2023-08-17

  CAMÓN AZNAR AUTOR DE UNA GRAN NOVELA

       SOBRE   LA VIDA EN ASTURIAS PASADO EL TERROR DEL AÑO MIL.

 

Por Antonio Parra Galindo.

 

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Cosa cierta es que los seres humanos tenemos una querencia espiritual y afinidades misteriosas que nos conducen por una vereda determinada, por unos derroteros tan diversos e inextricables como pueden ser la trasmigración de las almas, las coincidencias en los paisajes, la comunión estética o la participación en unos mismos afanes políticos. Hay que hablar de la polaridad, de la atracción de los cuerpos pero también se da un irrefutable magnetismo entre las almas. Al entrar aquí habría que explayarse en tratar todos esos vértices esotéricos que no explican del todo pero que en cierta manera coadyuvan a vislumbrar algo del misterio del cristianismo, la más verdadera de todas las creencias y la más perfecta dentro del piélago de dioses falsos a los que la humanidad adoró siempre.

Se nos ofrece pues una metempsicosis intelectiva que nos instala en un grupo o en una capilla específica, pero nuestros maestros, nuestros profesores marcan las almas. Ellos fueron la antorcha que guía y su voz resuena en nosotros de por vida porque los ecos de su voz no conseguirá extinguir la muerte.


Camón Aznar fue profesor mío de Arte, recuerdo con fruición y embeleso aquellas clases en la Facultad de Filosofía complutense de ladrillo rojo y de planta funcional en los inicios de la década prodigiosa de los sesenta. El aula donde impartía cátedra este aragonés con aires de despiste nacional daba vistas a la Sierra de Guadarrama so un jardín de rosales y cedros y la diafanidad toda de Madrid envolviéndonos, cobija de amor y de sabiduría, esa luz cruda y entusiasmada, aires cortantes de cuchillo, ese viento de Madrid que mata un hombre y no apaga un candil que tanto miedo en el cuerpo le metía a Clarín al que hoy recuerdo a los cien años de su muerte, se nos fue un día de Corpus de 1901, y un mal aire que se le coló de rondón por la barriga, un mal aire de Madrid, acaso un berrinche, se lo llevó a tumba en Oviedo una mañana en que cantaba el raitán en su pomarada. También Clarín ha sido en literatura mi parangón. Su prosa calada de belleza encuentra un eco en la de este aragonés trasmontano y cuya trayectoria vital tanto tiene que ver con Asturias.

Siempre que bajo a San Martín poso en la tienda de mi amigo M. Méndez Vigo, el hábil Manolín con sus manos que todo lo componen y cualquier artilugio reparan, perito en amistad y sobre todo gran ingeniero del alma, que está frente por frente de la casona que tenía Camón en ese valle de Luiña cuyos paisajes saltan a sus páginas porque se enredaron en sus sueños porque también a él Asturias se le coló de rondón en el alma con la magia indeleble del “culiebre” y quedó prendido de la canción de los labios de una xana.


Es una casa de planta moderna de tres pisos, galerías acristaladas. Palmera real da escolta a su antojana y de estilo funcional.  Cupiera suponer que uno de los hombres que más sabían de arte románico y mejor lo explicaron habitase una de aquellas casas blasonadas con portón y estragal, balcones corridos, hastial de piedra que se dan tanto en el  país, los que describieron nuestros clásicos del XIX. Pero no; prefirió la modernidad y el confort indiano. Él era un hombre austero y de costumbres sencillas, adusto en apariencia como su cara. Tenía un rostro que de tan trágico resultaba lo puramente español y sus ojos delataban a todas horas embeleso y pasmo. Dicen que uno continúa vivo hasta que le abandona la capacidad de asombro, el espíritu de curiosidad y Camón hasta el último huelgo la mantuvo consigo y nos la comunicaba. Su mirada bajo el arcosolio de aquellas cejas tan pobladas y negras, palio de curiosidad y de asombro que se asomaban cada día a un mirador cósmico, estaba siempre como huida pero atenta siempre denotaba esa sorpresa del que descubre e investiga, pescador de belleza en ubérrimos caladeros ocultos a la mayor parte de los mortales. Tenía el alma de llama y las espaldas algo cargadas del hombre estudioso, luego cuando se le trataba al viejo profesor larguirucho resultaba un hombre cordial, algo burlón, daba gusto oírle contar chistes verdes y chascarrillos en la fabla de Aragón. Se podía explicar al Greco mirando para el profesor Camón cuando acometía la exégesis del pintor toledano escanciando imágenes con aquella voz rajada que él tenía y tratando de asir lo inasible con aquellos dedos lardos como flecha apéndices de sus manos enormes, casi de cantero medieval con que accionaba durante la disertación. Algo estevado y con inclinación de hombros. Muchas horas sobre el pretil de un códice asomado a esos ventanales panorámicos de los sueños que son los libros. Nos parecía que el profesor se nos iba por las ramas y que siempre parecía venir a clase con resaca como flotando entre las gasas de una gran borrachera mística. Flotando. Eso. Al andar parecía que flotaba él tan habituado a conversar con los ángeles de piedra y a extasiarse ante las gárgolas habitando la región de los pináculos cósmicos. Sin embargo, conocía muy bien la tierra que pisaba. El Camón íntimo no tenía nada que ver con el Camón oficial, hermeneuta de los ángeles románicos, artista de la palabra, que parecía recién caído de un guindo por sus aires despistados y geniales o escapado de un códice cálamo en ristre.


Había en él como resonancias magnéticas de un trasmundo inabarcable. Era uno de esos hombres a los que encontramos por primera vez y su “cara nos suena” acaso de haberla visto en una existencia anterior. Ese mesmerismo es el fautor del arte, el que carga la turbina de la cultura puesto que la cultura se produce por asociación de ideas y es la resultante de un proceso de bilocación. Dios existe y Cristo está en la historia pero su santidad y su presencia es otra muy diferente a como nos la presentan todos aquellos cuyo todo y único afán ha sido apropiarse de su figura. No conviene darse muchos golpes de pecho ni exclamar “Señor, Señor”. Los fariseos no entrarán en el reino de los cielos. En Camón yo llegué a entrever la existencia de un Cristo que se acercaba a la noción platónica de la divinidad. Todo lo de acá abajo es un calco imperfecto de la perfección que está arriba. Pero como Dios no es unívoco y san Anselmo ya lo definió utilizando un proceso silogístico de exclusión para adecuarlo a nuestra capacidad precario, como lo que no es, ni mortal ni finito ni visible, etc., tampoco a Cristo hay que contemplarlo desde un ángulo unilateral. Por eso hay un Christus “músicus”, un Christus “praedicator” y otro “praedicatus”, un taumaturgo, un demiurgo y un reo, un resucitado y un perdedor, el de la Ascensión y el de la bajada al sepulcro, un sembrador de parábolas que tuvo que emplearse con el látigo contra la “raza de víboras” y otro que fue escupido y azotado, un Cristo manso y un Cristo arquitecto y un Cristo poeta, y otro profeta, pero todos estos conceptos siendo análogos  no son idénticos como tampoco es unívoco ni equívoco ni idéntico a fuer de universales la idea mariológica que viene a concretar y completar la visión cristológica como dos ramas de un mismo árbol, y para entender el arte y la teología hay que estar acostumbrado a moverse por el ámbito de la exposición conjunta.



 La edad media prefiere presentarnos al Mesías como el gran triunfador, el Juez grande que se sienta en la silla de la majestad mientras el barroco se inclina por el Varón de dolores pronosticado por Isaías (otra versión diferente del mismo Dios real). La fe tiene sus lados sombríos. Es una cosmogonía acercándonos a todos estos misterios de lo trascendente de la gracia santificante. El arte en la medida que trata de explicar esa tutela sin tregua de la divinidad sobre el hombre que le sirve de refugio y amparo en su caminar a oscuras por el mundo de esta forma apoda y acoda a la teología. La existencia humana viene a ser como una gran romería jacobea del principio a final. Esta es la idea matriz de esta grandiosa novelita del profesor Camón Aznar. En vida no fue tan famoso como insigne, aunque debemos declarar aquí que eso del “famosus” tiene en Lat. Matiz de deshonra (no van descaminados pues los que usan la palabra con tanto albedrío), este medievalista de talla cuya obra poco conocida rinde homenaje al saber en libertad. Personalidad fascinante algunos de sus artículos de ABC han de considerarse de florilegio. Yo recuerdo aquella tercera del órgano monárquico - nada tiene que ver con el monarquita de hoy-de la calle Serrano en el que escribían mano a mano los Pérez de Ayala con los Azorín, los González Ruano con los Pío Baroja o el Ortega de la última época. Firmas triunfales. Festines auténticos de la literatura. La de Pepe Camón era una estrella con luz propia en aquel firmamento de estrellas del que sólo nos quedan hoy postes de la luz y jarrillas, mucha jácara y mucha paja debajo de nombres promocionados, novelistas de designación reconducidos de lo negro a lo blanco, ha estallado la bomba de mano de la vulgaridad, sus libros se nos caen de las manos de tan políticamente correctos como van. La crítica los acoge con palmas de tango a todos los “hit” y a todos los “must” que en tongo se deshebran pero hoy la crítica está reconducida y manipulada por amiguetes a los que las casas de contratación de la cultura sobornan previamente.  Como van de trapillo a la televisión a comparecer ante el ratón de bibliotecas emblemático tránsfuga que mira por encima de sus lentes de inquisidor y detrás del atril de diserto parece una trinchera a punto de hacer fuego con una de avancarga y luego vaya y sonría con cara de conejo. Pero estos son los toros que hoy hemos de lidiar en este coso. No hay más cera de la que arde. Hay que escribir a cara de perro para hacerle una higa a ese carajo esperpéntico de lo “deja vu”.


Un crítico era Clarín y un crítico como Dios manda era don José Camón Aznar. Prosaba con magnificencia y maneras elegantes de cardenal renacentista, manaba su palabra por aquel chorro de voz baturra y que luego se transformaba en melodía cuyos ecos acariciaban los arcos formeros de un empino de bóveda de cañón. La impostaba porque había algo en su persona de hierático perfil sedente, la majestad del pantocrátor. Nadie  ha explicado el misterio del arte de Jaca en sus boceles, impostas, lucernarios, balistarios, ese mundo fantástico de los bestiarios cincelados sobre la piedra fabulosa con tanta solercia y cacumen como él. Era un especialista inter alia en códices medievales. Los beatos iluminados del arte asturiano nos van a llevar al arte románico que surge como una agradecimiento arborescente hacia la persona de Cristo cuando pasa el terror del milenario. Contrariamente a lo que se ha venido diciendo los capiteles románicos con sus endriagos y harpías, hipogrifos y dragones alados, reflejan ese amor a la vida en el reencuentro con la naturaleza.

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Hay que retrotraerse a la mentalidad del año mil.  Camón era un especialista en el siglo XI. El pavor del milenio igualitario lo refleja en una de las más grandes novelas cortas que se han escrito en los últimos lustros En la cárcel del Espíritu. Es la historia de un monje bávaro que como expiación de un pecado cometido cuya evolución de psicológico refleja el autor con pluma digna de Dostoievski - es un pecado contra la fe, la caída en la sima de la desesperación, la gran aliada de Satanás para penetrar en el corazón de aquellos a los que quiere perder, desesperación que define por otra parte a nuestra época- se embarca en una peregrinación hacia Compostela. No llega a su punto de destino. Fray Lázaro viene a morir en un albergue u hospital de peregrinos en Soto de Luiña y que todavía sigue funcionando.  Miguel Ángel, el del bar de la plaza al que llaman el diácono, sigue examinando credenciales y estampillando avales a los que pernoctan en el refugio con el mismo rigor y sentido de la hospitalidad cristiana con que lo hacían aquellos ostiarios de las posadas del Camino Francés.


El autor parece que tiene delante el hermoso paisaje de las Luiñas a la hora de escribir el libro; en los primeros párrafos habla de un “lugar en la llanura, rodeado de bosques y ceñido por la curva de un río” y trata de reflejar sin entrar en detalle cómo era la vida de un benedictino (¿Benitos o monjes blancos? Los benedictinos hacían vida comunal mientras los bernardos dormían en crujías o dormitorios corridos. Es el único anacronismo que encuentro en la obra, error mínimo).

He aquí una sala hipóstila. Los lechos eran esteras, el refectorio alargado con el púlpito empotrado en el muro. Mística y casta serenidad trasminan las páginas de “En la cárcel del espíritu”. Es un viaje a un claustro donde el tiempo se amansa y donde vemos a los pendolistas de bruces sobre el pupitre del manuscrito en el que laboran con un pincel en la mano “que cae sobre el pergamino con la levedad del copo de nieve”. Describe la sala capitular siempre resonante de discursos y la iglesia como un trasunto de un cielo humano y dialéctico con arcos que son como respiro de los espacios y pinturas que concretan los pensamientos inmutables. Es un lugar habitado por monjes descarnados de grandes ojos redondos que ocupan un espacio pero que no habitan en el tiempo, esqueletos de ideaciones apocalípticas. Cada vez que el sol enrojecía las gentes iban a encontrar refugio a los montes porque detrás de la sombra se percibía la silueta del dragón, observa el escritor corroborando al propio tiempo lo siguiente:

“En la crisis milenaria hasta las iglesias se vaciaron. Cada hombre arrastraba con su sombra su sepultura. En los monasterios sólo se leía un libro el del Apocalipsis y la preocupación de los comentaristas consistía en adatar a su tiempo las páginas descomunales del libro”


Este párrafo tiene hoy plena vigencia porque otro terror del milenario es el que acabamos de vivir o estemos acaso viviendo. Camón, que se nos muestra como eximio novelista, topógrafo del sentir y del latir de una época, describe a estos frailes que escribían e iluminaban y que parecían mojar el cálamo en llama y salían del minio colores que eran como “la cresta de un incendio”, “ojos cuya redondez era la del mundo abiertos con el espanto del que ha visto morir al universo. Sus túnicas se doblan con las mismas curvas contraídas de las hojas secas al quemarse”. Al redactar estos magníficos párrafos parece que tiene delante la talla de madera del Salvador que se venera en la catedral de Oviedo mostrando la majestuosa traza de un atlante que se yergue ante la amenaza apocalíptica y empuña como un cetro de paz la esfera armilar.


Pero el peligro ha pasado ya, los curas volvían a aprender latín y las tierras a labrarse, los antiguos manuscritos a ser copiados. “La pánica alegría de aquel momento se convirtió en gratitud hacia la divinidad. Un inmenso amor de redondez panteísta hacia la naturaleza y hacia Dios impulsaba catedrales y cosechas”. Se vivieron años en definitiva de exaltación edénica.  Lícito es preguntarse si a pesar de todos los pesimismos no estaremos abocados a una de esas grandes épocas de la humanidad cuando acabamos de doblar el cabo de los terrores milenaristas con todo Nostradamus a cuestas, las profecías de Malaquías y las predicciones de todos los estrelleros y magos de la New Age que hemos dejado atrás. El mundo, concluye Camón, volvió a ser de nuevo un paraíso sin serpiente. ¿Se aleja también ahora la tempestad? ¿ O los horrores que describe Juan- “tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y la encadenó mil años. Cuando hubieren acabado los mil años será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar a las naciones”Ap.20-7-8- pertenecen al hic et nunc de nuestra sangrienta actualidad? El estado emocional del mundo se parece bastante al de aquel entonces. La clepsidra implacable marca la hora global: tiempo de la Segunda Venida. Hace mil años los monjes de las iglesias asturianas le aguardaban encerrados en una celda construida en lo más alto del templo, en el sobrado mismo a la que se accedía por una tortuosa escalera de caracol.

 

Y a veces por una cuerda como entre los eremitas de la Tebaida, el monte Athos o entre los coptos. Para bajar había que descolgarse de una cesta. La contemplación por aquel entonces demandaba estas truculencias del Estilita encaramado en su columna para no contaminarse, torres de marfil penitenciales. En Santullano y en Santianes parece ser que quedan restos de estas cámaras anacoréticas.  Era el éxtasis del vigía que escudriñaba el horizonte desde el campanario pero el Cordero tardaba en llegar. Oteaba desde las techumbres el monje pero el Amado se hacía de esperar. A la sazón puede que esta guardia se monte desde las páginas Web, aunque no hay constancia pero es suposición plena. Los cistercienses de ahora tienen turbios los ojos a causa del pervigilio doblado el raquis, difícil será encontrar a un contemplativo rectas las espaldas. La guardia sigue en sus diferentes relevos y parece que Dios continúa hablándonos desde el silencio. Hay quien hace la escucha siguiendo su rastro desde la garita iluminada. Abajo se condensan las sombras, los fantasmas nocturnos.


Sabemos que el protagonista era vástago segundón del señor de Klamheim con feudo sobre el castillo de Toeltz. Siguiendo la costumbre de la época sobre la primogenitura ingresó en la abadía. Allí fue feliz fray Lázaro hasta que el diablo vino a visitarlo atosigándolo con el dogal de la duda y la desesperación. Sus años de noviciado tuvieron ese carisma de la ondulación y melisma del canto llano. El cuerpo de los monjes está hecho para la liturgia, la melodía monódica que recorre las bóvedas con la elegancia del cisne en el estanque. El templo románico se convertía en un lago de beatitud donde hasta la estructura hipóstila desempeñaba una función de alabanza a Dios a través de la voz humana. Era un discurrir placentero por el perfil de los días y el turno de las estaciones materia y forma conjuntadas y sin diferencias entre el alma y el cuerpo. La vida monástica es una búsqueda de armonía y un anhelo de contemplación.


Era el cristianismo total a la sombra del Pantocrátor de la mandorla mística antes de la llegada de la peste franciscana, el principio del fin, el primer conato de reforma religiosa que iba a desembocar en las demasías de las guerras de religión. Era entonces cuando Roma no tenía tanta importancia pero la cristiandad era más católica, más universal y más libre. Los ojos se entornaban hacia Jerusalén. “No había fronteras en la fe ni en los pueblos, ni nacionalismos montaraces, ni cismas ni herejías”. Por eso viene a concluir el autor: estos siglos que van desde el terror milenarista marcan el triunfo verdadero de Cristo. Algo que en la historia no se ha vuelto a repetir.  Todos los que amamos a la grandeza de la Iglesia verdadera tendremos que suscribir esta hipótesis que Camón aquí describe maravillosamente. Los tímpanos románicos expresan asimismo esa idea célica del paraíso impersonal y cósmico, un empeño que sólo fue posible mediante el rescate de la sangre de Cristo. Es la ideación pura, el concepto teológico en carne viva lejos de las vivencias personales. El creyente sentía partícipe de una empresa total. A Dios no se le puede ver, tampoco se le puede nombrar. Es lo absoluto e incognoscible. Sin embargo, los que se acercan al arca santa de tapas nieladas, ese cofre de salvación de la fe en español, a contemplar esos ojos  que acechan y perdonan, ojos del mundo redondos y opacos y esa sonrisa de la talla tan dulce como tosca o se prosternan ante el Pórtico de la Gloria consiguen una visión de ese reino futuro que aguarda a los que perseveran siquiera sea a través del ojo de cerradura que abren las arcadas románicas.

El autor va explicando el proceso con acuidad y pluma veloz a través de una prosa en el que el castellano recobra todos los honores de lengua espiritual apta para hablar con Dios y entusiasmarse ante los deliquios de la Virgen María. Entusiasmo es un endiosamiento y sin entusiasmo no puede haber cristianismo ni tampoco buena literatura. Es algo que sólo puede comunicar Dios a través de sus criaturas. Es privilegio del todo no de la parte y es ahí donde fallan algunos de los novelistas de aluvión el colmillo retorcido o que andan de medio lado que escriben en la España de nuestros días sino del todo. Por eso no lucen aunque traten de encandilarnos con sus mejores galas. Para sentar plaza de novelista o de crítico lo que hay que hacer es estar contra lo de entonces. Este sino de los tiempos nos recuerda a las plagas de Egipto y no queremos esta vez dar nombres. Demasiado revanchismo. Respiran por la herida. La cicatriz de la derrota les sigue superando de ahí que sus libros nos hagan recordar a verdaderos manaderos de pus.


En el estilo de Camón Aznar pasa lo contrario. Es una novela de tesis que prende desde el principio. Además, es uno de los cantos más bellos a la mujer que hayan podido escribirse desde la duda y desde los dolores. Lázaro viene a coincidir con el dictamen del protagonista del Nombre de la Rosa que de la misma manera devino en monje giróvago: los momentos de felicidad mayor no fueron los del convento ni los del éxtasis místico sino la noche que pasó en compañía de aquella muchacha a la que llegó a conocer casualmente.  La crisis religiosa que padece hasta su exclaustración y la posterior condena abacial a hacer la ruta jacobea que en muchos casos equivalía a la pena de muerte porque el viaje estaba cargado de peligros y bajo la amenaza del hambre, la peste y los lobos, es una preparación del camino para explicar su estado de ánimo.

 

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El detonante de la crisis viene dado por una experiencia con la que no contaba: la muerte del maestro de novicios. La visión de su cadáver convulso y desesperado le hace reaccionar. El preceptor había practicado la virtud desde que profesó y seguido a rajatabla las constituciones de san Benito pero en el postrer momento, el definitivo, tuvo un instante de debilidad, resbaló en la duda presa de terrores incomprensibles que le acercan a la boca del abismo. La desesperación es un sentimiento específicamente satánico. Esa tentación a punto de expirar cuando más aprieta el diablo la tuvieron muchos santos. No hay nada más allá, el cielo está vacío; ese viene a ser el argumento. Todos los seres de la creación tienen un destino trágico, juegan la baza con las cartas marcadas, de lo que se colige: procede disfrutar aquí todo lo que se pueda porque si no hay otra vida todo estará permitido en ésta.

San Pablo fue acometido muy recio por los espasmos de esta duda pero la venció y fue arrebatado al séptimo cielo del que bajó diciendo que ni el ojo vio ni el oído oyó lo que es aquello pero la serpiente antigua se atrevió a plantearle cara al Apóstol de las Gentes. Le llamó exaltado y lunático utilizando como argumento su gota coral. Parece ser que Saulo se cayó del caballo en un arrebato epiléptico.

 Es una interrogante que parte las carnes de muchos creyentes y pasa agitándose por los cielos de la historia. Algunos la llaman el silencio de Dios. No todos tuvieron el privilegio de ser arrebatados como Pablo de Tarso a las alturas. Porque vio creyó y esta fe le hace increpar con la vehemencia que le caracteriza a la muerte preguntando dónde estaba su victoria y proclamar incluso “culpa feliz” al pecado de Adán factor desencadenante de la redención. Pero hay que insistir que no todos gozan del carisma de la claridad de la trasverberación que arranca las nieblas del error de sus intelectos.


El orante se ofrecen en oblación y ha de cargar con los delitos y lapsos de los otros. A veces la cruz resulta demasiado pesada y viene la duda del sepulcro vacío. He aquí a  Lázaro de Kleimheim copista y amanuense de los libros santos en un monasterio de Alemania sumido en el laberinto. Siente que el cielo se le viene encima, gime y busca sin hallarla la salida a la encrucijada. El tiempo de rezos y el duro trabajo caligráfico que trazaba líneas y colores, rasgos, sobre los preciosos cantorales, no eran más que un alivio pasajero. Cuando en las cortas vigilias antes de Maitines sobre la estera o la yacija de paja que le sirve de lecho en la crujía hipóstila vuelve el gusano a roer y la tentación por sus fueros. El cielo está vacío y con la muerte estalla sobre nosotros la nada. Él no resucitó, los vendajes del sepulcro no eran los suyos y el mito de la resurrección fue un montaje, la fabricación de unas plañideras histéricas que estaban enamoradas físicamente del Galileo. Todo es un invento, una inmensa fábula. Sus torturas y escrúpulos únicamente encontraban una tregua mediante las manualidades de su absorbente labor de miniaturista.

El proceso está perfectamente descrito tanto como el ambiente de la época. La hambruna y la mortandad de la peste van a ser otro emulsivo del entusiasmo con que arranca la undécima centuria. La sociedad feudal hace crisis. La lucha por las indulgencias y las disputas entre trono y altar por la preponderancia vuelven más duro el panorama. Si existe un Padre Célico que ordena nuestros destinos y todo lo dispone hacia el bien para que nos sintamos a gusto y no nos falte de nada ¿por qué entonces permite el mal y la injusticia, el desamparo? El joven benedictino se amarga la vida haciéndose una pregunta eterna. Él pensaba que había un orden en el mundo pero mira alrededor y comprueba que vive cercado por la desgracia y lo diabólico. Hay un desfase entre la idea y la materia. Zumba sobre sus oídos el garrotazo amenazante de la entelequia. La vida del monje se convierte así en una lucha contra la quimera.


“Los hombres andaban como cadáveres a pie por los caminos y e las casas no salía humo”. Esta imagen del hogar frío y la chimenea apagada, el jardín abandonado y la casa cerrada acentúa la sensación angustiosa de ciudad desierta y de país despoblado es de entidad apocalíptica porque nos remite a connotaciones de castigo divino, de manipulación de la descendencia que es en definitiva un atentado contra las fuerzas de la vida. Fue el pecado de Sodoma. La Asturias de diez siglos atrás guarda cierta analogía con la de hoy con un crecimiento demográfico cero atendiendo la llegada de la alfaida, la marea humana,  de hordas en masa que van a constituir una sociedad amorfa y desespañolizada y alóctona. Todas esas contingencias ya se preparan. 

Así fue al despertar del medioevo cuando desde Escandinavia denominada entonces “oficina gentium” se impulsaría la colonización masiva de Europa sobre las ruinas del romano imperio. Los bárbaros del norte llegaron en oleada y de forma sorpresiva. Era una visita que nadie esperaba. Todo descorrimiento de pueblos presenta unas connotaciones apocalípticas que hacen pensar en el castigo bíblico. Lázaro de Kleimheim sentía sobre sus carnes esa presión.


Pero la auténtica crisis de fe va a tener lugar coincidiendo con la llegada de un fraile esquizofrénico, trasunto de Savonarola, al que su soberbia le sume en la herejía, desde otro monasterio circunvecino a predicar una cuaresma. “De la boca de Fray Martín no partían razonamientos sino rayos, nada de adoctrinamientos sino anatemas. Hay en su persona un anticipo de Lutero puesto que en el visitador se plasma la rebeldía diabólica, la cabeza engallada del “non serviam”. Su presencia produce en las aguas tranquilas hasta entonces del monasterio una conmoción. Acusa a los monjes de ser castos y crueles, de predicar la caridad porque no se atreven con la justicia. Roma es el símbolo del engaño, la mentira y la avaricia. Sus sermones atraen la ira de la parroquia. Se le suspende a divinis pero recalcitrante en el error vuelve a predicar contra las Indulgencias y es dilapidado por hereje al pie del altar por la chusma airada. El hermano Lázaro contempla con horror aquel asesinato, ve cómo el cadáver es arrastrado a las tinieblas exteriores para que se lo coman los buitres. Era un blasfemo, un apóstata. Y aquí llegamos al nudo de la trama de esta impresionante novela teocéntrica  en el que se denuncia a una sociedad hipócrita capaz de matar en nombre de Dios y que se atreve a manchar sus manos de sangre porque alguien cuestiona el libre albedrío, el derecho a pecar. La libertad humana es sacrosanta, la propia divinidad la respeta. Por una vez lo infinito se doblega ante el capricho de lo finito. La angustia y grito de fray Martín proyectan hacia el cielo la angustia del hombre contemporáneo.


A un escoliasta de la época no se le ocurriría explicar con tanta clarividencia e interés el proceso psicológico, la dura prueba a la que es sometido este religioso que vacila zarandeado por uno de los problemas más arduos: la presencia del mal. Pronto vemos al protagonista sumido en la soledad del ángel destronado. La Biblia lo recuerda: “Ay de los solos”. El sacrosanto refugio del monasterio es perforado por esa duda caliginosa y a partir de ahí no va a ser un espacio resonante de las notas de la himnodia  gregoriana.  Los turíbulos no sahúman el perfume del incienso sino el humo fétido del azufre al que acompañan las estentóreas carcajadas del ángel caído en su vagar absoluto por los derroteros de la historia. Se ha perdido la inocencia del Edén. El hombre vuelve a su condición de animalidad precedente al génesis, no es más que una fiera que piensa, copula y traga, merodea y caza sin obediencia a otras leyes que no sean los apetitos instintivos. O dicho de otra forma el peso de la novela se apoya sobre el ominoso barrunto de la muerte de Dios. Pero parafraseando a Nietzsche cuya entera obra son las exequias de la divinidad fallecida, ¿existe Dios? ¿Y si no existe cómo podremos hablar de su muerte? ¿No será la idea de la divinidad algo subjetivo, una especie de prolongación de nuestro ego insaciable? El simio se puso derecho y anda ahora erecto, evolucionó como evolucionará algún día su pensamiento hasta conquistas insospechados hasta ser el mismo su propio dios en su proceso de adaptación. La tentación de Babel otra vez bajo los planteamientos seductores de Darwin.

La dilapidación del hereje hace que Lázaro, el puro, el incorruptible entibie su fe desde la base de un razonamiento verosímil: no es lícito asesinar en nombre de la divinidad pero esto fue precisamente lo que estuvo haciendo el ser humano desde las cavernas a través de la práctica de un ritual supersticioso. A Dios había que inventarlo puesto que daba coherencia al grupo porque nos reafirma en lo que pretendemos, nos halaga el oído. De esta forma el concepto del ser supremo pasa a ser algo subjetivo, puro maquillaje para nuestra vanidad intelectiva. Un analgésico para el dolor que comporta el destino de los nacidos para la muerte.


Lázaro había pecado y el pecado es como la rotura de una armonía con el cosmos. Sin embargo, la razón no es más que la tapa de los sepulcros. Un buen día reconoce su culpa y va a caer de rodillas a los pies del abad con todo el monasterio reunido en capitulo. En aquel entonces las penitencias eran públicas. El prelado no puede absolverlo tratándose de tamaño pecado mortal, el de desesperación; es un pecado contra el Espíritu. Lo envía de peregrinación a Santiago de Galicia. A la sazón las autoinculpaciones se llevan a cabo ante el capítulo. Las penitencias también eran públicas. Los pecados, distintos. De una magnitud más solemne si cabe porque diferente era el concepto de cristiandad. Recordad a tal respecto la Huida a Canosa. Todo un emperador prosternándose descalzo ante Gregorio VII. Hasta que no estaba saldada la deuda con la iglesia o con los hermanos, Dios no perdonaba. Era frecuente ver vestidos de saco en el ámbito de las ciudades a los flagelantes clásicos. En realidad las peregrinaciones empezaron a partir de esta noción de culpa que había que expiar mediante el viaje iniciático. Los romeros cuando de personas consagradas se trataba recibían de manos de su abad un bordón, unas veneras de concha y el clásico petaso o sombrero de ala ancha que servía para protección de la intemperie y también para ocultar el rostro. También recibían el ósculo de paz y treinta dineros para el camino. Nada más.

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 No era consciente el Hermano Lázaro cuando se despidió de sus compañeros que la hégira expiatoria que iba a comenzar le iba a llevar más lejos de sus sospechas. Como primera medida tuvo que dejar morir a su yo para empezar a vivir.  Dejó de pensar. El trajín de la andadura le deparaba el robustecimiento de sus miembros corporales. El alma se purificaba. Tenía que aniquilarse y ser semilla que después de caer en la tierra hará que fructifique la espiga. Alguna veces añora la casa matriz y se acuerda de sus frailes con una vida tan reglamentada y tan diferente de la azarosa que a él le persigue, añora los ritos y canta cuando puede el oficio divino o dice misa en plena soledad porque partió con la recomendación expresa de su superior de evitar las iglesias y los poblados. Sin embargo, al llegar a Tarbes localidad de los Pirineos pide al obispo letras dimisorias para poder consagrar la Eucaristía. No ha de olvidarse ese nombre. Tarbes es la diócesis donde se produjeron las apariciones marianas de 1858 a santa Bernardita Soubirous.  Lourdes está en pleno corazón de las peregrinaciones jacobeas. Aunque obtiene la facultad de celebrar y concelebrar pronto olvida su condición de clérigo porque, tramontados los puertos y habiendo dejado atrás el monasterio de San Pedro de Sieresa, una serrana de un valle navarro lo recoge cuando estaba medio muerto y lo lleva a su choza, le da de comer, le venda las heridas de los pies y, cuando despierta escucha hablar en vasco: “gaixo ziñatan, orain zaunde” (enfermo estabas antes, ahora bueno). Se inicia una bella historia de amor pastoral. El protagonista vive los instantes más bellos de su existencia, conoce la plenitud. Ni siquiera se acuerda de los votos arrastrado por su pasión pero un día al salir a arar encuentra el cuerpo despedazado de un hombre por los lobos la noche anterior. Le viene a las mentes el recuerdo de la palabra empeñada al superior. Vence las lianas que le atan a aquel hermoso caserío rodeado de fortísimos montes donde viven gentes sencillas en estado de gracia original anterior al pecado del primer hombre y abandona la vida arcádica. La mujer le sigue durante un trecho pero vuelve a abandonarla.



El cristianismo que encuentra pasada la cordillera es una religión en estado de guerra. “España vive-dice-sólo para vencer a los enemigos de la fe en franco contraste con la mansedumbre y placidez del sur de Alemania. Aquí todo se extrema a punta de lanza. Todo se radicaliza con ímpetu de ataque”. Tampoco el cristianismo es un concepto unívoco. Nunca nos pondremos de acuerdo pero es así. Lo único que le mantiene vivo es lo externo porque lo interno pertenece a algo tan sagrado como es la conciencia y es allí en lo íntimo del alma donde Dios habla al ser humano. Pero los ritos, las oraciones, las fiestas, la letanía, la tradición. ¡Si quitamos eso, en qué queda la fe! ¡En monsergas místicas! ¡En una interpretación del Evangelio ad líbitum! Sólo un monje benito puede entender que el catolicismo consiste en liturgia, en un constante recitar de oraciones con arreglo a los ciclos estacionales. Porque la practica rutinaria de la regla nos libra de nosotros mismos. Ora y labora. No te desesperes. Cumple la norma, únete a la tradición, pero si cambiamos la norma, si introducimos cambios en la liturgia obtendremos una mutación de la esencia y llegaremos al síndrome del templo vacío, a la macrocefalia jerárquica. Tenía que renunciar al amor pero al igual que en el “Nombre de la Rosa” Lázaro reconoce que no hubo instantes más suaves que los que le depararon sus nupcias con la serrana de Arán. Su recuerdo le hace casi enloquecer. Sin embargo, tiene que empuñar su cayado y entonar el  “Ultreya” sin temor a los peligros de la andadura iniciática. Otra vez se pone en ruta. El Salvador le acompaña. Para expiar la culpa, caminar. Tenía psicología de huido y cruza cañadas, desfiladeros. En algunas posadas vuelve a saludarle la tentación, traba conversaciones con otros caminantes hacia Compostela.  Unos perseveran, otros son seducidos por los cantos de sirena, las mesoneras y mozas de partido, que ya entonces el itinerario era ya la ruta de la sífilis, el chancro y las tabes, el perro de san Roque, mal francés y camino francés, otros mueren en los lazaretos o quedan sepultados en los cementerios de peregrinantes, otros mueren devorados por las alimañas, se extravían, enloquecen, se dan al vino o mueren a mano de los bandidos. ¡ Señor, Señor cuanto pecado, cuánta imperfección y cuánta defección! El destino es la tumba.

Alfonso VII el gran rey de Castilla, el repoblador, el que tanto amaba a Oviedo y a los asturianos puso guardia de templarios en la ruta para proteger a los transeúntes. El Hijo del Trueno Boanerges es el símbolo de ese cristianismo prevenido en frontera.

 

 

Que encuentra el monje alemán pasado el fito de Navarra, era casi una fe desconocida que acaba atrapándole, se emborracha, se enamora de España a través de una moza vascuence. Hasta los sarrios y las cabras enarbolan el pendón de la cruz frente a la media luna. Ha pasado el letargo del milenario y la cristiandad empapada de vida quiere liberarse de las cadenas y de los yugos que le uncen a las pechas y servidumbres del califa. Al grito de ultreya y del “Dios lo quiere” de Pedro Ermitaño se llena de actividad, despierta de su modorra y se embarca en la dudosa aventura de las Cruzadas, algo por lo cual nuestra fe ha sido tan vapuleada por sus enemigos. Sin embargo, ahí tenemos a Ariel Sharon una especie de Ricardo Corazón de León Judío y nadie le dice nada.




Fray Lázaro había escuchado de labios de un francés que hacía la ruta de Compostela por la parte más sañuda: la de la costa- curiosamente al remontar Oca dejando a un lado Vascongadas que ya en aquel tiempo seguía sin estar romanizada y sin cristianar- “el que va a Santiago y no visita al Salvador por honrar al criado menoscaba al señor” y opta por el ramal de la derecha el que a través de Arbas enfila la ruta de los antiguos monasterios mozárabes de las Monas o Nonas y cruzando por Mieres desemboca en el Templo de la Transfiguración, verdadero Tabor del arte ramirense y de la fe vieja. Queda prendado de las costumbres de aquellos monjes asturianos que nada se parecen a los de Alemania. Para empezar hacen vida eremítica y algunos viven encaramados en lo alto de una celda incrustada entre las socarrenas de alguna peña tejada o en lo alto de una iglesia prerrománica, aquellos templos de cuerpo tan chico pero  de altos muros. Es así como opta por abrazar la vida contemplativa en San Julián de los Prados. Es izado a lo alto de su cobijo en una cesta. Desde allí ora al Criador y contempla ante un paisaje de montes bellísimos que demuestra ser cierto el aserto del códice “In Asturum conventu dedit Dominus montes fortissimos circuitui ejus et praesidit ex hoc, nunc et in saeculorum saecula” (Dios escogió a la provincia de los astures a los que protege mediante una cadena de montes fortísimos). El paisaje de Asturias, santuario de España, tiene algo de sacramentos. Pero el pobre monje tiene allí que ganar el cielo luchando con la tentación que se presenta unas veces en forma de mujer como le ocurrió a san Jerónimo con la satiresa. Otras quien golpea es el silencio de Dios o el desaliento. Hay pasajes en esta obra tan bien llevados que hacen pensar en Tolstoi el cual de forma parecida describe el proceso de la tentación del cenobita en el “Padre Sergio”. Las fuerzas del bien y el mal se turnan. Ángel y diablo parecen confluir en una batalla sin medida. Es el ritmo sonoro con sus impasses e intercadencias del péndulo. La luz libra una cerrada y sórdida batalla con la oscuridad. Nadie sabe de estas luchas interiores. Por toda la redolada ha cundido la fama de santidad del fraile extranjero encaramado en su celda de estilita. Cuando celebra misa los domingos y las fiestas de guardar el pueblo en masa es testigo de sus trances y al final de aquellas misas largas que duraban casi tres horas en el rito mozárabe algunos feligreses se acercan a tocar sus vestidos para llevarse a casa un trozo del hábito, una hebra de su barba bermeja e hirsuta como reliquia. Una noche de junio el valle resuena con el eco melancólico de los cantos de ronda y el brillo lejano y seductor de las hogueras de san Juan, el aguerrido grito del ijujú de la danza prima cerca de las quintanas. El Padre Lázaro vuelve a sentir la llamada del siglo y sucumbe a la celada de la tentación. Se escapa de su nido de oración y de penitencia en lo alto de san Illán de los Prados por una cuerda y huye a favor de las sombras con la luna a las espaldas. La vida de un peregrino es una huida hacia delante.  Siente la llamada del deber. Tiene que cumplir la penitencia impuesta por su abad. Le sonríe las estrellas como lagrimas de cristal en la Vía Láctea. Ultreya. Ultreya. Le convoca la fuerza del camino. Proaza con su torre quedó atrás y contempla Avilés reclinado en la ría pero no se atreve a entrar. Escucha el sonido espectral de las Tablillas de san Lázaro. Hay peste en el lugar. Siente las arremetidas de la fiebre, pasa la barca de Muros de Nalón y al atardecer da vistas al Valle de las Luiñas que le recibe con sus praderías y cuetos detrás del Monte de Santana, cruza el río Uncín y llega al lazareto de Soto. Su estado de salud ha empeorado y es allí en aquel hospital de pobres donde exhala el último suspiro después de haber recibido la absolución de una abate francés también romero a la Ciudad del Apóstol. El penitenciado no consigue cumplimentar su proyecto, pero Camón observa que lo importante no es la meta. Es la vía lo de más. Los santos pueden alcanzar la cima de la virtud heroica habiéndose quedado a medias, siendo unos perfectos desconocidos. En definitiva se hace camino al andar.

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Es una de las novelas psicológicas encastrada en una trama que nunca decae bien escrito y mejor pergeñada que responde a un conocimiento histórico de la vida de las ideas y de la sociedad visigótica recién iniciada la Reconquista que casi entusiasma. Al profesor Camón se le conocía como crítico, especialista en el Renacimiento pero su faceta de novelista y de dramaturgo pasaron desapercibidas. Su cara era como la de un pergamino y su estilo de hombre pacífico y modesto, aunque tuvimos entendido que fue anarquista cuando la República, atraía como atrae un códice iluminado porque era el espejo en el cual nos miraríamos de  viejos, y es cierto porque al contemplarme a mí mismo en el espejo veo que me parezco algo a mi maestro cuando tenía mi edad. La vida me ha hecho rodar por sendas muy parecidas a las del  profesor de la Central. He seguido la ruta de los entusiasmos y la de los libros hasta dar con mis huesos en una de las hondonadas paisajística mente más sublimes de la península donde fue a morir Fray Lázaro el protagonista de “En la cárcel des espíritu” ¡Qué cosas!. Aquí la tierra nos puede ser más leve al cubrirnos con el manto de eternidad. Tan risueña perspectiva hará seguramente llevadero el  albergue porque es también las rutas que llevan a la Luiñas lejanas donde yo quisiera descansar.


 Siempre que paso por delante de la casona que se encuentra a tiro de piedra de la tienda de Manolo Menéndez Vigo, contertuliano de mis parrafadas y que no sólo me arregla los pinchazos de la rueda de mi bicicleta sino que me da clases de bable, el que hablan en Muros, aunque Manolo provenga de Lugo, y detrás de la de Eloína, otra buena mujer de aquel lugar entrañable, siento la melancolía por aquel tiempo que se fue, por los libros que no se leyeron o de los que apenas hablan pero que son importantes. Solía Camón viajar a su rinconada de este lugar en el concejo de Cudillero con harta frecuencia. Una vez lo vi en Oviedo haciendo tiempo para tomar el tren de Madrid acodado en uno de los veladores de la Mallorquina. Parecía un dios vencido y un centinela a punto de relevo en su garita del Café Peñalba, quizá recordaba a los muchos que cayeron. Era un día de lluvia y llevaba puesto uno de aquellos impermeables de plexiglás a la moda de los sesenta “pluma d´oro” anunciado por la tele de los primeros tiempos por Torre Bruno dando voz a un personaje característico que llamaban “Topo Giggio”, con un gorro para la cabeza. Tenía un aspecto de cansancio y le vi viejo ante una taza de café que se había quedado frío. Acababa de enviudar y ya no había aquel entusiasmo en aquella mirada de figura de arquivolta románica de los tiempos de la Facultad sino la de un senescente abatido y sin curiosidad. Era por el verano del 77 aunque no recuerdo muy bien la fecha exacta. Al poco tiempo murió el profesor Camón Aznar. Quiero con este artículo honrar la memoria de uno de mis maestros. Fue uno de esos intelectuales que habiendo nacido a esta vertiente del Pajares como Claudio Sánchez Albornoz, Ferrandis, Menéndez y Pidal, Alarcos, Azorín o Gustavo Bueno han sentido esa fascinación ineluctable que infunde Asturias sobre los espíritus.  Los amantes de la letras de los tiempos venideros tendrá que hacer justicia a estos prohombres del pensamiento hoy olvidados o ninguneados. Ellos abrieron brecha e iluminaron la paz del sendero.

Antonio Parra.                 

 

MEOME AYER UN BURRO Y HOY ME AHOGO EN MADRID SIEMPRE HUBO SECA

 


EL MANZANARES EN QUEVEDO Y GÓNGORA

El arte de Quevedo es el luquete de naranja/limón que ponemos al vino para quitarle el acíbar y despojar a la vida de todos esos posos de amargura que la circunda, aunque, bien es cierto, los que seguimos a Xto hemos de beber el cáliz hasta las heces como lo bebió don Francisco tres veces desterrado, dos a punto de morir, una en la emboscada que le tendieron los venecianos, y se libraría por pies, por hablar el italiano sin acento ninguno, como un toscano, y la segunda en un lance amoroso en que acabó con tres de sus oponentes, que, en sacando la de Toledo, no había espadachín que le pusiera un pie delante y eso que era zambo, por lo que Góngora se mofa de sus cacorros, hacia adentro y desmangallados, así como de su presbicia (tenía los ojos malos y era cegato aunque su vista de lince fuera tan aguda como su daga). Dos veces lo desterraron de la Corte a sus predios de la Mancha y en una ocasión lo llevaron a presidio cinco años a León, en una fría mazmorra del convento de una orden militar(1) llena de humedades, lo que aceleraría su muerte.

Como buen español(1), fue victima de la malsana yedra, que con harta frecuencia crece al sur de los Pirineos como el mal francés que del otro lado viene y que aquí se convierte en morbo visigótico, que llevó a Fray Luis, a Jovellanos, a Cervantes a la cárcel y a otros tantos al destierro. Dicen que la saña constituyen el vicio y el deporte nacional. Por eso se ensalza aquí, hasta los cumbrales, a la medianías. Para triunfar en este país hay que ser del montón o tener buen parecer. ¡Ah! Las apariencias españolas. Aquí los mediocres nunca hicieron daño, mientras al que despunta en algo se le corta la cabeza.

Y un consejo- vademécum para andar por las españas: ser siempre del montón. Como Quevedo era egregio y aventajaba a todos en estatura literaria y en calidad humana, fruto de su vividura, pues fueron a por él. Tengo para mí que el mejor libro, la mejor novela, y única en su género, es el Buscón, todo un tour de force estilístico y de solercia en el manejo del idioma castellano, del que su autor conocía todos sus recursos secretos. Que maneja como si fuera mago del idioma. Y esta esgrima verbal le hace fulgurante en el estilo y en sus estocadas, certero.

Escritor, todo meollo, o carne sin hueso, nunca cáscara [hoy no lo entenderían] nada de hablar por hablar. El fondo se adecua a la forma en una perfecta hipostasis del mensaje. Y esto es el desiderátum de la perfección. El no va más Mujeres y gallinas, vecinas, todas ponemos. Unas, cuernos; otras, huevos. ¿Se podrá contar mejor una historia sobre la condición femenina en este ras con ras, en este par de lineas, dos auténticos tijeretazos de versos? No. Los libros y los versos de este prócer, desde sus tratados teológicos hasta las letrillas jocosas como Erase un hombre a una nariz pegado en que pone en berlina a Góngora y con él a todos los sayones y escribas de nuestra España, tan voluble, tan tornadiza, turiferarios de Caín, no son para paladares delicados. Hay en ellos mucho cuajo, por lo que su literatura nunca será apta para cuáqueros miramelindos. Es Quevedo la antítesis de la cursilada a lo Julián Marías. Por eso le salieron enemigos a mansalva y aún lo queman en efigie los hijos de los hijos de los nietos de aquel linaje de narigudos ridículos, cornudos, o simplemente malvados que él tanto festejara.

Aún lo tienen por peligroso y lo queman en efigie a la chita callando pero él sigue siendo el coloso del parnaso de las letras castellanas. Parece que me mira don Francisco desde la calcomanía con que honro su memoria en mi despacho y se sonríe con sorna. Saca pecho, enseña sus guedejas cansadas de tanto afán dejandolas colgar en desaliño de estudioso sobre el pescuezo y oculta el pie equino, de nacimiento, lo que, aún renqueante, no le impidió cabalgar y ser el mejor espadachín de la corche y no esos matasiete que pinta de cartón piedra e imitación Pérez Reverte en sus novelas de época. En el callejón de la rinconada de la iglesia de san Martín, justo donde está la calle de La Ballesta, un jueves santo, a la salida de los Oficios, tiró de espada y dejó muertos a tres contrincantes que le cerraron el paso. Todo un maestro de esgrima y no los de las novelas por entrega de Reverte.

¿Causa del riepto? Uno de los caballeros abofeteó en el atrio del templo, a la vista de todos, a una dama. En guardia. A la salida nos vemos. Pues vale. Pero de uno en uno, caballeros. El maestro de esgrima no era un matasiete o uno de esos jaques que lampaban por la corte, galanes de monjas, cortejadores a la hora de misa y el triduo, única ocasión en que aparecían en público las señoras como dios manda. Las que iban al prado en coche tenían mala reputación. Dentro de las carrozas con las cortinillas bajadas recibían a sus amantes. Podía pasar de todo. A veces los bastidores se meneaban con un ritmo sospechoso, el tiro parado y tieso el tentemozo, dormitando el cochero ciego de vino y sin menearse silenciosos con el saco de granzas al morro los caballos ruanos de los caballeros o las mulas episcopales pues también tenían por costumbre de bajar al Prado los eclesiásticos en desguisa.

Este era Quevedo. El caballero de las espuelas de oro como le llama casona. ¿Misógino? Ni por pienso. A su pluma debemos el mejor soneto en castellano y en él canta a la mujer. Y su lamento de letra herido y de amante despachado aun esparce el eco que han conseguido quebrar la vara de la muerte:

"Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevase el blanco día

y podrá desatar el alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera

mas no desta parte en la ribera

dejará la memoria donde ardía

nadar sobre mi llama el agua fría

Y perder el respeto a la ley severa;

Alma a quien todos sus días pasión ha sido;

Venas que humor a tanto fuego han dado;

Médulas que han gloriosamente ardido;

Su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido

polvo serán, mas polvo enamorado"

Se refería a Lisi. De quien fuera Lisi poco sabemos. Sólo que el poeta la inmortalizó en estos pensamientos. La vida real fue mucho más cruel con él. Los grandes hombres acaban contrayendo matrimonio con la que menos les conviene y su bodorrio de mozo viejo con una tal Felipa acabó en desastre. Pero ahí queda como pecio de aquel desastre conyugal aquella antífrasis: "mujeres y gallinas, vecinas, todas ponemos".

¿Don Francisco putañero? No sé pero conocía el mundo por de dentro y de ese mundo parte fundamental es el bello sexo. Habría que colegir al trasluz de sus escritos que ese conocimiento íntimo de la condición femenina no la ganó en los libros o en los confesionarios como Tirso, que era fraile, sino "viva voce" alternando en las tabernas(2) y abriendo la puerta llana de las mancebías. Su concepto de la existencia era demasiado grave para tomarse en serio a las mujeres. De ahí sus exclamaciones utópicas sobre el amor, el olvido y la muerte. Polvo y ceniza en definitiva pero polvo enamorado. "En tus ojos, Lisi, vi el oriente en hermosura duplicado", etc. cruzaba el deán el portillo y venían detrás un par de diosas. Amor divino y amor profano que lo uno no quita para lo otro.

A lo que se ve debió de ser visitador frecuente de los puticlubs de entonces que se llamaban cuexcas(3). Había una en Madrid, la Casa del Tocame Roque y otra en Alcalá que dio pie al dicho de "A alcalá, putas, que llega San Lucas"(4).

Es posible que la tal Lisi por la cual bebe los vientos el poeta fuera una de aquellas mozas de partido tan abundantes en Madrid, a lo mejor una de aquellas irlandesas tan mal vestidas y hablando con acento de Coca por su afición a empinar el codo, "tan mal vestidas y tan bien hechas" de cuya arribada da cuenta en alguna de sus cartas. Así que Alcalá, putas, que viene san Lucas y mujeres y gallinas todas ponemos. Ojos ponéis de vendimiar agüela, frase con la que alude a las alcahuetas. "Cuando te abracen, advierte, que segadores semejan, con una mano te abrazan, con otra te desjarretan... con un cuarto de turrón y con agua y con grajea goza un Píramo, barata, cualquier Tisbe gallega... corita(5) en cogote, gallega en ancas, ran mujer de pullas para los que pasan" está describiendo a las ventaneras, costumbre que tenía un nombre legal: solicitación... al trato torpe.

So capa del desenfado burlesco, Quevedo es de una profundidad aterradora. Toda su poesía recuerda un cuadro del Bosco por las descripciones que hace de la corrupción y relajo de costumbres del Madrid del primer cuarto del siglo XVII.

La rechifla con que describe el Manzanares es deliciosa: "Tieneme del sol la llama tan chupado y tan sorbido que en mi se mueren de sed las ranas y los mosquitos". Y es facistol de chicharras en la solfa de lo frito el aprendiz de río que lleva penosa vida condenada de charquillos, merendero de tusonas y de mirones que bajaban a ver las ninfas desnudarse en el arroyo estantío... muy hético de corriente, muy angosto y muy roído, con dos charcos con muletas... acostado en un puchero el cuerpo y el sueño a gatas", etc.

En las numerosas aceñas que debía contar a la sazón la raquítica ribera del Manzanares observa el paso del tiempo, otra de las preocupaciones de Quevedo: "azudes de la noria de la vida son las horas; ayer ya no es, no existe mañana y hoy es un punto fugitivo... soy un fue y un será y un es cansado..".

Pero hay otro detalle, aparte del panorama jocoso que traza sobre el Manzanares, en lo social y costumbrista con sus lavanderas a las que algún beneficiado baja a ver las nalgas mientras recuden los pañales del niño, con sus trémulas pausas y los mastines de Sodoma que hacen acto de aparición de atardecida, los azacanes o aguadoras, las damas de toldo y arandela o meretrices, los mendigos que acuden a despiojarse, los niños que van a bañarse en las pozas o a jugar al marro, y es la información meteorológica que facilita. Como colofón de lo dicho, el Manzanares, a falta en Madrid de una plaza del Potro cordobés, del Arenal de Sevilla, el Perchel malagueño, el Zocodover de Toledo, el Arrabal arevalense o el Azoguejo de Segovia, punto de encuentro de perailes, pícaros, rameras y gente del bronce, hace las veces de "locus communis", paradero del que va y viene. Garcilaso que debía de ser tan inocente como buena persona y mejor poeta ve al Manzanares lleno de cisnes, ninfas y nereidas, utilizando un tropo muy común entre los poetas del Renacimiento en su afición a la mitología. Era mucho pedir. La ribera del Manzanares estaba poblada de ninfas pero de otras especie diferente a las que describe Garcilaso. Góngora y Quevedo en su sorna son más realistas al tiempo que nos proporcionan valiosa información sobre el referido "locus amoenus" que no era tan ameno como para mirarlo con ojos idealistas sino realistas.

Por tales trazas el siglo XVII debió de ser seco. Se había producido un cambio climático en toda Europa. El clima que era lluvioso y bonancible en las centurias precedentes debió de acusar los efectos de una glaciación. En 1666 a causa de esta sequía acontece el gran fuego que arrasa Londres y la plaza mayor en 1634 también se quemó quedando sólo la Casa de la Panadería.

Esta sequía trajo consigo aparejada la hambruna. Mientras, los literatos se toman la cuestión a pitorreo. Eso y empezar las jácaras todo fue uno. Fue tan capona la primavera que no pudo abrir. No hay agua pero no falta el vino. Se alude a los moscos irlandeses cuya borrachez se hace manifiesta en las calles de Madrid o a los moscos tudescos que ingerían una cantara de un golpe en las bayucas aledañas a las escaleras de San Felipe. España se desentiende, se despreocupa. Toros y cañas y autos sacramentales para olvidarse de los desastres de Flandes o los naufragios de la Flota de la Carrera de Indias. Los piratas ingleses estaban siempre al acecho. Ande yo caliente ríase la gente. Aquí cada uno va a lo suyo y eso le saca de las casillas a Quevedo. Empieza una refriega, una lucha entre dos colosos. Los dos tenían un conocimiento eximio de los idiotismos del idioma y no se les iba lo que se dice la fuerza por la boca

Góngora a la vista de la escualidez del "Támesis de los Madriles" y del escuchimizado hilo de agua que vertía en aquellos tórridos veranos exclama: ayer meome un burro y hoy me ahogo. Y se cachondea con la misma insolencia de sus puentes. "Mucho puente para tan poco río" dice del de Toledo, y del de Segovia, "señora puente castellana cuyos ojos están llorando arena" y en otro verso de su letrilla hace referencia a que "los orines de las mulas den salud al río". De lo objetivo se pasa a lo subjetivo y el río de una ciudad va a ser el pretexto para una recia enemistad entre don Francisco y don Luis. La reyerta literaria hará las delicias de los amantes de las bellas letras porque en ella predomina el insulto. Sí pero hay que saber insultar. Además, la sangre nunca llega al río. Y en este donoso cruce de invectivas Góngora llama a Quevedo Anacreonte, melifluo y zambo y putero. Cegato y pelotillero. Quevedo se despacha motejandole de tahúr, mal sacerdote, judío y narigudo. Los dos poetas mayores de nuestro siglo de oro se ponen de vuelta y guerra o a caer de un burro. Lo de ayer meome un burro debió de ser ficción de Góngora pensando en su rival



MEOME AYER UN BURRO

Y hoy me ahogo en aguaduchos de orines. Poco más o menos Góngora y el ínclito Quevedo se mofan a porfía del río de Madrid que no es el Eúfrates ni el Tigris. Más bien un cagadero. Tuvo por afluente el Arroyo Abroñigal que es un río meadero, todo boñigas. Allá donde la villa y corte exonera su vientre, lava sus culpas y antiguamente había verbenas. Por la de San Marquillos el Verde y luego la de San Antonio que es la primera que dios envía. Bajaban allí las ninfas disfrazadas de chulapas, a hacer de cuerpo y viejos verdes tonsurados arrastrando la loba y el manteo al salir del coro las espiaban desde las peñas con un catalejo que el locus amoenus siempre tuvo mirones para el amor de alquiler. Darse un lote de vista y llevarse las manos a la cabeza con un adonde vamos a parar y cómo están los tiempos no estaba mal visto.

El propio autor de Los sueños murmura del rumbo aciago que cobraban sus tiempos. A juzgar por estos versos todo sigue igual en el hombre. Nada cambia:

Todo se ha trocado ya. Todo del revés se ha vuelto.

Las mujeres son soldados y los hombres doncellas.

La obsesión que manifiesta Quevedo por los putos entre los que incluye a Góngora también había gente saliendo del armario en nuestro Siglo de Oro

Por Cuaresma, combates nabales que nabos y cohombros los daba excelente su ribera, lo mismo que cebollas y orondos tomates de un rojo casi lujurioso. ¿Rábanos? Los de su ribera, los mejores. Aunque siempre picaron un poquito. En la costanilla del Ava Pies y el postigo del Avemaría había sinagogas y muchos rabinos. Con el edicto de expulsión muchos de ellos se metieron a frailes y colgaban morcillas y botillos a la puerta de sus conventos por bien parecer. Madrid no es lo que parece. Aquí el personal siempre vivió hacia adentro. Un lastre que arrastramos de nuestros antepasados los judíos. También, se cursa estudios por ser más. Y por mejor parecer. El parecer es el súmmum bonum de los hidalgos de gotera, la honra, el buen criterio. Hasta, sin haberse desayunado muchos días, como nos refiere el Lazarillo se echaban migajas en la barba para anunciar que habían comido. Por ahí vienen los calvos. Observa Quevedo que hay calvas de muchos tipos: sacerdotales, jerónimas, y calvos calvísimos, aprendices de calvo y aquellos que no saben portar su calvicie con dignidad, a lo Anasagastegui, que la por entonces se hacían el recorrido. "Hay calvo que re rebuja para tapar el melón y aparece hecho un basilisco". Aquí estamos yendo y viniendo del "no te jode a nos ha jodido". Vivimos un sinvivir de la política entre el tupé de Sagasta y el recorrido de Anasagastegui, áspero tribuno de la plebe vasca, que, por no saber, no sabe llevar su calva con dignidad.

Luego llegan los sastres. ¿Sastres vienen? Pues al infierno. El ángulo de visión de Quevedo, el de un verdadero buzo de las clases sociales en el maremágnum de gentes con los que le tocó convivir. Odiaba a las viejas, pues no en vano tuvo fama de misógino. A los sastres. A los médicos y a los sacamuelas.

. Ay sí. El Manzanarillos debe de tener la sangre municipal y espesa y por eso y por la mierda que corría en los remansos pasada la Virgen de Atocha se criaban tan buenos tomates, lechugas y pimientos. La villa y corte era un pueblo desde 1606 en que obtuvo el título de capitalidad por orden del tercero de los Felipes. Góngora fue nombrado capellán regio y puede que la ojeriza con Francisco de Quevedo, aspirante al oficio de cortesano y que tuvo vara alta en la ante corte la del valido el Duque de Lerma se debiera a ser los dos contrincantes para un mismo empleo..

Además dice el refrán que quien es tu enemigo el de tu oficio. Aparte de gananciosos de la sopa boba y anhelando un beneficio, una sinecura, una prestamera, los dos eran grandísimos poetas. Los mejores que hubiera jamás en esta lengua. Las rivalidades a muerte se originan precisamente en esos concursos oposición en que los españoles se queman las pestañas memorizando textos que no les servirán para nada sino para colgar un título en la pared y pasarselo a los demás cerrar el pico, aparentar más, ¿veis?

Yo estudio, yo soy algo, más que tú, el origen está en el puñeteros morbo visigótico y buscarse un carguete de por vida a costa de la iglesia que fue la primera que abrió el torno o lotería de las oposiciones a canonjía, luego vendrían las de notarías, que esas sí que son peliagudas o las del ingreso en el Cuerpo Jurídico del Estado o en la Cuerpa mismamente. Luego a tumbarse a la bartola.

Manía del español que quiere vivir sin pegar golpe. Góngora ganó un beneficio en la catedral de Córdoba pero no pisaba la catedral, no iba nunca al coro y tuvo que tener que pagar, como consta en los archivos, multa de muchos maravedís por su inasistencia pero ay amigo obtuvo aquel beneficio a fuerza de codos y estuvo una hora de reloj, en lo que caía la arena por la clepsidra, recitando una tesis de la Summa de Santo Tomás. Tenía un título. Hoy mucho más rentable que aprobar oposiciones es meterse a político y entonar la coplilla gongorina sobre la meada del burro que provoca inundaciones por Madrid.

De nada sirve que fuera si no un mal sacerdote al menos muy negligente -apenas se le conoce haber abordado el tema religioso en su obra- y de origen converso al que asustaba comer jalufo. Pero había ganado las oposiciones. Ayer meome un burro y hoy me ahogo. Agua va. Cuando las dueñas se ponían a arrojar los pericos o servicios de aguas mayores. Góngora se fumaba el Oficio divino y se quedaba en alguna timba o se iba por las rinconadas de la vera del Guadalquivir a la búsqueda de algún efebo.

Sacerdote sin vocación y cura de misa y olla. Por la mañana cátedra de Prima y por las tardes, de sobrina. Ahí nos las den todas. Se da la buena vida y busca, villano en su rincón, una misericordia segura en la que sentar sus posaderos y tener ración por oposición que es para lo que empollaban latín los españoles de entonces y los de ahora se atiborran de temas. Aspiran a un buen pasar, eso que se llamaba antes la vita bona del Beatus ille. Echa la galga, amigo. Tumbémonos a la bartola. Pasan los clérigos con el bonete de tres puntas, las mulas hacaneas con un paxio o artolas cargada de libros camino de Alcalá terciado el manteo y la loba cuajada de cazcarrias y de barro de los charcos del camino. Suben la cuesta los arrieros. Huele a ajo y a vino y a trasudores de Castilla cuando va de el personal trajinante y detrás llegan los ministriles. Un domine con antiparras acaba de pasar camino de su casa a pupilo. Va a dar "lición" a sus gramáticos. Les enseñará algo de gramática parda.

Un morisco cargado de un banasto con hortalizas. Una vieja marivina a la que hiede el aliento podrido del mosto, la cebolla y las caries. Y sigue la comitiva con ministriles, algún jaque arreando un macho burreño de gran alzada y ahí están las lavanderas cantando las coplas del momento mientras restriegan la colada que reúne las bragas de una marquesa y los calzoncillos con palominos de un obispo. Y no podían faltar en esta escena los azacanes cargados de cantaros de agua de nieve. Delante de las damas de toldo y arandela, "cisnes del placer, y fenices del gusto". Abigarrado retablo de tipos y de costumbres. A cada profesión le corresponde un vicio.

Un niño llora y un viejo con su lazarillo canta la oración del Justo Juez. Las capas negras de los letrados se confunden con las capas pardas de los mercachifles y labradores, las tocas blancas de las dueñas hacen contrapunto con los velos negros de las viudas. Cantan los cubos de los carros a los que no se permitía pasar por la puente y han de vadear por el albero salpicando los charcos o hundiendose en el légamo. Estallan en el aire las trallas. Se escuchan algunos juramentos. Algunos carruajes hacen molino y los carreteros se quejaron toda la vida del pontazgo de la Puente Castellana.

Los borrachos de Velázquez se han reunido en un corrillo y coronan a Baco desnudo con una corona de laurel y lo cubren con un manto purpura como el que cubrió las desnudeces de Noé. Uno de ellos que debe de ser fraile huido del convento les sermonea en latines. Nadie le hace caso. Mucho puente para tan poco río sí pero con mucha humanidad viva que se mueve por abajo y por arriba. Señora doña puente Castellana, tus ojos están llorando arena.

La literatura estando más allá de la imagen que en encandila y decipit (decepciona), según los escolásticos, es vividura y transcendente. La imago es una noción ficticia de lo intrascendente. La imagen destruye y deslumbra pero la palabra o el concepto construye e ilumina. El arte de la palabra va mucho más allá de la cinemática y el cine es cínico pues poseen el mismo étimo griego; "kinos" designa al movimiento pero también al perro.

Quevedo y Góngora que son a la vez culteranos y conceptistas nos llevan por las altas sendas de la imaginación. Nunca frisó nuestro idioma tan alto como en estos dos vates, tan diferentes y tan parecidos. Esta trifulca sobre el río de Madrid en el que coinciden descriptivamente pero que luego van a desenvainar, por rigurosidades e inquinas personas que no hacen al caso, las plumas, convertidas en lanzas. ¡Y qué lanzas, madre mía! Al ver lo que escriben el uno del otro los ahora políticamente correctos, escritorzuelos de toma chicha y nabo, se llevan las manos a la cabeza y gritan:

-Insulto. Insulto.

Pero hay que saber insultar, señores míos, y hacerlo con cierto salero. No ese desmantelamiento que les es propio a los anti-castizos.

La literatura, insistimos, es vividura. Y vividura profética. Por eso mismo cuando nos encontramos en un libro donosamente escritos nos asalta la impresión de haber estado en aquel sitio, en aquella casa o a la vera de aquel río que nos pinta el autor. Uno ha subido y bajado unas cuantas veces por el Puente de Toledo y está familiarizado con el genus loci y los manes madrileños.

Nos han sucedido aventuras. Vimos no a las ninfas y nereidas pero sí bastante ninfas del cantón que en el Cerro la Plata cobraban a duro el "polvo". Niños y militares sin graduación algo menos y una paja tres pesetas. Algunos fuimos iniciados en el amor a tan módico precio por la Josefa una sacerdotisa de Venus al aire libre, que venía de Valencia, culona, de amplias tetas, tenía un poco de bigote pero compensaba. Cela dixit.

Hemos visto desfilar a los pastores de la mesta. A los jaques sacamantecas con la "poderosa" entre la faja, y a los mismos borrachos de Velázquez dar tumbos por las bayucas aledañas a la catedral de san Isidro que ya estaban abiertas hace cuatro siglos. Nos hemos puesto la coroza de los penitentes que salían en Viernes Santo detrás de un paso al lado de las vestidas de dolorosas luciendo cuerpo y jeme.. Tan chulas y presumidas ellas. La religión aquí estuvo íntimamente relacionada con el sexo.

Acompañar al Santo Entierro era un pretexto para lucir su cuerpo serrano. Debían de ser las mismas damas que acompañaban a Felipe IV tan salaz como piadosísimo a los triduos y oficios de las Cuarenta Horas que organizaban los jesuitas. Nuestro catolicismos es áspero, algo tristón y pasionista. Ya lo decía don Francisco: "Católica y cruel Majestad".

Hemos padecido y gozado de situaciones similares a las de Quevedo o a las de Góngora. Los genios en sus escritos nos invitan a hacer un viaje hacia el futuro. Ay Madrid que te quedas sin gente, la ciudad por la que ha discurrido gran parte de nuestro vivir. Universidad de picaresca y de misticismo. Aquí la luz tutela y es tan ardiente que acaba destruyendo. Madrid me mata a mí. Madrid te mata a ti. Por eso tanto le queremos.

A veces tuvo aire de sepulcro. Cuando Dámaso Alonso se refería a un millón de cadáveres ambulante sabía bien lo que se decía. Con algo de sepulcro pues todo en la vida es cárcel y todo en la vida es sepulcro.

"Del vientre a la prisión

vine en naciendo

de la prisión iré al sepulcro amando

y siempre en el sepulcro

Estaré ardiendo.

¿De amor? Por supuesto. Quevedo y Góngora que conocerán tan bien a las mujeres las dan poca importancia. Lisi la amada inmortalizada en el soneto del polvo enamorado es un accidente. Don Francisco lo que conoció mayormente fueron las Lisis a la vera del Manzanares, las tusonas, busconas y godeñas, en particular las hijas de la Verde Erín cuya arribada a la Corte desde la católica Irlanda era todo un acontecimiento, y que tanto le entusiasman, tan mal vestidas como bien hechas, un tanto inclinadas al mosto, las coritas asturianas y gallegas de ancas triunfales, que con una mano te abrazan y con otra te hurgan la faldriquera.

¡Ah las dulces mozas querenciosas del oro, todas del partido de Santo Tomé, zamarreando por la orilla del río estantío "en esta capona primavera que no pudo abrir un lirio".

No le gustaran a Quevedo, a lo que se ve, mucho los ríos; lo intuía, estaba oliendo el poste. Parece sentir en sus versos las humedades reumáticas de aquella mazmorra a orillas del Bernesga, del Órbigo y del Castro que son cachirríos y del Duero meninos (por afluentes). Allí le esperaban las sombras. Todo en la vida es cárcel. He ahí otro signo del poder premonitorio que mueve la pluma de los que escriben, sobre todo, si lo hacen bajo la luna de la inspiración y el poderío que brinda la introspección profética.

No se entiende muy bien esa tirria que le inspira don Luis. ¿Serían ramalazos de ese anticlericalismo proteico que se detecta en toda la literatura castellana? ¿Odio de clérigo? ¿Rija de opositor a Corte?

Yo te untaré mis obras con tocino

porque no me las muerdas, Gongorilla,

perro de los ingenios de Castilla

Docto en pullas cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino.

Que aprende sin Christus la cartilla,

Chocarrerías de Córdoba y Sevilla.

Y en la corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega

siendo rabí de la judía,

Cosa que tu nariz no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía,

aunque esto de escribas se te pega

Por tener de sayón la rebeldía.

Duros epifonemas. Le tacha de judío converso y de maricón (poco hombre) y de narigudo.

La odiosidad debió de nacer en el complot contra el Duque de Lerma que significaría la caída del Señor de la Torre de Juan Abad de patitas en el destierro. En su invectiva apunta un dato de una gran solidez histórica que ha sido poco estudiado: la influencia que tuvieron los criptojudíos en la corte de Felipe IV a través de los jesuitas. Pero se da asimismo la paradoja de que Quevedo se va a coger a la protección de los jesuitas y durante sus presidios y destierros sus amigos serían los jesuitas y su biógrafo sería un jesuita. En otros epigramas censura a su rival su afición al juego: tahúr, poco cristiano, mal clérigo. Misal apenas. Naipe cotidiano. Capellán del rey de bastos que en Córdoba nació. Murió en Burgos. Y en Pinto le dieron sepultura.

Por su parte Góngora en un poema escrito ahora justamente hace cuatro siglos dice de Francisco de Quevedo lo siguiente:

Anacreonte español, no hay quien os tope,

que no diga con mucha cortesía

que ya que vuestros pies son de elegía

vuestras suavidades son de arrope

¿No imitareis al terenciano Lope

que al de Belerofonte(6) cada día

sobre zuecos de cómica poesía

Se calza espuelas y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos

dicen que quieren traducir al griego

No habiendo mirado vuestros ojos.

Prestadle un rato a mi ojo ciego(7),

porque a luz saque ciertos versos flojos

Y entenderéis(8) cualquier gregüescos(9) luego.

El soneto gongorino tampoco tiene desperdicio. Tilda a su oponente de poeta descuidado, suave, zambo, mal caballero(10), espadachín y matasiete. Y le pide que le ponga la mano en el culo para escuchar una ventosidad de sus adentros. Góngora no se tira un farol. Se tira un cuesco.

La polémica entre los dos grandes literatos, aunque profusamente estudiada por la erudición, ha dejado inédita una idea importante: el enfrentamiento de Quevedo, caballero de la orden de Santiago, que ridiculizó a los que querían hacer santa patrona de España a una judía Teresa de Jesús, y los cristianos nuevos. Tanto él como Lope -éste de una forma más superficial- tomaron partido por los cristianos viejos.

De modo que sus diferencias con los conversos, que tanto nombradío e influjo trujeron bajo el mandato del valido del Rey, el Conde Duque de Olivares, y su aireamiento con los franceses que tenían el criterio de que la Santa Sede había caído en manos de los judíos, pudo ser un motivo de su detención y posteriormente su encarcelamiento en San Marcos de León durante un quinquenio. Una flagrante injusticia.

Al parecer, el mejor escritor en lengua se movía en contextos políticamente incorrectos para su tiempo. De todos modos, espíritu crítico y valiente, mete el dedo en la llaga y descubre uno de los enigmas de la historia española y las causas de su decadencia.

Aunque cegato, su pluma era certera, y su visión de aguila caudal que diquelaba desde muy lejos.

Su fama de chistoso y jaranero que tiene en la cronología hispana, donde todos los chistes guarros se atribuyen a Quevedo, no se compadece con la hondura de su pensamiento tan español, tan entero. Miré los muros de la patria mía. ¿Acaso este postergamiento y ninguneación a que se someten sus obras, más citadas que leídas, sea otra venganza judía?

Mientras tanto las aguas del Manzanares siguen fluyendo enterradas bajo un bunker de hormigón por decreto de los nuevos munícipes faraónicos anhelosos de convertir a este afluente del Tajo que pasa por los Madriles en un nuevo Guadiana. Pronto lo harán navegable y habrá choque de escuadras y batallas "nabales" por menos de un pimiento. Es igual. Ayer meome un burro y hoy me ahogo. Ay, Manzanares, Manzanarillos, en ti se mueren de sed las ranas y los mosquitos.

14 de agosto de 2008

1. Todo este mundo es prisiones;

Todo es cárcel y penar.

Los dineros están presos

en la bolsa donde están

la cuba es cárcel del vino

la trox es cárcel del pan

la cáscara, de las frutas

Las espinas del rosal.

El cuerpo es cárcel del alma,

la tierra es cárcel del mar

2. Fue cliente del figón de Juan Lepre que abría sus puertas en la calle Huertas de Madrid. Parroquiano de ese establecimiento fue también Diego Velázquez y alguno de sus comilitones del jarro le sirvieron de modelo al cuadro Los borrachos

3. Casa de tolerancia (Germ.)

4. En la fiesta de san Lucas el 18 de octubre se solían impartir los grados a los estudiantes

5. Corito, asturiano. En el siglo XVI las gallegas, asturianas y vizcaínas no gozaban de buena reputación.

6. Belerofonte, el hijo de Neptuno, que montó a Pegaso y venció a la Quimera

7. El culo

8. Por oír

9. Pedo

10. Quevedo fue el caballero de las espuelas de oro. Su defecto físico no le impedía ser un consumado experto en la equitación.

 

REPOBLACIÓN FORESTAL Y DE ARBORIBUS DE PLINIO


Muchos en Galicia y (en Asturias menos) se quejan de la erradicación de las especies autóctonas (roble, castaño, ablano, alisio) y sus sustitución por flora exógena (eucalipto, pino, kiwi) y achacan al régimen franquista de haber liquidado el gran patrimonio forestal de la región pero eso es una verdad sólo a medias porque consta que el eucalipto fue importado por indianos importado de California y de Australia para las minas sus troncos eran buenos afustes de entibación.

Con respecto a la repoblación del pino, ésta data de 1941 y se realizó en no pocas aldeas y comarcas mediante el trabajo comunal de sextaferias. A tal fin fue utilizado el pino basal (no piñonero) de crecimiento rápido y que es el orgullo que vigila nuestros valles desde lo alto de las cumbres. El pinar protegería al castañar, la aliseda y el ablanedo.

Mírese como se mírese la gran riqueza de Asturias se cifra en ganadería, el huerto y la explotación maderera.

Ojala nuestra juventud torne al campo y a la vida de aldea. No hace falta saber latín ni leer a Plinio o a Horacio que ya en los primeros siglos de nuestra era hablaron de las bondades de la cuestión rústica “De re rustica” para ser feliz y vivir acordes con la naturaleza.

 

Fr. HERNANDO DE TALAVERA EL ALFAQUÍ CELESTIAL O EL FRACASO DE LA TOLERANCIA


Metido como estoy en harina de conversos voy y vengo de Alcalá me pierdo por las empinadas callejuelas de Toledo, en demanda del espíritu que fraguara el sueño mesiánico del imperio. Al cabo de muchos años entiendo lo que dijo Golda Meir sobre el establecimiento de nuestras relaciones con Israel corría el año 1973 en una conferencia de prensa en un hotel cerca de Hyde Park:

—España para nosotros los judíos no es un país como los demás.

Fue un canto a Sefarad enhebrado por aquella quijotesca tigresa que llevaba un bolso como el de mi abuela siempre de luto de donde extraía una cajetilla de tabaco negro. Sentí reverencia y pasión por aquella mujer de los cabellos grises que le daba importancia escasa a cosas tan trascendentes como el look y que, habiendo ganado dos guerras, se convirtió en la mayor estadista del siglo XX su liderazgo controvertido y discutido por los de su propio partido laborista y por el Likud. España no es un país como los demás. Idea mesiánica. El sionismo anda metido en los fregaos de ganar la tierra prometida que a España le costó nueve siglos. Es una historia de sangre, sudor y lágrimas, expulsiones, enajenaciones, llantos y martirios porque es duro para cualquier ser humano tener que abandonar su casa, dejar sus enseres, ver por última vez los muros de Jerusalén o de Granada. Es lo que está ocurriendo a día de hoy en Palestina. Todo Oriente Medio es una hoguera. No conviene olvidar la historia maestra de vida. Veamos un caso:

A fray Hernando de Talavera (Talavera de la Reina 1428- Granada 1507) le llamaban los moros de la Alpujarra el “alfaquí celeste” por sus titánicos esfuerzos de adaptar y convertir la religión del Crucificado al credo mahometano.

Su intento fracasó pero queda ahí para la historia, como conato de buena voluntad y como testimonio de que el Bien no gana siempre y sucumbe a los intereses y egoísmos seculares, quiere decirse, el Mal.

Conviene, pues, no dar de lado a la Historia.

Fray Hernando era un monje jerónimo conocido por sus virtudes: bondad, recogimiento y vida austera. La Reina Católica lo eligió por director espiritual.

Sobrino de don Fernando Álvarez de Toledo, el Duque de Alba, aprendió a leer y escribir en la escuela catedralicia de Oropesa, se graduó en Salamanca. Tomó el hábito de la orden (hábito blanco y escapulario y cogulla parda) y llegó a ser prior del monasterio más prestigioso que había en España en aquel tiempo: el convento vallisoletano del Prado.

En una visita a aquel recinto la Reina se confesó con él. Elevado a la mitra de Ávila, sería más tarde preconizado arzobispo de Granada.

Es designado confesor regio, cargo en el que fue sustituido por Cisneros que se convirtió en su alter ego. La otra cara de la moneda. La dulzura y la bondad del jerónima chocarían con la aspereza y austeridad franciscana del Regente, aun siendo así que ambos eclesiásticos venían de familias oscuras, recién convertidas del judaísmo.

Si el uno era partidario de la bondad, la tolerancia, la mansedumbre para con el moro hasta el extremo de ser el primero que introdujese la lengua vernácula en la SRI, cinco siglos antes de las constituciones del Vaticano II, y para atraerse a los musulmanes ordenó en su diócesis de Granada que se permitiera decir la misa en árabe, ordenando a sus sacerdotes que aprendiesen esta lengua, mientras su contrincante, fray Francisco Ximenez de Cisneros, mandó que se quemase in alcorán en la puerta de Bibarrambla.

Bien es cierto que todos los manuscritos en letra cúfica sobre astronomía, medicina y ciencias naturales, un tesoro bibliográfico, se los trajo para Alcalá. Un gesto que es de agradecer por los historiadores porque, gracias al cardenal Cisneros, se pudo conservar gran parte del acervo de nuestro pasado mahometano: la sabiduría, literatura y los relatos de los cronistas musulmanes sobre las contiendas de la Reconquista, y su versión distinta de los hechos.

Que hoy se pueden leer en la Biblioteca Nacional.

Talavera y Cisneros forman un dúo de contrastes.

El cardenal partidario del puño de hierro y de que la letra con sangre entra. El arzobispo guante de seda. Una gota de miel puede más que veinte jarros de vinagre, según Francisco de Sales. La fuerza de la razón contra la razón de la fuerza. La paz y la guerra. Ganó la guerra.

La política de apaciguamiento del arzobispo Talavera consiguió el bautismo en masa de los pobres moros con gran escándalo de los imanes que se echaron al monte y ello daría lugar a la guerra de las Alpujarras últimos reductos del Islam; una pavesa que tardaría en extinguirse más de dos siglos hasta 1609.

Cisneros, más drástico e inmisericorde, fue más efectivo.

terribles como las de religión las medias tintas no valen. Es el todo o nada.

De Fray Hernando, el “alfaquí de Jesucristo” algunos moriscos se le reían en sus propias barbas. Herencia de Caín pero venimos de la Historia Sagrada. También España es sagrada aunque traspasada de un furor cainita.

Fray Francisco, por el contrario, aquella galga en pieles, como le llamaban, enteco solemne una nariz prominente, siempre friolento, (combatía su hipotermia con tabardos y ropones y debajo de sus vestiduras elegantes de cardenal llevaba el áspero sayal franciscano) el mentón saliente un prognatismo que denotaba su demoledor poder de voluntad odiado y temido por sus súbditos.

Los escándalos y motines a causa de la desacertada política del arzobispo de Granada con sus neófitos llamaron la atención del Santo Oficio. El inquisidor de Córdoba un tal Lucero lo mandó “empapelar”. Se le abrió proceso por judaizante pues por línea materna venía de conversos, no obstante que su padre fuese de sangre azul emparentado con la Casa de alba.

La inquisición no andaba con miramientos. El fiscal Rodrigo Deza ordenó encarcelar a su madre y a su hermana bajo la acusación de herejía judaica. Cisneros que pese a su rivalidad era amigo del arzobispo consiguió que las liberaran y elevó una súplica al papa Julio II y, gracias a tan poderosas influencias, el abogado defensor de las encausadas, que era Pedro Mártir de Anghiera, logró rebatir las incriminaciones de Rodríguez Lucero.

El tribunal dictaminó la completa inocencia de Hernando de Talavera y sus hermanas.

El arzobispo de Granada, quebrada su salud por los disgustos del proceso, falleció a los pocos días de la sentencia absolutoria el 14 de mayo de 1507. Cogió una pulmonía a causa de haber participado, descalzo y encapuchado, como un penitente más en la procesión de las Angustias.

Tuvo sus intervenciones, como confesor y consejero regio en política, con suerte alterna.

Dicen las crónicas que contribuyó a las paces con Portugal después de los disturbios sucesorios de la Beltraneja. A los Reyes Católicos aconsejó mano dura—por una vez— y firmeza con los nobles levantiscos. Isabel acabó con el feudalismo de los señores de Galicia y Asturias, mandó desmochar las almenas de sus torres y derruir sus propiedades. Sin embargo, a Colón le hizo la higa. Le parecía descabellada la idea de un viaje a las Indias orientales, y que pedía cantidades exorbitantes cantidades, montes y morenas, para la empresa, cuando las arcas de Castilla estaban exhaustas después de la conquista de Granada. En la vida de todo ser humano una de cal y otra de arena. Pese a todo, llevó una vida ejemplar de inmaculado sacerdocio.

Escribió algunos tratados de moral donde resplandece su ortodoxia y su acendrado espiritu cristiano, basado en la caridad y el amor al prójimo.

Creo que su proceso de canonización no está incoado pero lo merecería. El calvario y persecución que tuvo que sufrir este buen obispo manso, por causa de sus orígenes, le colocan en las gradas de la tortuosa escalera que lleva al cielo a través de los peldaños del sufrimiento y del martirio a la santidad.

Y eso me afirma en mi resolución de que el catolicismo hispano se acuñó como moneda de oro en un troquel mesiánico y converso

ELOGIO DEL TABACO SOY UN VIEJO FUMADOR EN PIPA

 Diga lo que diga Aristóteles y su docta cabala

el tabaco es divino

nada lo iguala