La ermita de Nuestra Señora de las Vegas, advocación mariana bajo la que se venera a la patrona de la Comunidad de Villa y Tierra de Pedraza, es un magnífico ejemplar del románico rural segoviano localizado cerca de la localidad de Requijada, en el actual término municipal de Santiuste de Pedraza. Impasible y en la más absoluta soledad, esta construcción medieval se encuentra en medio de un pintoresco y silencioso valle desde el que se divisa nítidamente el cercano perfil de la Sierra de Guadarrama, valle por el que discurre tanto el cauce alto del río Cega como el de su tributario, el arroyo de las Vegas, que da nombre a la ermita y al paraje. El edificio es fácilmente identificable a pesar de su aislamiento al estar situado junto a la actual carretera comarcal SG-P-2322, a medio camino entre La Velilla y Valle de San Pedro, una vía que en su discurrir por la tierra de Pedraza ha constituido desde tiempos inmemoriales el tradicional enlace de comunicación entre Sepúlveda y Segovia.
Fruto de un largo periodo de abandono y decadencia, a finales de los años 60 del pasado siglo este templo románico se encontraba al borde de la ruina. Para evitarlo, el edificio fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1969, dando pie dos años más tarde a una intervención integral en su estructura y subsuelo por parte de la Dirección General de Bellas Artes, que se prolongó durante buena parte de la década de los 70, seguida de otras de menor calado que tuvieron continuidad hasta principios de los 90. Con el objeto de apuntalar más si cabe su estatus jurídico, la Junta de Castilla y León procedió además a su declaración como Bien de Interés Cultural en 1997. Con todo ello la ermita pasó de ser una construcción abocada a la desaparición a convertirse en un edificio visitable y con un aceptable estado de conservación.

De área balnearia de una villa romana a basílica paleocristiana
Una de las características más singulares de Nuestra Señora de las Vegas, y el motivo de que sea objeto de tratamiento en este artículo, es la dilatada sacralización del solar donde se asienta, ya que nos encontramos ante un edificio medieval erigido sobre los restos de otro precedente de época romana, a cuya superficie quedó prácticamente ajustado, aprovechando, parece que intencionadamente, los restos de su perímetro murario a modo de cimentación. Este hecho pudiera explicar las anómalas proporciones que presenta la planta románica resultante, muy alejada de los cánones arquitectónicos que se le debían presuponer.
El conocimiento arqueológico del edificio subyacente romano sobre el que se erigió en el siglo XII la ermita de Las Vegas se debe a José Mª Izquierdo Bértiz, quien dirigió varias campañas de excavación en su subsuelo entre 1972 y 1976, englobadas en el proyecto inicial de restauración integral del edificio tras su declaración como Monumento Histórico Artístico. En base a los resultados de aquella intervención arqueológica pudo determinarse que la primera ocupación del enclave se remontaba al periodo romano, estando representada por un complejo termal asociado a una villa, cuya cronología se situaría entre los siglos II y IV de nuestra era. Dicha villa, aún sin excavar, parece extenderse en las inmediaciones de la ermita, a tenor del abundante material arqueológico identificado en distintas prospecciones en superficie llevadas a cabo en el entorno circundante, en especial las realizadas por Tomás Callejo Guijarro en los años 60, amén de la desarrollada en 1992 en el marco de los trabajos para la elaboración del Inventario Arqueológico Provincial de Segovia. Ahora bien, en ausencia de excavaciones de calado, de esa área balnearia aún desconocemos si conformaba un pabellón independiente respecto a la residencia aristocrática romana o si, por el contrario, constituía un complejo anexo al propio edificio sin solución de continuidad.
Lo que sí es seguro es que a partir del siglo V este espacio termal experimenta una profunda transformación en lo que a funcionalidad se refiere, pasando a convertirse en un edificio de culto cristiano presidido por un mausoleo, constituyendo así una de las más tempranas manifestaciones del cristianismo en Segovia, amén de conformar un conjunto con evidentes paralelismos respecto a otros ejemplares de cronología similar documentados en la Península. En base a este nuevo cometido surgido de la cristianización del lugar, las antiguas salas y elementos que componían el circuito termal fueron objeto de reutilización. Así, unas amplias estancias del complejo balneario, considerados por Izquierdo Bértiz como tepidarium (sala de baños templados) y frigidarium (sala de baños fríos), pasaron a convertirse en la nave principal del edificio paleocristiano. Una pequeña piscina fue reutilizada a modo de pila bautismal por inmersión, elemento este último hoy día visible en el interior de Nuestra Señora de las Vegas al haberse dejado a la vista acertadamente tras las intervenciones arqueológicas de los años 70. Por su parte, el caldarium o espacio de baños calientes pasó a tener una funcionalidad funeraria al transformarse en un mausoleo anexo a todo este complejo edilicio, conteniendo la sepultura de un individuo de alto rango, en compañía de otros seis enterramientos de similar época. Del mismo modo, hay que reseñar la existencia de un pequeño ábside semicircular con el que quedaba rematado todo este conjunto edilicio a oriente, un elemento arquitectónico en el que sería más que probable la existencia de un altar.
Quién sabe si también pudiera pertenecer a este edificio de la Antigüedad una pequeña y enigmática puerta con arco de medio punto descubierta en el exterior del muro norte de la ermita medieval, hoy día tapiada, aunque dejada a la vista intencionadamente tras los trabajos de restauración. Dicha puerta, levantada junto a otra portada románica muy simple, también cegada, aparentemente no tiene sentido alguno debido a la proximidad entre ambos accesos. Por ello se ha apuntado la posibilidad de que pudiera ser el último vestigio conservado en pie de la antigua construcción romana. En este sentido, el que los ladrillos que componen el arco posean un tamaño irregular, además de unas características formales y una granulometría propias de una manufactura del aquel periodo, parece apuntar en esa dirección.
Sea como fuere, este edificio paleocristiano prolongó su pervivencia hasta bien entrado el siglo VII, quizás incluso hasta principios del VIII, al inicio de la dominación islámica.

La reocupación de Las Vegas en la Edad Media. La construcción del edificio románico y las dos sucesivas fases de enterramiento
La ausencia de evidencias a partir del siglo VIII, coincidiendo con la invasión musulmana, reflejan su abandono, no siendo hasta finales del siglo IX cuando vuelva a atestiguarse un nuevo indicio de poblamiento en el enclave de las Vegas, representado en esta ocasión por una necrópolis de inhumación, cuyo uso para la práctica funeraria se extiende hasta finales del siglo XI o principios del XII, es decir, hasta poco antes de la construcción del edificio románico. Este cementerio altomedieval se concentró en torno a las ruinas del edificio romano paleocristiano, posiblemente por el carácter simbólico que representaba, ocupando el mismo espacio en el que siglos más tarde se erigirá la galería porticada de la postrera ermita románica. La tipología y uniformidad de los enterramientos, extremadamente burdos, su cubrición mediante losas delgadas e irregulares, y especialmente el hecho de que algunas de las sepulturas de esta fase se localizaran bajo las cimentaciones del posterior recinto románico, son los principales argumentos esgrimidos para demostrar esa anterioridad.
A esa fase funeraria le sigue otra claramente constructiva, caracterizada por el levantamiento del templo románico propiamente dicho. Si bien algunos autores, como el Marqués de Lozoya o González Herrero, han considerado tradicionalmente a la ermita de las Vegas como un ejemplar de finales del siglo XI, a la que corresponderían inicialmente la nave central y meridional, estudios más recientes de Carlos Álvarez Marcos vienen a matizar esta hipótesis, indicando que, en función de las características de la fábrica, nos encontraríamos más bien ante una construcción encuadrable en el siglo XII, probablemente de su primera mitad. En ese momento se erige un templo en el que se emplea predominantemente mampostería (cubierta hoy día bajo enfoscados), quedando limitada la utilización de sillares a los refuerzos de las esquinas, ventanas y cornisas.
Este edificio ya se articulaba mediante una planta basilical de tres naves, orientadas canónicamente a oriente y rematada cada una mediante una cabecera compuesta de tramo recto y ábside semicircular al interior. Sin embargo, en el caso de las cabeceras de las naves laterales los hemiciclos se transformaron al exterior en testeros planos debido a recubrimientos de refuerzo posteriores, una solución que, en el caso del ábside septentrional, reformado íntegramente en el siglo XIII, se debió a su condición de estructura de apoyo de la torre, también de cronología posterior. Esta práctica arquitectónica consistente en alzar la torre sobre uno de los ábsides laterales se da también en otras iglesias del románico de la zona de Pedraza, como Aldealuenga o Arcones.
Es también el momento en el que se erige en la fachada meridional el acceso principal al templo, una portada con arco de medio punto abocinada, compuesta de cuatro arquivoltas con sucesivos motivos ornamentales (bocel, taqueado jaqués, florones de ocho pétalos), siendo perfectamente visibles los restos de una antigua policromía, aunque correspondiente ésta ya al siglo XVI y contemporánea a los frescos conservados en el interior.
El cuerpo de la ermita, cubierto mediante una armadura de madera, posee un desarrollo longitudinal notablemente reducido en relación a la anchura total que presenta, aspecto éste que responde al más que posible empeño de los constructores medievales por ajustar el perímetro de la construcción románica a las dimensiones del edificio subyacente romano, de manera que los restos murarios de este último, puestos al descubierto durante las excavaciones de los años 70, fueron reaprovechados a modo de cimentación por el edificio románico.
Coincidiendo con este momento fundacional de Nuestra Señora de las Vegas también da comienzo una nueva fase de enterramientos de inhumación con pervivencia hasta el siglo XIV, enterramientos que, una vez más, siguieron concentrándose en la zona sobre la que más tarde se construirá la galería meridional. Esta segunda necrópolis medieval se caracteriza por la presencia de tumbas construidas de un modo más cuidadoso que las de la fase anterior, con empleo de lajas regulares y con la existencia, incluso, de algún sarcófago completo labrado en piedra.
Ya en la segunda mitad del siglo XII se adosa al mediodía de este conjunto la ya mencionada galería porticada, totalmente realizada en fábrica de sillería. Esta galería está compuesta de siete arcos sustentados sobre columnas pareadas, decoradas mediante capiteles con diferentes escenas figuradas, además de un sencillo pórtico de entrada resuelto mediante un arco de medio punto doblado. La susodicha galería en la que, casi a la altura de la portada de ingreso al templo, se localizó el mausoleo asociado a la basílica paleocristiana, identificado durante la intervención arqueológica de los 70, amén de las ya mencionadas dos fases de enterramientos medievales.
En suma, a la luz de lo aquí expuesto, nos encontramos ante un edificio poseedor de una notable singularidad. De entrada, estamos ante una construcción que se vio condicionada por la presencia de edificios y necrópolis previas, tanto de la Antigüedad como de la Alta Edad Media, posiblemente por el carácter simbólico que ya representaban esas ruinas. O lo que es lo mismo, es el resultado de un dilatado y nutrido recorrido histórico cuya impronta ha quedado reflejada en las distintas secuencias de ocupación documentadas. En línea con estas afirmaciones, hay que insistir en que la ermita atesora una de las manifestaciones del cristianismo más antiguas de la provincia, lo cual le convierte en un ejemplar señero, merecedor al menos de unas líneas en este diario y, por supuesto, de una visita a paladear con calma por parte del lector.

(*) Jorge Esteban Molina es Licenciado en Geografía e Historia, Diploma de Estudios Avanzados en Arqueología y autor del libro “La villa romana y la necrópolis visigoda de Santa Lucía, Aguilafuente (Segovia). Nuevas aportaciones para su estudio”.