ECHO DE MENOS A PACO UMBRAL MORTAL Y ROSA. RECUERDOS DE MI ABUELO BENJAMÍN
martes, 23 de
mayo de 2017
Antonio Parra-Galindo
Echo de menos a Umbral. Mortal y rosa. Voy a la última página del
diario donde él proyectó su última época en vividura de escritor fuera borda y
no encuentro su firma. Otras plumas galanas se han subido a la columna de mi
difunto amigo. ¿Segundas partes fueron buenas? En este ambiente de envidias y
de navajazos que es el mundillo literario periodístico madrileño Paco tuvo
muchos enemigos de esos que adulan por fuera y por dentro ocultan la puñalada
trapera y émulos.
Es que fuimos muchos los que
quisimos escalas su columna rostral donde él se encaramó como un César. No
entró en la Academia pero conoció y supo tocar los mejores registros de la
lengua castellana mejor que nadie. Creo que ha sido el mejor escritor español
del siglo XX. Me cupo la honra de conocerle y tratarle aunque muy de lejos y ya
dicho que lo echo en falta. I miss him Expongo aquí una foto. Estábamos
en la boda del poeta Florencio Martínez Ruiz que se casó allá por el 64 en los
dominicos de Alcobendas. Esa iglesia moderna con esa torre tan guay mirando a
la carretera de Francia y nos retratamos a los postres.
No hubo banquete sino un “lus”
que dice mi madre. Un lunch. Las bodas dejaron de durar tres días y se
convirtieron en meriendas a la inglesa. Florencio se casó con la hermana de un
amigo mío. Juan Antonio Pérez Mateos escritor poeta periodista de Palomero
(Cáceres) y aquí está el conquense y premio Adonais aquel año Diego Jesús Gimes
España la santa de Umbral, yo y él con gafas de concha negra y traje cruzado.
Era muy elegante, un dandy pero
como todas las inteligencias preclaras, los espíritus delicados y mentes
cultivadas que no son del montón cambia. Con Felipe volvió a colocarse la pana
y la camisa de rayas. Quizás no escribió la novela de nuestra generación, un
título que hay que atribuir a Jesús Torrado, autor de Las Corrupciones
pero Umbral, escritor químicamente puro prosista y lírico, el azadón y la pala
que excava los sentimientos de la gente de la generación del 68. es un gigante.
No se queda en el estilo y la música de Cela o de Delibes que son más
manieristas sino que es también letra y dice cosas con la literatura. Es
también filosofo.
Vuelvo a sus libros que me confortan para empaparse de ese
existencialismo de su estructura, esas ganas de vivir en rebeldía que nos
caracterizó a muchos. Paco creció y maduró con el tiempo. Nos define y nos
confina. Literariamente fue el vino añejo en la tinaja. Fue a más. Cela,
pongamos por caso, el posterior y aunque las comparaciones ofendan, ya no era
tan bueno como el primer Cela. Se agotó. Lo contrario que mi amigo y admirado
madrileño recriado en Valladolid.
Superó a Delibes escritor
oficioso y oficialista, superó a todos y con ese dolor, ese reconcomio de la
muerte inesperada, que nos arrebata a los que queremos/odiamos, me desparramo
por la prosa triunfal, buida, preciosista y recalcitrante como una melodía
repetitiva y con algo de hesicasmo, un eje de marcha, un gozne que da vuelta,
el mimbre donde ensartaba los churros el churrero en aquellas madrugadas color
lila, así es Mortal y Rosa una novela sin argumento. Sólo el dolor por
el hijo muerto. La levedad del ser, la futilidad del deseo. Pura masturbación
mental. Encaje de bolillos. Consultas al psiquiatra. El alma del escritor que
se estampa y se retuerce ante lo incomprensible de aquellos largos y tórridos
veranos del 50 en que jugábamos al gua. Rememoro de la mano del maestro
vacaciones con olor a espliego-entonces los olores eran más fuerte, quizá
porque no había lluvia ácida ni fertilizante, quizá porque nuestro olfato no
había sido acometido por las mermas de la post modernidad y todo en nosotros
estaba más entero- o con el perfume del sexo en las bragas de aquella niña con
la que, inocentes, jugábamos a los médicos.
Olor también a muerte. Bandas
de luto en la manga de la gabardina. ¿Quién se te ha muerto? Un primo mío que
no llegó al desarrollo. O el hermano enfermo que teníamos en un sanatorio
tuberculoso de Guadarrama. Alguna vez subíamos desde Segovia hasta Tablada en
aquel tren tranvía dos horas y media el trayecto hasta Madrid cuando no se
rompía alguna furaco de la catenaria. ¿Estas bien, hijo? Sí, madre, sí. ¿Qué te
traigo, qué quieres que te haga? Nada, madre; nada. Y se tendía en aquellas
chaise long de la galería. Pabellón de reposo. Tranquilidad y buenos alimentos.
Enfermitos con los ojos grandes y mirada ardiente. Toses y dolor al pecho
escribiendo cartas de amor, la tisis categórica y la muerte en los
zancajos razón de su hiperestesia y
balanos encendidos caminaban por las crujías buscando a la mujer.
“Voglio una donna” (quiero una
mujer) gritaba el loco desde la copa de una encina, ah Fellini las tetas de la
rubia de Armacord, el despertar de los sentidos, Eros y Tanatos hermanos
mielgos, Castor y Pólux a horcajadas montando el mismo caballo, los encuentros
con una moza bajo el hórreo, las parejas que buscaban os escondrijos de las
peñas orillas del Eresma donde nos bañábamos en la poza del bodón y espiábamos
al cura del Salvador haciendo porquerías con una de sus feligresas. Yo me la
llevé al río.
Hambre de sexo, hambre de amor, que nunca fuimos tan ardientes, que
nunca el sexo estuvo tan entrometido con la religión que lo reprimía. He
seguido soñando con los senos de la rubia de Armacord. Esa da dos azumbres,
gritó un chistoso durante una reproducción en el Montija, sesiones de cine de
sesión continua donde entraban dos y salían cinco. Chist un poco de formalidad,
coño, ese que se calle. Acomodador… acomodador. Adolescencia y muchos andaban
mal de la caja cambios. La mala alimentación. Los desastres de la guerra.
Alguna noche cuajaba la sangre en la almohada.
Algunos curaban pero la mayor
parte palmaban. Por las tardes en alguno de los cien campanarios de las cien
iglesias y conventos de Segovia tocaban a clamor. ¿Quién se ha muerto? Don
Anacleto el lectoral de la catedral. Pues no era muy viejo. ¿Y fumaba? Poco,
creo que un farias los domingos después de decir su misa. Y se preparaban
aquellos aparatosos entierros que eran auténticos desfiles procesionales porque
no hay ciudad en el mundo que ame tantas las procesiones como la ciudad en que
nací yo. A la primera de cambio, zaca; una procesión.
Mi madre me llevaba a todas
aunque no fuese Semana Santa. Me veo ahora con un cirio encendido andando medio
dormido mientras berreaba el amante Jesús Mío cuando se hacía la reserva en
aquellos monasterios apartados extramuros adonde iba poca gente y olía como a
pescado rancio. El olor a coño. ¿Es que las monjitas no se lavaban? Se lavaban
poco. Y las vaharadas de ese olor se me suben a las narices cuando repaso las
novelas de Umbral. ¡Cómo lo capta Paco! Parece que tenía un radar en el
bolsillo. Aquellos olores plasman una época entre estertores de penas del
infierno y carne lacerada por los cilicios.
El ay no me des tormento de las saetas y los jipios del amor hermoso
de las tonadilleras. Ay que me estas matando Pasión de un pueblo con alma
dolorista que ni amando a Dios ni fornicando no se divierte. Que guiado por su
sino trágico lo toma todo por la tremenda. Masoquismo de raíces místicas. Hay
pueblos donde los hombres y las mujeres se acuestan con una sonrisa y se lo
pasan grande. Aquí con una navaja en la liga y parece que sufrimos.
No me diga más: violencia de
genero pero hundámonos en las raíces. Hagámonos preguntas. ¿Por qué? Pues
porque el sexo se entrevera con la religión entre nosotros. Es como una montaña
sagrada, no un prado ameno ni un jardín de delicias. Umbral lo explica.
Un triduo, una novena, una conmemoración y ya estaban las andas
preparadas y las capas del habito, los hacheros y el báculo de la hermandad del
Cristo del Perdón. ¿España ha dejado de ser católica? Si me lo preguntan por
ese cabo responderé que sí y no. También la muerte era un espectáculo. No se
ocultaba en asépticos tanatorios donde maquillan a los muertos como si fuesen a
representar una obra de teatro, con música de fondo. Han variado las costumbres
pero ¿muerte donde está tu victoria? ¿Dónde tienes tu aguijón?
La imagen que me viene a la
memoria son las largas visitas al hospital de la Misericordia donde siempre
había alguno del pueblo o tenían a mi abuelo Benjamín cuando le operaron de la
próstata. Bajábamos en las tardes de mayo por la costanilla de los Desamparados
allí donde la ciudad no había perdido su perfil guerrero senda abajo por el
postigo donde yo vi una vez a un templario un monje negro con una cruz blanca y
roja al pecho la albarda en la mano el yelmo y la rodela fue una visión un
espectro de caballero prevenido en frontera y entrábamos en aquel lazareto
limpio y pobre.
Una monja paula con la toca enorme como las alas de un gigantesco
finife, aquel griñón alsaciano – san Vicente de Paúl era francés y las
instituyó para curar el mal gálico y las hermanitas tenían que disfrazarse a la
moda del París del siglo XVII pero el gorro aséptico les prevenía contra los
humores negros de la peste y la sífilis- les daba un aspecto asexuado y
epiceno.
Muchas veces me preguntaba si
aquellas monjitas no serían hombres pero mi madre me dijo que algunas eran muy
guapas y que una Navarra era un tipazo y le entró la vocación cuando la dejó el
novio. No hay mal que por bien no venga mamá. Mi madre la pobre siempre andaba
de convento en convento. Se conocía a todas las religiosas de la ciudad y mira
que eran unas cuantas (las de santa Rita las de san Antonio el real las de
santa Isabel, las Dominicas, las Cistercienses del Barrio las Brujas, las
oblatas de la Consolación, la Reparadoras, la tira y las bajaba a visitar con
frecuencia porque algunas eran de su pueblo.
Me tenían muy intrigados
aquellos curas aquellas monjas con aquellos capisayos. ¿Por donde mearán?
¿Tendrán eso? Sí, mi niño sí pero ¿qué cosas preguntas? Una vez mi curiosidad
llegó a tal grado que recibí una tunda porque ni corto ni perezoso a Sor Conce
ni corto ni perezoso pues yo siempre fue muy decidido traté de alzarle las
sayas.
Me dio a besar el rosario y yo
traté de levantarle los bajos del halda que le llegaba hasta los pies. ¡Pero
bueno! Niño eso no se hace. Oche. Es pecado mortal. ¿Tendría la hermanita de la
Caridad el pecado mortal en su sitio o
era otra cosa? ¿Y que tendrían los curas
pija o crija?
No me quedaron ganas de saberlo porque la bofetada que me dio mi padre
que casi me estampa contra la pared aun me está doliendo y el eco de aquella
hostia resuena por los ánditos de las memorias. Sor Conce cuando bajábamos a
ver el abuelo creo que me cogió ley pues
mi atrevimiento la debió de hacer gracias y me daba peladillas y
caramelos que sabían a rancio y a convento. Al vernos llegar por la puerta
carretera que abría a un patio con una fuente en el medio coronada por un
virgen de escayola ya estaba sor Conce moviendo la cabeza y riéndose.
Le caí en gracia.
-Uy que chicos más gordo qué bien se te crían,
Juanita.
-
Con buena
leche del cuartel y buenos ciscos, hermanita.-contestaba la mi madre.
Estábamos mi hermano y yo
hechos unas bolas pero en aquellos tiempos del hambre la gordura era un signo
de distinción.
-
¿Cómo está
el abuelo?
-
Pasó mejor noche.
Le operaron tres o cuatro veces
a lo burro. Que bestias aquellos galenos al meterle la sonda pero no fueron
capaces los urólogos de aquellos tiempos de erradicar su adenoma.
-Es que, Benjamín, tienes la próstata como la
de un caballo. Salió bien de aquella y cuando le dieron de alta se fue
directamente a una tienda de objetos religiosos que había en la Calle Real y
compró un resucitado. Con él al hombro en el coche de línea se presentó en
Fuentesoto. Lo regaló a la iglesia y mandó decir una misa a don Frutos de
acción de gracias. Era un espejismo. El maldito adenoma siguió minando su
paquete intestinal y sobrevino la anacrisis. Yo dormía en su misma alcoba y me
dejaron al cuidado para alcanzarle el orinal o el botello cuando le entraban
ganas de orinar. Fui testigo de su pasión y muerte. Hasta Dios me dio la gracia
de asistir a su agonía. El abuelo debía de ver cosas en aquel trance pues con
malo tregua se santiguaba. Y santiguándose entró en la vida eterna. Era una
tarde calurosa de julio. Bahmontes había ganado la vuelta a Francia. Asistí de
monaguillo al entierro.
El cura Saturnino el de Castro
dijo las preces de mala gana y las moscas revoloteaban alrededor de la caja
mientras entonamos el “Libérame Domine de morte aeterna” pues fue un verano de muchas moscas y de
mucho calor.
A mi abuelo lo amortajó mi tía Dominica que era la santera de
Fuentepiñel atándole las manos y los pies con un cordón de siete nudos. ¿Qué
significaban los siete nudos de aquellos cíngulos? Un salvoconducto para el
Paraíso. Los siete dolores de la Virgen. La credencial. Benjamín llegaba bien
preparado y san Pedro no debió de vacilar en dejarle franca la puerta al buen
labrador castellano después de su calvario.
-Pasa pa adentro Benjamín que te lo has
ganado-debió de decirle el portero del Paraíso el señor san Pedro cuando
aterrizó por aquellas alturas mi abuelo.
Tres años en un grito por culpa de aquella maldita próstata. God spare me. Sor Conce tenía un rosario de cuentas muy grandes, cantaba jotas de la
Ribera que daba gusto escucharla y era todo una real moza. Medía casi dos
metros y luego con aquella toca de las Hermanas de la Caridad tenía que entrar
por las puertas de medio lado. Aquello no era una toca ni un griñón; era un
paracaídas. Hermanita ¿va usted a la
guerra con ese paraguas blanco? La decía el capitán Camilo que había luchado en
el otro bando y no creía mucho en estas cosas de Dios y la religión y ella
contestaba:
-
Sí señor
Camilo voy a la guerra del amor de Dios.
-
Y
entonces ¿por qué no se echa usted novio?
-
Con el
que tengo me vale. Pero rece, Camilo, rece para que el Señor le dé presencia de
ánimo y una buena muerte.
-
Se me ha
olvidado hermanita.
El bueno de don Camilo se tapaba la cara con el embozo. Acaso lloraba.
Santa María Madre de dios.
-Ve como sí que se
acuerda.
Se daba media vuelta sor Conce y el bueno de don Camilo hacía gala de
sus ideas. Entonaba el himno de Riego. Si los frailes y curas supieran la
palaza que van a llevar. Japuta… japuta.
Tengo muy grabadas aquellas cosas que sucedieron en mi infancia. Sor
Conce arrastrando sus peplos sus velos y sus tocas por los pasillos que estaban
tan limpios que en ellos se podían comer sopas y entrando por las puertas de
medio lado por causa de su inmenso gorro.
Fue un acto de caridad la
reforma del Concilio que visitó a las Hijas de San Vicente de Paúl de corto
otorgándolas una indumentario más funcional pero el hábito sigue siendo feo con
esa toca en ángulo recto y sustituyendo el azul por el negro. Aunque dicen que
el hábito no hace al monje, a la monja.
O ¿sí?
En España se quiso siempre
mucho a esa Orden francesa que no la hubo ni tan militar ni tan militarizada.
Franco al que asistieron en el hospital de sangre de Melilla y le salvaron la
vida cuando le pegaron el tiro en el vientre mandó que hubiera una
comunidad de esta Regla en todos los
hospitales militares y es del de Carabanchel donde murió mi padre y del de
Segovia donde estuvo mi abuelo que yo las recuerdo. Cuantos soldaditos murieron
en sus brazos.
Caminaban por la crujía entre
las camas blancas con mucho garbo con sus cofias esotéricas y las haldas que
les llegaban hasta los pies. Debajo del delantal muchos cosas podrían caber:
unas tijeras, la jeringuilla de morfina, el tarro de piramidón, la última carta
del novio que la dejó, el detentebala del sobrino al que mataron en guerra y hasta los caramelos y bombones que
me regalaba la sor y que sabían muy ricos aunque revenidos y con olor a monja. Los libros de
Umbral que es uno de esos escritores tan sensuales que escriben como les da la
gana hasta con el olfato me devuelven aquel tiempo que se fue. Traen un perfume
alcanforado de cuarto de atrás y de pensión con patio de luces Estoy seguro de
que no pasarán porque son definitivos y definitorios de una época de un tiempo
en que todo cambió hasta la toca de sor Conce que el Vaticano recortó.
Lamento que Umbral, no lo sé,
perdiera la fe. Decía glosando a Sartre diciendo que Dios es el silencio de los
hombres. A mí me parece todo lo contrario. Dios es elocuente y sigue hablando a
Abrahán desde la zarza.
Claro que para escucharle hay
que estar atento y tender no los oídos de la carne sino los del alma. Mientras
seguimos sumidos en la paradoja pues vivir y morir es una contradicción.
Extrañamos a Umbral poeta puro, escritor de raza, en este melonar sembrado de
patatas y de espantapájaros. Tendría que hablar del amigo Pérez Reverte el
espadachín, una fábrica de churros a
refritar un troquel de acuñar moneda y de hacer billetes. Que a Umbral no le
llega a los zancajos.
Tiene el síndrome de los
de Pueblo que Emilio Romero los
malcrió y les hizo una especie de perdonavidas y de delincuentes. Nunca
entenderán al escritor neto químicamente hablando. Ellos son políticos del lado
que sople el viento pero ese tema lo vamos a dejar para otra día
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