2021-03-19

 



CARTA A TOMÁS SALVADOR, UN VETERANO DE AQUELLAS ENCRUCIJADAS.

Querido Tomás: Yo sé que me escuchas encaramado en lo alto de una garita, sita en los cuernos de aquella estrella, una de esas estrellas de las noches de noviembre, mes de las ánimas, de los duendes y los aparecidos, en esta tierra que abandonaste ya va para tres lustros.

Centinela en tu garita, contemplarás las heladas aguas del Lago Ilmen, que fue para ti como una especie de mar de juventud y así recordarás los días pretéritos como cuando estabas apostado en un pozo de tirador frente a la estepa. ¿Te acuerdas?

Hoy siento angustia, no precisamente una angustia de tu ausencia, sino el desaliento y el desazón ante el panorama que me circunda. Alzo la mirada y la primera impresión que atrapa mis ojos es que todas aquellas cosas contra las cuales tu pusiste tu vida al tablero allá en la lejana Rusia son materia triunfante.

Esta angustia que me embarga viene tapizada de hojas amarillas, que, como un sudario de antiguo esplendor yerto, se derrumban sobre nuestros parques.

La nieve ya corona las sierras y la lluvia otoñal desparrama sus aguaceros mientras a través del perfil de de mi ventanuco oigo pasar a las bandadas de aves migratorias rumbo hacia el sur. Son el mejor presagio de la llegada del invierno.

Las emisoras españolas radian historias de mareas negras. La mancha de petroleo del “Prestige” amenaza por el noroeste mientras por el sur siguen de arribada las lanchas y pateras del flujo inmigratorio que no no cesa.

Las cabeceras de los periódicos refieren matanzas y venganzas en espiral que no cesa y se enrosca como la cola del dragón apocalíptico, con surtido de eternos golpes y de contragolpes. El problema palestino, como el del hombre mismo, carece de solución y la tierra mientras tanto parece que se empeña en parir sombras.

A costa de los coletazos del dragón encadenado cuyo perpétuum mobile no es sino el estrago y la destrucción, llámese terrorismo, fundamentalismo islámico u horda migratoria incontrolada, que están dando lugar a una presión demográfica y a un corrimiento de pueblos como se desconocía de la invasión de Roma por los bárbaros en el siglo quinto, o llámense mafias con sus secuelas de inseguridad ciudadana que se cierne sobre nuestras ciudades, tanto como la pornografía dura, la pornografía blanda y la pornopolítica, el galeón de nuestras vidas puede irse a pique.

Por eso y por muchas cosas más esta tarde triste del mes de difuntos un sentimiento de zozobra me sobrecoge. Se me ha formado un nudo en la garganta. Es como si tuviese miedo por este mundo que me rodea tan frágil, siempre a punto de estallar. Dicen que siempre fue así pero ahora vivimos una guerra mucho más terrible si cabe que la que tú conociste a orillas del Voljov. Porque el enemigo no está fuera sino dentro de nosotros mismos, Tomás Salvador.

Valentina Yushina me pide, con motivo de cumplirse el sexagenario de la batalla de Stalingrado, unas lineas para traer a colación la magna efemérides, en la que perecieron cerca de trescientos mil alemanes y que sería el primer golpe de azada con que Hitler excavó su propia tumba.

Poco es lo que yo puedo aportar de mi propia cosecha, pobre de mí, que no haya sido consignado de antemano a la hora de contar aquella gesta que duró desde agosto de 1942 hasta febrero del año siguiente con la capitulación de Von Paulus. Se han escrito miles de libros y documentos al respecto.

Pero hay una idea que no quiero dejar pasar por alto sobre todo después de haber releído tu gran novela, que aborda el cerco de San Petesburgo (Leningrado) por fuerzas alemanas y que lleva por título “División 250" y es el carácter homérico de aquella conflagración. Como si sus participantes asistieran a una alta ocasión que no volvería a repetirse en siglos.

Este libro tuyo, Tomás, es un canto a la Rusia eterna en la que se barajan una serie de nociones proféticas a las que no habría de perder vista para comprender la actualidad y que se resumirían en dos apartados:

l.- Las guerras de exterminio con sus miserias, inanidades, flagelos y heroísmos, se organizan en los altos despachos de las finanzas, pues todas responden a intereses económicos, por unos pocos, para que sean muchos los que padezcan sus consecuencias.

2.- Europa haría mal en vivir de espaldas a Rusia, un país que viene a ser su reserva espiritual y apéndice de sus propios sueños. Tolstoi, Pushkin, Gogol, Tchaikovsky, Rimsky Korsakov son manifestaciones de ese genio europeo tan precisos como el de Descartes, Kant o Shakespeare. Un talante que tiene mucho que ver con el cristianismo.

Sólo ambas ideas harían a tu División 250 altamente recomendable pero hay en sus páginas otros atributos.

En él se respira la poesía de la guerra, la esperanza de un mundo mejor, la compasión y el perdón hacia todos los que padecen los rigores del campo de batalla cualquiera que fuere su insignia.

Tú ya sabías por eso mismo que las generaciones futuras no os iban a entender, pero no importa. “División 250" es en la actualidad un libro descabalgado, fuera de catálogo en España, y en Rusia son pocos los que lo conocen pues no creo que haya sido traducido. Están pidiendo a gritos la mano de un traductor para que el público lector de aquel gran país pudiese tener la versión de la otra parte, desde los que disparaban de este lado de las trincheras. Además es una obra de arte y las obras de arte están por encimas de las caducas maniobras de la política.

Pero surge siempre una mano negra, dispuesta a impedir que los hombres de buena voluntad se entiendan. Esta ignorancia y este olvido en que ha caído tu obra, Tomás Salvador, me pone muy triste.

Esta noche al escuchar los estampidos de los cañones de Stalingrado es como si escuchase las campanas tocar a clamor por los cerca de cincuenta millones de seres humanos que murieron en aquella gran tragedia. Cuando las guerras estallan dicen que la verdad causa baja y nace la propaganda. Las guerras carecen de criterios estéticos. Por eso precisamente.



AL PADRE HUIDOBRO VIVA LA CUARTA BANDERA SEGUNDA PARTE DE MI GLOSA SOBRE LA NOVELA LEGION 36

 


Mineros asturianos en la universitaria “legión 1936” de pedro García

 

Lo más terrible del cerco a Madrid durante la cruzada para los nacionales fue el miedo a los dinamiteros asturianos. Fueron llamados por Miaja el general asturiano que mandaba la defensa de Madrid un acierto estratégico que prolongaría la guerra tres años. Expertos en explosivos los barreneros astures famosos por su valentía y pericia dinamitaban las enemigas trincheras.  Era la guerra por debajo. Hasta hoy día puede irse andando desde la dehesa de la Villa hasta la casa Campo sin salir a superficie. Mucho temían a ese ronroneo de las palas y los picos trabajando a diez metros de profundidad; era un ruido imperceptible que detectaban los geófonos. Excavaban galerías subterráneas desde los sótanos del Clínico y llegaban hasta los parapetos. Gracias a los mineros Franco tardó tres años en conquistar Madrid en lucha sórdida. Los soldados republicanos se convertían en topos y resultaba difícil dar con la madriguera. Los hombres de Miaja, un artillero experto en poliorcética que se había distinguido por la construcción de blocaos en la guerra del Rif, pasaron a ser así adalides en el arte de la resistencia. Se trataba de un nuevo tipo de guerra. Volaban los parapetos, saltaban hechos añicos los caballos de Frisia. Al topo no lo detectaban los centinelas. La novela  de Pedro García Suarez relata esta experiencia bibliográfica. Su novela es antibélica, al estudiar la psicología de aquellos hombres en medio de una lucha cuerpo a cuerpo conscientes de que muchos van a morir en plena juventud. Relata el tedio, el barro, los piojos, las ratas, el olor a letrina, at los sacos terreros, el batallón de castigo, alcohol, las purgaciones y la miseria de los atrincherados de un lado y otro. Se podía morir de forma absurda como el pobre galleguiño al que le entró un apretón después del relevo de una imaginaria. Mientras hacía sus necesidades un ruso lo mató. La guerra para el autor de este libro tenía muy poco de heroica. En la trinchera se jugaba al poker, se discutía, se reñía, se blasfemaba. Se contaban chistes obscenos pero no había mujeres como en la otra zona. Las milicianas merodeadoras causaron más bajas entre los rojos a causa de las enfermedades venéreas y los descuidos que los tiros falangistas. El protagonista Juan Ramón nos asegura que la batalla de minas era la peor. Un hombre podía morir de un balazo o sucumbir destrozado por una bomba de mano lafitte pero no volar en alas de un volcán de dinamita y ser enterrado vivo entre los terreros. Por eso los gastadores de la legión enfilan con una pala en bandolera. y un pico. Los combatientes del Tercio que tuvieron que vérselas con los dinamiteros de Mieres para conjurar el tedio de la espera a la muerte se entregaban en la chabola a juegos de azar. “cuando desfila la banda detrás vienen las cornetas las mueres se entusiasman y enseñan las tetas… tururú," mientras bajo a diez metros de profundidad muchos hombres españoles como nosotros cavaban la tierra y arrastraban vagonetas imbuidos de un azaroso frenesí”. Madrid era un Madrid distinto y distante aunque a menos de dos kilómetros de distancia cercado de alambradas de centinelas y de pozos de tirador. Sobresalía en el paisaje urbano el edificio de la Telefónica mordido a cañonazos. Los artilleros afilaban el alza contra la Avenida del Quince y Medio: Gran Vía. No era el Madrid que él había conocido de estudiante y que contemplaba desde su chabola. Fue muy lluviosa la primavera de 1939. Se suspendieron las hostilidades. Entrambos combatientes calados hasta los huesos bastante tenían con combatir no a los rojos o a los fascistas sino a las pulmonías. García Suarez nos relata la muerte heroica del páter de la Bandera el padre HUIDOBRO, Padre Cabal, en la novela que fue alcanzado por un disparo de ametralladora cuando pasó al otro lado para dar la extremaunción a un soldado republicano que gritaba confesión. Los legionarios colocaron un monolito en el lugar donde cayó en la Cuesta las PERDICES. Al pie del mismo yacía siempre una corona de rosas frescas. CUANDO yo pasaba por allí todos los días camino del trabajo le rezaba una oración. Los socialistas han mandado derribar el monolito que estaba a la puerta del cuartel general de los espías el CNI. Pese a todo, el nombre de este santo jesuita páter de la IV Bandera siempre me hará sonreír dentro de mi corazón.

 

Por las páginas de esta novela reportaje desfilan las peculiaridades de la vida legionaria: la disciplina, el paso ligero, el saco terrero, los malos eran enviados a primera línea para convertirse en carne de cañón, la mirada altiva bajo el chapiri, el cafard,  mal du blé o aburrimiento el terrible cafard del siroco africano, las ratas, las cantineras, los encuentros con el enemigo a bayoneta calada y el salta parapetos. No se comprende cómo pudieron entrar en Madrid las avanzadas de Millán Astray con paso incierto y tambaleante pero dicen que los legionarios van al vino como los mosquitos a la sangre y que el morapio les infunde valentía. Estas peculiaridades convierten a estos recios soldados alistados en una Bandera del Tercio en tropa de elite siguiendo la tradición de la infantería española que fue temida en toda Europa durante varios siglos.

 

SOLILOQUIOS AGUSTINIANOS FRENTE A UN HIERÁTICO TETRAMORFOS

Dios, la existencia del mal, la intervención diabólica en el mundo, el poder de la gracia, lo engañosas que pueden resultar las formas terrenas para un ser creado para la eternidad son algunas de las ideas que repetidamente y con pulido decoro, a lo largo de párrafos impregnados de retórica, va dejando caer el divino Aurelio Agustín en el transcurso de su dilatada obra.

Con parsimonia platónica advierte que no existe el mal (todo un golpe de claxon al mundo actual) sino que consiste en la privación del bien y de la libertad.

Para el obispo de Hipona éste se cuenta íntimamente relacionado con el Verbum Bonum como entidad creadora. Quiere decir lo mismo que Dios, un concepto que entrevera el autor con las equipolencias trinitarias.

Y a ese Dios, por lo mismo, trata de definir a base de una concatenación de cualidades negativas: insondable, indeterminable, no circunscrito, intemporal, inefable, imperceptible, inmutable.

Luego lo trasvasa a la categoría de potencia creadora puesto que la divinidad inmanente y trascendente es toda vez trascendente, pasible, activa, contemplando al hombre como criatura asomada, supeditada y revertida hacia ese Verbum del que depende y que se nos ha manifestado por su epifanía en la persona de Cristo.

Aquí puede haber truco pero todas las religiones e incluso la de Agustín que es la más perfecta se reservan el derecho de sus propias añagazas a la hora de dar explicaciones a lo inexplicable. Es el derecho a la duda y al beneficio de la trampa.

Sin embargo, el lenguaje de Agustín tiene un aroma de eternidad tanto cuando se refiere a ese dios centro de la creación como un figulus (alfarero) como cuando se compadece de aquellos que desconocen a Cristo, no lo buscan, no le aman y viven en el infierno de su lejanía, desterrados del amor. Viven alejados del sumo bien y enajenados con la libertad llevando una existencia anodina e insípida que los convierte en seres devorados por sus propias pasiones. Aquí Agustín puede que esté haciendo sonar los timbres de cara al hombre moderno al que reprocha su voracidad (edacitas) y el vivir empecatados, que no es vivir, de nuestra sociedad.

Pero en tiempos del santo obispo, sepamoslo para nuestro desconsuelo, era también lo mismo que en la rabiosa actualidad. El hombre no tiene solución. Es como Israel.

Llevamos una existencia anodina e insípida que nos convierte en alimañas devoradas por sus propios semejantes. Somos siervos de las pasiones y alentamos en la cueva de los propios vicios.

Echa el escritor una mirada a cuanto le rodea y no puede por menos de sentir angustia. Las cosas transitorias del presente han de ser toleradas, nunca buscadas, porque esta vida no es sino un destierro, el que brinda la concupiscencia y las cosas del cuerpo.

De ahí brota el drama trágico del ánima agustiniana que con tanto entusiasmo de verdadero neoplatónico observa y canta la obra de la creación y hasta llegó a amarla cuando se enamora de aquella esclava númida que le dio a su hijo Adeodato, aunque nunca pudo desvestirse jamás del lenguaje retórico y de los resabios maniqueos de su juventud.

El mundo no es mas que un reflejo imperfecto del Súmmum Bonum, exclama cuando desengañado de las cosas humanas y de los estragos que debió de causar en él su pasión amorosa opta por la conversión. El amor humano nunca será capaz de saciarnos - es su conclusión- porque cuanto más lo gozas más estraga.

Se echa de ver como el platonismo de los griegos en el obispo de Hipona se une en comunión a la religión de los nazarenos. Este neoplatonismo es toda su fuerza y su savia teológico-filosófica. Una añoranza del edén perdido, una nostalgia del dulce jardín del que fuimos expulsados junto con deseo de contemplar a Dios de frente y sin los óbices de los espejos, enigmas y miramientos constituye el meollo y la enjundia de toda la obra literaria de este romano de provincias.

Es el primero en cantar la melancólica belleza, que siente el eco que le convoca a la eternidad y lo transfigura a causa de un deseo inalcanzable hasta que la muerte rompa ese espejo que nos garantiza visión tan imperfecta del sumo bien y se desaten los nudos de los sentidos que coartan el ángulo de mira. En su pluma resuenan los melifluos coros y los “versos entonados durante la felicidad perpetua que vendrá”. Es así que una de los pilares de la iglesia occidente se nos vuelve completamente oriental. Era de rito ambrosiano y el rito del santo obispo de Milán miraba hacia Bizancio como la puerta de la nueva Roma y la Jerusalén celeste. Hay en toda la obra agustiniana como en la de san Isidoro un gran sentido litúrgico.

El mundo moderno no aspira a esa luz que vendrá sino a la que ahora y en este lugar baña sus pupilas. El mundo actual no cree en las lagrimas. Es fanático de su propia tecnología pero no entiende la estructuración jerárquica con que contempla el autor de la Ciudad de Dios el mundo de los poderes sensibles subordinado a lo preternatural.

Por eso no se extasía con los angeles agustinianos que luego plasmaría Frá Angelico pulsando el arpa de la salmodia incesante. El rasero de medir en ese libro es el illic et tunc (allá y entonces) de los neoplatónicos pero hoy estamos calados hasta los huesos del dios semita que atronó en el Sinaí y para quien los planteamientos no son iguales ni predican la trascendencia sino el hic et nunc de los huesos y de la carne viva. El cristianismo, salvo en las excepciones del jesuitismo y del Opus Dei, que preconizan una justificación por las obras y avenencia con el mundo, no ha conseguido romper con ese estigma, esa tremenda dualidad. Las dos corrientes mentadas se sitúan en una dinámica protestante de moral utilitaria. Pero esto no es católico. Lo verdaderamente católico es la tesis formulada por san Agustín.

Moisés y Mahoma desoyendo la voz del Querubín cifran su esfuerzo en amarrar una existencia y un buen pasar acá abajo. Pero el evangelio grita: “ el que busca su vida la perderá”. Ni judíos ni moros ni protestantes podrán nunca comprender la utopía agustiniana a la escucha de los coros del más allá. Como tampoco su irredento idealismo aunque todos ellos hayan de su lado caído en sus propias utopías e irredenciones.

El alma agustina no teme a la muerte por beber en el torrente de la eternidad. Sus personajes forman parte de una feliz sociedad de ciudadanos supernos los cuales tras las tristes labores de peregrinación en esta vida en el más allá tendrán asegurada su recompensa pudiendo gozar de la hermosura del verbo. No es el ubi el adverbio de lugar sino el ibi. En esta alternancia de demostrativos está expresada toda una forma esencial de vivir y de pensar. Es hasta allá, ese lugar que nos tiene preparado hacia donde los ciudadanos de la Jerusalén Celeste encaminan sus pasos y dirigen sus miradas. Es allá donde entonarán las loas eternas.

Y ¡qué loas, qué cánticos! ¡Qué instrumentos músicos, qué arpas, qué himnodias - concluye se escucharán en aquel lugar sin interrupción!

Esta idea de la majestad solemne del hieratismo del Tetramorfos sólo podrán entenderla quienes alguna vez hayan asistido a unos oficios solemnes en una catedral ortodoxa. Los coros suenan en Kiev, en Moscú, en Atenas. Para Agustín el cristianismo es una perpetua melodía y el hombre ha nacido para entonar alabanzas a la divinidad en el paraíso. Aquí volvemos a topar con la vieja noción de Fides ex auditu. La religión predicada por el Nazareno pide tener buen oído. No entra por los ojos como acontece en sus dos hermanas gemelas. En ese amor a la himnodia que tantas veces salta a los renglones de la obra del Genio de Tagaste se nos revela un apasionado de la armonía.

El protestantismo y la contrarreforma se encargaron de acabar con ella y nada se diga de la revolución francesa pero es con todo una de las grandes estrofas del pentagrama de la partitura del cristianismo. Dios es la belleza, no se cansa de repetir san Agustín en sus entregas.

Es un poco la máxima juanramoniana de no la toquéis más que así es la rosa. No tiene vuelta de hoja. Cuanto más lo expliquemos menos comprenderemos. El dulce obispo nos recuerda que a Xto sólo se le puede conocer por medio del corazón. Ciertamente que su obra vive una contradicción perenne entre el ubi y el ibi, el hic y el illic, una contradicción que sólo se puede superar mediante la tristeza y el vacío que dejan las cosas de este mundo.

Esto es al menos lo que postula el divino quirógrafo a lo largo de muchos volúmenes de letra apretada. No hace en ellos otra cosa que machacar sobre un par de ideas. Quienes se sumerjan en la lectura de los Soliloquia, del Manual de la Contemplación y sobre todo en la Ciudad de Dios tendrán la sensación de estar leyendo siempre un mismo y único libro, como si fuera una película de José Luis Garci.

El problema en el que cae este torrente de imágenes que conforman el estro y el hipérbaton del hijo de Mónica es la iteración y el peligro de círculo vicioso que tiene todo lenguaje cuando se propone trasladar a los sentidos las ideas que palpitan en los arcanos de lo ultra sensorial.

A veces Agustín da la sensación de perderse en el abismo para encontrarse y emerger de nuevo en el alma que renuncia a los afectos. Por eso resulta nada fácil, aunque grata, premiosa, aunque sublime su obra. La lectura de los textos conviene sacarla adelante sin prisa. Algo punto menos que imposible en estos tiempos. Sobre todo cuando la propuesta que contiene se refiere sólo al oído de la fe inmarcesible no a cosas de ámbito concreto y marcadas por las competencias de una realidad demoledora.

Recomienda con frecuencia vacar de Dios, esto es, sumergirse en el abismo infinito, liarse la manta a la cabeza. Perderse. La lectura en estos días serenos y tristes de octubre de los Soliloquia me ha retrotraído a mí, hombre que vivo en los albores del siglo XXI que leo noticias y escucho informativos como el asalto con toma de rehenes de un teatro de Moscú, no puede por menos de llenarme de melancolía. Las cosas han variado poco desde los cuatrocientos en que redacta este autor, con una diferencia que el diablo parece que tiene más fuerza y que los cristianos, que ya en tiempos de Agustín sintieron estremecerse los muros de Roma, hoy se mueven en precario. Los verdaderos cristianos, digo.

Y he llegado a la conclusión de que, de vivir hoy en día, no dejaría de estar considerado el santo de Tagaste como un pobre hombre. Un perdedor, condenado a la anonimia de escritor fracasado y sujeto a los delirios de su página en blanco. ¡Ay esas páginas en blanco de nuestros fantasmas ensabanados!

Zarandeado por el ubi y el hic et nunc de la actualidad todopoderosa viviría volcado hacia el territorio del ibi del más allá. Se le dejaría vivir angustiado por sus propios denuestos a solas con su Dios, un Dios que no suele bajar de su pedestal a los que con tanto denuedo lo invocan. Ubi est deus tuus?

Él fue el que inaugura el inmenso monologo y le busca el pulso a todos los místicos que han seguido sus pasos. A sabiendas de no andar en un diálogo sin respuesta, dicen los que no tienen fe. Ubi est deus tuus?¿Dónde está tu dios?

Agustín es el primero en llamar al Zeus cristiano por su propio nombre y en dirigirse a él a lo largo de miles de páginas de derretidas dulcedumbres en las que el alma siente el aguijón de este destierro y suspira por la Jerusalén celeste.

Fue el gran maestro de los convertidos que en este mundo han sido pero también un consumado malabarista en las artes del disimulo. Nos maravilla y nos encandila hasta cuando hincha el perro a lo largo de sus tratados de largo recorrido y de sus capítulos espirituales, los cuales, pese a todo, siguen sentando plaza de añoranza por ese Dios ausente en nuestra época. Quedaban casi quince siglos para que, cual energúmeno, se alzase Nietzsche contra el teósofo norteafricano pero para sus lectores, entre los cuales me cuento, y que después de cerrar sus Soliloquia nos enfrascamos en este caos audiovisual del siglo de Nietzsche, el Dios de Agustín no ha muerto. Vivirá eternamente aunque sea falso.

28 de octubre de 2002

 

 

 

UNA NOVELA DE SEGISMUNDO LUENGO

Por Antonio Parra.

Tuvo Zamora siempre fama justa de ser tierra de buenos novelistas, escritores y periodistas. Por citar unos nombres: Rufo Gamazo, Agustín García Calvo, Bartolomé Mostaza. Comarca fronteriza, presenta una serie de variantes dialectales y léxicas que son de monto y que honran la literatura castellana desde los primeros poetas del Rimado de Palacio hasta aquel cisterciense que colgó los hábitos por ir a servir al emperador a tierras europeas, y que se llamaba Cristóbal de Castillejo, el defensor del viejo metro castellano en contra de los modernistas italianizantes y que estuvo poco reconocido siempre por los manuales regalistas. Pero eso es siempre Zamora que unos llevan el agua dejando el acarreo de la fama para otros; esto no embargante, es épica desde la primera victoria de los mesnaderos castellanos contra Abderramán III, quien a la puertas de la heroica ciudad mascó el polvo de una de sus pocas derrotas. Al gran emir de los abasidas los acontecimientos de este verano en la peripecia de la Isla de Perejil con las reivindicaciones trasnochadas del autócrata del Magreb lo han colocado en la punta de lanza de la actualidad. Zamora, por más que orillada, es para los apasionados de la literatura fuego perenne. Las largas horas del verano con sus ocios y esparcimientos me han permitido leer de un tirón una bella obra de Segismundo Luengo, hermoso libro y de una acción intensa y trepidante aunque adolezca de los manidos defectos de las producciones primerizas.

Los vagabundos no mueren del autor sayagués fue saludada por la crítica como un suceso y con un alborozado “novelista tenemos” que dejó caer judicante desde las páginas de “Arriba” Eduardo Haro Tecglén - ¡lo que cambian los tiempos, hay que ver este hombre, admirable en su capacidad tornadiza, en qué sitio escribía a la sazón!- y por el propio Camilo José Cela quien había prologado un libro anterior de Luengo, El Duero baja negro. Alfredo Marquerie encuentra en esta novela concomitancias con los maestros rusos. Y todos por lo general se hacen lenguas de ella, dada la agilidad y garbo, sin dar de lado a la riqueza de estilo y a la propiedad del lenguaje en que está escrita.

Aunque el autor sitúa la acción de los “Vagabundos no mueren” a primeros de la pasada centuria lo cierto es que la trama se ambienta en el Madrid de principios de los años 40 con su clima de calma chicha, de refugiados nazis y de agentes comunistas, periodistas incendiarios con una tea en una mano y en la otra el cálamo. Tampoco falta el amor. Precisamente su protagonista, un periodista integro por nombre Patricio, por su renuencia a aceptar aquello que va contra su conciencia, acabará pidiendo limosna. “Los vagabundos” es la historia de un ascenso. El del amor. Y de una caída. El desamor. Lo mejor de su vida, dice, fue Berta, que marcó a fuego a Patricio. Igual que si fuera una res. Berta venía huyendo del Berlín hitleriano y encontró en España un país que la llena de entusiasmo. Amó el paisaje pero desconocía el paisanaje.

Berta y Patricio llegan a encontrarse trabajando en La Hora, un periódico que tenía establecida su sede en la calle de la Montera y cuyo propietario era una tal don Zacarías, oscuro personaje y que actuaba como hombre de paja de una red de estraperlistas internacionales que mezclaba las ideologías con la trata de blancas, la extorsión y el chantaje. Los problemas que plantea el libro no pueden ser más actuales. Patricio trabaja para este consorcio pero se niega a vender su pluma a sus amos. Estos a lo primero se sorprenden. Luego se irritan y optan en ultima instancia por quitarselo de enmedio. Una tarde le envían dos “negros” pero se equivocan de individuo y matan por error a una amigo, un vasco que se había hecho cargo de la dirección del rotativo mientras el protagonista pasaba unos días de luna de miel en su tierra zamorana. Estas vacaciones en Galende lo libraron del filo de la navaja

El tempo.

El tempo de una buena historia tiene algo del ajetreo de un martillo pilón. La vida no es más que un golpe de rodezno. Arriba, abajo, afuera, adentro, delante, detrás. El movimiento de la naturaleza es pendular. Y el modelo elegido no es la trayectoria homogénea del dardo desplazándose en una sola dirección para vencer la ley de la gravedad. Se parece más al movimiento de círculo. Tiene que ver con el acaso y con las alternancias de la casualidad o los binomios de la paradoja que sobrecogen a por igual a entusiastas y a escoliastas. Luengo (sus amigos preferimos siempre llamarle Segis) en esta novela tan ponderada y que contó con los elogios del Dr. Marañón, aparte de los epígonos arriba consignados, de rasgos biográficos, penetra a golpes de azud en los entresijos anímicos de los encartados. Proliferan las buenas observaciones sobre el paisaje y las gentes que lo pueblan. Hay una buena visión del mundo. El estilo es recio, tan pronto amargo como de una ternura sublime. La noria novelística de Luengo se mueve con estridencias barojianas. Hay un pensamiento que se perfila como mensaje críptico a lo largo de la redacción de la obra. Y es que el destino se ensaña inexorablemente con los mejor preparados mientras trata con benevolencia a los inicuos y mediocres. No es cuestión de pedir peras al olmo. La naturaleza es injusta, desordenada e imprevisible sobre todo en lo que hace referencia al comportamiento. Para el bueno no hay piedad. Esa es la fija. De manera que Patricio, un perdedor, pega tumbos por la trama. Se había enfrentado al sistema y nostramo se ensaña con los que le hacen momos. Le queman el periódico, lo intentan asesinar, envían anónimos delatores a su novia alemana “que había traicionado a la causa”. El héroe se enfrenta a la fatalidad aun a sabiendas de que lleva las de perder puesto que ellos son demasiado poderosos. Hay atisbos autobiográficos dispersos por toda la narración. Los que conocimos personalmente a Segis - un astur leonés enteco, bajito de cuerpo pero grande de espíritu y con un par de lo que hay que tener- sabemos que era proclive a enfrentarse hasta con el mismo lucero del alba. Cuando se cabreaba hasta las colecciones de los más sesudos periódicos que se conservaban en la Hemeroteca Nacional se echaban a temblar. El narrador no habla por tanto de oídas sino que aporta datos de su propia vividura.

La busca.


Los personajes se hallan trazados a soga y tizón. Hay un buen andamiaje arquitectónico. Pero son bocetos acaso de una novela más larga que el autor se proponía transcribir. Obligado por la necesidad o por la falta de espacio y de tiempo de su perentoriedad periodística las cosas quedan como colgando in medias res. Hasta en eso. En su nerviosidad e intrepidez se nota que el libro ha salido del magín de un reportero. Parecen los personajes daguerrotipos de Baroja y hacen pensar en los desarrapados de “La Busca”. La vida de un periodista con sus agujeros negros iluminados de bohemia tiene puertas encantadas que conducen a la planta noble de la gloria. Por más que - también - balcones que se asoman al abismo. Nostramo no perdona, como consecuencia de su intento de agresión al juez durante el auto de procesamiento a los culpables del asesinato de su amigo es condenado el protagonista a cinco años de destierro en Las Hurdes. Intenta huir del cepo que le tienden las fuerzas oscuras que conspiran contra su destino pero hay alguien arriba que decide por nosotros, y no somos libres. Resulta víctima de su propio pathos y a esta adversa circunstancia se añade su mal carácter que le hace ir dejando jirones de su propia alma en cada zarza poniendo la vida al tablero a la menor eventualidad. Patricio acaba de bacinero (mendigo). En los primeros capítulos la descripción de la vida miserable - la pobreza le ha devuelto la libertad- se alcanza el punto de inflexión. Es lo mejor del libro hasta el punto de crear escuela. Cela, Bartolomé Soler, Sebastián Juan Arbó. Emilio Romero en el Vagabundo pasa de largo, y otros, abordan la misma cuestión de los hombres derelictos, quizás con más éxito y fanfarria pero sin la originalidad de Segismundo Luengo quien aquí rampa como un verdadero Cid Campeador de la novelística de su tiempo. Es tan psicólogo como Rafael Sánchez Mazas y tan eximio relator como Manuel Pombo Angulo. Por lo que contiene de reto a las fuerzas oscuras y la crítica a los poderes fácticos, de los que no sale indemne la Iglesia (resulta pertinentísima la descripción del cura de aldea repartiendo sopapos entre sus monaguillos para luego predicar el que os améis los unos a los otros como yo os he amado) esta novela es un exorcismo contra los demonios familiares que nos cercan. Alguien dijo que escribir es llorar, más bien se trata de un ejercicio espiritual en el que se suplica la gracia y el perdón por un mundo maravilloso pero sin sentido en el que resulta poco recomendable meterse a redentor. Porque los males arrancan de antiguo y carecen de solución. Basta con mirar lo que acontece y hurgar en la basura bardanera de los traspatios. Los escritores de la leva zamorana de postguerra, inmensamente rica, no eran paniaguados, contra el criterio que se viene anunciando a bombo y platillo, del régimen sino que con frecuencia vapuleen al sistema con más margen de crítica y cociente de libertades que hay hoy frente al rodillo que se cierne sobre nuestras cabezas. Este sistema que encontró precisamente en sus versos y en su prosa una válvula de escape. Las normas de publicación no eran tan férreas como en la actualidad, a raíz de la llegada de los émulos a la demócrata del Gran Inquisidor y la irrupción de los magnos visires del pensamiento, los veedores y mozos de espuela del Supremo, los zascandiles de Nostramo.

Las cabezadas del rodezno.


Segismundo Luengo blandea en algunos trancos de la narración la tea de los grandes libertarios a sabiendas de que la “rebelión contra los magnates” no la perdonará ningún jefe de negociado, que el criminal se resguarda a veces bajo la misma cobija que el santo y que también los hay desafortunados, puesto que criados con leche de llueca acabaron destinados a las pocilgas del fracaso. ¿Pero qué es el éxito y qué es la derrota? No hay baremos. Todos ellos acabaron humillando la cerviz bajo la testuz de la libélula apocalíptica y sometidos a los golpes del rodezno de maldades que pega cabezadas a diestro y siniestro y manda intrigas y traiciones. Todo aquello que es parte y aditamento de la existencia humana. La rueda dentada cabecea indiscriminadamente convirtiendo en golpes de melancólico son todo su trajín. ¡ Cuán bellos paisajes! Pero ¿cabría decir lo mismo del paisanaje? Su barbara geografía - comenta - hace a los españoles seres diferentes y como extraños a sí mismos. ¿Están los españoles a la altura de su paisaje? El Escorial es magnifico pero aguarda que suba todo el personal que hace trasbordo en Venta de Baños. Si quieres sentir pena por la humanidad vete a una corrida de toros o metete en un tablao flamenco mientras haces tiempo para tomar el tren burra a las dos de la mañana que pasa por Medina del Campo. Sumergete en los abismos de la telebasura. La inquisición ha resucitado de la mano de la prensa rosa. Lo que decía Cánovas, se es español porque no se puede ser otra cosa. A lo que el mártir José Antonio quiso poner proponer diciendo que era de “lo más serio que se puede ser en esta vida” (Ciertamente los escritores falangistas nos sacaron de la cutrez, mala gana y desasimiento en postración en que había estado el alma hispana durante centurias, pero no fue más que un inciso, una excepción a la regla general esta racha para caer en esta desesperación demócrata separatista que nos desgobierna). Cuando la vulgaridad hace presa en España somos capaces de dar lecciones de cutrez a media humanidad. Las bailadoras llevan una faca en la liga, según observó Próspero Merimée. Es la imagen que ha dado la vuelta al mundo aunque en el fondo nos desconocen. Pasa un campesino en chanclos, un marranero agita la tralla en mitad del andén, cerca de una señora de luto que sentada sobre una maleta de hatillos da de mamar a un niño. En la estación no hay bancos y los del vagón son de madera. He aquí a los habitantes desesperados del triste paraíso. Un estremecimiento anarquista, una desesperación sin límites, recorre todo este libro. Luengo recuerda en la manera de narrar a los maestros rusos. El suyo es un ejercicio de puro nihilismo, un descenso a las zahurdas del subconsciente donde Pedro Botero agita los cuerpos de los condenados en el calderón incombustible. Hasta se escucha una melopea infernal. Todos los españoles en alguna ocasión hemos escuchado esa cantilena. Patricio nos ha descubierto parcelas insospechadas e incontroladas de nuestro yo inerte. En todos nosotros duerme un andarríos como el protagonista de la novela, contrariado y triste, que duerme en la hura de un pajar. Cuando el almud de la existencia se convierte en arma arrojadiza contra nuestro propio destino es para echarse a temblar. No hay solución ni escapatoria posible. Cualquier día te llevan preso los “charoles” o te tienden boca arriba entre cuatro cirios. Esa es la fija. “Los vagabundos no mueren” fue publicada en 1951. Al cabo de más de medio siglo mantiene su lozanía e interés. Y sigue siendo actual ante la invariabilidad del ser humano que sin variar un punto ni un barrunto siguen los mismos. Sólo mudan siquiera levemente las situaciones. Su estilo tan zurrador y poético como el Viaje a la Alcarria, cuyos pasajes recuerda, conserva su carácter de golosina para los catadores de la buena literatura. Por eso la obra del sayagués tendrá que ser revisada, es una injusticia que yazga en el olvido.

Antonio Parra Galindo

5 de noviembre de 2002



UN HEROE DE LA BATALLA DE LENINGRADO

 



CARTA A TOMÁS SALVADOR, UN VETERANO DE AQUELLAS ENCRUCIJADAS.

Querido Tomás: Yo sé que me escuchas encaramado en lo alto de una garita, sita en los cuernos de aquella estrella, una de esas estrellas de las noches de noviembre, mes de las ánimas, de los duendes y los aparecidos, en esta tierra que abandonaste ya va para tres lustros.

Centinela en tu garita, contemplarás las heladas aguas del Lago Ilmen, que fue para ti como una especie de mar de juventud y así recordarás los días pretéritos como cuando estabas apostado en un pozo de tirador frente a la estepa. ¿Te acuerdas?

Hoy siento angustia, no precisamente una angustia de tu ausencia, sino el desaliento y el desazón ante el panorama que me circunda. Alzo la mirada y la primera impresión que atrapa mis ojos es que todas aquellas cosas contra las cuales tu pusiste tu vida al tablero allá en la lejana Rusia son materia triunfante.

Esta angustia que me embarga viene tapizada de hojas amarillas, que, como un sudario de antiguo esplendor yerto, se derrumban sobre nuestros parques.

La nieve ya corona las sierras y la lluvia otoñal desparrama sus aguaceros mientras a través del perfil de de mi ventanuco oigo pasar a las bandadas de aves migratorias VOLANDO EN CUÑA rumbo hacia el sur. Son el mejor presagio de la llegada del invierno.

Las emisoras españolas radian historias de mareas negras. La mancha de petroleo del “Prestige” amenaza por el noroeste mientras por el sur siguen de arribada las lanchas y pateras del flujo inmigratorio que no no cesa.

Las cabeceras de los periódicos refieren matanzas y venganzas en espiral que no cesa y se enrosca como la cola del dragón apocalíptico, con surtido de eternos golpes y de contragolpes. El problema palestino, como el del hombre mismo, carece de solución y la tierra mientras tanto parece que se empeña en parir sombras.

A costa de los coletazos del dragón encadenado cuyo perpétuum mobile no es sino el estrago y la destrucción, llámese terrorismo, fundamentalismo islámico u horda migratoria incontrolada, que están dando lugar a una presión demográfica y a un corrimiento de pueblos como se desconocía de la invasión de Roma por los bárbaros en el siglo quinto, o llámense mafias con sus secuelas de inseguridad ciudadana que se cierne sobre nuestras ciudades, tanto como la pornografía dura, la pornografía blanda y la pornopolítica, el galeón de nuestras vidas puede irse a pique.

Por eso y por muchas cosas más esta tarde triste del mes de difuntos un sentimiento de zozobra me sobrecoge. Se me ha formado un nudo en la garganta. Es como si tuviese miedo por este mundo que me rodea tan frágil, siempre a punto de estallar. Dicen que siempre fue así pero ahora vivimos una guerra mucho más terrible si cabe que la que tú conociste a orillas del Voljov. Porque el enemigo no está fuera sino dentro de nosotros mismos, Tomás Salvador.

Valentina Yushina me pide, con motivo de cumplirse el sexagenario de la batalla de Stalingrado, unas lineas para traer a colación la magna efemérides, en la que perecieron cerca de trescientos mil alemanes y que sería el primer golpe de azada con que Hitler excavó su propia tumba.

Poco es lo que yo puedo aportar de mi propia cosecha, pobre de mí, que no haya sido consignado de antemano a la hora de contar aquella gesta que duró desde agosto de 1942 hasta febrero del año siguiente con la capitulación de Von Paulus. Se han escrito miles de libros y documentos al respecto.

Pero hay una idea que no quiero dejar pasar por alto sobre todo después de haber releído tu gran novela, que aborda el cerco de San Petesburgo (Leningrado) por fuerzas alemanas y que lleva por título “ y es el carácter homérico de aquella conflagración. Como si sus participantes asistieran a una alta ocasión que no volvería a repetirse en siglos.

Este libro tuyo, Tomás, es un canto a la Rusia eterna en la que se barajan una serie de nociones proféticas a las que no habría de perder vista para comprender la actualidad y que se resumirían en dos apartados:

l.- Las guerras de exterminio con sus miserias, inanidades, flagelos y heroísmos, se organizan en los altos despachos de las finanzas, pues todas responden a intereses económicos, por unos pocos, para que sean muchos los que padezcan sus consecuencias.

2.- Europa haría mal en vivir de espaldas a Rusia, un país que viene a ser su reserva espiritual y apéndice de sus propios sueños. Tolstoi, Pushkin, Gogol, Tchaikovsky, Rimsky Korsakov son manifestaciones de ese genio europeo tan precisos como el de Descartes, Kant o Shakespeare. Un talante que tiene mucho que ver con el cristianismo.

Sólo ambas ideas harían a tu División 250 altamente recomendable pero hay en sus páginas otros atributos.

En él se respira la poesía de la guerra, la esperanza de un mundo mejor, la compasión y el perdón hacia todos los que padecen los rigores del campo de batalla cualquiera que fuere su insignia.

Tú ya sabías por eso mismo que las generaciones futuras no os iban a entender, pero no importa. “División 250" es en la actualidad un libro descabalgado, fuera de catálogo en España, y en Rusia son pocos los que lo conocen pues no creo que haya sido traducido. Están pidiendo a gritos la mano de un traductor para que el público lector de aquel gran país pudiese tener la versión de la otra parte, desde los que disparaban de este lado de las trincheras. Además es una obra de arte y las obras de arte están por encimas de las caducas maniobras de la política. Vivimos bajo la bota de la vindicta del Shoah o su teología del exterminio.

Pero surge siempre una mano negra, dispuesta a impedir que los hombres de buena voluntad se entiendan. Esta ignorancia y este olvido en que ha caído tu obra, Tomás Salvador, me pone muy triste.

Esta noche al escuchar los estampidos de los cañones de Stalingrado es como si escuchase las campanas tocar a clamor por los cerca de cincuenta millones de seres humanos que murieron en aquella gran tragedia. Cuando las guerras estallan dicen que la verdad causa baja y nace la propaganda. Las guerras carecen de criterios estéticos. Por eso precisamente.



2021-03-18

 

  PEREZ DE AYALA

 

"YO he meneado el plectro y enarbolado el sistro en palcos inútiles para pasar el rato" (el sendero andante por Ramón Pérez de Ayala, Ed Renacimiento 1924) Don Ramón el gran don Ramón se manifiesta un gran poeta canta a Azorín y a Oviedo y la vida pastoril de aquellas carretas de bueyes duendos subiendo y bajando por las calellas de mi infancia, escucho el tanteo de los cubos, el canto del boyero, ese rumor de vida que tiene el campo... un gran libro "La Regenta" bebamos con sosiego y yantemos con holgura. Azorin es para Ayala la hebra del tiempo enjuto que pasea con un libro delante de la catedral, poemas que son corona de siemprevivas... niebla argentina ondas fugitivas del rió Nalón, el poemario es libro de juventud escrito en Madrid desde la añoranza de la tierrina, un hallazgo evocando escenas de las Geórgicas de Virgilio cuando canta a los bueyes cansinos de recio pelo soplando los cutrales bajo las melenas engalanadas a la sombra de la quijada del carretero. Todos somos  bueyes duendos arrastrando la carreta de la existencia. El hombre es victima impotente, el arte de Ayala es una anapígrafo que mide el pulso de nuestros alientos a lo largo de la historia cuando habla del cisne negro de Leda, el que puso burro a Júpiter. En su poesía late la miel del Cantar de los Cantares y la hiel de los Proverbios. Coturno alto se calza el autor en estos versos cuando retrata al maestro Azorín en Oviedo con su paraguas rojo del que cuelga la sombra de la misantropía... "Te hallas amigo en tu amada Vetusta la noble sarcástica devota y augusta... días iguales caminando por la vereda de rosales al sol aurino y grato del otoño asturiano.

Para mí la lectura de esta paz del sendero ha sido un descubrimiento que me incentiva a afirmar que Pérez de Ayala es uno de los mayores escritores de nuestro elenco. Nada que ver con don Benito el garbancero ahora tan homenajeado. El canario es un destripaterrones mientras el ovetense vuela en las alas de un azor mejorando lo presente. Por el contrario,  el maestro Ayala se sitúa al margen del torrente de la España oficial de momios y sinecuras en la cual todos quieren ser funcionarios y vivir de las rentas del estado. Alza contra la ramplonería galdosiana su voz crítica manejando con destreza ora el verso libre ora la cuaderna vía y se eleva hasta la celsitud de los grandes vates castellanos del parnaso, canta al vino y define al ser humano como sombra caediza y errabunda o la bayadera de un colmado para terminar una noche de juerga,  La vida es cendolilla, mujer ágil como un puñal que nos clava la daga por detrás.

 

 

reflexiones de un preso

 

BIGOTERAS Y MARBETES


Encontré llorando a mi amigo Liborio a las puertas del convento: "qué te pasa pues" "Leí los cuadernos de fuego y quemé mi alma". "Vaya por Dios" "¿Y es irreversible?

Los lictores de las clases portaban las fasces (manojos de la gran insignia) del portaestandarte, yo llevé siempre el lábaro de la ignominia, y el gato de siete colas con las que azotaban a los reos.

Metí la vertedera de los recuerdos y me salió el cromo balón de mi infancia triste, llantos y fracasos, malos pasos de los que me arrepentí.

En 1981 viví unas navidades revolucionarias en Polonia y por la radio escuchaba las cartas desde América de sir Alistair Cook un inglesote de voz pulida y algo nasalizada.

En Montesana cerca de Betulia me prendió la justicia e ingresé en prisiones; el diablo andaba por allí. Cuando me llevaban los civiles yo escuchaba una voz interior que me acariciaba y decía: "Villeguillo, tienes que buscar a Dios dentro de ti". Hacía bastante calor. Era en pleno de agosto y las cúpulas y las torres de las iglesias hervían como sartenes.

En la celda hice lo posible por liberarme de mí mismo pero no podía evadir de la memoria el rostro de aquella mujer. Los presos gallegos habían organizado una queimada me invitaron y no fui. Sonaba en la galería de abajo el ronco fuelle de la gaita tocando muñeiras. Tristes fueron mis prisiones. Pasaba mis ocios en la hemeroteca del presidio donde había periódicos de los años 60. Me gustaba mirar las fotos que traía el ABC del canciller Erhardt que fumaba puros kilométricos, símbolo del desarrollo económico. Como soy fumador, en pipa las casas comerciales me traían sus brezos para que los desfogara. Luego se vendían a precio de oro aquellas cachimbas Dunhill, bien preparadas y desbastadas por nosotros. A los seis años cumplí condena y me vi a las puertas de la cárcel con mi hatillo en bandolera y el ancho mundo a mis pies. Aquel año emprendí mi viaje iniciativo subiendo por las peñas de la cordillera de la literatura, me asomaba a abismos desconocidos pero, como no tengo vértigo, salí indemne. Emprendí mi camino desde el penal de los Reyes hermoso paisaje de Valencia. Los mirlos ("ousel") saludaban al pobre vagabundo sin fortuna. ¿Adonde el camino irá?

YO Y MI SOMBRERO























 

 


TROZO DE METRALLA ENCONTRADA POR EL AUTOR EN LOS CAMPOS DE BRUNETE LA MOCHA GRANDE




BRUNETE


Paseos largos por la Mocha Chica encuentro balas y metralla casquillos, shrapnel, un viejo casco de soldado alemán, el correaje de un legionario las cartucheras se vuelven polvo cuando las toco y la calavera del soldado me sonríe. Una cantimplora con algo de coñac que no se ha secado después de tres cuartos de siglo yace al lado del soldado que cayó en esta trinchera empuñando una bomba de mano Lafitte. Probaron la cicuta del salta-parapetos antes de la muerte asaltos y combates al arma blanca lucha feroz bajo el sol implacable de julio cayendo en torrente sobre las mochas. Espectros de aquella batalla me asaltan ahora mientras deambulo por las aradas recién arrejacadas bajo la brisa de la mañana de abril. Las lluvias besaron los labios de la tierra reseca pronto los retamares abrirán sus flores amarillas tan olorosas Estos paseos me ponen las pilas recargo la batería del alma y llevo flores a las tumbas del tabor de Larache que quedó aquí sepultado un 13 de julio de 1937. Había tres catalanes que murieron gritando viva España. Ponte las pilas. Volta está ahí. Sanchonuño dice que el sector lo mandaba el coronel Ocampo. Fueron arrollados por un escuadrón de panzer rusos. Uno de aquellos tanques quedó fuera combate por una bomba de mano que lanzara un requeté junto al río Aulencia. Cubico la madera de mi memoria y los pensamientos me vienen en letargo. La mañana está tranquila la primavera alegra los campos mientras las radios vomitan monsergas catalanas. A lo lejos verdean los pinares de un bosquecillo que hay a la entrada del Pardillo. La toma de aquella posición costó doscientas bajas a los Regulares. El sector lo dominaban los internacionales del Carnicero de Albacete. los tiradores nómadas pusieron en fuga a la caballería de Riquelme. Nadie se acuerda de los héroes que vencieron a la Bestia aquí en Brunete legionarios, moros regulares y navarros.

NO SÉ PARA QUÉ COÑOS TENEMOS UN MINISTERIO DE DEFENSA SI NUESTROS CUARTELES ESTÁN VACIOS Y ESA MINISTRA DE DEFENSA DE LOS PAOS CAIDOS SE GANA BUIENAS PELAS














 

SEGOVIA PATRIA DEL BUSCÓN Y DE LAS BUSCONAS