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CORNELIO EL CENTURIÓN DEL GÓLGOTA
Cuento de Semana Santa
Cunctanter Cunctanter. Despacio. Easy easy,
dijo el Centurión Cornelio. Nunca le habíamos visto a aquel rudo soldado tan excitado.
Estaba hecho un flan como todos y es que el servicio aquella tarde en el
Gólgota se las traía.
Algo extraño e inexplicable estaba ocurriendo en nuestra
unidad que íbamos todos de cabeza como resortes movidos por la fuerza del sino.
Representábamos un papel. Cumplimentábamos un designio.
El poder de Roma se supeditaba a las coacciones de un
sanedrín y de un tribunal ilegal que iba a dictar sentencia de muerte mediante
testigos falsos. Yo fui testigo de cargo y lo que voy a relatar – que la cera de
este palimpsesto no se derrita jamás y que sobre las tablillas de mi encerado
remanezca por los siglos de los siglos- fueron hechos verídicos. Contaré lo que
aquella tarde del Día de Venus en las idus de abril ocurrió en aquel cotarro a
las afueras de la Ciudad de la Paz.
-Um. ¡Qué ironía! Bélica debiera llamarse porque fue
erigida como tributo a Marte y todas las tribus y todas las etnias pugnaron por
ella opugnando sus muros y enfrentando sus clades unas contra otra con gran
efusión de sangre. ¿Se puede cometer homicidio en nombre de la deidad? Éramos
conscientes de estar siendo espectadores de un momento deshonroso para la
humanidad y a la veces sublime. Maldita sea mi sombra. Hubiera preferido pelear
con los partos o estar aquella tarde en el Hades. O con los tracios o los
griegos de Macedonia que entregaban como botín de guerra al vencedor vírgenes
arrastrapeplos de increíble belleza y de bien ceñidas cinturas. El amor es el
premio y el descanso del guerrero, su más codiciado exuvium.
Es por lo que se pelea y por lo que se emigra. Sin embargo, en Jerusalén no
había tales bicocas. Las judías se depilaban las cejas y cubrían su rostro con
un griñón, insultaban a los romanos y algunas utilizaban sus encantos femeninos
con instintos homicidas. Muchos de los nuestros perecieron cuando se encerraron
solos con una de aquellas Judith como Olofernes en una tienda. Y en el primer
sueño les degollaban al grito de muerte a los romanos. Amargo es el pan de esta
tierra y el ambiente es hostil. Añoro los huertos y riberas de mi Hispania
natal. Envidiaba a Cuneas nuestro portaestandarte que tenía
rebajado el servicio por no sé qué historia de haber degollado a un rabí que le
estaba tirando los tejos a su hetaira Pompea. Lo metieron en los calabozos del
destacamento y a lo mejor acaban de remate por crucificarlo. No se hará con un
cives romanus que defiende el lábaro imperial de nuestro Cesar pero los tiempos
están cambiando tanto en esta Palestina de nuestros pecados donde manda la
política en la cual los judíos siendo tan arteros porfiados y ladinos son casi
invencibles. No hay quien pueda con ellos. Nunca se avienen a razones. Son
implacables y duros de cerviz. No temen a nadie ni a nada y el filo de nuestra
espada contra ellos resulta cosa inane. Así que ya digo. Quizás estas razones
de las que pongo al lector en preliminares sirven a lo mejor de antecedentes
para esclarecer un poco nuestra situación después de una noche como la que
pasamos desde la prima vigilia hasta cantar los gallos en el pretorio para
destetar hijos de puta idas y venidas los prohombres de la decapolis y los
funcionarios del gobierno provisional y las autoridades religiosas que para
colmo dicen llamarse pontífices y sacerdotes de los sumos sacerdotes ¡qué lío
vaya una marabunta! Esta fue una noche en la que escuchamos exclamar al
Inocente mientras sudaba sangre en el huerto tristis est anima mea
usque ad mortem y de mucho jaleo. La plebe estaba enfurecida y como
sin control. Querían condenarle a muerte. ¿Qué mal ha hecho? Un romano no
entiende los recovecos mentales que exhiben a toda hora estos legalistas
jurisprudentes avezados al escrutinio de la letra muerta y se jactan de
conocedores impermeables de la ley por la ley. Una iota de la escritura no se
podrá cambiar sin que perezca el mundo. Pues apañados vamos. Nos exasperan nos
confunden a los romanos. Son el poder invisible. Vas a pegar un tajo a la
cabeza de uno que crees enemigo del Cesar y ya no está. Se ha difuminado. Se
esconden bajo las piedras, se ríen. Risa y llanto de Israel. Carcajadas que
resuenan en la tumba vacía. Lóbregas miradas detrás de los ajimeces de la calle
desierta. En esta provincia he temido las emboscadas como en ningún otro lugar
de la tierra. Son expertos en la guerra de guerrillas y en los actos
terroristas. La tropa anda y no es extraño con la moral vencida. Pues
vamos camino del monte de las calaveras un lugar horrible un osario u hoyo
Castrillo como el que existe en la oppidum de la cual provengo allá en la
Tarraconense de la Hispania. Me dicen el Iacetanus a cuenta de
la ciudad donde vi la luz pues bien allá hay un lugar a la salida
de la Porta Cavea donde dejan a merced de los buitres y
las águilas los cadáveres de los animales muertos y de aquellos ladrones,
violadores asesinos mala gente condenada por los magistrados a perecer sin
sepultura pues este Gólgota es eso y acaso peor que el Podium Castellun de
la localidad de Jaca. Da un poco de miedo pasar por este lugar por cuya cima
planean las carroñeras y los cuervos hacen ronda, huele mal y hay mucha basura
en las laderas. Es el peor lugar para estirar la pata. Un sitio impuro para un
romano donde se teme a unos dioses familiares de los que se ríen siempre los
hebreos y a cuenta de ese odio que sienten hacia lo que ellos consideran
idólatras se ríen de nosotros y no desperdician ocasión para mentalmente
arrinconarnos mediante engaños y por virtud de sus artes secretas. Hasta no nos
consideran personas ni hombres. Somos paganos depravados. Sombras. Un
orgullo de casta sienten que les vuelve del mayor de los fanatismos pues la
verdad sea dicha no conozco gente más fanática ni testaruda tampoco más
envidiosa. Pues envidian a los griegos a los que imitan en sus costumbres
y en su alta calidad intelectiva pero a los que luego tildan de borrachos y de
maricones dada la inclinación de sus filósofos al amor de los efebos. Los
partos y los medos y los mismos germanos no tienen el corazón tan duro como
muestran estos señores de horca y cuchillo, que se autoproclaman elegidos de
Yavé con la ley en la mano, a los que el Inocente llamaba sepulcros blanqueados
y razas de víbora. No se calló un pelín y por eso lo elevaron al palo. Una
venganza sistemática calculada fría sin precipitación puro cálculo y con toda
la alevosía de la cual es capaz el ser humano. Cunctancter… Cunctanter decía
nuestro capitán por decir algo. Es un británico de casi dos metros de
estatura pero yo le he visto hoy medroso. Tiene el pelo rojizo y por debajo del
penacho del morrión de su galea de plumas de gallo y de cerdas de alazán
rojizo horribili visu que infunde pavor al enemigo cuando
avistan nuestras turmas empenachadas le asoma un cogote lleno de pecas y el
miedo a las fuerzas oscuras ese espanto irracional hacia las cosas invisibles e
inexplicables ya que tiene de frente a un enemigo muy superior a la de los
peanes y los coribantes que conoce las normas secretas del mundo más allá de
los astros. El miedo es una palabra que no se escribe en idioma de un
legionario romano. Hoy no era aquel hombre que vimos en la entrada de Lutetia
hace una par de años o en Numancia. Todo el vexilum rindiendo culto a su prócer
estatura. Las escamas de su loriga de oro relucían bajo el sol de Hispania
rodeado por una cohorte de pretorianos nubios y de esclavos que arrastraban el
peplo y de las mujercillas que traía su cohorte detrás de los lictores
con el hacha y las fasces y el orgullo de ser romano como exuvia o botín de
guerra acogidas a la sombra de su lacerna y anhelando la
protección de su gladium a los sones triunfales de la tuba y
del cornu buccinum. Hasta en las caligas trae nuestro Centurión polvo glorioso
de todas las conquistas. No me lo puedo creer. Parece obra de brujos o la
quemazón de un coruscante rayo que cae súpito en la seca tormenta. Yo soy su
decurión y tengo a mi cargo el control de los manípulos del ala izquierda. En
mi cohorte hay hastati o lanceros y triarii o
de la reserva. La vida es milicia un batallar constante. El honor de Roma lo
llevo esculpido en el pecho desde que juré fidelidad al emperador me humillé
ante las torques y esparcí la sangre del vítulo con la que bautizó el sacerdote
de Júpiter mi cataphracta. Es el ardor de mi brazo. Es el fulgor de mi espada.
Fidelidad a Cesar hasta la muerte y lealtad a mi centurión Britanicus. Así le
llaman pues viene de Eboracum ciudad al otro lado de las Galias donde se
encuentra el vallum o empalizada más al norte cerca de las tierras de los picti
que en verano ven sol a medianoche. Allí en una de las campañas de
nuestros tribunos fue hecho prisionero con sólo catorce años por los nuestros
cuando Cesar hizo la guerra domu militiaeque por mar y por tierra y
nuestras classes (tropa) atravesando la Támesa en
persecución de silures, trinobantes y dumnoni del trans fretum gallicum a cuya
estirpe pertenecía dirigiéndose hacia el Ousium en las márgenes de Eboracum .
De primeras bajo la jurisdicción del aquilífero que lo llevó a Roma como
esclavo. En la Ciudad Eterna se hizo notable por su fuerza y peleó en
el circo como hoplomachus gladiador ante el cossesum o
admiración de la plebe que quedó maravillada de sus enormes fuerzas y de la
bella disposición de las partes de su cuerpo. Su fama de forzudo llegó a
equipararse con la de Urdus y otros espaderos de fama que se midió las
tarabillas con un toro de Etruria y lo dobló la testuz en desigual
esgrima de hombre contra minotauro estrangulándolo haciendo fuerza desde el
morrillo a la cabeza. Portentosas vires las suyas. Como cosa jamás vista o de
designio de los dioses el propio Augusto que presenciaba la lucha mando traerlo
ante su imperial presencia. Quedas libre, Britanicus. Las más hermosas matronas
le dispersaron su benevolencia y suspiraban por su intimidad. De la misma
emperatriz fue fámulo. Pídeme lo que quieras y te lo concederé. Sumo señor
dominador yo solo quiero servirte, dijo el esclavo. Entra pues en mi ejército.
Manda a mis hombres y que te asciendan a centurión. Fue así como fue manumitido
aquel joven de Eboraco y dejó la gleba. Para devenir en mílite que ganó
territorio para el emperador. La crista de su galea flameó por todos los
rincones de las provincias desde el río Ibero hasta el Rin. Se distinguió sobre
todo en el asalto a plazas fuertes y en las escaramuzas de las ciudades de los
germanos y de los helvéticos. Primero fue signífero y después aquilífero.
Alférez de Roma no lo hubo mejor marchando siempre en las vanguardias sin temor
a los dardos hostiles a la sed y a la nieve a los malos vientos y a los hielos
las noches de guarnición. Conoció todas las castrametaciones de la
Tarraconense y la Gallia. Estuvo en Panonia y en el Ponto como
portador de las águilas del imperio y de los símbolos de la victoria de nuestra
legión. La nuestra es la famosa Legio VII también conocida como la victrix
porque en verdad nunca hemos conocido derrota. Bajó las enseñas insignes de las
otras legiones famosas la Macedonia y la Coadiuvatrix
hizo la guerra a los bárbaros en sus hombros toda la fuerza del Lacio y
en sus pies toda la ligereza de Aquiles alado. Ganó fama de concursator duro
en las marchas e inagotable calcando con sus pasos todas las piedras miliares
de las vías del imperio. En nuestra hoja de servicios figuran las empresas
contra los astures, vacceos, arévacos, autrigones y las salvajes tribus de los
bárbaros más al norte. Primero en las Galias y en Britania. Más tarde en
Helvetia y por fin peinamos las márgenes del Danubio desde Panonia a la
Dacia. Ahora Palestina que ha sido para nosotros la campaña más difícil
de nuestra carrera militar. Muchos de los muertos han perdido aquí la
vida. Gracias a la dureza del terreno y a las intrigas del enemigo que es un
experto en la guerra psicológica nuestras filas están siendo diezmadas por la
deserción. El terror anímico aterriza sobre nuestras empalizadas. Aparte
Jerusalén me parece el destacamento más aburrido de los que conozco. Demasiados
predicadores. Muchas preocupaciones por las cosas divinas pero aquí los hombres
y las mujeres les importan poco. Se utiliza a dios como arma de agresión.
Se barajan excesivos pensamientos abstractos y los filósofos y teólogos me
parecen iluminados y la gente intolerante, orgullosa, hipócrita y desalmada y a
veces un poco irreverente con el ágora ateniense donde no se toman en serio a
los dioses incluso tienen un templo dedicado a la deidad innombrada y se hacen
grandes juergas y banquetes. Recordaba su visita al Olimpo en tierras de
Tesalia donde un dios tirado por un carro en que una cuadrilla de tigres iban
al freno se reía de las intemperancias de los mortales. Zeus era un dios con
rostro bímano que tenía en su poseer las mismas virtudes y defectos agrandados
del resto de los mortales. Aquí no. Los rabinos se lavan quinientas veces al
día pero ello no impide la suciedad interior. Me parece que por dentro utilizan
poco el pomo de jabón. Hay una mugre que le preocupa a un romano y es la mugre
de las almas. En Jerusalén las tabernas (cauponae) están prohibidas a la
luz del día lo mismo que los burdeles pero no he visto una ciudad con tantos
lupanares ocultos bajo el brillo de la luna y los sórdidos rincones extramuros.
Las hetairas dominan la vida de la ciudad y esa es una de las acusaciones que
se han formulado contra el Inocente que andaba de acá para allá en compañía de
recaudadores extranjeros de gentecilla de poco fuste y sobre todo de mujeres.
Esto último no me extraña pues algunas de mis amigas me han confesado que no
hay otro hombre más bello en toda Palestina como ese que dicen el Nazareno. Es
bello como un griego. Alto rubio de barba bellida y cabellos bien poblados ojos
de mirar perfecto un hijo enviado de los dioses tan elocuente en sus palabras
como en sus silencios. En mi manipulo se ha hablado mucho de él y es discutido
pero todos lo conocen desde los tribunos hasta el último recluta. ¿Por qué
quieren matar al Basileus? Porque se creía hijo de Adonai una blasfemia para
los oídos de los celosos de la ley. Pero esa no es razón. ¡El dinero! Valiente
razón entre judíos. No diré las dudas que me asaltan a lo largo de este relato.
Los concursatores o tropa de infantería han seguido a ese hombre en sus
predicaciones por Galilea y han tramado de ocultis el ingreso en su sinagoga.
Al principio creíamos que era una sinrazón de la gentecilla. Un velite como yo
he sido adscrito a la caballería no teníamos por qué mezclarnos en las
disquisiciones de la chusma. Tengo autoridad y puedo decir a uno de los hombres
de mi batallón ve y va pero el Basileo utiliza otras razones que no son de
aquí. Pienso que pertenece a un grado de hombres superiores. No le entendíamos
nosotros cuando dijo que vino a traer la guerra. ¿Hablar de guerras a un
romano? Estamos cansados de batallar. A los milites nos gusta pelear. Es
nuestro oficio asaltar villas talar campos y escalar muros. En mi tierra
hispana donde fui reclutado aprendí a manejar las cajas de guerra la brigola el
musculus de la zapa y el onager. Nuestros arietes han taladrado mil
puertas y bajo nuestras lanzas cayeron por tierra muchos adarves porque
para nuestra milicia nunca se oyó hablar de moenia o muros inexpugnables
ni cerco que pudiera ser alzado por las armas a no ser por los equus troianus y
eso que andando el tiempo diera en llamarse quinta columna en las que se
especializaron los hijos de Israel pero este hombre nos desarma. Sus palabras
sobre amar a los enemigos nos han dejado sin argumentos. Metido en un carro de
guerra participé en la toma de Iliturgis. Pasamos a la ciudad a cuchillo sin
respetar a mujeres niños o ancianos y en Numancia vimos inmolarse a sus
moradores. He matado a cientos. La crueldad es nuestra compañera de viaje e
incluso en las casas de Roma vi cómo las damas portan consigo un punzón afilado
para picar en las carnes de sus esclavas cuando éstas no les eran obedientes.
No me apiado pero no me acostumbro a ver morir a un hombre aunque sea mi
enemigo. Pero es la ley. Que perezca el hostis para que Roma
siempre viva. Una de nuestras diosas nacionales es la cruel Bellona la de los
múltiples brazos que ampara a los valientes y ahoga a los cobardes con sus
múltiples anillas. ¡Qué me vais a contar! Sin embargo no he sentido tanto miedo
a las deidades como en esta madrugada cuando llovía con fuerza sobre las losas
del pretorio y caían truenos y relámpagos. Para colmo uno de nuestros flámines
actuando como intercesor o capellán ante los dioses al destripar las entrañas
de un cuervo las pasadas calendas vio augurios desagradables y un mulo de
nuestros acemileros montó a una yegua sin aparear y la dejó preñada. Nació un
híbrido monstruoso que nos hizo temblar de miedo. Van a pasar cosas. Ya están
pasando. Los astros no engañan y el que padree un garañón nacido de burra y
caballo se interpreta como el más ominoso de los presagios. Maldigo la hora en
que nuestra VII marchó a la Siria a aplastar la revuelta de Israel
contra Cesar. Barruntando desgracias me quedo solo pues hace poco en una
escaramuza al poco de marchar contra Sidón un dardo perdido me alcanzó el
calcañar y me ha dejado el pie yerto. Querían licenciarme pero yo me he negado
a pedir la absoluta. Eso equivaldría a la miseria y a la mendicidad. Me estoy
curando las heridas con unas yerbas en una receta que me dio un soldado
que había ido a consultar a la pitonisa de Cumas para un caso semejante pero
cojeo sensiblemente. Eso me preocupa pero yo no puedo renunciar a mi stipendium ni
a mi soldada con la que mantengo a mi mujer Prímula y a mis tres hijos Venancio
Claudia y Corvinus que habitan en Bibilis. Seguiré sirviendo al Cesar. Él es mi
jefe mi guía mi dux y mi deus. Las pócimas de la saludadora no me vienen mal.
Pero si salgo de ésta con vida pienso peregrinar a Delfos y me prosternaré ante
la imagen de Afrodita en acción de gracias. Zeus sea loado que no he quedado inútil
para el servicio. Además creo que mi centurión me protege. Cree que soy uno de
sus mejores soldados. Un dardo enemigo le había dejado el pie yerto. A pesar de
su cojera el decurión no quiso pedir la absoluta. Continuaba bajo las banderas
de su milicia en el cuerpo del ejército que dependía del gobernador de Siria y
a las órdenes del preceptor Poncio. Sentía una veneración religiosa por la
figura del emperador que no solo era el jefe caudillo o dux de los legionarios
romanos y el Zeus o deus al que se invoca. Para curar su herida acudió a Delfos
donde la pitonisa amen de iniciarle en los misterios póstumos de aquella
tarde horrenda en que sacrificaron al Inocente le receto una hierbas con las
cuales el estigma del dardo en el calcañar fue cerrando poco a poco. Hizo
varios sacrificios a Júpiter. Aunque maltrecho no había quedado inútil para el
servicio. Aun picó espuela algunos años como decurión del orden ecuestre y pudo
cabalgar por Palestina siendo testigo de movimientos de multitudes y de hechos
portentosos que se narraban en el entorno de aquel Galileo a los que sus
enemigos de la clase sacerdotal hebrea intentaban presentar como enemigo de
Augusto. Durante la convalecencia estuvo al frente de una patrulla de funditores (honderos)
baleáricos encargados de hostigar con sus tiracantos a las patrullas rebeldes
que infectaban las montañas de Judea. Eran grupos de fundamentalistas
religiosos a los que denominaban esenios y que formaba una
secta que anunciaba la inmediata llegada del Mesías que habría de libertar a
Israel. Eran hostiles a Roma y muchos de sus cabecillas perecerían en el palo
de la ignominia. Jacetanus llevaba algo así como año y medio en el regimiento
que el centurión Cornelius comandaba y añoraba otra clase de pelea a campo
abierto como por ejemplo, la que había presenciado en las Galias o en las
somnolientas guarniciones de Hispania o las estepas de las campañas en el reino
de la noche y el hielo contra los escitas al otro lado del Ponto. La guerra
contra los judíos tenía un carácter brutal y psicológico con aditamentos
espurios de “guerra sucia”. Por otro lado presentía que como enemigo de Roma el
pueblo judío era el peor que habían tenido en el Lacio y daba prácticamente la
desigual lucha por perdida. Las legiones y al cabo de más de una generación
quedaría demostrado tendrían las armas y la fuerza pero la voluntad de vencer
pertenecía a Israel. En aquel momento en el que se circunscriben estos
acontecimientos la provincia de Palestina que comandaban al alimón Herodes el
Tetrarca y el pretor Poncio Pilatos de Lusitania estaban pasando por un momento
delicado de gran inquietud social política y religiosa. La paz augusta
había desencadenado un movimiento de tregua (indutia) pero
dicha tregua era también insegura y la cosa estaba muy revuelta con el reparto
de competencias, las sospechas, los recelos y los anuncios de la venida de un
verdadero rey de Israel que rescataría a las trece tribus del yugo romano.
Muchos de aquellos encuentros acababan en las horcas caudinas cuando Augusto
imponía su férula y ley.
Cornelio aquel mediodía estaba de un humor de perros. No
entendía nada. No entiendo nada. Cunctancter, cunctancter. Iba de acá para allá
como un sonámbulo. Se les había pasado aviso desde el pretorio al
destacamento para desempeñar una misión que detesta todo legionario romano que
se precie: la administración del tormento. Se trataba de un castigo in ápice;
primero una flagelación luego escarnio y por ultimo la crucifixión en el
Gólgota. El reo un tal Jesús al que fue a escuchar al desierto cuando estuvo
franco de servicio no le parecía a uno de aquellos facinerosos tan abundantes
en la Decapolis o un peligroso conspirador esenio . Pese a la herida
aun montaba los caballos de Panonia con la solercia y habilidad de los desultores dacios.
Picaba espuela y cabalgaba por la provincia en armas patrullando la frontera
con Persia e Irania. Hasta Petra llegaron en sus cabalgadas a ofrecer incienso
a los dioses. No se agotó la llama y se quemó la resina de un golpe por lo que
los sacerdotes que oficiaban aquellos sacrificios lo tuvieron por una
funesto omen
-Algo va a ocurrir. La muerte del Justo traerá la ruina de
Roma, dijo un agorero con las barbas en forma de boca de hacha.
Jacetanus aunque respetuoso con estas cuestiones de la
religión no era muy dado a fantasmas ni a predicciones de desgracias pensando
que en la vida todas ellas vienen por su cauce y que no somos nada. Sin embargo
no desestimaba hallarse el imperio en un tiempo de crisis que acarrearía la
resaca de un mar turbulento sobre las costas del Lacio. Llevaba año y medio en
el destacamento a las afueras de la ciudad santa contemplando en alguna de las
muchas guardias los atardeceres prodigiosos del horizonte jerosolimitano que
contemplaba desde su garita displicentemente alargando la mirada sobre un lugar
tan poco atractivo. Jerusalén sus dos acepciones hieros o
connotación de santidad, en quiere decir shalán y esto suena a mis oídos como
la más augusta de las ironías; si no, miren la historia, he ahí una ciudad
sumida en guerra constante a costa de la idea de un dios que cada uno
interpreta a su manera- únicos en el mundo pero muy rapiñaos y mucho mas
repentinos que en aquellas zonas de las Galias y de Britania por donde anduvo
de patrulla. Le parecía al legionario hispánico que el lugar era un sitio
maldito y que el arca de la alianza no guardaba los santos preceptos como
decían los rabinos sino un código misterioso sobre la preeminencia diabólica en
las cosas del mundo. El rosa de los rayos declinantes de poniente besaba la
punta de los cirros y las murallas se teñían de un color ocre que contrastaba
con el brillante diamante de las cúpulas del templo de Salomón. Esto es una
guerra sucia. A mí que me vengan con monsergas. Son unos conflictos que no me
gustan donde la política se entremezcla con la religión. Luego están los judíos
un pueblo arrogante y problemático. El más orgulloso de la tierra también el
más levantisco e indomeñable. Ahora estamos en tiempo de tregua (indutia)
pero la provincia anda revuelta: disquisiciones sobre la llegada del Mesías,
orden de prioridades, exenciones, prerrogativas, bulas gentilicias. Dicen que
va a llegar el libertador de Israel que les liberara del yugo romano. Por eso
comprendo la ira de Cornelio. No da abasto. No comprendemos nada. Nadie nos
explica que esta pasando. Nos llamaron del pretorio para hacer un servicio
desagradable. Primero una flagelación con verbera sayones, escupitajos,
blasfemias y todo y más tarde y camino del oscurecer una crucifixión en lo alto
del monte. El reo un tal Jesús al que muchos conocían pues habían ido a
escucharle al desierto. Yo recuerdo su mirada dulce, su sonrisa tierna y su
aspecto prócer. Cuando me tocó una vez sobre el hombro quedé libre de mi
cojera. Pero más que de los males físicos le he de agradecer que me alejara de
las enfermedades del alma en particular de la melancolía que vengo padeciendo.
Siento añoranza de mi tierra oscense allá en las riberas del Ebro con sus
campos de cerezos y sus muchos piescales y rosales silvestres (cornata) que
rodean en espléndidos y surtidos valles los muros de mi Jacta natal.
Entiendo porque la cólera del jefe. Me pareció ver asimismo la cólera del dios
en estos instantes. Las palabrotas de grueso calibre y los juramentos le salían
hasta por el penacho de su galea. Se ha infligido la ley romana. Se ha
pisoteado el jus-juris o derecho de gentes. Ese orgullo que
siente todo cives romanus ha quedado conculcado y para el
arrastre. Para los judíos no hay leyes. Ellos son l.a ley
-Los judíos se ríen den nosotros, Manlio.
Sus palabras sonaron rotundas y airadas derramándose con
eco cruel sobre las baldosas del gazofilacio. Entrábamos entonces los de relevo
a hacer guardia en el pretorio. El pretor había pedido refuerzos y los del
sanedrín estaban en pie de guerra a causa de no sé qué, de ciertos dichos
o ciertos hechos del inculpado que dice llamarse enviado de Israel. Pedían su
muerte a gritos por las calles de la ciudad. ¡Cuan ingrato tornadizo y frágil
de memoria es el vulgo! Antes de anteayer se despojaban del manto para
alfombrar el camino ad portas de Jesús que entraba en la ciudad a la grupa de
un pollino.
-Reo es de muerte.
-¿Qué pecado hizo? ¿Qué crimen ha cometido?
-Se hizo a sí mismo hijo de Yahvé ¿te parece poco?
También el cónsul de Roma estaba visiblemente contrariado.
Su prestigio de Licurgo togado y su capa pretexta no quedarían indemnes
al cabo de aquel proceso. Parecían llena de escupitajos de los sacerdotes de la
ley. Pero su serenidad y eso que el gobernador estaba lívido contrastaba con la
cara enrojecida de uno de los sumos sacerdotes que se mesaba las barbas en
señal de enojo golpea su pecho y se rasga la pechera litúrgica con el racional
cubierto de escamas de oro. ¿Es esa la clase de justicia que hace roma
defendiendo a los blasfemos y a los falsos profetas? Cuando las cuestiones de
la republica se enredan con las de la religión malo. Mucho hay que temer. Y si
Anás se portaba de esa manera no habríamos de perder de vista a su suegro
Caifás que echaba espumaradas por la boca se corto las guedejas de sacerdote
según la orden de Melquisedec (una frase hecha como otras cualquiera) y ató un
nudo de impureza sobre las filacterias. Este es pueblo es muy teatral y
ceremonioso. Hacen aspavientos hasta para demostrar su indignación.
-Pon un centinela en cada flanco, Manlio.
Hice como me pedía mi centurión. El lithostros era un mar
de gente. Mucha gente ociosa barzoneaban por el enlosado con poco que hacer y
sin saber cómo pasar el tiempo de un día festivo. Había noctámbulos y los
habituales peregrinos que preferían merodear por las calles hasta ser de día
por no haber encontrado alojamiento. Otros eran gentes sencillas a los que las
nuevas del tumulto había sacado de sus casas y estaban a la expectativa de lo
que pudiera pasar con esa mirada intensa de expectación mesianica tan israelita.
Por aquellos días la población flotante era bastante numerosa por motivos de la
pascua. Tampoco faltaba la chusma ni las mozas de partido que andan
siempre igual que el tábano detrás de la matadura de una acémila. Gente
desocupada que quería saber y enterarse de lo que pasaba. Jesús ha sido
piedra de escándalo y ya digo como era tarde de fiesta había bastante pueblo en
los alrededores del castillo. Acababan de cerrar algunos de los poco chigres
(cauponae) existentes dentro del recinto sagrado y allí se agrupaba una
multitud variopinta de alquilonas cananeas que hacen la carrera por las calles
de la Ciudad Santa a la caza de algún ultimo cliente, algún peregrino
sin posada o de algún milite de permiso. Cruzaban las calles vagabundas con harta
soledad y mucho frío en el cuerpo huyendo del relente de las noches del mes de
Nissan en puertas de la primavera pero cuando todavía hace frío en Jerusalén e
incluso hiela. No faltaban las fregatrices y las señoras de la limpieza y
merdellonas solicitas que gustan de hacer corrillos intempestivos con los
soldados y dicen frases y largan risas. A cambio de sus ocurrencias estas les
lavan la ropa gratis o les tienen la impedimenta y les llevan al cuartel sopa
caliente algún estofado y lo demás. Desde que senté plaza de soldado no he
visto jamás tanta movida. Este ir y venir. Este apostrofar. Este azacaneo de
noticias y despachos de trujimanes y de correveidiles. Los judíos se ríen y
avergüenzan de los romanos que comemos con los dedos y no nos purificamos o
lavamos las manos antes y después de cualquier refección. Me llamó la atención
en medio de las befas la insolencia de una de las Maritornes que le hizo sacar
los colores a un pobre hombre con aspecto de palurdo que se calentaba ad
prunas en una hoguera que habían encendido en el patio y que debía de ser
amigo del hombre que juzgaban mediante falsos testigos:
-Tú debes de ser de su cuadrilla. Hablas con acento
galileo.
Los galileos se expresan con un retintín especial. Es un
deje algo paleta que exaspera o causa risa a los jerosolimitanos castizos que
se consideran hijos de David porque menudos son ellos.
-No me vengas con tonterías. Yo soy de aquí aunque fui
pescador en el mar Tirreno.
-No te creo- dijo la fregatriz
El hombre tenía el pelo rizoso y era corpulento. Su
aspecto era el de un pescador a juzgar por las manos encallecidas. Parecía
acobardado pese a su prestancia física ante las preguntas capciosas de la
fémina. Parecía medroso y muy entristecido.
-Pues las cosas como son. Tú andabas con ese. Me lo ha
dicho una compañera que es de por ahí de donde tú y te conoce.
-No sé lo que me dices, mujer.
El intruso, presa entonces de un repentino temor y
llevándose la mano a la navaja por si las moscas abandonó el porche.
Oímos cantar el gallo por segunda vez y a la tercera, cuando entonaron sus
gritos aleatorios los mastos de todos los corrales de Jerusalén, el buen
galileo al que dicen Cefas salió del recinto llorando. Era ya la segunda
vigilia..
-Vaya una noche para destetar hijos de puta – le escuche
decir a un veterano de la guerra de las galias arropándose como podía las
orejas echándose el capote de piel de tigre sobre la cabeza. Era el gálico
Adrianes uno de mis hombres más fieles. También estaba triste.
Longinos su compañero de terna junto con Maudilius tampoco hablaban. Estaba de
plantón a la salida de la escalinata paseando la guardia y andando sin descanso
y amenazando al mundo con su lanza. Como hacia frío tenia subido el borde del
capote o paludamentum hasta casi las orejas que le resguardaba del relente de
la amanecida. Las plumas de su penacho que eran el orgullo del destacamento por
el contrario ahora algo cresticaidas parecían, advirtiendo la pena y turbación
de los equites. La madrugada no podía ser más melancólica y allí todos
parecíamos desterrados. Y un destierro sagrado era el nuestro, cunctancter.
Cunctancter. Así, easy, vayamos paso. Cruzó el cielo de aquella
madrugada de viernes de abril una golondrina. También parecía acongojada. Los
pájaros en señal de de duelo cesaron en su canto. Roma hace justicia pero nunca
asesina.
-En menudo embolado que nos van a meter esos israelitas.
Se cruzaban apuestas sobre quien habría de ir, se
retorcían los argumentos con esa habilidad típica que tienen los talmudistas
para hacer de la necesidad virtud para que las buenas intenciones se conviertan
en malas obras y para que el agua se transforme en vino. Vi al centurión por un
momentito. Llevaba en el peto incrustado los exvotos del dios con sus
agradecimientos y los exuvia o trofeos conquistados al enemigo durante
las maniobras de conquista. Eran el testimonio de todas las campañas en
las que había participado: una cabeza de Isis de oro macizo, el prendedor de
una matrona dálmata y un flavelo en miniatura que le había regalado una
etiope. Es fuerza confesar que nuestro centurión poseía un cierto ascendiente
con las mujeres. Colgaban también de una cadente que portaba al cuello dos
figurillas de Castor y Pólux las deidades a las cuales la milicia ecuestre se
encomendaba antes de arrostrar la lucha. Decía que tales fetiches le daban
suerte, lo que no dudo pero estaba seguro que en aquel día en que amaneció
Júpiter, el mas inicuo de las historias del mundo, íbamos a necesitarla pues
estaba ocurriendo algo muy gordo. ¿Era el principio del fin del imperio? Ante
la fuerza de los hados nos sentíamos inermes, de antemano derrotados. Las
fuerzas del destino nos eran contrarias y debajo de la columna rostral del Arco
Mayor romano unos desalmados se habían puesto a jugar a los dados. El sonido
cual sistro siniestro del cubileteo de las fichas dentro del capacete de la
fortuna donde se movían ciertos números con las papeletas del devenir hacia
temblar los cimientos del Capitolio. La loba capitolina daba siniestros gritos
de dolor. La leche con la que amamantaba a los dos mielgos veneno volviose. A
las ninfas del cantón siempre les hemos atraído los soldados no sé por que.
Entonces fue cuando se acerco a mi una tal Miriam que había visto hacer la
carrera por toda la Decapolis y me espeto de antuvión:
-Seguro que no eres partidario ni de los unos ni de los
otros. No eres ni griego ni galileo ni tirio ni troyano. Todo esto que esta
pasando te la debe de traer floja y lo más probable que no entiendas nada de
política. Vámonos a echar un polvo ¿Subimos un ratito?
La reina me ofrecía sus favores con ese desparpajo de las
meretrices hebreas tan agresivas como procaces con que acaparan, funestísimas,
a sus clientes.
-Mira, prenda, hoy Marte no puede ser cariñoso con Venus-
le dije temiendo una celada. Muchos compañeros de la brigada habían sucumbido
al ser seducidos por estas tusonas encerronas al servicio de la guerrilla tan
abundantes en Palestina
Livius Jacetanus conocía a aquella mujer pública de verla
por las calles de Ramala. Su nombre era Noemí y hacia honor a
su titulo que quiere decir hermosa. Creo que había trabajado como bayadera en
el cuerpo de baile de Herodías. Era amiga de María de Magdala y tenia su mejor
clientela entre el clero y los pontífices (¡oh como detesto esta palabra tan
altisonante de pontífice después de haber visto pedir con tanto denuedo a
Caifás el santurrón fariseo la cabeza del Inocente, pontífice o artifice de
puentes entre dios y la tierra!) pero Noemí había terminado ejerciendo su
oficio por las esquinas y garlitos de mala muerte de la ciudad santa. Entonces
se escucharon pasos y grita de gente que se acercaba. Oí la voz de Britanicus
autoritaria. A mí la guardia. Desenvainamos la poderosa de las estocadas.
Echamos fuera del recinto a las putas y a los mirones que huyeron presas del
pavor ante el filo de nuestras espadas y el fulgor de las lanzas. Yo estaba
enojado y me entraron ganas de hacer correr a gorrazos a alguna de aquellas
rameras. Nunca me ha apetecido maltratar a mujer alguna pero, vistas las
circunstancias, hubiese descargado mi ira contra lo primero que pillara
como en aquella ciudad de la Betica donde pasamos a cuchillo a los
ancianos las mujeres y los niños a causa de la dura resistencia que encontramos
entre los defensores. Un romano no asesina solo cumple ordenes pero existe un
cierto placer morboso en ver correr la sangre y sentir enervamiento de los
gritos los aullidos y blasfemias que acompañan a toda carnecería. Hay un punto
en que el ser humano deja de ser racional para convertirse en bestia y para
demostrarlo basta con haber sido testigo de la toma de cualquier ciudad
extranjera por alguna de nuestras legiones una vez traspasados sus muros y
terebradas con el rezón o el ariete algunas de sus puertas.
Ello forma parte de la belleza de la guerra. Es lo que llamaban los antiguos
los dos valores. Formido proelorum (el miedo y el pánico) que
se entrevera contra la formositas o virilidad del combate. A
decir verdad y si nos hubiéramos dejado llevar de la furia hubiéramos
dispersado a aquella chusma que entro a prender en el huerto de los olivos
al Inocente con palos y con fustas cuando solo un par de días antes alfombraban
su paso por las calles de Jerusalén con sus mismos mantos. ¡Qué voluble y
tornadiza es la masa! ¡Que manipulable! En esto, bajo el dintel de la puerta
principal de la fachada de palacio aparece el buen Jesús. La puerta se inunda
de una luz radiante, cósmica, y de un aura de belleza y de quietud. La belleza
y la gran serenidad adornaban aquel rostro de varón. Miraba de frente y no
parecía aturdido ni daba muestras de ira ni arrepentimiento. Los del sanedrín,
por el contrario, mantenían la mirada baja. Jesús paseaba sus ojos con gesto de
señorío por el recinto en medio del más profundo de los silencios como si
buscara a alguien. Su mirada se cruzo con la de Cefas y entonces el Inocente
sonrió. El apóstol huye embargado por la tristeza los ojos arrasados en
lágrimas. Se había cumplido su promesa. Pedro había estado presenciando
aquellas escenas de ludibrio y de juerga desde una esquina. Antes de que el
gallo cante por tercera vez tú me habrás negado tres. Ciertamente, el cielo y
las estrellas pasarían pero sus palabras no pasaran. La profecía que había
formulado el Maestro horas antes, en la infausta noche del prendimiento,
acababa de realizarse. Jesús era un hombre de gran porte. No parecía un judío
sino un griego, de miembros vigorosos y atléticos, la barba rubia y partida en
dos. Sus cabellos de estopa eran muy densos. Lo que más maravillaba en su
rostro era el poderío de su mirada, la elegancia de aquellas manos que por doquier
iban haciendo el bien, dedos hechos para sanar y para bendecir y unos pies
elásticos muy cuidados que habían encauzado los pasos siempre por las rutas del
bien. La frente tenía distinción, y su porte era asimismo majestuoso. Y toda la
cabeza parecía haber salido del buril de Praxíteles. El cristo ungido no podría
ser de otra manera sino la cifra y el compendio del canon de las perfecciones.
Una vez que nuestra nave oneraria naufrago y hubimos de alcanzar a nado la
ribera del Pireo recuerdo que aproveche aquel tiempo para darle gracias a los
dioses por estar vivo. Fui al ágora a escuchar a los filósofos y ascendí al
Partenón. Allí prendió en mí la idea del dios desconocido, un dios que habría
de venir y que seria como aquellos que yo admiraba en las calles y en los
templos de Atenas. Bien me dije. Ese hombro tiene la respuesta a mis
expectativas. Un dios nuevo había nacido. Fidias y Mirón habían esculpido su
rostro. Apolo habitaba entre nosotros y todo aquella filosofía, todas las
elucubraciones de los mitólogos y de los poetas, revertían a aquel instante y a
aquella hora y a aquel hombre varón de dolores pero cifra y compendio de todas
las perfecciones clavado en una cruz. Sus ojos se fijaron en los míos con
tristeza. Parecían conocerme por dentro y al contacto con el brillo y aquel
calor que transmitía su mirada quise convertirme en un hombre nuevo, exento de
mis pasiones y enfermedades, libre de mi cojera. Creo que me reconoció pero no
me miraba como uno de sus verdugos los que habrían de afligirle y desollarle a
latigazos. Devolvía mis golpes con caricias de perdón y digotelo yo aquella
mirada del Inocente era del todo acariciante y sanadora. Me contempló desde el
dintel del pretorio y no he vuelto a sentir mi cojera. Fui herido en una pierna
por un dardo en el asalto a un oppidum de Asia Menor. Los
defensores arrojaban venablos piedras y calderas de aceite hirviendo contra
nosotros. No me abrase entonces con el plomo derretido que caían sobre nuestras
galeas (para la protección de la cabeza toda la testuz que atacaba y golpeaba
el ariete contra las murallas nos cubríamos los cascos con una
mampara de hierro testudo que hurtaba el cuerpo a
la acción de los defensores; llamábamoslo la sombrilla contra el poder de los
decapitados) pero me abrasé entonces con aquella mirada de amor y de perdón que
me lanzo Jesús desde la puerta. Creo que he dejado de ser el mismo. Recuerdo
que mi cerebro estaba lleno de odio y de desesperación como a tantos soldados
de mi cohors que se lanzarían por un barranco o se unieran a las
cuadrillas de asesinos. Cierto que fui su esbirro a regañadientes por
obediencia al Cesar y sometido a los presiones de los judíos que para mí fueron
los responsables del asesinato del Inocente pero devolviendo mal por bien el
dulce Jesús me curó de mis heridas y puso punto final a mías congojas. “Señor,
una palabra tuya bastara para sanarme” dije imitando a nuestro centurión al que
también había recitado a su hijo. Me dieron ganas de blandir mi espada y salir
en su defensa pero sentí ese miedo típico a los judíos que sobrecogerá a muchos
a lo largo de la historia. Me dieron ganas de deshacer sus ataduras y poner en
fuga de un tajo de mi gladium a los insolentes que en aquel
instante formaban corte infernal de maltratadotes y escarnecedores en
rededor. No fui capaz o lo suficientemente valiente. Me faltaron las fuerzas.
Me repudio a mí mismo por haber sido victima de los respetos humanos y del
temor al que dirán. Teníamos reputación de valientes los legionarios de la
séptima invicta. Soldados de elite nos conocían en algunas partes de las
Galias, de Panonia, de Libia o del país de los escitas como los novios de la
muerte y los sacamantecas pero aquella tarde nos comportamos como unos gallinos
y verdaderamente fue cosa chocante y de naturaleza milagrosa. Y es que según
vine a entender luego tenían que cumplirse las escrituras y los que habían
dicho los profetas Isaías y Jeremías. La hora estaba cumplida. Es preciso que
muriera el Hijo del Hombre pero ay de aquel por el que fuese entregado. Más le
hubiera valido no haber nacido. Me consuela saber que el Inocente perdono a los
verdugos. Dios tuvo demasiada indulgencia con los que fuimos sayones del
Redentor. Me hubiera gustado aquella tarde no tener manos ni cabeza para no
presenciar los sufrimientos y dolores increíbles que infligimos en aquel cuerpo
tan bello. Claro que ahora al recordar encuentro un eximente. Estábamos
borrachos. El mando había enviado un aguardiente especial mezclado con unas
hierbas analgésicas. Se lo dimos a beber al reo. Lo probo pero no lo degusto.
Nosotros, eso sí, bebimos mas de la cuenta. En vez de defenderlo en el atrio
frente a la chusma que le hostigaba nos quedamos inertes y con los brazos
cruzados. Entonces se oyó el grito terrible de una dueña despiadada con una
violencia inusual y salido de las entrañas de un útero infame: “Caiga su
sangre sobre nosotros y sobre nuestro hijos”. Solo una hebrea puede
ser capaz de tanta protervia. Y aquel fue el clamor mas infame que se escuchó.
Es el grito de la culpa que no se borrara jamás y que pesara siempre sobre la
conciencia de un pueblo deicida. Ante semejante barbaridad se me encogió el
corazón. Estaba claro que no querían ninguna indulgencia. Caiga su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos”. Esa frase únicamente podía salir de la boca
de un judío. Se hizo el más profundo de los silencios. Me fije en la túnica de
Jesús. Era de color escarlata, e lana de oveja núbil. Todo un ajuar para un
profeta. Desnudos venimos al más mundo y desnudos lo abandonamos.
Un verdadero contraste es la simplicidad de este atuendo
si se la compara con los más de veintitantos ornamentos que adornan el cuerpo
de los sacerdotes cuando ofician cerca del sancta sanctórum de Jerusalén o la
gran cidaria de los pontífices máximos que cantan constantemente sus peanes en
las ofrendas a Júpiter. Este hombre al morir en una cruz creo que ha venido a
traer la guerra. Es un revolucionario. Ha venido a poner las cosas del revés.
Sus palabras y sus actos constituyen una carga de profundidad a la línea de
flotación del sistema. Su gran delito, robar el fuego a los dioses y entrar con
un látigo en el templo de su padre que profanaban los cambistas y publicanos.
Su desnudez es una afrenta para los que visten pieles de marta cibelina e
inducen a las espaldas mantos de armiño y togas pretextas. El poder siempre lo
considerará un enemigo. Lo ahorcarán doscientas veces pero al cambo siempre
resultará e inundará las plazas con sus turbas de desarrapados, de famélicos,
enfermos y perdedores. Los curas y los políticos siempre andarán sobre sus
escritos con mirada vigilante pero en última instancia y al no poderlo vencer
intentarán usurparse mensaje y apropiarse de su enseñanzas. Así que los curas y
los obispos harán un montaje con su evangelio. El culto a los muertos les dará
de comer.
Mis ojos se posaron en la túnica del Salvador. Era de
color carmesí retinta en sangre de los golpes y de los palos del simulacro de
la coronación. ¿Eres rey de los judíos? Um pues ahora mismo te colocamos los
símbolos y le pusieron la caña por cetro, un saco por manto de armiño, un
pedrusco redondo que habían encontrado en los caminos por la imago
mundi de la armilla que las testas coronadas – y aquella era una testa
coronada de dolor y escarnio, un rey de aflictos que abrirá la comitiva de los
de copas, espadas, oros y bastos, todos los palos de la baraja, que en este
mundo han sido y después de mí el diluvio y todo lo demás- y encima de la
cabeza aquella tonsura de pinchos ciñendo las sienes admirables. La túnica de
una sola pieza había sido tejida por los dedos amorosos de una Penélope
mística. La tejedora era aquella anciana de luto que estaba al pie de la cruz y
a la que otras dos compañeras sostenían por los ijares para que no se
desmayara. Madre dolorosa y aquella visión enorme y que tuve el privilegio de
contemplar como testigo ocular quedaría fijado en la retina de la historia y
sería fuente de inspiración de imagineros, pintores y poetas.
-Aguarda, mira bien lo que dices, legionario romano y
guárdate del acrónimo: el cetro, la corona y el manto e armiño no era tributo
de los reyes bíblicos sino de las monarquías medievales.
-De acuerdo estamos jugando al escondite –dije a la voz de
la conciencia- con los símbolos. Las palabras de los cuatro evangelistas
cuarenta paginas que revolucionaron el mundo muy densas y a veces confusas pero
de una fuerza increíble y como si se tratase de un mensaje llevado en volandas
por el huracán del espíritu son una narración deslavazada pero de una fuerza
tal que todavía está haciendo girar al mundo. Su desconexión repetitiva es una
enigma que sigue causando verdaderos dolores de cabeza a los hermeneutas y a
los interpretes de los sueños místicos.
-Somnia rerum, yo sueño en mis cosas
-Hechos y dichos pero ¿todas esas parábolas son ciertas?
-Tan ciertas que han volcado los toneles de la ley pero
pertenecen más que al mundo judío al romano. Por eso los rabinos están que
trina.
-Está claro que la tenían guardada.
-Nescio quid dicis. No sé lo que dices.
-Yo me entiendo.
La voz me dijo que había una transposición de términos. En
realidad cada unos de los hilos de la túnica inconsútil forma parte de la malla
de un laberinto. Se me metió desde entonces por los ojos. Y todavía veo el
brillo del primer ornamento sagrado. Era la estola más pura el primer efod y el
mejor cíngulo que jamás ciñeran sobre sus lomos los sacerdotes del templo de
Salomón y los flamines romanos que siguiendo la tradición persa ofrendaban
sacrificios animales al Sol. Ello forma parte de los atributos de todas las
religiones órficas. Aquella vestidura sin mangas era la prenda determinada por
el señor para dejar proscritas las estolas, las cidarias, el efod y las mitras
de los jerarcas, todos aquellos ropajes, todas aquellas cosas inciertas que
quedarían abolidas para dejar paso a la nueva ley. La humilde túnica de un
crucificado por rebelde a los estatutos religiosos y políticos de Israel se
convertía en símbolo de un Nuevo Orden. Él se quedó desnudo en el madero pues
hasta le despojaron del paño de pudores o calzoncillos y se los jugaron a la
taba los mercenarios etíopes. Tengo que advertir que la escolta del pretorio
fue retirada y el ajusticiamiento fue llevado a cabo por una cross de la
Frigia.
-El dios está en calzoncillos. ¡Pues vaya!
La frase blasfema no dejó de parecerme un prurito de
verdad porque desde aquel vértice en la que el sol parecía renuente a
desplomarse por occidente la luz trajo los designios de la clarividencia. Los
ciscunstantes y circuyentes por dadiva divina nos transformamos en presagos y
videntes. En la suma de aquel cerro se daban cita los acontecimientos de la
humanidad en mezcolanza de escenas del presente, el pasado y el avenir. Se
veían escenas insólitas y se escuchaban parlamentos en lenguas extrañas
anunciando en tono de profecía lo que habría de llegar. Lo que fue es y será.
Se abrieron aquella tarde las fauces de la tierra y los sepulcros escupieron de
su boca a los muertos que allí yacían. La desnudez del crucificado era para que
a la humanidad en adelante no le faltara el vestido. El nuevo Adán quiso estar
en cueros para presentarse de esa manera a Yahvé cuando bajó a visitarle en el
jardín del Edén. A la sombra de la cruz nacía un nuevo orden y el paño de
pudores que se rifaban aquellos cruderrimos mercenarios etíopes la vestimenta
de un ajusticiado la prenda de nuestro rescate. En aquellas horas se nos hizo
fácil dejar escapar la imaginación para explicar muchas cosas que carecen de
sentido puesto que la verdad estábamos rodeados de símbolos y cada cosa que
acontecía y cada hora que pasaba era todo un ciclo histórico y un montón de
acontecimientos que serían el sostén de toda una parenética posterior. El mundo
a partir de aquella hora tercia estaría escuchando el sermón de las siete
palabras todos los viernes santos
Apreté la túnica sagrada contra mi pecho.
Sentía un calor extraño en mi piel, cierta paz interior. La pena y la alegría a
la vez bañaban mi rostro en lágrimas. Una fuerza enorme me sujetaba a la tierra
y no era la superstición a la cual tan aficionados somos en Roma sino algo que
estaba por encima de los dioses mismos. Los decuriones nunca lloráis pero mira
mi cara. Estoy llorando. ¿Quién es tu capitán? Se presenta Manus
Britanicus decurión ¿En qué legión militas? La Victrix o séptima.
¿Ala? Tercera. ¿Mano? Siniestra. ¿Manipulo? El de los honderos mallorquines.
Está bien. Puedes retirarte. Aquella prenda de abrigo despedía como una fuerza
que en lugar de venganza pedía perdón, que sustituía la turbación por la
quietud y exhalaba ese perfume de olíbano que poseen todas las cosas santas.
Hasta incluso creo que me inhibía de mi vehemencia, una característica por la
cual yo me había significado en el destacamento. Era yo de los de aquella
milicia que no da un paso atrás. Ahora estaba sobrecogido ante mi propia
mansedumbre y a mi capitán Britanicus le ocurría lo mismo puesto que iba de
aquí para allá como alma en pena repitiendo un adverbio de modo: “Cunctancter…
cuncti, cuntancter, todos juntos y despacito”.Bien sabrían nuestros enemigos
que esto no era lo normal pero al contacto con semejante “praeda” espiritual
algo se movía dentro del corazón de nosotros mismos. Algo estaba pasando.
Semejante transformación no entraba dentro de los prolegómenos de la casuística
y de la estadística con que nos marca el destino a los hombres. Venimos el
mundo a ser uno más y a observar una serie de comportamientos y de reacciones
estándar. No te saldrás del camino, beiby pero la gracia lo puede todo. ¿Qué
había ocurrido? ¿Qué estaba pasando? Este sentimiento de amistad y de
tolerancia hacia nuestros semejantes y que no era lo normal formaba parte del
legado un mandamiento nuevo os doy. Era su parte esencial. El testamento del
cenáculo: el amor, el perdón a los enemigos, una píldora muy difícil de tragar
para un decurión como yo que recibe el estipendio de la Legión
Invicta. Esta noche se ha producido un verdadero milagro. Fue aquel
cambio, aquella metanoia. Llegaron refuerzos. Los conscriptos de la
impedimenta que en las marchas caminan en la retaguardia arreando los onagros
de Abisinia porteando en las artolas de arpillera Britanicus trajo vino del
Ponto jícaras enteras, orzas, picheles y yo creo que me bebí una cratera. Beber
para olvidar. Consumid el fruto de la uva de tal manera que desaparezcan
vuestros propios pensamientos y que vuestro ojo desvaríe así que no pueda
columbrar la ignominia de este día. Pronto había muchos bolongos. Sin embargo
por lo que a mí respecta a pesar de lo muchos que bebía no me emborrachaba. El
centurión aguantaba el que más pues se conoce que estaba acostumbrado al lúpulo
de Eboraco. Nos mandaban de verdugos a perpetrar uno de los tormentos más
ignominiosos en nuestras leyes penales. Sólo se azotaba a los violadores, a los
asesinos reincidentes, a los enemigos del pueblo. A los delincuentes
peligrosos. El castigo era tan duro que se tenía por costumbre administrar
algún lenitivo o clase de droga tanto a los corchetes que administraban la
feroz penitencia como a los reos. Jesús fue dado a probar una copa de vino
griego. Lo degustó pero no lo tomó y soportó el trance con una entereza y una
valor que yo no he visto en ningún otro hombre. Resistió la verga con cabos de
taba pungente y dientes de pescado-el gato- y demostró no sólo hombría y valor
físico sino una naturaleza humana de tan recio temple que sobrepujaba los
términos habituales. Uno, dos, tres. Hasta cinco mil latigazos. He de confesar
aquí que ninguno de mis hombres tocó al Inocente. Sentían como una especie de
reverencia y un pavor que no teníamos por costumbre. Se delegó para tal vileza
a una jarca de conscriptos judíos condenados a muerte y que se emplearon con
harta saña. El premio a aquella infamia fue la absolución de su condena. Otro
regalo del sanedrín al lábaro y las fasces romanas. Aquella chusma recién
soltada de las mazmorras de la Torre Antonia se empleó con valor y a
juzgar por su sevicia muchos de nuestra cohorte, los que no estábamos ebrios,
nos dimos cuenta que en la Palestinense la vida era tenida en muy
poco. Esa fue una de mis conclusiones. La otra, que los judíos son el pueblo
más racista y cruel de la tierra, raza maldita verdaderamente, viperina, y de
sepulcros blanqueados. A los pueblos que no han nacido bajo el consenso de la
circuncisión los consideran subhombres, auténticas bestias. Este orgullo de
casta les hace odiar a la condición humana a la que pretenden esclavizar
mediante el soborno del oro o las mentiras de su historia. Sacaron para aquel
mandado a todos los violadores, parricidas, salteadores de caminos, ladrones y
forajidos de toda especie. Barrabás era el capataz del equipo. Golpeaban con
tal contundencia que diríase fueran auténticos expertos manejando los verbera o
trallas de esparto que remataban en bolas de plomo como si el oficio hubiera
sido el suyo de toda la vida. Cinco mil vergajazos pero lo más humillante
fueron las befas. Un buharro se puso detrás de él e hizo amagos obscenos de
sodomizarlo pero uno de mis hombres desenvainando la espada le decapitó de un
golpe certero. La cabeza rodó por las baldosas del Lithostros igual que una
peonza a la que un niño acabara de soltar en trompo dejando en pos un reguero
de sangre. El gentío que asistía al martirio reía a carcajadas. El Inocente el
rostro ensangrentado y todos los hombros que parecían una llaga volvió la
cabeza y como un relámpago se ciñó su túnica sagrada desatando las cuernas con
que estaba amarrado a la columna del pretorio y adelantándose unos pasos
recogió la cabeza ensangrentada del sodomita y la unió al tronco. Éste se
levantó como si no hubiera pasado nada lleno de confusión pero arrepentido de
aquellas obscenidades contra el Lirio de de Dios paradigma de la castidad
misma. Se prosternó ante él y lo adoró saliendo después del lugar con su cabeza
sobre los hombros. Como si no hubiera pasado nada. Iba diciendo: éste
verdaderamente es hijo de Dios. Le llamaban Plauto según supe después el
cognomen debido a su cojera y creo que era un mercader de Salónica hermafrodita
perdido y famoso por sus inclinaciones paidófilas. Desde aquel entonces nunca
le volvieron a ver en compañía de efebos. Huyó al desierto. Fue bautizado
y creo que murió mártir de los judíos que le llamaban El Impuro y para los
cuales no era óbice su arrepentimiento y la vida penitente que arrastrara. Era
la segunda vez que el ajusticiado utilizaba sus poderes sobrenaturales después
de haber conseguido otra ortomorfosis en la oreja de Malco que fue tajada
asimismo por uno de sus discípulos en un arranque de valentía. Estaba claro
que el Inocente que se enfrentaba a la violencia y crueldad de la que
jamás se había tenido noticia bajo la capa del cielo no utilizaba la guerra
para llevar adelante sus planes de salvación. Bienaventurados los mansos de
corazón. Al verle obrar aquel portento comprendí que se estaba cumpliendo un
designio anunciado mucho antes.
Entonces un escriba de los que habían acudido a pedir la
muerte de Jesús a Pilato gritó:
-No le hagáis caso. Es un hijo de la condenación. En
nombre de Belcebú hace milagros.
Aquel hecho no ablandó el corazón de pedernal de los que
le condenaban. Seguían ternes en sus blasfemias cubriendo su cuerpo de gargajos
y pronunciando blasfemias. Estaban cometiendo un pecado que nunca sería
perdonando. Y quedaría adherido a aquella raza de víboras como un estigma.
Aquella tarde estaba naciendo el Amor Salvador pero por paradoja en el Calvario
también asistíamos al parto de un Odio infinito a aquella cruz que sería el
símbolo de la condenación y de la muerte en un holocausto de todo el pueblo de
Israel. Veo la ciudad llena de piras funerarias y sobre sus murallas alzarse
una nube densa de fuego que abrasará la tierra. Los deicidas en esa hora
obtendrán su paga. La soldadesca se creció a raíz de aquel suceso y hubo varios
conatos de tumulto que mis pretorianos, tras el incidente nefando, hubieron de
sofocar con las armas en la mano. Seguían clamando a pesar de todo lo que dijo
la vieja:
-Caiga sus sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
No tenían ningún temor de Dios y menos al Cesar. Eran tan
altaneros, tan pagados de sí mismo y orgullosos de sus convicciones que
pagarían cara su soberbia apenas dos generaciones más tarde de que ocurrieran
tales hecho. Más que la muerte de aquel inocente a lo que más temían era a
contaminarse pues era sábado y había que guardar las reglas, ceñirse siempre a
la letra muerta, rara vez al espíritu de su Torá. Tampoco se conmovieron cuando
fue sacado al pórtico c coronado de espinas. Setenta y dos pinchos olorosísimos
de cambronera. Aquí tenéis al rey. Ecce homo. Prorrumpieron en carcajadas
histéricas. Mayores gritos:
-Crucifícale, cruficicale.
Pilatos que estaba entristecido y como medroso ante
el furor de aquella gente se sentó sobre la curul a deliberar. La gentualla
pedía la cabeza del reo con mayor ahínco. El cónsul de Roma no comprendía. Yo
tampoco entendía nada. Era la hora del asombro. La razón humana estaba siendo
vencida, conculcada la lógica de modo que los argumentos poco valían
mostrándose tonante y prepotente Júpiter Pistor con una energía que apabullaba.
¿O no era Zeus en realidad el que determinaba semejante secuela de atropellos
contra la verdad y la justicia? Uno tenía la sensación de andar como flotando.
No habíamos llamado a los dioses por su nombre aunque invocábamos su fuerza.
Era otra historia. Era otra cosa. Estábamos jugando al escondite con los hechos
ciertos mucho más allá de las coordenadas que determinan los humanos
comportamientos y desde el primer instante tuve el conocimiento de que aquel
ajusticiado entre los malhechores para ironía de esas special valúes que
él al morir de esa manera tenía en tanto menoscabo y que tanto estima la
vanidad humana (ganar buena fama, tener sido en consideración, ser rico e influyente)
era el hijo de dios o hablaba con una autoridad suprema propia de aquel que
puede ejercer su influjo sobre los astros. Que es capaz de decir a una estrella
cae y el gran cuerpo celeste se convierte en estrella filante. O apostrofar a
los peces para que canten y toda la ictiología de los reinos de la sombra del
padre Océano inicia una melodía infinita que esparcen las ondas y que mueven
las mareas de uno al otro confín. Fuerza suprema. Radiación lumínica y
taumaturgia. Levántate, toma tu camilla y camina le dijo al tullido de la
piscina probática y el paralítico de toda la vida inició una carrera por las
trochas que circundan el valle de Hebrón. Yo soy la verdad y la vida. ¿Quién
puede pronunciarse de esa manera sino el Mesías? Ha blasfemado. El supremo
sacerdote escindió su pectoral de oro en dos. La túnica se la había echado el
Inocente sobre los hombros y Pilatos apuntándole con el dedo dijo Ecce
Homo. ¿Qué no os dais por satisfechos, cabrones? ¿No tenéis bastante ya?
Les temblaba la voz. Titilaba el odio en sus barbillas. ¿Ese loco qué se habrá
creído? La envidia, la presunción, los malos pasos, la soberbia orgullosa de
los que escucharon el sonido de las trompetas de Jericó. Todo resultaba
inconexo y un poco como sin lógica. Nuestro cónsul tenía miedo. Era su tercer
año. Le quedaban tan sólo unos meses de mandato. No le gustaba Palestina, nunca
entendió a los judíos. Se había limitado a llenar las alforjas para volver a
Toscana rico. Le aguardaba un retiro en la quietud de su villa cerca de Ostia
regando los geranios, vigilando sus silos y comerciando con los esclavos de
Iliria. Además amaba a su mujer Claudia profundamente a pesar de que habían
corrido rumores por el destacamento de que ésta llevaba una vida licenciosa
pero en el fondo era una buena mujer que se aburría en aquella ciudad cargada
de dioses y de prejuicios y le hacían añorar a su ambiente de Roma.
Los balnea. Las entradas para el anfiteatro. Le había dado al
gobernador cinco hijos. Un fallo a tales alturas, pensaba Poncio Pilatos, podría
ser ominoso de cara a su jubilación tranquila. No dudaba que aquel hombre que
había traído para ser juzgado nada tenía que ver con las terribles acusaciones
de las que era objeto. Que había sido conducido al pretorio bajo la imputación
de falsos testigos y todas las pruebas eran una burda fabricación. El clima de
odio era tan espeso que casi podía ser cortado con una navaja. Y era aquel
encono, aquella saña, fruto de siglos, fecundaría los negros campos de la
destrucción y de la guerra. Tengo que regresar a Roma cargado de honores y de
lingotes. La nave oneraria que transporte mis posesiones será la admiración de
mis admiradores. Mis enemigos perecerán de envidia. He sufrido mucho esta noche
en sueños por causa de ese justo. La esposa solícita – la intuición de las
mujeres resulta determinante para conocer la verdad – enviaba recados al
procurador pero Quid est veritas? La ética de circunstancias
echaría un pulso a la deontología de un juez. Al fin y al cabo muchos jueces
romanos estaban corruptos y los senadores ambiciosos que eran enviados de
procónsules al Oriente sólo tenían ambición. Para volver con los carros y
transportes cargados de riquezas y encender un cirio en el templo de Vesta
enhiesto en una palmatoria de oro sembrando la admiración de los padres
conscriptos. Velay al hombre. Ciertamente es una injusticia. Este hombre no ha
hecho nada malo. Parece un orate pero escuchad cómo chillan en la platea. La
chusma brama pidiendo su muerte. Al fin y al cabo nadie sabe dónde está la
verdad. No puedo comprometerme ni poner mi carrera política en entredicho.
¿Quién eres tú? El ajusticiado se entregó al más impenetrable de los silencios
pero era un mutismo manso sin queja bajo la arcada de las columnas dóricas su
rostro dolorido bajo la imposta, los ojos traspasados de melancolía, de dolor
el gesto. Nadie quería compromisos ni complicaciones en la vida. A mí que me
dejen tranquilo. Yo voy a lo mío. Hágase mi voluntad y que se caiga toda la
techumbre del firmamento. No te metas en camisas de once varas. Entonces un
esbirro de la escolta con ganas de hacer méritos le arreó una bofetada y
el alapa volvería a repetirse por el mismo sujeto en la casa
de Anás un viejo de barbas hirsutas la nariz larga y el gesto hosco rapaz
desconfiado e insolente. ¿Así respondes al pontífice? Tas, otra bofetada. El
Salvador abrió los labios. Si en algo falté dime en qué. Si no ¿por qué me
golpeas? Pero otro puñetazo fue la respuesta. Aduladores y cortesanos sinuosos
como la serpiente. Vi a una mujer rapaz los ojos chiquitos y muy móviles como
los de una víbora que hablaba palabras de abominación. Tenía flujo y su olor
era bastante desagradable. Estaba sentada en la Biblioteca de
Alejandría. Era la encargada de los scrinia o pequeños
cofrecillos en los que se archivaban los papiros de la satánica venganza. Esta
mujer por nombre Livia pero que procedía de una ciudad cercana a Iliberris era
una bruja que decía tener poderes del maligno. Los que la conocieron la temían
y se guardaban mucho de pronunciar su nombre que era el de Fonscrudelis.
¿Qué hacía aquella arpía en el lugar de la visión? No lo sabemos pero venía
escoltada por otra hispana que le traía la cesta de las ofrendas y de las
libaciones a las deidades infames. No en tiendo por qué se encontraba en la
casa del Sumo Sacerdote pero su nariz era acabañada como el suyo y el pelo
sucio y era algo pecosa. Los que la conocían y temían dijeron que llegó
desde la Bética como cuadrillera que sigue a la tropa ofreciendo sus
servicios pero bienquista con un procónsul de cuyo nombre hago gracia al lector
conquistó favores en el pretorio del gobernador hasta alzarse a un lugar
predominante de la administración colonial. Hacía y deshacía y su influjo se
hacía sentir sobre la psique del propio Pilatos un hombre bueno pero débil y que
vivía dominado por su mujer y por su barragana porque Fonscrudelis había sido
su favorita en la legión. Era una matrona muy altiva como lo suelen ser las
queridas y esposas de los militares en Roma crueles y orgullosos. Al andar por
los pasillos del palacio residencial movía el cuerpo con mucho dengue y meneo y
la cabeza la giraba a compás igual que una jirafa. Si Flavio había aconsejado
que librara del patíbulo a Jesús la jienense le recomendó que fuera al palo.
Reo es de muerte. Aquella mala mujer ejercía una suerte de magnetismo nefasto
sobre el pretor Poncio. Y después de obser5var la gran nariz de Anás que se
daba la mano con la Fonscrudelis la maloliente pero tan fétida como
bella. Era algo pecosa y rojiza el rostro atractivo bien trabada de hombros y con
un buen Partenón al dos pues era portadora de uno de esos traseros que tanto
gustan en las Galias y que son un vehículo de promoción social. La nariz ya
digo de Fonscrudelis era de vulturida. Lo de fuente cruel no era más que un
mote pues los anales refieren que nada más nacer fue ofrendada por su aya sobre
el cadáver de la madre que la trajo al mundo en mala hora a las deidades de la
fuente Castalia y Fuensanta la llamaron pero no pudo ser más irónico el
cognomen a la vista de los hechos de su vida. Aquella no era una mujer. Poseía
rasgos que recordaba n a la víbora. Se puso a silbar en medio del bullicio
introduciendose los dedos en la boca para hacer flauta y clamando el crucifijo
crucifijo. No hay comando más temible en nuestra lengua latina que aquel
imperativa apostrofe con el que las enardecidas turbas pedían la pena capital
contra el galileo. Vi a la infame Fonsi arrebujada en su velo mezclada entre la
multitud odiosa. La reverberación de los azotes los insultos y escupitajos era
una elocuente referencia a las secuelas de aquel magnicidio. Dos tres cuatro.
Lentos sonaban los golpes de un tenor acompasados. El sol del mes de
Nissan se ocultaba detrás de las nubes como si tuviera vergüenza de presenciar
tal espectáculo. Los verdugos sudorosos apagaban la sed en un aguardiente
infame de guindas que parecía tornarles más locos y agresivos. Al reo le dieron
a probar vinagre. He de confesar que ninguno de mis hombres tocó al inocente.
Sacaron de los calabozos a todos los rufianes y asesinos lo peor de cada casa y
a los legionarios que se encontraban cumpliendo cadena por algún crimen o toda
la gente sentenciada a muerte. A ellos echaron al cristo como tiempo adelante
echarían a sus discípulos a los leones. No podía ser mayor la infamia. Así
pues, la ley del flagelo caía rotunda sobre la espalda y las nalgas de los
ajusticiados. Estallaban en el aire los golpes del gato o látigo de cuerdas que
remataban por contera en tabas afiladas de huesos de animal o clavos. Tanto
reos como verdugos tenían que acudir a la bebida para paliar el tormento de la
sed. Tomaban una pócima especial a base de vino judiego a la griega mezclado
con aguija y aguardiente de moras. El trance no podía ser más atroz. Entre
nosotros el tormento de la flagelación superaba en horrores al de la
crucifixión pero el Inocente impelido por una fuerza divina o porque tenía que
cumplir el mandó de apurar el cáliz hasta la última hez los apuró todos. Una
variopinta chusma recién excarcelada de la Torre Antonia estaba dando
rienda suelta a su sadismo. El populacho y es un clamor que no paramos de oír
en toda la tarde decía:
-Duro con él.
Y había que beber. Era preciso apurar el cáliz. Tres mil
latigazos. Estuvieron solmenándole desde la hora tercia pero la constitución
física y la longanimidad –una fuerza secreta dimanaba de su persona- eran
portentosas. Una naturaleza envidiable y una voluntad de hierro abroquelada en
su misión de salvar al orbe. Ante el espectáculo el mundo futuro
comprenderá el comentario del centurión:
-Verdaderamente éste era el hijo de Dios.
Nos estábamos ciñendo al espíritu y la letra de un texto
antiguo y había que cumplir el mandado sin apartarse ni una línea. Vermis
sum et non homo. El espíritu de la profecía se estaba manifestando. Se me
abrieron los ojos aquella tarde en el Lithostros. Empecé a ver y empecé a creer
entre homicidas, sodomitas, rameras, sacerdotes encopetados con la cidaria a la
persa y filósofos. Querría que el responsable de aquel asesinato fuera a Roma a
ser juzgado y que el senado y el pueblo supieran acerca de lo que estaba
sucediendo en Palestina. Un suceso que tendría relevancia para generaciones
enteras y para toda la humanidad. Fui testigo de cargo y yo lo vi con mis
propios ojos. Yo acuso al Sanedrín y a la chusma judaica. Era ya de mañana
pasada la hora de tercia y el sol se alzaba besando sus resplandores los
morrillos del empedrado camino del monte de las Calaveras. Habíamos bebido
mucho vino de muchos grados pero ninguno de mis hombres daba muestras de
borrachera. Era el propio ajusticiado cuya sangre vertida se volvía vino por
nosotros infundiéndonos fuerzas. Ya arriba, lo clavaron entre dos ajusticiados,
Dimas y Gestas condenados por asesinato. Uno de ellos era un terrorista. Uno
improperaba. Otro bendecía. Al que le bendecía le prometió el paraíso. Tú,
Señor, tienes palabras de vida eterna. Jesús gustaba llamar a las cosas por su
nombre. Los que lo condenaron no. Muy a regañadientes o invitus el pretor pasó
sentencia. Vi su mirada turbada y sus dedos vacilantes. Sólo la devotio al
emperador y aquellas amenazas pronunciadas por los judíos de que si no lo
mandas al palo no serás amigo del Cesar le infundieron temor. Se había tatuado
en un brazo la insignia del emperador. El centurión por su parte estaba como
ausente. Iba de a un lado al otro del patíbulo donde habían colocado al reo
junto a los dos ladrones dando ordenes contradictorias. A sabiendas de tener sí
una tarea difícil. ¿No le dará pena? ¿Por qué piden su muerte? Y ante
aquella brutalidad le vino al alma la compassio que
siempre caracterizara a los ingleses. Cuando el Nazareno pidió de beber él
mismo le acercó una esponja mojada en vino y en hiel. No lo desdeñó. Lo probó
pero no lo consumió. Fue un verdadero milagro que hubiéramos ingerido entre
todos casi doce cántaros y que no estuviéramos ninguno ebrio. La beodez, la
borrachera de amor vendría después y sería una garantía de perdón para los
pecados del mundo. Los de abajo le seguían insultando. Le llamaban raca, hijo
de puta y los gestos obscenos se repetían una y otra vez. Las carcajadas y la
provocación:
-Si eres hijo de Dios baja de una vez. Desenclávate.
A golpes de culata manteníamos a raya pero teníamos
órdenes estrictas de no volver a desenvainar el hierro ni cortarle a ninguno la
cabeza como había ocurrido previamente en Cilicia aunque ganas tampoco
faltaran. Nuestros jefes tenían miedo a los judíos y se ceñían a la horma del
compromiso político y como los romanos somos muy aficionados a los juegos de
azar pusimos sobre el tapete sus pobres prendas. Nos jugamos a los dados su túnica
inconsútil la que le tejió su madre María, el ceñidor, y sus sandalias. Pocas
pertenencias para un rey desde luego pero su reino no era de este mundo. La
pera o alforja estaba vacía y la bolsa de los caminos se la había llevado
Judas. Su calceamenta estaba muy gastada y manchada del polvo de todos los
caminos de Judea. En lo alto del monte del Gólgota se escuchaba el jadeo de los
agonizantes, el llanto de las buenas mujeres y el cubileteo de las téseras de
los tahúres. No podía ser más pobre el lote del defroque pero no podría ser más
ardoroso el empeño de los que administraban la puesta. Había asistido yo a lo
largo de mi vida militar a unos cuantos expolios mas en ninguno vi tanto
empecinamiento y ganas de triunfo por los jugadores como aquella tarde con
Jesús. Parecía que les iba la vida en aquel lance de fortuna. Todos le
abominaban pero todos querían los despojos del manso Cordero como si de
aquellos despojos dimanara una fuente de salud. Aquella tarde dejé de ir a
ofrecer incienso a los dioses, de auscultar el vuelo de las aves y de mirar
para los astros. Una luz nueva era nacida dentro de mí
12 de abril 2006 Miércoles Santo