2023-08-24

 



SAN BERNARDO CULMINACIÓN DEL VERANO

Día radiante no puedo ir a visitar Muros Sagrados, de Sacramenia, aquel alcor sobre el horizonte ni celebrar las nenias en un siliarcinum. Derramaré mi copa dejando de beber y de fumar. Me acojo al escapulario del beato Claraval al que llamaban el doctor mirifico. Cister es castro vida regular en comunicad compartida en el repertorio y el dormitorio cantos a la Virgen María a la hora del ocaso. Mis personajes se escapan, no quieren participar en la novela por el momento. Como me recluyeron en Puerta de Hierro pero salí adelante. Creo mismamente hallarme en vías de curación. Las campanas de la Velilla tañen solas pero como está borracho el sacristán hoy no escucharemos el toque de Vísperas, la luz ocaso proyectándose sobre el rosetón arrebol de fulgores, veranos de infancia, viajes en romería subidos al carro con los dos machos de tiro El Cordobés y el Noble. Uno manso y el otro zaíno, le tiró una patada a Paulina que por poco la deja tuerta. El abuelo Benjamín enganchaba al amanecer y bajábamos por las pobedas camino de Pecharromán siguiendo el curso del Río Orbada y pasada la ermita de San Vicente en un lugar que llamábamos las Cuevas de Pospueblo donde había un cenobio visigótico se divisaba el manto blanco de San Bernardo que nos hablaba en latín y en francés. Su testa rapada dejando el cerquillo de la tonsura en la cabeza brillaba bajo el sol de agosto, su gesto era adusto. Sus manos ostentaban un libro abierto y una espada. La grey creyente se expandía con cantos a la Virgen María, antífonas entrañables compuestas por el Doctor Melifluo. Venían a la memoria tiempos de las cruzadas. Victorino el hijo del sacristán subía a tocar las campanas de la espadaña de san Gregorio por aquella escalera de caracol con los peldaños de piedra gastada. Tantas subidas y bajadas a la torre para llamar a misa, tocar a muerto, a gloria o a fuego habían horadado las gradas de roca viva. “Fideles voco, mortuos clango vulnera frango” A los fieles convoco, a los muertos lloro y quiebro el rayo”. Enigmática tarea de las campanas la voz de bronce. En la campa alrededor del monasterio bajo la sombra de una olma centenaria tiraba el abuelo y nos sentábamos a merendar pan, queso y algo de escabeche bonito de cubillo. Bailábamos jotas castellanas, comprábamos almendras garrapiñadas para llevárselas abuela y a la caída del sol de nuevo uncíamos el carro y para casa. Al regresar a Fuentesoto desde Sacramenia una legua hay. Ya lucían las estrellas cuando abríamos la portada y los machos buscaban el arrimo de la cuadra.





2023-08-23

 


ABOIN CORRESPONSAL EN LONDRES

                       MARIANO GONZÁLEZ AVIÓN

 

En vísperas de san Antón, por los soleados días que culminan el fin de la pascua madrileña - los buenos periodistas y los buenos profesores tienden a morirse por tales fechas [Félix Ortega, Jack Tressey White, mi catedrático de inglés, Cirilo Rodríguez también se fueron en este interregno de la post Epifanía]- dimos tierra a Adolfo Adaja, periodista, historiador, radiofonista, escritor, un hombre en el pleno sentido de la palabra machadiana bueno. Los que fuimos agasajados con su hospitalidad y su amistad londinense, pues tanto él como su esposa Lola tenían  puerta franca para todo aquel que llegase a su pisito de Roland Gardens, el área pija de Londres, en el corazón de South Kensington y la Old Brompton road, somos fedatarios y contestes  del albergue y amparo con que nos acogía este abulense de pro, de raza hidalga.



Los Aboín creo que tuvieron casa blasonada con torre castillada de almenas y poternas, no desmochadas en tiempos de los Reyes Católicos, cuando en Castilla se entablaron las luchas entre la corona y la nobleza. A tanto postín llegaba este abolengo. Él mismo, por su nobleza y sencillez, parecía un personaje que había saltado a la vida desde las páginas de la Gloria de don Ramiro, la novela de Enrique Larrea donde se trata por menudo este linajudo aspecto, este privilegio de casta que mantienen los oriundos de la sede de san Segundo, la diócesis más antigua de la península ibérica. Al hablar con él, tenías la sensación de estar hablando con un infanzón. Aboín era un godo por los cuatro costados sin mezcla ninguno de razas. Ni moro ni judío, ni aljamiado berberisco o tornadizo de los bandos. Godo como su tío Elisardo. Y liberal y condescendiente, pues esta liberalidad y comprensión, suelen ser norma del carácter castellano, porque la acepción liberal no tiene en castellano el sentido que tratan de imprimirla los “whigs”. Disraeli no había nacido cuando en boca de romanos circulaba latino de “liberalis” en el sentido de noble, ilustre, honrado, benévolo, prócer, generoso. Dios me libre de los liberales, porque en España siempre ese término tiene connotaciones de sangre y la libertad entre nosotros, para bien o para mal, expresa la idea de cadenas. No se la puede desliar del otro sentido dehiscente que posee. Cuanto más clase y mayor abolengo, mayor llaneza. El que ha llevado - es paradoja - gola toda su vida suele mostrarse sin engolamiento



Esa es la fija en un país que parece haber perdido la rúbrica y el norte y se ha deshecho de la norma que prevalecía. España se ha llenado de la noche a la mañana de nuevos ricos sin recato ni compostura, y por contera se nos ha vuelto un país agraz, mal educado, vulgarote, donde la convivencia deja mucho que desear. La vita bona, suscitados los viejos rencores, se acabó. La vida aquí es un perpetuo dolor de muelas, por más que haya dicho  Don Cabildo Poternas, el mandamás del bigotito que España va bien, que mucho mejor la deja, según él, a como la cogió en el 96. No sabe este buen señor que guarda un cierto parecido a Sagasta por lo del tupé y por haberse convertido en bola de ping pong con la que alegremente juegan los norteamericanos al ponte tú ponte yo y colócame allá toda esa gente que somos globales, hemos ganado y ya no hay fronteras - los extranjeros entraron acá a viña vendimiada mientras los españoles se sentirán metecos en su propio país; he ahí el legado que nos lega este Sagasta del bigotito para que la historia lo juzgue, póntelo pónselo, cuán solos nos dejas Adolfito Adaja- se ha convertido en el instrumento ejecutor de la frase del Trifulcas de que a España ya no la conoce ni la madre que la parió.



No hay mas dios que Alá y don Cabildo es su profeta. ¡Qué asco de políticos! Es lo que pensaba yo esta tarde cuando, acabada la misa de cuerpo presente por Adaja en la iglesia del Buen Suceso en la calle de la Princesa que tantos recuerdos alberga de nuestros años triunfales: que la vida no guarda lógica; esto carece de ton ni son, mas habrá que vivir e ir tirando como se pueda hasta que suene también para nosotros la hora de nuestro funeral. Me fijé en una virgen pequeñita con el manto bordado y el rostro dorado indefinible entre floreros, un creciente de plata bajo sus pies. La verdad era que la talla representaba poca cosa. ¡Y para eso tanto bulla y tanta hiperdulía!, pensé, sin que a mis solemnes observaciones la voz interior, otras veces tan pronta, diera respuesta. Es el misterio del silencio del Cristo de Dostoievski en los Hermanos Karamazov que encoge el corazón de los creyentes. Miré los rostros de los presentes y encontré en ellos el cansancio de un día de trabajo y el fastidio que alberga la conciencia de ser un producto perecedero. Estamos aquí de paso pero algunos bostezaban. La vida y la muerte siempre son idénticas a sí mismas.  Dos bodas y un funeral.

 Me avergüenzo de mí mismo pero me asaltaron las dudas sobre la presencia de este icono - acaso un ídolo- irrefragable en la misa fúnebre sin cantos. ¿Esa virgen qué significa? ¿Quién es la que invocamos? ¿Acaso existe?  Perdóname, Adolfo Adaja [hoy entoné en el metro a voz en grito el “Dies Irae” en tu memoria] pero mi fe ya no es tan consistente como cuando íbamos a misa de once a los servitas de Fulham Rd. Los gélidos domingos del marzo londinense quedaron lejos y también, una vez consumados los ritos y después de saludarnos en el porche aquel fraile gordo irlandés que fumaba en pipa, el vermú en cualquier tasca de Cromwell Rd. Todas las tabernas del entorno las conocía yo bien.



Y nos recibía aquel párroco, un fraile irlandés con una gran barriga y siempre fumando en pipa mientras controlaba a la grey desde el quicio de la puerta. Han cambiado tanto las cosas que todo lo vemos al revés. Nos hicieron dudar de lo más sagrado y ahora hete aquí que muchos vacilamos en la vieja fe. Ha dado la vuelta a la tortilla. En el Vaticano el que impera es un Papa judío ¡Toma ya! Ya no veneramos la crucifixión. Nos ahincamos ante el Holocausto y cualquier día de estos, al paso van las cosas, a Anás y a Caifás los harán santos y los colocarán en una hornacina. Que hoy la blasfemia es un instinto de poder y una palanca de popularidad, una herramienta de trabajo no os quepa la menor duda. Queremos siempre, coño, andar siempre en la machito, cimbrearnos sobre la cuerda, y los dedos se nos vuelven huéspedes para que nos marque con el signo de la bestia de lo políticamente incorrecto.

Hoy, Florín, ya no es como antes; hay que andar listos. ¡Mira que nos espabilan a toda hora los golpes de la existencia y aún no hemos aprendido! Que me perdone dios y me perdones tú pero ya no soy capaz de poner su nombre ni el de la virgen con mayúsculas. Al funeral vino el edecán de don Francisco de Sales  Retentada, aquel Acuña, que hoy es un jefazo en esto de la antropología periodística del Diario Fibs ¡Qué tiempos aquellos cuando llegaba a tu casa a pernoctar y decía que su mujer era tan fecunda que bastaba un guiño para preñarla!  Sólo un navarro es capaz de eso, y de mucho más. Ándale. Entonces no tenía un duro y ahora millonario. Échale un galgo.

Yo me acordaba de algo que contó este Acuña cuando dijo lo de si esto es civilización yo me vuelvo a Estella. Lo dijo un navarrico, recién aterrizado en Oxford, ante una ciudad que se paraliza y cierra sus bares a las diez de la noche y se rió mucho, aunque lo que ha pasado en este tiempo no es para reírse. Oye, como se conoce que había sido dominico. ¡Hay que ver lo bien que tocaba el órgano!



Ellos subieron, se han colocado en buenos sitios, ostentan jefaturas y columnas, se han hecho respetables mientras yo, desprovisto de un lugar al sol y de un sitio donde escribir y publicar vivo en la ignominia y he de hacerme de pasar por loco para conservar la prestamera oficiosa con la que se nos deja vivir a mí y a mi familia. Si esto es civilización yo me vuelvo a Estella, Acuña. ¿Me oyes? Tú también eres un buen chico y no te envidio. La antropología da para mucho. Sobre todo, si se dice que el hombre viene del mono.

Adaja te ayudó mucho y tú estabas en su funeral, lo que denota tu buena crianza pero eso no excluye nuestras diferencias políticas. No he venido aquí a entonar una palinodia en tu honor. Me negaste que eras “Resmas” ese que escribe tan corto y tira con bala en la tercera del periódico del Quico Big Face y que un día me metió un viaje pues sabe mucho y conocía mi historia, mi hija extrañada y dijo cosas infames de mí y estuve en un tris que no voy a por él porque por Helen luché como un gato panza arriba. Pero no pudo ser. Con los ingleses hemos topado, Sancho. Wall street y Lombard street son la gran pared con la que el destino juega al frontón con nuestras vidas. Nosotros somos la pelota y el dinero la raqueta con que nos juegan al ping pong.

En fin corramos un tupido velo. Lo de Estella a mi contrincante le hizo reír. Nos han fusilado políticamente y físicamente porque no es democrático pero lo harían si pudieran y aquí nos tenéis a nosotros, pobres pardillos, que vamos a hacerles el rendibú y a besarles la mano, bailarles el agua, reírles la gracia, y venga paripés pero sigo pensando en lo mismo que el navarro, que si esto es civilización... No pude conseguir ver a mi hija extrañada  y que me arrebató el destino con sólo dos años y cuya reconciliación fue uno de los propósitos más importantes - y fallidos dentro de mis muchos fracasos- de mi vida.



Por lo visto el semen derramado no es importante.  Cae al desgaire en cualquier remojadero. Pasó el sembrador e hizo de las suyas caprichosamente.  La simiente unas germinan y otras no. Ocurre con esto de la genética como con los pimientos de Padrón. Nos hemos pasado la vida esparciendo el grano a boleo y algún día otros recogerán lo que nosotros desparramamos. No hay planes preconcebidos y sin embargo nos decían que estábamos en el pensamiento de Adonai desde toda la eternidad. Nos engañaban como a chinos. Ved a Adonai en lo que se ha convertido en un furibundo Alá. Sólo comprendo las tres voces de Xto en el Calvario. Dios mío, dios mío por qué me has abandonado. Yo canté esas tres voces cuando era diácono en la Passio mirando hacia la parte de Aquilón, un desafío a los vientos siniestros de la historia. El Salvador padeció sobre sus propias carnes este silencio divino en esta hora occidua tanto nos aflige. 

He sido expulsado del periodismo y de la literatura. Sin embargo, no me rindo, amigo Arana, pienso que tu jefe Retentada, el inspirador de Pación y esta república coronada con algo de cárcel de Monipodio, y corrala de vecindonas donde se explayan terelus, anarosas anacondas, y donde escriben periodistas que no saben hacer la o con el canuto prosas monocordes, remedos del NYT, sigue siendo para mí un tonto en siete idiomas.



Que ahí me las den todas. Si judaizan, Florín, allá películas. Es su problema que diría Mariano Primicias, otro de los grandes problemáticos de nuestros medios. Yo no voy a comulgar con ruedas de molino cuando estoy a punto de cumplir los sesenta pues no tengo tantas chaquetas en mi ropero como Carrozas  Posmas al que veo ahora canescente y augusto con aires de patricio con toga romana en las tertulias mañaneras del Telepecado, el que dijo y yo lo escuché con estas orejas que han de ser pasto de gusano al llegar a Londres que le recordaba a un campo de concentración y ahora es anglófilo por los cuatro costados y advierte que hay que aprender inglés para leer a Shakespeare. Jopé, Florín, ¿cómo es posible que pueda haber en este país gente tan acomodaticia y con tanta flexibilidad de vértebras? Lo que hay que oír y más lo que hay que ver para lucrarse el pan caer con buen pié y del lado siempre del que manda.

El alzamiento cibernético no llegó, como creíamos, con Heliogábalo el Grande atador de caballos. Lo ha ejecutado Alcaparrón siguiendo órdenes estrictas de Supraba. Nuestra ministra de exteriores, quien por cierto en Irán se tocó ese paño de oración islámico y de acatamiento de su condición de menorragias, lo que comporta ciertos grados de impureza de la naturaleza femenina ante Alá, el creador del entorno, que es el hilab y estaba que parecía la tonta del bote, se ha hecho la necia novia de Guy Morley. Es una especie de chica para todo del Pentágono y hasta parece que habla adrede mal el castellano pues piensa en inglés.



Manolo Trasver  - manda huevos- lanza en las comparecencias periodísticas euros al que le pregunte cuestiones incómodas sobre las armas de destrucción masiva [¡cómo les gustan las frases de circunloquio rimbombante y los eufemismos a los que llevan la voz cantante, con cuánta eficacia inflan el perro! Esos engendros de destrucción estaban todas en manos del general Sharon y le cargan el muerto al otro. Tiene bemoles la cosa. La mentira es el ama nodriza de la historia. Sión no es más que un monte de cuyos vértices coronados de lava mana para todo el mundo la agitación y la destrucción.

Muy bien para ellos la perra gorda. Se nos han convertido en heraldos del Nuevo Orden. El bigotito de don  Poternas crece esquinado, lo que nos puede costar más palos todavía que en el 98, hacia la parte atlántica, con tan mala leche como el tupé de don Práxedes y con el cuento de hasta el último hombre y la última peseta nos vamos a quedar sin un euro, no en la defensa de las colonias que ya no quedan, sino del propio solar patrio desmembrado por el separatismo que ellos siempre auspiciaron bajo cuerda. Sobre nuestra patria, Mariano, flota siempre la sombra siniestra de la voladura del Maine.

Sorprende y hasta tengo por sospechosa esta cortina de silencio que ha envuelto como un sudario de olvido el óbito del pobre Adaja. Los neos del periodismo triunfal y galáctico que nos circunda y que desparrama necrologías de personajes que poco tengan que ver con la vida española - refritos en buena medida de los papeles anglosajones- en esas secciones denominadas obituarios, un anglicanismo equivocado del participio de futuro del verbo obeo para significar al que ha de irse y también al ocaso, y que debiera de ser una necrológica o necrológico en toda tierra de garbanzos.



Acérrimos son los tiempos que vivimos. Han dado a todo lo español el pasaporte y han traído modos, costumbres, mentalidades inglesas. Mas yo quiero entender que este mutismo oficial, este silencio de tumba que circunda a todo lo que tiene que ver con el falangismo, no ha sido a posta sino por exigencias del guión. Al fin y al cabo los nuevos lebreles de la comunicación con su pan se lo guisen y con su pan se lo coman.   Nosotros no somos más que gente del pretérito indefinido. En boca cerrada no entran moscas. Si la abres, te llaman facha. O te esgrimen a los morros el argumento entre cachondeos de lo de la “conspiración judeomasónica”. Que haber haylas pero eso es otra historia.

Tempus fugit. Lo más duro para nosotros es que la acusación de ser culpables de haber sobrevivido a nuestra propia época nos arponea como un aguijón envenenado y nos transforma, por medio de los complicados resortes de una metamorfosis social, en metecos en nuestro propio país. Nos convertimos en esta tierra de garbanzos, envidiosa, con complicaciones y ramales que nos conectan con un pasado furibundo y vengativo y mucho retorcimiento mental, en ilotas no manumitidos en nuestra gleba nacional. Sí. Ciertamente, gleba nacional. He ahí un buen título de novela.

 Hemos cometido un pecado el haber nacido hacia la mitad del siglo pasado y pesa sobre nosotros el baldón que se nos echa en cara, una vez cambiada la historia, el “¿os acordáis de lo de cuando entonces?”.



Nacimos bajo el estigma del pecado original que nos lavó el bautismo y nos vamos a morir relapsos de herejía y de franquismo, un pecado que por lo visto no se perdona porque los del sanedrín democrático- separatista lo consideran afrenta contra el espíritu santo y eso no lo borra en una sociedad donde las ejecutorias de hidalguía fueron tan importantes agua lustral alguna. Va contra la urna. Va contra la norma y va contra la horma de sus zapatos que ellos se han hecho a su medida. Es atentatorio contra los derechos humanos. No me miente usted la bicha. Aquí sólo se puede hablar de Franco de una forma. Mal.

Aquí hay una retentiva asombrosa, rayana en la dismnesia para ciertas huellas de la retrospección del inmediato pasado. Es una memoria viva para ciertas cosas; para otras, la amnesia más absoluta. Aquí fusilan siempre los mismos, dada la gran versatilidad ideológica y el cubileteo procaz de los que se pasan al otro bando. Algunos se vuelven olvidadizos para lo que les interesa, mientras nos extienden factura por cosas sin importancias y por eso en este país por un tiquismiquis se puede organizar la de dios. Parece que siempre pende una espada de Damocles.

Creo que, tanto los que fusilaron al padre de Adolfo, un militar de ingenieros, cerca del Escorial cuando intentaba cruzar a las líneas nacionales como los que enviaron a su tío don Elisardo Redondillo Cercas al exilio, desposeyéndolo de su cátedra y arrasando su gran biblioteca, pertenecían, por signo opuestos, claro está, a una horda idéntica.



A don Claudio, al que Adaja llamaba cariñosamente “el tío de Buenos Aires”, algunos lo desenterraron para quemarlo en efigie. ¿Cómo? Procediendo al descatálogo de su inmensa obra. Nadie ha sabido interpretar con tanto tino las consecuencias de la invasión y presencia islámica en España oponiéndose - la polémica fue de las que hicieron época- al criterio de don Américo Castro, quien, echándole harta imaginación a la cosa, nos presenta la convivencia de las tres culturas como algo armónico y enriquecedor.

No, señor. Protesta don Claudio. No hubo tal. Las tres religiones monoteístas no tienen arreglo. El consenso significa que prevalezca una de ellas sobre las otras dos y el que pacta con el escorpión ya sabe a lo que se expone. El historiador abulense, republicano de toda la vida pero de misa y de comunión diaria era acérrimo en la defensa del credo de Nicea que postula en favor de  un solo Dios verdadero. Por el contrario, don Américo feligrés era de la sinagoga y se irguió en fautor - mucho daño nos hizo- de la utópica concepción de la España de las tres culturas que los historiadores revisionistas nos meten ahora hasta por los ojos siendo así que es una idea endeble y torticera, y, por supuesto, catastrófica para el futuro de nuestra supervivencia nacional. Pero la repiten en cada telediario y pronto se convertirá no ya en una verdad sino en dogma de fe según los criterios, siguiendo la senda marcada por Goebbels, del pensamiento único al que caminamos. Y el que no la acepte será expulsado a las tinieblas exteriores.



Para Castro, Albornoz era un hereje. Éste, que hizo mucho trabajo de campo y recopiló datos sobre los mozárabes cuando era catedrático en Oviedo, con datos fehacientes en la mano derriba el mito de la convivencia y la transigencia entre moros, cristianos y judíos. Hubo períodos de tolerancia y más o menos pero la recia  pelea duró ocho siglos. El Alcorán es la violencia en carne viva puesto que manda matar en nombre de la fe y para el Talmud se mofa constantemente de los Evangelios, un religión cuya práctica resulta más inhumana y difícil puesto que manda amar al enemigo y volver la otra mejilla.

Paradójicamente, triunfó el cristianismo, con todo lo que la religión romana arrastraba de la mitología griega y del sincretismo  pagano, de la filosofía de Platón. Y tuvo que ser, puesto que no había otro modo, al filo de la espada. Boabdil el Chico capituló y a los sacerdotes del Templo todavía les están rechinando los dientes al comprobar que la gran masa de seguidores del Antiguo Testamento se pasó al Nuevo. De ahí manan las fuentes eclécticas del catolicismo hispano; del misticismo hebreo, la sensualidad árabe que deriva en el pasionismo y del orgullo de casta godo. González Aboín era un católico que aunque más tibio que su tío claudio, de comunión diaria en Buenos Aires, no se perdía la misa de doce en los Servitas de Fulham Rd. Se sentía cristiano viejo. Un verdadero hidalgo.



Según los postulados de la vieja fe y de la caridad que ejercería sin tasa durante todo el tiempo que lo conocí, una voz me dice que estará en el cielo acompañando a su padre el fusilado y desde allá arriba Mariano todavía nos seguirá haciendo favores. Que tenga piedad de nosotros y nos perdone. A mí favores me los hizo muy grandes en un tiempo muy difícil para este humilde corresponsal en mi llegada a Londres-. Gracias a su intercesión conseguí que me alquilase la vieja el piso bajo del edificio de Roland Gardens que había sido hasta hacia pocas semanas antes por un conde irlandés Count Kelly que acababa de morir de cáncer de pulmón. Era rotario y caballero de la orden de Jerusalén. Le seguía llegando propaganda en el correo de la orden de Malta y este detalle, de conexión al Temple, marcaría un poco mi vida posterior.

Ocupaba yo la bodega, lo que era la cellar, donde casas señoriales como aquella cuando Londres era una corte en tiempos de Queen Victoria guardaban el vino en discretas habitaciones con buen tempero en cuyas paredes se abrían una especie de nichos para guardar las botellas del buen Madeira y de otros vinos exquisitos  Adolfo y Lola vivían en la cuarta planta por encima de la dueña, Mrs. Avisón, una lady victoriana que se pasaba todo el día mirando por la ventana enfundada en sus batas de cola con cuello de piel y rodeada de gatos de Angora y una sección muy selecta de cuadros y de fotografías.



A tal respecto, era impresionante el retrato de su hijo Lex que presidía el cuarto de estar y el recibidor. El muchacho, piloto de la RAF, fue derribado sobre Munich el último día de la segunda guerra mundial. El recuerdo del hijo muerto lo trataba de olvidar la dueña con gin and tonics.  La verdad es que en eso y en otras cosas se parecía la dueña a la reina madre. Las dos tenían afición al “soplen y marchen” sin que se les notara demasiado. Únicamente en un tartamudeo fugaz se la notaba algunas noches. Dicen que el alcohol es un conservante y a ella como a la madre de Isabel II las conservó bien porque ambas morirían centenarias.

Por encima de los Aboín vivían dos mariquitas. La gran cuestión en el vecindario era saber quién de los dos bujarroneaba y quién era el bardaje, en medio de los dares y tomares de la política española, que entonces eran hartos, pues en Londres se cocinaría  toda la transición con sus buenas dosis de pacto, consenso y trapisonda, y nosotros nos tuvimos que chuparnosla - quiero decir la transición- los corresponsales a fuer de no pocos sobresaltos y disgustos.

Hubo que soportar a Fraga que entró arrollador y a viña vendimiada con un talante superferolítico como si España fuese suya. A la embajada de España en el barrio de postín de Belgravia acudían los peregrinos españoles de todo pelaje, signo y condición, a ganar el jubileo. La democracia contractual, con sus consensos y con sus guiños, estaba a punto de estallar como una guerra civil, en son de revancha contra el Día de la Victoria.



Había que poner del revés el último parte de guerra dándole la vuelta a la tortilla. “Cautivo y desarmado el ejército rojo, nuestras tropas alcanzaron sus últimos objetivos. La guerra ha terminado”. Los vencedores de antaño, los pocos que quedaron con sus hijos, indemnes al chaqueteo de aquel tiempo vertiginoso, tendrían que mascar el polvo.

Un buen día la portera, Gail, casada con Hughy, un escocés, nos deshizo el misterio. Se los había confidenciado el limpiaventanas. Los limpiaventanas son una clase de gentes en Inglaterra que se enteran de los secretos de alcoba y tienen vista de lince y alma de reporteros de la prensa del corazón aunque nunca cobran. Su trabajo suele desarrollarse por las mañanas a primera hora y muchos hacen horas extra los domingos cuando medio país duerme a pierna suelta después de los estragos y batidas del sábado noche y cada oveja duerme a pierna suelta, u otras cosas, con su pareja.



Facilita esta labor de acusica o testigo de cargo de los limpiaventanas el hecho de que en aquel país del norte no haya persianas y las cortinas nunca andan echadas. Por lo cual muchas vidas y poses intimas devienen transparentes. He is the bull, míster Parra, me intimó el bueno de George, que así se llamaba el “window cleaner”, al tiempo que me señalaba con el dedo cuando los dos cruzaban la calle entre risitas y contoneos a un individuo enclenque y bajito, creo que era australiano, una ruindad de tío, el que menos me esperaba frente al otro que era una fornido norteamericano de Kentucky que estaba cachas y aparentaba ser el más macho.

La naturaleza con sus ganas de jorobar juega estas malas pasadas. Nadie lo pensaría. Aquel tipo de Canberra el toro, pues qué barbaridad, y el otro el yanqui que debía de ser modelo en la revista Male que lo había sacado varias veces en portada luciendo belfo y plexo solar con los músculos fortalecidos por el ejercicio de la halterofilia y un pecho con las dimensiones de la caja acústica de un piano de cola, era el que tomaba, siendo el canijo el que daba. Oh, dear. Lo contaba Mariano con esa gracia para contar historias que le había dado Dios y nos partíamos las tripas.

Maricón el último. Bardaje quien menos uno se lo esperara.

Gail era una cockney castiza y tenía dificultades para pronunciar lenguas extranjeras. Con el mío no tenía muchas dificultades pues ofrece vocales claras pero para mentar Abdón las pasaba negras y así su haplología convertía el nombre de Aboín en algo así como “Avión”. El bueno de Mariano, con su paciencia infinita, todo lo perdonaba.



Creo que fue una auténtica gracia de Dios y una verdadera predestinación el haber sido su vecino y haber andado bajos sus alas de protección en aquel señorial número 41 de Roland Gardens, donde residió Paul Morand en una de sus visitas a Londres o por lo menos hizo vivir a uno de sus personajes. Gail mantenía el edificio tan limpio y reluciente que se podían comer sopas a la entrada.

Pero con decir esto no está dicho todo porque allí rondaban fantasmas y tuvo fama de ser una casa embrujada. Su centro de operaciones era la alcancía o “cellar” que ya he mentado, precisamente el cuarto que me servía a mi de despacho para el télex. Justo entre sus nichos vagaba el fantasma. Golpeaba muchas noches las paredes con golpes secos y Gail dijo que después de morir había visto pasearse por el hall al conde Kelly.

¿Quién era el conde Kelly? El inquilino anterior que alquilaba el sótano que yo ocupé. Era un templario que había ejercido de cillero en Escocia durante una vida anterior. Cuando murió su segunda reencarnación pertenecía a la Orden de Malta y de hecho siguieron llegando revistas y otra literatura varia a su nombre durante el tiempo que yo residí en la casa.

Había instalado yo el télex en la bodega. Dentro de unos nichos, un tanto fúnebres, que habían servido para guardar las botellas de champán y las cajas de porto, yo tenía montado mi servicio transmisor. Fue desde aquella mastaba de la información con cables y clavijas en conexión con el gran mundo (nunca pude entender el misterio de la telegrafía sin hilos o de las terminales de télex que conducían mediante una gran barloa bajo el océano aquellos signos aporreados por mis dedos con golpe nervioso con la información pertinente de aquel día y que colgaban la cinta en la sala de transmisión de Pyresa a cuyo cargo estaba el bueno de  Cerro en el edificio de Castellana 132.



Bueno. Pues allá yo velaba las armas, caballero andante de la palabra. Aun no había llegado el tiempo del pensamiento único. Big Brother era una mota de polvo en la niña de los ojos previsores de su creador, George Orwell. Se había publicado la utopía en la cual se anunciaba un mundo feliz. Nunca fui más libre. Podía escribir de lo que se me antojara.

Vivía con ilusión pegado a la receptora semi enterrado entre papeles y recortes. Mi ideal periodístico eran todos aquellos monstruos de la BBC: David Dimbleby, Robín Day, William Hartcastle, David Frost. Ese parece haber sido el sino de mi existencia bohemia: los sotabancos, las buhardillas, el tragaluz; en ellos he ido recalando a lo largo de mis años en mi afán de vivir siempre un poco al margen. Y tan es así que en mi residencia actual de Piedras Vivas ocupó la parte trasera de un garaje que habilité como despacho. Allí vivo enterrado entre mis libros y papeles, mis receptores de radio y mis fotos que adornan las paredes, pues como Ramón Gómez de la Serna, tengo mi habitación toda empapelada. Aquí permanezco esperando a Godoy y a Perpsicore bajo un inmenso retrato de mi hija Helen esperando que algún día me escriba. Fue la razón por la cual fui a Londres como más abajo explicaré, pero mis proyectos fallidos, ahora me refugio en la actitud de un cuento escrito hace muchos años y que llevaba por título Suzanne nunca escribiría.



No alumbra mi vida más luz que la de una estrecha claraboya que penetra por el montante de un vano y albergo pocas esperanza. Estoy a punto de cumplir sesenta años pero entonces era un joven, lleno de vida y de ilusiones, que cada tarde, pimpampum, desde aquel nido de calandria, no lejos de las riberas del Támesis enhebraba mis humildes crónicas contándole a los lectores de la cadena de más de cuarenta periódicos (éramos el mayor sindicato periodístico del mundo, como nos recordaba el llorado Félix Ortega en más de una ocasión) los pormenores de los últimos coletazos del crepúsculo laborista de Haroldo Wilson y el advenimiento de la era Heath. La gran cuestión cada tarde era la elección del tema y luego elaborarlo pacientemente según mi leal saber y entender delante de las veinticuatro redondas blancas a las que cantara Pedro Salinas.

A veces tenía que dar la vuelta a la noticia que ofrecía urbi et orbi la BBC con su natural talante solemne, la voz polifónica y solemne, los ternos a rayas de Savile Row, los ojos de gato de Richard Baker, los labios todo poliantea erótica de Angela Rippon, una verdadera Palas Atenea de la Comunicación, hasta el punto de que en el Foreign Office me llamaban a capítulo porque los corresponsales españoles por aquel entonces éramos algo contreras y hacíamos las cosas a nuestra manera y a la agachadiza, y cualquier periodista que se precie sabe que toda información anda un poco manipulada y que siempre habrá que buscarle los cuatro pies al gato.



Yo era de entre todos el que albergaba mis más indómitas inclinaciones, dicho sea sin prejuicio de parte.  Cuando menos “no estábamos empotrados en unidades del Pentágono como le pasó al pobre Julio Anguita Parrado, ese pobre chico cordobés al que mataron en Mesopotamia el 2003". Íbamos a nuestro aire. Por  ese cabo, tuvimos la gran suerte de no tener que hablar por boca de ganso.

Claro que corrían tiempos mucho más amables que los actuales. Heath era un solterón que vivía en Downing Street, al que traían por la calle de la amargura las Trade Unions de Jack Jones y las huelgas mineras. Edward Heath se solazaba de sus cuitas con la melomanía. Era un buen pianista y un gran director de orquesta. Muchos fines de semana se iba a su pueblo de Kent, el jardín de Inglaterra, a dirigir el coro de su parroquia.

Londres se quedó a oscuras por mor de diversos apagones decretados por Hugh Scanlon pero los ingleses, nostálgicos, y como no hay mal que por bien no venga, recordaban el black out de los bombardeos alemanes y hacían cenas románticas y resultaban que al amor de candelas pronto se encontraron en los brazos de sus respectivas. Se nos fue la luz y encontramos el amor volviendo a los viejos tiempos. Se nos fue la luz y nos agazapamos. Té para dos, hacer el amor tendidos sobre la alfombra. Agazapados. Huíamos del mundo y hacíamos la encorvada. El lunes marcha sobre Picadilly y a cuadrarse delante de la cola del paro. A Hugh Scanlon hubo que agradecerle que aumentase la demografía de las Islas a eso de los nueve meses.





Los ingleses hasta la llegada de Mary Quant, inventora de la minifalda - fue la que descubrió que las hijas de Albión tenían unas piernas maravillosas- carecían de vida sexual. No tenían mujeres sino botellas de agua caliente y ladrillos para calentarles la cama. Sin embargo, los Beatles, Carnaby Street, el “swing in London” con sus balanceos e intercadencias haría cambiar de fortuna a las Islas. Todo ese gran cambio social que se operó entre los británicos y que luego tratarían de imitar, simiescamente, los españoles nos tocó contar a Mariano y a mí para nuestros lectores  y radioescuchas. La serpiente monetaria era uno de los temas más socorridos. La libra esterlina se iba al garete y creo que fue por entonces un periodista, Javier Martínez Reverte, que escribió un libro actualmente impresentable para un anglófilo “Inglaterra cuesta abajo”. Era la hecatombe. El imperio daba de través y hasta Capmany publicó varias pajaritas sacando pecho por los ingleses, diciendo que nosotros, los corresponsales, exagerábamos en nuestro afán de inflar el perro, que a ver que era eso de meternos con la serpiente monetario, los gnomos de Zúrich. Campana, hoy tan papero pero entonces, tan falangista, nos metía caña. Desde luego nunca acababa de llegar el agua al río; está visto que, si quieres vender periódicos, has de darle un tanto a la rueda de la hipérbole. La libra se desplomaba. Britania se hundía entre procelas parlamentarias y balanzas de pago caóticas pero las hijas de Albión, sobre todo en minifalda, estaban deliciosas. Era bello el sentir delicuescente de descender la pina cuesta de la decadencia. Los americanos eran más brutos. Hablaban un inglés de los padres peregrinos y sus escritores elaboraban una prosa sin peinar y se mostraban incoherentes, gárrulos. Abusaban del arcaísmo.

 Se llegó a dar el caso de hubo españoles en Londres a los que telefoneaban desde casa, como si estuvieran en la guerra. Que a ver qué pasaba. Que si tan mal estaba el país que por qué no nos volvíamos a Madrid. Alfonso Barra era un poco el responsable de tanta alarma puesto que con su clásica guasa andaluza se lucía poniendo a los ingleses como un trapo. Eso sí admiraba el patriotismo que ellos derrochaban. Un buen súbdito de su Majestad - éste era un ejemplo que ponía- era capaz de irse a la cama sin cenar y muerto de frío, pues ninguna casa en Londres sabía lo que era calefacción central por aquel entonces, dando salves a Regina y loando al todopoderoso por el privilegio de haber nacido inglés. Barra era de los corresponsales que más se lucía poniendo a los ingleses cuyo nivel de vida era entonces inferior al español en la picota para honra y gloria del ABC de don Torcuato. Poco le quedaba pues el loco de Ansón estaba a punto de desembarcar con sus ínfulas juanitas y tendría a su corresponsal de dominguillo, poco menos que para chico de los recados. Ansón era un tipo resentido contra Franco y se vengó en Barra. Nunca debió de perdonarle al General el que, por su culpa, en el periódico de Serrano lo exilasen al Congo Belga. Desde allí empezó a afilar las armas.



 Sería uno de los demoledores del viejo régimen, faraute de los neos y un pesquisidor de cuanta pluma galana se le pusiera tiro. A los monstruos sagrados de la docta casa monárquica los iría jubilando poco a poco. A Luis Calvo lo mandaría a pasillos y a Saínz Rodríguez, ministro sin cartera en el primer gobierno franquista, puesto del que fue sustituido, pues en los ardores de su juventud era un putañero incoercible, le puso a escribir de mística que era lo suyo. Barra las pasó tiznadas pues hubo una etapa en que no le publicaban las crónicas, que es lo más angustioso que pueda pasarle a un corresponsal. Él era un caballero hijo de general monárquico y no lo llevaba del todo bien el que en Londres su director lo tuviese poco menos que de furriel. A Londres se iba y venía para ver a Fraga o de compras a los grandes almacenes, y con eso de que Barra vivía en el aeropuerto a muchos les cogía de camino.

Tenía su casa de Hounslow que parecía una casa de huéspedes llena de turistas españoles. Tampoco era leve problema ése del visiteo. Quien me encargaba desde Madrid un fármaco, quien un fonendoscopio, o una cachimba Dunhill o una falda de tartán. ¡Ay cuántas veces no habré ido yo a una mercería donde se expendían jerséis y faldas escocesas detrás del Museo Británico acompañando a gente que venía de tiendas! Entonces la peseta era moneda fuerte, y la libra se devaluaba sin parar. Además, la aparición de los vuelos chárter que empezó por esta época, que empezó por esa época, institucionalizó el turismo de masas.



Como si se tratase de un bebé que arranca a dar los primeros pasos, los españoles empezaron a salir al extranjero. No faltaban, ni mucho menos, los que se descolgaban por allí con ánimo de echar una canica al aire. Ellos pedían sexo. Nos daban las tantas de la mañana en cualquier garito del Soho, eso antros cuya entrada la solía presidir un cancerbero, por lo general un siciliano con malas pintas pregonando la mercancía del interior: Otto signorini tuttamenta nutti per una sterlina. El striptease o danza burlesca puede ser la cosa más aburrida del mundo. En aquellos cuchitriles desangelados el aire estaba cargado y olía a meados, a sudor humano, a efluvios vaginales. La clientela era de lo más extraño que cabía esperar.

Nunca faltaba el hombre de mediana edad enfundado en su gabán moda años cuarenta que salía del lugar enervado por tanta enseñanza procaz y se convertía en exhibicionista. Merodeaba las callejas oscuras de Picadillo y al llegar a una muchacha abría los vuelos de la sucia gabardina mostrándose sin pudor como su madre lo trajo al mundo. El encargo más chocante y truculento que tuve que hacer me lo hizo el amigo del hermano del redactor jefe que estaba de noche en la agencia. Se trataba del famoso coil o espiral de alambre anticonceptivo. Adquirí el producto en una botica de Harley Street, hice un envoltorio y lo llevé a la estafeta para girarlo para Madrid. El paquete no llegó nunca a su destino. Hice las oportunas averiguaciones y nada. Se lo comenté a algunos compañeros y el chistoso de Pepe Meléndez, el delegado de EFE, me dijo:



-No te preocupes, Parrita. Lo mismo que, si le vale, se lo ha puesto la mujer del de Correos.

Del dew o coil nunca más se supo. A lo mejor había sido intervenido por la censura. Ocurrió lo mismo que con un aguinaldo que me enviaron por Navidad al seminario de Comillas y del cual nunca más se supo puesto que me lo zamparon en portería: el chorizillo, las longanizas, las uvas pasas, algo de turrón. Pues ahora exactamente igual como dijo el bueno de Meléndez. Aquel adminículo para el control de la natalidad - los españoles estábamos empeñados en impedir el control de la natalidad y bien que pagaríamos las consecuencias puesto que la democracia, inter alia, nos ha degenerado como pueblo, resultaba muy goloso y apto para que la señora del de Correos no quedase encinta. Nosotros estábamos empezando a mostrar, conjurado el espectro del subdesarrollo del cual tanto se hablara, democrápicos y avanzados de ideas. Era una antigualla eso de tener hijos. Estábamos eufóricos por lo que iba a venir y en pinganitos como aquel que dice. Ahora, en 2004 con nuestro crecimiento cero y la llegada masiva de inmigrantes a nuestras puertas, bien lo estamos pagando.



 Si esa buena mujer se lo puso entre las piernas, que le aproveche, voto a bríos. Y el hermano portero de Comillas que se dio un hartazgo con mi modesto matute que ojalá reviente, aquel jesuita hipocrática y en cuanto a las españolas, por lo que nos tiene en cuenta, ojalá vuelvan a parir como conejas. En aquella hura espiritual, nido de calandria o mastaba de la información, aquel sotabanco envuelto en el halo y misterio de ese Londres eduardino pasé los cuatro mejores años de mi vida. Por entonces yo sí que estaba en pinganitos. Mis clavijas de conexión con el gran mundo, a un lado el receptor de radio, al otro, todos los periódicos de Fleet street y al otro mi receptor de radio marca Mundi con sus cinco bandas para captar las estaciones de radio mundiales más importantes, eran bastante sólidas o al menos así lo creía yo por entonces.

Pasé una existencia agazapada y feliz, pegado al teléfono, pisando bien mis pedales, siempre a la mira de los acontecimientos, viendo al orbe girar a mi alrededor, flotando en medio de una ola de rumores y de malos presagios, puesto que se decía que el cambio iba a traer a España los sinsabores de una nueva revolución.



Pero mientras el mundo se volvía a poner en llamas y en España se proclamaba una guerra, yo estaba sentado en la consola de mi primer ordenador antediluviano o guardando un diario en aquella mesita tan coqueta que compré en una almoneda de Hammersmith y que ahora ha heredado mi hijo fui pergeñando día a día mis humildes crónicas contándoles a los lectores de la cadena del Movimiento - más de cincuenta publicaciones y el mayor sindicato periodístico del mundo- lo que pasaba en las Islas y en el mundo o por lo menos cuanto yo creía que pasaba. Eran los pormenores de los últimos coletazos de la era Wilson con sus ministros más señeros (Callaghan, George Brown, Denis Healey) y con sus crisis sindicales manifiestas en las guerras mineras que abrirían paso al tiempo Heath.

Otro de los tópicos habituales era el contencioso sobre Gibraltar, que a mí expresamente don Manuel Fraga me impidió que lo tocase:

-Sobre el asunto de Gibraltar usted no tiene que escribir ni media palabra, Parra.

Y se me puso como un energúmeno y una mañana me llamó a capítulo a la embajada en la corte de san Jaime para echarme una filípica de aquí te espero. Fraga había entrado en Londres con el mismo brío que un elefante en una cacharrería. Dejamelo a mí. La calle era suya y Gibraltar le pertenecía. Pues vale. Él ya se creía que iba a suceder a Franco en la jefatura del Estado. Mas, sin que él se diese cuenta, alguien le estaba segando la hierba bajo los pies. Yo por mi parte traté de contar lo que veía y obvié el meterme adonde no me llamaban. Se creía el delfín del régimen pero su delfinado acabaría en agua de borrajas. Suárez, más listo y conocedor de la intriga y de las maniobra de desembarco, le pisaría la plaza y don Manuel para lo que estaba predestinado no era para jefe de gobierno sino para cacique de la Coruña. Areilza, de su lado, al que la canallesca empezó a llamar marqués de Mutricu, le haría una pasada por la izquierda.



Al propio tiempo, conviene advertir que el incidente que protagonizó con este humilde cronista le beneficiaría bastante poco en sus aspiraciones de jefaturas. Sus enemigos políticos sacarían tajada de aquel pronto que a don Manuel, buena persona, pero muy vehemente y sanguíneo, le haría perder la cabeza. Yo había sido un firme defensor de la política de Castiella de mantener cerrada la verja que luego abriría el tonto de Fernando Morán y haría fracasar aquel concierto de aislamiento que había mantenido alejado a las mafias y al dinero negro de la Roca de Calpe. Pero aquí no hay enmienda.

Salvo gloriosas excepciones, los políticos españoles no saben hacer la o con un canuto y cuando se trata de abordar una política con Gran Bretaña caen en el ditirambo servilista. La frontera cerrada les haría ver las estrellas a los judíos sefardíes que por traición o despecho hacia España dominan aquella colonia (los Caruana y Joshua Hassan). Castiella había impedido que el puerto franco fuese un jardín de estraperlista y un paraíso fiscal para lavar dinero negro en detrimento de España. Y eso se ha visto recientemente a través de las curiosas soflamas de Peter Caruana, judío de raza y de nación, contra el gobierno español secundando el plan Ibarreche y los movimientos independentistas catalanes. Ahí está la madre del cordero. Eso lo pude sondear con mi presencia de corresponsal los cuatro años que viví en Londres y los otros tres que ejercí la docencia. Inglaterra se ha convertido en base de operaciones de los enemigos de España y de ahí arrancan nuestros males, desde las crisis coloniales, el respaldo a Simón Bolívar y hasta la crisis del “Prestige” que fue a expensas de un judío ruso que iba y venía a Gibraltar con petroleo mal refinado. En cierta manera yo vi cabalgar por los cielos plomizos de South Kensington al caballo de Serapis.









Es un imán con mucha fuerza que pega brincos con todas las fuerzas oscuras. Tú, querido Mariano, al que yo elegí como confesor y padre, entendiste mi indignación y mis desplantes. Los cabreos que agarraba cuando no me daban las crónicas eran de espanto. Fraga estuvo a punto de echarme de la embajada pero se lo debió de impedir uno de aquellos falangistas pundonorosos que todavía andaban por la redacción de castellana 132, una trinchera que había sido infiltrada por el enemigo, y me echó un cuarto a espadas. La verdad es que debo decir que en situaciones límite he observado cómo en mi vida hay una mano providencial que me saca del atolladero. De lo contrario estaría ya dando hierbas. El destino que no me permite vencer y  me envía sufrimientos a raudales impide el desastre en el último minuto, de suerte que voy tirando poco a poco. No soy un adivino pero soy un periodista bastante sagaz y trabajado. Esa facultad a la que me refiero es como si alguien me pusiera debajo de la lengua esa piedra que dicen alectoria y me pusiera a cantar y a entonar de repente las verdades del barquero. Señor Fraga, usted no será nunca presidente de gobierno. Se lo dije bien clarito. Traía en su cuadrilla a Carlos Mendo y a un gallego muy alto con la cabeza monda y lironda que hablaba muy poco. Fungía como delegado de la agencia Efe en Londres. Vino a trabajar escoltado por su propio equipo. Mi voz profética debió de sonar por entonces como una lira un tanto siniestra. Las ninfas de mi patria hespéride cantaban junto al peñasco de Gonio que daba en invierno agua y en verano fuego como un volcán. España verdaderamente por tales calendas se había transformado en un volcán. A todos nos llegaba la lava hasta las mismas orejas. Y yo no es por nada pero alguien me había concedido la facultad de adivinar. No murmures mis quejas. Sirve al general. A ése le serviré siempre porque destruyó las conjuras internacionalistas que pesaban sobre mi país y derrotó a los sin dios. Fue un milagro que la historia de España no se repite con frecuencia sino en contadas instancias pero a él le cupe la suerte. Yo me sentía y me he sentido un corresponsal de franco en Londres y nada más. Él era el gigante. Él era mi general y Fraga rodeado de su escolta de aduladores no me parecía sino una pardillo. Pero no conviene tampoco despotricar ni adelantar demasiado los acontecimientos. Estábamos todos encendidos. Julio Merino en Madrid a todos les quería pisar la noticia. Se había desatado otra guerra periodística. El fenómeno no podía ser perdido de vista y había que volverlo a tener en cuenta. Mi alma era vino que hierve pero tu corazón, amor, era de piedra pómez y nos entendimos. Es por otra parte cuestión harto difícil el entenderme. Volaron los buitres y el pollo se dirigía a los cantaderos como si tal cosa. Los pájaros del amanecer entonaban su himno a las mañanas conjugando su canto con el estruendo de los fusiles y el crujir de los cañones. Yo estaba apostado en mi casamata de Londres observando por la mirilla, el dedo en el gatillo, el gesto tenso, apercibido para hacer fuego contra todo lo que se cruzase por la superficie de los Jardines de Roland. Tenía bien enfiladas las baterías del poder y las batía en cuanto podía. La respuesta era un soberbio duelo artillero. Estoy utilizando un símil pero aquello era el género de periodismo que se hacía por aquellos tacos del calendario. Nunca lo tuvimos mejor ni más a huevo. Nunca fuimos más libres hasta que la nación cayera en manos de las mafias judías, las mafias norteamericanas, las hordas del este, y Madrid fuese un nido de pedrosotas y una madriguera de ancones. Yo asistí al parto de los monte. Fui testigo de la venta de la prensa del movimiento por Vicentón Cebrián a los magnates del Financial Times que era el testaferro de grupos judaicos de mejor o peor índole. Es por lo que digo que desde mi trinchera en mis asomadas en las mañanas grises después de una noche a la mira veía volar manadas de buitres por todo el territorio. ¡Ay de mí! Traté de contarlo de forma desapasionada y con voz lúgubre pero no me hacían caso. La democracia que no nos propondrían los nuevos zelotes no era un dechado de perfecciones ni maravilla de virtud. Todo quedó consignado en mis cuadernos de apuntes y en mis lapidarios. Tú seguías en Hornchurch de pechos sobre tu balcón entre los tiestos que yo ya no regaba. Eras la más bella entre las mujeres. La única que para mí existió. Mandé a los arúspices que abrieran para mí el vientre de un gallo. No encontraron nada. Los hados me habían vuelto la espalda. Estaba escrito mi destierro en los higadillos de un capón viejo y la suerte en ese sentido sería adversa. Se le habían vuelto vinagre las collejas. Todo hasta entonces había sido transparente como el cristal y de repente se volvió oscuro. Se cernían las sombras y un conjunto de fatalidades hicieron que yo prevaricase. Me hicieron prevaricar de ti, dulce Malitva, y rodar hacia un mundo de supersticiones y de desencantos. El vino y la cerveza me desterraron a los pocilgas de Anteo. Tú eras muchas noches el zafiro que brillaba colgado en la punta de una estrella. Desde allí tus ojos me relampagueaban. Me hacían señas emitiendo una serie de mensajes codificados que el mundo, para su desencanto, jamás entenderás.

Me hice amigo de la melancolía pues el lugar era bastante melancólico. Roland Gardens me hizo creer en la verdad de la reencarnación. Me dio la sensación, nada más pisar las losas cuadradas de las aceras y de las verjas que dividían las casas de los jardincillos comunales, que yo ya había estado allá antes. Las tardes de sombra la acidia me transportaba entre sus brazos y yo rondaba por las tabernas del Embaucamiento y por la dársena donde se eleva el monumento a Tomás Moro. Por allí había una capilla donde decía misa aquel capellán carlista - Zulueta se llamaba- que se había afiliado al PNV - que no sé si era trabucaire. Todos sus sobrinos eran diplomáticos.



Algunos sábados por la tarde iba yo a los bailongos populares o dancing balls, muy típicos en los años sesenta. Recuerdo cómo se llamaban algunos: el “Empire”, la “Valbone” de Leicester Square. En el Empire conocería yo a Linda y el nombre de Locarno registra para mí connotaciones sagradas `pues me acercó al nombre, a la voz, a la risa, a los ojos y al cuerpo hermoso de carnes blancas y senos ondulantes de Malitva. Dando vueltas y más vueltas conocería a qué sabían sus besos al ritmo de la canción de Moduño Gira il mondo, gira. El horizonte por aquellas fechas carecía de límites. La vida era una pista de baile y digo esto parodiando el título de una novela, la querida Eugenia serrano.

Las noches de melancolía remataban en madrugadas de fuego. Hull estaba en el norte con la torre de su ayuntamiento que recordaba a la del Capitolio. Aquellas hégiras sentimentales terminarían en un turismo sexual a través de los barrios londinenses del centro y del extrarradio, los más pobres y los más elegantes.



Que me quiten lo bailado. Eso digo yo. Hice el amor en tresillos de skay, en altos lechos incómodos pero dovelados y con un blasón  señorial sobre el testero de caoba.  Conocí todos los placeres. Me levanté, caí, volvía a caer; el pelo y la pluma, el peso de la púrpura, la liviandad del ser, los recuerdos de la infancia, aquellas tardes de siestas bajo el contrapunto del canto de las cigarras, tú hiciste guarrerías en un cobertizo donde te tiraste a las monjas del cuento de Decamerón. El trigo y la paja. Escuchaste musitar la palabra “love” en labios aristócratas. Te lo dijeron también humildes voces populares por boca de secretarias retozonas - girls, girls, girls- que vivían al otro lado del Támesis. Modistillas hijas de estibadores. Esposas retozonas de clérigos inadvertidos, buenos reverendos de la iglesia anglicana, que se habían desplazado a la parroquia vecina a predicar un sermón de cuaresma y su esposa les traicionaba amor en el patio de atrás.

-Only a kiss.

-Un besito nada más. I promise.

Las promesas y las buenas resoluciones se las llevaba el viento que quemaba las carnes con un fuego de aliento divino en medio de la helada. Estabas atrapado en un laberinto. Sabías que el amor conduce a las antesalas de la muerte.  Uno y otro viven puerta de por medio en habitaciones separadas aunque para pasar de uno a otro no hay que pedir permiso.

Londres, que por aquellos días era un ciudad permisiva y con las mangas holgadas, me estrechó entre sus brazos. Llevé a la vez vida austera y regalada. El mundo estaba enteramente loco y todo carecía de lógica: la política, la religión, los conocimientos adquiridos. Sufrí una involución mental. Puse todas mis convicciones boca abajo. Señor, pequé. Aquella cama turca en una buhardilla de Highgate.  La hija del rabino que me miraba con una pupilas terebrantes como si me conociese de toda la vida y fuese la mirada de dios. De ella no podrás escapar, ni saber cómo esconderte.  Té y simpatía.

-Tea?

-Yes, please.

-Would you like it with milk or without.

-Straight.



Lo de la leche en el té era cuestión de predicamento y motivo de rigurosa etiqueta, pregunta que no falla, en todas las casas, donde la hora del té siempre es un rito, y ocasión de convivialidad. En Gran Bretaña los inviernos son duros y siempre se nota frío. Hay que calentar el estómago a base de cordial que instan a la simpatía y algo tan valedero y vivencial como el coziness equivalente a la “gemutlichkeit” germana. Ante una taza o la tradicional “cuppa” se dispara la tarde con más melancolía y uno entra, escotero y completamente sobrio ante el altar de los dioses britanos viendo como se quedan solos aguardando la cencellada de octubre los robles de quimas poderosas y esquemáticas. Advienen las sombras. Pronto se producirá el éxtasis de la noche. La pala del hurgón revolverá las brasas del hogar y nos gustará meditar arrellanados en el sofá mientras acuden a la memoria, auditivos, los versos de una comedia de Shakespeare. ¡Oh acento inefable de la imperecedera Inglaterra!

Me gustaba el té fuerte de Ceilán, bien cargadito y sin cortar. A veces me tomaba tantas tazas que acababa de los nervios y dominado por la palpitación. Mi vida se arrastraba en la disipación de los tugurios, las timbas de Picadillo, y acotados establecimientos que recordaban por su decoración al mundo de las mil y una noche. Mi vida era un disparate.

-Si sigues así, te echarán del trabajo.



Es la espada de Damocles que pende sobre nosotros: el espectro de la larga cola del paro. Ya en mi macuto diccionario acoté las palabras pertinentes: thrown out, dole, larga marcha desde Jarrow y para mayor preocupación no dejan de llegar inmigrantes a las Islas. Ya no cabemos.

En mi subconsciente apelaba a mi buena estrella, la que iba conmigo siempre y me ponía a recaudo de las balas y los dardos enemigos. Parecía inmune a los venablos que me disparaban desde el otro cotarro. Todas las potencias infernales parecían conchabadas y se pusieron a hacer de repente fuego contra mí. Yo resistía en mi trinchera de Roland Gardens.

-My God. It is the morning - decía al despertar entre los brazos de una desconocida.

-Tea for two.

-We dont have so much tea in Spain. We have coffee.

En casa éramos muy cafeteros y sólo se tomaban infusiones de té cuando nos dolía la barriga por constipación. En Londres me hice adicto a esa bebida y a toda clase de placeres.

El canto de la alondra y los ruiseñores ponían fin a aquellas juergas que tenían de todo pues podía conocer el jardín de Alá lo mismo que el infierno de Dante sin solución de continuidad en una misma noche. Yo estaba viviendo mi propia película.

¿En cuántos lugares no habré pecado? A la trasera de los minis bajo la oscuridad nocherniega de los robles ocultos en un desvío mientras la radio del coche hacía sonar las notas de mi canción preferida de los Beatles Penny Lane.



También en la penumbra de los patinillos de atrás (backyards) y en los callejones sin salida que eran las cuadras de los antiguos palacios londinenses. Estuve en lo más ínfimo de los sótanos y en lo más empinado de las buhardillas. Pude cotejarme con donjuán en sus impertinencias blasfemas y le acompañé en sus calaveradas. “Yo a los palacios subí, yo a las chozas bajé, y en todas partes dejé memoria infame de mí”.

-Echaste la firma.

-Estaba huyendo de mí mismo y me refugiaba en los brazos de mujeres desconocidas.







Siempre es lo mismo. Todas iguales y al final te encontrabas ante la sonrisa macabra de la muerte.  Vi el rostro de las parcas en la memoria de aquellas mujeres. Las mieles de Eros me hacían probar las hieles de Tanatos. Mi lema era “no mentarás el nombre de la revolución en vano” y yo encontré siempre cabida en algún tabuco. De madrugada con el carro de los lecheros y las primeras oficinistas que acudían al trabajo hacía mi retirada al tabuco De South Ken asaltado por los recuerdos suicidas de Virginia Woolf. Cogía el tubo y en el Intercambiador de Earls Court cogía la Línea Circular. South Kensington era por aquellos días un barrio posh que había caído en manos de los árabes a medida que las viejecitas entrañables de sombreros floreados y gargantillas adornadas con camafeos entregaban la cuchara al altísimo había un no sé qué de abandono y de tristeza por los barrios que pronto era quebrantado por las voces sacrílegas de la nueva Babel. oleadas de emigrantes hicieron irrupción en las Islas para confirmar nuestras suposiciones y el corolario que remataba todas las crónicas de que el barco se hundía. Inglaterra iba cuesta abajo. Medio Londres pertenecías a los magnates del petróleo. Su nombre era Abdullah y sus fiestas en una hotel del Arco de Mármol. Cummings en el Daily Express pintaba a todas las call girls de Gran Bretaña disfrazadas de moritas con velo y todo. A los moros por lo visto les gustaba la carne blanca. Saudíes e iraquíes habían comprado medio país. Y todas esas movidas adelantaban ya la sombra siniestra de Bin Laden hablando desde las montañas de Afganistán soflamas contra el cristianismo con palabras dulces y gesto suave. ¿Quién sería pues aquel iluminado? Los judíos siempre tienen que tener un entrucho para su propia guerra de reconquista y la construcción del Arete Israel. Aun no os habéis enterado, cabritos. Europa, despierta. Estáis a blancas. Por toda la faz del viejo continente se iban a construir la tira de templos a Moloch. Aquel nuevo Abderramán sería el látigo mahometano arremetiendo con furia y para nuestra deshonra-que con tanta euforia se lo permitimos- España pasaría llamarse al Andaluz. tierra de vándalos, lugar de godos, incluso los alauitas en el cretinismo de su lenguaje nos dan la razón a los historiadores. Habéis pecado mucho. Prevaricasteis. Volvíais la espalda al verdadero Dios y ahora os mando el castigo. En Cromwell Rd. Una mañana de marzo creí ser víctima de una alucinación o espejismo del desierto al topar con una fila de tapadas que iban detrás, harén ambulante, de un mogataz que caminaba rozagante, turbante con cintas de oro, manto recamado de oro, perilla teñida de negro, saliendo de un Rolls. Detrás caminaban sus mujeres, lo menos siete u ocho, las mujeres. Todas, tapadas. Salieron unos lacayos del hotel y desenrollaron alfombra roja. Los dedos del potentado empuñaban un rosario árabe con cuentas de perlas. Unos mamelucos descendiendo por la escalera del porche salieron a recibirle y con grandes inclinaciones y zalemas le besaron las manos. Lord Carrington era por entonces amigo de todos los moros de la Arabía y era el principal fautor que tuvo Sadam Hussein por entonces niño mimado del Foreign Office. El chorro de dinero de los petrodólares servía para apuntalar la desmarrida industria británica. Aquello parecía la caravana de los Reyes Magos. Tal era la pompa que a mí me venía al recuerdo la procesión que yo tantas veces había presenciado en mi infancia: el obispo llegando a la catedral con todo su séquito, un fámulo llevando por los pliegues parte de su capa magna. Muchos eran los arreos del palafrén ceremonial. Sólo que el caíd aquel no iba a celebrar pontifical sino a descansar a una habitación del hotel. en los baños había grifos de oro. Sus propinas a los pinches y botones de los hoteles londinense llegaron a ser proverbiales. Por menos de nada se descolgaban con un billete de cien libras. El oro y el moro se habían instalado en Londres. Nos las prometíamos tan felices todos nosotros. Una mano negra, insobornable, abriría la trampilla de años de libertad y de bienandanza. El vilipendio del que colgarían nuestras vidas quedaría para más adelante.  Ya vendría Paco con la rebaja. Láquesis, la parca que hila la pleita en el que quedan entretejidos los días y los acontecimientos donde se distribuyen los destinos [a cada cual su parte alícuota de placer y de llanto] mostraba sus albricias. El fondo de mi alguarín era una especie de tibio seno de Abrahán donde yo me celaba de los resquemores del contubernio supremo. Vivir ya es difícil y la vida entre españoles a veces imposible. Me asomaba por el montante y podía distinguir los pasos. Algunos traían sonatina. Otros eran batallas de amor, campos de pluma. Planta de lana en otros camino de los pubs de la carretera Fulham. Todo el camino expedito para los húsares de la guardia real que tenía cerca de aquel lugar sus caballerizas. En el fondo mi vida se comparaba con la de aquellos transeúntes a los que jamás llegaría a conocer. Cada uno seguía una ruta diferente. Pero ¿quién marcaba los rumbos? Cada tramo y cada parcela recorrida forman parte del misterio humano, fruto del azar y del predominio de Láquesis que es la diosa que manda. Llegaron a visitarme muchas amadas a mi escondrijo pero a la que yo quería y a la que buscaba no entraría por la puerta grande jamás. Las que entraron a mi vida eran todas por puertas excusadas. El servicio se estaba poniendo por las nubes. Láquesis tendría que convertirse en Némesis. Esa es la fija. La reconciliación que yo esperaba quedaría postergada ad calendas graecas. Recuerdo que sus palabras la vez que nos vimos por última vez sonaban a despedida para siempre:

-Toni, I´ll see you in heaven













No dijo más. La vi perderse por los pasillos de Old Bailey escoltada por su abogado, el cual conociendo que no hay maquinaria en el mundo que sea capaz de oponerse a los sentimientos prohibió a Malitva que conversara conmigo. Muchos días permanecí encerrado en mi guarida y era hermoso ver penetrar el rayo de luz único por la ventana a las doce de la cenital en los cuatro equinoccios. Candela que se extingue. Vela que se va. Aquellos rayos equinocciales bañaban mi frente durante unos minutos. Allí estaba mi quibla sacrosanta. El punto de orientación hacia la Meca de mi espíritu. El Alá exterior no era más que una entelequia que nos lleva a las guerras y a las discusiones de religión y dejan los altares de mis iglesias vacías, las dulces e inconfundibles iglesias españolas con sus altares barrocos de pan de oro, santos de barbas increíbles, inmaculadas etereas, angelotes tocando el adufe, bañados en sangre. Tú tienes una idea y te la quitan. Aquí ha surgido el espíritu de la emulación. El personal se pasa horas y horas ante el televisor en sus vidas más sombrías de corrala mediateca. Pero entonces comprobé que en Londres estaba mi Jerusalén celestial. La pila bautismal donde yo nacería de nuevo. El ángel san Gabriel llegaba a visitarme en las oblicuas transparencias del solsticial de verano. Empecé a ver el mundo de otra manera a través de la claraboya de mi bedsit. Me había acomodado a la vida londinense y las brumas londinenses se ajustaban a mi alma como un guante. la megapolis me pertenecía. Se produjo en mí un verdadero proceso de transubstanciación. Había llegado a una Inglaterra de dos millones y medio de parados y al Londres de la reconversión urbanística. Los ingleses serán todo lo chapuzas que uno quiera pero jamás derribarán el muro de una vivienda que tenga más de doscientos cincuenta años. Chilla, Antonio. Clama por tu futuro. Que te oiga Malitva, que venga alguna vez a visitarte la hija que te arrebató el destino. Llegué a la hora exacta en que las “houses” y las mansiones victorianas se convirtieron en flats y en las afueras de la capital empezaron a surgir entre la indignación de los puristas que alegaban que con ello perdían britanicidad y exclusivismos, puesto que el habitante de las islas quiere vivir a ras de suelo y no acepta el vivir gregario y amontonado en colmenas y en bloques de pisos. Eran tiempos felices en los que no había estallado la tercera guerra mundial ni la batalla contra el terrorismo. Roland Gardens era una de esos habitáculos posh que estuvieron de moda en la época eduardina que vivían una vida aristócrata y compartimentada en clases. En los de arriba y los de abajo. Se aprovecharon sus dependencias para hacer con tabiques de panderete nuevos pisitos de soltero con derecho a cocina, un retrete por cada tres moradores. La escasez de viviendas nos hizo vivir amontonados pero en esa “coziness” del tea for two. Yo tuve suerte un flat con estufa de gas, un cuarto de estar, un dormitorio y una gran bañera para mí solo, aparte del cellar. Mis holguras me agasajaban con el derecho a fantasma en lugar del derecho a cocina. Podía invitar a muchas acompañantes a pasar conmigo el fin de semana. Allí instalé a mis reinas del Saturday night, las dulces novias inglesas, católicas, judías, protestantes, adventistas del séptimo día, australianas, neozelandesas y de la Verde Erín. El cuarto de baño era una plaza de toros. De vez en cuando el fantasma del Conde Kelly se daba un garbeo por allí. En esta vida no estamos tan solos como parece. Por este sótano que todos envidiaban sólo pagaba ciento quince esterlinas al trimestre pagaderas en quarters- Michaelmas, Christmas, Candlemas y Whitsun- ya que mi patrona, la Avisón, era muy tradicionalista y contaba según la forma de los dómines oxonienses. Inglaterra no se había sometido a la férula del sistema métrico decimal. Por lo que las gentes seguían contando en pies, midiendo en yardas y en chelines y pesando en onzas. ¡Qué delicia! Por entonces Dios no era judío. Seguía siendo inglés y el mundo mundial no había cambiado de chaqueta. En aquel tiempo fui feliz e independiente y más alegre que una alondra como no lo sería nunca a lo largo de mis días. Proseguía una vida de iniciado tratando de desentrañar el lenguaje del laberinto, precipitándome de cabeza en un tiempo en el que hacer el amor había dejado de ser pecado mortal, según proclamaban las sufragistas del Suso maravilloso. Había hecho acto de presencia otro tipo de lenguaje al que algunos encontraron registros diabólicos. El sistema de valores en el que fui educado se venía abajo. Por lo visto el infierno había cerrado sus puertas por falta de clientela. El orcum para purgar los pecados - fue una de las consecuencias de la gran reconversión mental y reciclaje mediateca- se transformaría en jardín de las delicias. Mis creencias venidas abajo, buscaba asideros y resquicios por donde escapar. Ya quedaban pocos tablones para apuntalar el resquebrajado edificio. Descubrí que era un mito lo de las calderas de Pedro Botero y como dios no existía todo estaba permitido. La época moderna había despachado por redundantes a los diablos que nos aguardaban detrás de la puerta con un tizón encendido para castigar al pecador por do más pecado había. A tal respecto confesaré que ver el cine de Passolini, alguna de cuyas cintas pasaban en las salas de arte y ensayo, fueron una especie de revelación. La vida me empezó a parecer un Cuento de Cantorbery o una fábula del Bocacho. Estas películas denostaban el poder medieval de la iglesia. Nunca en mi vida he visto tan bien ensayada la tentación de la carne como en la historia del hortelano del convento de clarisas que acabaría convertido en hombre objeto, o la codicia en los ladrones que asaltaron la tumba del obispo. Al abrir la sepultura, surge una mano de la tumba que atrapa la mano del ladrón y los cacos se dan a la fuga. Aquellas cintas fueron el preaviso de lo que había de venir. claro que al pobre Passolini parece que dios lo castigó puesto que moriría de muy infausta manera. Había pintado con alegres pinceladas las secuencias del instinto, así como el predominio del azar en algo tan desordenado y tan poco sujeto a reglas como es la lujuria. Más de una noche abominé de mi promiscuidad indecente y añoré volver a los brazos de Malitva teniendo entre los míos el corsecillo de la pequeña Livia que había crecido y viviría para siempre lejos de mí. Estaba claro que mi comportamiento a este respecto y a otros era aturullado y contradictorio. ¡Malditas piedras! ¡Condenados lapidarios! ¿De qué me serviría a mí tener todo el dinero del Barclays en mi cuenta corriente, si mi hija había sido declarada por un juez de peluca en el Old Bailey Wad of Court y yo no podía acercarme a más de cinco millas del lugar donde vivía mi ex mujer? Eso era el infierno, y no el de Passolini, Malitva: vivir lejos de ti. Mi vida crápula y mis tentaciones de fin de semana tenían un origen de rebeldía. Era una forma de blasfemar con el sexo entre las manos de las injusticias de esta puta vida. Quise cobrarme en cuerpos extraños aquella venganza. Yo estaba condenado a apurar hasta las heces el cáliz de mi dolor. En medio de todo, con mis visitas al oratorio y a los Círculos de Plegaria, plasmaba mis anhelos de una vida morigerada que redundaban en pro de la reforma de mis estragadas costumbres. Había puesto la planta del pie en los caminos de desolación que llevan al infortunio:

-Vamos, circulen, por favor.

Pero mis ideas estaban estancadas. Las ideas ardían sobre el andirón de las trébedes. En el hogar, el fuego que no cesa. Era la otra cara de la moneda. En realidad, circulaba por el camino de la amargura. Suspiraba en el fondo por una reforma de las costumbres. Quería abrazar el género de vida a la que había querido aspirar siempre: al monacato teresiano. Santa Teresa era una santa muy lista que dio sopas con honda a los más tozudos doctores de la ley, Sebastián, que tú bien lo sabías puesto que la Mística Doctora era de tu pueblo. Todo su afán fue liberar a la mujer española de las garras del varón; de la preñez, de los palos, de la pata quebrada y en casa. Las feministas y las que hacen campaña contra la violencia de género en nuestro país debieran tener a la santa en un pedestal.



A mí me parece que su ideal místico no era más que una añagaza. Cristo todo lo más que significa para ella es un subterfugio para despistar a los podencos inquisitoriales. Quitó a la mujer del llar y la puso en el coro pero también decía que entre los pucheros anda el Señor. Un caso flagrante de doble moral o de polisemia ascética. Cada vocablo puede encontrar, según cada hablante, hasta quince o veinte sentidos diferentes. Y fue merced a esta habilidad para escabullirse que los padres del Santo Oficio no pudieron echarla el guante ni cogerla en un renuncio.

Desde entonces el catolicismo hispano devino una cuestión de cristianos nuevos que siempre tenían que estar probándose a sí mismos. Con ventanucos abiertos al cierzo de la hipocresía y patios ocultos. Las moradas son el laberinto de esta escapatoria interior. Hay una moral dúplice y bastante diglosia. En esta llama de dos cabos los términos se confunden. Sus escritos, tan ponderados por los muchos marranos que hay en este país - mientras esto escribo estoy escuchando al Fede- nos conducen a una empanada mental de aquí te espero. Lo de la visita del ángel con su dardo pungente es una descripción harto elocuente de todos esos coitos espirituales que ella tiene con su secuela rocambolesca de arrobos, levitaciones, éxtasis y otros yuyos truculentos.

Quería argollas penitentes para sus monjas y a cambio recababa libertades. El tiempo de la santa lista, lista santa, fue una obsesión en medio de mi alma turbada y oscilante. buscaba yo también mi propia liberación. Quería ser manumitido de mi pasado pero eso tampoco lo conseguí. Mis enemigos hicieron mangas y capirotes con mi fracaso.



El sol de Xto no tenía velo y acaso su carga no fuese tan pesada como la de los otros señores del mundo. Los palomares y los carmelos que ella fundara no eran sino casas de acogida y refugios contra los halagos del mundo, sus pompas y sus vanidades. Funda lupanares de oración, harenes de perfección, adonde tendría acceso sólo el Esposo amén de algún que otro avispado capellán, paloma de la paz en guisa de alcotán, clérigo salaz en guisa de confesor. La historia del catolicismo es a veces una impostura y toda una contradicción.

Las constituciones teresianas - todo un plan de vida- sirven de propósito de levigación de la naturaleza humana: el cielo y el barro descienden al fondo y se alzan inmarcesibles sobre las torres del alma. Las crónicas espirituales, el alcorce que acorta el camino de la perfección no hay dios que la entienda. Nuestra vida como nación no han sido otra cosa que los denuestos del agua y del vino. Siempre hemos acabado a palos o en cacharrazos, los unos contra los otros, lo que no es óbice para afirmar que es el país donde mejor se vive - lo que ha provocado la envidia de moros y judíos que controlan nuestras prensas- de toda la tierra. Ahí tenéis el alud de inmigrantes, aunque a veces nuestra historia, llena de sonido y de furia, parezca narrada por ese loco del que habla Chespi, como si dijéramos que en vez de narrarnos la crónica de una nación sagrada haga la fabricación de un palimpsesto en tiempos de carnestolendas, adobado con muchos archipámpanos y arrequives.

Por lo visto, Américo Castro es tendencioso a la hora de establecer una palinodia como paradigma de la mentalidad del cristiano nuevo que, al igual que la viuda rica, con un ojo llora a Xto y con otro repica a Moisés.



Desde mi cuchitril yo velaba mis armas y me preparaba para el gran advenimiento. En Londres viviríamos nuestro postrer sueño de libertad, antes de que sonasen los añafiles convocatorios de la anúteba, antes de la moneda única, la comunicación interactiva, el móvil y la página web y todos esos adminículos que trajo consigo la civilización de consumo con sus chateos y tertulias en la red, la radiofonía como instrumento de tortura mental con unos opinantes, coribantes de la diosa Cibeles de la información, sátrapas, flamines, muecines, mistagogos del Nuevo Orden. ¿Pierde España? No pasa nada mientras no pierda el Corte Inglés. Todos los demás somos curritos, pueblo sufridor y votantes. El sistema se reduce a urnas y papeletas. Falos y cufros y un polvo cada cuatro años que acabarían, como estas de ahora, en ríos de sangre. La urna tiene forma de ataúd siniestro. Entre sus paredes de cristal yace un cadáver. Pero es el receptáculo y el envase del nuevo poder mundial. Eros y Tanatos simbolizados por el acto participativo, lo más parecido al jaque sexual. Tanto ajetreo para nada. Os engañan incautos. En ese morreo inmundo de campañas, mítines, pasquines, papeletas, los que salen siempre ganando son los del Tercer Nivel. El poder oculto en la sombra que dirige los destinos de la humanidad desde los altos despachos del Rockfeller Center y los subterráneos donde están las cajas fuertes de la calle Wall. Lo demás no es más que un blabla infernales. Maniobras de distracción y tiros por elevación.



La semana laboral de tres días era un hecho por aquellas calendas a las que me refiero, cuando llegué a Roland Gardens aquel primero de enero de 1973. La industria del acero andaba muy en precario y en Inglaterra faltaban materias primas. Faltaba poder energético. Sobraban conflictos laborales. Había huelgas por todas partes. Se alzaron voces que decían que se iba a declarar el estado de sitio y que una época de desestabilización se acercaba a las Islas. Venían los rusos pero eso era una de tantos bulos e infames que envenenan la vida en democracia. Los rusos estaban bastante quietos en su embajada con sus niños rubios leyendo a Chejov y escuchando a los coros del Ejército Rojo.

Me acuerdo que hubo una trifulca con motivo de una escuchas de espionaje siendo ministro de Exteriores Sir Alec Douglas Hume y Gran Bretaña estuvo a punto de romper relaciones diplomáticas con la Urss. Los conservadores creían que el Kremlin apoyaba a los huelguistas mineros del Yorkshire. Se vivían los recuerdos amargo, mientras tanto, de la Marcha sobre Yarrow, en medio de especulaciones sobre el gran desasosiego ciudadano.

Se había declarado la guerra psicológica con su secuela de danzas y contradanzas a cargo de los mandarines de la información.

-Estamos perdiendo ríos de dinero. La semana de tres días nos ha supuesto una evaluación de pérdidas de mil millones de esterlinas.



Soplaban aires de cambio sobre Inglaterra. Mi sotabanco de Roland Gardens era un piso blindado contra esas brisas dañinas. Yo allí me encerraba con mi transmisor como si estuviera dentro de un carro de combate.  Mucha gente creía que yo era un espía español que trabajaba para Felipe II. El recuerdo de la Armada Invencible seguía causando estragos de furor en el pensamiento de no pocos ingleses. Tuve que decir a una amiga mía que estuvo buscando las armas por toda la casa que el bueno del Rey de España había muerto hacía mucho tiempo y ahora sólo quedaban Borbones en la masera y esa clase de gente forma parte de una dinastía muy poco española.  Son reyes poco fiables

Israel encargaba a la Leyland tanques “Chifetain” un poco más ligeros y maniobrables que los T62 soviéticos. Persia era un buen cliente y veíamos al sha de Persia por el Claridge de vez en cuando. Era un rey con los ojos muy tristes y que debía de estar bastante enfermo por entonces. Tampoco había que perder de vista a los saudíes.

En medio de la crisis económica a Inglaterra le vino a sacar de atascos el petroleo del Mar del Norte.  A cien millas escasas de las islas Shetland se escondería un importante yacimiento. Producían un combustible de gran octanaje.

Y en la prisión de Brixton cuatro prisioneros irlandeses se declararon en huelga de hambre. Desde luego, aquel pasearse por los Jardines de Evelyn fue una suerte de regalo que yo no me merecía. He estado siempre lleno de inseguridades y mi vida estuvo cercada y atropellada por los liantes. ¡Tanto afán para acabar en un archivo peleándose con los archiveros malditos por un plato de lentejas! Tenías que huir. no quedaba otro remedio.



Fue su hermano Germán el que vino a darle el parte.  Se había muerto Gumersindo Adaja. Una parte de él se había ido culminando un tiempo de afán y de luchas sin cuartel.  El gallinero mediático no dijo ni media palabra y hete aquí que él lo había animado durante largo tiempo abriendo los ojos a los españoles y los oídos al extranjero, en eso que se vino a decir las corrientes de Europa.

-Aquí París. Manuel Agustín... El general De Gaulle esta tarde en el Palacio del Elíseo recibió a una comisión de Damas de la Legión francesa.

Así empezaban todas sus crónicas que remataba con alguna floritura, un rasgo feliz. Eran los tiempos gloriosos del corresponsal sentado, del observador. La época fausta de Walter Lipman y de Alistair Cook. Adaja era la mirada y la pluma de España en la Corte de San Jaime.



Su hermano era una especie de ave de mal agüero. Con su mera presencia le había traído mala suerte. Tenía algo de gafe y él lo sabía. Carilleno y con ricillos, algo candungo y paticorto pero con el tronco muy robusto y unas buenas posaderas, hablando de nasal, había algo de dionisiaco en su aspecto y su figura husiforme. Lo habían heredado de su padre, ancho de cuadriles y estrecho de pecho. Nunca acertaría a comprender por qué aquel cainismo y ese llevarse tan mal. El odio africano se había transmitido de padres a hijos y era la madre la portadora de aquel morbo de tristezas, envidias, apriorismos, recelos, que hicieron de su infancia cárcel cruel.  Madre nunca te perdonaré lo que me has hecho. Jamás acertaron a llevarse bien y este sentimiento de  cainismo mutuo parecía indeleble a pesar de haber dormido juntos cuando niños por falta de espacio en las viviendas y en las casas por las que fueron derrotando y de haber compartido juegos y experiencias, duelos, banquetes, mañanas de fiesta y aura.

-Pero mira otros están peor. Ahí está el Irineo. Toda su vida suspirando por jubilarse, le dan la absoluta, se hace una análisis y va a coger los resultados creyendo que no era nada sólo cansancio y el diagnóstico leucemia. Para que os vayáis enterando. Estamos aquí de paso.

Al Agustín su primo le salió un grano en la planta del pie que parecía una teta y también era un cáncer. Hubieron de extirpárselo. Total que no somos nadie. No nos han salido en los pies pezuñas de Sátiros.

Estaba preparado a salir de casa camino de la oficina cuando sonó el teléfono y escuchó la voz clara algo nasal, muy parecida a la suya aunque menos ronca, pues él había fumado mucho más, de su hermano. ¿Sabes quien ha fallecido? Sebastián Adaja. ¿Pues cómo? La cosa fue de repente. me recuerda Londres, claro está, aquella ciudad del postsocialismo fabiano. No somos nadie. ¿Cuándo le entierran? Mañana en su pueblo. En Ávila.

Hacía mucho frío. A la puerta del chalé un vecino vertía una regadera de agua hiriendo sobre el parabrisas de un coche. Popea, que así se llamaba su mujer, mientras preparaba el desayuno a base de bol de cereales, tostadas y café con leche, escuchaba al “Cantamañanas” en una emisora local. Los hombres del tiempo hablaban de celliscas.



-Malos barruntos. Hay temporal en el Atlántico. Rolaban los vientos de Azores, preñados de lluvia, sangre y nieve negra.

-Andá, ¿quién lo dijo?

-La emigración aumentará.

Los jóvenes querían trabajo. El mocerío, de suyo `pastueño, de un gran sentido competitivo, llevaba aprendida la asignatura con alfileres de los apuntes pero la Reme quería mandar a sus hijas al colegio alemán.

-¿Y luego?

-Que saquen las oposiciones. Habrá hacerlos funcionarios de la cosa.

-¿Y de qué estado? velay, Reme, mira el panorama. Os vais a quedar con la palmotaria en el culo alumbrando. Un concepto sin cosa. España redundante, muchas clases pasivas y duro llegar espaldas mojadas y gachipuchus, rusos, árabes, chinos.

-No cogemos ya.

-Habrá que apretujarse.

-Viajeros al tren.

No quiero andar mucho en el metro que hay malas miradas y los diablos se sientan en los topes del avantrén con un rifle soberbio y por menos de nada disparan. Esto se está poniendo peligroso. Junio es un mes cargado de agresividad.

Una ducha de agua fría y alguna catilinaria. Con mucho quosque tandem y énfasis abusivo, del locutor parlero y dicaz, parece que te han dado cuerda, hijo, nos machacas las neuronas.

-De eso se trata. Espabila, currante.



Había que darse un madrugón para acudir a fichar al ministerio. El aparato de la maquinaria del estado, la ubre de donde todos maman, los unos y los otros, no se la atreverán a tocar los demócratas, hay que seguir tirando de la teta y de las arcas del papá gobierno, santa nómina, manan fuentes de leche condensada. Los contingentes aumentarán el contingente de empleo público, ya lo verás y ahora parece ser que hay caja, por lo que con la corrupción y tal hará que a algunos se les haga la boca agua. Zaqueo Hijares al que llamaban no sé por qué “Bambi” y mr. Bean, por aquello de su celestial sonrisa, venía a meter mano.

-Haremos una segunda transición.

-¿No vale con la que había?

Empezaron los pedisecuos y lameculos de la Cosa a bailar la chacona y no pararon desde Argüelles a Ferraz donde estaba instalada la sinagoga y los reales del partido bajo la disciplina de Pablo Iglesias, que pudiera ser muy obrero pero al que le gustaban los capotes de marca mayor con hombreras y solapas de vueltas de zorro. El defensor del pueblo se desgañitaba proclamando las lindezas del capitalismo salvaje instaurado por la escuela de Chicago. Ojo a Milton Friedman, un señor que podrá ser calvo pero muy listo. Fámulo era un aprensivo y también un cantamañas. Le había nacido una hija subnormal y algunos miembros de la familia con bastante mala leche dijeron que era castigo divino porque Fámulo había sido muy malo.



Me arrebató a la mujer blanca de alabastro, hermosa igual que un lirio acuático sonriendo entre las sombras de lo que no pudo ser. Mi hermano me daba muy mala suerte.  Era un boceras y algo boliche. Está visto que en esta vida no puedes fiar de nadie y menos de tu hermano que declara abiertamente que sigue tus pasos y una mañana de buenas a primeras te suelta lo de:

-Vengo a joderte.

-No tienes vergüenza.

El autobús llegó a su hora a la parada con el Verrugo de muy mala leche. Se le había agrandando casi monstruosamente el antojo de su nariz. El día tenía su afán y su propio latido histórico. Dios ¿dónde tiraremos la boina? Había tenido depresión. El psiquiatra le recetó unas pastillas que no le sirvieron de nada se puso peor. El vehículo fue bajando la cuesta saltando sobre los montículos zebra reductores de velocidad. A mano izquierda quedaba el bar del Masero regentado por un hijo puta del Atleti y a la derecha la iglesia con su inmensa rectoral donde don Enrique dormiría a pierna suelta la jumera de la noche anterior. Distinguió a varios pedestristas afanándose por la pradera entre el vaho de las respiraciones cortas y la cogulla del chándal que les daba un aspecto de monjes en pleno oficio de maitines tensando músculos. La claridad rodaba por entre los fresnos que adornan los márgenes del Río Aulencia.



En la parare de adelante viajaban cinco o seis viajeros adormilados o puestos los cascos en las orejas para escuchar música de cámara. Lo primero que compran los emigrantes apenas tocan suelo de Madrid es un móvil y una radio con orejeras. Les parece un invento maravilloso. Trebejos del hombre que no tienen en la selva. Fue en cosa de pocos meses pero se sentía el alud. España había sido invadido por hordas extrañas. En aquella ciudad había instalado sus reales el anticristo. Hablaba lenguas, compraba voluntades, alzó su trono sobre las cámaras de TV La parábola del buen pastor se volvió del revés. Las ovejas eran pastoreadas por el lobo. En sus garras, ya todo el aprisco. Luego eran todos una panda de hipócritas. Se rasgaban las vestiduras. Se quejaban de que la Pasión según AEL gibson era una cinta violencia. Sus escenas ribeteadas de crueldad eran inaguantables - tres personas habían fallecido en estado de shock mientras pasaban la película - uf cuánta violencia. Aquellas jeremiadas, tales quejas, resultaban el contrapunto, eco de las palabras de Anás y de Caifás en el pretorio. Las mismas turbas que le aclamaban como Mesías un domingo de ramos un viernes santo lo crucificaron.  Los sacerdotes se rasgaban las vestiduras. Ha blasfemado. Crucifige. Crucifige eum.  Para violencia la del cine norteamericano. Busca la razón de tu huída. ¿Adónde vamos? Sacaban siempre cadáveres en la sobremesa. Eso era todo un signo. No habéis nacido, cabrones, para otra cosa que para asistir a funerales. Hasta que os llegue el vuestro.



Suba el diácono las escaleras de la puerta de los dones. Abra el cancel santo. Cristo, escúchanos. He aquí las consecuencias del doble lenguaje antañón. Las novedades que ellos se sacaban de la manga eran más antiguas que la Tana. Con esa manera de hablar estáis sirviendo a dos señores. Las clases de entonación las dan ustedes. A nosotros nos tocan escuchar y andar quietitos. El sístole y el diástole del yin y del yen nos juega malas pasadas. La gente ya no se quedaba de una pieza ante las atrocidades y estaba ahíta de cadaveres. Vivíamos entonces con el síndrome de morgue. Queríamos el parte de bajas y que a la hora del telediario - la familia que mira para la caja tonta unida estará desunida hasta su perdición- pues era justo y necesario que los reporteros, heraldos de primera línea, vates de la epopeya virtual, nos narrasen el estado de las cosas en las trincheras de Afganistán casas de adobes moros en bicicletas y mujeres tapadas de los pies a las orejas.

El Gran Cofrade era un señor de la barba partida

      



                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

He ahí al toro

Limpiaventanas

Nacida en el centro de Londres, de tal manera que desde su casa se podía oír el repique de las campanas de la catedral de san Pablo. Es un cockney.

De la palabra griega δεμoσ (pueblo) y de la inglesa crap (mierda)

Que en el cielo te veamos, Toni

Magistratura de Londres

Dormitorio

Pisos

palabra intraducible que se corresponde con la calidad de acogedor, confortable, calentito, en esp. Y en al. Por Gemutlichkeit, comodidad, intimidad

Misa de san Miguel, de Navidad, de las Candelas, de las Candelas, que se correspondían en el antiguo inglés con otras tantas fiestas y eran fecha tomadas como hitos en el “paying day” o de ajuste de cuentas

Bajo la protección de la corte