2024-11-27
ALUCHE O EL VIEJO YUDO ASTUR LEONÉS
por antonio parra
Muchos madrileños habrán tomado el suburbano hasta Aluche, la estación pasado los Carabancheles en la linde con Campamento. Muy pocos, empero, sabrán lo que significa ese término que designa a una de las estaciones más populares de nuestras barriadas allende la Casa Campo. Quiere decir en las provincias de Asturias y Santander pelea. Quizá allí donde desde tiempo inmemorial estuvo instalada la fuerza de asiento que guarnecía la Capital hubiese corrales - algo así como nuestros modernos polideportivos pero mucho más rudimentarios e incómodos- habilitados para la práctica de este deporte cuya ascendencia se remonta a tradiciones y costumbres mozárabes.
Era una diversión popular que solía tener por marco las parvas de las eras, pasado verano, junto a las trojes o en el mullido pasto de una dehesa boyal o boal (en Asturias), al objeto de que la caída de uno de los contrincantes, al que se debía trabar por el cinto de cuero y reducirle con una de las muchas llaves de este juego1, tan complicado como antañón, pues revierte a la lucha grecorromana, amortiguase el golpe, al dar en blando, sobre la paja o sobre la hierba.
El aluche es el yudo leonés, lid competitiva en la cual medían sus fuerzas y probaban músculo desde el tiempo de los visigodos los mozos del antiguo reino leonés, antes de alistarse como mesnaderos. Alfonso III el Magno, el monarca que trasladó la capital de Oviedo hasta León, era muy aficionado a él y grandes torneos de esta viril pugna se celebraran bajo su mandato a lo largo y a lo ancho de su jurisdicción: ciudades, villas y pueblos de aquellos reinos, desde el valle del Buelna hasta las rías del Sil y del Eo, en toda la cornisa cantábrica, particularmente, en la fiesta de san Froilán, a primeros de octubre.
Ese día lo celebraban por todo lo alto las merindades. Se distinguían por el interés que despertaban las competiciones que se desarrollaban extramuros de las murallas de Lugo y en el ejido del Boñar. Coincidían con las fiestas de la recolección, según una vieja costumbre céltica (haerfest, harvest o herbst) simbolizada por Hera, la esposa y hermana de Zeus2, Ceres romana o la gran Deméter griega, por otros nombres, símbolo del matrimonio, de lo que nace y lo que muere. De la vida misma.
Los púgiles vencedores eran coronados con ramo de laurel o gratificados en especie con algún fruto de la tierra, el grano ya metido en la panera y la uva en los lagares o a punto de ser vendimiada. Estos gladiadores incruentos utilizaban por tatami un cuadrilátero enmarcado por hitos de los que ninguno de los contrincantes podía ser desplazado ni desplazar al contrario en las eras a pie enjuto. Los que se presentaban a la lid con abarcas o en alpargatas que se llamaban crépidas quedaban descalificados. La antigua lucha leonesa, lo más parecido al judo, pero con otras técnicas y no con tanta cortesía, proscribía los golpes bajos, las zurras de castigo disimuladas, puñadas y patadas. Era falta atentar contra el cuello y los genitales. Unas buenas caderas hacían falta para practicar aluche, tobillos recios y agilidad felina para evitar que el otro te agarrara por los cuadriles y te tumbara. En el mencionado ejercicio se adiestraban los mozos que habrían de engrosar las levas contra el sarraceno. Fue durante muchos siglos junto con la petanca, el chito y los bolos, deporte nacional, entretenimiento favorito de nobles y plebeyos.
A los contendientes se les llamaba “moricos” pues muchos no habían sido bautizados, o bien porque eran de corta edad, o porque procedían de otras etnias, hubieren capitulado de su religión, o fuesen mercenarios. Hay sitios como algunos lugares de Segovia, Valladolid y Palencia donde se llama todavía moritos a los niños que no han recibido las aguas crismales.
Muchos eran imbeles o adolescentes y no habían entrado en quintas. Con edades oscilando entre los catorce y los veintidós años. Su practica les afianzaba en las técnicas del cuerpo a cuerpo. Y curtía sus espíritus para la brega de la existencia. Estos luchadores nutrían las vanguardias de las tropas de asalto y fueron base medular de la famosa infantería española que debió sus éxitos en Flandes a estos soldados entrenados en las habilidades de la antigua lucha greco romana. Una hija mía, Henar, buena judoka, refiere que a “las de León” nadie las derriba, pues son duras de pelear. Deben de ser los genes. Un deporte practicado durante generaciones sin parar crea una predisposición ingénita en los que lo ejecutan, asegurándose de esa manera una buena cantera de duchos gimnastas.
Desde la colonización de Cesar era la competición favorita en la España Citerior y Ulterior, en un arco de distancia que comprende desde el Señorío de Treviño y Vizcaya (también los vascos conservan las costumbres célticas) a la Ría de Arosa, y desde Tarragona hasta Coimbra. En la arena los púgiles leoneses despuntaban por su superioridad técnica. Llaves que levantaban en vilo. Placajes capaces de desriñonar al oponente. El aluche era atávico patrimonio de la estirpe. Muchos de los que lo cultivaban acababan en Roma de gladiadores divirtiendo a la plebe con su pericia circense en el foso del Coliseo.
De continuo, tuvieron fama los “butuarii” que manejaban en los juegos públicos la espada con los ojos vendados y repartían mandobles de ciego; los “andábatas” o suplentes que opugnaban, -macabra costumbre recordatoria de soltar a los sobreros de nuestros ruedos en sustitución del que había muerto o no habían dado juego-, siendo sacrificados ipso facto y córam populo por los viruleros.
Los “sectores” de la Legio VII saltaban al albero ensangrentado con una idea fija: segarle al rival el penacho de plumas que lucían en el yelmo. De Emérita Augusta viniera toda una escuela gladiatoria que se caracterizaba la habilidad y contundencia con que esgrimían el cestus3(una especie de puño de hierro forrado con arena o con piedras por dentro).
Esta región no solamente fue reserva de espadachines y de jinetes o desultores que hacían las delicias del público asistente los anfiteatros durante el imperio, sino que también nutrió los lábaros y estandartes de las legiones cesaristas con los famosos milites, vélites y équites que se distribuían a su vez en escuadras, manípulos y cohortes bajo las banderas imperiales.
Contribuyó a la gloria de Roma con algunos de sus más insignes emperadores que nacieron aquí: Galba, Tiberio, Trajano. De hecho León debe su nombre a una de éstas. España es apasionada. Al principio, impermeable a la romanización, y renuente a aceptar la férula romana. Más tarde, entusiasmada con el proyecto latino, se fundiría con el estilo de vida y la forma de pensar de sus invasores. ¿La afición a los toros en estas tierras donde de largo se viene rindiendo culto a Minotauro no será un atavismo del “panem et circenses” que pedía el populacho tras el Tíber a sus gobernantes? ¿La devoción a las imágenes y las medallas no nos vendrá dado del politeísmo del Lacio, tan variado como fetichista? ¿Ese apego a la familia y al terruño, por último, no será un bagaje reminiscente de todo aquel acerbo de creencias cristianizadas?
Para cada ocasión y para necesidad ellos tenían un dios preciso. En torno a los gladiadores y púgiles de aluche surgían bandos. Unos eran de Indibil. Otros, de Mandonio. Los de más allá de Ursus el Hispanus. Surgieron las consabidas peñas como las de Joselito y Belmonte. Tal discrepancia de gustos forma parte de la enjundia del talante ibérico.
El vulgo quiere olvidarse de la realidad, con frecuencia ingrata que le circunda, mediante la asistencia a las carreras y espectáculos y cuando se ve en un apuro se encomienda a alguna de las deidades asignadas.
Sin deporte no hay progreso. El aluche curtía no sólo los miembros del cuerpo sino que a la vez templaba y curtía el espíritu. Roma, madre de pueblos, que tenía en la inefable Hispania su granero y su almazara de suministro frumentario. León fue un puesto significativo y un hito importante en la ruta del itinerario de Antonino que conectaba las Galias con la Lusitania y la Tarraconense.
La calzada se dividía en jornadas correspondientes a otras tantas mansiones o centros de avituallamiento distantes unas de otra a unos cuarenta kilómetros que era lo que solía recorrer un cuerpo de ejército con su impedimenta a las costillas en un día. A razón de un millar de pasos, o lo que es lo mismo 6666 varas que suman, a su vez, diez leguas de posta. Todavía puede admirarse esa pasión romana por la linea recta en los encachados de algunas estradas como la que asciende serpeando por el Puerto del Pico, Ávila.
Las lajas de su pavimento que aun resisten los siglos se cansaron de oír rodar las ruedas de los “plaustra”4 o el ajetreo de los bueyes y jumentos uncido al yugo de las bigas y fueron testigo del estruendo de los carromatos soporte de las helépolis de asalto y otras máquinas de guerra, del crujido de los cascos de los caballos o el paso firme de las botas de los soldados, los vivanderos y los acemileros y escoltas de las tropas de refresco. En las conducciones también venían elefantes y todo tipo de fieras que eran utilizadas en el asedio a las ciudades.
Las mansiones o apeaderos se llamaban Mirobriga (Ciudad Rodrigo), Clunia, (Coruña del Conde), Lacobriga (Carrión de los Condes), Septem Publica (Sepúlveda) Lancia, ciudad romana en Asturias cerca de la sierra de los Ancares (¿Tineo?), de la calzada de Antonino o itinerario regio, cuyas lajas vieron el paso de tantas legiones. Este camino que desembocaba en la Vía Apia era denominado en Roma el Trayecto de los Gladiadores de Hispania.
Las más hermosas “parthenae” o muchachas que se paseaban por la catasta, luciendo jeme y medidas diez en aquellos primitivos concursos de belleza o desfiles de modelos, celebrados en la catasta5 del Capitolio, según referencias de Plinio, eran las nubias egipcias, negras y elegantes como la reina de Saba, y las “puellae Hispaniae”. Todo un precedente del ignominioso tributo de las Cien Doncellas reclamado por Almanzor.
Eran llevadas a Roma como botín de guerra y vendidas como preseas del deleite aunque pronto muchas de ellas alcanzaban la manumisión y se casaban con los propios amos que las habían comprado en aquellas almonedas de la carne a la cual eran demasiado aficionados los senadores.
La fama de la hermosura de estas adolescentes causaba asombro. Asimismo, la habilidad y fuerza de los combatientes de Clunia y los púgiles de Asturica Augusta (Astorga) se hicieron famosos en el hemiciclo del Coliseo.
El aper o jabalí del Bierzo con su carne exquisita que era llevada a Roma en salazón fuera degustado como bocado suculento en los triclinios de Lúculo y nada se diga de los vinos de las riberas del Órbigo. Flamines y quirites se emborrachaban, pues lo tenían por costumbre con el “vinum hispánicum”, transportado hasta Ostia a bordo de las naves onerarias, en los figones y tabernas cerca del Foro allá por las fiestas sigilarias o las saturnales. “Temulentos que adementan” llama Plinio a los caldos de Oronia (Urueña, cerca de Rueda. Para un romano, de suyo muy aficionado a las libaciones en la crátera sagrada, esto de por sí constituye un piropo.
El nombre de Hispania que iba y venía en los labios de los centuriones y decuriones de la Legio VII Gémina, Pía por otro nombre, suscitaba nostalgias y añoranzas en el Senado y el Pueblo Romano. ¿No dijo Pablo de Tarso que la vida milicia es? Ciertamente, pero hay que tomarla deportivamente como el aluche de los campeones bercianos. A este deporte lo llamaban pugna grecorromana pero es de León de pura cepa. Como el mismo san Froilán, patrono de todo su reino. Con una excepción, Zamora, donde protege en exclusiva san Atilano obispo y confesor.
ANTONIO PARRA
2 de abril de 2002
1echar la trabilla con el fin de revolcar o voltear.
2El estupro incestuoso no cuenta, a lo que se ve, para los viejos dioses.
3Una especie de manopla en forma de urna o cesta que acoplaban al dorso de la mano para golpear con mayor contundencia. El puño de hierro americano en el cestus romano se inspira.
4Plaustra, carros aljibes o cisternas de aprovisionamiento
5Estrado público donde se exponían los esclavos y esclavas en venta.
jueves, 23 de noviembre de 2006
A GARROTAZOS
“Tenemos tal afición los hispanos a rompernos unos a otros la
crisma que todos los sucesos ocurridos en nuestro país de que pueden
aprovecharles los aficionados a composiciones históricas resultan coetáneos o dependientes
de una guerra civil. Diríase que los nacidos en esta tierra de garbanzos somos
capaces de todas las virtudes cívicas y de todos los afectos privados, de todas
las grandezas y heroísmos, excepto el del amor fraterno”. La cita es del
novelista granadino Pedro Antonio de Alarcón y creo que viene al pelo de la
situación en la que estamos viviendo precisamente ahora que se acerca
Nochebuena cuando conspirará contra nosotros la melancolía, el consumismo como
escapismo y una alegría postiza. Nos siguen escupiendo. Nos continúan
calumniando y nosotros perdonamos. Es muy duro esto. Lo que dice el escritor
accitano, Guadix y la alpujarra en el pensamiento, somos más moros que
cristianos y la verdad es que nos queremos muy poco. Uno maneja buena información
gracias a Dios y por eso pienso que este gobierno dadas las circunstancias
mundiales no está haciendo una claudicación – la opinión contraria la respeto
pero para entenderme hay que volver a los tipos del Circus y a las tabernas del
canal londinense donde Iam Fleming y Philby beben cerveza y maestros del
disimulo tratan de encubrir traidores, vuelve la guerra fría que pronto se va a
tornar caliente, no será una guerra de bloque sino de actitudes vitales y mores
y la verdad que tal y conforme está el patio y lo propensos que somos los
españoles a las estocadas la alianza de civilizaciones puede ser un deterrent.
Yo no alcé bandera blanca pero la verdad tengo más miedo que al moro o al
infiel a ese fulano de mi barrio que me espía, sigue mis pasos, me calumnia y
me metiera un navajazo por la espaldo a la ocasión propicia que se dice que es
mi amigo y mi paisano. Y a lo mejor va a misa de doce. Ya no tengo edad para
alistarme pero prefería una trinchera y cañones y más cañones y aquí estaba yo
que tener que ir al frente de la insolidaridad incomunicada de la malquerencia
de las personas normales listas para denunciarte. La soplonería en auge puede
que pronto empiecen los paseos. ZP quiere pasar eso me consta pues insisto uno
maneja sus buenos datos y ha sido periodista destacado y ocupado garitas de
observación importante. Vivo rodeado de chacales pésimamente educados porque no
creen que se ha muerto Franco y muy mal informados. No hay salida. He ahí toda
la cera que es la que arde. Somos el país inventor de dos palabras que en
inglés implican complicaciones testarudamente celtiberias: “guerrilla” y
“vigilante”. Lleva razón el autor del “Escándalo”, “La Pródiga” o el “Niño de
la Bola” al meter el dedo en la llaga. La verdad es que nos queremos muy poco.
En la pasada guerra civil hubo frentes, heroísmos y hasta canciones. En la
próxima ya no podrás entonar aquello de si me quieres escribir. Pero seguirás
escuchando el silbido de los pacos y las bayonetas caladas encontráis en ese
tipo que reta al subir al autobús con los ojos o la señora que te llama
acosador y te prepara un trepe o un juicio de faldas porque vas contando al
conductor algunos chistes verdes ofensivos a las feministas camino de casa.
¿Acosador, mi alma? Pero qué dice usted. Yo ya no estoy para coger pesos. La
acosadora y la abusadora es usted que me denuncia que me echa de casa que me
insulta que me amarga. Ese es el tenor de la actual guerra civil en las
presentes circunstancias. Muchos hombres dando tumbos por las calles española
batiendo la grava de tumbo en tumbo de refugio en refugio de hospicio en
hospicio. Es la peor guerra civil que hayamos parecido precisamente por eso
porque aquí nadie dispara pero las almas se han vuelto insensibles, el egoísmo
manda y hay sensiblería solidaria para el étnico que viene allende los mares
mientras al indígena se le condena al ostracismo. Tampoco hay tantas bajas
aparentemente pero esta guerra se dirime con armas invisibles como por ejemplo
la bomba de neutrones que deja intacta las propiedades y destruye a los cuerpos
y las almas por dentro. A mí me hubiera gustado vivir en los tiempos de Alarcón
y haberme marchado con él a las ordenes de Prim en la batalla de los
Castillejos y haber escrito paginas que hoy tienen una gran relevancia como el
Diario de un testigo de la guerra de África (ama al musulmán pero no renuncies
nunca a tu religión ni a tu casta ni a tu patria) y que murió casi en la
pobreza en el número 92 de la madrileña calle de Atocha el 19 de julio de 1891.
había dejado de escribir más de diez años antes habiendo confesado su
desaliento por el rumbo que cobraban los acontecimientos en la patria: “Me
siento un hombre que no pertenece a esta época”. Su vida literaria con
grandezas y altibajos – héroe me admira la garra literaria y el patriotismo-
encierra el paradigma del ex seminarista que quiso ser militar y escritor. Su
biógrafo Martínez Kleiser descubre ese carácter zigzagueante esa inquietud de
andaluz que quedó seducido por Madrid y hasta se compró una quinta en
Valdemoro. Se había dedicado a la vida política con O´Donell. Interrumpió su
carrera política pero volvió a riscar la caja de cerillas de la imaginación y
salió “Final de Norma” y el “Escándalo”. No ganó mucho dinero. Se le murió un
hijo de corta edad y aquejado de depresiones renuncia a la vida de los salones.
¿Adónde voy yo con esta barriga? Se lamenta en una carta a su hermano. Es la misma pregunta que hice
yo varias veces a mi propia Inquisición. La Pardo Bazán le hace una entrevista
poco antes de morir y le encuentra pálido de una gordura fofa. Ay esa gordura
de los deprimidos y calumniados de las Españas que siendo liberales y
tolerantes se les tacha de ultramontanos cavernícolas. Fachas. No lo
entendieron. A veces le veo en la foto señor moreno calvo de la bellida y negra
barba y hasta diríase que pudiera ser un abuelo nuestro que murió en la guerra
de Cuba o un antepasado lejano. Moro por fuera godo por dentro. Un gran
español. una pena que sea un clásico descatalogado. Sus novelas inspiran
ternura, interés, poesía y vibración de la naturaleza y son una invitación para
la reflexión. Pero ¿quién es ese señor? Don Pedro Antonio de Alarcón. Hace dos
veranos viajé a la Alpujarra y creo haberme encontrado con su fantasma onírico
cuestas arriba de Lanjarón. Todo un espolique del alma andaluza y española.
Siguiendo sus pasos coronaremos el Mulhacén. Su diagnostico: mejor una hora de
lectura que responder ala provocación con la cabritera. Mejor un treno de
Jeremías para responder a la provocación que aquí la gente tiene muy mala leche
o es muy agria que un oiga oiga usted no sabe con quien se juega los cuartos.
Lleva razón don Pedro Antonio aquí el personal va con la escopeta cargada o
porta una navajilla que le sirve para algo más que para comer
en noviembre empezaba él filandón !ay aquella españa preterida1
AL AMOR DE LAS CASTAÑAS Y EL FUEGO DEL FILANDÓN VIENE EL INVIERNO
++
BULLATE MAGOSTO EMPIEZA EL
FILANDÓN
YA las noches
son más largas
las ramas
amarillas del castaño rilan
en la helada
contamos
cuentos en la masera
adivina quien
te dio
jugamos a las
prendas
ah el castaño
maternal
de copas
cupulares
el de las
hojas lancinadas
lengua de
mula
castaño de
los otoños
y retoños
con los
pinchos del zurrón erizos
árbol sagrado
de los paseos de mi infancia
de calbote y
pan de bellota
se
alimentaban
los primeros
españoles
para
ti las callongas
y para mí las
redondas
y ése que
zampe las pilongas
que
adementaban a las cabras
masticadas en
la cerca
del barragán
regresan los
pastores de la majada
a la fiesta
de la música y las palabras del filandón
vuelve el
invierno
otro otoño
más+++++
++
la tunica de xto
Aquella gramalla sin mangas tejida de un solo hilo -Cristo se desvestía y sus siervos y seguidores duro colocarse ropajes uno encima de otro sotanas y dalmáticas, al año que viene en Jerusalénpero caminamos de espaldas al monte calvario- abolía el orden viejo. Los ornamentos de los dioses antiguos Júpiter Diana Afrodita y Baco quedarían preteridos pero sus sacerdotes sintiendose desnudos e incapaces de imitar al que pereció en la cruz en taparrabos no harían otra cosa en todo el tiempo que hacer mayor el cupo del “indumento”.
Casi me destgernillaba de risa pero aquella hora de grandes acontecimientos fue el tiempo de los sobresaltos y de las confusiones (yo creía, pensé que; pues no señor al revés te lo digo para que lo entiendas) y de las perplejidades. Nos anegamos en un marasmo de sorpresa. Tú, Cristo bendito, viniste para confundir a los mortales. Supuestamente quedaron sin vigencia las estolas las mitras las cidarias el eford y todos aquellos ropajes que se ponían uno encima de otro negro soble blanco para definir oficios y categorías inciertas de flámines y peanes del mundo órfico.
Degolló nuestros principios sin espada. ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otros? Se rieron de él pero él no vino a traer la paz al mundo sino un orden nuevo con todo lo que ello implica: la destrucción de Jerusalén que fue desmontada piedra a piedra y los campos adyacentes de su pomerium arrasados y sembrados de sal. Al pie de la club escuchabamos el batir de los tambores de los soldados de Tito casi tres cuartos de siglo de quie aquel cerco se produjera.
-¿Y no escarmentaron los judíos?
-Por vida de Minerva ¡qué bah!
Era un revolucionario. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. sus vestiduras de ajusticiado por una de esas carambolas inexplicables que hoy confunden a los soberbios (la potencia se hizo acto trascendente y se encendió el fuego de la gran luminaria y ardería por los siglos de los siglos aquel pebetero puesto que nadie será capaz de destruir el amor) eligiendo a lo más despreciable y en menoscabo de la soberbia y de la confusión terrenales.
Debió de ser un revés para los sionistas mesiánicos. El libertador anunciado por los profetas de Israel moría en el suplicio escoltado por dos ladrones Dimas y Gestas. No me vengais con bromas ¡Qué guasa! Vino a los suyos y los suyos no le recibieron -la frase de Juan que luego leí incansables veces martillea mis sienes- mientras los mercenarios puesto que no se puede hablar de soldados romanos que tienen otra dignidad y se echó mano de esclavos sirios para hacer aquel trabajo se rifaban con el cubilete sus paños menores. El Hijo del Hombre salvaba al mundo en taparrabos. Semejante desvergüenza dónde se vio?
Pero la humilde túnica inconsutil era el símbolo del siglo futuro. El que busca su vida la perderá. A ver queremos un signo pues ese no nos vale.
La vida se la había echado el Inocente sobre los hombros a manera de chal cobijando sus espaldas doloridas cuando, varón de dolores, al cabo de cinco mil azotes y de 72 puntas de cambronera que es el peor de la especie de los espinos y la más áspera de las zarzas que horadaron sus sienes trpanaron su frente inmortal quedando ensangrentados los mechones de su rubia caballera y de su barba taheña ah que nos miraba a todos con aquellos ojos azules penetrantes como si no comprendiera la maldad del que somos capaces los humanos pero llenos de perdón hacia esa inclinación viciosa que los teologos achacarían al primer pecado de Adán pero que a mí se me hacía muy dificil de aceptar como romano acostumbrado a mirar a los dioses con un cierto escepticismo pues sus malos ejemplos y concuspiscencias y que admás estaban ahí para castigar y enviar rayos y desgracias a los mortales. Si te enojabas con Jyupiter este te taladraba con su gario y te convertías en rana.
Con los dioses no se juega. Antes de morir había que hacer mandas a Esculapias y se mandaba matar un gallo capón para que el dios de la salud tuviese una fiesta allá arriba con sus amigotes y después de expirar tenían que sujetarte la barbilla abrirte la boca y meter entre los dientes una moneda para pagar al Barquero. Esta costumbre acicate de la codicia fue un pretexto para que en el mundo antiguo abundasen los profanadores de tumbas. El oro era más importante que la deidad y en facto es la única divinidad que rige los designios. Oro, oro y nada más.
Fue obrecido al pueblo en espectaculo. Un esbirro lo empujó hasta la balaustrada y Jesús fue ofrecido en espectaculo. Tenedlo. Vedlo ahí, cabrones. ¿No queríais que lo castigase? Pues le hemos zurrado bien la badana. ¿No os dais por satisfechos? No. La chusma quería más sangre. Dada su condición vil y sus adscripciones impronoisticabe. Era el mismo morbo que conducía a la plebe de Roma al coliseo. Quería ver la sangre a chorros de los andabatas sobre la arena y que cantasen el himno. Ave Caesar los que van a morir te saludan.
Ecce Homo. Le habían colocado un manto purpura sobre los hombre y pusieronle unacaña en la mano por cetro