2023-10-29

 

POR SAN FRUTOS ESTRENÁBAMOS SOTANA

 

Estaban colocadas con su funda y el  nombre de cada cual -en el mío ponías señor Parra... ya era yo toda una dignidad- en los recios bancos de pino que había en la sala de visitas. A los de Valladolid, pues entonces la diócesis segoviana era muy amplia y no coincidía con la división territorial por provincias, les vestía Zurita que era un sastre caro y de ideas avanzadas en lo que respecta a la vestimenta del clero y a los de Segovia, pues Blas Carpintero de gustos más clásicos. Recuerdo con qué ilusión me fui a tomar medidas a su tienda que estaba pasada la Canaleja, muy cerca del Portalón y al pie de la estatua misma del comunero Juan Bravo. Aquel hombre poseía una suavidad táctil que al cruzar el metro por la cintura o curvarlo sobre la espalda mientras tomaba con los dientes los alfileres de un acerico que portaba sobre la manga parecía que acariciaba. Me dijo curita tenemos que no soldadito ni rey de armas mientras miraba a mi padre que venía en uniforme de militar y Carpintero también cosía para los cuarteles diversos que sentaban plaza. A ver si un día te tengo que hacer la sotana de obispo.

 Era el alfayate un señor grande, huesudo con la cara muy pálida y la nariz un tanto acaballada. Esta prominencia nasal evidenciaba esa ascendencia del pueblo elegido tan importante en la ciudad que me vio nacer. La cosa venía de cinco siglos atrás.

Todos se bautizaron en masa y venían huyendo de la quema y de las luchas dinásticas de la dinastía Trastamara. La mayoría abandonando la aljama cabe la Puerta del Socorro se fueron a vivir intramuros a la zona alta. Y nos dejaron esa impronta comunera, cierta pasión por la libertad, patente religiosidad conjugada con esa afabilidad y amor a la vida que noté siempre en todos los judíos –Shakespeare que era un poco antisemita, metió la pata hasta el corvejón dejando a la posteridad el fenotipo de Shylock-, pasión por los libros y un cierto desdén por todo lo manual.

 Pero sobre todo nos dejaron una inclinación por las cosas de Dios, pasión por la mística, un prurito mesiánico, amor a la familia combinado por la tortura mental que representa el sexo para un judío. Y también el talante independiente propio de los que leen el Libro de los Libros con asiduidad y parlamentan con Dios sin muchos intermediarios.

El rasgo de los segovianos es ese talante independiente y un entusiasmo apasionado que roza el mesianismo. ¿Defectos? La zorrería y la doblez, que son artes que se aprenden cuando recibes muchos palos.

Quevedo, aunque odiaba a los genoveses, tenía el alma de converso. Eso se trasluce en el Buscón. El Lazarillo- aquí sí que no caben dudas- no debió de salir de la pluma de un cristiano viejo. Así que hubo que acomodarse y guardar al menos las apariencias. Al ganar estatus los sastres y perailes cierran su casa en la vieja judería y se van a vivir con los hidalgos.

 Por eso en Segovia, ciudad levítica y guerrera como pocas- a muchos nos recuerda Jerusalén pero con bares y mesones de buen cordero- cada casa es un castillo interior. Cada torre una alcazaba y vaya usted a saber. Fachadas de encaje. Estas torres albarranas intramuros son una fortaleza dentro de la misma fortaleza. Ciudadelas de la verdadera ciudadela.

 Quedan algunos de aquellos edificios medievales que se yerguen altivos, abroquelados centinelas del horizonte. Suelen tener en el piso superior un tendedero o sobrado ceñido por una gola o collar de encaje de piedras de granito. En cada esquina una gárgola. Casas almenadas son el palacio de los Coronel, de los Arias Dávila, de los Lozoya, los Bravo, etc.

Más ya hablé de esta particularidad y no quiero picar de pedante alargándome en este punto.

-       Pasen los alfayates

-       ¿Sastres vienen? Al infierno vamos

Tuvo que ser un sastre judío el que me vistiera a mí de talar. Acababa de cumplir los once años y embutido en aquella prenda que tenía tantísimo botón y amplios bolsos donde cabía la peonza para jugar al trompo y la chuleta de las declinaciones latinas- musa musae y dominus domini, res rei- el rosario que me mandó mi tía monja para que lo rezase todas las noches y estampas, muchas estampas para repartir a los niños de la ciudad cuando nos los encontrábamos en los paseos de los jueves, ya me sentía yo  casi un arzobispo.

        -Per áspera ad astra – nos dijo don Jerónimo el prefecto nada más llegar, pues yo de latines, aunque me sabía el Confíteor y contestaba al cura de carrerilla las oraciones del salmo 120 (introibo ad altare Dei… ad Deum qui laetificat juventutem meam etc. Una de las frases más hermosas que se pueden escuchar en boca de hombre) andaba un poco en agraz.

Comprendía que allí se iniciaba un largo y áspero camino hacia las estrellas.

        -Tú sé bueno y estudia, hijo, pero, hijo, come, no cojas frío- fue la última recomendación que me hizo mi madre cuando el primero de octubre, cuando todos celebramos la fiesta del Caudillo vino el maletero y cargó con todo mi equipo: el baúl recién comprado con herrajes nuevos y un colchón de lana que acaban de enjaretar y tundir solo para el señorito. ¡Pobre colchón¡

 Acabé con él a los pocos meses, puesto que empecé a mearme en la cama y hubo de ser sustituido por uno de borra. Cosas de la vida.

Recuerdo con ilusión aquella mañana del 25 de octubre de 1955, cálida y soleada porque parecía verano, cuando vestí por primera vez la sotana que me trajo Blas Carpintero. Fue como si se hubieran adelantado tres meses los Reyes. Nos había rapado el pelo al cero, el barbero que llegó la noche antes y acabábamos de terminar los Ejercicios Espirituales que a mí me impresionaron mucho y fueron larguísimos… eso de pensar tanto en la muerte… esos retortijones de conciencia que degenerarían en escrúpulos y que nos hizo adquirir demasiado tempranamente la conciencia de la muerte.

 Pero, en fin, el día de San Frutos era un día alegre y estrenábamos la sotana para ir a cantar a la catedral el himno… al siervo bueno y fiel que rogando sin cesar consigue bienes eternos de la infinita bondad… tararirirolá y luego seguiría él solo que aquel año se marcaría el tiple elegido. Uno que era de Cogeces y le decían Marianillo. Risas y algazaras en el patio. Voces blancas e inocentes.

A mí la sotana me estaba que ni pintada, pero al pobre Tinaquero al que se le acababa de matar el padre y tuvieron mal año se la haría una prima suya modista y claro le quedaban pesqueros por detrás los bajos y por adelante le sobraba una cuarta pobre chico. Las mangas le estaban largas y tenía que accionar los brazos péndulos como los de la muerte andando.

 Decían que las mejores sotanas eran las que confeccionaba Zurita que vestía al clero alto; a mí las de Blas Carpintero Dios lo tenga en su seno no me parecieron del todo mal.

Durante más de media hora, después de tirarme de la cama cuando sonó la campana a las ocho, me lancé por la escalera imperial bajando los escalones de tres en tres en dirección de la sala de visitas, estuve mirándome, clericalmente coqueto, en el espejo del probador. La beca y el bonete de cuatro puntas combinaban con el negro y me daban un aspecto distinguido y profesoral.

        -Pronto tendremos doctor en Teología.

        -Ojalá. Dentro de doce años cantaré misa, me iré a misiones, bautizaré a muchos negritos. Haré bien a las almas.

También se sueña despierto y rumiaba mis cábalas un poco como el cuento de la lechera, cuando no era más que un pipi, un latino, y no había empezado el largo camino de la santidad, que es una senda de abrojos, según nos explicaba el padre Mañanas, nuestro maestro espiritual.

 Como era novato e inocente, los de segundo nos hicieron la petaca el primer día y nos echaron sal en vez de azúcar en el café. Había que pagar la novatada. Un día sería sacerdote. Lo tenía decidido.

Ya había ceñido yo aquella prenda talar sobre mis lomos cuando ayudaba a misa a don Benito en Santa Eulalia o cuando era niño de coro con don Fernando Revuelta el deán que me tenía buen concepto y decía que yo no era un pillastre como los demás que tenía madera de cura y que me metiera en el seminario.

        -Si tus padres no tienen posibles, yo mismo te costearé los estudios.

Pero aquellas sotanas de las sacristías las utilizaban otros y olían a sudor de muchas generaciones de sacristanes y acólitos, y en el roquete y en el sobrepelliz aparecían chafarrinones de la cera de los cirios o quemadas por puntas de cigarro o por ascuas de incensario. Aquella sotana de Blas Carpintero era una sotana para mí solo. De uso personal. Aquella mañana del Glorioso San Frutos Pajarero, patrón de Segovia, nunca se me olvidará.

 

Et reliqua. ….Continuará

 

(De un capitulo de la novela biografía ISTE CONFESSOR)   

 

PISAR NUESTRA CLAUSURA Al CABO DE CASI SESENTA AÑOS

Estoy asomado al balcón de patio de filósofos después de más de cincuenta años bendito sea cristo pudimos rezar una salve ante la Virgen de los Tránsitos gozamos del silencio mágico de estos lugares que pisamos centenares de veces vivir es volver pero en el cristal de estos balcones iluminados por la luz del véspero se reflejaban nuestras almas tal como eran ingenias entusiastas sedientas de vivir y de aprender. El patio de filósofos seguía tal cual la biblioteca abajo donde por lo visto al hacer las obras los obreros han dado con restos romanos monedas arcos medievales el edificio del seminario está emplazado en un antiguo templo a los silenos esos dioses amorcillos que protegían los caños de las fuentes y los acueductos. Nuestra vida académica estaba de cuerpo presente en el salón de grados continuo en la planta noble y donde se leían las tesis doctorales tenían lugar las oposiciones ca canonjía bajaba la arena por el canalillo de la clepsidra mientras el ponente soltaba párrafos en latín.

Subidos al proscenio echábamos comedias de Plauto y de Shakespeare y una vez leímos entero un drama de Graham Green "León en invierno" jopé que rollo. Mr. Green era aquel inglés algo borrachuzo que se paseaba todos los veranos en compañía de un cura gallego por España a bordo de un seiscientos. Pasaba por ser un escritor católico, lo leí ya de mayor y encontré que esa etiqueta le venía grande, no encontré su catolicismo por ninguna parte. En aquella sala donde se conferían los títulos académicos también velábamos a los difuntos cuando alguien fallecía. Salón de grados, colación de títulos, bachiller, maestro y doctor

Sentí las pisadas de muchos de los nuestros auténticas legiones de novicios, generaciones enteras de escolares que atravesaron aquellos pasillos desde que se abrió como Casa de la Compañía y noviciado por orden de una hermana de Felipe II bienhechora y fundadora de aquella institución cuyo retrato figura en el presbiterio lado de la epístola frente a la del propio rey (ambos retratos están blancos, no fueron acabados les falta el toque de pintura final)

Bajando al refectorio parecía como si muestras papilas empezaran a jugar al tute despertadas por el hambre y aquel grato tufillo a café con leche del "lentaculum" (desayuno) o el agrio olor vivificante del chicharillo de la cena, las papas viudas de cuaresma el vinillo de viernes y las indefectibles tres "marías" acompañadas de agua y de queso americano de la merienda. La verdad es que aquel queso de Kentucky sabía a rayos, pero nos hartamos de leche en polvo. Decíamos ayer. ¿Qué decís, hijos? Sí, decíamos ayer y es como si toda la comunidad (más de quinientos comensales) comenzase el almuerzo o prandium

El presidente daba una palmada decía Benedicamuns domino y por todo el recinto estallaba una agitación de voces sonidos de cucharas y de vasos. Hablar durante las comidas era excepcional. El común de los días escuchábamos la lectura edificante del lector de semana que subido a un púlpito nos recordaba el santo del día del martirologio. Todas las reseñas acababan con la misma muletilla y en otras muchas partes otros muchos santos mártires, confesores y santas vírgenes. Mientras atacábamos aquellos cocidos de garbanzos saltarines nos empapábamos de las novelas de Julio Verne y Emilio Salgari y estábamos deseando de bajar a comer para seguir las incidencias del próximo capítulo de estas novelas de aventuras a través de los cuales nos iniciamos en el gusto por la literatura. Decíamos ayer. Sí decíamos ayer. Ha pasado algo más de medio siglo. Sin embargo, de vez en cuando los recuerdos no eran tan agradables.

-Aquí fue- dijo Valdivieso señalando una columna del pasillo- sí, aquí fue

-¿Qué pasó?

-El prefecto don Marciano me pegó las dos hostias más bien dadas que he recibido en toda mi vida

-Algo harías

-Coger un par de galletas y meterlas en el bolsillo del mandil para comerlas cuando me diera hambre.

Valdivieso era el primero de la clase pero eximio por sus "golpes" y genialidades. Todos los profesores le tenían buen concepto excepto el bueno de don Marciano dios lo bendiga que no se casaba con nadie y de vez en cuando sacaba su mano gorda como un tocino a pasear. Aquellas galletas también las probamos unos cuantos, además de Valdivieso y el dolor aún nos está escociendo de la marca que dejaron los dedos de tan disciplinario prefecto en nuestras mejillas.

Fuimos los últimos de una larga generación. Con nosotros se acabó el latín. Agotamos la fuente Castalia y la maravillosa trabazón intelectual del Trivium y el Quadrivium y las artes medievales y entraron las vernáculas. Creo que cercenaron una parte importante  de la universalidad de la iglesia con esas rúbricas del Vaticano II, pero había que adaptarse al espíritu y la letra de los tiempos nuevos. De algún modo fuimos unos privilegiados porque aquellos años aquellas enseñanzas, aquellas preces, aquellas anécdotas y conversaciones chuscas en los corrillos marcaron a fuego un espíritu indeleble de pasión por la verdad, el bien, la justicia que nos acompañará hasta el fin de nuestros días.

Asomado al patio herreriano, bello y congruente y la arquitectura hecha silogismo, yo recordaba otros fulgores otros anhelos y volvía a recorrer sendas y pasos perdidos sendas y pasos de mis pensamientos de mis coloquios con Cristo. Supe que mi destino era la cruz. O buen Jesús ayúdame a portar tu cruz salvum me fac (sálvame) y ahora resuenan en mi memoria aquellas salves a Nuestra Señora de los Tránsitos y las inefables sabatinas del mes de mayo. Tomad Virgen pura, nuestros corazones no los abandones jamás.

-¿Sabes una cosa? - me dijo Olmos- yo ahora voy poco a misa.

-Ya te las dijeron y las oíste todas en abundancia cundo niño.

En estas observaciones me di cuenta de que es bueno rezar que Dios salva y cura y protege y aquella Virgen a la que con tanto ahínco venerábamos debió de interceder y apiadarse sacándonos a nosotros pobres "pipis" descarriados de las fauces del león y de las garras de nuestros enemigos. La luz de la tarde penetrando por el gran rosetón zaguero doraba las columnas salomónicas del altar mayor, el tabernáculo relucía como un ascua de oro entre pámpanos y ángeles sonrosados y mofletudos una verdadera gloria del arte barroco. San Frutos con su cayado en la mano de peregrino de Dios y un gran librote de Escrituras se quedaba prendido entre las barbas patriarcales que se derrumbaban en cascada sobre su escapulario 

San Luis Gonzaga nos sonreía de rodillas embutidas en su sobrepelliz en lo que tomaba la comunión. San Alfonso Rodríguez, el humilde portero de aquel convento, nos daba su bendición, sed buenos, majetes, a ver cómo os portáis y san Francisco de Borja al descargar el ataúd de la emperatriz Isabel en Granada (era la más hermosa mujer de Europa) con su dedo índice apuntadnos desde lo alto del cuadro de Claudio Coello nos descubría las esenciales verdades del existir amonestándonos con lecciones del meditatio mortis:

-Ved en qué paran las glorias del mundo con todas las enseñanzas del trívium y el cuadrivio.

-Vámonos chiquitos

-No somos nadie.

- Hasta el año que viene.

-Si Dios quiere y hasta que san Frutos se determine a pasar la hoja.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 SESENTA AÑOS ESCRIBIENDO MIS BODAS DE DIAMANTE CON LA ESCRITURA

 

Bajo a la bodega del buen vino en busca de algo que leer, de algo en que soñar. Es mi mosto espiritual. Bebo a veces, me emborracho o me deprimo. Los libros yacen amontonados allá abajo en plúteos o guardados en cajas y estantes. Todos son vino añejo mercado en las mejores librerías de lance de NY, de Portobello en Londres o en la Cuesta Moyano, pues ya lo dice el refrán leña vieja que quemar, vino cécubo que tomar, libro viejo que leer y amigos antiguos con el que conversar. Como ahora todo es leña verde por las cocinas de gas, los amigos se van muriendo poco a poco y el vino se acabó asaltan nuestros camiones bodegueros, los franceses sólo nos queda el libro. Y ellos son el vino añejo que sellaron mi compromiso con las musas hace más de medio siglo. Gracias te doy Dios de bondad por haber sobrevivido gracias a ellos, a tantos avatares, tantas mudanzas, tantos naufragios. No pocas veces vi el rostro de la Tredentuda que abría sus fauces en lo hondo del precipicio.

Tomo uno de ellos al azar. Es un libro desportillado y lo abro. Huele a moho  pero sus hojas me traen el vede aroma de mis verdes años. Se trata del Guzmán de Alfarache. Suelo yo poner mi nombre, mi rúbrica y fecha, percibo una fecha, mi nombre y mi firma Madrid 23-XI-1964.

 Mercaba yo, pobre estudiante de Románicas, las adquisiciones con la huelga que me daba mi madre los domingos. En vez de ir al baile, al cine o a la taberna me agenciaba yo alguna obra de los clásicos.

Así tengo la casa atestada de papel, de los muchos cuadernos manuscritos, de mis obra inéditas encuadernadas a canutillo o de las impresas. Pasan de cinco mil

 ¿Qué será de mi querida biblioteca cuando me muera? Es el drama de todos aquellos que nos hemos dedicado a la literatura o el periodismo.

Hoy esos tesoros ya no valen nada. Son de la galaxia Guttemberg. La galaxia Macluhan transfórmomelos en mera calderilla. Yo soy un escritor pobre pero opulento en sueños y rico en obra muerta.

 La gente nos mira con desdén. Piensan que estamos mal de la cabeza. A pesar de todo yo sigo escribiendo, leyendo, rezando y soñando, y amo los libros que ya no quiere nadie.

Taxativamente, he aquí que este Guzmán de Alfarache debió de ser uno de los primeros que compré y delata mis bodas con la letra de molde.

Han pasado las de oro y voy camino de las de diamante. Sesenta años, ¡cómo pasa el tiempo! La vida literaria es durísima, apasionante, maravillosa. Vivimos en Cuatro Caminos.

Yo madrugaba para tomar el primer tranvía para la Universitaria. Nos apretujábamos como sardinas en lata con nuestros cartapacios, nuestras bufandas, volanderas, nuestros primeros pitillos para ir a la cátedra de prima. Duraban las clases toda la mañana.

Por la tarde acudía a la Escuela de Periodismo a escuchar las lecciones de Nicolás González Ruiz, Bartolomé Mostaza, Antonio Ruiz Muñoz y otros prohombres de la Escuela del Debate. Acababa rendido. Luego por la noche a estudiar hasta la madrugada a base de café y de Celtas largos. Sí el vulgo nos toma por locos, no sabe de los sufrimientos, torturas ante la página en blanco. Demasiadas incomprensiones y desaires para tan poca paga. Concluí las dos carreras, las Filologías y la de Periodismo, que convalidé en la Oficial a fuerza de vigilias, excursiones a la nevera, mucho café (escribir sobrecarga el sistema nervioso y a mí me da hambre) a veces tomaba Buscapina pero en particular resistí a base de grandes fumadas que andando el tiempo se trasformaron en pipadas.

Hace más de siete lustros que no prendo un cigarrillo pues convertí a la cachimba en mi dama de compañía.

Es un terror pensar que la venganza de los indios haya podido horadar mis pulmones pero aquí estoy a punto de cumplir los ochenta tan enterizo.

Quizás haya intervenido la divina providencia.

 Por lo demás me veo reflejado en las páginas de esta novela picaresca que estimo inferior al Lazarillo (Yo descubrí quien fue el autor del Lazarillo) epítome del género picaresco auténticamente español.

 Desde niño me enseñaron a resistir. Longanimidad es una virtud cardinal y poliorcética una de las bases de la guerra. Porque como decía CJC aquí el que aguanta gana.

Mateo Alemán es el más pesimista de los novelistas del género y describe una España de maldades, gatuperios, sobornos, estelionatos, peculados, fraudes, cohechos, hipocresías inquisiciones, perquisiciones y persecuciones, rapiñas del poderoso y opresión al débil. ¿Cómo salir adelante en medio de tanta canalla?

 El guzmanillo se abre paso utilizando las armas de los desheredados que son la astucia, la paciencia, la resignación y "mirada de halcón, paso de lobo y hacerse el bobo".

Para sobrevivir la batahola en que se ha convertido mi patria a partir de 1975, yo he tratado de seguir ese admirable consejo de hacerse el bobo, como si contigo no fuese la cosa y escribir.

Todos mis libros son un cargamento de ternura y de sátira, ya sé que no los conoce nadie y a mí qué me importa. La Tredentuda les ha pasado la mano por el lomo a Clenasmo, el abusón, anegados todos ellos en tropologías.

Tal que así el otro día paré en Moyano a llorar por mi amigo Riudavets y Paco Gomis el librero de la caseta número tres que tiene cara de pájaro me soltó un picotazo:

 - Tus libros no venden, son muy malos

No fue un picotazo lo que me soltó el pájaro, sino una funesta coz de mulo falso. Al cual yo respondí con mansedumbre

- ¿No será porque la miel no se hizo para la boca del asno, Paco?

 

domingo, 29 de octubre de 2023

 

SESENTA AÑOS ESCRIENDO MIS BODAS DE DIAMANTE CON LA ESCRITURA

 

Bajo a la bodega del buen vino en busca de algo que leer, de algo en que soñar. Es mi mosto espiritual. Bebo a veces, me emborracho o me deprimo. Los libros yacen amontonados allá abajo en plúteos o guardados en cajas y estantes. Todos son vino añejo mercado en las mejores librerías de lance de NY, de Portobello en Londres o en la Cuesta Moyano pues ya lo dice el refrán leña vieja que quemar, vino cecubo que tomar, libro viejo que leer y amigos antiguos con el que conversar. Como ahora todo es leña verde por las cocinas de gas, los amigos se van muriendo poco a poco y el vino se acabó asaltan nuestros camiones bodegueros los franceses sólo nos queda el libro. Y ellos son el vino añejo que sellaron mi compromiso con las musas hace más de medio siglo. Gracias te doy Dios de bondad por haber sobrevivido gracias a ellos, a tantos avatares, tantas mudanzas, tantos naufragios. No pocas veces vi el rostro de la Tredentuda que abría sus fauces en lo hondo del precipicio.

Tomo uno de ellos al azar. Es un libro desportillado y lo abro. Huele a moho  pero sus hojas me traen el vede aroma de mis verdes años. Se trata del Guzmán de Alfarache. Suelo yo poner mi nombre, mi rubrica y fecha, percibo una fecha, mi nombre y mi firma Madrid 23-XI-1964.

 Mercaba yo, pobre estudiante de Románicas, las adquisiciones con la huelga que me daba mi madre los domingos. En vez de ir al baile, al cine o a la taberna me agenciaba yo alguna obra de los clásicos.

Así tengo la casa atestada de papel de los muchos cuadernos manuscritos, de mis obra inéditas encuadernadas a canutillo o de las impresas. Pasan de cinco mil

 ¿Qué será de mi querida biblioteca cuando me muera? Es el drama de todos aquellos que nos hemos dedicado a la literatura o el periodismo.

Hoy esos tesoros ya no valen nada. Son de la galaxia Guttemberg. La galaxia Macluhan transformolos en mera calderilla. Yo soy un escritor pobre pero opulento en sueños y rico en obra muerta.

 La gente nos mira con desdén. Piensan que estamos mal de la cabeza. A pesar de todo yo sigo escribiendo, leyendo, rezando y soñando, y amo los libros que ya no quiere nadie.

Taxativamente, he aquí que este Guzmán de Alfarache debió de ser uno de los primeros que compré y delata mis bodas con la letra de molde.

Han pasado las de oro y voy camino de las de diamante. Sesenta años ¡cómo pasa el tiempo! La vida literaria es durísima, apasionante, maravillosa. Vivimos en Cuatro Caminos.

Yo madrugaba para tomar el primer tranvía para la Universitaria. Nos apretujábamos como sardinas en lata con nuestros cartapacios, nuestras bufandas, volanderas, nuestros primeros pitillos para ir a la cátedra de prima. Duraban las clases toda la mañana.

Por la tarde acudía a la Escuela de Periodismo a escuchar las lecciones de Nicolás González Ruiz, Bartolomé Mostaza, Antonio Ruiz Muñoz y otros prohombres de la Escuela del Debate. Acababa rendido. Luego por la noche a estudiar hasta la madrugada a base de café y de Celtas largos. Sí el vulgo nos toma por locos, no sabe de los sufrimientos, torturas ante la página en blanco. Demasiadas incomprensiones y desaires para tan poca paga. Concluí las dos carreras las Filologías y la de Periodismo que convalidé en la Oficial a fuerza de vigilias, excursiones a la nevera, mucho café (escribir sobrecarga el sistema nervioso y a mí me da hambre) a veces tomaba Buscapina pero en particular resistí a base de grandes fumadas que andando el tiempo se trasformaron en pipadas.

Hace más de siete lustros que no prendo un cigarrillo pues convertí a la cachimba en mi dama de compañía.

Es un terror pensar que la venganza de los indios haya podido horadar mis pulmones pero aquí estoy a punto de cumplir los ochenta tan enterizo.

Quizás haya intervenido la divina providencia.

 Por lo demás me veo reflejado en las páginas de esta novela picaresca que estimo inferior al Lazarillo (Yo descubrí quien fue el autor del Lazarillo) epitome del genero picaresco auténticamente español.

 Desde niño me enseñaron a resistir. Longanimidad es una virtud cardinal y poliorcética una de las bases de la guerra. Porque como decía CJC aquí el que aguanta gana.

Mateo Alemán es el más pesimista de los novelistas del género y describe una España de maldades, gatuperios, sobornos, estelionatos, fraudes, cohechos, hipocresías inquisiciones, perquisiciones y persecuciones, rapiñas del poderoso y opresión al débil. ¿Cómo salir adelante en medio de tanta canalla?

 El guzmanillo se abre paso utilizando las armas de los desheredados que son la astucia, la paciencia, la resignación y "mirada de halcón paso de lobo y hacerse el bobo".

Para sobrevivir la batahola en que se ha convertido mi patria a partir de 1975 yo he tratado de seguir ese admirable consejo de hacerse el bobo, como si contigo no fuese la cosa y escribir.

Todos mis libros son un cargamento de ternura y de sátira, ya sé que no los conoce nadie y a mí qué me importa. La Tredentuda les ha pasado la mano por el lomo a Clenasmo, el abusón, anegados todos ellos en tropologías.

Tal que así el otro día paré en Moyano a llorar por mi amigo Riudavets y Paco Gomis el librero de la caseta numero tres que tiene cara de pájaro me soltó un picotazo:

 - Tus libros no venden, son muy malos

No fue un picotazo lo que me soltó el pájaro sino una funesta coz de mulo falso. Al cual yo respondí con mansedumbre

- ¿No será porque la miel no se hizo para la boca del asno, Paco?

 

domingo, 29 de octubre de 2023