2017-05-23

umbral y yo






UMBRAL Y YO

 

 

Antonio Parra

 

Ana Caballé "Francisco Umbral el frío de una vida" buen libro. Conocí a Paco Umbral en el otoño de 1965 en la boda de Florencio Martínez Ruiz con la hermana de Juan Antonio Pérez Mateos. Florencio buen crítico mejor poeta. Desde que no reseñas de libros en ABC cultural ese magazín es un folletín la voz de su amo que aquí sólo publican los ingleses los que están en la pomada y los de siempre. Pérez Mateos (Palomero, Cáceres) un estilista y escritor florentino gran pluma la suya y amigo eterno. El único de la Facultad de Periodismo que por aquellos gastaba auto y nos metíamos quine tíos en su seiscientos que llamábamos el "Claudia Cardinale" pues era una de las primera matrículas de Caceres CC y cabíamos. Juan Antonio era y lo sigue siendo la voluntad de estilo. Escribía libros sobre el Rey en el capó del Claudia Cardinale con aquella letra picuda suya en un cuaderno de tapas de hule, con tesón de encina de dehesa extremeña y en una prosa preciosista y sus prosas deslumbrantes se dejaban leer recordando en parte a Gabriel Miró y a Azorín. Nos leía sus escritos de camino y nos ponía los dientes largos. Conocía a todo el mundo en Madrid y quiso llevarse a Umbral al ABC de Luca de Tena.

 

-Yo nunca llegaré a tanto-me dije-como Juan antonio Pérez Mateos. No tengo esa voluntad que tu tienes, ese empeño. Pero se hará lo que se pueda.

 

-¿Por qué no? En este oficio lo que hay que tener es mucha paciencia y un buen culo.

 

Cela que era nuestro paradigma vivía en Palma de Mallorca. De vez en cuando le hacían entrevista y el de Iría Flavia siemore largaba lo mismo

 

-Aquí lo que hay que hacer es clavarse en una mesa y poner sobre el papel tres horas sin levantarse lo que se te ocurra.

 

-¿Y si no viene la inspiración, don Camilo?

 

-Algo saldrá.

 

Escribir es voluntad y deseo de reafirmarse en el mundo. La vida nos salía entonces al encuentro. La cucaña. Unos llegaron a lo alto y otros se quedaron a media viga. El mundo de la literatura es tan aleatorio como resbaladizo. Sin embargo, mirando hacia atrás sin ira el suelo del bosque de la escritura está lleno de hojas caedizas. El triunfo o el fracaso es muy aleatorio. Ni son todos los que están ni están todos los que son. Vencieron aquellos a los que la naturaleza les concedió una espina dorsal con vértebras muy sensibles. El lameculismo y la navaja son partes del oficio. ¿Umbral decíamos? Tuve una época en que me infatuó.

 

-Hay que ver lo bien que escribe este chico

 

-Pero ¿qué dice?

 

-Nada.

 

Lo cual que ahora al cabo de los años cuando releo por ejemplo "Mortal y Rosa" o "El día que llegué al Café Gijón" encuentro pasajes emocionantes, deslumbrantes porque acaso Umbral en tales entrega hiciera la biografía de todos nosotros, de aquella generación.. los libros de Umbral son como un resplandor. Luego se apaga la luz y nos quedamos a dos velas. Siempre más de lo mismo. Autobiografía incandescente. Helechos arborescentes. Ciertamente sus novelas son descontructivista. No existe más carpintería teatral. No hay trama pero sí unos trazos maestros en que retrata el ambiente de misa de doce en la catedral, el piojo verde y la gota de leche. Los enfermos consuntivos que dormían con la ventana de la alcoba para matar el microbio, aquel mundo de apariencias y el qué dirán. El quiero o no puedo. Con la posguerra regresaron los hidalgos de gotera. Umbral siendo un niño de derechas predicaba la izquierda. Dio resultado. Los que siendo de izquierdas tenían un discurso españolista y mesetario se comieron sus propios textos. Una cosa les queda: la honrilla de haber sido consecuentes con ellos mismos. Seguierons caminando con el lábaro enhiesto de sus ideales. Nunca bajaron bandera. Umbral fue un tipo listo. Sus libros más que por su calidad literaria que pasará seguramente tienen un valor de testimonio, de vividura para comprender a una generación incomprensible. Con los hidalgos de gotera regresó la moral de conveniencia y los convencionalismos [esa es también la novelística de Delibes] y el personal colgaba en la portada ristras de morcillas, cecinas y otros manjares del animal mundo para hacer confesión pública de que eran como dios manda y que comían jalufo de puertas afuera. De puertas adentro era harina de otro costal. Esa esquizofrenia de la vida española es la que reflejan los libros de Umbral que él producía como rosquillas. Lo que más me gusta de ellos es su poder de evocación. Uno siente nostalgia de aquel talle cenceño y aquella frente sin entradas y con el puro en la mano. En la foto yo estoy en el centro junto a España la mujer de Umbral, el propio Paco a mi izquierda y en el lado de allá diego Jesús Jiménez ganador del premio Adonai otro gran lírico conquense y el marido de Tarsila Peñarrubia toda una institución en el Ministerio de Cultura. No me acuerdo de nada de aquella boda. Sólo sé que hubo un "lunch". Fue una boda intelectual y pobre y el que asoma la cabeza detrás es Jesús Pedroche otro de Cuenca. Luego regresamos por la carretera de Burgos en el "Claudia Cardinale". A la altura del circuito del Jarama a Juan Antonio Pérez Mateos le dio una de sus habituales neuras. Íbamos a 80 y en esto que el conductor grita de repente:

 

-Ay que se me ha olvidado conducir, chatos… que no. Que no puedo.

 

-No jodas. Para.

 

El bueno de Mateos consiguió hacerse un poco a la derecha, levantó el pie del acelerador y el Claudia se detuvo poco a poco. Umbral y España venían con nosotros. A todos se nos pusieron de corbata. Nuestro amigo extremeño padecía del mal de aquella época que era la angustiosa vital y de adolescente no sé si había tenido tuberculosis, comoUmbral. En su casa celebrábamos guateques. El cura Abel Hernández, soriano, acudía a esta reuniones. Una noche le dio a Juan a Antonio uno de sus habituales teleles. Le trataba un psiquiatra que se llamaba Bolaños que luego el pobre se tiró por un quinto piso.

 

-La pastilla. Traed la pastilla.

 

Vino entonces Milagritos la vecina. Era más de media noche y entró en el piso la muchacha que estaba muy buena por cierto y todos soñábamos con ella y se presentó en picardías. A nuestro Juan Antonio se le pasaron los siete males. Todos éramos estudiantes de Letras y de Periodismo. Creíamos en el poder redentor de la palabra y soñábamos con poder escalar la cucaña y cambiar el mundo. Todos escribíamos versos a escondidas. Los domingos por la tarde íbamos a los bailongos de chachas de la Cuesta de las Perdices o las sesiones dobles del Cine Montija. Vivimos ese mundo de realquilados y de pensiones de primeras colaboraciones y conferencias, alguna que otra copa de coñac, que refljan las novelas de Umbral. La fortuna ayudó sólo a los que tuvieron habilidad para sobnreponerse a los cambios de los tiempos. El éxito o el fracaso de nuestra aspiración es algo secundario. Umbral nos epató a los que literariamente continuamos imbeles y editorialmente vírgenes pero no por eso hemos dejado de escribir en círculos espirales. Es la forma como avanza la historia. Y escribíamos en un país donde se lee poco y a saltitos. Duro y cruel oficio. A unos, la ascensión a los cielos y a otros se los condenó al olvido pues no fueron o no fuimos hábiles y disertos en esa practica tan hispana del lameculismo. En España no se puede escribir contra corriente. Siempre mandan, fusilan y mueren los mismos. Por eso no se nos hizo justicia ni hemos podido liberarnos de ese malditismo de la rebelión del 68. que todo quedó en agua de borrajas. Izquierdistas de pico

 

Luego Paco y su mujer dejaron de acudir a nuestras tertulias. A Umbral no lo volví a ver salvo en la carpa de la feria del libro. Me firmó uno de sus primeros textos una biografía de Larra. El propio Paco luego confesaría que aquel texto de Larra era un libro infame pero había que saltar del periodismo a la literatura. La columna es efímera. Sin embargo da empaque y galanura de escritor. También lo encontré haciendo antesala en las redacciones de revistas y toda clase de prensa. Umbral era un colaborador omnipresente que levaba camino de convertirse en periodista omnisciente, no hablaba de política, lo suyo era la poesía pura. Colocaba cosas en todas las revistas de Madrid y por aquel entonces veían la luz unas cuantas. Fue un tiempo glorioso. Sobraba el trabajo. El franquismo del que tanto se queja no fue una época tan mala. Umbral siempre iba hecho un cincel. Era un dandy y practicó el dandismo con cierta fortuna a lo Larra. Me parece que lo conocí cinco minutos antes de que empezase a ser Paco Umbral. Todavía se llamaba Francisco Pérez un joven espigado que vestía siempre trajes cruzados, hablaba con voz profunda que aun no se le había engolado y parecía muy afable. Me dijo que trabajaba en ka cadena Azul y en la Prensa del Movimiento. El engolamiento y el endiosamiento vendrían después. Le volvería a encontrar luego en el Café Gijón. Ya no era el mismo aunque seguí con sus ternos de corte sastre.

 

La vida guarda muchas sorpresas y el destino reserva sus ramalazos. Da más vueltas que una noria dice Jesús Torbado(para mí gusto el mejor novelista junto con Chus Amilibia y Raúl del Pozo que es el más completo, de la pléyade del 68 adscrito al cupo de los jóvenes airados que llegaron de León: Luis del Olmo, Mateo Diez, José Luis Gutiérrez, Pepe Cavero, Llamazares, Felipe Sahagún, Magín Revillo; a ellos se agregan el presidente Zapatero y el presidente del Congreso, José Antonio Alonso y Alonso de los Ríos aunque creo que éste fue cura y de Palencia. Joder ¡qué tiene León que está dando tan granados resultados!) y este chico de León nacido en Valladolid escaló los primeros planos del gran mundo.

 

Ascendió a la cúspide de la cucaña. ¿Cómo? Gateando. Su mérito mayor y la lección que nos deja este vallisoletano airado es que en una país con titulitis el país de no sé cuantas oposiciones y no sabe con quien está usted hablando Umbral ni siquiera hizo el bachillerato. Un completo autodidacta. Lo leía todo y en los últimos años de su vida se jactaba de tirar a la piscina muchos libros malos que le enviaban las editoriales. A la piscina de su dacha en Majadahonda. ¿Por qué dacha, Paco y por qué dártelas de rojo cuando todos sabíamos tus orígenes de niño de derechas? Tuvo dos golpes de genio. Primeramente, abandonando el campo de la literatura químicamente pura para pasarse a la columna de calado social y política y tener un sexto sentido pues aquella cabeza giratoria suya tan giratoria todo lo husmeaba para saber en qué dirección soplaba el viento y de esa manera situarse.

 

Carecía de una filosofía, un ideario político. Era un existencialista. Fachada de boutade de niño terrible hasta dijo en una ocasión que era un quinqui. Ana Caballé hurga n sus entresijos y encuentra que tras esa pose del "epateur" incorregible se parapeta un hombre angustiado e inseguro por sus orígenes-no conoció a su padre y a su madre que lo tuvo de soltera la llamó toda la vida tía May, alguien le insinuó cuando ésta estaba de cuerpo presente que a quien iban a enterrar era a su madre no a su tía- que sólo servía para una cosa en la vida: escribir. La pluma fue su venganza, le ayudó a superar los traumas y sus males tanto psíquicos como físicos pues contaba con una frágil salud de hierro. Vida trágica. Padre desconocido y el hijo, su único hijo, se le murió adolescente. La bondad de su corazón tuvo que disfrazarla con un aire de eterno joven malvado. Se creó muchos enemigos en este país de envidia que se alegraron de su muerte porque ocupaba mucho cacho.

 

-Paco ¿qué sería de nosotros sin los libros? ¿Sin ese terror de la madrugada de la página en blanco?

 

Un tipo listo. Con el viento de cara de sus orígenes y del destino y en una profesión donde es tan difícil sobrevivir soplaron a sus espaldas los vientos favonios de la buena suerte y acabó transfigurado en el Olimpo.

 

La última vez que le vi creo que la cabeza se le había vuelto más gorda. ¿Padecería acrocefalia? Su presbicia se había afianzado y su vista cansada se parapetaba detrás de aquellas dioptrías de culo de vaso, alto, delgado y cenceño se cuidaba mucho porque de mozo llegó a pesar cien kilos, su lengua era muda pero sus ojos seguían taladrando igual que un berbiquí. Parecía ser consciente de que su discurso valía dinero y sólo era locuaz Paco cuando le interesaba o cuando había mujeres en el grupo. La hija de Rosalía Dans y de Celso Collazo le miraba transfixa aquella tarde en el Gijón y tuvimos que huir de mesa porque el maestro no nos hacía caso.

 

Pepe Díaz el pintor comunista, a su padre lo fusilaron los nacionales pero siempre fue un buen amigo mío, en una ocasión le dijo cuatro cosas y bien dichas y desde entonces desde aquella hostia dejó de portar por el famoso café de Recoletos donde el personal iba a ver y a ser visto. Su aspiración a ser pasante y paseante en Cortes le dio resultado. Otros como Olano se quemaron. Umbral sabía cuidarse. No fumaba y contra la faringitis y los aires cortantes de Madrid como navajas lucía una chalina. Al andar desplazaba su mirada a un lado y a otro de la acera con movimientos isócronos y elegantes de jirafa. Allí donde posaba los ojos mucho le duraba el mirar decían de Enrique IV y también podría decirse lo mismo de Paco Umbral. Su golpe de vista era un taladro. Donde ponía el ojo allí la bala.

 

No era un escritor retórico ni clásico. Escribe a brochazos de la misma forma que pintan los impresionistas. La brocha era a veces gorda y otras muy fina y sutil. Hacía malabarismos con el lenguaje y tenía buen oído para las frases de la calle a medias entre la greguería y el esperpento de los dos grandes Ramones, sus padres literarios. Cela, otra de sus reviviscencias, el mejor Cela el de Puente Deume el primero, le puso música al idioma. Claro que era gallego y los de Valladolid suelen hablar más antipático. Y más duro. Raúl del Pozo el que se ha subido a su columna me parece mucho mejor escritor, más polifónico aunque haya nacido en cuenca, y tiene algo que le faltaba a Umbral: el dominio de la metáfora literaria y de la novela. Por eso el conquense se parece cada vez más a Quevedo. Su prosa no pasará.

 

En esto estribaba el poder de la literatura umbraliana: en su mirada. No escribe con la memoria sino con los ojos. Ve detalles que a los demás se les pasaban. Resultando imbatible en los cien metros lisos. Nadie le ponía un pie delante en la distancia de los dos folios y medio. Le salía un buen artículo en veinte minutos y a las once de la mañana ya había firmado cinco para diferentes revistas y periódicos de los que era colaborador de campanillas.

 

Correr el maratón es ya harina de otro costal y Umbral no es para la novela larga. Se le acaba el gas y nunca puede salir del relato unidireccional y personal. Por eso denostaba con tanta furia a Zunzunegui y a Gironella porque ellos dominaban un terreno el, de la construcción la estructura la carpintería literaria, que a él le fallaba.

 

La última vez que lo vi un par de años antes de morir parecía un Zeus que miraba cansado hacia los mortales desde el Olimpo. Él era la voluntad de escribir. Se rescribía o se contaba a sí mismo pero el arte de la literatura es el arte del simulo. Los buenos escritores son maestros del arte de la desguisa. Se pone negro sobre blanco mucho más de lo que se calla que lo que se dice. Parece que nos están contando su vida y al lector le están contando batallitas. Esto es un baile de disfraces. Umbral nunca se quitó la máscara. Buen libro por tanto el de esta catalana que hace una vivisección anatómica del umbralismo todo un fenómeno literario de la primera transición.

 

 

 

lunes, 04 de julio de 2011

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