2016-03-23

JUEVES SANTO EN SEGOVIA HACE SESENTA AÑOS. VIENDO PASAR LA PROCESIÓN







 

VIENDO PASAR LA PROCESIÓN

Antonio Parra

 

Era Jueves Santo y en Segovia nevaba. El capirote es un poco cegato y hay tela que tapa el globo ocular. El penitente tiene que saber donde va. De ahí esa mirada de los capuchones de Semana Santa que a mí me asustaban desde niño y podían ser tan amedrentadores, como los zangarrones de Carnaval. ¡Uh.Uh¡  Que te asusto.¡ Uh. Uh!  El coco. Luego ese capirote ridículo que no era sino los viejos remilgos del alma colectiva de un pueblo que temblaba a la Inquisición y tenía que hacer muestra y profesión publica de fe en mi Segovia, y eso que allí hemos sido de siempre cristianos viejos. También a los relajados al brazo secular del Santo Oficio lo vestían con una túnica morada, les tapaban el rostro y les subían en un jumento.

A la hoguera se iba siempre cara atrás. Las procesiones son remembranza enigmática de aquel abigarrado mundo. Había triunfado el catolicismo. Casi nadie explica cómo perviven tales representaciones del fervor popular. Por unas horas aquellas masas férvidas quitaban a Dios de las manos de los curas y lo sacaban a la calle bajo estandartes. Era también un mundo gremial. Ciudades divididas en barrios. En el horizonte las cofradías. Las hermandades competían como en un campeonato de mus por exhibir el mejor cristo y la imagen de la Virgen más viva. Nosotros éramos de los Dolores de Santa Eulalia, por otro nombre Nuestra Sra. De los Siete Cuchillos. Antiguamente sector textil, mayormente tintoreros y peraíles.

Por las calles de mi pueblo aquella noche que nevaba (era la acción de los vientos exhidras o favonios que para los romanos anunciando lluvia traían primavera) porté mi cruz y camine descalzo y con cadenas por el piso helado. Bajo el capuz sonaban en mis orejas sonaban determinativas las profetas del santo Profeta “Di mi cuerpo a los que me herían y mis mejillas a los que me mesaban el cabello: no aparté mi rostro de los que me injuriaban y escupían. El Señor era mi auxilio” [Isaías 50,5,10]. A lo largo de mi vida he sabido lo que es la calumnia y el gargajo de las bocas purulentas pero mis lomos estaban bien amarrados. Sint lumbi vestri precinti (hay que atarse los machos) otras palabras que recordé al ceñirme el cíngulo o la soga de esparto de cofrade  Ninguna asechanza a mi salud no obstante a pesar de aquella burrada de caminar descalzo y con una cruz que pesaba ciento veinte kilos a la costilla. Sólo agujetas un par de días pero luego como si tal cosa. ¿Milagro?  No lo sabría explicar pero algo hay.

 Uno se siente reo no sabe por quién y con complejo de culpa. La culpa. Oh félix culpa. Luego lo comprendí, era gente menos aficionada a los toros que a los autos de fe. Allí siempre gustaban las procesiones y cabalgatas. Pasos. Carrozas. El Santísimo Sacramento. La tarasca de Corpus. Las fiestas de la Catorcena. La Piedad de  Aniceto Mariñas. El novenario de la Fuencisla. El gallo de san Pedro. La espina de Santa Rita de Casia. Gigantes, cabezudos y estafermos por San Juan de Junio y hasta el brazo  incorrupto de San Antonio María Claret he visto yo desfilar bajo los ojos solemnes y ensimismados del acueducto porque todas las procesiones las de la Semana Grande y las otras confluían en la Plaza del Azoguejo.

No había cine, pocos teatros y muchas ganas de aprender y de ver cosa. Los rostros de aquellas grotescas tallas y esos cristos moribundos, sanguinolentos, llagados y con la expresión de la agonía, los pelos lacios, hirsutas barbas y esas vírgenes atormentadas de expresiones compungidas blondas de seda, justillos de encaje, y moqueros de puntilla, siendo así que las lágrimas eran de cristal, arrastrando mucho peplo y mucha joya bajo el palio de brillantes se me metieron alma arriba. Fueron sensaciones perdurables. Que llevo marcadas en lo más profundo de mi ser.

 ▬¿Por qué suelta usted tanto latinajos en sus escritos, Ejusmodi?

 ▬ Toma por que va a ser porque parece que retumban en mis oídos los ecos del canto de la passio que hacían a tres voces los chantres de mi catedral –Dimas, Jerónimo y don Bernardino, el bajo Jesús, el contralto, la sinagoga y el tenor, cronista)

 Y aquellas voces, aquella melodía, suenan como un grito inmortal en mi memoria. El ámbito de las procesiones era una plástica de rigor. Sermones tallados en imágenes de cartón piedra o en madera de Espirdo. Una teología que entra por los ojos y de la que a lo largo de tus días no podrás deshacerte jamás. Lo mismo que el sonido lejano de clarines, timbales y tambores. O el silencio vibrante del Cristo de los Gascones. Nos llevaban a todas. Recuerdo un Domingo de Ramos que mi hermano Nano agarró un perra porque quería que los subieran en la borroquilla de Jesús del paso en la que el Señor hacía su entrada triunfal en Jerusalén.

      ▬Yo quiero ir ahí.

      ▬Hijo mío que esto no son los caballitos. Es Jesús que pasa camino de Jerusalén; tírale un beso

      ▬ Yo quiero subir al burro. Pues sí, pues sí y sí.

Y el Naneras se revolcó en el barro poniéndose perdido el traje de marinero recién estrenado. Le tuvieron que calentar el canto, mas ni por esas. Él berreaba aún con más fuerza.  Había cogido tal perra que se había puesto muy burrito.

 Estábamos en la acera de la calle de Muerte y Vida viendo pasar la procesión y los berridos de mi hermano que estaba de antojo creo que se escuchaban en la Escarelillas de San Roque a la otra punta. El deán de la comitiva, don Fernando Revuelto, que bien me acuerdo de su nombre y de su prócer figura casi dos metro medía, nos miraba de reojo y un canónigo pertiguero estuve a punto de acceder a los deseos del enano y ponerle sobre los lomos del borriquillo de cartón en lo alto del paso.

      ▬¿Y ahora qué hacemos, Desiderio?

  ▬Auparle en lo alto del paso,  don Fernando

      ▬Y si le seguimos dando el gusto nos pide la luna. ¡Condenado nene!

      ▬Déjenlo ustedes, señores curas, déjenle que está burrísimo –terció mi pobre padre.

Aquel día  Naneras se acordó de la tunda que le dieron por ser Domingo de Palmas. Y se lo tuvo merecido.

 Las procesiones duraban tres horas y era casi media noche cuando regresábamos a casa, mis hermanos medio derrengados y despeados de tanto estar de pie horas y horas, los pequeños dormidos en brazos de mi  madre. Mi padre nos llevaba a la gigantilla o en cuello.  Papá cógeme que me canso.

En el cielo asomaba solemne y compasiva la luna de Pascua. Sólo comíamos torrijas el jueves y el viernes y los soldados que desfilaban y los que estaban cubriendo carrera con el ánima del fusil mirando para abajo.  Por la radio sólo ponían saetas y canto gregoriano (ojalá volviesen aquellos días) y  las calles se llenaban de un sorprendente mujerío. De las hermosas Manolas con el rosario de cuarzo y la mantilla que iban a velar a Cristo muerto. Los hombres se metían en las tascas a beber una limonada que hacía que se te doblaran las piernas y una cazalla que llamaban los taberneros matajudios, especial de la casa para los días santos.

 Las pítimas que se cogían eran procesionales. En las iglesias el monago no tocaba la campanilla y los santos de los retablos estaban tapados tras un lienzo nazareno.

      ▬¿Por qué está triste la luna, papá?

      ▬Porque se ha muerto Dios.

Y las campanas de las catorce parroquias y de los treinta y tantos conventos y monasterios de Segovia estaban toda la noche tocando a muerto. Y hasta el Río Clamores lamía las murallas y la hoz del Pinarillo embebecido de silencio. Toda la ciudad estaba de duelo.

 Ese mundo de mi infancia es el que quise recuperar yo hace unos años cuando me vestí de nazareno. Detrás de la Dolorosa de Santa Eulalia la de los artilleros con las insignias de las lombardas al través sobre el montón de granadas en el peto de la carroza. Los cabos gastadores cubrían armas. Nos habíamos puesto el hábito a la bajada de la cuesta de Cantarranas, enristré las cadenas eslabonadas a un brete que servía de cerco a los pies y yo debía de ser un espectáculo porque el metal al contacto con los adoquines tintineaba que las llevaban los demonios o como si acabasen de aterrizar toda una división acorazada en plena Calle Real. Los grilletes y los golpes de rebenque era una escena antigua de los viejos disciplinantes. Condenados a galeras por Jesucristo. Al fin y al cabo todos somos cómitres y remeros de la vida. Túnicas moradas y hermanos mayores con hábito de galas, muy distintos al de los vulgares nazarenos con aires prepotentes subiendo para arriba y descendiendo para abajo, dándose mucha importancia.

      ▬Siga la fila, penitente, y ese capirote va de medio lado▬ ordenaba el Cofrade Mayor como si fuese un mariscal  de campo dándose aires

Estos capuchones impertinentes eran los capataces y comisarios de la procesión. Los que te metían en vereda y hacían guardar la línea. Y te daban un poco de aguardiente de guinda si desfallecías Mi cruz pesaba un huevo. La habíamos traído de Valsaín y las cadenas  eran especiales. No sé cómo resistí en aquella tarde fría de nevasca los pies desnudos detrás de mi Virgen de Santa Eulalia. Cada uno tome su cruz y sígame. Me hacía mucha ilusión seguir al Señor. Le pedía por mi familia. Por mis hijos. Le agradecí haber salido con  bien de una grave enfermedad (había estado dos años con unos dolores tremendos de barriga  y pasaba las  noches en un grito). De vez en cuando mi vista se concentraba en las aceras.

Algunas mujeres me miraban con compasión, los niños, aterrados, y algunos hombres descreídos como si aquello fuera una broma. Inquiriendo con los ojos. Pero tú de que vas tío. Y yo con los míos les respondía: por  una promesa, sí por una promesa. ¿Sabe usted?

 Horas antes de que comenzara el desfile penitencial unos graciosos habían esparcidos cristales y puntas por el firme de la calzada  por donde había de pasar  Dios.  Ninguno de los nazarenos se lastimó, ¡qué cosas!

A la catedral llegamos derrengados pero airosos y con una ganas trágicas de mear. No me aguanto. No me aguanto. Ay que me lo hago. Preguntamos a un canónigo que nos miró de arriba abajo, como si fuereamos la escoria de la sociedad. Con un gesto de superioridad y como diciendo pero mira qué chiste (ya sé porque le llamaban el chistoso aquel tonsurado) como si los hombres fuéramos ángeles y no estuviéramos sujetos a las leyes imperativas de la fisiología.

Cuando haya WC en las iglesias, ermitas y catedrales, la humanidad habrá dado un paso importante. En la sacristía de la iglesia mayor de Segovia había un triste evacuatorio rudimentario. Nos vedaron la entrada a los nazarenos pues estaba reservado a clérigos, y personas consagradas y nosotros éramos vulgares penitentes. Pecadores del montón así que buscamos el rincón más oportuno, salimos al enlosado de los autos de fe y exoneramos nuestras vejigas bajo las dovelas de los postigos. Meadas de caballo o mejor dicho de verdaderos padres de la iglesia. Por debajo del halda de nuestras túnicas de nazarenos salía un chorrete cálido y espeso. Orinamos junto a la pared de la fachada más impresionante, la del Oeste, de todo el gótico flamígero. Es la puerta de Santa Bárbara una especie de Sarmental en Segovia donde yo he visto lucir las más impresionantes puestas del sol. Que cada uno cargue con su cruz. Que cada palo aguante su vela. Creo que desde su camarín la atalajada Virgen de los Dolores miraba para nosotros con compasión como diciendo: “pobres”.  Los canónigos empezaban ya a cantar el “Stabat Mater” y empezaban las horas santas ante los monumentos. Se había muerto Dios.

2016-03-22

bestiario


Letraherido y aterrado por la sonrisa del batracio (un sapo que me persigue que tiene la voz gorda y los pies planos cara de chino y tez de gitano) he acudido a la didascalia del arte románico para ponerme a cobro del enemigo y extasiarme en los pórticos de la gloria y en los capiteles historiados, ménsulas y girolas de las iglesias de mi país, vidas de Cristo, sus milagros, y también gárgolas con las fauces abiertas donde el dragón que acecha estos días está muy significado. Me he sentado sobre el respaldo de las misericordias donde el mundo animal y vegetal está explicitado, para alivio de mis cansadas posaderas, harto estoy de especular. Las virtudes y los vicios, el ángel y la bestia, se dan la mano en esos poderosos frisos estatuarios que son sermones en piedra. Parenética triunfal del arte mudo del siglo XII.

 

PESE A TODO, DIOS ESTÁ ARRIBA. YA ES PRIMAVERA


MOTOLITA

 
 
 


He visto a una motolita el pájaro nuncio de la primavera remover el agua en un charco.  Motolita o aguzanieves y también correcaminos. Dios es clemente pese a nuestros egoísmos y pecados. Acude a su cita de resurrección la naturaleza, mientras canto la Passio en mi trinchero. Es martes santo. Recedan las nieves, se alejen las sombras. Llega el buen tiempo. Mensajes de la bella Borinquen que aun quiere hablar castellano corrompido y avasallado por el inglés. Obama viaja a la Habana. Pobre Cuba. Pronto se convertirá de nuevo en el burdel estadounidense. Claro que de tales miedos míos no participan esos aristarcos encaramados en la butaca de la tertulia que todo lo saben y de todo pontifican. Inauguraron una nueva etapa del periodismo sumiso al poder  maleante. Lo suyo es hacer atmósfera previo pago a tanto la parrafada. El hombre destruye, distorsiona, profaza lo que Dios crea. Que se quede la Cifuentes con sus vientres de alquiler. Son herencias del pecado original.

2016-03-21

Missa Tridentina - Saint-Nicolas du Chardonnet_ Paris - 1° Dom. depois d...


Passio Domini Nostri Iesu Christi secundum Ioannem AÑO 2011


Jesus (1979) Película Completa en Español Latino Original HD


Passio Domini Nostri Jesu Christi secundum Joannem


Passio Domini Nostri Jesu Christi secundum Joannem


ECCE HOMO


ECCE HOMO, CONFESION DE PILATOS ANTE LA TÚNICA SAGRADA
Aquella gramalla sin mangas tejida de un solo hilo -Cristo se desvestía y sus siervos y seguidores duro colocarse ropajes, uno encima de, sotanas y dalmáticas, al año que viene en Jerusalén pero caminamos de espaldas al  Calvario- abolía el orden viejo. Los ornamentos de los dioses antiguos, de  Júpiter Diana Afrodita y Baco quedarían preteridos pero sus sacerdotes, sintiéndose desnudos e incapaces de imitar al que pereció en la cruz en taparrabos, no harían otra cosa en todo el tiempo que hacer mayor el cupo del “indumento”.
Casi me desternillaba de risa pero aquella hora de grandes acontecimientos, fue el tiempo de los sobresaltos y de las confusiones (yo creía, pensé que; pues no señor al revés te lo digo para que lo entiendas) y de las perplejidades. Nos anegamos en un marasmo de sorpresa. Tú, Cristo bendito, viniste para confundir a los mortales. Supuestamente quedaron sin vigencia las estolas, las mitras, las cidarias, el efod, y todos aquellos ropajes que se ponían uno encima de otro, negro sobre blanco, blanco sobre negro, para definir oficios y categorías inciertas de flámines y peanes del mundo órfico.
Degolló nuestros principios sin espada.
-        ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otros?
-        Por sus obras los conoceréis- respondió el Señor
Se rieron de él pero él no vino a traer la paz al mundo sino un orden nuevo, con todo lo que ello implica: la destrucción de Jerusalén que fue desmontada piedra a piedra y los campos adyacentes de su pomerium  o arrabales, arrasados y sembrados de sal. Al pie de la cruz escuchábamos el batir de los tambores de los soldados de Tito casi tres cuartos de siglo de que aquel cerco se produjera.
-¿Y no escarmentaron ?
-Por vida de Minerva, ¡qué bah! Son pueblo duro de cerviz, una alegoría de la sinrazón y estupidez humana
Era  Jesús un revolucionario. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Sus vestiduras  de ajusticiado por una de esas carambolas inexplicables que hoy confunden a los soberbios (la potencia se hizo acto trascendente y se encendió el fuego de la gran luminaria y ardería por los siglos de los siglos aquel pebetero, puesto que nadie será capaz de destruir el amor) eligiendo a lo más despreciable y abyecto del mundo, que de los rechazados y humillados y ofendidos hizo él su piedra basal, en menoscabo de la soberbia y de la confusión terrenales.
Debió de ser un revés para los  mesiánicos. El libertador anunciado por los profetas de Israel moría en el suplicio escoltado por dos ladrones Dimas y Gestas. No me vengáis con bromas ¡Qué guasa! Vino a los suyos y los suyos no le recibieron -la frase de Juan que luego leí incansables veces martillea mis sienes- mientras los mercenarios puesto que no se puede hablar de soldados romanos que tienen otra dignidad y se echó mano de esclavos sirios para hacer aquel trabajo se rifaban con el cubilete sus paños menores. El Hijo del Hombre salvaba al mundo en taparrabos. Semejante desvergüenza ¿dónde se vio?


 

Pero la humilde túnica inconsútil era el símbolo del siglo futuro.

 

El que busca su vida la perderá. A ver queremos un signo pues ese no nos ¿vale?

 

La vida se la había echado el Inocente sobre los hombros a manera de chal cobijando sus espaldas doloridas cuando, varón de dolores, al cabo de cinco mil azotes y de 72 puntas de cambronera que es el peor de la especie de los espinos y la más áspera de las zarzas que horadaron sus sienes trepanaron su frente inmortal quedando ensangrentados los mechones de su rubia caballera y de su barba taheña ¡ah que nos miraba a todos con aquellos ojos azules penetrantes! como si no comprendiera la maldad del que somos capaces los humanos pero llenos de perdón hacia esa inclinación viciosa que los teólogos achacarían al primer pecado de Adán pero que a mí se me hacía muy difícil de aceptar como romano acostumbrado a mirar a los dioses con un cierto escepticismo pues sus malos ejemplos y concupiscencias y que además estaban ahí para castigar y enviar rayos y desgracias a los mortales. Si enojabas al Júpiter, éste te taladraba con su gario y te convertías en rana.

 

Con los dioses no se juega. Antes de morir había que hacer ordenanzs a Esculapio y se mandaba matar un gallo capón para que el dios de la salud tuviese una fiesta allá arriba con sus amigotes y después de expirar tenían que sujetarte la barbilla, abrirte la boca y meter entre los dientes una moneda para pagar al Barquero. Esta costumbre acicate de la codicia fue un pretexto para que en el mundo antiguo abundasen los profanadores de tumbas. El oro era más importante que la deidad y en facto es la única divinidad que rige los designios. Oro, oro y nada más.

 

Fue ofrecido al pueblo en espectáculo de befa. Un esbirro lo empujó hasta la balaustrada y Jesús apareció en el enlosado del Lithostros  cual caricatura de ser humano, un guiñapo.

 

-Ecce homo

 

-Tenedlo. Vedlo ahí, cabrones. ¿No queríais que lo castigase? Pues le hemos zurrado bien la badana. ¿No os dais por satisfechos? No. La chusma quería más sangre. Dada su condición vil y sus adscripciones impredecible. Era el mismo morbo que conducía a la plebe de Roma al coliseo. Quería ver la sangre a chorros de los andábatas sobre la arena y que cantasen el himno. Ave Caesar los que van a morir te saludan.

 

Ecce Homo. Le habían colocado un manto púrpura sobre los hombros y pusieronle una caña en la mano por cetro y así compareció. No lo condenó Pilatos. Fue sentenciado a muerte por un tribunal democrático que sometía sus veredictos a votación  con mano alzada en la casa de Anás y Caifás, sumos sacerdotes. Lo mataron dicen por vía de democracia. Pero la perfidia de esa raza es alegoría de la condición humana, si se quieren mirar las cosas desde un ámbito teológico, ajeno a toda manifestación racial. Sin embargo, el pueblo elegido se convirtió en pueblo errante. Nunca en paz consigo mismo. Siempre clamando y lamentándose de su pasado, muñidor de guerras.                                                                                                                                      

 

la pasion de Cristo segun Gibson


 

Se quejaban de que la Passio según Mel Gibson el cineasta que había sabido captar en sus tomas todo el pathos que arranca de la pluma de los cuatro evangelistas estaba ribeteada de crueldad. Por lo visto, tres personas habían fallecido de schock en diversos cinematógrafos del planeta. Oh boy. Era de nuevo la voz de Belial que se alzaba desde las losas del Lithostrotos. Crucificarle. ¿No oísteis? Ha blasfemado. Si eres hijo de dios baja de esa cruz. Ja jaja ja y los gritos de las turbas resultaban un contrapunto o las voces anteriormente escuchadas preteridas y derrotadas de los escribas y de los fariseos. La saña del grito. La rebeldía ante la historia que ellos pretendían construir como siempre con una sarta de hechos consumados poniendo cuñas y diferencias – es lo que supieron hacer siempre- entre el cristo histórico y los evangélicos. Separar a las naciones, sembrar de cizaña las naciones. Volcar todos los carros.

Y ya se sabe. A carro vuelco y ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor todos son carriles. Era la eterna monserga que echaban por televisión pasándonos la pluma por el pico. Decían:

       -El invento es nuestro. Es la maquina de la verdad la que está en nuestras manos. Os vais a enterar de lo que cuesta un peine, coleguitas.

       -¡Habrase visto!

       -¿Qué?

       - No me retruques, burcieras.

Y había que filmar furores y que retratar funerales para que se cumpliera la frase hecha de “estamos buenos”.

       -Eso no es una frase hecha. Es una profecía.

       -Lo que tú digas

Por lo visto no tenían otra cosa que hacer que mondar momias y entregarse a las disquisiciones inanes. Explotaban el morbo como nadie. Dijo un inglés:

       -They rule by the law of fear and terror[1]

Pero he aquí que todo esto no eran más que las consecuencias del doble lenguaje. Servían a dos señores. Estaba claro. Era la nueva semántica de las dos mitades. La del yin y del yen. Habían escrito previamente todos los formularios y vivían en su pagoda rodeados de una corte de humo de incensarios. Nos lavaban el cerebro con sus monsergas. Nos aturdían la cabeza. La gente escuchaba la lista de desastres como el que escucha llover. Se había acostumbrada a su ración de cicuta en cada diario y tal es así que si no le daban el postre de bajas de nuestras guerras globales – Irak era un referente macabro de edificios que saltaban por los aires y de chiitas que salían en camilla los cuerpos destrozados al sol de las riberas del Eufrates y del Tiflis y de plañideras tapadas que se golpeaban el pecho o la cabeza con desesperación ante los deudos fallecidos. Eran carne joven y todo tenía un aire dantesco y apocalíptico.

Se había acuñado la frase de ejércitos de la concordia lo que no dejaba de ser un contrasentido los ejércitos y cohortes son para la guerra y no salen a campaña sus legiones para repartir rosas sino para dar palos. Una mentira por tanto. Lo que antiguamente se denominaban tropas de desenganche ahora eran formaciones de avenencias que combatían la desavenencia a cañonazos pongamos por caso en Afganistán. No se hablaba del enemigo. Los que estaban al otro lado de la trinchera eran los violentos. Paz significaba en realidad guerra en la nueva jerga. El muevo lenguaje.

El gran hermano era un señor de luenga barba partida que portaba ora chistera ora turbante y montaba en un caballo blanco. El nuevo matamoros se había pasado a la otra calle y era el mito santiaguista redivivo en versión de fiesta dúplice o matacristianos.

-       Eso es un montaje. Mirad que blanca tiene la chilaba ese morito. Cómo cabalga al trote cochinero qué blanco tiene el alquicel. Parece un fantasma. Es una visión.

-       Se parece a Jesucristo. Un Jesucristo al revés que empuña un kalashnikov predicando el odio y la reconquista de Granada.

-       Ahí hay mucho adobo. Es un buen lanzamiento publicitario. ¿Quién es don Ben? ¿De quién es hijo?

-       De don Laden.

-       Pues a ese don Laden sólo lo conocen en su casa a la hora de comer.

Había hecho aparición aquel anticristo entre noticias inquietante sobre cambios climáticos, mutaciones genéticas, alteraciones de la linfa y el aura. Se conoce que los diseñadores de imagen habían hecho su labor de campo y se habían leído bien la última parte del NT. Y rodaban películas porque el thriller también vende con títulos como Apocalipsis now and Apocalipsis when? Una lazada para cazar incautos y áteme su Merced la mosca por el rabo.

El ángel negro descendiendo a la piscina probática había agitado las aguas y las cristiandades andaban revueltas. Por los rincones de Cuniculandia proliferaban las bandas que llamaban del Este que se dedicaban a desvalijar pisos y segundas viviendas y asaltaban a los pensionistas cuando salían de los cajeros con su magra mesada en el bolsillo. Llenaban la penillanura de chiringuitos de carretera y allá donde había rastrojos y alguna tenada construyeron puticlubs y burdeles adonde iban a desfogarse palurdos y había turismo sexual a encontrarse con las visitadoras y bajaban desde las Galias. La actualidad era una perenne crónica de sucesos y hasta se vio una vez en tales antros a un espástico de tullida minusvalidez. También los disminuidos físicos tenían derechos al alterne y a los favores sexuales y contrataban a una beldad rusa para subir un ratito. ¿Cómo lo haría? El cliente en cuestión llevaba un fámulo o johny que empujaba la silla de ruedas. Era lo más chocante que vi en mi existencia. ¡Dios mío cuantísimos pecados!

El ayudante de campo por lo visto tendría que asistir a la operación y hacer las voces de mozo de cuadras como cuando mi abuelo iba a la parada a echar la yegua al garañón y había un experto que coronaba a lo largo de tan aparatosa faena embrocando el miembro del garañón en su lugar. Y en la barra un forajido se lamentaba sin cesar de llorar y de que ninguna daifa le hablase en su lengua.

       -Todas son rumanas.

       -Las rumanas la chupan con ganas

Cadalsos y cadáveres. Los mitómanos se ponían las botas. El esperpento lo daban a calderadas. Y en Guantáno torturaban y venían de aquella cárcel penitenciados luciendo el traje de rayas y andando penosamente esposados y maneadas sus extremidades superiores e inferiores como si fueran acémilas en pasto caminando con dificultad a causa de la pihuela que impedía el libre juego de las piernas.

Pero los reos no eran pasados por las armas como corresponde al código de justicia militar. Los sentaban en la silla eléctrica o les ponían una inyección letal.

El enemigo escogió a posta la celebración del quinto centenario de Isabel de Castilla para afirmar que España había dejado de ser católica.

A ese callejón sin salida habíamos ido a parar con los embustes de las tres culturas y el papa propter metum Judeorum se palpaba los fondillos de su sotana. Él tenía miedo a perder la prestamera. La silla apostólica tenía que contemporizar y el proceso de canonización de la reina santa quedó bloqueado.

Era vidente que habían puesto en la silla del pescador a uno de su cuerda o que el usurpador era un grande bribón con muchas ínfulas. En las altas esferas se había apagado la llama del cenáculo aquella que decían novio a los primeros apóstoles a hablar en lenguas de fuego. Hombres de poca fe. ¿Por qué vaciláis? Aquel miedo, aquellos respetos humanos depararon la confusión de babel. La familia arrastraba un estigma destructivo y los hermanos andaban poseídos por la falta de amor. Fámulo traía mal fario y desgracias terribles. Mejor que no te acerques majo.

       -Barrujo Arije, tu mujer padece un cáncer de tiroides.

       -Ay dios mío que habré hecho yo a dios- gritaba desconsolado como un nuevo Job.

Y la casa se deshizo y la familia se murió y llegó el sembrador de las discordias y arrasó sus campos de sal pero Barrujo paciente y resignado movía la cabeza con pena de sí mismo murmurando entre dientes tan sólo:

       -Él me lo dio. Él me lo quitó

Tal vez tuvo mala suerte. Algún antepasado que él desconocía debió de cometer un pecado tan horrendo que atrajo la enemiga del señor. Resignación Barrujo Arije y el pobre Barrujo bajaba la cabeza mientras sus dedos pasaban las cuentas de su rosario. Toda aquella cargazón de desgracias contra su pueblo la verdad que no era cosa normal pero dicen que los caminos de Yahwé son inescrutables y en sus designios misteriosos Él debe de hacerse otras cuentas. Sus números van por otro cómputo diferente.

       -Alguien te hizo un hechizo.

       -¿Al nacer?

       - Sí, al nacer. Sería que mi madre se cayó de la burra y por eso.

       -Por eso ¿qué?

       -Que yo viene al mundo con un dedo de más.

Había que acatar la norma y someterse a los designios de los flamines del Tercer Nivel. Los del Tercer Nivel. Esos eran los culpables. Los nuevos sacerdotes de Apolo aquel domingo de ramos se dedicaban a predicar el mestizaje y el colonialismo del revés. Saltó una bomba en un piso de Leganés  murió un GEO y los que estaban dentro se inmolaron. Oh que historia más peregrina luego unos desconocidos entraron de noche en su tumba y esparcieron sus restos por todo el cementerio, un nuevo episodio de los métodos sarracenos al menos es lo que quisieron contarnos los de la televisión llevados de la mano de los expertos y propaladores de consignas del Tercer Nivel. Se suicidaron todos musitando oraciones fantásticas y con las suras del coran en los labios al grito de Alá es grande. El personal volvía a tener bastante miedo. ¿Habría que creer a aquella historia o ponerla en adobo como lo del caballito blanco de Santiago o el alquicel flotante del Hijo de Laden? En cualquier caso muy fuerte  semejante caso de suicidio en manada entre recitaciones sagradas.

Estaban en un tiempo de subversión de las conciencias, tiempos solidarios y poco caritativos en que habían venido los que vendían viendo en cápsulas. Bastaba con soplar los odres de neptuno y tomar viagra. Se reían los buhoneros de las azules cápsulas romboides de la falta de ganas. Sois todos unos impotentes.

       -Pero qué es este cachondeo oigan.

       -Belial que se descojona.

Aquel domingo de ramos laico se hizo una foto en el castaño joven que plantó recién llegado a habitar la casa vestido de nazareno. Le caía bien la túnica sagrada pero estaba un poco gordo. El cíngulo de la hermandad lo había comprado en una tienda de objetos religiosos cerca de Mayor. Imágenes y lamparillas y rollos de  cortes de tela para hacer hábitos de todos los colores. Los pardos de san Antonio, los morados de Medinaceli, los azules de la Virgen los negros de la virgen de los dolores. Esas prendas se las ponían los que salían de presidio o los que se libraban de una enfermedad en los años de posguerra. Madrid era muy santero y estos negocios que un día tuvieron su áquel iban de capa caída. Como es natural.

Siempre desde niño le tenía afición a las procesiones semana santeras y salir detrás con los pies descalzos acompañando al paso. Era domingo de ramos y se puso a cantar la passio en la esquina de las descalza. Tenía una hermosa voz de diacono. Un argentino se le quedó mirando y le ofreció una limosna.

       -No, gracias

Vestido de nazareno sentía con más fuerza su fracaso, el exilio interior de que era objeto, las puertas que se cerraban. Sin embargo el timbre de su voz lanzan a los aires embalsamados de primavera de la tarde de abril el mensaje perenne urbi et orbi. Estaré con vosotros hasta que haga falta. Era un mensaje políticamente incorrecto. Los hijos de Belial se revolvían indómitos llevados por todos los demonios. El hijo de Julián Marías escribía artículos incendiarios contra estas manifestaciones públicas de fe callejera que cerraban el camino de la estación. ¿No corren tiempos laicos? Y lo que apuntaban los detractores y renegados es que los desfiles vistosos les recordaban el franquismo y no había derecho. Sencillamente era algo obsceno. Y las víboras asomaban su mortífera cabezota triangular por entre los tallos que ocultaban sus madrigueras.

       -Dalas en el cogote. Esos reptiles con plumas de mujer ningún derecho tienen a vivir. Descabeza a la serpiente. Es para lo que viniste al mundo.

Escribía bien de las procesiones pero la bibliotecaria de Logroño escribía en el foro insultos contra él. Era una laica de derechas muy comodona y algo buscona de amores tibios o narcisistas por Internet. Las soflamas y las amenazas anticristianas estaban de moda en aquel Madrid profano antiguamente rompeolas de las Españas y ahora aparcadero de gentes llegados de todas las partes del planeta, batiburrillo de todas las etnias y razas. Pero era así como lo querían, según va dicho, los agentes del Tercer Nivel Subrepticio que ya no lanzaban minas por debajo de los muros de la ciudad universitaria. Se limitaban a predicar el mestizaje y a limpiarse las posaderas con la roja y gualda. Los copinos se desgañitaban desde los micrófonos de los curas ya ve usted. Había que envenenar al pueblo. Y un heredero de Mendizábal creo que era vice tataranieto se emborrachaba en el bar de la rumana que la chupaba con ganas según decían detrás del mostrador. Los apóstoles del criollismo al revés habían regresado.

Largaban sus sermones mediáticos y políticamente correctos en forma de planchas. La pasión de Cristo caía fuera de los predios previstos por el nuevo orden. Pertenece a la orbita de la iglesia prevaticana y los judíos de Jolivu le negaron producciones y hasta amenazaron con matarlo. Había que pagar el portazgo a los amos de la venganza y del ultraje a la cruz. Si eres hijo de dios desciende de la cruz.

Las carcajadas sonaban diabólicas desde el gólgota y se esparcían desde el valle de Josafat hacia todos los rincones del planeta. Pero como se atreve ese hombre.

       -Os ha llevado la contraria. Es vuestro verdugo. Vuestra maldición.

       -Antisemita

       -Hijos de Anás y de Caifás. Los nazis no acabaron con vuestra simiente perversa. Por eso andaréis errantes por el mundo.

Se recogió en su cuarto y por la señal de la santa cruz cantó en latín: “Passio Domini Nostri Jesuchristi secundum Marcum”.

Sonó en su labio la narración del evangelista como un desafío a las fuerzas oscuras que buscaban el desquite por el deicidio cometido aquella tarde en el Monte de las Calaveras. A las tres cuando iba por el pasaje doloroso e inclinato capite emissit Spiritus[2], escuchó un rumor e n el jardín. Eran las palabras de perdón. El verdadero holocausto. No hubo otro.

Pero estamos en un tiempo en que se cumplen ciertos amargos designios. España es la princesa de los tristes destinos. Estamos copados. No hay salida en el club de los poetas muertos. Dentro de lo malo le embargaba la amarga satisfacción de no haber marrado el pronóstico puesto que a lo largo de su obra había formulado aquellos vaticinios. Eran libros inéditos y anepigráficos  intensa labor de grafómano. Los fue dejando dispersos (sus pensamientos) a lo largo de páginas dispersas de su existencia con sus pervigilios anteriores. Un mal barrunto, el aleteo de un cuervo, la mala sombra o la peor entraña-una herencia siniestra que les tocara en suerte-conjuraba el mal fario. Todas estas cosas sensibles e insensibles visibles e invisibles voluntarias e involuntarias. Montón de pecados juntos donde se arracimaba la culpa – toda la culpa del mundo. El corazón de Arije sudaba sangre. Era un diácono a la antigua usanza. Se había cruzado la estola cuando venían mal dadas. Cuando todo era acechanzas. Su vida `personal permanecía yunta con la del Señor. Pero estaba todo muy confuso. Turbulento. El amo de los anillos y la luenga barba enredada agitaba el bastón subliminal. Me hablas de tu vida y ella es un siniestro total. Lo cual  que para al viaje no necesitábamos alforjas. Pero ¿por qué aquella obstinación contra el cristianismo? Él no los sabría explicar. La verdad. Has de romper el halo del maleficio. ¿Cuál era el secreto de aquel mal de ligadura misteriosa? Jamás he podido quererte. Me traes desdicha, mal fario. La suerte y las sirtes. Evil exists. El diablo existe. Su presencia la detectaba Arije con una especie de antenas que tenía para lo paranormal. Estan pariendo ómenes nefastos. Quería huir pero ¿adónde? No hay salida. Pensaba por ejemplo en el rito de consagración de los elegidos. En contra de los supuestos que se manejan ahora mismo, él creía en el poder reparador y sanador de la liturgia. De ella nacía el fervor individual y por eso mismo se había ordenado de diácono. Para pregonar a Cristo públicamente y con todas sus consecuencias.

Y la vida sin liturgia, sin ceremonia, sin pasión ni rito, es nada. Estaba contextuado e indagada por él a lo largo de muchas horas en que robó al sueño su cometido para entregarse a disquisiciones centrífugas y centrípetas. Extrapoladas del mundo en que vivía tozando su pasión escapista de marcharse al yermo. Huyendo de aquella soporífera esposa que le deparó el destino y de los hijos que le insultaban. De los vecinos que le hacían momos cuando caminaba hasta la parada del autobús con lentos andares cansinos. Aquel lento deambular debió de espantar a los gusanos freudianos que pululaban por doquier. ¿Adónde vas tu, chico? Mírale. Se mueve como un asesino. Esa depresión suya es la de un asesino



[1] Gobierna por la ley del palo y el terror
 
[2]  e inclinada la cabeza expiró

2016-03-19

EN ASTURIAS NADA ES LO QUE PARECE. PARAISO NATURAL ¿E INFIERNO?


Redde mihi domine stolam, inmortalitatis quam perdidi. Y, al decir esto, el cura de Riofrío besa la estola. Merear domine portare manipulum fletus et doloris  (merezca yo portar el manípulo del dolor) dice, acto seguido, el preste al colocarse el manipulo y renace un tiempo viejo entre las cajoneras y los espejos ustorios de la sacristía.

Es el arranque perfecto para una misa cualquier domingo del siglo XIX en la España profunda. En la iglesia el pueblo aguarda. Tocan las campanas y delante de la grada formula el cura, embutido en una casulla guitarrera, el rito de salutación eterno: introibo ad altare Dei,  entraré al altar del Señor. Los feligreses el aire aburrido escuchan las oraciones bisbiseadas por el clérigo de forma mecánica y atropellada. La feligresía mira con cara de circunstancias.

Es el momento en que al pasear la vista por el concurso en todo un travelín (el escribano, el médico, el secretario, el juez de paz, la pareja de la Benemérita) sin cámaras descrito hábilmente por la pluma tan capacitada como la de Armando Palacio Valdés topa con la mirada huidiza de  su amada Rosa la Molinera.

Andrés es un periodista madrileño que ha venido a Asturias a casa de su tío cura a reponerse de una incipiente tisis. Protagonista Andrés Heredia y, deuteragonista la del Molino, van a experimentar en sus vidas un soplo siniestro (pathos) y sucumben al dictamen de la fuerza de un hado fatal. ¿Asturias paraíso o infierno?

El escritor de Entralgo es un maestro de la novela psicológica y sociológica. Obras como “El Cuarto Poder” “La Aldea Perdida” “La Fe” “El Maestrante” constituyen un zócalo en el que se estructura la vida española con el advenimiento del progreso (las minas, el ferrocarril, el voto directo. El periodismo, los partidos políticos) y en parte desmonta el mito de Asturias paraíso natural. En esos pueblos perdidos en esos concejos a trasmano y en esos valles recónditos se esconden las pasiones de cuyas garras no podrá escapar el ser humano: la avaricia, la gula, la intolerancia, los prejuicios de casta, la lujurio, el fanatismo religioso, la violencia.

Palacio Valdés, que ha sido mal leído y mal interpretado como escritor de derechas quizá porque añorase las costumbres patriarcales del viejo Avilés, presenta en sus novelas un denso calado  de encrucijadas anímicas que lo acercan a los grandes maestros rusos y franceses.

Tampoco en él, como en Asturias, —esa Asturias a la cual supo describir y buscarle las vueltas encontrando bajo esa superficie afable el estro trágico de los duendes los nuberos y las xanas— nada es lo que parece.

Con el sambenito de “carca” fue detenido en el Madrid rojo de 1937 feroz mes de noviembre y acaso fusilado (oficialmente murió de hambre) pero su inmensa obra que no ha sido evaluada ni catalogada en su totalidad está cuajada de crítica social, pone en berlina a los caciques, fustiga al clero indocto verdaderos verracos con sotana que padreaban por las aldeas y contribuían a mitigar la despoblación demográfica, llenando sus parroquias de “fios” naturales, caricaturiza a los indianos que regresan a morir a la tierra hablando fino y con acento de azúcar de  dengue, grandísimos usureros que hacen prestamos al 25 por ciento, critica la brutalidad de los rudos labriegos que maltratan a sus mujeres y a sus hijas. Se mofa de los veraneantes.

Surgen pleitos y malquerencias por un mojón y por una linde. Aparece un campesinado irredento que labra las tierras en aparecería a un terrateniente residente en Madrid que jamás pisa la comarca.

Como un profeta este maestro de la narrativa que es bronco y certero en sus novelas de ambiente rural asturiano, y afable y simpático, en contrapartida, en las de ambiente andaluz, como la Hermana San Sulpicio  o Riverita  — se dice que han sido un asturiano Palacio y un gallego Cela los grandes cantores de Andalucía— va desbrozando la madeja que abocará a los españoles a la guerra civil de la cual él fue victima.

El Idilio de un Enfermo presenta una dinámica de arriba y abajo —upstairs, downstairs— dos lineas paralelas que jamás podrán encontrarse y ese desencuentro adquiere un carácter trágico entre un amante señorito y una muchacha aldeana a la que seduce y acaba raptando. Buena novela costumbrista. Hoy ya bi se encuentran escritores con ese talento narrativo de nuestros escritores decimonónicos. La lectura de cuyos libros apenas requiere esfuerzo. Es la clásica escena del nido de amor en el hórreo al amor del narvaso y cerca del pesebre donde rumia el ganado, bucólica escena pastoril.

No por trillado lugar común  menos efectivo recurso de la novela del XIX. El molinero Tomás padre de la muchacha quería casarla con su tío el indiano. Choque de pasiones encuentro de voluntades pero, entre medias, el arte.

Una buena novela, y pocos lo logran, es como una buena misa cantada (introito, ofertorio, lavabo purificador, anáfora, consagración, epicrisis bendición y despedida.) Y las novelas del maestro de la Aldea Perdida tienen eso y mucho más: humor, descripciones potentes como el de la misa dominical, la romería, el encuentro amoroso en el establo nido de amor. La fuerte prosopografía o pintura de la cara y a través del rostro penetramos en el alma de los personajes: el seminarista Celesto terror de las mozas del concejo un sátiro que promete acabar con su vida crápula en cuanto se ordene de subdiácono (entonces sanseacabó pero ¿Cuándo vendrá ese día?), la agnición o reconocimiento mediante algún tic personal como el del cura de Riofrío que el hombre no se explica bien en sus sermones,  recurre a latiguillos como ya me entiende usted, y ¿estamos?

Para paliar su poca capacidad retórica,  acababa llamando modorros y escribas y fariseos a sus parroquianos que dejaban el precepto dominical para ir a la hierba. El azimut de la narración se alcanza en la descripción de la romería en honor al santo tutelar: tambor y gaita, ramo, procesión, suena la Marcha Real a la hora de alzar, corra la sidra en el tonel, estallen voladores en el ferial y atruenen los compases de la danza prima, a los gritos del ataruxo y del ijujú. No faltan tampoco los palos pues era costumbre, el mocerío de aldeas rivales ha venido bien prevenido con garrotes de siete ñudos, tiemblan las navajas en bolso por un quítame allá esas pajas. Culto a Dionisio, a Venus, a Marte y a Baco y todo aboca a un final lamentable cuando por la senda aparecen los civiles que llevan preso al protagonista acusado del rapto de la molinera. Desaparecen en un recodo de la calella entre el polvo del camino y el fulgor de los charoles. Pero que no decaiga la fiesta. El seminarista Celesto que está a punto de recibir órdenes sagradas y decir sanseacabó a su vida disipada se enzarza en una discusión teológica con el excusador sobre el concepto escolástico de sustancia y accidente. La porfía sube de tono y están a punto de resolver sus diferencias a vergajos.

Algo vale que el mucho vino trasegado les hace de nuevo sentirse amigos y regresan a casa cantando viejas tonadas del país algo traspuesto, melancólicos, y borrachos. El que va de romería se arrepiente al otro día. Otro año más; nadie puede atrapar con las manos al tiempo que se va.

Un halo trágico — como en la Iliada en la eneida cuya estructura épica trata de imitar Palacio en su narrativa— se condensa como un aura ineludible sobre los lances e intriga de la trama y ya no podrán escapar los personajes a las garras del Destino: “oiga, Celesto, quien es aquella chica la del pañuelo negro y los corales en la garganta… ah sí la hija del Molinero… no piense usted en ella don Andrés, le daré un consejo… es una yegua”... Adraganto y Queronte aguardan. Rosa, expulsada por su padre de casa, se va a servir a Oviedo y luego acaba en la prostitución.

Andrés, de regreso a Madrid, reanuda su vida de crápula. La tuberculosis se apodera de su organismo y muere al año siguiente de sus vacaciones en Riofrío, a causa de un vómito de sangre. Nada es lo que parece. Pese a las predicas de moralistas, reformadores y sociólogos, la condición humana permanece invariable. Todo sigue igual. Sólo puede redimirnos el Arte.