2017-05-23

HOMENAJE A PACO UMBRAL


HASTA LA VISTA, PACO

 

Antonio Parra

 

Madrugada de San Agustín. Una noticia triste me sobrecoge: ha muerto Francisco Umbral o don Francisco como le llamaba Alfonso el Cerillas del Café Gijón. Su nombre me recuerda los días arduos de vino y rosas cuando ametrallábamos la Olivetti y nos sumíamos en la magia de las veinticuatro redondas blancas soñando con ser poetas. Umbral era un escritor químicamente puro que vivió en escritor, pura y simplemente para la literatura, lo que no deja de ser admirable en un tiempo en que ha muerto la literatura  no por falta de ganas sino de quórum ya que apenas quedan lectores ni tiempo, y de gusto y placer estético. En tiempos tan feos como los que corren Paco era un ser bello y nacido para lo bello. El gusto y la magia por la palabra eran dominados por su varita mágica. Sacaba el turbo pues nadie le ganaba en la distancia corta en que los artículos le salían redondos, y nos dejaba a todos bocas

 Hay quien le niega la categoría de novelista – igual le sucedió a Cela- pero pelillos a la mar y una tormenta en una taza de té me parece la polémica que sostuvieron él y Pérez Reverte quien a mí me parece un superdotado en el género narrativo con lo que lleva de constructor de mundos de calafateador de gabarras que naveguen con rumbo propio. Tanto él como el pobre Paco al que hoy lloramos eran dos puntas en el abroncado y yermo panorama de las letras madrileñas y no vamos a entrar tampoco en desinencias políticas que son puro accidente. El arte no es apolítico aunque todas estas diatribas y encono lo han convertido en impolítico cuando prolifera tanto escritor de partidos con el incienso siempre a punto para quemarlo, oloroso, cerca de la casulla y de la tiara de su señorito.

 Umbral era un escritor independiente y ecléctico,  hecho a sí mismo a base de largas lecturas aunque él lo mismo lo reconocía: su escuela fue el “Norte de Castilla” a la sombra de Delibes pero también la Prensa del Movimiento y concretamente las colaboraciones que la agencia Pyresa a la cual yo debo humildemente lo poco que soy [con otros muchos, aunque que lo reconozcan o no es otra historia] que le ayudaban a malcomer y a vivir en aquellas pensiones algo sórdidas pero llenas de vida del Madrid años 60.

 Le conocí cuando estaba a pupilo en una de Blasco de Garay. Desde entonces Umbral que supo captar la vida el aire y la luz maravillosa de Madrid, superando quizás al propio Ramón Gómez de la Serna, fue un inveterado asiduo paseante del barrio de Argüelles, y habitual de las casas con derecho a cocina, los cuartos realquilados muchos sin duchas donde por invierno hace un frío que te cagas.

 Luego fue ascendiendo en la pirámide social y de allí se mudó a otra del Barrio de Maravillas y en último termino, hasta escalar la cucaña, al de Salamanca donde era vecino de Buero. Caerle bien a las patronas es un salvoconducto para llegar lejos y tú a aquellas señoras viudas a las que despertabas el instinto maternal, Paco, les caías de perlas, les recordaban a algún novio que tuvieron en guerra o un sobrino que se había muerto i les hubiera gustado que pidieses la mano de alguna de sus hijas. O que sencillamente querrían acostarse contigo. Por eso tú triunfaste porque te daban mimos las patronas y uno acabó de mala manera tarifando con todas. Tu muerte es un aldabonazo advirtiéndonos que todo aquel tiempo de vino y rosas se nos fue. Casi sin pensar.

 Madrid, aquel Madrid y aquel espíritu, quedaron plasmados en aquellas sus geniales entregas que se titulan por ejemplo El día que llegué al Café Gijón, Mortal y Rosa, Las Ninfas. Donde se convierte en el adelantado o heraldo de una generación. Los libros, originalísimos. Umbral nos enseñó que las verdaderas novelas carecen de argumento, de trama o de plot. He ahí la magdalena de Proust: las palabras y los acontecimientos que se entrelazan como cerezas en una banasta sin una cohesión aparente al azar y sin propósito porque la vida no tiene trama tampoco. Sólo lances. Un pasar el espejo a lo largo del camino flaubertiana pero también  se acomoda un poco all modo de narrar de don Pío Baroja quien consideraba, escribiendo un poco al desgaire y sin preocuparse mucho de donde tiraba la boina, que la existencia es un cajón de sastre lo mismo que Faulkner. Life is a gtale full of sound and fury told by an idiot.

 Shakespeare en su Tempestad ya nos puso en antecedentes de lo que debía de ser este bronco oficio donde pululan tantos mediocres pero sólo unos pocos como Umbral eran maestros. Aunque el terreno donde batía a todos era en el articulo periodístico. Ahí revolcaba a cualquier contrincante. En la corta distancia de los dos folios y medio sin soltar paridas ni adobar tópicos era imbatible. Era consciente a pesar de haber escrito más de noventa libros – el primero sobre Larra un escritor al que considera malo y que la altura de su fama no coincide con la calidad-de que la muerte de la novela era un hecho por la falta de lectores y sobre todo por la falta de tiempo.

 Umbral escribía brillante y acaso fulgurantemente y con un insólito dominio del idioma castellano porque tenía un oído musical para captar la palabra y las innovaciones del léxico (hubiera llevado mejor que nadie lo cheli a la Academia) para lectores con prisa que son capaces de degustar un párrafo de calidad. Desde luego, no era un pensador ni un filósofo. Sistematización no se la pidas a un escritor de periódicos. Y el novelista y el poeta se transforman así en articulista. El articulito de cada día dánosle hoy,  es un genero al que lleva Paco a la excelsitud de la perfección.

 Su punto de referencia eran Cesar Gonzalez Ruano, el propio Gómez de la Serna y a Xenius. Paco hacía fintas con el lenguaje dada su gran habilidad dialéctica. Era un funanbulista nato. Recuerdo aquel hombre prócer, buena espiga, muy cegato, con andares mayestáticos ladeando la cabeza de jirafa para un lado y a otro fijándose bien mirando sin ver. Charlé un par de veces en el Gran Café. Rosalía Dans, la hija de mi amigo Celso Collazo, se lo comía con los ojos y no me hizo mucho caso la verdad. Otra estaba a su lado el pintor Pepe Díaz atiborrándose de guisqui pero en los sesenta cuando era un chico de Valladolid remendado por Donato León Tierno (qué bien escribe este chico y no era broma Paco siempre escribió muy bien lo que ya no se estila pues hay gente en la profesión que hace gala del bodrio mal escrito) coincidimos en varias ocasiones como en la boda de Florencio Martínez Ruiz en Alcobendas.

 Iba con Juby Bustamante la que es hoy mujer de Miguel angel Aguilar y el poeta conquense Diego Jesús Jiménez su amigo del alma en cuya compañía se descolgaba de vez en cuando por el Abra y por Chicote y otros tugurios elegantes aunque lo normal es que el personal se aliviase allá por las encartaciones golfas del Cerro de la Plata. No se lo digan muy alto a Társila Peñarrubia la bibliotecaria que se convertiría en mujer de Diego y un poco hada madrina de Paco. Umbral pese a su estatura prócer y sus trajes cruzados siempre se distinguió por su buen gusto sartorial,  y que compraba en las rebajas de Simago o del Corte Inglés, daba la impresión de ser un ser desvalido como la mayor parte de los que se dedican a esta dura brega de casar palabras, supersensibles, hipocondríacos, exultantes y deprimidos y con más cornadas que muchos toreros porque aquí al que triunfa no perdonan.

Los colegas que no llegan a tu altura te embisten, te machacan. Sobre los hombros de Paco llovieron muchas infamias y hasta en una ocasión un energúmeno le pegó una hostia por haber dicho no sé qué en un articulo difundido por la agencia Pyresa y yo lo presencié en el Café Gijón. Pero tenía anchas espaldas así como una manía por deslumbrar. Epater le bourgoise. Era su sino. Sin embargo tuvo la fortuna de alzarse a lo más empinado de la cucaña. Fortuna te dé dios hijo que el saber no te hace falta y triunfó en este exigente y enconado albero de las justas literarias.

De los aspectos más sórdidos y ruines era capaz de enhebrar un buen artículo rescatando lo cutre y lo más abyecto con su ironía literaria. No era agresivo y esa fue una de las razones por las que perdura sino más bien petulante. A otros les caía gordo por pedante Tenía una virtud Paco Umbral: mirar las miserias humanas por encima del hombro para luego sacarles punta literaria a fuerza de plumazos de su cálamo de avestruz bien tajado.

 Buen golpe de vista el suyo. Pese a sus aires, molestos o antipáticos los que vengan después tendrán que estudiar en los libros y artículos de este madrileño para saber cómo fue el modo de ser de la sociedad española en la transición y pretransición lo que él denominaba el tardofranquismo. Mortal y rosa. Lo de mortal hoy se ha cumplido y lo de rosa seguirá epatando a la afición. Paco era un tío que le caía muy bien a las mujeres aunque le pasaba un poco lo que a Camilo.

 - Me vienen unas jais que no sabe uno qué hacer con ellas.     

  -Paco hijo la edad. Es la edad.

 

 

 Siempre fue aunque un escritor del ayer un hombre de espíritu joven apasionado del vivir. Se mantuvo en el eterno adolescente y andaba por el mundo con algo de complejo de Peter Pan, Creo que a pesar de sus reconcomios y de sus aires acratas en Umbral que no e parece nada a Delibes – dos palos opuestos pese a su inveterada amistad- seguía siendo aquel joven que escribía en periódicos falangistas de provincias prosas entusiastas.

 Se mantuvo en esa impronta de diletante y de recomendado pues fue un autodidacto. Un escritor químicamente puro. Sus vivencias fueron nuestras vividuras y su talante  nuestros talantes, sus fobias, sus amores y sus odios también los comparto: el de la generación del 98. Salieron una lechigada de grandes escritores de periódico: Torbado, Leguineche, Raúl del Pozo,. Amilibia, los Martínez Reverte, Martínez Garrido, Arturo Perez Reverte, Manolo Vicent, Juan Luis Cebrián aunque a ése hay que echarle de comer aparte puesto que nunca quiso ser bohemio.

La razón del éxito de Umbral con las muejres es que las patronas empezaron a encariñarse con él. Les inspiraba ternura de muchacho que creció huérfano y desvalido y sin padre (algunos malvados dicen que en una casa de putas para no ser menos que Cervantes). Luego las estudiantes y hasta las señoras de la limpieza del Arriba que le llamaban don Francisco. Genio y figura.. Descanse en paz. Era uno de los nuestros. Se nos ha muerto esta mañana de verano algo de nosotros mismos. Se nos va no sólo un escritor castizo sino un madrileño de la talla de la talla de Ramón, de Capamany, tal vez de Larra. ¡Paco, hasta la vista!

 

 

Foto de la boda de Florencio Martinez ruiz: de izquierda a derecha: Diego Jesús Jiménez, Juby Bustamante, antonio Parra, autor de estas lineas, Francisco Umbral

ECHO DE MENOS A PACO UMBRAL MORTAL Y ROSA. RECUERDOS DE MI ABUELO BENJAMÍN


martes, 23 de mayo de 2017

Antonio Parra-Galindo

 

Echo de menos a Umbral. Mortal y rosa. Voy a la última página del diario donde él proyectó su última época en vividura de escritor fuera borda y no encuentro su firma. Otras plumas galanas se han subido a la columna de mi difunto amigo. ¿Segundas partes fueron buenas? En este ambiente de envidias y de navajazos que es el mundillo literario periodístico madrileño Paco tuvo muchos enemigos de esos que adulan por fuera y por dentro ocultan la puñalada trapera y émulos.

 Es que fuimos muchos los que quisimos escalas su columna rostral donde él se encaramó como un César. No entró en la Academia pero conoció y supo tocar los mejores registros de la lengua castellana mejor que nadie. Creo que ha sido el mejor escritor español del siglo XX. Me cupo la honra de conocerle y tratarle aunque muy de lejos y ya dicho que lo echo en falta. I miss him Expongo aquí una foto. Estábamos en la boda del poeta Florencio Martínez Ruiz que se casó allá por el 64 en los dominicos de Alcobendas. Esa iglesia moderna con esa torre tan guay mirando a la carretera de Francia y nos retratamos a los postres.

 No hubo banquete sino un “lus” que dice mi madre. Un lunch. Las bodas dejaron de durar tres días y se convirtieron en meriendas a la inglesa. Florencio se casó con la hermana de un amigo mío. Juan Antonio Pérez Mateos escritor poeta periodista de Palomero (Cáceres) y aquí está el conquense y premio Adonais aquel año Diego Jesús Gimes España la santa de Umbral, yo y él con gafas de concha negra y traje cruzado.

 Era muy elegante, un dandy pero como todas las inteligencias preclaras, los espíritus delicados y mentes cultivadas que no son del montón cambia. Con Felipe volvió a colocarse la pana y la camisa de rayas. Quizás no escribió la novela de nuestra generación, un título que hay que atribuir a Jesús Torrado, autor de Las Corrupciones pero Umbral, escritor químicamente puro prosista y lírico, el azadón y la pala que excava los sentimientos de la gente de la generación del 68. es un gigante. No se queda en el estilo y la música de Cela o de Delibes que son más manieristas sino que es también letra y dice cosas con la literatura. Es también filosofo.

Vuelvo a sus libros que me confortan para empaparse de ese existencialismo de su estructura, esas ganas de vivir en rebeldía que nos caracterizó a muchos. Paco creció y maduró con el tiempo. Nos define y nos confina. Literariamente fue el vino añejo en la tinaja. Fue a más. Cela, pongamos por caso, el posterior y aunque las comparaciones ofendan, ya no era tan bueno como el primer Cela. Se agotó. Lo contrario que mi amigo y admirado madrileño recriado en Valladolid.

 Superó a Delibes escritor oficioso y oficialista, superó a todos y con ese dolor, ese reconcomio de la muerte inesperada, que nos arrebata a los que queremos/odiamos, me desparramo por la prosa triunfal, buida, preciosista y recalcitrante como una melodía repetitiva y con algo de hesicasmo, un eje de marcha, un gozne que da vuelta, el mimbre donde ensartaba los churros el churrero en aquellas madrugadas color lila, así es Mortal y Rosa una novela sin argumento. Sólo el dolor por el hijo muerto. La levedad del ser, la futilidad del deseo. Pura masturbación mental. Encaje de bolillos. Consultas al psiquiatra. El alma del escritor que se estampa y se retuerce ante lo incomprensible de aquellos largos y tórridos veranos del 50 en que jugábamos al gua. Rememoro de la mano del maestro vacaciones con olor a espliego-entonces los olores eran más fuerte, quizá porque no había lluvia ácida ni fertilizante, quizá porque nuestro olfato no había sido acometido por las mermas de la post modernidad y todo en nosotros estaba más entero- o con el perfume del sexo en las bragas de aquella niña con la que, inocentes, jugábamos a los médicos.

 Olor también a muerte. Bandas de luto en la manga de la gabardina. ¿Quién se te ha muerto? Un primo mío que no llegó al desarrollo. O el hermano enfermo que teníamos en un sanatorio tuberculoso de Guadarrama. Alguna vez subíamos desde Segovia hasta Tablada en aquel tren tranvía dos horas y media el trayecto hasta Madrid cuando no se rompía alguna furaco de la catenaria. ¿Estas bien, hijo? Sí, madre, sí. ¿Qué te traigo, qué quieres que te haga? Nada, madre; nada. Y se tendía en aquellas chaise long de la galería. Pabellón de reposo. Tranquilidad y buenos alimentos. Enfermitos con los ojos grandes y mirada ardiente. Toses y dolor al pecho escribiendo cartas de amor, la tisis categórica y la muerte en los zancajos  razón de su hiperestesia y balanos encendidos caminaban por las crujías buscando a la mujer.

 “Voglio una donna” (quiero una mujer) gritaba el loco desde la copa de una encina, ah Fellini las tetas de la rubia de Armacord, el despertar de los sentidos, Eros y Tanatos hermanos mielgos, Castor y Pólux a horcajadas montando el mismo caballo, los encuentros con una moza bajo el hórreo, las parejas que buscaban os escondrijos de las peñas orillas del Eresma donde nos bañábamos en la poza del bodón y espiábamos al cura del Salvador haciendo porquerías con una de sus feligresas. Yo me la llevé al río.

Hambre de sexo, hambre de amor, que nunca fuimos tan ardientes, que nunca el sexo estuvo tan entrometido con la religión que lo reprimía. He seguido soñando con los senos de la rubia de Armacord. Esa da dos azumbres, gritó un chistoso durante una reproducción en el Montija, sesiones de cine de sesión continua donde entraban dos y salían cinco. Chist un poco de formalidad, coño, ese que se calle. Acomodador… acomodador. Adolescencia y muchos andaban mal de la caja cambios. La mala alimentación. Los desastres de la guerra. Alguna noche cuajaba la sangre en la almohada.

 Algunos curaban pero la mayor parte palmaban. Por las tardes en alguno de los cien campanarios de las cien iglesias y conventos de Segovia tocaban a clamor. ¿Quién se ha muerto? Don Anacleto el lectoral de la catedral. Pues no era muy viejo. ¿Y fumaba? Poco, creo que un farias los domingos después de decir su misa. Y se preparaban aquellos aparatosos entierros que eran auténticos desfiles procesionales porque no hay ciudad en el mundo que ame tantas las procesiones como la ciudad en que nací yo. A la primera de cambio, zaca; una procesión.

 Mi madre me llevaba a todas aunque no fuese Semana Santa. Me veo ahora con un cirio encendido andando medio dormido mientras berreaba el amante Jesús Mío cuando se hacía la reserva en aquellos monasterios apartados extramuros adonde iba poca gente y olía como a pescado rancio. El olor a coño. ¿Es que las monjitas no se lavaban? Se lavaban poco. Y las vaharadas de ese olor se me suben a las narices cuando repaso las novelas de Umbral. ¡Cómo lo capta Paco! Parece que tenía un radar en el bolsillo. Aquellos olores plasman una época entre estertores de penas del infierno y carne lacerada por los cilicios.

El ay no me des tormento de las saetas y los jipios del amor hermoso de las tonadilleras. Ay que me estas matando Pasión de un pueblo con alma dolorista que ni amando a Dios ni fornicando no se divierte. Que guiado por su sino trágico lo toma todo por la tremenda. Masoquismo de raíces místicas. Hay pueblos donde los hombres y las mujeres se acuestan con una sonrisa y se lo pasan grande. Aquí con una navaja en la liga y parece que sufrimos.

 No me diga más: violencia de genero pero hundámonos en las raíces. Hagámonos preguntas. ¿Por qué? Pues porque el sexo se entrevera con la religión entre nosotros. Es como una montaña sagrada, no un prado ameno ni un jardín de delicias. Umbral lo explica.

Un triduo, una novena, una conmemoración y ya estaban las andas preparadas y las capas del habito, los hacheros y el báculo de la hermandad del Cristo del Perdón. ¿España ha dejado de ser católica? Si me lo preguntan por ese cabo responderé que sí y no. También la muerte era un espectáculo. No se ocultaba en asépticos tanatorios donde maquillan a los muertos como si fuesen a representar una obra de teatro, con música de fondo. Han variado las costumbres pero ¿muerte donde está tu victoria? ¿Dónde tienes tu aguijón?

 La imagen que me viene a la memoria son las largas visitas al hospital de la Misericordia donde siempre había alguno del pueblo o tenían a mi abuelo Benjamín cuando le operaron de la próstata. Bajábamos en las tardes de mayo por la costanilla de los Desamparados allí donde la ciudad no había perdido su perfil guerrero senda abajo por el postigo donde yo vi una vez a un templario un monje negro con una cruz blanca y roja al pecho la albarda en la mano el yelmo y la rodela fue una visión un espectro de caballero prevenido en frontera y entrábamos en aquel lazareto limpio y pobre.

Una monja paula con la toca enorme como las alas de un gigantesco finife, aquel griñón alsaciano – san Vicente de Paúl era francés y las instituyó para curar el mal gálico y las hermanitas tenían que disfrazarse a la moda del París del siglo XVII pero el gorro aséptico les prevenía contra los humores negros de la peste y la sífilis- les daba un aspecto asexuado y epiceno.

 Muchas veces me preguntaba si aquellas monjitas no serían hombres pero mi madre me dijo que algunas eran muy guapas y que una Navarra era un tipazo y le entró la vocación cuando la dejó el novio. No hay mal que por bien no venga mamá. Mi madre la pobre siempre andaba de convento en convento. Se conocía a todas las religiosas de la ciudad y mira que eran unas cuantas (las de santa Rita las de san Antonio el real las de santa Isabel, las Dominicas, las Cistercienses del Barrio las Brujas, las oblatas de la Consolación, la Reparadoras, la tira y las bajaba a visitar con frecuencia porque algunas eran de su pueblo.

 Me tenían muy intrigados aquellos curas aquellas monjas con aquellos capisayos. ¿Por donde mearán? ¿Tendrán eso? Sí, mi niño sí pero ¿qué cosas preguntas? Una vez mi curiosidad llegó a tal grado que recibí una tunda porque ni corto ni perezoso a Sor Conce ni corto ni perezoso pues yo siempre fue muy decidido traté de alzarle las sayas.

 Me dio a besar el rosario y yo traté de levantarle los bajos del halda que le llegaba hasta los pies. ¡Pero bueno! Niño eso no se hace. Oche. Es pecado mortal. ¿Tendría la hermanita de la Caridad  el pecado mortal en su sitio o era otra cosa?  ¿Y que tendrían los curas pija o crija?

No me quedaron ganas de saberlo porque la bofetada que me dio mi padre que casi me estampa contra la pared aun me está doliendo y el eco de aquella hostia resuena por los ánditos de las memorias. Sor Conce cuando bajábamos a ver el abuelo creo que me cogió ley pues  mi atrevimiento la debió de hacer gracias y me daba peladillas y caramelos que sabían a rancio y a convento. Al vernos llegar por la puerta carretera que abría a un patio con una fuente en el medio coronada por un virgen de escayola ya estaba sor Conce moviendo la cabeza y riéndose.

Le caí en gracia.

-Uy que chicos más gordo qué bien se te crían, Juanita.

-                            Con buena leche del cuartel y buenos ciscos, hermanita.-contestaba la mi madre.

 Estábamos mi hermano y yo hechos unas bolas pero en aquellos tiempos del hambre la gordura era un signo de distinción.

-                            ¿Cómo está el abuelo?

-                             Pasó mejor noche.

 Le operaron tres o cuatro veces a lo burro. Que bestias aquellos galenos al meterle la sonda pero no fueron capaces los urólogos de aquellos tiempos de erradicar su adenoma.

-Es que, Benjamín, tienes la próstata como la de un caballo. Salió bien de aquella y cuando le dieron de alta se fue directamente a una tienda de objetos religiosos que había en la Calle Real y compró un resucitado. Con él al hombro en el coche de línea se presentó en Fuentesoto. Lo regaló a la iglesia y mandó decir una misa a don Frutos de acción de gracias. Era un espejismo. El maldito adenoma siguió minando su paquete intestinal y sobrevino la anacrisis. Yo dormía en su misma alcoba y me dejaron al cuidado para alcanzarle el orinal o el botello cuando le entraban ganas de orinar. Fui testigo de su pasión y muerte. Hasta Dios me dio la gracia de asistir a su agonía. El abuelo debía de ver cosas en aquel trance pues con malo tregua se santiguaba. Y santiguándose entró en la vida eterna. Era una tarde calurosa de julio. Bahmontes había ganado la vuelta a Francia. Asistí de monaguillo al entierro.

 El cura Saturnino el de Castro dijo las preces de mala gana y las moscas revoloteaban alrededor de la caja mientras entonamos el “Libérame Domine de morte aeterna”  pues fue un verano de muchas moscas y de mucho calor.

A mi abuelo lo amortajó mi tía Dominica que era la santera de Fuentepiñel atándole las manos y los pies con un cordón de siete nudos. ¿Qué significaban los siete nudos de aquellos cíngulos? Un salvoconducto para el Paraíso. Los siete dolores de la Virgen. La credencial. Benjamín llegaba bien preparado y san Pedro no debió de vacilar en dejarle franca la puerta al buen labrador castellano después de su calvario.

-Pasa pa adentro Benjamín que te lo has ganado-debió de decirle el portero del Paraíso el señor san Pedro cuando aterrizó por aquellas alturas mi abuelo.

Tres años en un grito por culpa de aquella maldita próstata. God spare me. Sor Conce tenía un rosario de cuentas muy grandes, cantaba jotas de la Ribera que daba gusto escucharla y era todo una real moza. Medía casi dos metros y luego con aquella toca de las Hermanas de la Caridad tenía que entrar por las puertas de medio lado. Aquello no era una toca ni un griñón; era un paracaídas.  Hermanita ¿va usted a la guerra con ese paraguas blanco? La decía el capitán Camilo que había luchado en el otro bando y no creía mucho en estas cosas de Dios y la religión y ella contestaba:

-         Sí señor Camilo voy a la guerra del amor de Dios.

-         Y entonces ¿por qué no se echa usted novio?

-         Con el que tengo me vale. Pero rece, Camilo, rece para que el Señor le dé presencia de ánimo y una buena muerte.

-         Se me ha olvidado hermanita.

El bueno de don Camilo se tapaba la cara con el embozo. Acaso lloraba. Santa María Madre de dios.

         -Ve como sí que se acuerda.

Se daba media vuelta sor Conce y el bueno de don Camilo hacía gala de sus ideas. Entonaba el himno de Riego. Si los frailes y curas supieran la palaza que van a llevar. Japuta… japuta.

Tengo muy grabadas aquellas cosas que sucedieron en mi infancia. Sor Conce arrastrando sus peplos sus velos y sus tocas por los pasillos que estaban tan limpios que en ellos se podían comer sopas y entrando por las puertas de medio lado por causa de su inmenso gorro.

 Fue un acto de caridad la reforma del Concilio que visitó a las Hijas de San Vicente de Paúl de corto otorgándolas una indumentario más funcional pero el hábito sigue siendo feo con esa toca en ángulo recto y sustituyendo el azul por el negro. Aunque dicen que el hábito no hace al monje, a la monja.

 O ¿sí?

 En España se quiso siempre mucho a esa Orden francesa que no la hubo ni tan militar ni tan militarizada. Franco al que asistieron en el hospital de sangre de Melilla y le salvaron la vida cuando le pegaron el tiro en el vientre mandó que hubiera una comunidad  de esta Regla en todos los hospitales militares y es del de Carabanchel donde murió mi padre y del de Segovia donde estuvo mi abuelo que yo las recuerdo. Cuantos soldaditos murieron en sus brazos.

 Caminaban por la crujía entre las camas blancas con mucho garbo con sus cofias esotéricas y las haldas que les llegaban hasta los pies. Debajo del delantal muchos cosas podrían caber: unas tijeras, la jeringuilla de morfina, el tarro de piramidón, la última carta del novio que la dejó, el detentebala del sobrino al que mataron en  guerra y hasta los caramelos y bombones que me regalaba  la sor  y que sabían muy ricos aunque  revenidos y con olor a monja. Los libros de Umbral que es uno de esos escritores tan sensuales que escriben como les da la gana hasta con el olfato me devuelven aquel tiempo que se fue. Traen un perfume alcanforado de cuarto de atrás y de pensión con patio de luces Estoy seguro de que no pasarán porque son definitivos y definitorios de una época de un tiempo en que todo cambió hasta la toca de sor Conce que el Vaticano recortó.

 Lamento que Umbral, no lo sé, perdiera la fe. Decía glosando a Sartre diciendo que Dios es el silencio de los hombres. A mí me parece todo lo contrario. Dios es elocuente y sigue hablando a Abrahán desde la zarza.

 Claro que para escucharle hay que estar atento y tender no los oídos de la carne sino los del alma. Mientras seguimos sumidos en la paradoja pues vivir y morir es una contradicción. Extrañamos a Umbral poeta puro, escritor de raza, en este melonar sembrado de patatas y de espantapájaros. Tendría que hablar del amigo Pérez Reverte el espadachín, una fábrica de churros  a refritar un troquel de acuñar moneda y de hacer billetes. Que a Umbral no le llega a los zancajos.

 Tiene el síndrome de los de  Pueblo que Emilio Romero los malcrió y les hizo una especie de perdonavidas y de delincuentes. Nunca entenderán al escritor neto químicamente hablando. Ellos son políticos del lado que sople el viento pero ese tema lo vamos a dejar para otra día

  
PACO UMBRAL, MI ABUELO BENJAMÍN Y YO. UNA BODA AL ATARDECER EN ALCOBENDAS
deECHO DE MENOS A PACO UMBRAL MORTAL Y ROSA. RECUERDOS DE MI ABUELO BENJAMÍN
domingo, 13 de abril de 2008
Antonio Parra-Galindo

Echo de menos a Umbral. Mortal y rosa. Voy a la última página del diario donde él proyectó su última época en vividura de escritor fuera borda y no encuentro su firma. Otras plumas galanas se han subido a la columna de mi difunto amigo. ¿Segundas partes fueron buenas? En este ambiente de envidias y de navajazos que es el mundillo literario periodístico madrileño Paco tuvo muchos enemigos de esos que adulan por fuera y por dentro ocultan la puñalada trapera y émulos.
Es que fuimos muchos los que quisimos escalas su columna rostral donde él se encaramó como un César. No entró en la Academia pero conoció y supo tocar los mejores registros de la lengua castellana mejor que nadie. Creo que ha sido el mejor escritor español del siglo XX. Me cupo la honra de conocerle y tratarle aunque muy de lejos y ya dicho que lo echo en falta. I miss him Expongo aquí una foto. Estábamos en la boda del poeta Florencio Martínez Ruiz que se casó allá por el 64 en los dominicos de Alcobendas. Esa iglesia moderna con esa torre tan guay mirando a la carretera de Francia y nos retratamos a los postres.
No hubo banquete sino un "lus" que dice mi madre. Un lunch. Las bodas dejaron de durar tres días y se convirtieron en meriendas a la inglesa. Florencio se casó con la hermana de un amigo mío. Juan Antonio Pérez Mateos escritor poeta periodista de Palomero (Cáceres) y aquí está el conquense y premio Adonais aquel año Diego Jesús Gimes España la santa de Umbral, yo y él con gafas de concha negra y traje cruzado.
Era muy elegante, un dandy pero como todas las inteligencias preclaras, los espíritus delicados y mentes cultivadas que no son del montón cambia. Con Felipe volvió a colocarse la pana y la camisa de rayas. Quizás no escribió la novela de nuestra generación, un título que hay que atribuir a Jesús Torrado, autor de Las Corrupciones pero Umbral, escritor químicamente puro prosista y lírico, el azadón y la pala que excava los sentimientos de la gente de la generación del 68. es un gigante. No se queda en el estilo y la música de Cela o de Delibes que son más manieristas sino que es también letra y dice cosas con la literatura.




Es también filosofo.
Vuelvo a sus libros que me confortan para empaparme de ese existencialismo de su estructura, esas ganas de vivir en rebeldía que nos caracterizó a muchos. Paco creció y maduró con el tiempo. Nos define y nos confina. Literariamente fue el vino añejo en la tinaja. Fue a más. Cela, pongamos por caso, el posterior y aunque las comparaciones ofendan, ya no era tan bueno como el primer Cela. Se agotó.

Lo contrario que mi amigo y admirado madrileño recriado en Valladolid.
Superó a Delibes escritor oficioso y oficialista, superó a todos y con ese dolor, ese reconcomio de la muerte inesperada, que nos arrebata a los que queremos/odiamos, me desparramo por la prosa triunfal, buida, preciosista y recalcitrante como una melodía repetitiva y con algo de hesicasmo, un eje de marcha, un gozne que da vuelta, el mimbre donde ensartaba los churros el churrero en aquellas madrugadas color lila, así es Mortal y Rosa una novela sin argumento. Sólo el dolor por el hijo muerto. La levedad del ser, la futilidad del deseo. Pura masturbación mental. Encaje de bolillos. Consultas al psiquiatra. El alma del escritor que se estampa y se retuerce ante lo incomprensible de aquellos largos y tórridos veranos del 50 en que jugábamos al gua. Rememoro de la mano del maestro vacaciones con olor a espliego-entonces los olores eran más fuerte, quizá porque no había lluvia ácida ni fertilizante, quizá porque nuestro olfato no había sido acometido por las mermas de la post modernidad y todo en nosotros estaba más entero- o con el perfume del sexo en las bragas de aquella niña con la que, inocentes, jugábamos a los médicos.
Olor también a muerte. Bandas de luto en la manga de la gabardina. ¿Quién se te ha muerto? Un primo mío que no llegó al desarrollo. O el hermano enfermo que teníamos en un sanatorio tuberculoso de Guadarrama. Alguna vez subíamos desde Segovia hasta Tablada en aquel tren tranvía dos horas y media el trayecto hasta Madrid cuando no se rompía alguna furaco de la catenaria. ¿Estas bien, hijo? Sí, madre, sí. ¿Qué te traigo, qué quieres que te haga? Nada, madre; nada. Y se tendía en aquellas chaise long de la galería. Pabellón de reposo. Tranquilidad y buenos alimentos. Enfermitos con los ojos grandes y mirada ardiente. Toses y dolor al pecho escribiendo cartas de amor, la tisis categórica y la muerte en los zancajos razón de su hiperestesia y balanos encendidos caminaban por las crujías buscando a la mujer.
"Voglio una donna" (quiero una mujer) gritaba el loco desde la copa de una encina, ah Fellini las tetas de la rubia de Armacord, el despertar de los sentidos, Eros y Tanatos hermanos mielgos, Castor y Pólux a horcajadas montando el mismo caballo, los encuentros con una moza bajo el hórreo, las parejas que buscaban os escondrijos de las peñas orillas del Eresma donde nos bañábamos en la poza del bodón y espiábamos al cura del Salvador haciendo porquerías con una de sus feligresas.

Yo me la llevé al río.
Hambre de sexo, hambre de amor, que nunca fuimos tan ardientes, que nunca el sexo estuvo tan entrometido con la religión que lo reprimía. He seguido soñando con los senos de la rubia de Armacord. Esa da dos azumbres, gritó un chistoso durante una reproducción en el Montija, sesiones de cine de sesión continua donde entraban dos y salían cinco. Chist un poco de formalidad, coño, ese que se calle. Acomodador… acomodador. Adolescencia y muchos andaban mal de la caja cambios. La mala alimentación. Los desastres de la guerra. Alguna noche cuajaba la sangre en la almohada.
Algunos curaban pero la mayor parte palmaban. Por las tardes en alguno de los cien campanarios de las cien iglesias y conventos de Segovia tocaban a clamor. ¿Quién se ha muerto? Don Anacleto el lectoral de la catedral. Pues no era muy viejo. ¿Y fumaba? Poco, creo que un farias los domingos después de decir su misa. Y se preparaban aquellos aparatosos entierros que eran auténticos desfiles procesionales porque no hay ciudad en el mundo que ame tantas las procesiones como la ciudad en que nací yo. A la primera de cambio, zaca; una procesión.
Mi madre me llevaba a todas aunque no fuese Semana Santa. Me veo ahora con un cirio encendido andando medio dormido mientras berreaba el amante Jesús Mío cuando se hacía la reserva en aquellos monasterios apartados extramuros adonde iba poca gente y olía como a pescado rancio. El olor a coño. ¿Es que las monjitas no se lavaban? Se lavaban poco. Y las vaharadas de ese olor se me suben a las narices cuando repaso las novelas de Umbral. ¡Cómo lo capta Paco! Parece que tenía un radar en el bolsillo. Aquellos olores plasman una época entre estertores de penas del infierno y carne lacerada por los cilicios.
El ay no me des tormento de las saetas y los jipios del amor hermoso de las tonadilleras. Ay que me estas matando Pasión de un pueblo con alma dolorista que ni amando a Dios ni fornicando no se divierte. Que guiado por su sino trágico lo toma todo por la tremenda. Masoquismo de raíces místicas. Hay pueblos donde los hombres y las mujeres se acuestan con una sonrisa y se lo pasan grande. Aquí con una navaja en la liga y parece que sufrimos.
No me diga más: violencia de genero pero hundámonos en las raíces. Hagámonos preguntas. ¿Por qué? Pues porque el sexo se entrevera con la religión entre nosotros. Es como una montaña sagrada, no un prado ameno ni un jardín de delicias. Umbral lo explica.
Un triduo, una novena, una conmemoración y ya estaban las andas preparadas y las capas del habito, los hacheros y el báculo de la hermandad del Cristo del Perdón. ¿España ha dejado de ser católica? Si me lo preguntan por ese cabo responderé que sí y no. También la muerte era un espectáculo. No se ocultaba en asépticos tanatorios donde maquillan a los muertos como si fuesen a representar una obra de teatro, con música de fondo. Han variado las costumbres pero ¿muerte donde está tu victoria? ¿Dónde tienes tu aguijón?
La imagen que me viene a la memoria son las largas visitas al hospital de la Misericordia donde siempre había alguno del pueblo o tenían a mi abuelo Benjamín cuando le operaron de la próstata. Bajábamos en las tardes de mayo por la costanilla de los Desamparados allí donde la ciudad no había perdido su perfil guerrero senda abajo por el postigo donde yo vi una vez a un templario un monje negro con una cruz blanca y roja al pecho la albarda en la mano el yelmo y la rodela fue una visión un espectro de caballero prevenido en frontera y entrábamos en aquel lazareto limpio y pobre.
Una monja paula con la toca enorme como las alas de un gigantesco finife, aquel griñón alsaciano – san Vicente de Paúl era francés y las instituyó para curar el mal gálico y las hermanitas tenían que disfrazarse a la moda del París del siglo XVII pero el gorro aséptico les prevenía contra los humores negros de la peste y la sífilis- les daba un aspecto asexuado y epiceno.
Muchas veces me preguntaba si aquellas monjitas no serían hombres pero mi madre me dijo que algunas eran muy guapas y que una Navarra era un tipazo y le entró la vocación cuando la dejó el novio. No hay mal que por bien no venga mamá. Mi madre la pobre siempre andaba de convento en convento. Se conocía a todas las religiosas de la ciudad y mira que eran unas cuantas (las de santa Rita las de san Antonio el real las de santa Isabel, las Dominicas, las Cistercienses del Barrio las Brujas, las oblatas de la Consolación, la Reparadoras, la tira y las bajaba a visitar con frecuencia porque algunas eran de su pueblo.
Me tenían muy intrigados aquellos curas aquellas monjas con aquellos capisayos. ¿Por donde mearán? ¿Tendrán eso? Sí, mi niño sí pero ¿qué cosas preguntas? Una vez mi curiosidad llegó a tal grado que recibí una tunda porque ni corto ni perezoso a Sor Conce ni corto ni perezoso pues yo siempre fue muy decidido traté de alzarle las sayas.
Me dio a besar el rosario y yo traté de levantarle los bajos del halda que le llegaba hasta los pies. ¡Pero bueno! Niño eso no se hace. Oche. Es pecado mortal. ¿Tendría la hermanita de la Caridad el pecado mortal en su sitio o era otra cosa? ¿Y que tendrían los curas pija o crija?
No me quedaron ganas de saberlo porque la bofetada que me dio mi padre que casi me estampa contra la pared aun me está doliendo y el eco de aquella hostia resuena por los ánditos de las memorias. Sor Conce cuando bajábamos a ver el abuelo creo que me cogió ley pues mi atrevimiento la debió de hacer gracias y me daba peladillas y caramelos que sabían a rancio y a convento. Al vernos llegar por la puerta carretera que abría a un patio con una fuente en el medio coronada por un virgen de escayola ya estaba sor Conce moviendo la cabeza y riéndose.
Le caí en gracia.
-Uy que chicos más gordo qué bien se te crían, Juanita.
- Con buena leche del cuartel y buenos ciscos, hermanita.-contestaba la mi madre.
Estábamos mi hermano y yo hechos unas bolas pero en aquellos tiempos del hambre la gordura era un signo de distinción.
- ¿Cómo está el abuelo?
- Pasó mejor noche.
Le operaron tres o cuatro veces a lo burro. Que bestias aquellos galenos al meterle la sonda pero no fueron capaces los urólogos de aquellos tiempos de erradicar su adenoma.
-Es que, Benjamín, tienes la próstata como la de un caballo. Salió bien de aquella y cuando le dieron de alta se fue directamente a una tienda de objetos religiosos que había en la Calle Real y compró un resucitado. Con él al hombro en el coche de línea se presentó en Fuentesoto. Lo regaló a la iglesia y mandó decir una misa a don Frutos de acción de gracias. Era un espejismo. El maldito adenoma siguió minando su paquete intestinal y sobrevino la anacrisis. Yo dormía en su misma alcoba y me dejaron al cuidado para alcanzarle el orinal o el botello cuando le entraban ganas de orinar. Fui testigo de su pasión y muerte. Hasta Dios me dio la gracia de asistir a su agonía. El abuelo debía de ver cosas en aquel trance pues con malo tregua se santiguaba. Y santiguándose entró en la vida eterna. Era una tarde calurosa de julio. Bahmontes había ganado la vuelta a Francia. Asistí de monaguillo al entierro.
El cura Saturnino el de Castro dijo las preces de mala gana y las moscas revoloteaban alrededor de la caja mientras entonamos el "Libérame Domine de morte aeterna" pues fue un verano de muchas moscas y de mucho calor.
A mi abuelo lo amortajó mi tía Dominica que era la santera de Fuentepiñel atándole las manos y los pies con un cordón de siete nudos. ¿Qué significaban los siete nudos de aquellos cíngulos? Un salvoconducto para el Paraíso. Los siete dolores de la Virgen. La credencial. Benjamín llegaba bien preparado y san Pedro no debió de vacilar en dejarle franca la puerta al buen labrador castellano después de su calvario.
-Pasa pa adentro Benjamín que te lo has ganado-debió de decirle el portero del Paraíso el señor san Pedro cuando aterrizó por aquellas alturas mi abuelo.
Tres años en un grito por culpa de aquella maldita próstata. God spare me. Sor Conce tenía un rosario de cuentas muy grandes, cantaba jotas de la Ribera que daba gusto escucharla y era todo una real moza. Medía casi dos metros y luego con aquella toca de las Hermanas de la Caridad tenía que entrar por las puertas de medio lado. Aquello no era una toca ni un griñón; era un paracaídas. Hermanita ¿va usted a la guerra con ese paraguas blanco? La decía el capitán Camilo que había luchado en el otro bando y no creía mucho en estas cosas de Dios y la religión y ella contestaba:
- Sí señor Camilo voy a la guerra del amor de Dios.
- Y entonces ¿por qué no se echa usted novio?
- Con el que tengo me vale. Pero rece, Camilo, rece para que el Señor le dé presencia de ánimo y una buena muerte.
- Se me ha olvidado hermanita.
El bueno de don Camilo se tapaba la cara con el embozo. Acaso lloraba. Santa María Madre de dios.
-Ve como sí que se acuerda.
Se daba media vuelta sor Conce y el bueno de don Camilo hacía gala de sus ideas. Entonaba el himno de Riego. Si los frailes y curas supieran la palaza que van a llevar. Japuta… japuta.
Tengo muy grabadas aquellas cosas que sucedieron en mi infancia. Sor Conce arrastrando sus peplos sus velos y sus tocas por los pasillos que estaban tan limpios que en ellos se podían comer sopas y entrando por las puertas de medio lado por causa de su inmenso gorro.
Fue un acto de caridad la reforma del Concilio que visitó a las Hijas de San Vicente de Paúl de corto otorgándolas una indumentario más funcional pero el hábito sigue siendo feo con esa toca en ángulo recto y sustituyendo el azul por el negro. Aunque dicen que el hábito no hace al monje, a la monja.
O ¿sí?
En España se quiso siempre mucho a esa Orden francesa que no la hubo ni tan militar ni tan militarizada. Franco al que asistieron en el hospital de sangre de Melilla y le salvaron la vida cuando le pegaron el tiro en el vientre mandó que hubiera una comunidad de esta Regla en todos los hospitales militares y es del de Carabanchel donde murió mi padre y del de Segovia donde estuvo mi abuelo que yo las recuerdo. Cuantos soldaditos murieron en sus brazos.
Caminaban por la crujía entre las camas blancas con mucho garbo con sus cofias esotéricas y las haldas que les llegaban hasta los pies. Debajo del delantal muchos cosas podrían caber: unas tijeras, la jeringuilla de morfina, el tarro de piramidón, la última carta del novio que la dejó, el detentebala del sobrino al que mataron en guerra y hasta los caramelos y bombones que me regalaba la sor y que sabían muy ricos aunque revenidos y con olor a monja. Los libros de Umbral que es uno de esos escritores tan sensuales que escriben como les da la gana hasta con el olfato me devuelven aquel tiempo que se fue. Traen un perfume alcanforado de cuarto de atrás y de pensión con patio de luces Estoy seguro de que no pasarán porque son definitivos y definitorios de una época de un tiempo en que todo cambió hasta la toca de sor Conce que el Vaticano recortó.
Lamento que Umbral, no lo sé, perdiera la fe. Decía glosando a Sartre diciendo que Dios es el silencio de los hombres. A mí me parece todo lo contrario. Dios es elocuente y sigue hablando a Abrahán desde la zarza.
Claro que para escucharle hay que estar atento y tender no los oídos de la carne sino los del alma. Mientras seguimos sumidos en la paradoja pues vivir y morir es una contradicción. Extrañamos a Umbral poeta puro, escritor de raza, en este melonar sembrado de patatas y de espantapájaros. Tendría que hablar del amigo Pérez Reverte el espadachín, una fábrica de churros a refritar un troquel de acuñar moneda y de hacer billetes. Que a Umbral no le llega a los zancajos.
Tiene el síndrome de los de Pueblo que Emilio Romero los malcrió y les hizo una especie de perdonavidas y de delincuentes. Nunca entenderán al escritor neto químicamente hablando. Ellos son políticos del lado que sople el viento pero ese tema lo vamos a dejar para otra día
izquierda a derecha Diego J. Jimenez, España, Antonio Parra, Paco Umbral en la boda de Florencio




UMBRAL Y LAS APARICIONES DEL ESCORIAL

 

Se aparece ¿o no se aparece? El fenómeno literario de Umbral aquel chico de Valladolid que no se apellidaba Umbral sino Pérez o García que ya no me acuerdo bien acontece al tiempo que el fenómeno sociológico, quasi religioso-místico y morral, que nada moral, tampoco inmoral de las últimas dos décadas del pasado simple.

Ningún miércoles de Ceniza faltaba a su cita de un articulito sobre la cola de Jesús de Medinaceli al cual dedicaba una columna en sintonía con el pueblo de Madrid que fue desde siempre milagrero.

Las meriendas en la ribera del Manzanares comenzaban en el preludio de las calendas en martes Lardero la víspera del entierro de la sardina y así sucesivamente.

¿Se aparece o no se aparece? El personal todos los primeros viernes de mes acudía en tropel con sus garrafillas al pilón de Prado Nuevo, besaba el árbol – un fresno de aspecto terrorífico con las brancas en candelabro- y se pasaba las cadenas, o daba la vuelta a la cerca de rodillas. Un lugar extraño donde acontecían cosas inexplicables, ora por sugestión colectiva, ora porque las fuerzas telúricas que ya encantaron a los zahoríes de Felipe II y de los que habla Arias Montano el bibliotecario de Su Majestad al frente de una de las colecciones de libros más insignes de la humanidad en lo que se refiere a magia natural y oculta.

Y de los que el abajo firmante puede dar testimonio: aromas inexplicables, fragancias exquisitas, danzas del sol, un trece de mayo yo vi cómo se abrían los cielos y surgía la imagen de la Virgen María tal como la pintara san Lucas y se representa en los iconos rusos.

Una verdadera estampa del Perpetuo Socorro se estampó entre las nubes. Fue después de una impresionante tormenta, cayeron rayos y centellas. Una deflagración pegó sobre una encima y empezó a salir humo y del lugar venía un olor infernal. Unas cuantas mujercillas y el que suscribe contemplamos una horrible visión diabólica al ver a un individuo que decía ser de Toledo que empezó a fornicar con una dama coram populo.

“Eso no se hace, amigo, lleve usted a su mujer a holgar entre los setos”, le dije, pero el extraño personaje respondió a mis reconvenciones con una brutal carcajada. “¿Me conoces?” “Yo a ti sí”. “Pues yo a ti no”. “¿Quien eres?”. “Yo soy del mundo” y en esto diciendo desapareció lo mismo que la moza a la que ya había sofaldado y bajado las bragas… recorrieron mis sienes  sudores fríos, tuve una sensación de terror como no me había sucedido nunca, caímos de rodillas y empezamos a rezar el rosario.

Lo dirigía en portugués una había venido desde Coimbra y algunos de nosotros contestábamos en latín.

Anduve subiendo y bajando al lugar varios años. En puridad fui uno de los primeros “virginianos”. Sólo una vez hablé con la vidente Amparo Cuevas quien descubrió hechos de mi vida que yo desconocía o había olvidado, cuestiones demasiado íntimas que no soy capaz de publicar aunque escribí un libro inédito y mi archivo fotográfico anda repleto de instantáneas que tomé al correr de los años. Después cuando empezó la comercialización y explotación de los milagros abandoné las peregrinaciones pero tengo que decir que hay una fuerza extraña que percibo cuando voy al Escorial que casi me arrastra a Prado Nuevo.

¿Se aparece o no se aparece? Dos consideraciones en torno a tal pregunta: el bien el mal conviven juntos pues ya lo dice el refrán “rosario al cuello, el diablo dentro” y hay una iglesia exotérica o exterior y otra esotérica o interior. Esa es mi respuesta y el descubrimiento. Renové mi fe cristiana por la senda de los abrojos y del dolor, renació el amor hacia la Virgen María que se nos inculca a los españoles desde la infancia pero no cabe un “deus ex machina” y Dios no puede ir contra sí mismo al suspender las reglas de la naturaleza. Así y todo, los milagros, las curaciones inexplicables, aunque muchos no saben que nuestra religión es cruz y sufrimiento. En Fátima y en Lourdes que más adelante visité tuve una sensación de rechazo por lo que pongo muy en tela de juicio las apariciones (Garabandal, Medjgore, Fátima, Lourdes, etc). Lo que sí existe es la aparición esotérica hacia adentro. Es la magia del resplandor de los iconos.

Prado Nuevo volvió a ponerme en contacto con la ortodoxia. Me decepcionó el giro de 180 grados que dio Juan Pablo II. El Vaticano dejó de emitir las misas en rito bizantino eslavo que yo seguía cada miércoles o en las grandes fiestas, el Papa Wojtyla hizo la esfinge ante la guerra de Iraq y se quedó mudo cuando el Pacto de la OTAN masacró con sus bombas Belgrado precisamente el día de Pascua y permitió las islamización de los enclaves de Kosovo y Metopia mediante el apoyo a Albania. Uno que es periodista y no un profeta en aquel hecho y al pie del fresno de las apariciones escurialense se dio cuenta de que comenzaba una nueva era con la balcanización de Europa, la secesión de España (por nuestros pecados en fechas no lejanas Cataluña se declarará independiente tal vez junto con Vascongadas y Galicia) la llegada masiva de inmigrantes, la adoración del Becerro de oro y la instauración de los otros dos ídolos semitas: Moloc y Baal, sedientos de sangre humana y requieren holocaustos y sacrificios. Aquello fue como un despertar a contracorriente y a sabiendas de que los que así pensábamos íbamos a ser muy perseguidos.

Se nos negaría el pan y la sal. Pero ¿se aparece o no se aparece? Tan brutal pregunta merece una contestación sesgada a la manera escolástica:

-Partim eumdam, partim diversam.

-Ni sí ni no. Mira a tu alrededor. Observa lo que está pasando. Las certidumbres del pasado ya no nos sirven y hay que creer otro tipo de sociedad, una Iglesia diferente.

Umbral que tenía un radar muy fino para sintonizar estas ondas no sé si fue alguna vez a la campa de las apariciones pero su admiración y su amor platónico hacia la bella Pitita de Ridruejo que fue una de las mentoras de la vidente Amparo Cuevas se afianzaron por aquel entonces y las alusiones las desparrama con sorna y al mismo tiempo con reverencia por sus artículos. Paco cuya prosa es muy femenina, le caía bien a las mujeres y estaba siempre rodeado dellas,  aún a fuer de suscitar la cólera de las sufragistas demodées, como a la Rigalt y otras cursis, todo lo contrario que Cela que las espantaba con la crudeza de su vozarrón, y de forma parecida a Raúl del Pozo, el típico don Juan al que las féminas perseguían hasta el catre y de esto puedo dar fe.

A Umbral le protegían y le mimaban las señoras del ropero y la soriana Pitita, esposa de un  famoso diplomático filipino, era una de ellas. Cuando estuvo malo iba a verle al hospital pero creo que su relación fue del todo inocente e infantil hasta avasallar.

Debía de representársele, cuando veía a la ilustre dama de ojos grandes y de un rostro alargado parecido a Nefertiti, a sus tías de León cuando le cuidaron siendo niño. Toda una paradoja. He aquí a un progre que recala en los saraos de las marquesas (Cuqui Fierro era otra de sus admiradoras) y abomina de las jais de la braga en bandolera y al estricote como si fuese el pendón de Castilla blasón de libertad.

Los hombres inteligentes los que conocen y se les dan bien las mujeres no pueden militar en ese aguerrido  feminismo reduccionista que atenta contra la condición de la naturaleza humana que es un binomio y no una de esa mónadas de las que hablaba Kant.

Así que progre era el pobre Paco Umbral. Feminista no tanto. Era un hombre que vivía por y para la literatura y se disfrazaba de literatura. Hay que saberlo leer y paladear en esos artículos en los que desparrama su alma a barrisco. En su prosa se oculta una clave.

Nada es lo que parece; él supo diquelar lo que se venía encima con esto del aparece o no se aparece: el final del manoseado integrismo católico y del catolicismo en general trufado de contradicciones. Hemos caminado hacia un mundo transparente donde ya nada es lo que solía. Los mensajes de la Virgen librados con voz gangosa y por cinta magnetofónica a través de la vidente en trance a muchos nos hacían estornudar pero tuvimos la percepción de que esto se acaba, que empieza otra era. ¿Wojtyla, vicario de Cristo? ¿Un papa tan político que dicen que estuvo en la nómina de la CIA cuando cardenal de Cracovia?

Vayamos por partes. Se descorrió la cortina y aparecieron las miserias y pecados de la corte Vaticana que ni Paloma Gómez Borrero podría lavar. ¿No os acordáis de cuando entonces?

¿Fátima y Lourdes? No podréis abusar de la credulidad del pueblo sencillo al que siempre lo inundaron de engañifas pero Cristo vive en el mundo, socorre, acude y salva y se manifestaba en un lugar mágico como es el Escorial emporio de la catolicidad pero de forma muy distinta a como pretendían los virginianos.

Tantas guerras, tanta sangre derramada de los españoles de a pie en defensa de la cruz a lo largo de la geografía peleando contra el inglés, contra el hereje, contra el turco. Soldados que, licenciados de los tercios de Flandes, pedían limosna haciendo lucir sus muñones y exhibiendo sus heridas de guerra mientras recitaban la oración del Santo Juez a la puerta de los templos o al pie de las escaleras de San Felipe de Madrid. En Europa y en América morían por nada, por  defender una corte pontificia donde los cardenales tenían cada uno su barragana y comían y bebían como obispos.

Dios perdone nuestras culpas, cubramos nuestras frentes de ceniza, bañémonos en el agua lustral de la penitencia, acudamos a la protección de la Virgen María. Yo percibí el anuncio de estos tiempos globalizadores en El Escorial.

Que la divina providencia no nos deje nunca de su mano y lo digo esta mañana en que rezo por el alma de Paco Umbral que ni siquiera era creyente pero que nos legó una obra maravillosa y Dios se esconde en los libros donde luchan las fuerzas del bien y del mal mucho más  allá de los sermones de Fray Gerundio de Campazas o  de los secretos de Fátima que el tiempo está volviendo apócrifos, una especie fe guija de la catolicidad, y es pecado creer en agüeros, según el P. Astete.

carta a paco umbral en el más alla


Carta a Paco Umbral

 

Fui el otro día al café Gijón y me encontré con tu sombra taladarando los espejos. Me mirabas con aquellos impasibles de miope calando hondo mientras tomaba copas con los chicos y las chicas del ayer. Allí estaba la hermana de José Hierro una señorona como muy bien plantada con cara de bibliotecaria y con artritis. Sólo nos salvará la poesía y las musas curativas hacen la senectud más dulce pero yo, Paco, no guardo rencores y del odio de los literatos que es tan peligroso como el de los conventos librenos Dios pero ahí vamos. Tú fuiste de los últimos héroes de la literatura a los que se contemplaba como subidos a un pedestal mitad sacerdotes, mitad cirujanos y también brujos antes que llegara el mercado y la apisonadora del pensamiento único. Fuiste un mago del idioma que hacía malabarismos con el idioma sin haber pasado por las aulas. Te bastó leer a los clásicos y el fino oído para captar el habla de la calle y sublimarlo, darlo la vuelta y muchos nos sentimos reflejados en tus libros que parecen las memorias de un literato adolescente a lo Turguenev y anduviste por la vida con tu complejo de Peter Pan no querías crecer y eso era un triunfo. Admirabas a Ramón Gómez de la Serna pero tu obra no está influenciada por sus greguerías que a Rodrigo Royo el director del Arriba le sonaban a majaderías y con mucho respeto encomendó al maestro que le mandase cosas más vanales desde su buhardilla de Buenos Aires. Muchos obliteran el hecho de que el falangismo fue generoso con los vencidos. Que Pérez de Ayala no fue represaliado. Al contrario, Torcuato le abrió generosamente la tercera de ABC. A ti no te gusta el autor de “Tigre Juan” y ahí acusas una merma: tu falta e cultura clásica. Pero a mí sí.

 

UMBRAL DON PACO

la vida del poeta oye se repite en unos y otros más que el ajo todo es lo mismo. Suenan regüeldos y eruptos y cada novela de Umbral era pedo que se tiraban las ninfas en mitad del Café Gijón y olía a rayos. Umbral tenía la manía de oler bien porque olía mal. Se da la casualidad de que los elegidos de las musas no suelen ser gente de rumbo excepto Umbral que era un quinqui. Todos sabíamos el lugar de su nacimiento y eso marca bastante en este país. Creo que fue por sus origenes más que por la calidad de su pluma por lo que fue encumbrado. Es un tipo que se repite igual que la cebolla. Sus textos huelen ya digo bastante mal. A flujos vaginales a colonia barata de casa de putas y a lencería poco fina de Sepu o de Galerías Preciados. Ha habido un tipo que le dedica una extensa biografía. El libro sobre Umbral y las paternidades que todos conocíamos es impalatable porque el autor que lo firma- demasiados galicismos- es un deja vu no dice nada nuevo y en vez de una pluma parece manejar la catana con la que quiso cargarse a un prelado autobombo autismo. Paco Umbral o Francisco Pérez tuvo la fortuna de arrastrarse ante Lara y subirse a la columna de un mundo lleno de vanidades desde donde ostentaba la prosa sin peinar de un españolito poco viajado. Umbral era lo peor del franquismo reconvertido al badurne democrático. Recuerdo que hace muchos años cuando la feria del libro se abría en Recoletos en lugar del Paseo de Coches le compré y me firmó un libro suyo sobre Larra burro grande ande o no ande es lo que me dijo por supuesto supe cual era su aspiración la de convertir al escritor en una televisión busto parlante puro marketing. Paco fue el producto de un lanzamiento, hijo del boom y un bluf. Hoy es un escritor olvidado por mucho que algún gilipollas media loco y medio autista que se cree el ombligo del mundo pretenda resucitarlo

Pienso que don Ramón era un grandísimo portento mucho más que Ramón el de Pombo y el de la torre de marfil en su piso del barrio de salamanca. En lo que apuntas acerca de Azorin “un hombre que escribía corto porque sus ideas eran cortas” ahí te doy toda la razón. Lo mismo puede decirse de Pío Baroja un novelista que arrima mucho material a sus obras pero luego no desarrolla y al fin le faltan piezas o le sobran pero todos ellos durante la Oprobiosa pudieron escribir, publicar y ser admirados, venerados cual héroes olímpicos. Fueron los inmortales de una dictadura que fue generosa con el escritor, mucho más que la tan nuestra cacareada democracia. Tú viviste un Madrid que “estaba traspasado de literatura y te acogiste a la generosa hospitalidad de Rodrigo Royo un periodista ahora ninguneado y blafemado pero que fue mi director y del que aprendí lo poco o mucho que sé del periodismo y tú fuiste colaborador de Pyresa como yo y con los sueldos conseguías pagar la patrona y comprar libros. En la actualidad tales granjerías son impensables después del  paso de la apisonadora y del rodillo. Fíjate fuiste a pedirle trabajo a uno que bien conocemos, te pusiste de rodilla para que te dejara subido a la columna de la página de cierre. Fue implacable. Fuera de aquí. Después de tantos canceles abiertos, tantos umbrales ollados vino el gran cerrojazo, la gehena el llanto y crujir de dientes. Agapito García Atadell el tipógrafo del “Sol” y la “Voz”, y novelista en agraz, recorría los cafés literarios de la Villa y Corte con el cadáver de su hijo recién nacido en una caja de zapatos pidiendo una oportunidad a la búsqueda y procura de un editor que le publicase sus libros. Un conocido nuestro, que es tan sarcástico como buen escritor y amigo entrañable, me propuso seguir el ejemplo. Yo no soy un terrorista ni quiero formar parte de esas brigadas del amanecer dirigidas por el inclito tipógrafo que se tomaría su revancha en agosto de 1936 como autor

MI HOMENAJE A PACO UMBRAL

EL ERA UN BUEN FALANGISTA LITERARIO


UMBRAL DON PACO

la vida del poeta oye se repite en unos y otros más que el ajo todo es lo mismo. Suenan regüeldos y eruptos y cada novela de Umbral era pedo que se tiraban las ninfas en mitad del Café Gijón y olía a rayos. Umbral tenía la manía de oler bien porque olía mal. Se da la casualidad de que los elegidos de las musas no suelen ser gente de rumbo excepto Umbral que era un quinqui. Todos sabíamos el lugar de su nacimiento y eso marca bastante en este país. Creo que fue por sus origenes más que por la calidad de su pluma por lo que fue encumbrado. Es un tipo que se repite igual que la cebolla. Sus textos huelen ya digo bastante mal. A flujos vaginales a colonia barata de casa de putas y a lencería poco fina de Sepu o de Galerías Preciados. Ha habido un tipo que le dedica una extensa biografía. El libro sobre Umbral y las paternidades que todos conocíamos es impalatable porque el autor que lo firma- demasiados galicismos- es un deja vu no dice nada nuevo y en vez de una pluma parece manejar la catana con la que quiso cargarse a un prelado autobombo autismo. Paco Umbral o Francisco Pérez tuvo la fortuna de arrastrarse ante Lara y subirse a la columna de un mundo lleno de vanidades desde donde ostentaba la prosa sin peinar de un españolito poco viajado. Umbral era lo peor del franquismo reconvertido al badurne democrático. Recuerdo que hace muchos años cuando la feria del libro se abría en Recoletos en lugar del Paseo de Coches le compré y me firmó un libro suyo sobre Larra burro grande ande o no ande es lo que me dijo por supuesto supe cual era su aspiración la de convertir al escritor en una televisión busto parlante puro marketing. Paco fue el producto de un lanzamiento, hijo del boom y un bluf. Hoy es un escritor olvidado por mucho que algún gilipollas media loco y medio autista que se cree el ombligo del mundo pretenda resucitarlo

umbral y yo






UMBRAL Y YO

 

 

Antonio Parra

 

Ana Caballé "Francisco Umbral el frío de una vida" buen libro. Conocí a Paco Umbral en el otoño de 1965 en la boda de Florencio Martínez Ruiz con la hermana de Juan Antonio Pérez Mateos. Florencio buen crítico mejor poeta. Desde que no reseñas de libros en ABC cultural ese magazín es un folletín la voz de su amo que aquí sólo publican los ingleses los que están en la pomada y los de siempre. Pérez Mateos (Palomero, Cáceres) un estilista y escritor florentino gran pluma la suya y amigo eterno. El único de la Facultad de Periodismo que por aquellos gastaba auto y nos metíamos quine tíos en su seiscientos que llamábamos el "Claudia Cardinale" pues era una de las primera matrículas de Caceres CC y cabíamos. Juan Antonio era y lo sigue siendo la voluntad de estilo. Escribía libros sobre el Rey en el capó del Claudia Cardinale con aquella letra picuda suya en un cuaderno de tapas de hule, con tesón de encina de dehesa extremeña y en una prosa preciosista y sus prosas deslumbrantes se dejaban leer recordando en parte a Gabriel Miró y a Azorín. Nos leía sus escritos de camino y nos ponía los dientes largos. Conocía a todo el mundo en Madrid y quiso llevarse a Umbral al ABC de Luca de Tena.

 

-Yo nunca llegaré a tanto-me dije-como Juan antonio Pérez Mateos. No tengo esa voluntad que tu tienes, ese empeño. Pero se hará lo que se pueda.

 

-¿Por qué no? En este oficio lo que hay que tener es mucha paciencia y un buen culo.

 

Cela que era nuestro paradigma vivía en Palma de Mallorca. De vez en cuando le hacían entrevista y el de Iría Flavia siemore largaba lo mismo

 

-Aquí lo que hay que hacer es clavarse en una mesa y poner sobre el papel tres horas sin levantarse lo que se te ocurra.

 

-¿Y si no viene la inspiración, don Camilo?

 

-Algo saldrá.

 

Escribir es voluntad y deseo de reafirmarse en el mundo. La vida nos salía entonces al encuentro. La cucaña. Unos llegaron a lo alto y otros se quedaron a media viga. El mundo de la literatura es tan aleatorio como resbaladizo. Sin embargo, mirando hacia atrás sin ira el suelo del bosque de la escritura está lleno de hojas caedizas. El triunfo o el fracaso es muy aleatorio. Ni son todos los que están ni están todos los que son. Vencieron aquellos a los que la naturaleza les concedió una espina dorsal con vértebras muy sensibles. El lameculismo y la navaja son partes del oficio. ¿Umbral decíamos? Tuve una época en que me infatuó.

 

-Hay que ver lo bien que escribe este chico

 

-Pero ¿qué dice?

 

-Nada.

 

Lo cual que ahora al cabo de los años cuando releo por ejemplo "Mortal y Rosa" o "El día que llegué al Café Gijón" encuentro pasajes emocionantes, deslumbrantes porque acaso Umbral en tales entrega hiciera la biografía de todos nosotros, de aquella generación.. los libros de Umbral son como un resplandor. Luego se apaga la luz y nos quedamos a dos velas. Siempre más de lo mismo. Autobiografía incandescente. Helechos arborescentes. Ciertamente sus novelas son descontructivista. No existe más carpintería teatral. No hay trama pero sí unos trazos maestros en que retrata el ambiente de misa de doce en la catedral, el piojo verde y la gota de leche. Los enfermos consuntivos que dormían con la ventana de la alcoba para matar el microbio, aquel mundo de apariencias y el qué dirán. El quiero o no puedo. Con la posguerra regresaron los hidalgos de gotera. Umbral siendo un niño de derechas predicaba la izquierda. Dio resultado. Los que siendo de izquierdas tenían un discurso españolista y mesetario se comieron sus propios textos. Una cosa les queda: la honrilla de haber sido consecuentes con ellos mismos. Seguierons caminando con el lábaro enhiesto de sus ideales. Nunca bajaron bandera. Umbral fue un tipo listo. Sus libros más que por su calidad literaria que pasará seguramente tienen un valor de testimonio, de vividura para comprender a una generación incomprensible. Con los hidalgos de gotera regresó la moral de conveniencia y los convencionalismos [esa es también la novelística de Delibes] y el personal colgaba en la portada ristras de morcillas, cecinas y otros manjares del animal mundo para hacer confesión pública de que eran como dios manda y que comían jalufo de puertas afuera. De puertas adentro era harina de otro costal. Esa esquizofrenia de la vida española es la que reflejan los libros de Umbral que él producía como rosquillas. Lo que más me gusta de ellos es su poder de evocación. Uno siente nostalgia de aquel talle cenceño y aquella frente sin entradas y con el puro en la mano. En la foto yo estoy en el centro junto a España la mujer de Umbral, el propio Paco a mi izquierda y en el lado de allá diego Jesús Jiménez ganador del premio Adonai otro gran lírico conquense y el marido de Tarsila Peñarrubia toda una institución en el Ministerio de Cultura. No me acuerdo de nada de aquella boda. Sólo sé que hubo un "lunch". Fue una boda intelectual y pobre y el que asoma la cabeza detrás es Jesús Pedroche otro de Cuenca. Luego regresamos por la carretera de Burgos en el "Claudia Cardinale". A la altura del circuito del Jarama a Juan Antonio Pérez Mateos le dio una de sus habituales neuras. Íbamos a 80 y en esto que el conductor grita de repente:

 

-Ay que se me ha olvidado conducir, chatos… que no. Que no puedo.

 

-No jodas. Para.

 

El bueno de Mateos consiguió hacerse un poco a la derecha, levantó el pie del acelerador y el Claudia se detuvo poco a poco. Umbral y España venían con nosotros. A todos se nos pusieron de corbata. Nuestro amigo extremeño padecía del mal de aquella época que era la angustiosa vital y de adolescente no sé si había tenido tuberculosis, comoUmbral. En su casa celebrábamos guateques. El cura Abel Hernández, soriano, acudía a esta reuniones. Una noche le dio a Juan a Antonio uno de sus habituales teleles. Le trataba un psiquiatra que se llamaba Bolaños que luego el pobre se tiró por un quinto piso.

 

-La pastilla. Traed la pastilla.

 

Vino entonces Milagritos la vecina. Era más de media noche y entró en el piso la muchacha que estaba muy buena por cierto y todos soñábamos con ella y se presentó en picardías. A nuestro Juan Antonio se le pasaron los siete males. Todos éramos estudiantes de Letras y de Periodismo. Creíamos en el poder redentor de la palabra y soñábamos con poder escalar la cucaña y cambiar el mundo. Todos escribíamos versos a escondidas. Los domingos por la tarde íbamos a los bailongos de chachas de la Cuesta de las Perdices o las sesiones dobles del Cine Montija. Vivimos ese mundo de realquilados y de pensiones de primeras colaboraciones y conferencias, alguna que otra copa de coñac, que refljan las novelas de Umbral. La fortuna ayudó sólo a los que tuvieron habilidad para sobnreponerse a los cambios de los tiempos. El éxito o el fracaso de nuestra aspiración es algo secundario. Umbral nos epató a los que literariamente continuamos imbeles y editorialmente vírgenes pero no por eso hemos dejado de escribir en círculos espirales. Es la forma como avanza la historia. Y escribíamos en un país donde se lee poco y a saltitos. Duro y cruel oficio. A unos, la ascensión a los cielos y a otros se los condenó al olvido pues no fueron o no fuimos hábiles y disertos en esa practica tan hispana del lameculismo. En España no se puede escribir contra corriente. Siempre mandan, fusilan y mueren los mismos. Por eso no se nos hizo justicia ni hemos podido liberarnos de ese malditismo de la rebelión del 68. que todo quedó en agua de borrajas. Izquierdistas de pico

 

Luego Paco y su mujer dejaron de acudir a nuestras tertulias. A Umbral no lo volví a ver salvo en la carpa de la feria del libro. Me firmó uno de sus primeros textos una biografía de Larra. El propio Paco luego confesaría que aquel texto de Larra era un libro infame pero había que saltar del periodismo a la literatura. La columna es efímera. Sin embargo da empaque y galanura de escritor. También lo encontré haciendo antesala en las redacciones de revistas y toda clase de prensa. Umbral era un colaborador omnipresente que levaba camino de convertirse en periodista omnisciente, no hablaba de política, lo suyo era la poesía pura. Colocaba cosas en todas las revistas de Madrid y por aquel entonces veían la luz unas cuantas. Fue un tiempo glorioso. Sobraba el trabajo. El franquismo del que tanto se queja no fue una época tan mala. Umbral siempre iba hecho un cincel. Era un dandy y practicó el dandismo con cierta fortuna a lo Larra. Me parece que lo conocí cinco minutos antes de que empezase a ser Paco Umbral. Todavía se llamaba Francisco Pérez un joven espigado que vestía siempre trajes cruzados, hablaba con voz profunda que aun no se le había engolado y parecía muy afable. Me dijo que trabajaba en ka cadena Azul y en la Prensa del Movimiento. El engolamiento y el endiosamiento vendrían después. Le volvería a encontrar luego en el Café Gijón. Ya no era el mismo aunque seguí con sus ternos de corte sastre.

 

La vida guarda muchas sorpresas y el destino reserva sus ramalazos. Da más vueltas que una noria dice Jesús Torbado(para mí gusto el mejor novelista junto con Chus Amilibia y Raúl del Pozo que es el más completo, de la pléyade del 68 adscrito al cupo de los jóvenes airados que llegaron de León: Luis del Olmo, Mateo Diez, José Luis Gutiérrez, Pepe Cavero, Llamazares, Felipe Sahagún, Magín Revillo; a ellos se agregan el presidente Zapatero y el presidente del Congreso, José Antonio Alonso y Alonso de los Ríos aunque creo que éste fue cura y de Palencia. Joder ¡qué tiene León que está dando tan granados resultados!) y este chico de León nacido en Valladolid escaló los primeros planos del gran mundo.

 

Ascendió a la cúspide de la cucaña. ¿Cómo? Gateando. Su mérito mayor y la lección que nos deja este vallisoletano airado es que en una país con titulitis el país de no sé cuantas oposiciones y no sabe con quien está usted hablando Umbral ni siquiera hizo el bachillerato. Un completo autodidacta. Lo leía todo y en los últimos años de su vida se jactaba de tirar a la piscina muchos libros malos que le enviaban las editoriales. A la piscina de su dacha en Majadahonda. ¿Por qué dacha, Paco y por qué dártelas de rojo cuando todos sabíamos tus orígenes de niño de derechas? Tuvo dos golpes de genio. Primeramente, abandonando el campo de la literatura químicamente pura para pasarse a la columna de calado social y política y tener un sexto sentido pues aquella cabeza giratoria suya tan giratoria todo lo husmeaba para saber en qué dirección soplaba el viento y de esa manera situarse.

 

Carecía de una filosofía, un ideario político. Era un existencialista. Fachada de boutade de niño terrible hasta dijo en una ocasión que era un quinqui. Ana Caballé hurga n sus entresijos y encuentra que tras esa pose del "epateur" incorregible se parapeta un hombre angustiado e inseguro por sus orígenes-no conoció a su padre y a su madre que lo tuvo de soltera la llamó toda la vida tía May, alguien le insinuó cuando ésta estaba de cuerpo presente que a quien iban a enterrar era a su madre no a su tía- que sólo servía para una cosa en la vida: escribir. La pluma fue su venganza, le ayudó a superar los traumas y sus males tanto psíquicos como físicos pues contaba con una frágil salud de hierro. Vida trágica. Padre desconocido y el hijo, su único hijo, se le murió adolescente. La bondad de su corazón tuvo que disfrazarla con un aire de eterno joven malvado. Se creó muchos enemigos en este país de envidia que se alegraron de su muerte porque ocupaba mucho cacho.

 

-Paco ¿qué sería de nosotros sin los libros? ¿Sin ese terror de la madrugada de la página en blanco?

 

Un tipo listo. Con el viento de cara de sus orígenes y del destino y en una profesión donde es tan difícil sobrevivir soplaron a sus espaldas los vientos favonios de la buena suerte y acabó transfigurado en el Olimpo.

 

La última vez que le vi creo que la cabeza se le había vuelto más gorda. ¿Padecería acrocefalia? Su presbicia se había afianzado y su vista cansada se parapetaba detrás de aquellas dioptrías de culo de vaso, alto, delgado y cenceño se cuidaba mucho porque de mozo llegó a pesar cien kilos, su lengua era muda pero sus ojos seguían taladrando igual que un berbiquí. Parecía ser consciente de que su discurso valía dinero y sólo era locuaz Paco cuando le interesaba o cuando había mujeres en el grupo. La hija de Rosalía Dans y de Celso Collazo le miraba transfixa aquella tarde en el Gijón y tuvimos que huir de mesa porque el maestro no nos hacía caso.

 

Pepe Díaz el pintor comunista, a su padre lo fusilaron los nacionales pero siempre fue un buen amigo mío, en una ocasión le dijo cuatro cosas y bien dichas y desde entonces desde aquella hostia dejó de portar por el famoso café de Recoletos donde el personal iba a ver y a ser visto. Su aspiración a ser pasante y paseante en Cortes le dio resultado. Otros como Olano se quemaron. Umbral sabía cuidarse. No fumaba y contra la faringitis y los aires cortantes de Madrid como navajas lucía una chalina. Al andar desplazaba su mirada a un lado y a otro de la acera con movimientos isócronos y elegantes de jirafa. Allí donde posaba los ojos mucho le duraba el mirar decían de Enrique IV y también podría decirse lo mismo de Paco Umbral. Su golpe de vista era un taladro. Donde ponía el ojo allí la bala.

 

No era un escritor retórico ni clásico. Escribe a brochazos de la misma forma que pintan los impresionistas. La brocha era a veces gorda y otras muy fina y sutil. Hacía malabarismos con el lenguaje y tenía buen oído para las frases de la calle a medias entre la greguería y el esperpento de los dos grandes Ramones, sus padres literarios. Cela, otra de sus reviviscencias, el mejor Cela el de Puente Deume el primero, le puso música al idioma. Claro que era gallego y los de Valladolid suelen hablar más antipático. Y más duro. Raúl del Pozo el que se ha subido a su columna me parece mucho mejor escritor, más polifónico aunque haya nacido en cuenca, y tiene algo que le faltaba a Umbral: el dominio de la metáfora literaria y de la novela. Por eso el conquense se parece cada vez más a Quevedo. Su prosa no pasará.

 

En esto estribaba el poder de la literatura umbraliana: en su mirada. No escribe con la memoria sino con los ojos. Ve detalles que a los demás se les pasaban. Resultando imbatible en los cien metros lisos. Nadie le ponía un pie delante en la distancia de los dos folios y medio. Le salía un buen artículo en veinte minutos y a las once de la mañana ya había firmado cinco para diferentes revistas y periódicos de los que era colaborador de campanillas.

 

Correr el maratón es ya harina de otro costal y Umbral no es para la novela larga. Se le acaba el gas y nunca puede salir del relato unidireccional y personal. Por eso denostaba con tanta furia a Zunzunegui y a Gironella porque ellos dominaban un terreno el, de la construcción la estructura la carpintería literaria, que a él le fallaba.

 

La última vez que lo vi un par de años antes de morir parecía un Zeus que miraba cansado hacia los mortales desde el Olimpo. Él era la voluntad de escribir. Se rescribía o se contaba a sí mismo pero el arte de la literatura es el arte del simulo. Los buenos escritores son maestros del arte de la desguisa. Se pone negro sobre blanco mucho más de lo que se calla que lo que se dice. Parece que nos están contando su vida y al lector le están contando batallitas. Esto es un baile de disfraces. Umbral nunca se quitó la máscara. Buen libro por tanto el de esta catalana que hace una vivisección anatómica del umbralismo todo un fenómeno literario de la primera transición.

 

 

 

lunes, 04 de julio de 2011