundía en el abismo. Había perdido el norte y el ritmo, no hacía pie en aquel mar de turbulencias, gritaba al piloto de la nave Señor, sálvanos que perecemos, pero para mí el mundo carecía de asideros. mi patria, mi iglesia, lo que yo soñaba, cuanto yo supuse iba a la deriva. Ningún apoyo encontré en mi familia, uno de mis hermanos me echó del trabajo, usurpó mi puesto, para colocarse él, mi mujer me puso los cuernos, Mis hijos no querían saber nada. Todo pingaba del vacío. Las mujeres no tienen bandera y desdeñan a los vencidos. Los casamientos terminan convirtiéndose en infiernos portátiles de las mujeres liberadas que van al gimnasio y se acuestan con el jefe. Quizá quadecausa cada día mataban a una y se formaban corrillos a las puertas de los ayuntamientos, tocaban la campana consistorial y mostraban su repulsa a la violencia de género. yo las veía verter lágrimas de cocodrilo y condenar la violencia venga de donde venga y me indignaba a más no poder. a mí me expulsaban de todas las sinagogas y en cada trabajo no era bienquisto. A la puta calle. Una patada en el culo, pero yo tenía un chiscón donde me guarecía y no paraba de escribir. La etiología de mi enfermedad procedía de lo más adentro de mí. No era una enfermedad del cuerpo sino del alma. El alma ¿Pero existe el alma? Ponme un sol y sombra, Matías. ¿Qué va a ser? Lo dicho. Ya tomó tres consumiciones, don Venivolans. Pues que sea la cuarta. Matías era el camarero del café Gijón. Busco respuestas al misterio de la vida. Pues va usted listo. Matías Sigüenza González era el jefe del establecimiento. En una de mis borracheras me echó a la calle. En otras dos me perdonó la vida. .