CORRESPONSAL DE LA NUEVA ESPAÑA EN NUEVA YORK. UN MORDISCO A LA GRAN CAMUESA.
Antonio Parra
Con una
estampa de la Santina en bolso y bastante miedo en el cuerpo me acuerdo de mi
arribada a NY tal que una noche de san Andrés de 1976. Estaba nevando o a punto
de hacerlo en honor de aquel refrán que dice: Por los Santos nieve en los altos
y por San Andrés nieve en los pies. Cuando en América se acatarran aquí cogemos
unas pulmonías de espanto.
Era una tempestad de granizo casi tropical lo
que caía terciada con hampos de una nevasca rusa que descendían perezosos sobre
la cima de los rascacielos y el viento huracanado jugando a capricho con la
aeronave. Por un instante creímos que nos ibamos a estrellar contra las Torres
Gemelas. Allí vi un signo de los días porvenir. El horrísono espectáculo para
los hiperestésicos como yo no es nuevo. A
Nostradamus lo he vivido en mis propios huesos. La fatalidad muslímica
frente al destino. Makfut. Está escrito.
Desde
entonces, y aunque salí de aquélla y de otro accidente que tuvimos en Lisboa,
se incendiaron dos motores en pleno vuelo, a raíz de mi accidentado aterrizaje
en la Gran Manzana, he tenido pesadillas columbrando aviones caían sobre el
World Trade Centre. También la torre Eiffel y el embudo donde se encastilla el
Big Ben, torre del parlamento de Westminster, pero sobre todo las torres
Gemelas eran el tema recurrente de mis cefaleas oníricas. ¿Occidente en la
encrucijada?
Hasta escribí una crónica y creo haber
entregado algún despacho anticipando esa experiencia apocalíptica de las Torres
Mellizas derrumbándose que ha puesto al mundo los pelos de punta. Y la obsesión
me ha martillado muchos años porque Nueva York es algo que imprime carácter que
cambia la mentalidad y el modo de ser de las gentes. Allí mi vida experimentó
un giro de varios acimutes. Y silbé sus “blues” bajo la autoridad de Frank
Pinatra, un neoyorquino típico: “I love Nueva York. Nueva York”.
En América
todo es grande y es extremo. Las montañas. Los huracanes. Los hombres y las
mujeres; allí se encuentran los más altos y los más bajos, los más guapos y los
más feos, los flacos como leznas y los más gordos pues dicen que Nueva York,
donde abundan los “fatis”, cambia hasta el metabolismo y a mí me ocurrió Las
ciudades. Los árboles mayores como el alerce de las Rocosas o las secuoyas de
California. Se lo pasan allí en grande los estadísticos, los amigos de los
contrastes y todos aquellos que sienten pasión por evaluar las contradicciones,
sinrazones y a veces maravillas de la raza humana. América casi carece de
raseros y de varas de medir. Hasta climatológicamente las subidas y bajadas del
mercurio de tan bruscas carecen de parangón. Se pasa sin solución de
continuidad de una mañana calma de primavera a una tarde de calígine para luego
tener una noche de escarchas. “If you dont like our weather, just wait” (Si no
te gusta nuestro clima aguarda un segundo), advierten los castizos de Brooklyn.
Esta
volubilidad a mí me parece que influye en la forma de ser de los habitantes con
bruscos cambios emocionales que hace que no se asuste el neoyorquino de nada. Y
se asusten también de todo. Allí suele tomarse la vida muy a pecho puesto que
para sobrevivir hay que ser un adicto del curro. Como aquel Hernie, el
transcriptor de mis crónicas en la IT de la Onu, un judío entrañable. El pobre
se fue a morir a Miami a un cementerio de elefantes. Que así se llama en el
lenguaje coloquial a los que se jubilan y lo peor que le puede pasar a un
neoyorquino es jubilarse.
Y es que
allá cuando llueve, es el diluvio y si truena o cellisca lo hace a conciencia y
de verdad.
Iban a ser
cuatro años de experiencia sin precedentes. De calores húmedos en los cuales se
podía cortar el aire con una navaja y de hielos espantosos. Recuerdo la morriña que me invadía todos los
veranos al regreso de las vacaciones en Artedo con sus mareas cantábricas, un
verdadero servicio de limpieza costero que no existe en la Bahía del Hudson
fuertemente contaminadas a causa del carboneo y el intenso tráfico náutico que
ha degradado a las playas como las de Long Island consideradas como las mejores
del mundo; una vez fui a bañarme a los arroyos de Staten Island, un marasmo de
galipote, y por poco perezco, añorando las olas de mi Cudillero, no a causa del
agua sino en el cieno de las cloacas y de los vertidos de los basureros
oceánicos. De la parte de Nueva Jersey las tardes que cambiaba el aire llegaba
una hedentina que quemaba los ojos y las narices. Allí todo era grande y
distinto. Hasta el tufo. La naturaleza, más joven que en la vieja Europa,
observa un comportamiento más vigoroso e imprevisible. Allí todo es grande
hasta los atentados como el que acabamos de presenciar horrorizados a través de
la CNN. En los famosos kills se entierran ahora los cascotes del desastre y
Staten Island era y lo sigue siendo la isla de los muertos. Gestaten, en alemán
y en holandés vale tanto como inhumación.
Habíamos
tenido un vuelo con turbulencias. La aproximación a Kennedy la hizo el piloto
con mucha cautela. Estuvimos dando rodeos a la vertical del cielo de la Mejana
Inmensa que es la isla de Manhattan, a la que llaman cariñosamente Big Apple
(la gran camuesa) los neoyorquinos, gentes de todas las etnias y razas que han
aprendido a convivir en armonía y sin problemas, dentro de lo que cabe, formando
ese caldero o melting pot que demuestra que los caminos del mundo no son los de
la xenofobia sino los de la xenofilia y benevolencia hacia el forastero, el
meteco o el espaldas mojadas que llega en busca de acomodo y de un futuro
mejor. Allí uno nunca se siente de fuera.
Esto no
quiere decir que sea una megapolis cómoda o fácil ni el Edén, porque se lleva
una vida que no es para llegar a viejo. Es una ciudad bronca donde todo es
difícil y donde nunca hay que bajar la
guardia pero allí se percibe un halo de humanitarismo tierno bajo la hosca
corteza del neoyorquino quien, cuando habla por cierto lo hace con palabras
precisas y como con barbas. Su “slang” o jeringonza es uno de los más
interesantes por sus alardes de precisión y de fantasía. Puede decirse que el
cheli y el pasota madrileño lo copian. Hasta el punto de que allí la sabiduría
se aprende en la calle. La ciencia del albañal o sabiduría de la acera son dos
palabras que allí conviene aprender para saber nadar y guardar la ropa. Sin una
orientación y una buena aguja de marear te caes pues refiere un viejo dicho
local “nice guys here dont last” (los buenos chicos aquí duran poco). Están
acostumbrado a las emergencias. Lo que más me sorprendió al principio es que la
radio ensayaba simulacros de un posible ataque nuclear y llevaba a cabo pruebas
de evacuación a los refugios que terminaban todos ellos con la muletilla: “Esto
no fue sino una prueba, de haber sido una emergencia real les hubiésemos
facilitado las precisas instrucciones”.
Es el mejor inglés jamás escuchado y eso
mismo me decía el querido periodista y novelista gijonés Faustino G. Ayer, un
enamorado de América y de todo lo americano (los dos ibamos a comprar el pan
juntos a una tahona italiana de la ciudad baja, dentón) que conocía bien Nueva
York, claro dentro de un límite porque en este foro mundial todo se mueve. Todo
parece en perpetua catarsis y siempre confunde, siempre sorprende. Con este
colega asturiano también tomé copas en el bar cerca de Plaza de la Trinidad
donde acostumbraba a beber hasta quedar tendido Dallén Thomas. A veces nos
acompañaba el ovetense Delfín García, corresponsal de RNE, bravo carbayón
aunque muy cabezota, que tenía un aire inconfundible de Humprhey Bogart siempre
con su Pall Mall sin boquilla a flor de labios. Pero en Nueva York la bohemia
es mucho más escurridiza y peligrosa que en Europa. He aquí a uno de los
máximos poetas en lengua inglesa convertido en difunto de taberna en uno de
esos pubs de mala muerte denominados “dives” (inmersiones) o cavernas o “speakeasy”
(hablemos paso) que recordaban los tiempos de la Ley Seca. A Dallén que añoraba
sus excelsos valles del Principado de Gales Nueva York fue su tumba; lo
derrotó.
Así que el
Sky line se presentó ante mis ojos como una visión. Pensé en Moisés y Aarón bajando
del Sinaí con las tablas bajo el brazo. Una nueva era de mi vida empezaba
traumáticamente. Parto acongojado. Yo venía a Nueva York por una de esas
carambolas a contar ese periodo de transición que fue la era Carter para los
lectores de “Arriba” LA NUEVA ESPAÑA y una cadena de otros cincuenta periódicos
y también a entregar la cuchara porque la cadena del Movimiento para la que
trabajaba iba a ser pignorada o desmantelada a nostramo, porque digase lo que
se quiera reconozcámoslo o no en España desde el año 45 los que mandan son los
americanos y algunos amigos yanquis me han confesado sottovoce de que con
Franco les iba mejor. No quedaba más remedio. En aquel puesto había habido
predecesores brillantes: Manolo Blanco Tobío, Celso Collazo, uno de los creadores
de EFE, Guy Bueno, Félix Ortega, que fue el mejor de todos ellos a mi criterio
de todo el cupo iniciado en el 48 por Pepe Cifuentes y Rodrigo Royo, quienes
tuvieron que verselas con una ley tan pistonuda como la MacCarrack, el
diplomático de Truman que luchó en Brunete con las Brigadas Internacionales
y que vedaba la entrada en territorio
estadounidense a los españoles. El bloqueo estuvo en teoría hasta comedios de
los cincuenta sólo sobre el papel porque en la realidad nunca se llevó a
efecto.
Todas esas firmas habían dejado muy alto el
pabellón y aunque entusiasta y audaz periodista como se decía en la jerga el
momento no me sentía con capacidad suficiente como para hacer sombra a aquellos
gigantes. En los primeros días me fumé dos cartones de tabaco pero no fui el
único. José María Carrascal que llegó en barco casi como un polizón se había
fumado treinta paquetes hasta perder la voz. Y a nadie le extrañe porque Nueva
York acojona e impresiona y más si el recién llegado la descubre en medio de una
aparatosa tormenta como me pasó a mí. La clemente Santina me echó un
capote. Aquella vez y todas.
Durante la
espera para aterrizar estuvimos de circunvuelo. A nuestros pies la postal
inconfundible del paisaje urbano: Manhattan con sus dársenas, espigones,
grandes buques amarrados. Bocanadas de humo blanco manaban de las fauces de las
chimeneas de la central térmica edificio lindero con el de la ONU y se iban a
colgar estos penachos sobre los tiesos adarves del Woolworth, el rascacielos
más antiguo, y del Empire State. Es el
emporio de la civilización y la impresión que ofrece al viajero es la de algo
que arde y echa chispas. Viviría dos
años con mi mujer y mis dos niños casi a la sombra de este mastodonte de
hormigón con su chapitel calado donde la inmensa lanza de una antena de radio
hace las veces de campanario. Todas las mañanas me despertaba la visión y el
espectáculo de la city. Es un paisaje abstracto que no inspira sosiego, que
parece que siempre está llamandote a la calle e instandote a la acción y al
movimiento pero los atardeceres son verdaderamente apoteósicos.
El Empire es el palo mayor de esta ciudad con
forma y fisonomía de buque de guerra con jarcias de cristal. Las Torres Gemelas eran las vergas de popa.
Cualquier bamboleo, descartado pues el firme de Manhattan no es más que un
peñasco yermo vendido por los indios moahawk a los holandeses por veinticinco
dolares en 1622; que se derrumbase todo el montaje, simplemente imposible,
porque los cimientos son de sílice.
La Nueva Roma se funda sobre un plinto
granítico y siguiendo las instrucciones talmúdicas trata de imitar a la Roca de
Israel a la cual alude Ben Garrón cuando fue proclamado el estado judío en
1948; no mencionó la palabra Dios, sólo la Roca de Zion. Además, los muros de
los rascacielos, orgullo de la ingeniería del siglo, estaban diseñados
como soportar la oscilación del mayor
terremoto. Por lo que el portaaviones sería inexpugnable. ¿Cómo iba yo a pensar
que la Nueva Jerusalén de la Diáspora iba a ser atacada y sus dos símbolos
señeros abatidos? Los pilotos kamikazes hicieron blanco no ya sobre las moles
simbólicas de la Torres Mellizas sino sobre el corazón que mueve todo el
ajetreo de las finanzas. El daño mayor no han sido los muertos, desaparecidas o
el destrozo causado, aunque los norteamericanos tengan redaños suficientes como
para resucitar de los escombros, sino la afrenta moral a lo que estas dos
trípodes de cristal abanderaban.
Conque no puede ser más símbolo aquello de
torres más altas han caído.
Para mí que conozco Nueva York, amo Nueva York
y fui residente allí cuatro años, los más importantes de mi vida, lo ocurrido
el 11 martes fatídico de septiembre del nuevo milenio ha sido una señal. Un
toque de atención que exhorta al rearme moral más que al físico, una vuelta al
pensamiento de la nueva frontera de la época Kennedy. Que América vuelva a ser
amada más que temida y odiada. No se aconseja un castigo porque Dios no puede
castigar sino que el ataque representa un aviso enviado desde lo alto. Algo no
va del todo bien pese a la euforia de los últimos años. Se exige no la guerra
de represalias contra la diabólica mente que urdió la infernal hecatombe sino
la reflexión meditada y el reposo sobre cómo somos, qué queremos, hacia dónde
marcha el mundo.
Y esta idea
se me ocurre cuando a mi memoria viene el recuerdo de aquella tarde noche de
san Andrés en medio de la tormenta durante la angustiosa aproximación a un
aeropuerto congestionado de un tráfico terebrante. Allí oscurece mucho más
rápidamente que aquí. Me impresionó la
visión de aquellos dos conos mágicos como una soberbia representación de una
ecuación matemática sobre el paisaje. Dos falos erectos encarnación de la
potencia genésica de una nación joven ¡qué contraste frente a los aires caducos
de Londres! Dos mástiles de un transatlántico en el que actuaría de timonel, de
serviola y de mascarón de proa la estatua de la Libertad apuntando su hachero
con la flama perenne hacia Europa. Nunca imaginero tan mediocre como era
Bertholdi, aquel escultor que fue contratado por la municipalidad neoyorquina
para llevar a cabo el proyecto, tuvo tanto éxito con un molde. Es lo que
significa el coloso. Los pobres de la tierra recién llegados a la isla de Elis
estuvieron viniendo a refugiarse bajo sus zócalos y ahora el pebetero de la
verde dama en cuya cabeza hueca cabe todo un restaurante puede que esté también
amenazado. Ha soplado un viento recio en el rebufo de la carlinga y la cola de
los dos aviones estrellados contra la fachada de las dos torres. Vesania
fundamentalista. Muchos corearán aquella frase del Corán “Alá es grande”. Pero
la grandeza divina nunca podrá cimentarse sobre un montón de escombros y una
pira de cadáveres.
Sin
embargo, yo entonces con treinta y dos años y medio pensaba que estaba llegando
al epicentro del futuro. Caía en la forja de una horno donde todo se cuece
donde está el crisol del mundo nuevo. La primera impresión fue la de
acogotamiento. Nueva York amedrenta un poco cuando se la ve desde el aire y más
en las circunstancias de aquel vuelo en medio de una tempestad que hizo que el
avión se zarandease como una vaina. En uno de los fucilazos del relámpago quedó
diseñado sobre las nubes el cordonazo de san Francisco o la palma de santa
Barbara que decían los pastores de mi pueblo. Me pareció entonces que una mano
invisible estaba diseñando el croquis de los tiempos por venir con una
anticipación de veinteséis años sobre los acontecimientos. Mi olfato
periodístico me dijo que no hay que dar de lado a las corazonadas y yo en
aquellos momentos la tuve y ya desde entonces nadie me pisó el scoop y por eso
mi corresponsalía fue un poco a la contra de la de los demás. Parece ser que a
muchos les supo a cuerno quemado que uno quisiera contar la verdad. Yo a los
cables de la Ap, de Deuter y del “Times”
les daba siempre la vuelta y al revés te lo digo y acertarás, piensa diferente
y acertarás. Hice periodismo de calle. No me limité a pegar telegrama o a
refritar el Times como otros becarios de la Fullbright y con master en Columbia
que se convertían en amanuenses de los lobbies por los pasillos del Edificio
Azul o del Departamento de Estado. Desde el principio tuve muy claro que venía
a servir los intereses de mi país. Me dieron por díscolo pero hice bastantes
dianas y conseguí moverme con soltura en el laberinto de la política exterior
de Cirus Vance, para mí un auténtico caballero. Los americanos tienen un alto
código de valores tanto éticos como morales y eso se nota también en el
apasionante mundo político y estratégico de la Casa Blanca y del Pentágono.
La verdad tiene muchos carriles y a un
periodista se le perdona todo menos el de ser aburrido ni pastueño. La
mansedumbre de feligrés da buen resultado en el rebaño y en la manada, nunca en
esta bataneada profesión a la vez canalla y sublime. Mi lema era un poco el de
la libertad al estilo del fundador del “Manchester Guardian”: Facts, sacred.
Opinions, free” (los hechos son sagrados; las opiniones libres). De acuerdo
pero existen diversas formas de presentar objetivamente unos mismo datos. A la
que descendíamos el avión perdía presión. Vi como el pararrayos de una de las
Towers absorbía la descarga de una centella. La gran azotea se iluminó con una
luz de espectro. La gran fábrica del rascacielos aguantó impávida. Aquello me
pareció el techo del mundo pero yo ya colegí que aquellos prodigios de la
ingeniería eran vulnerables. La exhalación había pegado justo sobre la punta de
la antena de una de las torres y el firmamento fulguró. Entonces el World Trade
Centre estaba casi vacío y en alquiler la mayor parte de sus ciento diez pisos
y dependencias. Bajo la borrasca ofrecían estos dos titanes de acrílico un
aspecto de desafío a los elementos. Habían sido erigidos a prueba de terremoto.
Eran el orgullo de la técnica. Sin embargo, dos aviones de pasajeros una fatídica
mañana del final de un verano para olvidar, el del 2001, acabaron con esa
suposición presuntuosa. Al verlas por primera vez recuerdo que pensé en
Babilonia y en Babel.
-Scary[1]eh?
- dijo entonces un puertorriqueño compañero de vuelo empujandome con el codo.
-A little[2]
- repuse en inglés y él se puso a jurar entonces en español como suelen hacer
los simpáticos de la isla de Borinquen que habían emigrado en oleadas a
Manhattan en la década anterior y constituían casi un cuarenta por ciento de la
población:
-Manda
huevos con el viajecito.
Gran parte
del pasaje estaba vomitando en aquel instante de turbulencias y de zarandeos.
No pude por menos de reprimir la carcajada que distendió el estado de nuestros
nervios. De allí a poco sentimos gañir los neumáticos del Jumbo contra el
tarmac de la pista de Kennedy. Todo el mundo empezó a aplaudir. Y yo a rezar. Recuerdo que en ese
instante apreté contra mi pecho la
medalla de la Virgen de Covadonga parte indispensable de mi ajuar.
A lo largo
de cuatro años no se me pasó el acojone y creo que todavía me dura pero acabé
amando a Nueva York identificándome con su latido. Es el pulso del mundo del
mundo. No me extraña que Manolo Blanco Tobío dijese que lo que más extrañaba -
para este gran periodista gallego muy habituado a los modos de vida
norteamericanos Europa era una especie de exilio- es una ojeada rápida todas
las mañanas al Nueva York Times.
El bien y
el mal conviven allí puerta por puerta. Ángeles y demonios sentados a la misma
mesa. Los rabinos con sus kaftanes y los popes con sus manteos comparten un
sitio en el metro. El superfluo y la elegancia de la Madison Avenida
entremedias de la cochambre del Bowry. De todo aquel caos que fue mi
experiencia neoyorquina saqué la conclusión de que tiene que haber un dios, un
demiurgo que ponga orden, que se apiade. Eso. Alguien que se apiade porque
Nueva York hace pensar en la famosa frase de san Pablo “nada de lo humano me es
ajeno”. No se puede ser ateo en Nueva York. Todo menos ateo. Sientes como una
fuerza que te lleva, una especie de protección. De lo contraría te hundirías.
La gran manzana, la inmensa colmena, el hormiguero de gentes que se afanan un
día y otro y también el avispero y las injusticias. Y como no la mafia. La
metrópoli suscita ideas enfrentadas, pensamientos contradictorios de amor y de
odio. No es una ciudad para volver porque de ella no se consigue salir nunca.
Te atrapa desde el primer minuto y ya no te suelta aunque te alejes
físicamente. Nueva York es una condición
mental, estado anímico. Yo diría que es una ciudad mística. He aquí una lectura
judía en versión talmúdica de la “Civitas Dei” agustiniana. Que sólo cree en la
gracia del esfuerzo y que a Dios lo coloca en otro plano. A él rogando y con el
mazo dando. Es una concepción utilitarista de los elegidos llamados a poseer la
tierra sucediendo esto acá abajo sin tener que aguardar al más allá. No se
conforma con la resignación cristiana ni lo injusticia a la que lucha por
atajar en este mundo. Por eso es un frenesí continuo. Arriba y abajo. La ciudad
que nunca duerme. La riada humana. El poder automático.
Está tan
cargado de voltios el lugar que los picaportes y los pestillos sueltan
chispazos. La estática pervade el entorno. Yo viví en el Este hacia la calle
14. Allí todos están juntos, nunca revueltos. Mi barrio era una mezcolanza de
judíos y de sicilianos que veneraban la camorra y nietos de Al Capone todavía
practicaban ese vudú italiano que es la “jettatura” pero católicos al por mayor
ya que en la fiesta de san Jenaro sacaban su imagen por Manhattan en procesión.
En la otra manzana había polacos con su manera tan peculiar de concebir el
cristianismo y antipáticos. Los
pacíficos ucranianos todos con su peculiar y angulosa cabeza, los
húngaros con sus botas de fuelle me gustaban más y me hice amigo de los judíos
como mi kioskero, un bendito de Dios por nombre Samuel, que me regalaba unos
puros verdes trapicheados de Cuba y hablaba algo de ladino o judeoespañol.
“Aguarde su merced agora un momentico pues vengo al punto” Entre todas las
etnias son los más de fiar. Los más caritativos, los que más ayudan, aunque en
cuestión de dinero no se casen con nadie.
Luego,
hispanos los había por todas partes y ahora creo que son más. No se puede
contemplar esta inmensa urbe con prejuicios, nueva York los desborda. Es un
mundo que rebasa todas las barreras y trasciende las ofuscaciones y atavismos
de la vieja Europa donde se mira con recelo al nacido en el pueblo de al lado.
Allí este tipo de resentimientos se desconoce. No hay envidia y si existe por
lo menos no se nota. Ni miradas por encima del hombro. Sí tiene que haber un
Dios flotante por encima de nuestras cabezas, un Cordero que quite los pecados
del mundo. Alguien que se apiade. De la torre herida por el rayo. De la
humanidad que palpita y gime desconcertada. De la inconsciencia, la banalidad,
la vulgaridad a espuertas, la frivolidad sin limites. Se vive mucho mejor en el
Rellayo pero uno no sé por qué termina añorando a la Ciudad Automática. Un
mundo sin paletos, sin intereses de campanario y con periodistas e
informadores, literatos amantes de su patria y de su país con razón y sin ella,
que tienen muy en cuenta la ley del libelo a la hora de sentarse delante del
ordenador y que saben como nadie maquillar la información y autocensurarse mientras que la prensa a este
lado del charco da fe de una picaresca en auge y la rosa en su chabacanería
procaz parece una corrala. Aquí todo se
ha vuelto un poco peripróctico, ya que la información, anal y asnal, parece
girar en torno al mismo cabo. Lo acabamos de ver en la manera que han abordado
el choque de los aviones contra el hastial imponente de las torres. Nos han
demostrado que entienden el periodismo como una vocación de servicio público,
un menester que ha de hacerse con categoría, responsabilidad y serenidad ¿Para
eso queremos una Facultad de Ciencias de la Información?
18 de
septiembre de 2001
Antonio
Parra fue corresponsal en USA. Licenciado en Filología Inglesa y Románicas.
SAN FRUTOS, ABOGADO
CONTRA LOS MALOS TRATOS
Millán Sacramenia Artedo
Le llaman
“pajarero”, seguramente, porque su fiesta, iniciado el otoño, coincide con la oleada de aves que
cursan viaje hacia el sur y lo convierten en
cangreja de místico velero, donde
reposan el vuelo utilizando como
descansadero a la impresionante cofa de este peñasco yermo que adquiere la caprichosa forma de
portaviones inmóvil surcando la pedriza
segoviana. Antes de reemprender el vuelo por el freo paran aquí o utilizan las
escotaduras y socarrenas de las paredes cortadas a pico para anidar y quedarse.
Abajo se prolonga una sima amenazante, pero por lo alto del risco encuentran
posada y cantadero las aves tránsfugas, y sus píos causan embeleso a los
ornitólogos.
Son como partes de una letanía misteriosa
repetida cada 25 de octubre sobre la cumbre que acomete el diácono de las
silvas con harta solemnidad y empaque. Señor, misericordia, es el grito que entonan el jilguero, la avutarda, la
aguzanieves y el monacillo por estos peñascos donde el alma se eleva y Dios
parece estar cerca, casi al alcance de la mano, allí por donde las águilas y
las vultúridas vuelan haciendo círculo, más que en ningún otro sitio.
San Frutos
es un santo que sabe mucho de pájaros y de “pájaras” puesto que conoce algo de
las costumbres humanas a redropelo de todo pronóstico, se apartó del mundo no
por menosprecio sino por amor a la condición humana cuyas debilidades no le
fueron ajenas. Las bodas que se celebran en su altar no terminan en divorcio.
Este eremita mozárabe, que nació en
Segovia el año 642 y murió setenta y tres años después de vida penitente en el
desierto tierras al norte de Sepúlveda - fue contemporáneo del último rey godo,
del traidor obispo Opas y del moro Muza que inicia sus algaradas por el
Estrecho a bordo de pateras-, brinda amparo, según cuentan, a los que andan en
precario por causa de amores que se acedaron, es baluarte de acogida para las
mujeres zurradas por la vida, víctimas de la incomprensión, la sospecha, para
todos aquellos que andan en trámites de separación o están a punto de cometer
un disparate. En fin, larga sería la
lista de méritos y los prodigios a cargo de su varita de virtudes poderosa. Su
venerable aura sigue ahí, encaramada en lo alto de la roca viva para el que se
moleste en venir a rezarle salvando las fragosidades de un áspero camino. Por
estas cumbres parece que se respira un aire distinto.
Villa y Tierra lo quieren y se le venera en
todos los sexmos de esta especie de confederación de judíos, moros y cristianos
que era la zona de la provincia de Segovia, el arcifinio de todas las lindes,
campos de pan llevar pendones y merindades, palenque de todas las espadas en
los agobiados siglos de Reconquista, zona de frontera entre dos culturas
diferentes y dos maneras de ver el mundo absolutamente opuestas. ¿Nos habrá
nacido desde entonces este complejo de prevenidos en fronteras, de centinelas
observantes del cotarro, siempre al acecho que hizo que el alma del pueblo
español, acostumbrado a los palos, saetas y sufrimientos del contrario, tenga
algo de aspillera? Es el sentimiento que al viajero le embarga cuando rinde
visita a estos riscos.
La ermita de san Frutos se yergue como un
testimonio contra la intolerancia fanática, el desencanto de las cosas del
siglo, y una exhortación a los buenos propósitos de la enmienda: lo que acaeció
entonces puede volver a repetirse.
Fue uno de
los grandes santos intercesores hispanos, muy popular a lo largo de la Edad
Media. Así lo destaca el Misal Mozárabe donde la fiesta de su tránsito era un
día importante. La liturgia de san
Isidoro, que es mucho más expresiva y poética, menos concisa y circunspecta que
el ritual romano, como se sabe, le dedica nada menos que tres himnos de
insólita belleza literaria, lo que indica que no es un santo de tantos en la lista
de bienaventurados. Las rúbricas del Oficio Divino que acostumbran a despachar
en dos líneas a san Acisclo, pongamos por caso, al anacoreta sepulvedano le
apropian tres páginas de panegírico en elegante hipérbaton y salmos. La
imaginería barroca nos le pinta con barbas apostólicas, una calva a cincel, el
cerquillo penitente, en una mano un libro y en la otra, un cayado, la cachava
de la cuchillada con que tajó la roca hurtando así su cuerpo de las gumías
sarracenas que le pretendían degollar.
Todavía queda la señal. Se abrió una sima entre la hueste agarena y el
varón de Dios. Al abismo de san Frutos todavía se podrá asomar el visitante:
una enorme garganta, y abajo, las aguas pandas
y trucheras del Duratón, no demasiado profundas sobre el álveo calcáreo.
Idóneo emplazamiento para ver nidificar al buitre o para suicidarse.
Su estatua
corona la entrada norte que algunos llaman también como en Burgos la del
Sarmental de la catedral de Segovia, toda en granito y obra de Aniceto Mariñas.
El ermitaño embebecido en sus meditaciones pero sin porte adusto y casi
diríamos que risueño está mirando para un cantoral. La hoja de su libro está a
medio pasar. Cuando esta página que pinga del vacío vuelva con las demás, es
que se va acabar el mundo, según es crédito de radicación vulgar. La diócesis
le tuvo gran devoción por éstas y otras muchas cosas.
San Frutos
vivió tiempos difíciles de cambios dramáticos y de desasosiego general como son
todas las épocas de transición, cuando la historia pasa página. La batalla de
Guadalete dio paso a la desbanda del 711. Empezaron las invasiones africanas,
los arrasamientos y guerras prolongadas. Aceifas en masa. Venían y venían,
cruzaban el Estrecho que desde entonces tan bien conoce el moro en oleadas.
Seguramente la peste agarena fue un castigo que nos dio Dios a los godos “por
no amarnos unos a otros como Él nos amó”, porque las rencillas, discordias y lo
que dieron en llamar los historiadores “morbo visigótico” eran la regla. Ya san
Isidoro nos lo advertía, pero no hicieron caso. Crisis de valores en todos los
sentidos. Época de conmociones sociales, mudas de camisa y cambios de chaqueta. Se pasó del aquí no pasa
nada al a ver qué va a pasar aquí. Las fuerzas del moro Muza y de Tarik pilló a
los visigodos desprevenidos discutiendo sobre el sexo de los ángeles en medio
de la gran refriega religiosa entre trinitarios y anti trinitarios, arrianos y
católicos. La Media Luna, que no se anduvo con arrequives ni remilgos, irrumpió
por el Estrecho aprovechándose de nuestras banderías, sacando partido de la
endémica desunión de la grey cristiana.
El lábaro
verde del Islam flameó triunfal en los campanarios de las basílicas
paleocristianas que fueron asoladas o transformadas en mezquitas. De
Despeñaperros para abajo no quedó ni una sola cruz alzada - eso para que ahora
digan- y en la Córdoba de san Eulogio y de san Pelayo, éste, el único santo
sodomizado de todo el menologio cristiano, por un califa de perversas
inclinaciones sexuales, que lo mismo le daba a Abderramán bardaje que bujarrón,
pues hacía a pelo y a pluma, ante su
negativa a abjurar la fe y luego tirado a un muladar, las aguas del
Guadalquivir fluyeron teñidas de sangre de cristianos, según revela el
testimonio del santoral mozárabe y las propias Partidas. Los recién llegados no
fueron un espejo de tolerancia. Se comportaron como horda invasora y el que
crea lo contrario que refresque su memoria leyendo a don Claudio Sánchez
Albornoz, que fue otro san Frutos, pero de Ávila, mártir laico de la verdad y
por unos y otros perseguido. Debemos nuestro atávico sentido de la vida
política a los taifas. Hay los que olvidan que este pueblo estuvo peleando
contra el moro nueve siglos.
Desde
aquella ocasión hemos sido, como individuos y al de por junto, de inclinaciones
tornadizas con el forro siempre dispuesto a cambiar de chaqueta. Si se quería
conservar la piel, había que practicar una moral de conveniencia. Algunos por
eso se fueron por aljamía. Fue el caso
de los muladíes cristianos que abrazaban el Islam. O el de los marfuces o renegados
muslímicos que se bautizaban. Muchos transigieron aun teniendo que pasar por
carros y carretas como aquellos reyes de León compelidos a pagar a los califas la alcabala del viento o
tributo de las Cien Doncellas, el primer caso de trato de blancas que se
registra en los anales.
Pero los
más hubieron de liar sus petates y enfilar las rutas norteñas. La España de los
mozárabes poco se diferencia de la Grecia ortodoxa que describe Kazanthakis
cuando irrumpe el turco en sus lares. Cargaron con los huesos de sus muertos y
buscaron la desenfilada de las cuevas inaccesibles y de los caminos no
frecuentados.
El Poema
de Fernán González en dos hemistiquios cuenta cómo fue aquella huida:
“Tomaron las
reliquias - todas las que hubieron.
Fuyeron por Castiella-así la
defendieron”
Este pudo
ser el caso de Frutos, de Casilda, de santa Cristina de Lena, y otros muchos
otros.
Asqueado de la corte y desilusionado del mundo
se apartó de él para mejor servir a sus semejantes y es así que el Señor le
otorgó el don de interceder, de curar, de mirar las conciencias por dentro y de
profetizar. Es una figura clemente y compasiva,
una especie de Sansón mozárabe que derribó el templo de los filisteos sin
perder la compostura una sola hebra de
su blanca barba. Hombre de fe, al fin y al cabo, que es lo que ahora nos hace
falta.
Por eso su
fiesta, tras una eclipse, y todas estas convulsiones sociológicas que han
puesto una interrogante recia sobre la
institución matrimonial, después de la crisis, del Concilio y todo lo demás, se
ha vuelto a colocar en candelero. El
pueblo nunca suele equivocarse en sus corazonadas por todo el racionalismo que
le echen y los denuestos percheleros de nuestras celestinas hertzianas, y es
así que san Frutos el misericordioso está de moda.
No es tan
sólo el interés ecologista lo que ha metido a este padre de la patria en los
riñones de actualidad sino que también son las vicisitudes que parecen
agobiarnos a los españoles de ahora como a los de entonces. Lo que preocupaba a
aquellos godos también a nosotros nos preocupa.
Su ermita
está situada en un lugar escarpado, la espadaña en forma de cruz tiende sus brazos desde castillo roquero de
clemencia en la cúspide de un farallón y habitáculo de la última reserva de rapaces
que quedan en España, por el predio de Caballar, atravesado por la calzada que
conectaba Septem Pública o Sepúlveda con
Cesar Augusta.
San Frutos funge como abogado de las mujeres
vejadas, de los maridos acongojados y pone paz allí donde la celotipia o la infidelidad ha
instaurado su marca de suplicios. Con su báculo y milagrero, convertido en
varita de virtudes, tocará la tierra pedregosa y árida y se abrirá una vía de
salida para que lo que humanente carece de solución -Dios hace otras cuentas- se
enmiende o, cuando menos, no empeore, y así seremos salvos. Por una vez vencerá
la inocencia y se irán abajo los demonios. Ya era hora de que el mal fracase.
Este Moisés
de la Tebaida nacional de los castros apartados, tierra cenicienta donde se
yerguen el serpol y el hinojo y hunden sus raíces perfumadas la encina y el
junípero protege a los que sufren el desamor, nadie sabe por qué razón, pero
también es abogado de las que padecen hernia a los que por allí llaman “quebraos”. Se le
invoca contra toda dolencia o malestar, pero, sobre todo, es como una deidad
doméstica, un socorrista de primeros
auxilios. En su persona se reúnen todos los manes, lémures y penates de la
corte celestial. San Frutos siempre está de guardia tras el mostrador de
urgencias. Fijo y perseverante como un tótem de bondad.
-¿Qué te
pasa, hija?
-Pues que
él me pegó, que no hacemos más que regañar.
-Vaya por
Dios. ¿Y eso será irreversible? Un poco de aguante.
-Es que
-dice la vapuleada titubeante- ya no nos queremos. Hay otro hombre. Se ha roto
la relación.
Cantinelas
como ésta las debe de escuchar el bueno del santo casi a diario desde su
tronera del Paraíso, un confesonario que le ha asignado san Pedro para que
atienda los casos desesperados del servicio de urgencias. En la actualidad con
tanta falta de conllevancia, nadie aguanta un pelo y todo son mohatras y
requisiciones, inquisiciones de la vida pasada, este departamento tiene tela
marinera. Si no fuera así ¿de qué iban a vivir si no los retratistas surales y
gacetillas rosa?
La fidelidad,
la castidad, la modestia y el contigo pan y cebolla ya no se llevan. Puede que
la cosa siempre fuera así porque la condición humana es invariable en sus
miserias y cerrera la cabra siempre tira al monte, pero hoy se jalea mucho más.
No se barre tanto debajo de la alcatifa como antes ni a las mozas en un desliz
les aprieta el guardainfante, pero la mierda sigue escondiéndose debajo del
felpudo. ¡Menudas están ahora las prójimas! Hay quienes ven en esta rebelión
feminista un signo de inquietud apocalíptica. No se trata ya meramente del
sexo, que al fin y al cabo no es más que un instrumento y la función crea el
órgano sino de poner la biología patas arribas. La vida va al revés.
Por eso san
Frutos, que debió de ser un buen hombre, y ahora es un santo muy majo y
servicial, tiene tanto trabajo en el cuartelillo de las desavenencias
conyugales donde reside de guardia permanente. Lo que el uno hace el otro
deshace.
Si su colega san Antonio era el encargado de
buscarle novio incluso a los casos más desesperados, el pobre san Frutos
acomete la desagradable labor de venir con los municipales para recoger los
restos de la vajilla que se hizo añicos o hay una mujer tendida en la cocina
con diez navajazos en el abdomen asestados por su marido en un ataque de desesperación
o de celotipia. Ved cómo terminan las promesas de amor eterno. A veces hasta
hace un milagro, resucitando a la víctima o, en particular, evitando que
aquellos altercados acontezcan o pasen a mayores.
Es un santo
moderno, en pleno vigor, encarnado en una época de empalme de caminos y de paso
a la fronteras, cuando se acaba una senda y otra abre surco. El siglo XX cierra
sus páginas en medio de muchos estertores de crónica negra.
En esta
tesitura global, porque la violencia doméstica no se circunscribe a la
península Ibérica sino que es flagelo que azota a todo occidente, es cuando más
hace falta una figura que ejerza su autoridad moral y disipe los vapores de la
duda y el desconcierto en que parece que nos hallamos. La precaria situación de
fuerza bruta y de vejámenes contra la mujer reza para el tercer mundo y es casi
endémica entre los mahometanos. Allí no está abolido el harén y es de precepto
velarse el rostro o la cabeza con el almaizar, al igual que lo hacían nuestras
moritas en los romances fronterizos de la edad medieval. Recato y decoro sigue
reclamando el Profeta a las esposas de los creyentes. Las quiere sumisas a sus
dueños y hasta se atenta contra uno de los cinco sentidos, el tacto,
practicando la crudérrima ablación clitórica para que así no sientan placer en
el encuentro carnal.
No en vano Shakespeare dio vida a este
problema que afligirá a los hombres de todas las épocas en su drama Otelo, el
monstruo de los celos. Quiso poner a Desdemona, mujer virtuosa e inocente,
víctima de las sospechas del marido, en manos de un moro, una tragedia que se
sigue representando en vivo y no en el teatro en nuestros hogares con una
cotidianidad que empavorece. Sin embargo, a veces debajo de las tocas castas de
Desdemona se agazapa el hacha parricida de Clitemnestra, pues aquí todo está
muy entreverado y el bien y el mal conviven puerta por puerta.
En eso que
nos llevan de ventaja a los cristianos, en ponerles almaizar para que no las
miren a la cara a sus parientas. Si la ley mosaica prescribe la dilapidación
para la adúltera y los imanes punen severamente por la misma razón, los
cristianos parece que nos movemos en inferioridad de condiciones. Estamos
obligados a poner la otra mejilla y hacer la vista gorda a los cuernos, a no
vengar las afrentas. Pero no es así. La ley del amor triunfará. Casi por este
extremo de devolver bien por mal, un rasgo de entidad divina más que humana, se
puede demostrar que el cristianismo es la religión verdadera. Y ahí tenemos a
san Frutos salvando a la derrocada y a Jesús dejándose ungir los pies con el
alabastro de la dulce y tan pecadora mujer de Magdala.
En este
mundo de contrastes entre la opulencia y la privación de lo más elemental la
regla sigue en vigor hasta en el atuendo femenino. Lo que les falta a las elegantemente
desnudas de nuestras pasarelas les sobra a las señoritas de Bombay que por
carencia de medios no pueden ir a la moda. O no llegas o te pasas, o no bebes o
te emborrachas, esa es la fija.
El efecto
multiplicador del cuarto poder con su arrasadora eficacia haciendo bocina desde
los nuevos púlpitos que son las ventanas de los aparatos de televisión sirve de
caja de resonancia. Los ojos del basilisco que matan con la mirada tienen hoy
pupilas de neón. Salimos a víctima de la
violencia doméstica casi diaria.
Estos
males, que siempre tuvieron mala compostura, ahora parecen carecer de remedio.
Ni contigo, ni sin ti. La maté porque me pertenecía. Mía o de la tumba fría.
Machista. Yo ahora hago con mi cuerpo lo que me apetece, mira éste. ¿Y tú qué
me has dado, a ver qué me has dado? Hay algo de luciferino en esta guerra de
los géneros que revoluciona los hogares, está poniendo patas arriba las camas
de matrimonio y los gineceos en pie de guerra. Fracasada la lucha de clases,
ahora a lo que se enfrenta el mundo de los ricos es a la de géneros al grito de
“mujeres del mundo uníos”. En lugar de crear un clima de armonía entre el
hombre y la mujer lo que está determinando es mayor crueldad, más ira, más
esposas victimas de vejámenes o camino del hospital, más maridos y padres de
familia que acaban en la calle pidiendo limosna. ¿No nos estaremos pasando?
En desquite
de lo morboso, el crimen pasional no pertenece al ámbito perentorio que hoy se
le quiere dar. Es más viejo que la ruda porque ya chupaba cámara de actualidad
en los tiempos bíblicos y mira que por aquellos días no había micrófonos
acusicas ni la gran lente de aumento de los medios de comunicación donde todo
se magnifica o minimiza a propia conveniencia para deformar la magnifica
presencia de Dios en la historia. Lo quieren desterrar los demagogos y sigue
aquí: habitando entre nosotros.
La flaqueza del barro en que hemos sido
fraguados no ha perdido su habitual consistencia; seguimos en las mismas con
nuestra querencia a ser carne de cañón, carne de horca y carne de prostíbulo.
Puede que san Frutos eche un remiendo, pero esto no lo podrán arreglar nunca ni
los moralistas furibundos ni las feministas del moño retorcido. Más valdría
morigerar un poco el país, colocar a la mujer en su sitio justo y digno, ni en
una hornacina ni en la corrala, y no tratarla como un producto de bisutería o
de casquería. El alza de mira de la lente del espejo público no debe estar en
la explotación morbosa de los bajos instintos (corruptio optimi péssima), pero hay intereses en juego para que no sea así y esta
sociedad recoge lo que siembra: pornografía más violencia. Es un círculo
vicioso.
El efecto
mimético de esta corriente llega a los hogares y los convierte en infiernos.
Más que moradas vinieron a dar en campos de batalla, en abrevaderos de
imágenes, porque la bicha no deja de escupir basura. Hay poca ética y menos
estética, dormitorios en los que tampoco se va a descansar sino a la guerra,
refectorios de comida rápida. ¿Qué tenemos a nuestra alcance? Televisión basura
y sin gusto, comida basura, una clase política que es una mierda y un
periodismo que unos días se hace el Tancredo y otras veces rememora las furias
de las venganzas catalanas y de la Campana de Huesca. ¿Te acuerda de lo de
entonces? Pues ahora sufre. La máscara plateresca del Arzalluz retador y
amenazante se ha convertido en una pesadilla que recuerda que en este país
donde existe hoy una paz precaria hubo campos de minas, dinamita y trinchera.
¿Qué es lo que quiere el burro ése?
A este paso
no va a quedar títere con cabeza.
La
autoridad del cabeza de familia por los suelos y postergados sus derechos, la
manumisión de las señoras ha traído un ambiente de agresión y de revancha
contra el varón que del gallo de quintana encaramado en su bardal sagrado e
intocable ha pasado a criar complejo de zángano de colmena al que las obreras
humillan y desalojan de su celda por parásito e inservible. Cuando ya no eres
apto para la creación, la patada, y esa calamitosa y precaria situación de
marido y de paterfamilias que tuvo descendencia pero que ya conserva poco
ascendencia entre los miembros de su corral, donde más se percibe es en casa.
Como la mujer trabaja fuera y los hijos no se
emancipan el hogar ha dejado de ser ese rincón donde el guerrero de todos los
tiempos se imponía y se lamía las heridas. Actualmente es un epicentro de
borrascas agitado por maremotos y donde suenan las voces, son constantes las
fricciones, y las amenazas derivan en reyerta. ¿Qué hacer?
Con tantos
problemas y con tan escasas soluciones no es de extrañar que se produzcan
uxoricidios y parricidios. El hogar altar sagrado de la vida de un individuo,
conforme lo entendían los romanos y lo asimiló el cristianismo, se transforma
precisamente en lugar de acampada sin raíces estables, en mansión de las sombras
y un pedazo de ese infierno portátil anticipo de las tinieblas exteriores.
Como el mal
no presenta visos de desaparecer, la crónica negra irá en aumento. Forma parte
de los apeos del tenderete con un sistema de valores mercantilista y venal. Los
españoles ahora mismo no somos un pueblo feliz y los vejámenes en el hogar no
son más que un síntoma de infelicidad y
de males que enraízan profundos en nuestra psique histórica. Tal vez tengan que
ver con el morbo visigótico, ese vil entristecimiento de la dicha ajena que nos
predispone a la rivalidad y la discordia. Por fuera se trata mediante la
hipocresía guardar las apariencias pero lo cierto es que no hay buen ambiente.
Se dibuja
entonces sobre el horizonte el espectro felón y fratricida del obispo Opas,
símbolo de lo bajos que podemos llegar a caer llevados de esa pasión cainita
que hace aquí a la traición coger patente, y que padecieron los santos
mozárabes que buscaron en el desierto y la huida refugio a la incomprensión de
sus iguales y la intolerancia mortífera de rivales. Por eso convivimos amargamente y la falta de
conllevancia nos convirtió en un pueblo duro y cruel para con nosotros mismos y
blandos y papanatas hacia lo extranjero. Nos damos besos y abrazos al
saludarnos pero en el fondo qué poco nos queremos.
La familia
refleja ese trasfondo de desavenencia no solidario y banderizo que nos llevó a cuatro guerras
civiles en los últimos dos siglos, y casi una docena de cambios de gobierno y
de golpes de estado. Sólo nos queda recurrir a la lotería y al milagro. Los
santos, por lo demás, están ahí, forman parte de nuestra idiosincrasia, casi
son lo mejor que tenemos. Ellos sabrán marcar una ruta de esperanza. Su ejemplo
y su protección nunca nos faltarán.
San Frutos
era un cortesano huido de la corte del último rey Rodrigo que nace cuatro años
después de que se produzca la desbandada. La corrupción y la desmoralización
debió de ser total. Harto de aquel ambiente de intrigas y de revueltas,
repartió sus riquezas entre los pobres y se tiró al monte, no para atacar el
arma al brazo al invasor sarraceno sino en ansias de buscar la perfección que
Cristo predicó a los que buscan la vida eterna. Probó refugio en los inhóspitos
páramos más allá de Sepúlveda, la selva de las anfractuosidades y hoces del Duratón,
un paraje aun hoy lejos de la civilización y habitáculo de alimañas.
Le tildaron
de loco y de tarado pero Dios se hacía otras cuentas. Mediante el ayuno y la
mortificación alcanzó tal grado de perfección venciéndose a sí mismo que obtuvo
gracias especiales del Señor como la clarividencia profética, la bilocación y
el don de hacer milagros. Cuando vinieron en su búsqueda unos pelotones de
soldados bereberes que arrasaron la zona del Duero él se deshizo de ellos
mediante la famosa cuchillada sobre la roca que le puso a cobro de sus
fanáticos perseguidores que fueron a dar con sus cuerpos y sus caballos al foso
que se hunde a los pies del alcor. Arriba, la ermita y, abajo, las hoces y
cañones que dibuja el afluente del Duero al internarse hacia el terreno llano,
en demanda de los arribes del Duero, a través de una vega ubérrima, almendros y
buen vino, mamblas peladas y raigones de un castillo, lienzos de muralla o
sillares de alguna iglesia desportillada sobre el otero, trazando una curva de
ballesta.
Los reinos
del último godo se vinieron abajo en medio de discordias intestinas que
allanaron el terreno al invasor. España se desintegraba en medio de conmociones
personales; la corrupción de costumbres, cuando las damas de la nobleza
visigótica habían caído en toda suerte de aberraciones, copulaban con animales,
el gusto por la riqueza y la molicie se habían hecho endémicas. Mientras, Don Rodrigo y su Cava Florinda van
a ser desde entonces el fantasma misterioso de la traición, la conjura y el
asesinato que se cierna amenazante por la historia de España. ¿Y esto por qué?
Desconocemos la causa pero fue así.
Hubo
miseria moral a causa del lujo y las riquezas y miseria física, plagas y
enfermedades y esa congoja apocalíptica que se conoce bajo el nombre de “presura”
y que pone a los pueblos en movimiento y a ir de aquí para allá. Por si esto
fuera poco luego estaban los trastornos cósmicos y la aparición de signos y
símbolos extraños en el cielo esto es apariciones con los que el brazo de Dios
intentaba meter en vereda a los recalcitrantes cristianos dados a la molicie y
que practicaban el contubernio junto a la conspiración y el asesinato. Una pena
que no estuviese allá Chus Torbado para contarlo porque hasta creo que se
hubiese mofado de aquellas señales cósmicas que a todos cogieron desprevenidos
al cabo de la batalla de Guadalete y sin saber a qué carta quedar.
Por haberse
encendido la iniquidad se enfrió la caridad entre las multitudes que
prefirieron los torneos y las intrigas y el fútbol en vez de acudir a los
templos a suplicar el perdón de la divinidad ofendida.
Por eso
baremos puede ser, agrego, que la presencia constante de José María García
machacona y hortera tras los micrófonos echando balones fuera o los trapos de
la Campos “tele-ubicua” y baluarte del sistema de pan y circo con muchos
muertos y muchas putas en el temario
representen un argumento poderoso de que estamos llegando a las puertas
de los Novísimos.
España en
la encrucijada aguantando el escalpelo de sus propios enigmas y los americanos
deshojando la margarita de las idus de noviembre y sin saber a qué carta
quedarse. Bush otra vez batiendo atabales y haciendo sonar la trompa de caza
nuclear, el lituo del acojone. Helo por
do viene. Si es el Bush - dejenmelo que lo diga en inglés con la venia del
querido patrón de mi pueblo- “we will be beating around the bush” (a pegar
palos de ciego y que los golpes lluevan sobre tu cabeza y no te enteres pues
esto ocurre cuando el poder lo tienen los agentes de la conspiración); caso de
que las urnas dictaminen su opción de una maldita vez, pues no me cohíbo en
anunciarlo, las riendas del planeta estarán en manos de un subnormal... And a
bull shall gore us. Lo que expuesto en cristiano viene a decir que nos pillará
el toro a todos. El dragón afianza sus mandibulares sobre las carnes divididas
de este planeta. La sámara del abedul está desparramando sus semillas. Llega la
hora de la siega.
Convendría
en estos tiempos de alteración purificarse bañandose en las aguas pandas del
Duratón y de postre cenar “jaroseth”a base de verduras cocidas en vinagre a
imitación de nuestros antiguos padres. El divino Frutos nos ampare de las
maquinaciones de la infernal culebra que repta por los viales de la España
emputecida y sea la triaca contra el veneno que sus babosos colmillos esparcen.
Ya creo que se me entiende: preciso es regresar ante los eremitorios tutelares
en los que se fraguó el espíritu de este gran pueblo invadido de falsos
profetas disfrazados de periodistas que no son sino haraganes en guisa de
filósofos y de políticos oportunistas con un ojo pipa que adoran al becerro y
se pasean enseñando la foto de los reyes domésticos. Mucho daño nos hizo porque
fue maldición bíblica esa fealdad fofa y bobalicona de los retratos goyescos a
Carlos IV. Para librarse un poco del fantasma del Fernando VII conviene vestir
la marlota del yermo. Alimentáos, hijitos míos, de miel silvestre, bebed leche
de camella. Buscad la sombra de la espadaña que al proyectarse sobre vuestras
cabezas del todo os librará de la desazón urdida por vuestro pecados. ¡Viva mi
sexmo! Peregrinemos a la pedriza.
Los godos no pueden resistir las acometidas de
las hordas islámicas, austeras, disciplinadas y con una concepción del mundo
muy clara y definida. Un sol nacía por oriente, el Islam, y, ya de vencida, el
occidente cristiano parecía abocado a hundirse por el ocaso.
Los
soldados de Tarik quisieron prender al morabito que hacía penitencia en el
yermo de la pedriza. Nada hubiera sido más sencillo porque el eremita no
contaba con ningún respaldo de gente de guerra. Sólo otros dos penitentes, que
decían ser sus hermanos, Valentín y Engracia, le acompañaban en su vida
anacorética. Sin embargo, cuando intentaron agarrarlo he aquí que el justo
varón se encomendó a los Cielos y tocó tres veces el firme de la roca con su
callado invocando a la Trinidad y en el momento en que se abalanzan sobre él
los de a caballo se produce un corrimiento de tierra. Los soldados de Alá se
precipitaron al vacío al abrirse una sima profunda que se puede ver en nuestros
días, justo antes de subir la pendiente donde se alza la cruz de la ermita que
fue un monasterio benedictino durante nueve siglos. La brecha tectónica (se
abrieron las fauces de la corteza terrestre) queda ahí como un testimonio de
que el Señor no se anda con chiquitas a la hora de brindar protección a los que
elige.
No fue
molestado más en adelante el eremita por visitantes incómodos que no venían
precisamente en son de turistas; se dice que el caíd que lo perseguía,
maravillado de aquel estrago, pidió las aguas bautismales y con toda su hueste
en peso decidió hacerse cristiano. Frutos pasó en el abrupto lugar el resto de
sus días, alcanzó edad provecta hasta que durmió en el Señor a los 73 de su
edad. Allí se guardaron sus reliquias, fue canonizado y proclamado padre de la
iglesia de Segovia por Calixto II el año 1111 justo el mismo año en el que
Pelayo de Oviedo, obispo primado decreta la supresión del rito mozárabe o
hispano visigótico.
No obstante
el culto a las reliquias de Frutos o Fructus (el alegre, el que disfruta, en
latín) arranca desde mucho antes. Es uno de los hitos de la leyenda áurea
hispana. Junto a la espelunca donde pasó la mayor parte de sus días los monjes
de Cluny se establecieron y fundaron un monasterio, directamente dependiente de
Silos y que compitió en grandeza e importancia con el de Montecasino.
En este
convento llegó a vivir una beguina que huyó de casa a causa de los malos tratos
y pidió asilo a los frailes para que la empleasen como cocinera. El marido un
día vino a buscarla, la arrancó prácticamente de las manos del abad llamándola
puta y toda clase de improperios. La arrastró por los cabellos y la lanzó al
vacío justo en el mismo punto donde había dado san Frutos la famosa cuchillada
que le puso a cobro de las iras del Islam. La pobre despeñada se encomendó al
santo y sucedió que éste vino en su socorro. El cuerpo fue a rebotar contra la
rama de un sauce que suavemente se fue desgajando amortiguando el golpe de la
caída al vacío por el desfiladero.
Otro caso
similar vuelve a repetirse en la ciudad de Segovia con una judía por nombre
Esther a la que el sanedrín local había condenado por adulterio al castigo de
despeñamiento, cosa que se hizo con todo la minuciosidad de las reglas
talmúdicas. La muchacha cayó al suelo ilesa. Se encomendó a la Virgen y a san
Frutos y saltó desde las peñas grajeras a una profundidad de unos cuarenta
metros sin padecer el menor rasguño a su integridad física. En acción de
gracias dejó la fe mosaica, abandonó a su marido, y entró en religión profesando
en la Tebaida de la Pedriza, uno de los paisajes más sublimes de toda Castilla
la Vieja. Es conocida con el nombre de María del Salto. La fisga popular que no
es poca, porque aquí se saca punta a todo y se hace comidilla hasta de lo más
sagrado, quiere echar a la provincia segoviana no sin su mucha miga de
refitoleo en cara su abundancia en hijas pródigas. Parece ser que ni María del
Salto liberada por la Virgen de la Fuencisla ni la beguina del convento donde san Frutos oraba y a la que éste largó
su cayado para que aterrizara con bien cuando la tiraron por el terraplén en
volandas fueron las primeras. Tampoco serán las últimas.
Sin
embargo, el refranero popular sigue adjudicando a las mujeres de por aquí una
paremiología nefasta. Los mal pensados dicen que por algo será:
“Y de
Segovia ni burra ni novia, y a ser posible tampoco la mujer”
En Caballar
estuvo el desierto por excelencia, la retaguardia del espíritu, se supo que
también las oraciones ganaban batallas a los moros, y el peor moro es un
enemigo interior que llevamos todos en los adentros, ése es más temible que el
propio Almanzor cuya memoria se pudra en los infiernos, como cuenta el Silense.
Los pendolistas benedictinos nos advierten del peligro que corremos si no
volvemos a nuestras fuentes si abrimos la puerta al enemigo y el peor enemigo
de España y de los español podremos ser los españoles mismos en ese prurito
inquietante por tergiversar nuestra propia historia.
El eremitorio
conocido por el nombre de Las Cuevas de los Siete Altares, una especie
de catacumbas del primitivo monaquismo mozárabe es un reclinatorio para
encontrar la paz del espíritu en estos tiempos que tanto se parecen a aquéllos.
El aire huele a fragancias humildes del campo que acarician el olfato, la vista
se esparce hacia los horizontes abiertos y a los aires altos de la sierra donde
los buitres de la reserva trazan círculos de concordia. Vemos alzarse una nube
de traza espectacularmente polimorfa, casi se puede tocarla con la mano, tiene
algo de premonición bíblica. Sobre el envés de este cúmulo gaseoso puede
esconderse la presencia del Padre Eterno. La voz de Dios se percibe aquí con
mayor intensidad que en otro lado. Es una voz que habla de misericordia y de
perdón. La escuchan siempre aquellos que van huyendo de los ojos furentes del
basilisco y escapan al yermo como san Frutos mismo. Estas lomas acercan al
éxtasis. Qué pena que la mística hable un lenguaje acrónimo que el mundo desconoce; no podrán
desgraciadamente captar su mensaje muchos hombres y mujeres de hoy, enfrascados
en sus negocios, colgados del móvil discrecional, que han transformado la
religiosidad en superstición y todo lo relacionado con las cosas del cuerpo en
su fetiche. Leviatán asoma su perfil de chistera y pantalón a cuadros por la
otra ribera del Atlántico, reclama que se le dé culto. Urnas y hornos
crematorios, bambalinas, hombres de paja, de esos que tiran la piedra y
esconden la mano, y luego acusan mientras esperan que les riamos la gracia.
¡Pobrecillos, son tan poderosos que reventarán de éxito cualquier día de estos!
La algarada que viene es peor que la de Tarik y sus chicos. Va a correr mucha
sangre - virtual, claro está- a orillas del Guadalete, pero habrá otro
Covadonga y otro Clavijo. En espera de que el anunciado renacimiento se produzca
al cabo de esos lustros de negrura, sólo nos aguarda el recurso de la huida al
desierto tras las huellas de los santos de la mozarabía, los que no quisieron
comulgar con ruedas de molino, se resistieron a las añagazas de la Tierra
Prometida y del Paraíso de Alá. O del candelabro judío. Las ramas del crecal
todas están secas porque pesa sobre todas ellas la maldición de la higuera. El
Salvador no puede faltar a sus promesas.
Por ese
cabo - todo habrá que decirlo - los peores fueron muchos curas y algunos obispos libeláticos que en aquella hora amarga
pospusieron su fe a la razón y a los intereses de dinero y de poder. No fueron capaces de comprender porque se le
escapaban las claves. Roma en el siglo VIII también claudicó y ahí están los
Papas de la Edad de Hierro para corroborarlo.
Cayeron las testas coronadas, se rindieron las mitras y las tiaras
pagaron el tributo al nuevo amo. Cristo se retiró al yermo. Ahora resuena desde
allí también su voz. Sólo unos pocos la escuchan. Si entablásemos escuchas en
estos paraderos, comprobaríamos que la voz del yermo es renuncia y paradoja.
Quien pierde su vida la ganará. Al fin y
al cabo la Misericordia escoge a los perdedores- un pajarero, un mozárabe que
abandona la Corte de don Rodrigo desengañado de la existencia, que no
contemporiza con semejante estado de corruptelas y, que, perseguido, huye al yermo para esconderse de
la mirada del basilisco- para manifestarse.
Gracias a ellos, los planes siguen adelante, aunque esto no se explique
del todo bien. No pertenece a nuestra lógica pero es así de cabal. Por eso
nadie entiende el milagro aunque a veces se produzca sin que le veamos. Su presencia no acabará y seguirá manando el
raudal de la fuente infinita. Quedad, pues, a pesar de todo, tranquilos.
viernes, 3
de noviembre de 2000 (0:53 h.)
viernes, 24
de noviembre de 2000 (5:32 h.)
LA PILARICA
En el
primer banco se sentaban los doce guardia civiles de guarnición. Era un
sargento el jefe de puesto de la comandancia de un pueblo asturiano posado en
un valle a la riba de un río. Hay que atravesar un puente sobre el ejido donde
pasta alguna que otra “Cordera” maternal y que para mí seguirá siendo vaca
abuela con todo lo que digan - el peligro hoy no es el matadero de Noreña sino
esa extraña enfermedad que trae a los ministros del ramo de cabeza: vacas
locas- y luego se accede a través de una calle larga que se recuesta entre las
peñas.
A mano
izquierda hay un bar acera por frente del cuartelillo de la Benemérita y otro chigre
más que se saltea con un taller de reparaciones de bici y un tercer figón más
que regenta Mariano Proficuo dando a la plaza sombreada por la presencia de un
carbajal secular cuyas ramas tocan los perfiles del alar de la iglesia y
enraman como si fueran una pérgola del laurel de Baco la casa café de la
panadera. Ésta debió de ser una mujer de buen ver pues más que comediados los
setenta y próxima a los ochenta sigue pechugona ella y tan flamenca. Tiene el
pelo rojizo y fabrica unas enfiladas exuberantes y tiernas igual que sus
pechos.
Se la
podría componer algunas endechas y dirigir unos buenos cantares a esta panadera
comprensiva y rumiante que se trae un aire manso y ejemplar con las vacas que
pacen en el sel de la entrada pasada la ferretería de Carola después de virar por la curva y ya estamos en
el ojo mismo del valle al que mi vivir o la fuerza del destino me trajo rodando
por las pendientes de la casualidad o de un secreto designio que llevamos al
nacer todos en la frente y cuyo sentido
oculto vamos desmadejando cada día de nuestra existencia. Nuestro porvenir
cuelga de los cuernos enroscados del buey apis.
Pues era el
día de la Columna Nuestra. La Virgen sonreía en su trono de jaspe de su altar
lateral en la iglesuca íntima llena de fervores tutelares y el anagrama mariano
por todas partes; templo de traza cuadrada muy propia del arte visigótico que
no utiliza el círculo para nada. Diseño primitivo y rural, la traza románica
conocería siglos adelante las excrecencias prendas y arrequives del barroco. En
la nave de la epístola había un altar que representaba con mucho
entremetimiento y pompa el árbol de Jetsé todo de colorines, muy rural,
primitivo y tosco pero con un resultado que no podía ser más certero porque
inducía a centrar el alma en el recogimiento. Un movimiento de piedad al tiempo
que una sonrisa embargaba al visitante.
Debajo del coro había un confesionario de castaño de traza cuadrada en
cuyo dintel ponía el número de su data. Había sido construido en 1808, fecha
evocadora de muchos sentimientos en cualquier español por poco patriota que se
sienta un español. La junta de Asturias
fue la primera en alzarse contra Napoleón. Esta comarca verdadero riñón de los
concejos y cabildos todavía resulta efervescente en todo a lo referente a nuestro
pasado. Por eso aquí se siente con más fervor que ninguna otra parte el sentido
de la fiesta nacional. Al menos yo vibré el doce de octubre del 2000 con toda
aquella escolta de gastadores rindiendo honores ante el altar mayor.
Tengo que
decir que el arcipreste don Quintín pronunció un sermón muy sentido de los que
por desgracia no se escuchan en nuestro templos desde que dirige los designios
de la barca de Pedro ese polaco tan misterioso y comprometido con los poderes
fácticos de la trilateral. Por eso tengo que aducir que la homilía del humilde
sencillo cura de aldea me llenó de consuelo. Don Quintín, pequeño, algo calvo y
rechoncho al que yo convido a culines o a una pinta en la taberna de la plaza
adquirió ante mí una elevada talla moral que sobrepujaba a la del propio
cardenal primado o el purpurado de Madrid. Porque si los príncipes de la
Iglesia compasan y comanditan, transigen, tragan, ponen el cazo, acepto, lo que
tú digas, vamos allá, París vale una misa, etc., con el orden terrenal los
humildes clérigos de misa y olla se desentienden de esos planteamientos
acomodaticios generales. Se les obliga a vivir hombro con hombro cabe el
pueblo, sus problemas reales, sus zozobras, lejos de la retórica curial, los
rescriptos y bulas papales; en una palabra, el Jesús de carne y hueso, hijo del
carpintero y de María, el que talaba arados, mesas, ventanas, algún yugo de
ciprés, la ventana que salía de sus manos no la carcomía la sarcoma, ni se
abría con el viento recio de marzo, vedaba entrada a los ladrones.
Pero aquí
estamos rozando uno de los enigmas más maravillosos de esta institución de
origen divino a la cual los hombres bulderos y boleros han querido transformar
a su capricho. Querían una iglesia hecha a su medida como una dulleta de
encargo pero lo cierto es que a la institución empecatada y corrupta ya que
siguiendo las indicaciones de Montesquieu -¿no fue el que dijo que todo el
poder corrompe y el poder absoluto más todavía?- sólo le puede lavar la cara un
san Francisco. Así la iglesia quedará a salvo de la ignominia gracias a un
diácono.
La
Tradición puede operar maravillas en misa de doce. En la ceremonia aleteaba un
sentir antiguo que conectaba el presente con el pasado y nos colocaba delante
de la mirada lo acontecido hacía muchísimos años y es que la memoria puede
operar milagros. Es un divino don al que ahora combaten con tanto empeño los
que hablan de borrarla en aras de su invento. Está visto que el legrado de
memoria es uno de sus objetivos. Quieren convertirnos a todos en sapos y se
inventa monsergas y acuñan consignas para que nos convirtamos a sus intereses.
Tendrán bastante trabajo si de lo que se proponen es hacer que baje de su
pedestal la Virgen del Pilar.
CRISTO ES UN ESTORBO A LOS
GLOBALES
Por Millán
Sacramenia Artedo.
“Yera moru, el cristu de la iglesia que tiene don Acisclo, habrá que cambialu, porque yé
blanco, y ya non val”. La
sentencia que profirió Pachu de Mio Pa en el chigre de Alonso tenía toda la
categoría de la conclusión de una tesis doctoral. Todos estábamos un poco
alarmados porque la andanada era global, de esas que hacen época, pero, como
ahora todo lo que traen los papeles se ha vuelto dogma de fe, el pueblo ignaro
acepta por ciertas todos estos torpedos a la línea de flotación del barco de la
fe.
Otro de los
contertulios, Toñín de Ternerona, envidó con una frase que fue lo mejor de toda
aquella noche de hierba joven, luna blanca y lejanos ecos del lúgubre canto de
la “curuxia” en los humeros del monte, pues el sol ya se había escondido y de
las breñas descendían nubes muy negras amenazando una vigilia metida en agua:
-Tras el carru
volcau to son carriles, nin.
-Caguen mi
manta quien quitarnus la fe.
Se había
entablado una polémica y hubo quién acaloró se.
-Es creer
en lo que nos vino, que bien me recuerdo de lo que decía sobre este parecer el
catecismo que yo aprení na escuela.
- Y no vimos
- precisó Volo Fesorias acordándose de lo que ponía el P. Astete.
-¿Qué
tendrá que ver el color de la piel? ¿No dicen ahora que no hay que ser
xenófobos?
El color,
la raza, la flaqueza o la crasitud, la fealdad o la hermosura no constituyen
sino accidente, que no interfieren en la sustancia anímica, la parte más noble
de la persona. Lo otro pertenece a la naturaleza inferior. Pero se viven
tiempos aparenciales de imagen y de las liviandades de lo light. Nuestro
periodismo, el de la “Nueva España” incluso es una caja de resonancia de este
espíritu de inversión de la cruz, carrus volcaus, y de esa involución que ya
está llegando.
La Summa
tomista hablaba del color de la piel como atributo de accidente. Ser blanco o
ser negro era como ir descalzo o con botas, estar sentado o de pie, ser miope o
tener vista lince, con la espalda tiesa y bien trabada, o cargado de hombros,
tener la cabeza en forma de paralelepípedo, cráneo torreado, o de forma
alargada y hundida, batiscafocefalia, se decía cuando estudiábamos
Prosopografía, ser braquicéfalo o
dolicocéfalo.
Una de las
grandezas mayores de la Iglesia es que nunca ha sido racista. Cierto, la más
primitiva, la del rito maronita, irrumpió desde Abisinia y hasta san Agustín
estuvo enamorado de una nubia a la que tuvo que dar carta de repudio por
injerencias de su madre santa Mónica la cual le tenía echada el ojo a una mitra
y en aquella época los casados no podían ser obispos. Las mujeres nubias, por
otra parte, desde la Reina de Saba a esta parte, pasan por ser las más hermosas
de toda la raza humana. “Nigra sum sed phormosa, filiae Jerusalem”, [3]se canta en
el Oficio Parvo.
Pero aquí
la gente sigue tomando el rábano por las hojas, porque los amos de la rueca
informativa profazan que es un gusto enarbolando la cruz del revés y a lo que
se aspira es al carru volcau que decía Tonin de Ternerona ante un culín de sidra
áspera en el galpón de Alonso al atardecer de un día de manzanos en flor.
Cristo bendito el que confundió a los doctores deja los estrados en los que
enseñaba en el Templo y regresa, cerradas ya la mayor parte de la jornada las
iglesias, a los chigres, porque es la taberna el único lugar donde se puede
hablar libre sin miedo a los barandas y a los espías del pontífice. Siempre
mostró predilección hacia los pecadores, convivía con pecadores, dejaba que las
putas se le arrimasen y le ungiesen los pies. Toda su doctrina es una soflama
contra la hipocresía del tartufo. El ariete de la mansedumbre no se dejó
encalabrinar por las seducciones del poder. De ahí que todavía le sigan
considerando persona non grata las gallinas lluecas que se aselan en el nial de
los contubernios y la impostura.
Borran su
memoria y siguen aduciendo contra su sagrada persona a los abogadetes y rábulas
de la impostura. El sinedrio sólo consiguió condenarlo sin pruebas aduciendo
testigos falsos. Ora echan mano del libelo, ora de la soflama, ora del sesudo
tratado pseudo científico avieso de malas intenciones, ora envían a sus tribus
urbanas para que embadurnen los muros de las catedrales con el dele del diaño.
El caso es volcar la cruz para marchar todos juntos por la senda del revés.
Les
exaspera la figura doliente del crucificado. Se encocoran y escupen ante la
imagen clara del Santo Síndone y una parte de ese lienzo se conserva en la
catedral metropolitana de la Transfiguración de Oviedo, dedicada al Salvador.
Este paño fue el punto de órbita del tan traído y tan llevado culto a las
reliquias, y fue polo de atracción de romeros medievales, antes incluso de que
se organizasen de forma estructurada las peregrinaciones a Compostela. Ya
Alfonso VI en 1085 acudió al ara mayor ovetense para dar gracias por la toma de
Toledo. La reconquista del adarve toledano representaba un regreso al punto de
partida, un triunfo de la causa cristiana, que tantas persecuciones costó y
tantas lágrimas. Toledo y Oviedo suenan consonantes incluso por lo parecido de
su toponimia. Fueron sendos baluartes de los godos.
Hay razones
fuertes que inducen a suponer que Oviedo, el antiguo templo de Jupiter, que
cambió la advocación de su ara a Zeus por el de Cristo, aglutinó el sentir
soteriológico del que está imbuido todo el bizantinismo visigodo. En la
recuperación de las ciudades y del territorio de los que fueron erradicados a
causa del empuje islamita los herederos de don Rodrigo el carballón troncal de
la estirpe jugó un importante papel.
No hay más
que leer a Nikos Kathantakis para reparar en lo que significa esta presión
alóctona[4],
que hoy se está repitiendo en proporciones casi apocalípticas que nos recuerdan
la “pressura gentium”[5]
del que nos hablan los sinópticos, con las mismas características que tuvo diez
siglos atrás (los problemas se han agrandado tras la caída de Kosovo). Porque
Europa fue un laboreo incesante, un ir y venir cargados con los huesos de los
santos a cuestas y de los que efundiendo su sangre dieron testimonio del
Cordero. Sin culto a las reliquias ni peregrinaciones no hay fe que valga, pero
“Cristu yera moru”, nos dicen los expertos anglosajones. En el Beowulf,
en la Chançon de Roland y en las antiguas etopeyas europeas hay referencias a
esta pressura gentium. En el Poema de
Fernán González, anterior al “Mío Cid” podremos leer:
“Tomaron las
reliquias/ todas las que ovieron/ cabalgaron por Castiella/ ansí la
defendieron.”
Que se
cometieran abusos no lo niego y que haya catalogados en todo occidente más de
cien mil astillas del árbol de la cruz que supuestamente encontró santa Elena,
tampoco. Todos estos vestigios pueden verse en algunas quirotecas catedralicias
y algunas aun se veneran. Hay otros más sospechosos aún; el ceñidor de la
Virgen, un mechón de los cabellos rubios de Juan Evangelista o la correa de las
sandalias del Bautista. Sin embargo, habrá que poner en cuarentena todas esas
conclusiones que publican oportunamente, coincidiendo con las grandes fiestas
del calendario cristiano y que han sentado precedente de costumbre - una forma
como otra cualquiera de amargarnos las pascuas a los creyentes -y airean los
expertos cibernéticos, puesto que no suelen servir a la verdad, sino a
intereses ocultos. Son la voz de su amo. Y la impiedad está al acecho. Ahora
sólo amagan, pero, en cuanto tengan expedito el panorama, darán de veras.
Vuelven a anunciarse grandes persecuciones.
En este
tiempo de carros volcados y de teleras y ruedas patas arriba, se cambian las
tornas; los versutos facense idiotas y estos últimos a la inversa logran el
grado de especialistas. Me aferro a la fe del carbonero con que razonaban mis
amigos del chigre. Para mí valen mucho más que las conclusiones de los
expertos. Los últimos serán los primeros. Prometió Jesús Bendito y él siempre
hace lo que cumple, no como los señores del Banco Azul. No es Charlie el del
Bigotito con sus monsergas de “España va bien”.
El
logogrifo del 666 se estampa en los papeles más insospechados: en las cuentas
corrientes del dinero que mandamos a Bosnia y hasta en las citas de un juzgado
(me enseña un amigo un exhorto de la audiencia de Pravia para comparecer a un
juicio de faltas, que luego resultó ser una infracción de Tráfico, porque el
interfecto le había leído la cartilla al número de la Benemérita diciendole que
no toda la culpa de los muchos muertos que hay en las carreteras es de los que
se toman un culín de más en las espichas y se van de folixia, huyendo del
aburrimiento mostrenco o de las malas jetas de nuestros hogares, donde el odio
se condensa, porque el hogar ha dejado de ser sancta sanctórum de la libertad
para convertirse en duerno y abrevadero de imágenes, en sede de la insolencia
más procaz, sino la violencia, el odio y la mala hostia que se respira en esta
España de nuestros pecados, no somos lo que se dice una sociedad relajada y
feliz) el número de la bestia aparece allí[6].
La maniobra
que se esconde detrás de esta hipótesis sobre la raza negroide del Señor es
evidente: acabar con toda una iconografía y estatuaria en la que aparece como
un hombre de raza blanca, rubio, con los ojos azules, la barba bermeja. Así es
la estampa en los contornos en relieve de la Sábana Santa turinense. Las
pruebas del carbono catorce surten evidencias de que no se trataba de un hombre
del medievo sino que la fija de su fallecimiento finca hacia el primer siglo.
En el sudario se encontraron vestigios de plantas hoy extintas y que se
desconocían en Italia porque pertenecían a la flora palestina. El perfil del
amortajado era el de un ario de rostro alargado de miembros proporcionados que
recuerdan a los cánones de Fidias y Praxíteles más que a los de un judío típico
con ese pabellón nasal que diferencia a los hebreos - no es exactamente una
nariz ganchuda sino un perfil que contorna la boca y el arco ciliar coronando
la peana de un labio carnoso y sensual-, lo que ha llevado a los antropólogos a
conjeturar la posibilidad de que hubiese algo de griego en la estirpe de la
tribu de David. A Jesús luego se le tendría al menos como un judío helenizante
lo mismo que a san Pablo.
Esto no es
la sustancia. Es el accidente, volvamos a insistir. el meollo de la cuestión no
descansa sobre su aspecto físico sino en la perduración de sus enseñanzas. Lo
que prometió se ha cumplido. La Ciudad Santa fue desolada por Tito así como sus
misericordiosas palabras acerca de la mujer pública: “Allí donde sea publicado
este evangelio en el universo mundo todos tendrán noticia de su nombre”. Los griegos dominaban
la Decápolis o conjunto de ciudades donde se desarrolló la mayor parte de su vida
pública. El Nuevo Testamento fue escrito en griego, a excepción del de Mateo, y
hay muchos aspectos de la Palabra que recuerdan las normas de conducta de las
enseñanzas de los estoicos y peripatéticos: el desdén de los placeres, el
perdón de los agravios, la contemplación de las maravillas de Natura.
En el amor
a los pobres y a los oprimidos, en su rebelión contra los poderes fácticos
causó revuelo entre los fariseos, los miembros del sanedrín y los pontífices.
Es posible que hoy siga siendo el ariete que molesta a los globales. Cristo
estuvo entonces contra los pactos sinalagmáticos con Roma, huyó siempre de los
honores y de la riqueza. Era un peligro constante para los que se consideraban
depositarios de la verdad y el brazo de la ley, celosos siempre de su capacidad
de convocatoria ante las masas, y de su atracción mesiánica. Por eso lo
enviaron al palo esgrimiendo aquel argumento estremecedor que todavía retumba
en los ecos de los siglos caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros
hijos. Era tan
arrebatada la incriminación que el pretor romano que desde el principio del
juicio lo tuvo por inocente acabó por lavarse las manos desarbolado por la
contumacia diabólica de Anás y Caifás. Pilatos irresoluto no tuvo otra opción
que acceder a la petición de los pontífices. Cuando escuchó de sus labios que
lo denunciarían ante el emperador, sancionó la crucifixión, que era entonces el
tormento de la ignominia, la peor forma con que podía acabar un ciudadano
romano.
Cristo
plantó cara al viejo orden. Estorbaba entonces y estorba ahora. El anatema de
crucificale sigue agitándose macabro en los labios de los globales, los cuales
- esto no se olvide- so capa de democráticos y librepensadores son
totalitarios. Su memoria histórica continúa siendo un estigma que se proponen
erradicar la propia memoria porque actúan con vehemencia subjetiva sin darse a
razones. Pero en las tácticas con que lo persiguen, más sutiles y de guante
blanco, no son más originales que los Herodes y Nerones de antaño y utilizan
los mismos argumentos. Loco. Se hizo pasar por hijo de Dios. Rey de los judíos.
Visionario. Echaba demonios en nombre de Belcebú. Hoy se le tilda de
políticamente incorrectos a Él y a sus verdaderos discípulos, que son los
peligrosos, porque se han situado extramuros del sistema de la oportunidad.
Ellos harán más pupa que las excomuniones episcopales o el compadreo de las
altas esferas ganosas de mantener preeminencias e intacto el poder y la
cartera porque, a diferencia de los
malos pastores y de los discípulos de pacotilla, no se han adherido a los
pactos sinalagmáticos de la gran movida. Su reluctancia les convierte en
idóneos para los quemaderos inquisitoriales que ya para ellos se caldean en
estos mementos. Todo por no adherirse a la causa de la bestia. No se crean que
es ningún cuento chino lo del anagrama fatídico con los seis números del
anosmia[7].
Sus siglas vuelan por el círculo virtual de Internet. El antecristo hará
milagros.
No he visto
película más alevosa que una protagonizada por Antonio Banderas y que se titula
The Body, toda una diatriba contra el depósito de la fe, una negación de la
soteriología, de la divinidad de Cristo y de su existencia, un alegato infame
contra la resurrección. La daga venía envuelta en guantes perfumados, pero la
seda no podía ocultar el brillo del alfanje, puesto que la daga estaba rodada
desde un planteamiento inteligente y consecuente desde la primera a la última
de las secuencias. Pero, una auténtica trampa saducea toda esta cinta maestra
porque saduceos fueron los judíos que negaban la resurrección, siendo escarnecidos
por los otros judíos, los de la rama farisea.
Casi desde
que inició su andadura esta misteriosa religión que predica olvidar los
agravios y querellas, amar a los que nos persiguen, el desprecio a las riquezas
y el apego a los valores espirituales sus detractores toparon siempre en la
misma piedra de un único argumento: ser esta doctrina un amasijo de patrañas
guisado a gusto de mujerzuelas y débiles mentales.
Nietzsche,
el cual tal vez había leído demasiado a Lutero, a Loyola y a Calvino, y que
había sido capaz de descubrir las incongruencias de san Agustín sobre el
celibato - que las tiene como las tiene san Pablo en cuya pluma retumba el eco
de la contradicción y en todos aquellos que se han obsesionado con un único
tema- blasfema: “Ese conjunto de afeminados son los enemigos de la raza
superior, lo ario”. Para el pensador teutón el cristianismo no era meramente un
problema de bragueta, sino que su fundador era un invertido.
Pero Arrio,
siglos atrás, había sido seducido por el mismo espejismo y pergeñó una herejía
a costa de la diferencia de las dos naturalezas que se observan en la segunda
persona de la Trinidad en la que se inspiró el esclavo de un rabino judío, que
era hombre rico. Me estoy refiriendo a Mahoma. El que había de ser azote de los
cristianos tras la muerte de su amo y los desposorios con su viuda llegó a ser
un hombre rico. Primera hégira. Un ángel del cielo le trae escritos los
capítulos con todas sus suras del Alcorán. Sus seguidores viven en la ceguera
siendo su religión un pisto o digesto de noticias y creencias del antiguo y del
nuevo Testamento en los que se agazapa el arrianismo que practicaba el monje
Sergio uno de los asesores del Profeta como las constantes genuflexiones o
prosternaciones que se practicaban en los monasterios de la Tebaida. De los
judíos tomaron la costumbre de no comer cerdo y de practicar la venganza y
sigue a los nazarenos en sus prédicas en favor de la sobriedad y de la
abstinencia de toda bebida fermentada. Hicieron suya la ley del Talión pero hay
elementos paganos en este digesto de dogmas y de supersticiones que es la ley
coránica, como santificar los viernes. Era el día dedicado a la Venera o diosa
Venus. su culto no posterga la lascivia ni todas las sensualidades del trato
torpe por lo que asumimos que el mahometismo es religión cuya puesta en
práctica no resulta del todo difícil. Es muy humana porque otorga a los
instintos todo cuanto le apetecen, en contra del cristianismo que es ley arduo
y fragosa que manda estar en todo vigilante, devolver bien por mal, amar a los
enemigos y glorificar y adorar a la Trinidad, algo inconcebible si no se
adscriba al código místico de la verdad revelada por la fe. A la legua se nota
la vileza de condición de su fundador que era arriero o conductor de caravanas
de camellos. En uno de sus viajes el auriga trabó contacto con un rico mercader
hebreo al que acompañaba una escolta de renegados nestorianos y arrianos que
eran gente versada en cosas de religión. Las escenas violentas que había
presenciado durante el tiempo como faetón de camellos en mesones y posadas le
hizo aborrecer del vino del que precave a sus seguidores. Él no podía ingerirlo
pues era epiléptico y cuando le daba la gota coral quedaba como muerto. En esos
trances decían los recueros que le seguía que quedaba como traspuesto y que
recibía iluminaciones del cielo y que una paloma, el Espíritu Santo, bajaba del
cielo, y, posada en su hombro, le intimaba las suras del libro de los libros.
No hay más dios que Alá cantan los santones en lo alto de las torres a partir
de entonces. Y no hay más cera que la que arde y si no aceptas pues te pasaré a
cuchillo. Lo corean constantemente sus cadíes en una repetición de las
cantinelas de los hesicastas; así la melopea sube a los cielos y de los viejos
monjes griegos también heredaron el “tasbib” o rosario cuya cuentas se pasan el
día entero acariciandolas con los dedos para matar el hambre o acallar la
tentación de fumar. En las mezquitas el Alcorán enfundado en un repostero verde
colocado debajo de una espada destacan por su sencillez y su decoración
anicónica, herencia de la iconoclasia de Constantinopla. Mohamed, dicen, había
nacido para profeta por que habló en el vientre de su madre, el arcángel san
Gabriel vino a consolarle muchas veces, una burra habló en su presencia y luego
la luna la partió en dos, de ahí viene lo del creciente, una higuera le vino
siguiendo por todo el desierto de Arabia Feliz para escucharle y no se secó que
siempre permanecía verde y daba brevas (éste es uno de los siete milagros) y al
final de sus días descendieron los ángeles y depositaron su cuerpo en una zofra
de color verde y el cuerpo subió al cielo lentamente. Mientras, uno de los suyos gritando no te
vayas quedó colgado de uno de sus pies quedandose con una parte del cuerpo del
profeta. De ahí lo del zancarrón de Mahoma que se venera en Meca junto con la
piedra de la Caaba que bajaron los ángeles del cielo cuando vinieron a por él.
Todas estas fantasmagorías suenan a secta pero han dado paso a la religión que
lleva camino de convertirse en la primera del mundo.
No quería
enemistarse con sus paisanos de la Arabia sino halagar los principios y
exigencias animales de la condición humana. Les permitió tener cuantas mujeres
quisieran. Nueve tuvo él. Vengarse de sus enemigos. Todo con tal de que sus
súbditos se prosternaran para adorar a Alá cinco veces al día. Una religión que
todo lo que sancionan los bajos instintos permitían y que prometía la arrizafa[8],
un jardín de goces sensuales en la otra vida, habría de propagarse
rápidamente. Y así fue. El corán no es
más que una pepitoria donde se condimentan creencias, doctrinas de los dos
Testamentos en comandita con supersticiones autóctonas. Cristo había predicado
la renuncia, la continencia, que sólo lo bueno es útil, aunque sea tenido en
poco a los ojos mundanos, porque el Padre celestial hace otras cuentas. Insiste
sobre todo en lo que los peripatéticos consideraban una de las premisas de la
felicidad y la paz interior conocerse a sí mismos. Gnosce te ipsum.
Pero
tampoco pidió imposibles. El hombre nunca será probado más allá de sus fuerzas.
Exhortaba a la perfección a la vez que explicaba en la parábola de los talentos
que no a todos se les puede exigir lo mismo. Nunca habló del celibato y siendo
casto como lo fue nunca hizo bandera de la gazmoñería. Amonestó a los que
querían dilapidar a la adúltera. Los que estén libres de pecado que tiren la
primera piedra. Instituyó el sacerdocio. El celibato nunca. Alternaba con
alcabaleros y mujeres públicas, para los judíos epítome de impureza.
Los que han
convertido la fe en una obsesión genésica atacan a la jerarquía[9]
por el flanco desguarnecido y dan en el hito. Desde el concilio de Elvira en el
siglo VI en que se preconiza el canon de la continencia para los clérigos esta
disposición fue desatendida y no fue hasta ocho centurias más tarde en que el cardenal Gil de Albornoz,
un reformador, amigo de Benedicto el papa de Aviñón y autor del “Colirium
contra haereses” que no la impone en su archidiócesis de Toledo. Aquel guaje
que se llamaba Juan Ruiz, buen galanteador
de mozas aunque fuese cura protesta poniéndose al frente de todos los
presbíteros y diáconos de Talavera, que estaban en pie de guerra contra el
rescripto, solemnemente: “Eminencia, quitaínos las buenas para que nos
vayamos con las malas. Cristo no impidió a sus apóstoles que se casaran”.
De poco le
valdrían las reclamaciones al Arcipreste. Aquel contumaz cura mozárabe que
inserta en sus composiciones algunas palabras del viejo bable (guaje, ome,
furaco, garabato, facistelo, etc.) estuvo trece años nada menos en una mazmorra
de la cárcel arzobispal de Talavera. Lo empapelaron de cánones. A veces los
obispos han mostrado un comportamiento fiero nada evangélico y que no que se lo
digan a François Villon, otro clérigo de las mismas características. Sobre
ellos cayó el ladrillo de Roma. Cristo los perdonó. Nadie recuerda el nombre
del mitrado que envió al patíbulo al autor del “Testamento”, pocos habrían
leído los colirios contra herejía del testarudo cardenal Gil de Albornoz, pero
las generaciones presentes y las venideras siguen solazándose con la cuaderna
vía del arcipreste algo débil habiendo “mozes” por medio y puñetero, o con sus
fervorosas loas a la Virgen María.
De lo
antepuesto se desprende que esta magna cuestión genésica en la que los curas no
han dado ejemplo no embarga el verdadero depósito de la fe. No es sustancia
sino accidente, igual que el color de la pigmentación del rostro del
Crucificado, varón de dolores, hermoso rostro que veneran los siglos. Tanto da
que fuese ario, chino o etíope, como es lo más probable puesto que la
estatuaria oriental así lo ha venerado a través de sus iconos que nos lo
representa como un abuna abisinio de rasgos majestuosos y ojos penetrados de
clemencia. El amor es la esencia de esa religión que tantos predican y tan
pocos practican. Sobre él descansa su fuerza y su esencia radica.
Aquí la
coartada es perfecta. Todos estos rasgos de naturaleza periférica se nos
presentan como la médula y nada tienen que ver con el depósito de nuestro
credo. Madre ¿por qué callas?
De lo que
se trata mediante la elongación de tanto ánimo confundido y criterio perverso
es de invertir los valores, atacar a la Iglesia aparente por la esencial. Se
trata de melindres que esconden un anticipo de la persecución venidera. Cristo
les estorba a los globales y a las fuerzas oscuras porque Él ya lo dijo: “Todos
los que dan testimonio de la luz están de mi parte”.
Ellos, sin
embargo, erre que erre. La labor de zapa continúa mientras en el Vaticano no
sólo miran para otro lado y como no los pueden vencer se han unido a su
facción. El carro volcau y todos son carriles. Pero a pesar de todo cualquier
día de esto puede aparecer un diácono como era Esteban o como eran Francisco o
era Efrén que haga que las cosas vuelvan por donde solían. Quizás el bueno del
curín de don Acisclo tendrá que cambiar la imagen del Cristu. Las cuentas no
nos cuadran.
Ahora
parece que todo se ha salido de madre. Paciencia y barajar, que diría
Cervantes.
miércoles,
18 de abril de 2001 (21:22 h.)
El insulto
a un centinela o fuerza armada está penado por el código de justicia militar,
cabo cuartel, hoja de filiación. El soldado con permiso tiene la obligación de
presentarse al sargento antes de marchar. Oficial de transeúntes, incorporarse
si es avisado. Servicios de armas, guardia, retén, vigilancia. Servicios
económicos, de cuartel y de plantón, los servicios mecánicos son de policía y
cuadra, los cuarteleros están uno en la puerta del dormitorio y el otro en otra
parte. Impedir que nadie toque prenda que no sea suya. Cabo cuartel está desde
diana hasta el toque de silencio en el que es relavado por el imaginaria, la
misión del imaginaria es velar por los que están durmiendo, tapar a los que se
desarropan. A la orden, mi teniente. Duermen tantos, hay tantos mosquetones y
tantos soldados, guardia de plaza, de honor, de principal, de prevención. Hay
cuatro soldados por cada puesto de centinela. No te puede relevar más que tu
cabo de guardia. Ver venir tropa armada o pelotón de gente. ¿Quién vive? España.
¿Qué gente? Regimiento de tal y cual.
Servicios de cuadra, cadenas cortas por el día y en la noche largas. Cinco
cartuchos tiene el máuser, recoger sus deseos cuando expiras. El que tome armas
contra la patria bajo banderas enemigas.
La
altimetría de la topografía militar secciona los accidentes del territorio en
colina, cresta, loma y vaguada.
Las balas
tienen la trayectoria tensa y curva. Macizos son las balas y de carga
explosiva, las granadas. Los rebotes llegan hasta los seiscientos metros.
José costa
figuera - los agros de Sureda, es Galicia guerrera y apostólica.
En redor rompen en primavera los frutales la
sobregirad de los tonos de acuarela de sus ramajes en flor. Sobre la fuente de
los frailes a una ladera del viejo camino de Belesa, pone un brochazo de suave
blancura entre las nabeiras el palomar de outero, el hacha sacrílega, los
castros de estructura circular a la manera de púlpitos, ya en plena
jurisdicción de los lemavos, los pinos mansos, los castaños, los cerezos. Fraga
que fundó la estirpe en tiempos del mariscal pardo de cela, el salto de la
infancia.
Trisca
Teresiña por las veredas de la imaginación. Le leía las doloras de Campoamor.
Escribirme una cartas, señor cura. Ya sé para quien es.
Algareros
muchachos, jugadores de billarda, de pinche, de amagar y no dar, al anda la
mula, a los bandoleros, intenté apagar las vagas saudades en la tertulia. Las
sotas me parecieron un trasunto de Teresiña ataviada de princesa, dedos como
garapullos, al chocar contra el mármol las cartas producían el rumor del
granizo cuando se estampa contra los cristales de las galerías. En la tertulia
se agotaban las energías de Sureda jugando al mus, julepe, chamelo, en la
malilla. Todos jugaban a gritos. Malilla calada triunfo na mesa, petrucio
patriarca, bajote, nadie le superaba en simplicísimo, entes refractarios a la
sutileza amen del camarero pasmón el molinero matalamitá, carquexias del té,
ricas bicas de xembra, dibujos hechos con un guizo a la manera de punzón.
Salía a
relucir la vida oculta de cada cual, acornadas, pero en la riña lo que se dijo
es incopiable as doce da noite ben te vi ben te vi ainda Mais, grosero barullo
panaderil, el hidalgo Joaquín Lemos, con la barba hasta el ombligo, maestro en
el difícil arte de no hacer nada, un claro parentesco de semejanza con el
moisés de miguel ángel. Tomar la raxeira todo el camino, vas a tener frío,
Jesusiño.
El viaje en
diligencia, dos caballos en el tiro y un delantero que llevaban bayas rojas de
madroño en el penacho. Sonaron los cascabeles y partimos, los dos de varas y el
delantero.
Llaman
vídalos a los abedules, que tuvo para mí más eufonía.
En la
chapacuña solían bañarse las mujeres, el cantar de los acechadores del baño de
las mujeres
as rapazas
de surela
cuando se
van a bañar
o primeiro
que cha mostran
ech´o
pecado mortal.
Hay en
Galicia riqueza de color en todas las estaciones, Villanueva, el alto de
soldán, pereora. Emigración, la diligencia me pareció un ataúd que se llevaba
las energías viriles de Galicia rumbo a las pampas, subió un mozo como quien
asalta una fortaleza, iban a sentar plaza en la emigración, planto de gutural
congoja.
a rais d´o
toxo verde
e moi mala
de arrancar
as saudades
da terrina medra co y ayga dom ar
Se e
llenaron los ojos de lágrimas presos de una tristeza inenarrable, me arrimé de
espaldas a una esquina del pescante, el foro de la emigración impuesto a
Galicia por los países de la aventura, hacíase en las aldeas la misma vida que
en los tiempos bíblicos, costumbres de ogaño hogaño, las dos formas admites,
enseres. Sólo para los ricos era llevadera la vida del régimen galaico. Se
veían muchas casas abandonadas invadidos los umbrales por el jaramago, por las
paredes hacía excursiones la yedra. Empavorece pensar el ingente número de
desertores de la cuna.
Alto en
Toldavía para comer. Aurriabela vista desde lo alto de Cudeiro ofrecía un
aspecto deslumbrador entre picachos abruptos con el miño mansamente adormecido
a sus pies, pueblo de orense, herbedelo. Abur, señorito, dios lle faga ben.
Arabela, marfileñas manos de sedentario gordo.
Magistral
descripción de la matanza del gocho por san silvestres, horripilante grito del
cerdo sentenciado, las filloas, la toza sirvió de ara para el sacrificio de los
cinco mártires, cuerdas adibales con los que se los cuelga de la portada,
toquillas del entrete, hiel de cerdo útil en la cura de los panadizos, tan
llamativa del buen vino.
Bueno es
tener la gastronomía en olor de ciencia. Todos comimos en franco compadrazgo el
día de la matanza asesinos y señores, sirviente y ayudantes. Vendenoces daba
forma a los jamones, a los grasudos tocinos de rojas hebras entreveradas,
la riquísima zorza para los embutidos. Toda llena de zullas o cagadas,
morcillas arrugadas como gargantas de vieja o bocios de gargantas anormales.
A los
chicharrones llamamos roxones nosotros josé costa Figueras, un tupé como la
pera del macho cabrío puesta al revés. Fuimos de casa en casa entonando
endechas conmemorativas del natío del hijo de dios, un banquete al estilo de
heliogábalo. Fue un derroche de manjares, de bebida, de cordialidad, las
travesuras de la rapazada. Al terminar el banquete estaban chispos todos. Al
xa, eu poño os chorizo, filliño. Nuestras piernas parecían sojuzgadas con el
propósito de mantener las formas espirales. Llegué llorando como un becerriño
desvalido.
Haz de
ojiva, haz de cuerpo y haz de culote, las balas salen a mil metros por segundo,
hay granadas fumígenas, incendiarias y tóxicas. Los cañones son de trayectoria
tensa y los obuses de trayectoria curva, morteros de trayectoria curva. La
rabera, la parte posterior, que va en forma de cola de milano; los tetones y el
cerrojo, el percusor sirve para que se inflame la pólvora, resalte, encastre,
vástago del seguro, los cinco cartuchos del máuser, guardamano y guardamonte,
casquillo, porta bayoneta, cantoneras o lomeras, la baqueta sirve para la
limpieza del cañón, el tapabocas o cubre punto que protege el punto de mira, el
machete, la hoja, la empuñadura, la cruz y el pomo.
Periodismo
de manada, rudeljournalism, los rusos veneran a Pushkin igual que a la imagen de una virgen,
el presidio entero entró en conmoción, actuario, escribano judicial. Tapir, una
nariz de tapir y grandes orejas, zabatovka, huelga, encuentro con las nubes de
antaño, soobshenie, comunicación, ISTOCHNIK, fuente/ RABNODUSUHNO, indiferente,
POSHASENIE, padrino. KARMANIK, carterista. VORISHKA, ratero, estudiantes
calabazano (estudiante que ha fracasado en un examen), planta acuática aroidea,
cala. Difunto de taberna, borracho, privado del sentido.
Diota, vaso
esférico para guardar vino.
Portabunt
nomen tamquam lumen. Asiarca, organizador de los juegos olímpicos. Todo lo del
sacerdocio se lo debemos al Crisóstomo y a basilio. Einode, desierto. Los
grandes hombres venían del desierto. La soledad es madre de las ideas que transforman
el planeta. Ministerio, limosna, sacrificio, palabra. La hidra se estaba
devorando a sí misma.
La escuela
se ha distanciado del mundo laboral. Perago, seguir el camino. Espurcicias o
inmundicias. Anillos como símbolos de fe y de fidelidad. Esos malditos
ingleses, sacos de pimienta, son los responsables de nuestra guerra en oriente
medio.
Belicón o
Helicón es uno de los personajes. Carta de apostasía de los libeláticos para
que les librase de las persecuciones. The
falsity of women and the weakness of men.
Sundenbok, concepciones totémicas y
formulas rituales. Zaria, aurora, la más hermosa palabra del ruso.
Escribir novelas pero sin fruto puesto que la imaginación no acude a la cita.
Genetliaca y noemática, pensamiento en general. Sus testas coroniformes, ese
reloj, centinela de la historia. Cisterco, larva de la tenia.
Pogrebeñie,
funeral. Anagrama de eternidad. El múrice no quiere ser ya amante de la arena.
El militar
arma al brazo. La patria es espíritu y los vascos quieren desgajarse del tronco
común. Los españoles no somos una raza pero somos acérrimos en la defensa de
nuestra libertad. Franco fue general a los treinta años. Silvino honró a su
uniforme con toda la fatiga de la vida de campaña. Simancas, la batalla en que
fueron derrotados los árabes. Arapiles en la feraz vega salmantine, donde
derrotaron a Napoleón. Los requetés se cubrieron de gloria. Navetas y talayote,
heroicas defensas. La culpa del
españolismo canario la tiene Nelson que quiso conquistar las islas afortunadas
en 1797 sin alcanzar sus pretensiones. Arma principal es la prudencia y la
discreción militar. Leales, al pensar, veraces al hablar y ejecutivos en la
obra. Fortaleza es una virtud que nos hace querer el bien y evitar el mal. Los
rojos despilfarraban medios. Los vicios amarran la voluntad y turban el
entendimiento. Honor es una fuerza que nos lleva al cumplimiento de nuestros
deberes. Si se pierde ya no se recupera nunca más. Privilegiada situación
geográfica y espíritu de independencia del ser español. Asesinatos, incendios,
saqueos, corrupción. En un siglo cien gobiernos y cinco cambios de régimen,
destronamientos, destierros, atentados, desmembración del ejército e
inmoralidad reinante. Disolver la familia, célula nucleica de la sociedad.
Vivir a
toque de corneta. Los principales sones: diana, parte de revista, escuadra,
asamblea de guardia, fajina, marcha, paseo, oración, retreta, general para
salir con las armas. Petate, saco de costado, cantimploras, cuchillo, tenedor.
General de
brigada, de división, teniente general, capitán general. La roja y gualda ondea
desde 1785. Una bandera encierra los campos, las fábricas, los antepasados, los
pueblos, el porvenir. España, supiste borrar los linderos del mundo, los
blasones de los cuatro cuarteles.
Alférez de
fragata, alférez de navío, teniente de navío, capitán de corbeta, capitán de
fragata, capitán de navío, contraalmirante, vicealmirante y capitán general de
la armada.
Cada
mochuelo a su olivo y que cada palo aguante su vela. Examina, hija, examina,
religión de las porteras, llegar del campo del honor. Toda la gloria militar no
vale la vida de un ranchero, gazapos con guindilla, sumo de la ciencia
culinaria.
Comí
entonces pan de munición bañado en llanto, un incienso que hace eternas las
vidas que embalsama. El mejor aldeano, muerto. A todo aquel que hereda
contribuye a arruinarle como pueda, sumidos en la tristeza vil del bien ajeno.
Majuelos
nominales.
Le envenenó
el ganado untando con jugo de baladre(adelfas).
Baivel,
escuadra de cantero con la que se hacen las dovelas.
Las gentes
de bien en las aldeas sólo saben gozar cuando hacen daño.
Y el fisco
su escaso haber fue convirtiendo en humo, imponiendo impuesto sobre impuesto,
por la industria, la herencia y el consumo.
Todo hombre
de bien lleva en la frente la señal de la coz de algún jumento.
Sólo
Virgilio sostenía que en el campo la gente es candorosa y a mí me gustarían las
aldeas si no hubiese en ellas aldeanos ni aldeanas.
Un vecino
honrado me envenenó el ganado con zumo de baladre.
Estaba la
hierba embalsamada de perfume.
A degollar
los lanza más bien que el patriotismo la venganza.
Con estos
cambios de cosas y de nombres siempre hará la historia una novela.
Es la
fuerza de la sangre una quimera y a mí me gusta el laurel sólo en los guisados.
Levantado Riego,
Madrid se convierte en catacumba a cielo abierto.
El Cid se
puso la gonela de lino y se marchó a Valencia la Clara. Valencia la mayor por
sus bellidos ojos. En el héroe se resume la ingenuidad y la gravedad de la
España.
Sumido en
la dulce eutrapelia de los cantos ortodoxos.
Subjetividad
de la experiencia humana frente a la objetividad científica.
La cibernética nace en 1941. There is
not society, only people, en gorden Park.
Y no digo
que afeites nuestra lengua castellana, sino que la laves la cara. No le pintes
el rostro, mas libérala de suciedad, no la vistas de bordados y de recamas mas
no le niegues un bien atavío de vestido que aderece su suciedad. Acivilar,
acial, que es la correa de la cual pende el vestido. Garcilaso, voz muy
esclarecida, altos pensamientos de su elocución.
Cuando el
pope anda de visitas, los diablos se cuelan en el cementerio. Hay que esconder
el hacha a la espalda porque llega el guardabosque.
Se
desvanecían en su cabeza las sospechas de la víspera.
Se bebieron
juntos la cuenta corriente. Radiograma cultural, el ruso es una lengua
literaria, cultural, potente, flexible, magnífica.
Te aplican
a Freud como te pueden meter la ley de fugas.
Byran,
temporal, no siempre podemos estar pegando a los judíos.
Aquí
ahorcan por menos, in foráminibus petrae. Pozhar, incendio. Oiga que acaban de
descubrir el magnífico invento de las sopas de ajo. Sustitución de la fe por la
sociología. Ética protestante de respeto a la naturaleza como partícipe de la
divinidad. Ytechenie, consuelo. La campanilla del arco de la troica cuya
argentina música se perdía en la llanura de los campos de centeno. Yo os
bendigo, sed honrados y lo metían luego en ataúdes forrados de brocatel. El
sacristán poniendo en juego su poderosa octava empezó el responso. Alas negras,
solemnes letanías.
Fatigados
por el aburrimiento, el insomnio y la inactividad de una vida fantasmal, triple
papada, enfermera alta de perfil bizantino. Tiene un escribir fácil y un estilo
de cristal. No te rindas, lucha sin tregua, y lo decía sobre un bosque de
fusiles de asalto.
El camino
expedito hacia nuestro punto de destino reclamados en lealtad a la república
pudimos alcanzar el pueblo de san Rafael.
Consuelo es
de sabio haber dejado las cosas antes que ellas te dejen a ti. Saber perder, saber
dejar.
Los libros
dan tanto, tanto que no se les puede exigir, además, que den dinero. Gabriel
miró tenía los ojos limpios y su imagen esmerilada permanece en mi memoria. El
laberinto de los espejos poblados de fantasmas. Astrana Marín, hombre desarreglado
con corbata estrecha y verde pero descubrió todos los intríngulis literarios
del quijote. Se me van poniendo los ojos
de lechuza de tanto escribir, botillería y tupí, pero botillero es el que forra
las pelotas al pelotari. Repide, Pedro mata, Emilio Carrere. Iba a bailar a la
bombilla Azaña el señorito feo y misterioso. En disidencia abierta con el sol
de junio, cosas son estas de españoles, pasamos del no pasa nada a ver qué va a
pasar aquí. Nuestro pobre Madrid donde la alegría cuesta tanta tristeza.
A casanova
le intervienen los aduaneros su rapé y una edición en griego de la Iliada. Se
instala en una fonda y botillería de la c. La cruz, ese rey entrevisto en el
cuadro de las Meninas, una tarde de oros rotos. Entonces una hombre asesinado
era un acontecimiento tremendo. Las farolas de González ruano permanecen
encendidas día y noche, siempre ocultan un aquél fálico. Portier, ventana que
oculta una cortina. Avenida de los fantasmas y caballeros de la orden del
relente. Elegía de las farolas caídas,
popularizó a larra y a dolores armiño, lasaña, oreja de abad. Demofilia, sibila
lata o tiritona de la disidencia. Se suicidó una miércoles corvillo. La agonía
española, se quita de enmedio cuando empieza a ganar más dinero. El idioma que
habla un escritor ha de ser nítido y debiera entenderse en la c. La montera. La
conversación de dos españoles inteligentes son dos monólogos sin concesiones.
Juan bausa
volvió a beber. El corazón se la hacía cada vez mayor y la cabeza más pequeña,
llegó a casa alegre y más locuaz que de costumbre. En la casa me enmohezco,
salir del local dando tlaspis, le quedaba dinero y volvió a ver porque a la vez
que su ternura crecía también su sed. La ciudad de los negocios con su
fisonomía sin arboles. Todos los hombres eran sus hermanos, la vía layetana se
había convertido en antesala del cielo, siempre me consolaste y ahora cuanto
daño me hacen tus palabras, lo echan por borracho y reaccionario, no tuvo bausa
quien levantara la voz por él en medio de aquel entusiasmo justiciero, el
expediente fue llevado adelante por Ardireu lleno de celo, sin contemplaciones.
CAMÓN AZNAR AUTOR DE UNA GRAN NOVELA
SOBRE
LA VIDA EN ASTURIAS PASADO EL TERROR DEL AÑO MIL.
Por Antonio
Parra Galindo.
X
Cosa cierta
es que los seres humanos tenemos una querencia espiritual y afinidades
misteriosas que nos conducen por una vereda determinada, por unos derroteros
tan diversos e inextricables como pueden ser la transmigración de las almas, las
coincidencias en los paisajes, la comunión estética o la participación en unos
mismos afanes políticos. Hay que hablar de la polaridad, de la atracción de los
cuerpos pero también se da un irrefutable magnetismo entre las almas. Al entrar
aquí habría que explayarse en tratar todos esos vértices esotéricos que no
explican del todo pero que en cierta manera coadyuvan a vislumbrar algo del
misterio del cristianismo, la más verdadera de todas las creencias y la más
perfecta dentro del piélago de dioses falsos a los que la humanidad adoró
siempre.
Se nos
ofrece pues una metempsicosis intelectiva que nos instala en un grupo o en una
capilla específica, pero nuestros maestros, nuestros profesores marcan las
almas. Ellos fueron la antorcha que guía y su voz resuena en nosotros de por
vida porque los ecos de su voz no conseguirá extinguir la muerte.
Camón Aznar
fue profesor mío de Arte, recuerdo con fruición y embeleso aquellas clases en
la Facultad de Filosofía complutense de ladrillo rojo y de planta funcional en
los inicios de la década prodigiosa de los sesenta. El aula donde impartía
cátedra este aragonés con aires de despiste nacional daba vistas a la Sierra de
Guadarrama so un jardín de rosales y cedros y la diafanidad toda de Madrid
envolviendónos, cobija de amor y de sabiduría, esa luz cruda y entusiasmada,
aires cortantes de cuchillo, ese viento de Madrid que mata un hombre y no apaga
un candil que tanto miedo en el cuerpo le metía a Clarín al que hoy recuerdo a
los cien años de su muerte, se nos fue un día de Corpus de 1901, y un mal aire
que se le coló de rondón por la barriga, un mal aire de Madrid, acaso un
berrinche, se lo llevó a tumba en Oviedo una mañana en que cantaba el raitán en
su pomarada. También Clarín ha sido en literatura mi parangón. Su prosa calada
de belleza encuentra un eco en la de este aragonés transmontano y cuya
trayectoria vital tanto tiene que ver con Asturias.
Siempre que
bajo a San Martín poso en la tienda de mi amigo M. Méndez Vigo, el hábil
Manolín con sus manos que todo lo componen y cualquier artilugio reparan,
perito en amistad y sobre todo gran ingeniero del alma, que está frente por
frente de la casona que tenía Camón en ese valle de Luiña cuyos paisajes saltan
a sus páginas porque se enredaron en sus sueños porque también a él Asturias se
le coló de rondón en el alma con la magia indeleble del “culiebre” y quedó
prendido de la canción de los labios de una xana.
Es una casa
de planta moderna de tres pisos, galerías acristaladas. Palmera real da escolta
a su antojana y de estilo funcional.
Cupiera suponer que uno de los hombres que más sabían de arte románico y
mejor lo explicaron habitase una de aquellas casas blasonadas con portón y
estragal, balcones corridos, hastial de piedra que se dan tanto en el país, los que describieron nuestros clásicos
del XIX. Pero no; prefirió la modernidad y el confort indiano. Él era un hombre
austero y de costumbres sencillas, adusto en apariencia como su cara. Tenía un
rostro que de tan trágico resultaba lo puramente español y sus ojos delataban a
todas horas embeleso y pasmo. Dicen que uno continúa vivo hasta que le abandona
la capacidad de asombro, el espíritu de curiosidad y Camón hasta el último
huelgo la mantuvo consigo y nos la comunicaba. Su mirada bajo el arcosolio de
aquellas cejas tan pobladas y negras, palio de curiosidad y de asombro que se
asomaban cada día a un mirador cósmico, estaba siempre como huida pero atenta
siempre denotaba esa sorpresa del que descubre e investiga, pescador de belleza
en ubérrimos caladeros ocultos a la mayor parte de los mortales. Tenía el alma
de llama y las espaldas algo cargadas del hombre estudioso, luego cuando se le
trataba al viejo profesor larguirucho resultaba un hombre cordial, algo burlón,
daba gusto oirle contar chistes verdes y chascarrillos en la fabla de Aragón.
Se podía explicar al Greco mirando para el profesor Camón cuando acometía la
exégesis del pintor toledano escanciando imágenes con aquella voz rajada que él
tenía y tratando de asir lo inasible con aquellos dedos lardos como flecha apéndices
de sus manos enormes, casi de cantero medieval con que accionaba durante la
disertación. Algo estevado y con inclinación de hombros. Muchas horas sobre el
pretil de un códice asomado a esos ventanales panorámicos de los sueños que son
los libros. Nos parecía que el profesor se nos iba por las ramas y que siempre
parecía venir a clase con resaca como flotando entre las gasas de una gran
borrachera mística. Flotando. Eso. Al andar parecía que flotaba él tan
habituado a conversar con los ángeles de piedra y a extasiarse ante las
gárgolas habitando la región de los pináculos cósmicos. Sin embargo, conocía
muy bien la tierra que pisaba. El Camón íntimo no tenía nada que ver con el
Camón oficial, hermeneuta de los ángeles románicos, artista de la palabra, que
parecía recién caído de un guindo por sus aires despistados y geniales o
escapado de un códice cálamo en ristre.
Había en él
como resonancias magnéticas de un trasmundo inabarcable. Era uno de esos
hombres a los que encontramos por primera vez y su “cara nos suena” acaso de
haberla visto en una existencia anterior. Ese mesmerismo es el fautor del arte,
el que carga la turbina de la cultura puesto que la cultura se produce por
asociación de ideas y es la resultante de un proceso de bilocación. Dios existe
y Cristo está en la historia pero su santidad y su presencia es otra muy
diferente a como nos la presentan todos aquellos cuyo todo y único afán ha sido
apropiarse de su figura. No conviene darse muchos golpes de pecho ni exclamar
“Señor, Señor”. Los fariseos no entrarán en el reino de los cielos. En Camón yo
llegué a entrever la existencia de un Cristo que se acercaba a la noción
platónica de la divinidad. Todo lo de acá abajo es un calco imperfecto de la
perfección que está arriba. Pero como Dios no es unívoco y san Anselmo ya lo
definió utilizando un proceso silogístico de exclusión para adecuarlo a nuestra
capacidad precario, como lo que no es, ni mortal ni finito ni visible, etc.,
tampoco a Cristo hay que contemplarlo desde un ángulo unilateral. Por eso hay
un Christus “músicus”, un Christus “praedicator” y otro “praedicatus”, un
taumaturgo, un demiurgo y un reo, un resucitado y un perdedor, el de la
Ascensión y el de la bajada al sepulcro, un sembrador de parábolas que tuvo que
emplearse con el látigo contra la “raza de víboras” y otro que fue escupido y
azotado, un Cristo manso y un Cristo arquitecto y un Cristo poeta, y otro
profeta, pero todos estos conceptos siendo análogos no son idénticos como tampoco es unívoco ni
equívoco ni idéntico a fuer de universales la idea mariológica que viene a
concretar y completar la visión cristológica como dos ramas de un mismo árbol,
y para entender el arte y la teología hay que estar acostumbrado a moverse por
el ámbito de la exposición conjunta.
La edad media prefiere presentarnos al Mesías
como el gran triunfador, el Juez grande que se sienta en la silla de la
majestad mientras el barroco se inclina por el Varón de dolores pronosticado
por Isaías (otra versión diferente del mismo Dios real). La fe tiene sus lados
sombríos. Es una cosmogonía acercandonos a todos estos misterios de lo
trascendente de la gracia santificante. El arte en la medida que trata de
explicar esa tutela sin tregua de la divinidad sobre el hombre que le sirve de
refugio y amparo en su caminar a oscuras por el mundo de esta forma apoda y
acoda a la teología. La existencia humana viene a ser como una gran romería
jacobea del principio a final. Esta es la idea matriz de esta grandiosa
novelita del profesor Camón Aznar. En vida no fue tan famoso como insigne,
aunque debemos declarar aquí que eso del “famosus” tiene en lat. matiz de
deshonra (no van descaminados pues los que usan la palabra con tanto albedrío),
este medievalista de talla cuya obra poco conocida rinde homenaje al saber en
libertad. Personalidad fascinante algunos de sus artículos de ABC han de
considerarse de florilegio. Yo recuerdo aquella tercera del órgano monárquico -
nada tiene que ver con el monarquista de hoy-de la calle Serrano en el que
escribían mano a mano los Pérez de Ayala con los Azorín, los González Ruano con
los Pío Baroja o el Ortega de la última época. Firmas triunfales. Festines
auténticos de la literatura. La de Pepe Camón era una estrella con luz propia
en aquel firmamento de estrellas del que sólo nos quedan hoy postes de la luz y
jarrillas, mucha jácara y mucha paja debajo de nombres promocionados,
novelistas de designación reconducidos de lo negro a lo blanco, ha estallado la
bomba de mano de la vulgaridad, sus libros se nos caen de las manos de tan
políticamente correctos como van. La crítica los acoge con palmas de tango a
todos los “hit” y a todos los “must” que en tongo se deshebran pero hoy la
critica está reconducida y manipulada por amiguetes a los que las casas de
contratación de la cultura sobornan previamente. Como van de trapillo a la televisión a
comparecer ante el ratón de bibliotecas emblemático tránsfuga que mira por
encima de sus lentes de inquisidor y detrás del atril de diserto parece una
trinchera a punto de hacer fuego con una de avancarga y luego vaya y sonría con
cara de conejo. Pero estos son los toros que hoy hemos de lidiar en este coso.
No hay más cera de la que arde. Hay que escribir a cara de perro para hacerle
una higa a ese carajo esperpéntico de lo “deja vu”.
Un crítico
era Clarín y un crítico como Dios manda era don José Camón Aznar. Prosaba con
magnificencia y maneras elegantes de cardenal renacentista, manaba su palabra
por aquel chorro de voz baturra y que luego se transformaba en melodía cuyos
ecos acariciaban los arcos formeros de un empino de bóveda de cañón. La
impostaba porque había algo en su persona de hierático perfil sedente, la
majestad del pantocrátor. Nadie ha
explicado el misterio del arte de Jaca en sus boceles, impostas, lucernarios,
balistarios, ese mundo fantástico de los bestiarios cincelados sobre la piedra
fabulosa con tanta solercia y cacumen como él. Era un especialista inter alia
en códices medievales. Los beatos iluminados del arte asturiano nos van a
llevar al arte románico que surge como una agradecimiento arborescente hacia la
persona de Cristo cuando pasa el terror del milenario. Contrariamente a lo que
se ha venido diciendo los capiteles románicos con sus endriagos y harpías,
hipogrifos y dragones alados, reflejan ese amor a la vida en el reencuentro con
la naturaleza.
X
Hay que
retrotraerse a la mentalidad del año mil.
Camón era un especialista en el siglo XI. El pavor del milenio
igualitario lo refleja en una de las más grandes novelas cortas que se han
escrito en los últimos lustros En la cárcel del Espíritu. Es la historia
de un monje bávaro que como expiación de un pecado cometido cuya evolución de
psicológico refleja el autor con pluma digna de Dostoievski - es un pecado
contra la fe, la caída en la sima de la desesperación, la gran aliada de
Satanás para penetrar en el corazón de aquellos a los que quiere perder,
desesperación que define por otra parte a nuestra época- se embarca en una
peregrinación hacia Compostela. No llega a su punto de destino. Fray Lázaro
viene a morir en un albergue u hospital de peregrinos en Soto de Luiña y que
todavía sigue funcionando. Miguel Ángel,
el del bar de la plaza al que llaman el diácono, sigue examinando credenciales
y estampillando avales a los que pernoctan en el refugio con el mismo rigor y
sentido de la hospitalidad cristiana con que lo hacían aquellos ostiarios de
las posadas del Camino Francés.
El autor
parece que tiene delante el hermoso paisaje de las Luiñas a la hora de escribir
el libro; en los primeros párrafos habla de un “lugar en la llanura, rodeado de
bosques y ceñido por la curva de un río” y trata de reflejar sin entrar en
detalle cómo era la vida de un benedictino (¿Benitos o monjes blancos? Los
benedictinos hacían vida comunal mientras los bernardos dormían en crujías o
dormitorios corridos. Es el único anacronismo que encuentro en la obra, error
mínimo).
He aquí una
sala hipóstila. Los lechos eran esteras, el refectorio alargado con el púlpito
empotrado en el muro. Mística y casta serenidad trasminan las páginas de “En la
cárcel del espíritu”. Es un viaje a un claustro donde el tiempo se amansa y
donde vemos a los pendolistas de bruces sobre el pupitre del manuscrito en el
que laboran con un pincel en la mano “que cae sobre el pergamino con la levedad
del copo de nieve”. Describe la sala capitular siempre resonante de discursos y
la iglesia como un trasunto de un cielo humano y dialéctico con arcos que son
como respiro de los espacios y pinturas que concretan los pensamientos
inmutables. Es un lugar habitado por monjes descarnados de grandes ojos
redondos que ocupan un espacio pero que no habitan en el tiempo, esqueletos de
ideaciones apocalípticas. Cada vez que el sol enrojecía las gentes iban a
encontrar refugio a los montes porque detrás de la sombra se percibía la
silueta del dragón, observa el escritor corroborando al propio tiempo lo
siguiente:
“En la
crisis milenaria hasta las iglesias se vaciaron. cada hombre arrastraba con su
sombra su sepultura. En los monasterios sólo se leía un libro el del
apocalipsis y la preocupación de los comentaristas consistía en adatar a su
tiempo las páginas descomunales del libro”
Este
párrafo tiene hoy plena vigencia porque otro terror del milenario es el que
acabamos de vivir o estemos acaso viviendo. Camón, que se nos muestra como
eximio novelista, topógrafo del sentir y del latir de una época, describe a
estos frailes que escribían e iluminaban y que parecían mojar el cálamo en
llama y salían del minio colores que eran como “la cresta de un incendio”, “ojos
cuya redondez era la del mundo abiertos con el espanto del que ha visto morir
al universo. Sus túnicas se doblan con las mismas curvas contraídas de las
hojas secas al quemarse”. Al redactar estos magníficos párrafos parece que
tiene delante la talla de madera del Salvador que se venera en la catedral de
Oviedo mostrando la majestuosa traza de un atlante que se yergue ante la
amenaza apocalíptica y empuña como un cetro de paz la esfera armilar.
Pero el
peligro ha pasado ya, los curas volvían a aprender latín y las tierras a
labrarse, los antiguos manuscritos a ser copiados. “La pánica alegría de aquel
momento se convirtió en gratitud hacia la divinidad. Un inmenso amor de
redondez panteísta hacia la naturaleza y hacia Dios impulsaba catedrales y
cosechas”. Se vivieron años en definitiva de exaltación edénica. Lícito es preguntarse si a pesar de todos los
pesimismos no estaremos abocados a una de esas grandes épocas de la humanidad
cuando acabamos de doblar el cabo de los terrores milenaristas con todo Nostradamus
a cuestas, las profecías de Malaquías y las predicciones de todos los
estrelleros y magos de la New Age que hemos dejado atrás. El mundo, concluye
Camón, volvió a ser de nuevo un paraíso sin serpiente. ¿Se aleja también ahora
la tempestad? ¿ O los horrores que describe Juan- “tomó al dragón, la serpiente
antigua, que es el diablo, Satanás, y la encadenó mil años. Cuando hubieren
acabado los mil años será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar a
las naciones”Ap.20-7-8- pertenecen al hic et nunc de nuestra sangrienta
actualidad? El estado emocional del mundo se parece bastante al de aquel
entonces. La clepsidra implacable marca la hora global: tiempo de la Segunda
Venida. Hace mil años los monjes de las iglesias asturianas le aguardaban encerrados
en una celda construida en lo más alto del templo, en el sobrado mismo a la que
se accedía por una tortuosa escalera de caracol.
y a veces
por una cuerda como entre los eremitas de la Tebaida, el monte Athos o entre
los coptos. Para bajar había que descolgarse de una cesta. La contemplación por
aquel entonces demandaba estas truculencias del Estilita encaramado en su
columna para no contaminarse, torres de marfil penitenciales. En Santullano y
en Santianes parece ser que quedan restos de estas cámaras anacoréticas. Era el éxtasis del vigía que escudriñaba el
horizonte desde el campanario pero el Cordero tardaba en llegar. Oteaba desde
las techumbres el monje pero el Amado se hacía de esperar. A la sazón puede que
esta guardia se monte desde las páginas web, aunque no hay constancia pero es
suposición plena. Los cistercienses de ahora tienen turbios los ojos a causa
del pervigilio doblado el raquis, difícil será encontrar a un contemplativo
rectas las espaldas. La guardia sigue en sus diferentes relevos y parece que
Dios continúa hablándonos desde el silencio. Hay quien hace la escucha
siguiendo su rastro desde la garita iluminada. Abajo se condensan las sombras,
los fantasmas nocturnos.
Sabemos que
el protagonista era vástago segundón del señor de Klamheim con feudo sobre el
castillo de Toeltz. Siguiendo la costumbre de la época sobre la primogenitura
ingresó en la abadía. Allí fue feliz fray Lázaro hasta que el diablo vino a
visitarlo atosigandolo con el dogal de la duda y la desesperación. Sus años de
noviciado tuvieron ese carisma de la ondulación y melisma del canto llano. El
cuerpo de los monjes está hecho para la liturgia, la melodía monódica que
recorre las bóvedas con la elegancia del cisne en el estanque. El templo
románico se convertía en un lago de beatitud donde hasta la estructura
hipóstila desempeñaba una función de alabanza a Dios a través de la voz humana.
Era un discurrir placentero por el perfil de los días y el turno de las
estaciones materia y forma conjuntadas y sin diferencias entre el alma y el
cuerpo. La vida monástica es una búsqueda de armonía y un anhelo de
contemplación.
Era el
cristianismo total a la sombra del Pantocrátor de la mandorla mística antes de
la llegada de la peste franciscana, el principio del fin, el primer conato de
reforma religiosa que iba a desembocar en las demasías de las guerras de
religión. Era entonces cuando Roma no tenía tanta importancia pero la
cristiandad era más católica, más universal y más libre. Los ojos se entornaban
hacia Jerusalén. “No había fronteras en la fe ni en los pueblos, ni
nacionalismos montaraces, ni cismas ni herejías”. Por eso viene a concluir el
autor: estos siglos que van desde el terror milenarista marcan el triunfo
verdadero de Cristo. Algo que en la historia no se ha vuelto a repetir. Todos los que amamos a la grandeza de la
Iglesia verdadera tendremos que suscribir esta hipótesis que Camón aquí
describe maravillosamente. Los tímpanos románicos expresan asimismo esa idea
célica del paraíso impersonal y cósmico, un empeño que sólo fue posible
mediante el rescate de la sangre de Cristo. Es la ideación pura, el concepto
teológico en carne viva lejos de las vivencias personales. El creyente sentía
partícipe de una empresa total. A Dios no se le puede ver, tampoco se le puede
nombrar. Es lo absoluto e incognoscible. Sin embargo, los que se acercan al
arca santa de tapas nieladas, ese cofre de salvación de la fe en español, a
contemplar esos ojos que acechan y
perdonan, ojos del mundo redondos y opacos y esa sonrisa de la talla tan dulce
como tosca o se prosternan ante el Pórtico de la Gloria consiguen una visión de
ese reino futuro que aguarda a los que perseveran siquiera sea a través del ojo
de cerradura que abren las arcadas románicas.
El autor va
explicando el proceso con acuidad y pluma veloz a través de una prosa en el que
el castellano recobra todos los honores de lengua espiritual apta para hablar
con Dios y entusiasmarse ante los deliquios de la Virgen María. Entusiasmo es
un endiosamiento y sin entusiasmo no puede haber cristianismo ni tampoco buena
literatura. Es algo que sólo puede comunicar Dios a través de sus criaturas. Es
privilegio del todo no de la parte y es ahí donde fallan algunos de los
novelistas de aluvión el colmillo retorcido o que andan de medio lado que escriben
en la España de nuestros días sino del todo. Por eso no lucen aunque traten de
encandilarnos con sus mejores galas. Para sentar plaza de novelista o de
crítico lo que hay que hacer es estar contra lo de entonces. Este sino de los
tiempos nos recuerda a las plagas de Egipto y no queremos esta vez dar nombres.
Demasiado revanchismo. Respiran por la herida. La cicatriz de la derrota les
sigue superando de ahí que sus libros nos hagan recordar a verdaderos manaderos
de pus.
En el
estilo de Camón Aznar pasa lo contrario. Es una novela de tesis que prende
desde el principio. Además, es uno de los cantos más bellos a la mujer que
hayan podido escribirse desde la duda y desde los dolores. Lázaro viene a
coincidir con el dictamen del protagonista del Nombre de la Rosa que de
la misma manera devino en monje giróvago: los momentos de felicidad mayor no
fueron los del convento ni los del éxtasis místico sino la noche que pasó en
compañía de aquella muchacha a la que llegó a conocer casualmente. La crisis religiosa que padece hasta su
exclaustración y la posterior condena abacial a hacer la ruta jacobea que en
muchos casos equivalía a la pena de muerte porque el viaje estaba cargado de
peligros y bajo la amenaza del hambre, la peste y los lobos, es una preparación
del camino para explicar su estado de ánimo.
X
El
detonante de la crisis viene dado por una experiencia con la que no contaba: la
muerte del maestro de novicios. La visión de su cadáver convulso y desesperado
le hace reaccionar. El preceptor había practicado la virtud desde que profesó y
seguido a rajatabla las constituciones de san Benito pero en el postrer
momento, el definitivo, tuvo un instante de debilidad, resbaló en la duda presa
de terrores incomprensibles que le acercan a la boca del abismo. La
desesperación es un sentimiento específicamente satánico. Esa tentación a punto
de expirar cuando más aprieta el diablo la tuvieron muchos santos. No hay nada
más allá, el cielo está vacío; ese viene a ser el argumento. Todos los seres de
la creación tienen un destino trágico, juegan la baza con las cartas marcadas,
de lo que se colige: procede disfrutar aquí todo lo que se pueda porque si no
hay otra vida todo estará permitido en ésta.
San Pablo
fue acometido muy recio por los espasmos de esta duda pero la venció y fue
arrebatado al séptimo cielo del que bajó diciendo que ni el ojo vio ni el oído
oyó lo que es aquello pero la serpiente antigua se atrevió a plantearle cara al
Apóstol de las Gentes. Le llamó exaltado y lunático utilizando como argumento
su gota coral. Parece ser que Saulo se cayó del caballo en un arrebato
epiléptico.
Es una interrogante que parte las carnes de
muchos creyentes y pasa agitándose por los cielos de la historia. Algunos la llaman
el silencio de Dios. No todos tuvieron el privilegio de ser arrebatados como
Pablo de Tarso a las alturas. Porque vio creyó y esta fe le hace increpar con
la vehemencia que le caracteriza a la muerte preguntando dónde estaba su
victoria y proclamar incluso “culpa feliz” al pecado de Adán factor
desencadenante de la redención. Pero hay que insistir que no todos gozan del
carisma de la claridad de la trasverberación que arranca las nieblas del error
de sus intelectos.
El orante
se ofrecen en oblación y ha de cargar con los delitos y lapsos de los otros. A
veces la cruz resulta demasiado pesada y viene la duda del sepulcro vacío. He
aquí a Lázaro de Kleimheim copista y
amanuense de los libros santos en un monasterio de Alemania sumido en el
laberinto. Siente que el cielo se le viene encima, gime y busca sin hallarla la
salida a la encrucijada. El tiempo de rezos y el duro trabajo caligráfico que
trazaba lineas y colores, rasgos, sobre los preciosos cantorales, no eran más
que un alivio pasajero. Cuando en las cortas vigilias antes de Maitines sobre
la estera o la yacija de paja que le sirve de lecho en la crujía hipóstila
vuelve el gusano a roer y la tentación por sus fueros. El cielo está vacío y
con la muerte estalla sobre nosotros la nada. Él no resucitó, los vendajes del
sepulcro no eran los suyos y el mito de la resurrección fue un montaje, la
fabricación de unas plañideras histéricas que estaban enamoradas físicamente
del Galileo. Todo es un invento, una inmensa fábula. Sus torturas y escrúpulos
únicamente encontraban una tregua mediante las manualidades de su absorbente
labor de miniaturista.
El proceso
está perfectamente descrito tanto como el ambiente de la época. La hambruna y
la mortandad de la peste van a ser otro emulsivo del entusiasmo con que arranca
la undécima centuria. La sociedad feudal hace crisis. La lucha por las
indulgencias y las disputas entre trono y altar por la preponderancia vuelven
más duro el panorama. Si existe un Padre Célico que ordena nuestros destinos y
todo lo dispone hacia el bien para que nos sintamos a gusto y no nos falte de
nada ¿por qué entonces permite el mal y la injusticia, el desamparo? El joven
benedictino se amarga la vida haciéndose una pregunta eterna. Él pensaba que
había un orden en el mundo pero mira alrededor y comprueba que vive cercado por
la desgracia y lo diabólico. Hay un desfase entre la idea y la materia. Zumba
sobre sus oídos el garrotazo amenazante de la entelequia. La vida del monje se
convierte así en una lucha contra la quimera.
“Los
hombres andaban como cadáveres a pie por los caminos y e las casas no salía
humo”. Esta imagen del hogar frío y la chimenea apagada, el jardín abandonado y
la casa cerrada acentúa la sensación angustiosa de ciudad desierta y de país
despoblado es de entidad apocalíptica porque nos remite a connotaciones de
castigo divino, de manipulación de la descendencia que es en definitiva un
atentado contra las fuerzas de la vida. Fue el pecado de Sodoma. La Asturias de
diez siglos atrás guarda cierta analogía con la de hoy con un crecimiento
demográfico cero atendiendo la llegada de la alfaida, la marea humana, de hordas en masa que van a constituir una
sociedad amorfa y desespañolizada y alóctona. Todas esas contingencias ya se
preparan.
Así fue al
despertar del medioevo cuando desde Escandinavia denominada entonces “oficina
gentium” se impulsaría la colonización masiva de Europa sobre las ruinas del
romano imperio. Los barbaros del norte llegaron en oleada y de forma
sorpresiva. Era una visita que nadie esperaba. Todo descorrimiento de pueblos
presenta unas connotaciones apocalípticas que hacen pensar en el castigo
bíblico. Lázaro de Kleimheim sentía sobre sus carnes esa presión.
Pero la
auténtica crisis de fe va a tener lugar coincidiendo con la llegada de un
fraile esquizofrénico, trasunto de Savonarola, al que su soberbia le sume en la
herejía, desde otro monasterio circunvecino a predicar una cuaresma. “De la
boca de Fray Martín no partían razonamientos sino rayos, nada de
adoctrinamientos sino anatemas. Hay en su persona un anticipo de Lutero puesto
que en el visitador se plasma la rebeldía diabólica, la cabeza engallada del
“non serviam”. Su presencia produce en las aguas tranquilas hasta entonces del
monasterio una conmoción. Acusa a los monjes de ser castos y crueles, de
predicar la caridad porque no se atreven con la justicia. Roma es el símbolo
del engaño, la mentira y la avaricia. Sus sermones atraen la ira de la
parroquia. Se le suspende a divinis pero recalcitrante en el error vuelve a
predicar contra las Indulgencias y es dilapidado por hereje al pie del altar
por la chusma airada. El hermano Lázaro contempla con horror aquel asesinato,
ve cómo el cadaver es arrastrado a las tinieblas exteriores para que se lo
coman los buitres. Era un blasfemo, un apóstata. Y aquí llegamos al nudo de la
trama de esta impresionante novela teocéntrica
en el que se denuncia a una sociedad hipócrita capaz de matar en nombre
de Dios y que se atreve a manchar sus manos de sangre porque alguien cuestiona
el libre albedrío, el derecho a pecar. La libertad humana es sacrosanta, la
propia divinidad la respeta. Por una vez lo infinito se doblega ante el
capricho de lo finito. La angustia y grito de fray Martín proyectan hacia el
cielo la angustia del hombre contemporáneo.
A un
escoliasta de la época no se le ocurriría explicar con tanta clarividencia e
interés el proceso psicológico, la dura prueba a la que es sometido este
religioso que vacila zarandeado por uno de los problemas más arduos: la
presencia del mal. Pronto vemos al protagonista sumido en la soledad del ángel
destronado. La Biblia lo recuerda: “Ay de los solos”. El sacrosanto refugio del
monasterio es perforado por esa duda caliginosa y a partir de ahí no va a ser
un espacio resonante de las notas de la himnodia gregoriana.
Los turíbulos no sahúman el perfume del incienso sino el humo fétido del
azufre al que acompañan las estentóreas carcajadas del ángel caído en su vagar
absoluto por los derroteros de la historia. Se ha perdido la inocencia del
Edén. El hombre vuelve a su condición de animalidad precedente al génesis, no
es más que una fiera que piensa, copula y traga, merodea y caza sin obediencia
a otras leyes que no sean los apetitos instintivos. O dicho de otra forma el
peso de la novela se apoya sobre el ominoso barrunto de la muerte de Dios. Pero
parafraseando a Nietzsche cuya entera obra son las exequias de la divinidad
fallecida, ¿existe Dios? ¿Y si no existe cómo podremos hablar de su muerte? ¿No
será la idea de la divinidad algo subjetivo, una especie de prolongación de
nuestro ego insaciable? El simio se puso derecho y anda ahora erecto,
evolucionó como evolucionará algún día su pensamiento hasta conquistas
insospechados hasta ser el mismo su propio dios en su proceso de adaptación. La
tentación de Babel otra vez bajo los planteamientos seductores de Darwin.
La
dilapidación del hereje hace que Lázaro, el puro, el incorruptible entibie su
fe desde la base de un razonamiento verosímil: no es lícito asesinar en nombre
de la divinidad pero esto fue precisamente lo que estuvo haciendo el ser humano
desde las cavernas a través de la práctica de un ritual supersticioso. A Dios
había que inventarlo puesto que daba coherencia al grupo porque nos reafirma en
lo que pretendemos, nos halaga el oído. De esta forma el concepto del ser
supremo pasa a ser algo subjetivo, puro maquillaje para nuestra vanidad
intelectiva. Un analgésico para el dolor que comporta el destino de los nacidos
para la muerte.
Lázaro
había pecado y el pecado es como la rotura de una armonía con el cosmos. Sin embargo,
la razón no es más que la tapa de los sepulcros. Un buen día reconoce su culpa
y va a caer de rodillas a los pies del abad con todo el monasterio reunido en
capitulo. En aquel entonces las penitencias eran públicas. El prelado no puede
absolverlo tratandose de tamaño pecado mortal, el de desesperación; es un
pecado contra el Espíritu. Lo envía de peregrinación a Santiago de Galicia. A
la sazón las autoinculpaciones se llevan a cabo ante el capítulo. Las
penitencias también eran públicas. Los pecados, distintos. De una magnitud más
solemne si cabe porque diferente era el concepto de cristiandad. Recordad a tal
respecto la Huida a Canosa. Todo un emperador prosternándose descalzo ante
Gregorio VII. Hasta que no estaba saldada la deuda con la iglesia o con los
hermanos, Dios no perdonaba. Era frecuente ver vestidos de saco en el ámbito de
las ciudades a los flagelantes clásicos. En realidad las peregrinaciones
empezaron a partir de esta noción de culpa que había que expiar mediante el
viaje iniciático. Los romeros cuando de personas consagradas se trataba
recibían de manos de su abad un bordón, unas veneras de concha y el clásico
petaso o sombrero de ala ancha que servía para protección de la intemperie y
también para ocultar el rostro. También recibían el ósculo de paz y treinta
dineros para el camino. Nada más.
X
No era consciente el Hermano Lázaro cuando se
despidió de sus compañeros que la hégira expiatoria que iba a comenzar le iba a
llevar más lejos de sus sospechas. Como primera medida tuvo que dejar morir a
su yo para empezar a vivir. Dejó de
pensar. El trajín de la andadura le deparaba el robustecimiento de sus miembros
corporales. El alma se purificaba. Tenía que aniquilarse y ser semilla que
después de caer en la tierra hará que fructifique la espiga. Alguna veces añora
la casa matriz y se acuerda de sus frailes con una vida tan reglamentada y tan
diferente de la azarosa que a él le persigue, añora los ritos y canta cuando
puede el oficio divino o dice misa en plena soledad porque partió con la
recomendación expresa de su superior de evitar las iglesias y los poblados. Sin
embargo, al llegar a Tarbes localidad de los Pirineos pide al obispo letras
dimisorias para poder consagrar la Eucaristía. No ha de olvidarse ese nombre.
Tarbes es la diócesis donde se produjeron las apariciones marianas de 1858 a
santa Bernardita Soubirous. Lourdes está
en pleno corazón de las peregrinaciones jacobeas. Aunque obtiene la facultad de
celebrar y concelebrar pronto olvida su condición de clérigo porque,
tramontados los puertos y habiendo dejado atrás el monasterio de San Pedro de
Sieresa, una serrana de un valle navarro lo recoge cuando estaba medio muerto y
lo lleva a su choza, le da de comer, le venda las heridas de los pies y, cuando
despierta escucha hablar en vasco: “gaixo ziñatan, orain zaunde” (enfermo
estabas antes, ahora bueno). Se inicia una bella historia de amor pastoral. El
protagonista vive los instantes más bellos de su existencia, conoce la
plenitud. Ni siquiera se acuerda de los votos arrastrado por su pasión pero un
día al salir a arar encuentra el cuerpo despedazado de un hombre por los lobos
la noche anterior. Le viene a las mentes el recuerdo de la palabra empeñada al
superior. Vence las lianas que le atan a aquel hermoso caserío rodeado de
fortísimos montes donde viven gentes sencillas en estado de gracia original
anterior al pecado del primer hombre y abandona la vida arcádica. La mujer le
sigue durante un trecho pero vuelve a abandonarla.
El cristianismo
que encuentra pasada la cordillera es una religión en estado de guerra. “España
vive-dice-sólo para vencer a los enemigos de la fe en franco contraste con la
mansedumbre y placidez del sur de Alemania. Aquí todo se extrema a punta de
lanza. Todo se radicaliza con ímpetu de ataque”. Tampoco el cristianismo es un
concepto unívoco. Nunca nos pondremos de acuerdo pero es así. Lo único que le
mantiene vivo es lo externo porque lo interno pertenece a algo tan sagrado como
es la conciencia y es allí en lo íntimo del alma donde Dios habla al ser
humano. Pero los ritos, las oraciones, las fiestas, la letanía, la tradición.
¡Si quitamos eso, en qué queda la fe! ¡En monsergas místicas! ¡En una
interpretación del Evangelio ad líbitum! Sólo un monje benito puede entender
que el catolicismo consiste en liturgia, en un constante recitar de oraciones
con arreglo a los ciclos estacionales. Porque la practica rutinaria de la regla
nos libra de nosotros mismos. Ora y labora. No te desesperes. Cumple la norma,
unéte a la tradición, pero si cambiamos la norma, si introducimos cambios en la
liturgia obtendremos una mutación de la esencia y llegaremos al síndrome del
templo vacío, a la macrocefalia jerárquica. Tenía que renunciar al amor pero al
igual que en el “Nombre de la Rosa” Lázaro reconoce que no hubo instantes más
suaves que los que le depararon sus nupcias con la serrana de Arán. Su recuerdo
le hace casi enloquecer. Sin embargo, tiene que empuñar su cayado y entonar
el “Ultreya” sin temor a los peligros de
la andadura iniciática. Otra vez se pone en ruta. El Salvador le acompaña. Para
expiar la culpa, caminar. Tenía psicología de huido y cruza cañadas,
desfiladeros. En algunas posadas vuelve a saludarle la tentación, traba
conversaciones con otros caminantes hacia Compostela. Unos perseveran, otros son seducidos por los
cantos de sirena, las mesoneras y mozas de partido, que ya entonces el
itinerario era ya la ruta de la sífilis, el chancro y las tabes, el perro de
san Roque, mal francés y camino francés, otros mueren en los lazaretos o quedan
sepultados en los cementerios de peregrinantes, otros mueren devorados por las
alimañas, se extravían, enloquecen, se dan al vino o mueren a mano de los
bandidos. ¡ Señor, Señor cuanto pecado, cuánta imperfección y cuánta defección!
El destino es la tumba.
Alfonso VII
el gran rey de Castilla, el repoblador, el que tanto amaba a Oviedo y a los
asturianos puso guardia de templarios en la ruta para proteger a los
transeúntes. El Hijo del Trueno Boanerges es el símbolo de ese cristianismo
prevenido en frontera.
que
encuentra el monje alemán pasado el fito de Navarra, era casi una fe
desconocida que acaba atrapándole, se emborracha, se enamora de España a través
de una moza vascuence. Hasta los sarrios y las cabras enarbolan el pendón de la
cruz frente a la media luna. Ha pasado el letargo del milenario y la
cristiandad empapada de vida quiere liberarse de las cadenas y de los yugos que
le uncen a las pechas y servidumbres del califa. Al grito de ultreya y del
“Dios lo quiere” de Pedro Ermitaño se llena de actividad, despierta de su
modorra y se embarca en la dudosa aventura de las Cruzadas, algo por lo cual
nuestra fe ha sido tan vapuleada por sus enemigos. Sin embargo, ahí tenemos a
Ariel Sharon una especie de Ricardo Corazón de León Judío y nadie le dice nada.
Fray Lázaro
había escuchado de labios de un francés que hacía la ruta de Compostela por la
parte más sañuda: la de la costa- curiosamente al remontar Oca dejando a un
lado Vascongadas que ya en aquel tiempo seguía sin estar romanizada y sin
cristianar- “el que va a Santiago y no visita al Salvador por honrar al criado
menoscaba al señor” y opta por el ramal de la derecha el que a través de Arbas
enfila la ruta de los antiguos monasterios mozárabes de las Monas o Nonas y
cruzando por Mieres desemboca en el Templo de la Transfiguración, verdadero
Tabor del arte ramirense y de la fe vieja. Queda prendado de las costumbres de
aquellos monjes asturianos que nada se parecen a los de Alemania. Para empezar
hacen vida eremítica y algunos viven encaramados en lo alto de una celda
incrustada entre las socarrenas de alguna peña tejada o en lo alto de una
iglesia prerrománica, aquellos templos de cuerpo tan chico pero de altos muros. Es así como opta por abrazar
la vida contemplativa en San Julián de los Prados. Es izado a lo alto de su
cobijo en una cesta. Desde allí ora al Criador y contempla ante un paisaje de
montes bellísimos que demuestra ser cierto el aserto del códice “In Asturum
conventu dedit Dominus montes fortissimos circuitui ejus et praesidit ex hoc,
nunc et in saeculorum saecula” (Dios escogió a la provincia de los astures a
los que protege mediante una cadena de montes fortísimos). El paisaje de
Asturias, santuario de España, tiene algo de sacramentos. Pero el pobre monje
tiene allí que ganar el cielo luchando con la tentación que se presenta unas
veces en forma de mujer como le ocurrió a san Jerónimo con la satiresa. Otras
quien golpea es el silencio de Dios o el desaliento. Hay pasajes en esta obra
tan bien llevados que hacen pensar en Tolstoi el cual de forma parecida
describe el proceso de la tentación del cenobita en el “Padre Sergio”. Las
fuerzas del bien y el mal se turnan. Ángel y diablo parecen confluir en una
batalla sin medida. Es el ritmo sonoro con sus impasses e intercadencias del
péndulo. La luz libra una cerrada y sórdida batalla con la oscuridad. Nadie
sabe de estas luchas interiores. Por toda la redolada ha cundido la fama de
santidad del fraile extranjero encaramado en su celda de estilita. Cuando
celebra misa los domingos y las fiestas de guardar el pueblo en masa es testigo
de sus trances y al final de aquellas misas largas que duraban casi tres horas
en el rito mozárabe algunos feligreses se acercan a tocar sus vestidos para
llevarse a casa un trozo del hábito, una hebra de su barba bermeja e hirsuta
como reliquia. Una noche de junio el valle resuena con el eco melancólico de
los cantos de ronda y el brillo lejano y seductor de las hogueras de san Juan,
el aguerrido grito del ijujú de la danza prima cerca de las quintanas. El Padre
Lázaro vuelve a sentir la llamada del siglo y sucumbe a la celada de la
tentación. Se escapa de su nido de oración y de penitencia en lo alto de san
Illán de los Prados por una cuerda y huye a favor de las sombras con la luna a
las espaldas. La vida de un peregrino es una huida hacia delante. Siente la llamada del deber. Tiene que
cumplir la penitencia impuesta por su abad. Le sonríe las estrellas como
lagrimas de cristal en la Vía Láctea. Ultreya. Ultreya. Le convoca la fuerza
del camino. Proaza con su torre quedó atrás y contempla Avilés reclinado en la
ría pero no se atreve a entrar. Escucha el sonido espectral de las Tablillas de
san Lázaro. Hay peste en el lugar. Siente las arremetidas de la fiebre, pasa la
barca de Muros de Nalón y al atardecer da vistas al Valle de las Luiñas que le
recibe con sus praderías y cuetos detrás del Monte de Santana, cruza el río
Uncín y llega al lazareto de Soto. Su estado de salud ha empeorado y es allí en
aquel hospital de pobres donde exhala el último suspiro después de haber
recibido la absolución de una abate francés también romero a la Ciudad del
Apóstol. El penitenciado no consigue cumplimentar su proyecto, pero Camón
observa que lo importante no es la meta. Es la vía lo de más. Los santos pueden
alcanzar la cima de la virtud heroica habiendose quedado a medias, siendo unos
perfectos desconocidos. En definitiva se hace camino al andar.
X
Es una de
las novelas psicológicas encastrada en una trama que nunca decae bien escrito y
mejor pergeñada que responde a un conocimiento histórico de la vida de las
ideas y de la sociedad visigótica recién iniciada la Reconquista que casi
entusiasma. Al profesor Camón se le conocía como crítico, especialista en el
Renacimiento pero su faceta de novelista y de dramaturgo pasaron
desapercibidas. Su cara era como la de un pergamino y su estilo de hombre
pacífico y modesto, aunque tuvimos entendido que fue anarquista cuando la
República, atraía como atrae un códice iluminado porque era el espejo en el
cual nos miraríamos de viejos, y es
cierto porque al contemplarme a mí mismo en el espejo veo que me parezco algo a
mi maestro cuando tenía mi edad. La vida me ha hecho rodar por sendas muy
parecidas a las del profesor de la Central.
He seguido la ruta de los entusiasmos y la de los libros hasta dar con mis
huesos en una de las hondonadas paisajÍsticamente más sublimes de la península
donde fue a morir Fray Lázaro el protagonista de “En la cárcel des espíritu”
¡Qué cosas!. Aquí la tierra nos puede ser más leve al cubrirnos con el manto de
eternidad. Tan risueña perspectiva hará seguramente llevadero el albergue porque es también las rutas que
llevan a la Luiñas lejanas donde yo quisiera descansar.
Siempre que paso por delante de la casona que
se encuentra a tiro de piedra de la tienda de Manolo Menéndez Vigo, contertulio
de mis parrafadas y que no sólo me arregla los pinchazos de la rueda de mi
bicicleta sino que me da clases de bable, el que hablan en Muros, aunque Manolo
provenga de Lugo, y detrás de la de Eloína, otra buena mujer de aquel lugar
entrañable, siento la melancolía por aquel tiempo que se fue, por los libros
que no se leyeron o de los que apenas hablan pero que son importantes. Solía
Camón viajar a su rinconada de este lugar en el concejo de Cudillero con harta
frecuencia. Una vez lo vi en Oviedo haciendo tiempo para tomar el tren de
Madrid acodado en uno de los veladores de la Mallorquina. Parecía un dios
vencido y un centinela a punto de relevo en su garita del Café Peñalba, quizá
recordaba a los muchos que cayeron. Era un día de lluvia y llevaba puesto uno
de aquellos impermeables de plexiglás a la moda de los sesenta “pluma d´oro”
anunciado por la tele de los primeros tiempos por Torre Bruno dando voz a un
personaje característico que llamaban “Topo Giggio”, con un gorro para la
cabeza. Tenía un aspecto de cansancio y le vi viejo ante una taza de café que
se había quedado frío. Acababa de enviudar y ya no había aquel entusiasmo en
aquella mirada de figura de arquivolta románica de los tiempos de la Facultad
sino la de un senescente abatido y sin curiosidad. Era por el verano del 77
aunque no recuerdo muy bien la fecha exacta. Al poco tiempo murió el profesor
Camón Aznar. Quiero con este artículo honrar la memoria de uno de mis maestros.
Fue uno de esos intelectuales que habiendo nacido a esta vertiente del Pajares
como Claudio Sánchez Albornoz, Ferrandis, Menéndez y Pidal, Alarcos, Azorín o
Gustavo Bueno han sentido esa fascinación ineluctable que infunde Asturias sobre
los espíritus. Los amantes de la letras
de los tiempos venideros tendrá que hacer justicia a estos prohombres del
pensamiento hoy olvidados o ninguneados. Ellos abrieron brecha e iluminaron la
paz del sendero.
Antonio Parra.
jueves, 7 de junio de 2001 (2:41 h.)
Villafranca
del Castillo a jueves, 7 de junio de 2001 (19:31 h.)
Amigo don
Arturo:
Tengo el
gusto de enviarle las fotos del domingo de palmas. Fue un día muy bonito.
Espero que sean de su agrado y que se haya restablecido de sus achaques.
En otro
orden de cosas, sintiendo una gran curiosidad por el Camino de Santiago, de
hecho, estoy escribiendo algo sobre el tema, al que daría cima si Dios me da
salud este verano, en mis pesquisas encontré un texto del profesor Camón Aznar
que me ha entusiasmado. Es uno de los pocos goces que les están reservados al
investigador.
Me tomo la licencia de remitirles lo que
pienso yo acerca de esta novelita corta del querido Camón EN LA CÁRCEL DEL
ESPÍRITU.
El
protagonista acaba sus días en el lazareto de ese lugar tan entrañable también
para mí.
Sería mi
deseo que las generaciones venideras supieran de la historia tal y conforme era
en el alto medievo. Esta obra de Camón debería estarse en los anaqueles de la
Biblioteca.
Yo me
encargaría de agenciarsela. No creo que valga más de dos mil pesetas.
Así que si
Dios quiere cuando vaya por ahí hablaremos.
Pero si le
vaga y tiene ocasión de leer esta glosa en que yo explico hermeneúticamente el
sentido de las cosas dentro del espíritu del siglo undécimo dígame qué le
parece. Este libro jacobeo al que me hace falta dar la última mano aborda la
cuestión casi desde el punto de vista del profesor Camón.
Ya tengo
ganas de volver al Rellayo y bajar a misa Soto. He vuelto a engordar. La
batalla con el tejido adiposo la doy por perdida pero mientras vayamos
tirando... Queden Vd.con Dios. Me
impresionó un detalle que me contó Miguel Ángel sobre su antecesor, el cual
sólo sabía decir en latín la Misa de Beata, y celebraba todos los días del año
con el introito del “Salve Sancta Parens” como el clérigo de Berceo. ¡Qué
primor!
Con afecto.
ARTE RAMIRENSE EN TIERRA SEGOVIA
La iglesia
de san Gregorio en Fuentesoto de Fuentidueña apud Sacramenia está en un alcor.
Surge a medida que el viajero se acerca como una aparición cabalgando un somo
de laderas pardas donde destaca el lomo de algunas bodegas inhumadas taladrando
el perfil del monte. Es la que decíamos del Ara Vieja. Tierras de pan llevar.
También buen vino cosechero. Zona de castillos y monasterios aprovechando que
por esta demarcación fronteriza la orografía ofrecía refugios naturales, en
valles recónditos con cuevas en las vertientes. Hubo una Tebaida. Los cenobios
diseminados por las estribaciones del macizo de Somosierra atrajeron a muchos
orantes y clérigos que venían huyendo de la persecución sarracena cuando la
caída de Toledo. Los ermitorios andando el tiempo serían la base de los fundos
cistercienses de carácter militar contra aceifas y algaradas por sorpresa en
muchas partes.
Hay una
serie de rasgos que hacen sospechar de la influencia del prerrománico astur
concretamente en este templo de san Gregorio in excelsis, todo un resabio en
piedra del antiquísimo culto miguelino de raigambre bizantina. Nos recuerda en
cierta forma a San Miguel de Lillo. La traza es cuadrada y rectangular el
testero que refuerzan contrafuertes y sillares a hueso. Tiene toda esa solidez
áulica y esbeltez con que definía Menéndez Pidal al Arte Ovetense: alma grande
y cuerpo chico.
Se pueden
rastrear asimismo reminiscencia de esta factura o atavismo en el arte de
construir templos en algunos antiquísimas iglesias de Siria y Armenia donde se
aprecia la solidez de sus firmes junto a la gracia recoleta. El rito y la
liturgia eran similares, calco del bizantino con resabios ambrosianos, las
misas cantadas a base de trotarios con un canon esmaltado de invocaciones en
griego y en latín, y epíclesis o llamamiento trinitario sobre las especies “en
conmemoración de la Cena, más que consagración efectiva, por neta influencia de
los monofisismo arriano, tan extendido entre las cristiandades visigóticas
hasta Leovigildo.
Sin embargo, los diseñadores tenían problemas
a la hora de voltear las bóvedas y no encuentran el camino de las techumbres de
cañón a base de arcos perpiaños. Eso vendría con el románico. Así que muchos
techos se desploman por la impericia de los constructores.
El de la
nave central y la tribuna del antiguo templo parroquias de Fuentesoto, hoy
transformado en camposanto y sus farallones remanentes aprovechados para nichos
y enterramientos, cayó, o puede que la iglesia se quedara a medio hacer a causa
de una de las habituales correrías de Almanzor, como demuestran las adarajas en
el arranque del ala del presbiterio. O hubo un derrumbe o los albañiles
tuvieron que liar los bártulos porque los moros venían zumbando.
No así la parte del cabecero que exhibe su
ojiva adosada a la espadaña. Quedan adherencias y desconchados en el techo de
algunas pinturas al temple. Las iglesias asturianas estuvieron adornadas con
murales policromos que las hacían rutilantes y acogedoras casas de oración. Al
lado del evangelio se abre el tiro de una escalera de caracol con los peldaños
muy gastados -impresionante detalle- por la que se trepaba hasta la torre. Más
de ocho siglos subiendo y bajando por este vano de exiguas proporciones para
tocar las campanas determinaron los horadados de la escalinata cuyos
tranquillos gastados por las pisadas ofrecen una superficie alabeada, comba de
los siglos. Asimismo, lo exiguo del vano hace suponer que nuestros antepasados
tenían inferior envergadura que los mozos de hoy puesto que no había hecho acto
de presencia la “generación del yogur”. Es una constante que se detecta en
todas las excavaciones arqueológicas el porte inferior del español medieval con
respecto al de nuestros días. Claro que con su descomunal fémur el esqueleto
gigantesco de Sancho el Fuerte de Navarra, hombre de estatura aventajada que
pudo sobrepasar a lo que mide hoy un pívot de baloncesto, es excepción que confirma
esta regla.
Parece ser que el monumento fue arrasado por
los soldados Murat en una expedición de castigo contra este lugar que había
dado cobijo a Juan Martín el Empecinado. Sin embargo, el torreón campanero
quedó indemne y señero desafiando a los cierzos y ventiscas y las lluvias de
los siglos. Nos observa desde la cumbre con los ojos vacíos, como cuévanos por
donde se asoma todo el cielo de estos riscos, de sus ventanas sin campanas ya.
La traza
cuadrada y los contrafuertes adosados al muro cimienta la sospecha de su
filiación asturiana en esta tierra de frontera, antemural de contención a la
presión agarena desde el sur antes de la aparición de Castilla como tal, la de
Ferrán González, y con suerte alterna los territorios enmarcados en los arribes
del Duero pagaban pechas al rey de León o al califa. Las tornas cambiaban sin
interrupción en ese batallar constante en una guerra sin cuartel de sangre y
suelo; por las vegas, por las casas, por las dehesas, por las obradas, por los
rebaños y hasta por las mujeres como demuestra el ignominioso tributo de las
Cien Doncellas[10].
Esta feroz pugna étnica se está repitiendo en Kosovo donde asistimos a los
episodios sangrientos de un Reconquista al revés. Es ahora a los cristianos a
los que les toca la peor parte y humillar la cerviz ante las presiones de la
Media Luna. Los intrusos arriban en oleadas sin que en apariencia exista una
mano de contención ni un poder que tapone la sangría hacia dentro que pueden
desembocar en verdadera hemorragia social en no tardando mucho. Antes bien, en
los medios de difusión pública, debe de ser una antigua táctica bélica que dice
que antes de asentar el golpe definitivo al enemigo hay que machacarlo con la
propaganda, parece existir una cierta fruición narrativa a la hora de anunciar
el goteo que no cesa. Estos juegan fuerte por lo que se ve. Van a por uvas como
se dice en argot taurino.
Con tales
estratagemas en curso lo que se ha conseguido es retraer Europa a un ambiente
que desconocía hace muchos siglos, y que sea verdad aquella frase del Mariscal
Göering que cuando escuchaba la palabra cultura se llevaba la mano al cinto. Si
sustituimos la cultura por la religión que al fin y al cabo son una misma cosa
veremos cómo nos cuadran las cuentas.
Yo he visto
tirar de pipa a judíos y a mahometanos, escupir y chillar presas de histeria al
escuchar hablar de Jesucristo. Mientras
los palestinos de Arafat llaman a la yihad las huestes del nuevo Josué israelí,
Ariel Sharon, parecen definitivamente a punto de embarcar a un revival del
espíritu de las Cruzadas en versión judía por recuperar la tierra prometida.
España fue
otrora también una suerte de paraíso de las tres religiones, cada una de ellas
pugnando por dominarla. Es el mensaje que proclaman las ruinas exaltadas de la
torre de san Gregorio. Nunca hubo un verdadero clima de conllevancia entre los
tres credos y sería una utopía pensar que hoy cuando reverdecen con más fuerza
los postulados, reivindicaciones, nostalgias y hasta un alarmante instinto de
desquite al que da pábulo un misterioso y oscuro aliento de discordia, más allá
de los comodines de libertad, democracia y carácter etno-centrífugo de
composición alóctona, un producto que algunos sectores nos tratan de vender a
toda prisa y que aducen como un hecho consumado. Esto hará que pronto o tarde
la marmita entre en ebullición.
X
San
Gregorio, iglesia-fortaleza en la cúspide, baluarte templario, refleja el
anhelo de defensa de una comunidad asediada. Preside la cima de un páramo donde
empiezan a escalonarse las tierras altas de la Pedriza que sirvieron de base a
los campamentos romanos (hay tres toponimias castreñas: Castro de Fuentidueña,
Castro Gimeno, Castro Sarracín)
Es justo
pues alargar la memoria hacia el pasado y añorar con nostalgia aquella batalla
de Clavijo en la que el buen rey asturiano Ramiro I exoneró a las cristiandades
de la Península Ibérica de la afrentosa gabela de las cien vírgenes. Era un
voto a la lujuria y a la salacidad de los monarcas nazaríes. La efigie de Santiago
cerró los cielos y España estampandose entre las nubes a lomo de un caballo
blanco. Desde entonces el busto y el perfil del Matamoros hoy tan minusvalorada
y arrinconada fue elemento de cohesión nacional pertenecen al patrimonio de la
historia sagrada de España a la que escupe,
escarnece y pisotea el enemigo [la muletilla que corean hoy los globales
con su furia y retorcimiento de mente de siempre es “dónde está vuestro
nacionalismo, bien por Cataluña, por Vascongadas, por Galicia, pero ¿ Castilla,
dónde te me has ido?”; y replican: “a echar la partida al bar de los viejos”],
nos la tienen en el Lithostros, nos la llevan presa su imagen coronada de
espinas con una caña por cetro y una manto de púrpura que se echaba a las
espaldas de los ajusticiados y de los locos, antes de ser nuestra nación
crucificada. Sus verdugos no hacen otra cosa que echar espumarajos por la boca.
Su baba nos salpica desde hace cinco siglos.
Ahora a Ariel Sharon, otro matamoros, nadie se
atreve a pararle los pies. Parece un fantasma fugado del sacomano de Clavijo en
versión sionista, claro está, sin que persona le llame al orden. Antes bien la
opinión internacional chicolea sus incursiones en territorio palestino y hasta
lo bailan el agua lo que demuestra que este tipo de zarabandas
interconfesionales se ganan alimentando la cadena de agravios y de venganzas,
importa dar pábulo al fuego sacro.
Sin
embargo, eso es harina de otro costal. Aquí lo que importa decir es que en el
875 en Clavijo empezó a liberarnos de las garras del infiel, por más que muchos
historiadores, aun los más sesudos y circunspectos hayan tratado de ponerlo en
duda.
Todos estos
valles cerrados de Castilla la Vieja cruzando el Duero testimonian aquel empeño
de los monarcas de León y de Oviedo por impulsar la tarea reconstrucción de
zonas devastadas. La tierra se llenó de torrecillas sagradas luciendo la cruz
griega como escudo y pararrayos de clemencia sobre la cofia que desafía a todas
las intemperies, adarga que arponea las brisas, cruz en lo alto, cruz de hierro.
El tañido del bronce volvió a convocar a las gentes huidas a las montañas. Sus
ecos perduran en los cuencos vacíos de los campanarios desmelenados tocando a
arrebato desde su silencio impresionante.
Para que los héroes de la estirpe resuciten y vayan a misa. Las ruinas
de San Gregorio son un símbolo que se alza en la raya de demarcación de ambas
Castillas, aunque en puridad Tierra Segovia cruzaba la sierra y se adentraba a
las avanzadas de la ladera de mediodía. Navalcarnero, Navafría y el Escorial
caían dentro de la jurisdicción del obispo de Segovia.
Hasta aquí
llegaban las mesnadas. Los pendones flamearon sobre estos cerros, ara y
guarnición al mismo tiempo, muro de contención contra las invasiones por el
sur. Las huestes astur-leonesas de Alfonso III el Magno clavaron las estacas de
sus campamentos, los vientos de sus tiendas, tramontando el cauce del Duero,
para sujetar al moro que presionaba desde el sur. En la vieja España avezada
durante nueve siglos a escuchar el toque de rebato la suspicacia hacia todo lo
que suene a benimerines o almohade la llevamos metida hasta los tuétanos. Claro
que los demiurgos del cacicato globalización, secundada por un sector
importante del alto clero durante más de diez lustros casi se han dedicado a
una labor de zapa intelectual, paciente e inteligentemente llevada, con el
deseo de aniquilar - ellos dicen
inculturizar como si se tratase de una especie de inoculación del virus
anticristiano- de la mente de los europeos esa noción de frontera en la defensa
de los valores eternos.
Aquí ya
digo andamos un poco curados de espanto y con la mosca en la oreja porque la
convocatoria de la yihad “Alá es grande” y “arrasa Arabia” se ha escuchado ya
unas cuantas veces por lo que todas esas mohatras de la sociedad multiétnica,
apátrida, “tolerante”, va a ser una ley del embudo que beneficiará en
detrimento de la catolicidad a los epígonos de Mahoma y de Moisés. La sinagoga
trata de vendernos la burra vieja, desempolvando a Voltaire, y a los
enciclopédicos, para proponernos un esquema de futuro pintado de color de rosa,
basado en una sociedad laica, confesionalmente neutra, étnicamente amorfa, sin
lábaros, sin procesiones, sin píxides ni campanas, pero con llamadas a la
oración por el almuédano desde el púlpito de la mezquita, y calabazadas del
rabino contra los sillares del templo y dejando encargos y notas a Dios en
forma de cartitas.
Aquellos
rudos mesnaderos del Cid mozárabe fueron un faro de fe y un ejemplo a seguir en
estos tiempos en cuarto menguante, tan descreídos. Por todos los rincones
resuena la carcajada estentórea del rival. Mediante loores, engaños, chantajes
- y yo lo digo en una novela con una frase del caló de los gúrus de la
ciudadela del dinero donde se cuecen las ollas de todos los pucherazos, los
bizarros lances de la porno-política, la compra de votos y de conciencia “ I´ll
buy you out”- el enemigo se ha colado intramuros y ya no hay quien lo eche. Son
hechos consumados. No cabe paso atrás, argumentan.
-Pues ahora
sí que estamos apañaos. Tanto rosario iluminado y tanta Virgen y ahora lo que
se comprueba era que el enemigo pretendía era eso: el coladero de la marcha
verde.
-Sí. Nos
están solmenando de firme.
-Ya
llegaron y han pasao.
-Nos
devuelven visita
-Otro
Guadalete.
Ante este
tipo de diálogos de la gente corriente que se escuchan ahora mismo en el
interior de muchas conciencias de españoles honrados o con la boca pequeña, uno
no puede menos de acordarse del ovante caballo blanco del Apóstol, ese que
vemos alzarse a la empinada en lo alto de un retablo de la catedral de Logroño
y con el suplicatorio especial del que era objeto por parte de los romeros en
tránsito hacia Compostela: “Herru Santiagu, Gott Santiagu, Ultreya. Iesuseya.
Desu, adjuva nos”.
X
El Duratón
es río truchero y cangrejero donde los haya (hasta que vinieron unos malignos y
echaron polvos al agua que envenenaron las frezadas) famoso por sus hoces
encajonadas. El cauce parece que se intercala sobre cañones profundos y entrega
hundido entre los riscos de roca calcárea formando en los afustes y paradas de
peña tajada escotaduras y socarrenas, hoy nido de buhardos o por donde el
aguila planea. Antaño estas anfractuosidades sirvieron de refugio gracias a los
afustes y desniveles del terraplén a los eremitas de las cristiandades del Al
Andaluz - reparen los etimólogos que Andalucía viene de vándalos, no es nombre,
por tanto, árabe sino godo, porque así designaban en el norte de áfrica a los
pueblos germánicos del sur) que venían huyendo de las sacas y persecuciones del
califato. Para practicar su fe tuvieron que subir a estas breñas, un
reclinatorio de oración donde el cielo parece quedar a menor distancia.
Hay tres
núcleos dentro del monacato mozárabe. El primero se aposentó en esta franja de
la umbría de Somosierra en una linea de enclaves anacoréticos que llegaba desde
Sepúlveda hasta Berlanga. Otro grupo era el del Valle de Silencio tierras
arriba del Bierzo y cuya cabeza de partido era Samos, donde se formaron Bermudo
el Diácono y Alfonso II el Casto, Sila, Mauregato. Siguiendo la tradición
carolingia, estos centros servían de acomodo al magisterio y a la enseñanza. De
allá imparte la cultura de los Beatos. Alcuino de York, maestro itinerante, da
señas de ellos y hasta es posible que impartiera clases en Samos el cual había
abierto sus puertas en el siglo séptimo. Encontraba su vértice en Mellid, el
punto de encuentro de los ejércitos asturianos y gallegos cuando iban a pelear
contra el moro.
Pero
existía un tercer eje y era una cadena que iba desde Astorga siguiendo la
calzada de Marco Aurelio hasta Pravia, Oviedo, Villaviciosa, dejando a sus
espaldas los nueve centros que desde Arbas del Puerto hasta Mieres del Camino
orlaban el paso del romeraje jacobeo durante toda la edad media con escala en Santa
Cristina de Lena.
Cistercienses
y Templarios se nota que aprovecharon su infraestructura, verdadero anillo de
oración, que aseguraba y protegía el camino jacobeo, para dar un carácter más
castrense y guerrero a estas apartadas colmenas de oración que agrupaban a
hombres y a mujeres sin distinción de género y donde el celibato por más que
estaba recomendado no entraba dentro de los planes de la regla donde las
preeminencias quedaban determinadas por el afán de estudio, la transmisión de
la cultura grecolatina y la lectura incesante de los evangeliarios, sobre todo
el libro más popular del nuevo testamento de entonces, el apocalipsis.
DEDOS LARGOS
Camara
enfocando a un hombre de más de cincuenta años, aunque aparenta más. Sin
embargo, hoy va bien vestido. Viene de comprar libros en la cuesta de Moyano
que ha metido en una bolsa amarilla. En una de las paradas sube su mujer que a
diferencia de Emeterio va muy engalanada y enjoyada a lo joven. Se parece a la
reina de Saba. Le cede un hueco en el asiento y comparten banco como
compartieron tantas cosas en la vida y tantos sueños que se están viniendo
abajo. Le echa la bronca:
-Esa
corbata no hace juego con el traje y la bolsa es muy cutre.
-Vaya por
Dios.
-Siempre
vas hecho un adefesio.
Tantos
jarros de agua fría no parecen hacerle mella a Emeterio. Ya está acostumbrado a
tales incriminaciones de la parienta bajo las cuales se palpa el desamor. A
veces piensa que su esposa es una desconocida y tales razones le han llevado al
desaliento del alcohol. Cuando se habla
de violencia de género y de malos tratos a mujeres nadie hace ni la menor
referencia a los vejámenes contra el cabeza de familia. El hecho está muy en
boga pero los medios de comunicación lo obvian.
-Es que no
me di cuenta.
Trata de
disminuir importancia al hecho pero a él tan susceptible se le ha amargado el
día. Venía contento pero Adriana que no comparte su gusto por la literatura ni
por casi nada le ha sentado las costuras a su optimismo de esta mañana de
primavera. “Si volviera a nacer-piensa- no casaría con mujer brava, ni
española, ni funcionaria, que parece que les rebozaron en pica- pica”.
Sin
embargo, a estas alturas ya es demasiado tarde. Hace propósito de enmendar la plana.
Sacar el bolso de piel.
Esta
decisión le va a traer muy mala suerte como se verá. Su mujer aparte de hacerle
un desgraciado le había dado mal fario. ¿Qué será que algunas hembras destruyen
al hombre?
Ambos
callan aunque para su capote, mientras el autobús sigue pegando tumbos por las
calles sin nombre de la urbanización y destruyendo amortiguadores por los
montículos y badenes reductores de velocidad que han colocado en la
urbanización. Emeterio parece que en vez de regresar al hogar adonde llega es a
una trinchera o a la mazmorra de una cárcel.
Eso sí bien ventilada y con la nevera llena. Ha engordado de la bulimia
que le causa su destructora esposa. Se siente cansado. Es mayo y Baco con sus
ínfulas deletéreas está llamando a la puerta con las insinuaciones a la huida
en las haldas traicioneras del tintorro. Piensa que su vida destrozada vale
poco. El pre de los campos de la muerte acaso estuviera guisado con más cariño
que los guisos de Adriana que acaso le está envenenando poco a poco. Los malos tratos
y vejámenes que han encontrado un eco en la prole piensa que esconden el deseo
latente de un inicuo `plan secreto de exterminio. ¡Qué infeliz se siente y todo
por una cochina bolsa! Mañana llevaré esa de piel de cuero.
Transcurre
el día con el martirio de la televisión perchelera con su habitual bazofia de
programas sandios donde se hace trizas a la familia y los novelones cursis con
acento italiano que a Adriana tanto le gustan. Debe de ser porque es una
romántica o tiene un lío. ¿Por qué se arregla tanto? Ella sube y yo bajo,
porque así está escrito. Las mujeres tienen la sartén por el mango. Piensa huir
pero no tiene trabajo. Está suspendido de empleo, cobra un subsidio y esa
circunstancia determina el desprecio de su media naranja. Las mujeres no tienen
bandera, sólo se entusiasman con los vencedores. ¡Ah pécora! El mundo está del
revés, la cruz inversa, los valores que hicieron grande y significada a esta
cultura por los suelos.
Los
telediarios han estado vociferando todo el día el caso de un supuesto español-
no es español sino a medias- que se encuentra en el corredor de la muerte. ha
habido una campaña nacional que ha costado miles de duro para librar a este
malandrín que cometió doble asesinato de los ferodos de la silla eléctrica.
Insensata y vociferante campaña. Se está comiendo nuestros impuestos. La ola de
inmigrantes todo el lumpen del planeta de arribada a nuestras costas. Arzalluz
el padrino de eta parece el presidente de la nación a juzgar por la cobertura
informativa que recibe su persona en todos los telediarios. Se siente
angustiado, aplanado, ante el tropel de injusticia y el cúmulo de despropósitos
porque los anunciantes de la caja tonta sobre todo los bustos parlantes de voz
homologada que parecen haber ido a la misma peluquería y a un cirujano plástico
común para que les infle de silicona los morros y las tetas declaman el
estribillo de las desgracias nacionales con voz idéntica y com si nuestros
desastres no les afectara para nada, son marcianas recién aterrizadas de otro
planeta, hijas mías de mi vida pero de donde habéis salido, ¿por qué os
expresáis en esa voz homologada y os expresáis en ese tonillo? Emeterio las
considera a todas mujeres clónicas y pánfilas. Trata de pensar en otra cosa,
hablar, encontrar cariño, escribir pero ya no puede escribir, se baja a su
garita. Su hogar se ha convertido en un abrevadero de imágenes, en un duerno de
violencia. Y huye de estampida.
- Me voy
otra vez a Madrid.
Su mujer
nada objeta pensando que tal vez la no presencia de su incordio como llama al
marido le permitirá entregarse a sus aficiones ventaneras. Hay un jovencito en
la barriada que la enamora. Una vez la
pilló timandose con él y menudo número montó. Hasta tuvo que venir la guardia
civil.
Toma la
máquina de hacer fotos, la mete en una bolsa de piel no tan cutre como la que
traía a la venida y abandona la salita donde todos están repantigados viendo el
novelón lacrimógeno de sudacas con acento italiano. Una trama cursi y pobre que
sólo puede satisfacer a las porteras pero exigir más a su mujer sería como
pedir peras al olmo.
-A lo mejor
vuelvo tarde. Tengo que hacer algunas fotos.
Siente
dentro del alma una tremenda desolación interior. Está de un humor de perros.
La cámara
avista a Demetrio de nuevo en el autobús, que conduce el Verrugo uno de los
conductores más seguros pero más lentos de la empresa de transportes. El coche
va lleno de extranjeros, moros y sudamericanos. A nuestro personaje le entra
complejo de Doctor Livingston y se le acelera la adrenalina, le sube el azúcar
y el mal humor. En una de las paradas sube un matrimonio de peruanos. Entregan
al Verrugo un billete de diez mil pesetas.
-No tengo
cambio.
Pero los
recién subidos viajeros no dan muestras de apearse y se quedan parados en el
cancel de entrada. Pasan varios minutos. Hasta que al fin al chófer no le queda
otro remedio que encontrar el vuelto de la moneda hurgandose en los bolsillos.
Cuando arranca el vehículo otra vez ha transcurrido un cuarto de hora. Demetrio
se revuelva en su asiento pero no dice ni mú como también el común de los
pasajeros que aceptan la injusta situación con resignación pero los infractores
de la norma toman sitio triunfantes entre risas y una sonrisa de oreja a oreja.
Es lo que no puede soportar Emeterio pero se aguanta. Sin embargo, el Verrugo
va como muy nervioso y están a punto de chocarse con un camión en la carretera
de la Coruña. Es un buey mudo pero la procesión va por dentro. Hoy los
españoles hemos de aguantar carros y carretas, lo que nos echen. El miedo
guarda la viña y engendra mutismo, cinismo y un cierto resentimiento. Nadie
sabe se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Tiene que andar con rodeos y
eufemismos. Cataluña tierra de cogida. Aragón sin barras de libertad. Pamplona
sin cadenas y sin mejana. En Andalucía
nos queda el Rocío pero eso no es más que una fiesta pagana, con mucho
desplante y vuelos de lagarterana y el calañés de ala ancha. A Castilla le han
hecho la manicura a los leones rapantes de su emblema los áulicos que dicen ser
monárquicos pero no son otra cosa que monorquidos, en verdad, porque esto de la
patria no ha sido para nosotros sino cuestión de testículos. No hay garra ya. Al fin Emeterio opta por salir en defensa de
la justicia y del decoro.
-La próxima
vez cuando volváis a tomar el bus haced el favor de llevar lista la calderilla
y no hagáis esta faena al hombre.
Esta
advertencia a dos jovenzuelos no les parece de recibo. Ya está liada.
Los
chorlitos se quedan de piedra y sin decir nada. Acaba de entrar en ebullición
un volcán. Estos indios son de la raza cobriza, el pelo muy negro pero sin
accidentes ni curvas en la cintura, amazacotados, petizos, como tapones.
Pero un
joven se levanta y se enfrenta con Emeterio. Se han vuelto a enfrentar las dos
Españas. Estampa trágica. El padre y el hijo desenvainan los sables y apuntan
al corazón sus filos temblantes. La escena es de los aguafuertes de Goya. Se
recuerda que uno de los dos son excluyentes. Uno de los dos tendrá que morir
por la punta de la espada.
-Aquí se
paga como a uno le da la gana, tío fascista.
-Fascista
¿yo?
-Sí, tú.
-Eso no me
lo repites otra vez a la cara.
Se levanta
como un resorte Emeterio y se encara con el jovencito.
-Calmese.
Una mano
intervino e impidió que la cuestión no pasara de las amenazas y que no tuvieran
un atestado. Tras una larga serie de peripecias el ómnibus dio con sus hierros
y con las humanidades de carne y hueso del pasaje que llevaba dentro en el
Intercambiador de Moncloa. Aquella hora la terminal subter ranea parecía un
aduar y en las escaleras mecánicas para salir a la calle el personal ocupaba
los peldaños que les escupían hasta el vestíbulo y luego a la calle.
Los abetos
primeros del parque del oeste con sus elegantes ramas dejadas caer al desgaire
como brazos de un samurai le recordaban los tiempos de estudiante. Las idas y venidas con los apuntes bajo el
brazo. Este lugar de Madrid a la vera del arco de triunfo en cuya cúspide un
centurión romano conducía la cuadriga del saber le traía a la memoria pasajes
de victoria. Capas y banderas al viento. Las crines de la yegua de juventud que
desafía al rayo del ocaso.
Esta
nostalgia le puso en situación de la primera copa. Hay que ir a comer. Perderse
por los restaurantes chinos. Acabar en el comedor de Casa rodríguez cerca del
palacio de Santa Cruz. Hacer diplomacia de mantel con uno mismo. Un día es un
día. Había sacado de casa la cámara de fotos. ¿A quién quieres hacer reportaje?
Al mundo futuro. Esa mente fue testigo de los momentos importantes de tu vida.
-La
compraste en York. El óptico que te la vendió se llamaba Mr. Dixon.
-Buena
memoria tienes. Sí señor.
LA VIDA DEL HOMBRE Y EL
GURRIATO DE SAN PAULINO DE YORK
“ La vida
del hombre en su rápido por la existencia es un azaroso peregrinar - recordaba
san Paulino el monje al rey de Northumberland- semeja al vuelo azorado de un
gorrión que se extravía del bando y va a dar a un hall entre cuyos machones se
encarama buscando refugio; al cabo de unos cuantos revoloteos angustiosos
encuentra de nuevo la salida y desaparece para no volver más”.
Con esta
parábola consiguió que el monarca, que era refractario a aceptar el
cristianismo, recapitulase y aceptara las aguas del bautismo. Se bautizó Edwin
con toda su corte la noche de Navidad. Los bancales del río Ouse hicieron las
veces de río Jordán y al obispo y a todos los misioneros enviados desde Roma se
les cansaba la mano de derramar sobre las rudas testas de aquellos anglosajones
las aguas de salvación. Así empezó el cristianismo en Inglaterra en Eboracum,
la madre de todas las iglesias de las islas británicas. Evora Magna, la Roma
del norte, una visión mística de la ciudad de Dios, vaciada en el marfil de la
historia, túmulo celestial en medio de un paisaje de cañadas al amor de las
tierras planas de uno de los condados con más personalidad de Inglaterra.
La leyenda
piadosa, luego transformada y sujeta a múltiples versiones y conclusiones, la
vamos a encontrar esparcida por códices y cartularios durante la alta edad
media. Todos hemos oído contar durante los días retiro y ejercicios
espirituales de nuestra adolescencia el apólogo de aquel monje que salió a
pasear por la huerta de su convento. En dudas su ánimo hesitaba sobre la
literalidad del texto que acababa de cantar
a Maitines en el coro: “un día de Dios semeja a un soplo”. Pero el buen
religioso se aceptaba a aceptar tal versión. Un día es un día. Lo mismo aquí en
las antípodas, conjeturaba para su cogolla el tonsurado. No puede ser y dicese
que por sus escrúpulos el Señor lo probó. Cuando regresó a su celda no
reconocía las tapias de su monasterio, había cambiado el diseño arquitectónico,
ni los árboles ni los hombres eran los mismo; había otra torre y otro abad, ni
el hábito ni la forma de hablar que apenas entendía le parecieron igual. Y es
que habían pasado mil años. Dicen que la fuga de las horas con los estragos que
causa sirven a Dios de correctivo para punir la vanidad humana.
El resto de
sus días aquel fraile estuvo llorando su falta. Dios le había abierto los ojos
y como Tomás pudo meter el dedo en la llaga del costado y creyó, dejó de ser
perezoso y renitente en el cumplimiento de la Regla y fue más piadoso y
caritativo con los hermanos. Un día de Dios no semeja en nada al que nosotros
tasamos con nuestros propios cálculos. ¿Cómo poner al mismo nivel la habilidad
humana con la sabiduría infinita? Velay los misterios de lo que llaman los
teólogos economía de la salvación y es que los designios divinos son
inescrutables. La ruinas dilapidadas de los monumentos cistercienses, que a lo
largo de mi vida tanto encalabrinaron mi curiosidad, me sirvieron de receta para
acallar esta desazón. Yo estuve siempre encadenado a la forma de vida
contemplativa que fundara san Bernardo. Acaso mi pobre yo no sea más que una
reencarnación de uno de sus frailes blancos que purga las faltas cometidas por
inadvertencia o desidia a la observancia claustral y ando por el mundo añorando
aquel tiempo en medio de cánticos a la Virgen. Todo York y sus valles resulta
un tributo al espíritu cisterciense. Los hados me llevaron hasta sus muros
blancos. Era un viaje de ida y vuelta el que realizaba desde Sacramenia a
Eboramenia[i].
Tortuoso trayecto vital. Pero no era en busca de un hábito ni de un capelo sino
detrás de una mujer cuyos ojos iluminaron mis sueños de vivir una amor
indestructible.
De este
modo se inicia la andadura de la nación inglesa que se mantuvo acérrima e
incólume en la fe de Xto aun en medio de los embates de la Reforma y de la
Disolución Monástica hasta bien entrado el siglo XIX donde merced a las
intrigas de Benjamín Disraeli se va a convertir en emporio de otra civilización
pero ya no bajo el signo de Jesús sino en los brazos del templo masónico y la
sinagoga. El York de la Disolución Cenobítica, el de Taulero o el Inconformista
del metodismo de Wesley o el de la capilla fundamentada en la biblia a palo
seco nada tiene que ver al respecto. El mío cantaba en latin a capela sin
órganos clamorosos y tenía un cierta prevención hacia el hebreo. Los himnos del
“Prayer Book” con su clamoroso estruendo me dicen poco. Mi añoranza es por la
ciudad de los ciento treinta campanarios. Con sus cuarenta y dos parroquias y
sus setenta y tantos conventos. Albergo mi esperanza de que algún día vuelva a
renacer cuando el arzobispo Hutton que duerme el sueño de los justos en una de
las capillas de la pérgola con un libro caído de bruces sobre su barriga se
despierte de su modorra. O esa estatua de la diosa Higia que exorna el altar de
la Señora son una urna en la mano ceda el puesto usurpado a la Madre de Dios
cuya talla fue destruida por otro dignatario de la reforma, monseñor Holgate,
sólo para complacer la clastomanía de un Tudor.
Fue un
milagro la conversión de los contumaces “picti”[11].
La catedral de York es piedra angular de una iglesia que se codeó en prosapia
con Roma y Bizancio, con Avila, Tarragona, Hispalis, Toledo o Tours. En
Eboracum o York de romanos nació Constantino. Su madre Santa Elena, a la que la
iglesia universal debe la invención de la santa cruz, el culto a las reliquias
y la liturgia a la Majestad, era una bella eborense, hija de un centurión
romano que vivió una villa o quinta en una localidad que se denomina Wilberfoss
y en la cual tuve la dicha de residir nueve meses de luna de miel y también
luna de hiel porque ya en mi juventud empecé a probar las dulzuras y acedas de
esta religión que pone como condición sine qua el dolor, el sacrificio, la
abnegación.
York se
alza en los montes del recuerdo para mí como una pináculo excelso coronado de
alas de ángeles. A veces escucho entre el rumor de sus campanas el himno de las
letanías entonada por los coros durante toda la eternidad. Santo. Santo. Canto.
De aquellos impresionantes y privilegiados comienzos estriba la grandeza y el
atractivo de esta primera urbe a la que llegan todos los años multitud de
turistas y de peregrinos: la Jerusalén de Occidente. Todos los jerarcas que recibieron
el palium en esta sede primada eran considerados como patriarcas de todas las
Inglaterras, mientras que el arzobispo de Cantorbery es primado de Inglaterra
solamente.
Y tozamos
acá con una cuestión peliaguda que ha sido causa de guerras entre la Casa de
York y la de Lancaster. Cantorbery y York han pugnado a través de los siglos
por la eminencia. Sólo se puede llegar a una conclusión. Que la heptarquía del
sur ostenta la hegemonía política mientras que la relevancia de la norteña
guarda sesgo más espiritual.
Una fuerza
escondida e incoercible me atrajo un día hasta sus muros y al socaire de sus
murallas de arcilla blanca iluminadas en la noche como si fueran el fuerte
crenelado[ii]
de la Ciudad de Dios me arropo. El rumbo de mi estrella marcaba el septentrión.
Viajamos hacia el punto de origen, la casa de Helen la bella y el fulgor de la
cruz de Constantino en Puente Milvio. In hoc signo vinces. Este es un lugar
como para vivir la esencia del amor que es la fuerza de la institución creada
por Jesús. Hay una conexión insondable entre esta ciudad y los santos lugares.
La madre de Constantino mandó construir nada menos que más de mil templos en
Tierra Santa para conmemorar alguna circunstancia bíblica de interés o algún
paso de la vida y pasión de Jesús Nazareno. El nombre de esta mujer es muy a
tener en cuenta en los anales de la religión y si bien muchos de aquellos
templos mandados labrar por ella están arruinados y perdidos o convertidos en
cabellerizas o en mezquitas por los sarracenos queda su rasgo impresionante. Ella puso en marcha todo espíritu hacia la
Jerusalén de la que en York se perciben los ecos y que trascendió al mundo
caballeresco de las cruzadas.
Toda mi
existencia estuvo relacionada con “Helen” y la victoria de Puente Milvio es mi
batalla. El nombre de Helen da vueltas al laberinto de toda mi vida. York
aparece así ante la vista igual que un sueño. Es un sueño en el bosque
encantado de piedra. Ápice del gótico florido o estilo perpendicular hijo del
arte normando. Te emborrachas de cresterías al llegar. Su perfil tiene algo de
la cerveza robusta que sirven en Whitmawhatmogate donde se encuentra la tasca
más vieja del país un publicano que se dirige a la clientela con aires de
caballo percherón. “ I am a Yorkshire land”[iii].
Es una casa minúscula como la de los cuentos el hastial que se abomba y se
derrienga convexo hacia el exterior como si sus robustos estribos pintados de
negro atlantes de roble que sostienen los pisos asimétricos y salientes de un
equilibrio difícil pero cuya estabilidad desafía a la acción de los años no
pudiesen más. Dicen que en este tugurio fumaba Guy Fawkes, un nativo ilustre, y
fumaba su pipa mientras tramaba un complot para subvertir la monarquía. Después
de siete pintas un martes de septiembre tomó la decisión de pegarle fuego al
parlamento. Para hacer saltar al orgullo inglés. Guy era para mí el verdadero
epítome del eborense, pero todos se reían de mí cuando lo mencionaba, me
trataban de iluso.
-Entra en
la burbuja de los ensueños.
-Llego al
país de irás y no volverás. A la Inglaterra de los encantamientos.
-Tu vida
será una quijoterías
-Esta
ciudad tiene un alma señora y señera.
-Sí es un
castillo de marfil. Por cada una de sus siete puertas solo se deja paso a los
privilegiados. A los poetas, a los profetas. A todos los que en este mundo han
sido.
Todo aquí
está relacionado con la belleza en verdad os digo, sus torres y los paneles de
las ventanas geminadas rinden culto al dios de la armonía. Es como entrar en un
templo sagrado de noche y de pronto las flamas inundan los hacheros, se hace
candela y todos son lucernas. La ciudad es el marco perfecto para un auto
sacramental como aquellos que estuvieron celebrandose durante los normandos en
la “Fête Dieu”[iv].
Todo parece dispuesto como para empezar el rito de misa pontifical. Un eco de
antífonas pervade las calles. Quedan las codas de los himnos de resurrección.
Sí York es la ciudad de la resurrección. Su escolanía así como la escuela
catedralicia adjunta es una de las más antiguas de la cristiandad. Apellidos
augustos ocuparon su silla arzobispal y ciñeron su palio de lana virgen con
seis cruces negras desde san Egberto que fue el primer metropolita hasta el
actual Duncan. Muchos de ellos fueron elevados luego a la silla de Cantorbery
como Walter de Gray, Bowet que ocupó el cargo entre 1497 y 1523 y cuya estatua
funeraria sedente con un libro abierto en las manos embebido el personaje en la
lectura hace pensar al doncel de Sigüenza. Hay que distinguir esta estatua
yacente del lector ávido y aplicado de la del lector displicente y amodorrado
como es el caso del arzobispo Hutton que arrebujado en su capa pluvial parece
echarse la siesta. San Guillermo patrono
de la ciudad que fue canonizado pese a la recia disputa que tuvo con san Bernardo
de Claraval por cuestiones prelaticias. Murió en olor de santidad y sus
despojos expuestos a la veneración del pueblo durante una semana exhalaban un
ungüento odorífero que curaba las enfermedades y hacía otros milagros. Subió a
los altares por aclamación popular en 1153.
Luego habrá
que citar a san Cuthberto, a san Alberto templario en su día promovido a la
mitra de Jerusalén y fundador de la
orden del Carmelo[v]
así como san Juan de Beverley. Otros no tuvieron final tan incomible ni
murieron con la aureola en la mano. Fueron obispos armados en frontera
justicieros o rebeldes, señores de la guerra, según una expresión que está muy
de moda por las fechas corrientes, durante la guerra de las dos rosas. Un tal
Aldred en 1069 fue descuartizado a instancias de Guillermo el Emperador por
oponerse el obispo de canon irlandés a aceptar el rito romano que trajeron los
normandos. A Richard le Scrope, titular de la mitra orcina lo mandó asesinar
Enrique IV Plantagenet en 1405 muriendo el prelado al pie del altar lo mismo
que santo Tomás Beckett, aunque su fama no se desparramase tanto pero evidencia
el clima de recelo y de suspicacia que tuvo sumidos a la cristiandad la lucha
por la preponderancia entre trono y altar.
Tomás
Wolsey, el legado pontificio que había comunicado al rey de Inglaterra la bula
papal en virtud del cual se proclamaba a la corona como defensora de la fe de
Xto recibió en pago de su solicitud una mazmorra en una oscura prisión
eclesiástica de Leicester y después la visita del verdugo. Murió Wolsey
decapitado en abril de 1530. Había criticado la conducta sexual de Enrique
VIII, harto estragada como es sabido de todo.
Tales
intercadencias en el padrón de preconizados arzobispos hace pensar en la
variedad y muchas formas de la iglesia instituida por Jesús. Hay muchas
iglesias pero fundamentalmente dos: la de Pedro y la de Juan; una externa con
mucho aparato y otra interior que apela a la conciencia misma de los
bautizados, pero esta es otra cuestión que cae fuera de las competencias de
cualquier historiador que exprime y juzga
por lo que ve. Sólo la superficie (pleitos, casamientos desafortunados,
estupros, avaricia, guerras, sentencias y desdichas de varia condición).
Estaba
escrito que el ser humano sea hijo de sus pecados. Así, el báculo o “staff”
eborense pudo estar en manos indignos de la misma forma que el cayado romano y
el anillo y la quiroteca se ciñeron a dedos indignos simoníacos, tiránicos y a
veces personajes neutros de aluvión. Sólo tú eres santo, Señor. A la vista de
las impresionantes torres cuadradas de la catedral sentí deseos de arrodillarme y de rezar un
confiteor. No hay por qué escandalizarse. De todo hay en la viña del amo.
Buenos, malos, regulares, medianos y excelentes. Peccávimus[vi],
sí. Los hombres vienen y mal como las olas pero sólo tú permaneces. Somos
contingentes y aleatorios como el gorrión que vio posarse san Paulino sobre su
alero. De pronto desaparece para no volver más. Volaverunt[vii]. Ya no son.
Pero la grey sigue su marcha camino de no sabe bien de donde. ¿Hacia las praderas celestes? It is
the long march of everyman[viii]. La eclesiología, esto es Xto, es
lo esencias y lo accidental los individuos que ejercen el mandato del rebaño.
En York se materializa este pálpito de eternidad. El deseo de amor transformado
en piedra. Uno ante el espectáculo del gótico perpendicular se siente formar
parte del cuerpo místico.
Hay rangos
y jerarquías individuas pero dentro del conjunto o ámbito de lo total brota las calidad
singular de personas únicas e irrepetibles amadas de Dios desde toda la
eternidad. Y de esa invitación a lo total, a lo inalcanzable, nace esa
maravillosa utopía que alberga el cristianismo en sus entrañas, encina de Jetsé
de la cual brotan muchas ramas, el árbol que vio Habacuc en sus sueños que
junta lo negro en lo blanco, lo grande con lo pequeño y reúne en una misma
dirección a los cuatro puntos cardinales, coordina las treinta y dos
direcciones de la rosa de los vientos. En la cúspide, el Pantocrátor
bendiciendo a su rebaño con los dos dedos desplegados en gesto de majestad
solemne. El poder taumatúrgico.
El arte
gótico no es más que un abraxas, un campo de símbolos que abre las credencias
de un portal con vistas a un paisaje de coros y armonías donde el dolor y la
muerte no tendrán ya vigor ni cabimiento. Los briosos rosetones y ventaneros -
en la nave del transepto- se abre un inmenso óculo global que abarca el espacio
de una cancha de tenis todo él de cristal de grisalla. Los maestros de la
catedral de York muestran una pericia singular en teñir de colores mortecinos
el cristal, de la misma forma que el azul resalta en Chartres o León es la
cumbre de otro tipo de policromía más abrasadora. Y esta combinación de matices
abre perspectivas inefables. Colores que pueden decirse sólo del alma.
Los
británicos con el sentido práctico que dan a su piedad, la celebra “anglicana
pietas”, algo que sigue llamando la atención cuando atraviesas el cancel de
cualquier templo de las Islas, la gente reza con grave recogimiento, lo hacen
todo a su manera y por eso su religión es tan nacionalista. Hicieron la
revolución religiosa de Lutero imprimiendola un sello autóctono sin desceñirse
de la majestad litúrgica. Quitaron muchos santos de sus altares ciertamente
pero conservaron lo esencial del rito romano que se convierte en el Common
Prayer Book y los cabildos catedralicios fueron rigurosos en la guarda de sus
prebendas y derechos adquiridos. Por eso entre los anglicanos sigue habiendo
canónigos, precentores, sacristanes, deanes, archidiáconos, lectores,
magistrales, limosneros, ecónomos. El esplendor litúrgico trató de ser salvado
cambiando el latín por el ingles y sustituyendo la plegaria pro papa por la de
pro Regina, o pro Rege. El tesoro catedralicio excepto las tecas con los huesos
santos no sufrió grandes desperfectos. Siguieron guardadas en los cajones capas
pluviales y las dalmáticas de fimbrias de oro macizo, los pectorales de platas
con gemas de rubíes, los acetres y los hisopos. Ya se cargaron de esto los
tesoreros de ponerlos a buen recaudo cuando la chusma asaltó los templos.
Asimismo, la reluctancia que siempre hubo en esta sede a aceptar la primacía
cantauriense inclinó a York de parte de Roma durante el grave litigio de la
contrarreforma y en la zona pervivió incluso durante lo más crudo de las
persecuciones de Isabel de Inglaterra y de Cromwell un importante núcleo
católico renuente a abrazar el anglicanismo y de ese grupo de católicos nació
Guy Fawkes el conspirador de la Pólvora.
El oficio
divino guarda por lo tanto el rancio sabor de antaño. Incluso algunas
costumbres a las que ha renunciado el rito romano tras la puesta al día de las
normas del Vaticano II la sede de York las guarda como el besar la epacta al
final, la bendición con dos dedos, el deseo de paz que se hace con el portapaz.
Los incensamientos y los responsos casi son idénticos que en Segovia o en
Toledo. York sigue fiel a su primer compromiso y es católica a no poder más.
Hay una
tradición de maestros de capilla que se mantuvo incólume prácticamente desde el
siglo ocho. Los primeros cristianos supieron a través de Constantino que la fe
ha de entrar por el oído. Es palpito del corazón más que raciocinio. Aquella
tarde de otoño del 69 cuando llegué a las puertas de York me pareció tener como
una visión. El paisaje que contemplaba me estaba acercando a todo aquello en lo
cual soñé desde niño y de lo que guardaba una esperanza remota de que de alguna
forma se materializase en mi existencia. Estas corazonadas nunca fallan. La mía
se cumplió de alguna forma aunque mis imperfecciones y fallos determinaron que
no fueran acreedor de todo aquel designio. Algo en mí no estuvo a la altura.
¡Pobre pecador! Tampoco supe retener el amor que allí se me daba y de toda esa
culpa habré de dar cuenta un día a mi Criador.
El
cristianismo tiene un sentido formal de la belleza del que carece cualquier
otro credo. Es algo que sobrecoge y arrasa y no entronca con los subjetivo y
pietista sino que revierte a lo general, a lo total y eso se convierte al
trepar por los nervios de las bóvedas de las catedrales góticas como estas que
vieron mis ojos a los veinticinco años una tarde de amor al catolicismo. Estos
templos son el árbol y la mejor presea de su universalidad. Venía a empaparme
del rocío de un sabor viejo. El alma se anonada y sumerge y olvidandose de su
presente flota por las riberas del tiempo como tratando de regresar a sus
orígenes más simples. Entonces dejé columpiar todo mi ser sobre el brocal del
pozo de lo inefable. Sentí pues una importante moción mística, volviendo a
nacer. Me suspendí en los brazos del destino acatando su ligadura y sometiendo
mi voluntad a la suya. Evora Magna resplandecía como el altar de la
purificación.
Entré por
la puerta del oeste. me sobrecogió aquella solemnidad de la penumbra. El olor a
cera y a rezos pero allí no había viejas sino toda una ristra de banderas
colgando de las pechinas y laudas sepulcrales. La Desamortización había clavado
su huella y la austeridad y acendrada religiosidad del medievo entraba en
alianza con el aspecto patriótico ese sello nacionalista que dan los británicos
a sus relaciones con la divinidad y que heredaran los americanos hasta el
extremo de haber hecho del pendón colchonero de las estrellas y las barras
señuelo de una nueva religión.
Un
arzobispo Holgate ordenó meter el hacha al altar de la Señora tradicional en
las catedrales europeas donde el culto de hiperdulía tuvo rango descollante y
sustituyó una talla de la Virgen de orden bizantina por una joven semidesnuda
de buenas partes toda ella de alabastro junto a una urna cineraria que
representaba a la mitológica Higia patrona de la salud.
Allí estaban
las metopas y estandartes de muchos regimientos pues York es plaza fuerte y
campamento desde los romanos. Exvotos ganados contra el enemigo y muchas “Union
Jack” en sustitución del petaso de los obispos y arzobispos que cuelgan del
techo en otras catedrales como Toledo. Una placa conmemorativa rememoraba la
gesta de un hijo de la ciudad el capitán Oldfield muerto en combate en la
ciudad de Kandahar cuando todo su destacamento fue copado por los afganos. Esta
tumba me parece a mí que está hoy muy de actualidad cuando la que está cayendo
sobre aquel fiero país de afganos donde los federales buscan la cabeza de Ben
Laden y lo quieren vivo o muerto. Acaso los soldados británicos que han vuelto
allí a pelear este 2002 estén tratando de vengar la muerte de su camarada.
Un paseo
por la pérgola nos llevará a conclusiones interesantes. Siempre desde que era
niño he sentido inclinación por descifrar los epígrafes de las laudas
sepulcrales en los nichos catedralicios o en otros enterramientos eclesiásticos
porque allí se percibe la vanidad de las cosas del mundo. Por dentro la carne
se momifica y los huesos se vuelven polvo y por fuera queda el arte estampado
en las hieráticas figuras de mármol o jaspe. Algunos están tumbados. Otros
hacen que rezan. Otros parecen que se han echado un ratito a dar una cabezada
mientras suena la trompeta del juicio final que congregue a los mortales al
Valle tras el Torrente Cedrón en las afueras de Jerusalén en las estribaciones
del monte Olivete donde Cristo subió a los cielos.
Un arzobispo
carilleno y aspecto sonriente parece que duerme la siesta. En sus rasgos
aprecié atisbos de mí cuando fuese viejo. El escultor debía de conocer sus
costumbres y nos advierte que debió de ser lector contumaz; un libro medio
abierto yace sobre la casulla debajo de la cual abulta la barriga. Le gustaba
vivir bien, los buenos libros, la buena cerveza, bufar su pipa con labores que
trajeran de América los galeones piratas de sir Walter Raleigh. Al lado los
símbolos de su dignidad episcopal: la mitra, el palio y los guantes con una
cruz guarida de diamantes. Doy en pensar que estas riquezas han de llamar a los
ladrones y no voy descaminado en mis conjeturas puesto que hasta poco antes de
la guerra cerradas las puertas de la basílica había una ronda de cinco serenos
que recorrían las dependencias del templo con perros amaestrados para disuadir
a los amigos de lo ajeno. Lo que no fue óbice para que por alguna puerta
excusada o por sus vidrieras se colaran estas visitas desagradables. Una noche
de 1829 un tal Martín saltó y pegó fuego a la sacristía al tiempo que llamaba
cerdos a los canónigos, les acusaba de cobrar las rentas y de comer tocino. Por
culpa de este loco gran parte de aquella impresionante obra muerta se perdió.
Ardieron las techumbres artesonadas de madera y se fundieron las vidrieras de
tan primorosa hechura.
York es
lugar con buena castrametación y todo habla de que es plaza fuerte apercibida
al combate pero el castillo inexpugnable puede ser asaltado desde dentro.
Pululan los caballos de Troya y los demonios interiores contra los cuales nada
puede hacer el alcaide de modo que desde aquel “arsonista” [12]dicen
los ingleses: “ The city of York, lollipops and lunarios”[13]
y también de maestros diría porque allí se forman buena parte de los profesores
que imparten clases en esta preponderante nación.
Los
ingleses pueden resultar acérrimamente insulares, muy pagados de sí mismos y
rematan algunas veces en sanguinarios por la defensa de sus usos y costumbres.
A lo que nosotros conocemos como contrarreforma tildan ellos de Disolución de
Monasterios. El cierre de todos los conventos fue implementado por Enrique
VIII. En algunos casos puede que el monarca llevase razón habida cuenta de la
laxa disciplina y la moral disoluta de estos centros que se habían relajado lo
suyo pero la circunstancia que determina esta sanción es la codicia de las
tierras e inmuebles de las ordenes de clausura. El oro de los templos. La seda
y el oro labrado de los ornamentos religiosos. Lutero había llevado a cabo el
primer intento de reforma agraria en Europa. Cuando vio que la furia de los
campesinos envalentonados por la rapiña y sed de riquezas quería ir demasiado
lejos ya era tarde.
Y un poco
de eso les pasó a los británicos. Amaban su iglesia como símbolo de poder y de
regalía, sus símbolos y el esplendor y la pompa de la liturgia romana pero al
introducir la lengua vernácula en sustitución del latín se dieron cuenta que el
esquilmo y el saqueo de los bienes eclesiásticos del que sólo los nobles y los
judíos salieron gananciosos había minado la autoridad regia aparte de haber
empobrecido el esplendor de la casa de Dios. Por eso hubo un intento de
frenada. Que los prebostes siguen luciendo sus ternos de gala y capas pluviales
durante las fiestas de pascua. Que no se suprima el canon de la misa. Gracias a
esta actitud los cabildos de las catedrales no desaparecieron.
En ese
sentido la silla de York sacó partido de su oposición a Cantorbery para guardar
el acerbo recibido durante casi mil años de romanización y en la ciudad todavía
fermento esa espiritualidad católica genuina e inconfundible. Pero la historia
está trufada de desencuentros y de malentendidos y los que la escriben ponen a
veces pizca de aviesa intención. Por ejemplo, Enrique VIII fue un rey con
muchos defectos pero también con bastantes virtudes. Es el tirano que envía a
sus repudiadas y validos sospechosos, no importa fueran eclesiásticos de rango
o nombrados escritores como Tomás Moro, al cadalso pero el poeta capaz de
componer madrigales tan bellísimos como la “Feria de Scabouriugh” y fue tan
devoto en sus años mozos que mereció que el papa Alejandro VI le confiriera el
título de “defensor de la Fe”, un privilegio que les fue negado a otros reyes
católicos mucho más eximios como pudiera ser el emperador o el rey de Francia.
Tales preseas no fueron óbice para evitar que fuese enviado a la Torre Robert
Wolsey, el que fuera cardenal, legado apostólico y arzobispo de York. A la par
los pirómanos del monarca pegaron fuego al anillo de oro de más de setenta
monasterios que apretaban sus murallas en círculo de defensa tanto estratégica
como espiritual. Quedaron arruinadas las abadías cistercienses de Santa María
del Vado a orillas del Ouse y su hermana gemela de Rievaux, que tiene un
apellido riente pues san Bernardo emplaza sus conventos en lugares muy buscados
donde la naturaleza luciese sus mejores y escondidas galas y fuese en general
un canto a la vida y a la fecundidad.
Esta fue
fundada por el propio Claraval en 1131 y al poco surge la Abadía de Byland. Más
al norte fueron pasto de las llamas el priorato de san Agustín (Austin) y el
famoso convento de Whitby que se alzaba en la cúspide de un eminente acantilado
desafiando a las galernas del Mar del Norte. Éste era uno de los primeros
cenobios fundados según la regla de san Columbano o rito irlandés. Contaba con
una comunidad mixta de cerca de más de mil pupilos. En sus claustros profesaron
Alcuino de York y Beda el Venerable los dos exegetas más importantes de la
espiritual con que cuenta la iglesia del alto medievo. Había padecido el saqueo
de los vikingos en el siglo X y estaba en manos de los frailes negros o
benedictinos al sobrevenir la exclaustración del primado Cramer. Pese al cambio
que supuso el cisma de Inglaterra éste no ha de interpretarse como una quiebra
de la trayectoria sino un acicate a la búsqueda de nuevas rutas y otros
encuentros en la obra de la evangelización por encima de las diferencias
culturales y de la fuerte idiosincrasia isleña, remisa a acatar el yugo
extranjero. Los escándalos y malos ejemplos que dieron los papas denunciados
por Lutero fueron un pretexto que no una razón justa a la revolución. La furia
de Lutero clavando sus noventa tesis sobre las puertas nieladas de la catedral
de Wittemberg revelan el acto de un loco pero sus pretensiones eran del todo
cuerdas porque decía verdades de a puño. Sin embargo, los anglicanos siguieron
al agustino alemán sólo a medias. Hay un esfuerzo por salvar los muebles y
guardar lo que tenía de bello y carismático la liturgia pontifical y ese
esfuerzo se aprecia en los vitrales y en los muros perpendiculares que parecen
que caen a plomo desde lo alto o se alzan a los cielos en una apoteosis de
armonía de la minster eborense.
Entonces
interrogué al viento pero cambiaron de repente las auras y Eolo no supo darme
respuesta. Es como cuando preguntas por una calle a una señora que no es de la
ciudad en la que tú te pierdes.
-No soy de
aquí. He venido a la función.
-Está bien.
Todos somos forasteros, pero yo busco el domicilio de mi amada.
-¿Qué fue
de ella?
-Es un
fantasma.
-Ah qué la
vida pasa, señor, y nosotros no sabemos nada, fluye y nos desconoce. Fijése en
los letreros y a lo mejor tiene suerte. Bon voyage.
Allí las
grandes verdades de mi vida se me hicieron patentes. En el ochenta y seis fui a
buscarla. Compré un ramillete de rosas en un florista. Hay que ver como mudan
los tiempos. Falto de Inglaterra doce años y parece que han mudado hasta el
lugar de las casas. No es aquí. Busque la ruta.
Llamé a una
puerta y salió a recibirme un individuo en bata floreada en la diestra
sujetando del ronzal a un perro de ataque y en la otra escondida en el bolsillo
una pistola. Había pensado que yo era un ladrón.
-Sorry. Me
he equivocado de puerta. ¿No me darán otra oportunidad?
-Get out.
Me fui por
donde había venido. Parzena no daba señales de vida y el taxista judío, un buen
samaritano de aquellas navidades negras, movía la cabeza assustado y decía para
sus adentros “he is a bit nuts, you know”. Siempre me aturullo. No tengo el
menor sentido del ridiculo.
Ni en
epping, ni en Hull, ni en York ni en Doncaster donde tuvimos morada ya no
estabas. Helen is gone. All gone Helen. Mal padre fui para ti. Un loco que te
amaba. Dioos perdone nuestros pecados. Pero ahora pienso que lo pienso estoy
seguro de que todo aquello fue un sueño como una revelación. Este pobre alma de
Pablo que alienta en mis huesos no se ha caído todavía del caballo.
Estaba un
poeta de nombre Pope Primus Pater escandiando sus versos asomado a la torre de
San Martín y era como un farero que guiagaba a los peregrino que se extraviaban
en los bosques camino de eboracum. El
cuerpo enflaquecido los ojos cansados y la joroba que se había doblado su
columna ante los libros no iban en consonancia con la sobrecarga divina y
magnifica de su estro pero este es el sino de los grandes profetas que sus
conciudadanos no les dan importancia. Pasan desapercibidos. Sus palabras en mi
oido sonaban como aldabonazos trascendidos de un vestíbulo donde se recitaban
poemas a lo divino en otra dimensión más allá de las nubes.
-He ahí un
verdadero hijo del Yorkshire que plantaba viñas en su finca de Twickenham y
quiso vivir apartado rendido a su numen lejos del mundo y desengañado
NOTAS AL
FINAL
[1]¿Acojona eh?
[2]Una miaja
[3]Negra soy pero guapa, hijas de
Jerusalén.
[4] Alóctona: de
“allos”, otro y “ktonos”, tierra, el que no es originario del país que habita.
[5]Es una de las
señales del fin de los tiempos, las migraciones en masa, junto con la oclusión
de los manantiales, la resurrección de los gigantes, los cataclismos naturales,
junto con la vuelta de Enoj y Elías que regresarán a la Tierra para
contrarrestar a las fuerzas del Anticristo el cual será tan poderoso que hará
incluso milagros en apariencias. ¿Y la expansión de las ondas electromagnéticas
no han influido en esta congoja que se advierte en el rostro de las gentes, en
el odio y el malhumor ? ¿No somos más esclavos en nombre de la libertad ?
¿Estuvo alguna vez el hombre tan solo rodeado de electrodomésticos y cuando la
capacidad de los medios de comunicación se han multiplicado por un millón? ¿Nos
hemos sentido tan inermes ante una situación de pressura que ya nos desborda?
[6]ZCZC WMJ750 KXF649 OVPRO 666.
Son las siglas bajo cuyo amparo se convoca a un juicio de faltas
[7]Anosmia: el número de la bestia,
el 666 pertenecía a la categoría de lo innombrable y de lo blasfemo por atentar
contra el nombre del Santo de los Santos.
[8] Arrizafa o ruzafa era un jardín
cercano a Córdoba, del ar. arriçafa.
[9]El error viene dado por
confundir a jerarquía con Iglesia, la parte por el todo, el medio con el fin. A
la luz de la historia por desgracia el balance para los clérigos es bastante
desfavorable. Sin embargo, la Iglesia esotérica, institución humana, llena de
fallos garrafales, nada tiene que ver con la otra, la exotérica, instituida por
Xto e irreprensible en su conducta llena de santidad y de santos.
[10] La costumbre
estaba muy extendida en el Islam. De hecho los turcos iban de razzia al Caúcaso
y arrasaban las aldeas cristianas donde tomaban rehenes a niñas de corta edad
para llevarlos a Estambul a los serrallos como huríes y eunucos. Estas
expediciones eran financiadas con dineros judíos. Por eso el Cid se vengó
llenando de arena los cofres de Raquel y Vidas. Sus sucesores se vengaron del
caballero diciendo que el buen vasallo castellano no era “sino un mercenario”.
Sin embargo, esta idea de vengar afrentas, desfacer entuertos y restituir el
honor de las doncellas es algo que va con el carácter caballeresco español y
forma parte del talante del Quijote. Tanto el Islam como el judaísmo, este último
por un odio de raza al gentil. respetan mucho menos a la mujer. De ahí que las
grandes mafias de negreros de la prostitución que manejan los jeques del
petroleo con el respaldo encubierto de los zionistas hagan suponer que los
descalabros del Tributo de las Cien Doncellas no sean cosa de ayer.
[11] Tribus bárbaras aborígenes del
norte de Inglaterra y de Escocia.
[12] Arson de ardeo, arsi arsum o
arder, un delito muy típico durante la edad media infectada de piromanos y que
en el Dooomsday Book ya se penaba con la pena de muerte.
[13]York, bueno para dulces y
lunáticos.
[i]. Eboramenia, murallas de
marfil.
[ii].de crena , muesca, aspillera
abierta en las murallas.
[iii]. Soy un chico del condado de
york.
[iv].Corpus Christi según los
franceses. Las fiestas del Corpus fueron proverbiales con su correspondiente
feria y bohordos durante la edad media.-
[v].Es muy fuerte la conexión
inglesa entre estos dos institutos, carmelitas y cistercienses, los más
importantes de la catolicidad.
[vii].Se han volado.
[viii].Es la larga marcha de todo
hombre.