JIMMY WHO YO CONTÉ PARA LOS ESPAÑOLES LECTORES DE LA PRENSA DEL MOVIMIENTO LA ERA CARTER y CERRÉ LA TIENDA
EN el invierno del 76 cuando
aterricé en el Jumbo de Iberia era el día de San Andrés 30 de noviembre y había
caído una espesa nevada. Todo me pareció distinto y grandioso al propio tiempo.
América como Rusia es un enigma que
traté de reflejar en el espejo ustorio de mis crónicas. Siempre he escrito a
cien por hora y el primer golpe de vista es la que vale. Yo venía de cubrir la
corresponsalía de Londres acostumbrado a la elegancia british, a la niebla
londinense, al hablar pulido y elegante usando el understatement pero los americanos utilizan una jerga directa y agresiva.
La mala leche, la peor educación puede formar parte de su código
de valores. Hay que ir al grano. Nice guys
dont last in this city. Las buenas personas duran poco en Nueva york. Era un
adagio.
Inocente de mí Nueva York que me
pareció una ciudad de paletos pero me curtió. Las tres palabras que escuché nada
más llegar con más frecuencia en la jerga neoyorquina: dollar, shit, fuck y motherfucker. Creo que mi buena estrella o un
hada me ayudó a sobrevivir en el marasmo.
Carter Jimmy who era un manisero de Georgia. Un buen chaval, que había
servido en la marina a las órdenes del general Rickover el jefe de la flota de
submarinos nucleares que acabó aborreciendo la guerra atómica y eso lo marcó.
La prensa lo trataba a batacazos
pero a mí me gustaba la congruencia de su lenguaje, el amor que tenía a su
mujer Rosalyn, a su madre una lady sureña de armas tomar y a su hija la pequeña
Amy que era la alegría de la Casa Blanca y una mina de oro para la prensa de
cejas bajas como el new York Post por su ingenuidad pueblerina.
La verdad es que Jimmy Carter
tenía el aire un poco de paleto. Su ferviente cristianismo todos los domingos asistía
a los servicios religiosos de su iglesia bautista encajaba poco con un Washington
donde dominaba la masonería y los sionistas. Era un fuera de serie Last of the breed. El último de una
generación. Yo adiviné el cambio que sobrevendría y de este sentimiento de
culpa de una era que se acaba algo melancólico revestí el tono de los despachos que enviaba a Madrid
desde la Onu o desde el Telex de mi casa.
Su administración evitó una
guerra nuclear porque la Rusia de Breznev no era la de Putin y en las radios de
Nueva York se emitían periódicamente simulacros de alarma y de alerta nuclear.
En cierta ocasión yo di en la
diana y estuve a punto de ser expulsado de Estado Unidos cuando escribí que los
artilleros de costa habían derribado un misil ruso que fue a parar a las
parameras del Canadá.
Rectifiqué y Dios me ayudó a salir el paso
porque me daban quince días para regresar a Madrid. Tuve por valedor a un judío Mr. Stricker que me quería mucho. Otro
hebreo Sam que era de la Cia me ayudó a sacar el carnet de conducir y aun le
estoy debiendo los cincuenta dolores por la granjería.
Aparte de la crisis de los
rehenes (los americanos cometieron un error mayúsculo derribando al sha Rezas
Pavlei y manejando el regreso a Teheran de Jomeini)
Otro error fue el derribo de Somoza un amigo de los norteamericanos al que dejaron en la estacada. Pero sobre todo si valúo aquella época con las perspectiva que dan las décadas fue que allí se fraguó y orquestó la democracia. La nuestra
Carrillo vino a dar una
conferencia en Columbia, a Felipe González le escuché dando una charla que fue
una paulina y cuando un meritorio que fungía como corresponsal del Informaciones
le preguntó que qué iba a ser de la Prensa del Movimiento el gran Filipo repuso
rotundo la privatizaremos, la venderemos.
Me llenó de furia aquel dictamen
y en la última crónica que remití desde la ciudad de los Rascacielos tildé de hipócritas
a nuestro gobierno, aquel doble juego, y mandé
una fotos de don Juan de Borbón que había aterrizado en Laguardia algo piripi. Se habían metido entre él y su
acompañante una botella de güisqui entre pecho y espalda durante el vuelo.
¿A qué viene su alteza? Le preguntamos.
A jugar al golf. Y no venía a jugar solo
al golf. Venía a algo más. Venía a entregar a España a los yanquis.
Me cupo el honor de cerrar la
tienda y pertenecer la lista de grandes colegas corresponsales de Arriba y oros medio que había ejercido: Blanco Tobio,
Tuy Bueno, Celso Collazo, Felix Ortega, Jesus Hermida, Josemari Carrascal etc.
Hoy murió Jimmy Carter y yo sigo haciéndome la misma pregunta que entonces MY NAME IS JIMMY CARTER...Jimmy Who?
Nunca sabremos a ciencia cierta quien
era este hombre epígono del sueño americano que se ha ido después de cumplir
cien años. ¿Sueño o pesadilla? Un enigma porque lo que viene me paree
inquietante. Trump es la trompa de Eustaquio. ¿Se liará a trompazos?