2016-11-23

lLA FARELA LA FAMOSA CASA DE PUTAS DE SEGOVIA UBICADA FRENTE AL CONVENTO DE LAS CLARISAS






Garrafatina.
 
Existen palabras tan evocadoras como un elixir de eterna juventud. Me ocurrió estos días de atrás de un mes de junio en el dique seco, cuando leyendo a un paisano mío, Antonio Martínez Menchén, me he encontrado con un sustantivo que es una gema espiritual por todo lo que tiene de sensual y de nostálgica del año del hambre: gelatina. Lo único que queda indemne a los estragos de la vida es el verbo mozo, incólume a las fatigas y transportes del cambio de mentalidad y a las mutaciones biológicas del Río de Demócrito.
Se trata de un modismo segoviano autóctono, no viene en el diccionario de la Real. Es el fruto del algarrobo disecado. Su sabor era dulce y su  presentación de color negro arrugado. Me recuerda a tardes muy largas de los inviernos de la niñez, al puesto de pipas de la Isabel que acudía con su cesta a los recreos, con sus cucuruchos de papel a perra chica, siempre changarreando con su cesta de bollos fríos detrás de los seminaristas, los de los misioneros claretianos, maristas y en el capítulo femenino, jesuitinas y concepcionistas domingos y jueves por la tarde.
 Tiene las connotaciones evocadoras de la venta ambulante de cesta de mimbre y torrijas por un duro con que acudía en pos de los seminaristas y de los cadetes que barzoneaban su asueto en  tardes que daban suelta  aquella zabarcera del barrio del Cristo del Mercado que había perdido al marido y dos hijos en El Ebro, la Isabel.  A la Isabel le gustaba su cuartillo de vino a las comidas y una copita de orujo después. Cuando no había bebido demasiado, era una persona tratable pero a veces se enzarzaba en disputas con el personal, lanzaba soflamas contra el clero, regalaba el género o perdía el canastillo que le había regalado el Tío Braguetita, el del obrador de las monjas.
La cadena de alimentación anímica, que ha de ser una de las funciones primigenias de la buena literatura me ha ofrecido, servida en el manjar de las frases ordenadas, todo aquel tiempo que fue de finales de los cuarenta y comienzo de los sesenta. He sentido un torrente de emoción subiendo por mi espinazo al leer el primer cuento de este autor poco conocido, pero magistral en fondo y forma, de una vividura casi melliza a la mía en el viejo colegio de los claretianos cuyas tapias zagueras colindaban con los cipreses del camposanto del Santo Ángel.


Durante las clases de Gramática mirando a través de los ventanales de las aulas cuyos alfeizares por los extremos mostraban una marca blanca de recudir sobre su superficie los borradores de tiza, veíamos ascender por la pina ladeada, vigilada por las torres de ojos vacíos como cuévanos de san Justo y del Salvador, los coches de respeto escoltados por las comitivas del duelo. La multitud acompañante - pues verdaderamente por aquellos días cualquier sepelio tenía toda la categoría de acontecimiento social- iba hablando en voz baja y era impresionante el silencio, que quebraba sólo el zabucar de las pisadas sobre la gravilla del camino de tierra abombada que conducía a las verjas de hierro de la Casa de Todos, la última morada de los residentes en aquella ciudad en la cima de un cerro que por detrás la escarpada tajadura del valle del Rasemir (así llamo yo al río Eresma en mis libros)desafía a los vientos intercadentes de Cronos. Abría el cortejo la cruz alzada. Lo cerraba el preste con capa pluvial de riguroso con bordes amarillos o blancos, según la costumbre en el rito mozárabe.
La muerte tenía un presencia totalizadora en aquella Segovia de nuestra nacencia y de nuestros pecados.
De la misma manera que hoy se la oblitera y se esconde a los difuntos o se los maquilla en esos velorios del crematorio de la M30 ambientados con música polifónica de aséptico repertorio para los fallecidos en la duda sobre el más allá, entonces eran los funerales un acontecimiento social donde no cabían escepticismos herejes.
Hasta eso; todo gozaba de un sentido. La vida llena de penurias y necesidades y también la muerte perfumada de vaharadas de incienso y el aroma, para esconder aquel olor dulzón y algo pestífero de los gusanos empezando a obrar su función tan macabra como inevitable,  de los jacintos injertos en las coronas mortuorias, que llevaban siempre las dos fimbrias moradas bajo el lemnisco con la consabida leyenda de Afulanito de tal, tus hijos no te olvidan@.
(Qué va! No era más que un decir.  Una vez despedida la carroza que tiraba el tronco de  aquellos bridones negros - yo diría jamelgos- con un penacho de plumas de ave, pasadas por el tinte funerario, empezaba la inmensa cuenta atrás, la infinita andadura del olvido.


Muchas veces, estando en la clase de Francés, mientras don Lisardo se paseaba arriba y abajo de la clase por la hilera de pupitres, el dedo pulgar introducto en la sisa del chaleco, provenían desde allende los olmos centenarios del patio, justo donde la buena de la Isabel tendía su cesta de pipas y garrafatinas arropada en un mantón negro aguardando a la peña de clientes con calderilla bastante para asaltar su humilde tenderete, se perdía el eco de las estrofas del ALibera me, Domine@ o del famoso himno compuesto por Tomás Celanno- estoy hablando del ADies Irae@- confundiendose la fantasmal ráfaga de las exequias oficiadas por un preste de capa pluvial al que ayudaban un par de monagos también de luto, con el poderoso vozarrón de don Lisardo, al que llamábamos, no sé por qué Chichi Bobote, cuando se apellidaba Zubiaurre, y era vasco francés, conjugandonos el verbo Aaimer@. Todo un símbolo, porque también entonces en la España que nos tocó padecer no es que se amara en exceso que digamos. Por estos tesos la gente se quiere poco. )Cómo andamos de amores? (Bah! Pamplinas.
En Castilla se solía dar a estas cuestiones un sentido práctico. Era un invento de los poetas que no nos puede librar de la gamogénesis o reproducción sexual con el que venimos al mundo los mamíferos. (Lo que son las cosas: después de tanta lagotería, los que ibamos para académicos hemos acabado hemos rematado en zabarceras, que lo tuyo es la venta ambulante, niños! Vanidad de vanidades. También los que se creían mucho y se daban tono acabaron donde todos criando aulagas tras la imponente muralla coronada de cipreses sobre un mogote berroqueño erguido sobre el Eresma que es río hirsuto por aquellos roquedos y pasa como pidiendo perdón a los de mi pueblo llevando menos agua que güisqui, anda coño.
 La muerte no era más que el episodio final de ese ciclo de azarosos encuentros de la naturaleza, la resultante de un apareamiento de grado o violento. El amor no existe.  Los griegos, tan sabios, nunca hablaron de él, lo desconocían en el sentido al que se afinan hoy nuestros calendarios y relatos del corazón, las vivencias de la tele pasión; para los griegos lo importante era la amistad, el convite, la lealtad, la elocuencia, la cítara y el arpa )Cómo se puede uno, decían, encalabrinar de una gorda cualquiera si las mujeres no tienen alma? Desconocían esa actitud  deferente hacia la mujer que llamamos amor. Pues, si el amor no existe, la muerte tampoco. Aquí lo único que hay con fuerza es el Logos.
Las codas de la secuencia famosa de difuntos sonando en la proximidad de las sabinas y de los cipreses, las garrafatinas de la señora Isabel, que eran manjar de dioses, pura ambrosía, los palmetazos y coscorrones de monsieur Bobote forman parte de una manifestación sonora, olfativa y táctil de entierros, procesiones, notas necrológicas y peticiones del oyente por EAJ49, Radio Segovia.
Todo ese perfil de evocaciones llovidas en tromba desde la quima de los árboles de pan y quesillo de nuestra memoria, por gracia del cielo, se me han presentado así, de golpe, con la lectura de este libro de relatos, que lleva por titulo AInquisidores@.


Hasta he escuchado el chirrío de los vencejos quebrando el azul diáfano que tenían las tardes de mayo, y a las chovas crascitar majestuosas y augurales desde los clavijeros de la muralla latina o de los campanarios románicos escalonados de socarrenas. Voznaba el cuervo y la golondrina mística y encantadora clamoreaba con su argentino piar de vicetiple llenando la sonochada de los impresionantes estrofas de su vuelo musical que lo convierte en pájaro misterioso, entrañable e inaccesible. Se retiñía el aire de sonoridades entusiastas al bolear a gloria o tocando a muerto. Hasta el sexo no podía faltar en esta comitiva de recuerdos, puesto que Eros y Tanatos terminan siempre por enunciar su acomodo inextricable.
El sexo, del que no se hablaba tanto como ahora, pero que se practicaba con más empeño, porque viene a ser el consuelo secreto de los muertos de hambre en los tiempos de guerra y de postguerra, era para nosotros aquella casa misteriosa en la calle de Cantarranas con las puertas y las ventanas herméticamente cerradas con una lamina de cinc, a prueba de cantazos y de misiles. Se iba allí a espiar la ocasión; cierta vez, vimos saliendo por el callejón a un alférez de la i.p.s. (Milicias Universitarias)abotonándose los herretes de su guerrera que parecían desdobles de la cresta de un gallo, y calándose la gorra  en la que lucía la consuetudinaria bombeta de Artillería, con una sonrisa de oreja a oreja mientras bajaba por la escalera al paso de la oca como el que vuelve victorioso de la guerra, en plan miles gloriossus. Algo debe de tener el agua cuando la bendicen.
Aquella ciudad levítica desoyendo los consejos  apacibles de Cristo Dios era de las que se atrevía a tirar la primera y también la última piedra contra aquellas pobres magdalenas emparedadas justo junto a un convento de clarisas bajo la férula de una madama a la que llamaban la Farela, experta conocedora de las artes celestinescas. Dilapidar los vanos de su vivienda inexpugnable constituía una de las diversiones predilectas de aquellas pandas de arrapiezos salvajes que merodeaban por la ciudad sin saber qué hacer, como perros atraíllados, como lobos en jauría en las tardes del verano en que pica el tábano del deseo y algo que no se sabe qué es lo que es (prurito de la cópula, clarín de la naturaleza), dentro de los trillones de células, torrente biológico de la sangre que despierta, está llamando a la puerta.
 Es fácil bufar y pecar con hambre de hembra a las cinco de la tarde de cualquier día del mes de agosto. ACuidado, que te vas al infierno, hermano, que te condenas@. AAy, ay, no lo puedo remediar padre@. A)Hijo, y cuántas veces?@ ACreo que he perdido la cuenta; no me sujeto, no lo puedo remediar, soy un caso perdido )estaré malo?@


Todo dependía de si en el fielato de la penitencia te dabas con un gorra de plato que fuese laxista o un rigorista que tomase los cánones de la Moral católica al pie de la letra o asumiese una interpretación ancha de la norma en lo que se refiere a las faltas de la pureza. Te podrías dar con un canto en los dientes si no hacía uso de la salvilla o escupidera que había en aquellos armatostes a media luz, las caras muy juntas como para bailar el tango, los había que apretaban las carnes y hasta como si quisieran dislocarte el brazo, cajones de madera, verja del perdón, cámara de torturas al que ibamos a descargar el saco y con frecuencia punto de encuentro del trato torpe, pecado nefando y rinconcito donde algún que otro presbítero incontinente pecaba pelando su pava, por aquello de Ami olla y mi misa y mi María Luisa@, con su barragana, que los curas por aquel entonces tenían buen cartel.
 Éstos solían ser los más recomendables a la hora de buscar una reconciliación con Dios puesto que no solían darle importancia a nuestras ofensas. Te soltaban siempre el mismo rollo de carrerilla con el azacán de la urgencia de acabar y te despachaban con par de avemarías de penitencia.
A los iluminados con pocas tragaderas había que evitarlos como a la peste.  Eran los que te echaban el aliento en plena cara, una nortada de ajo y de regüeldos de puchero enfermo sobre tus mejillas.
Nunca he conseguido averiguar del todo bien cuál es la diferencia que demarca al dolor de  atrición y al de contrición, aunque el asunto me consta que fue piedra de toque de no pocos altercados en siglos pretéritos entre bolandistas y jesuitas y que hasta se llegó a escribir honoris causa el célebre soneto ANo me mueve mi Dios para quererte@. En esos versos conversos está explayada la filosofía de los contritos que se arrepienten de sus pecados por haber ofendido a Dios, bondad infinita, y los atritos que exhiben un dolor imperfecto, sólo temen al palo. Cuestiones de matiz, no de principio, con las que los curas se han pasado años y años haciendo prestidigitación filológica- teológica.
 Aunque no hubiera infierno te temiera y aunque no hubiera cielo yo te amara. Pues eso; el hilo de demarcación es endeble. Orbita en torno a la frontera entre la caridad y el miedo. Pero yo sigo albergando mis reservas y aquí las promulgo de corazón contrito y atrito.   A ver que me lo expliquen.
Contrito y atrito yo estaba pero siempre volvía a las andadas. Mi sexo se encendía siempre al pasar por la puerta verde misteriosa cerrada a cal y canto de la cuesta de Cantarranas.
Cuando contemplo al cabo de los años aquellos desahogos y aquellos escrúpulos, porque aquello no tenía solución como la serpiente que se muerde la cola, A padre, otra vez@ A y ahora me ha venido@, A no le des importancia, son cosas del desarrollo, te estás poniendo la cara perdida de granos y es porque te masturbas, cara de listo@ A)y cómo lo sabe, don Dimas?@ Aporque lo estudié, anda a ver, o es que te crees que uno no ha sido cocinero antes que fraile@.


Peccata minuta. El padre Dimas era de los que te despachaba en un santiamén, no mostraba asombro ninguno, ni se enfurecía contigo o te llamaba motes, a diferencia de otros, pegandote voces y rasgando la mitad de los treinta y tres botones de la casaca. AAh, hijo, hijo, mal vas@. Luego pude indagar que detrás de toda esta grita de los predicadores de antaño estaba la nueva concepción narcisista y protestante de loa Testigos de Jehová. Llamas del infierno a todo pasto.
Tales aberraciones no han sido detrimento lustros adelante de mi amor por la Iglesia ni han ensombrecido la fe de Cristo bajo la cual quisiera morir.
Se trataba de cuestiones del régimen interno interdisciplinario de la casuística más propios de la iglesia esotérica o administrativa y que adelanto en prolepsis será un concepto a explayar en las páginas de este libro donde se pretende separar los ámbitos de cuestiones que pertenecen a la policía de la guarda de las costumbres más que a la economía de salvación o cuerpo místico.
La confesión auricular o exomologesis no pertenece al depósito de la fe ni es fuerza de decálogo. Sólo una disposición burocrática y un adminículo de ayuda psicológica al pecador que ha perdido el rumbo y desconfía de su salvación.
Hasta el IV Concilio de Letrán en 1215 era prácticamente desconocida. San Agustín, san Crisóstomo, san Jerónimo y otros padres santos no se confesaron nunca.)Fueron al cielo? Claro que sí. En la edad media las absoluciones y las penitencias eran públicas y de carácter libre, no había que hacer una enumeración explicita de las faltas . Después de Trento hubo no pocas peleas entre laxistas de san Juan Eudes y rigoristas de san Carlos Borromeo. Los que secundaban una recitación pormenor en género y en especie contra el decálogo, haciendo una tortura de la vida espiritual, punto por punto, y los casuistas de manga ancha sin referencias tan explícitas. Por ese cabo hay santos como Carlos Borromeo, el napolitano Alfonso María de Ligorio y el cura de Ars, tan tenebrosos dentro de su trono de culpas que es el cajón del confesonario, fielato morboso, donde se pecha la alcabala de la eternidad, ese para siempre y para siempre recitado por los que torturaron nuestra infancia y salcocharon de pecado nuestra vida alegre e inocente, que dan miedo. Deberían estar fuera del catalogo y deberán cuenta a Dios del terrorismo psicológico que practicaron sobre las conciencias, si no la han dado ya.
El poder de las llaves y lo del primazgo tiene que ver con esto del reconocimiento de rodillas ante un cura. Ha sido piedra de escándalo porque preconiza absolutidad sobre lo que es relativo. )Cómo deslindar el campo que separa lo mortal de lo venial? Para que haya pecado mortal hace falta pleno consentimiento, pleno conocimiento y materia grave.
-Ego te absolvo a peccatis tuis.


Nunca me he podido imaginar a un Xto penitenciario en su cajonera preguntando la eterna monserga de siempre aquello de A)y cuántas veces, hijo, y con qué compañía, cuándo y en qué lugar@? Seguimos prefiriendo al Jesús de la primera refección del pan, al que anduvo descalzo por la mar, el que curó al leproso o al que maldijo a la higuera.
Yo soy paisano de dos significados adalides de la confesión auricular,  luz y martillo de herejes en el famoso concilio tridentino. Ellos fueron Melchor Cano(1503-1560) y Domingo Soto (1494-1560), los dos dominicos, los dos amigos de Las Casas, los dos conversos, los dos catedráticos de Prima en Salamanca y en Alcalá, las luces y las sombras de un mismo ideal, adarves de la inteligencia y la libertad, una inmensa pasión por los libros y la escritura que siempre tuvo Segovia. Mea culpa judía, viejos yerros. Los que con motivo de su centenario decapitaron a Domingo Soto en efigie - y hasta creo que le han negado un lugar a la estatua en esos jardincillos con un melancólico surtidor en el centro cerca de la Torre de los Dávila no se saben lo que hacían. Padre, perdonalos.
Los ortodoxos guardan una tradición más estrecha con el espíritu del sacramento que se basa en las palabras del Señor sobre el perdón de los pecados. AA los que se los perdonéis les serán perdonados y a los que se los retengáis les serán retenidos@. Toda esta cuestión, sin embargo, tiene que ver con el enigma de la Aprimacía y de las llaves@ que siguen sin resolverse. Intervienen los prejuicios seculares, el egoísmo de la raza humana.
Yo me confieso con Dios y confieso a Dios. No tiene el mismo sentido la misma palabra por mor de una preposición. AConfitemini Dominum quoniam bonus, quoniam in aeternum misericordia ejus@. Dad testimonio de la fe y olvidar vuestros pecadillos, los temores, los desencuentros, que no sea la pureza un casus belli, ni el catolicismo una ergástula de tarados y adocenados sexuales. No le deis la razón a Nietzsche(1844-1900) la mula parda del nazismo que se atrevió a intercalar en sus escritos que Cristo era poco hombre. Suponía que la religión por él fundada pretendía la desmembración de la especie o su emasculación mental para conseguir la sumisión. Satánica conjetura que aun nos hace temblar, porque, sopesado el tema fríamente, así habló Zaratrusta, las acusaciones en parte son verdad. La educación que se nos daba iba a la búsqueda del Superhombre y acabó en la aberración. Los curas nos abandonaron y donde dije diego digo digo. Todo ha dado la vuelta. Pero Cristo bendito no. Sólo nos resta la proclamación de la diaconía como vocación de servicio, socorro, limosna, y desempeño de un cargo.


Puesta en práctica esta norma asociada con el escándalo de las Indulgencias y la teoría del Purgatorio que conmovió hasta los cimientos a la iglesia y fue causa del gran cisma protestante, sirvió como fuente de divisas. Los penitenciarios de Roma recibían a los peregrinos con un cepillo para las ofrendas en su garita o audiencia secreta de los pecados. Al acabar el que se confesaba tenía la obligación de echar allí algunas monedas.
Bien es cierto que dicha práctica aberrante que fue una de las cláusulas que cebó la pira incendiaria del alzamiento de Lutero contra Roma quedaría descabalgada en el Concilio de Trento. En cualquier caso ofrece uno de los aspectos menos amables de la eclesiología secular por lo que tiene de sospecha simoníaca en una nefasta alianza de dinero y poder. Hablando claro son vicios de una iglesia jerárquica que tendrá que entonar su mea culpa ante la debacle que viene. Y de esto hago también prolepsis porque algunos tendrán que descender de su pedestal, apearse del machito. La diaconía servirá para contrarrestar los abusos cometidos por la excesiva clerigalla, para hacerse más humana, menos piramidal y envarada. Mi tesis, pues, consiste en que para mantener a raya el avance del islam tendrá que Ades jerarquizarse@, estallar los antiguos clichés que hicieron el hermoso credo que profesamos una cuestión de prejuicios escrupulosos en lo que lo más importante no fue el amor sino la bragueta. A la barca de san Pedro no la guiará a puerto en medio de la borrasca el colegio cardenalicio sino será cosa del piloto a pie de obra y con la mano en el timón, volviendo a la liturgia sustantiva y al tesoro de la tradición. Ése fue el papel primordial del diácono en los primeros tres siglos apostólicos. Quiero lanzar aquí un reto, y no hago reserva de mi diaconía victoriosa frente a los poderes del Averno. Los curas tendrán que salir del armario, no faltar al compromiso de la defensa de la verdad adquirido mediante la unción del óleo con que fueron consagrados por el obispo. Dijeron Adsum cuando su nombre escrito en un papel sonó en la boca del arcediano y hoy tendrán que volver a repetir esa proclamación militante. Adsum.  Aquí estamos. Queremos dar testimonio como depositarios de la fe verdadera. Nada de componendas con la mentira, ni concesiones al siglo. Aunque tengamos que volver a efundir la sangre. Se acerca una nueva era. Tal vez la crucial: la de los mártires.
Pero ésa es otra historia.
 
       


Las calles, hoy llenas de viejos al sol, eran por entonces un hervidero de niños tirando varetas por los desmontes, niños sin saber qué hacer, que hacían la rabona, que iban a robar peras, niños fumándose el primer canuto en los Jardines de Villangela detrás de la cárcel, puñeteros niños que se dedicaban a sorprender in fraganti a las parejas, niños a los que se les había muerto el padre o un hermano en la guerra, o decían que estaba preso en algún penal. (Tragedias! Una irrupción vital después del caos en aquella España triunfal, que así fue el título de mi primera novela, poblada de hijas de María en edad de merecer. Parecía que a nuestra madre Patria no se le había cerrado la vulva, se desconocían los tratamientos con píldoras anticonceptivas y las familias eran enormes y patriarcales. Las españolas parían como conejas.
El que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Allí eramos todos muy puritanos, pero aquellos deplorables ataques contra el baluarte de la Farela conservaban su punto de demoníaco porque no se puede acantear el sexo, era como profanar el sagrario de la vida, la verdad que necesitábamos una buena doma porque estábamos igual que bestias. Quizás en nuestro subconsciente el cuerpo de la mujer fuese una totalidad culpable y había que reventar aquel goce ilícito del trato torpe. (Al ataque contra los Atronchos@ que salían por la puerta falsa del lenocinio - que sólo se abría y se cerraba para dejar pasar a otro cliente, el siguiente - con sonrisas untadas de manteca!
-Parece ser que se lo acaba de pasar muy bien el tío. A juzgar por la longitud de su sonrisa, debe de haber echado dos palos, o tres.
-Tú me dirás. Pero peca y un pecado es el suyo de los gordos. Si se muriera en este preciso instante sin sacramentos, iría al infierno de cabeza.
-No jodas. Que le quiten lo bailao.
-Pues sin joder. Es lo que dice el padre Ross.
Agazapados detrás del recodo de Cantarranas, allí donde justo estaban emplazadas las caballerizas de la Academia de Artillería y olía a mulo que se las pela, los chicos de Valdevilla, que así se llamaba mi barrio, nos entregábamos a estas consideraciones banales entre palabrotas para darnos pisto y hacíamos la descubierta sobre aquel palacio del amor libre de puertas y ventanas selladas con láminas de zinc. Nunca se asomaban al balcón las señoras putas, pero nosotros sabíamos que estaban dentro. Justo frente por frente se escuchaba cantar Tercia a las monjas de Santa Isabel de Hungría. Otras reclusas, y, aunque por diferente motivo unas y otras eran vecinas, llevaban un régimen de vida tan parecido como opuesto, pero en sus dos congregaciones ardía el pebetero del fuego sagrado. Ambos recintos nos recordaban el espacio santo de los antiguos templos de Vesta. En los dos edificios reinaba el mismo misterio y la soledad que opera en los arcanos. Cumplían una misma misión de servir al amor, las de este lado al divino, las del otro, al humano.
Martínez Menchén sabe bien encontrar el arranque para prender al lector, y  he aquí la forma -magistral- como empieza su libro:
En aquel tiempo la tierra era rica en boniato y abundante en chicharro y recia como el vinoso ponto. Desiertos estaban los bailes, colmada de fieles la Casa de Dios. En aquel tiempo corríamos nosotros, los niños, al reclamo del bélico clarín para seguir brazo en alto la solemne ceremonia de izar y arriar bandera...


Luego habla de aquel padre Maximino, epítome de los predicadores incendiarios, un Giacomo Savonarola en gira por provincias, que con retórica efectiva y estudiados gestos nos hablaban de las penas del infierno a nosotros que apenas entendíamos pero hacían mella. Hemos conocido a los últimos pregoneros de la Edad Media en sus circunloquios de una mística decadente, pero aquel tiempo se encuentra presente en el actual. Son el prólogo y el epílogo de un mismo aquelarre. Nos enseñaron a amar la santidad pero no hicieron de nosotros hombres de provechos aquellos buenos curas. El ideal de nuestras amplias aspiraciones tuvo que verse las caras con una España mística habitada por gentuza escarramada, de humor intercadente y drolático.  Todo era picaresca, desconfianza mutua de malos cristianos. Algunos no pudiendo aguantar el choque se destroncaron.
Maximino, un fraile claretiano en el cual yo reconozco al padre Ross de mi novela AAño Triunfal@ metía el miedo en el cuerpo con las penas del infierno, con aquel para siempre, para siempre, de los Ejercicios ignacianos, y sus descripciones de una eternidad encadenada y llameante, les amarga a los pobres pipiolos de primero bachillerato una clase de Matemáticas cuando no había venido el profesor.
Pero a mí esta hermosa narración, que cuenta no la historia de un niño, sino que radiografía a toda una época, me trae la luz pajiza de aquellos ventanales amplios coronados de boceras   de tiza en las comisuras, la voz de don Lisardo Zurbiaurre, El Chichi Bobote, las penas de los Novísimos que aguardan al pecador, el eco de los responsos y la continua danza de la muerte cuyo ajetreo cotidiano presenciábamos desde nuestro pupitre con sólo mirar a la izquierda. Estaban los cipreses ebúrneos, llameantes con su cargazón de muerte.  Velatorios y visiteos. Ir a cazar lagartos por las costanillas y terraplenes que rodean a la escarpada villas medieval en que nacimos, espiar a las parejas y empezar a tirarles piedras o dar voces cuando estaban en lo mejor, esa era nuestra misión en la vida sicalíptica y gozosa. Muchas interrogantes y ninguna respuesta, pero )qué otra cosa es vivir?
La prosa de este lírico desconocido es rica, variada y parece blindar de ternura y compasión aquella niñez de postguerra de la que fuimos partícipes después de una hecatombe de odio. Su padre era rojo y yo provenía de una familia de los nacionales - mi padre estuvo con Varela en el cerro Matabueyes y con Serrador en el alto de León, y el deán de la catedral, Don Fernando Saínz Revuelta, en honor a ese respeto que siempre tuvo por don Enrique Varela Iglesias, me miraba con un cierto cariño que trasmudado en privanza me hizo sacar nueves y dieces en los cursos de Humanidades - pero entre los de mi promoción no habían hecho mella todavía las diferencias políticas.


El flojel de un mismo nido nos cubrió con el pelo malo hasta que pelechamos como Dios manda y entonces, cada uno por su lado, empezamos a ser conscientes de la distancia abismal que nos separaba. Después de todo aquello, uno tiene la sensación de que nos educaron a patadas y con un garrote nos echaron de casas. Compóntelas como pueda y ayudénte tus zancas, que esta vida todo son maulas. Había que buscárselas.
Sin embargo, de un caudal relicto de sensaciones comunes. No eramos bestias de carga, nos preparábamos para una lucha que sería ardua. Queríamos cabalgar por la vida como don Quijote, pero luego Lazarillo y Guzmán de Alfarache nos echaron el guante.  Hubimos que descubrir entre sinsabores y desencantos que estábamos rodeados no por legiones de ángeles sino por esa trulla que viene a ser la base sólida del macizo de la raza.
El poder de la literatura es una sobrecarga mágica donde se encuentra la verdad sin paliativo y sin añagaza, pero, así y todo, es una fuerza liberadora. Los libros nos muestran lo que somos y lo que fuimos, nos curan de espanto y son el bálsamo a la soberbia innata. Luego el tiempo y los desengaños van limando esas aristas del ideal aspirante que jamás se consuma. A ver )quien da más?
Cruza por estas páginas la luz melada, como las uvas de color albillo, que sólo tienen las tardes de Segovia, el cura don Frutos desterrado a un pueblo de la sierra, jugando al ajedrez en un cuarto de estar bañado por los celajes del crepúsculo. Se escucha el repicar cristalino de las campanas, verdadera sinfonía eclesial que ponían contrapunto de tristeza y de tranquilidad a la vez, y uno se topa por doquier con el perfil augusto y funeral del monte de la Mujer muerta, túmulo encantado, las manos cruzadas sobre el brial, más allá del Cerro Matabueyes, entre sabinares y retamas, que alterna las tonalidades a lo largo del año con matices que van desde el verde oscuro al pardo otoñal y al blanco de los horizontes nevados de enero a marzo. Pasan los cadetes en traje de paseo o el de gala.


Estos cuentos tienen algo de sinfonía pastoral, ese tono entre resignación y austera bondad que oculta en pequeñas cantidades una poción de sorna y de incredulidad del temple de mi ciudad, tan acostumbrada a ver pasar al mundo de largo, con una historia de mucha tralla por detrás, y heridas de carácter religioso o social que es mejor no revolver si se quiere seguir adelante. Y esa ignorancia, que encontró Machado en la Castilla ayer dominadora, y hoy más ignorante que sumisa, con caciques a partes iguales - cerriles y liberales, pero los dos temibles-, curas con balandrán por todas partes, y beatas tocadas con rodete o gargantilla, si eran marquesas, como aquella doña Patro a la cual vi morir en el hospital de la Misericordia en el pabellón de pago.

Hay instantes a lo largo de algunos tramos en que he pegado un respingo de emoción por encontrarme con el niño que fui desde la vehemencia evocadora de algunas palabras. Garrafatina, boniato y báratro. El báratro era el lugar adonde iban a parar las almas de los condenados después de ser pesados en la romana por el arcángel Miguel. Segovia, ciudad en la cumbre, tuvo mucho más de infierno que de paraíso, pero todo aquello ya parece sobreseído y olvidado. Me temo que aquel mundo que soñamos y padecimos no interesa a nadie ya, ni a los propios nativos entregados a un quehacer incesante de legrado de memoria. Si no nos reconocemos a nosotros mismos ante el espejo del ayer, buena gana de hacer el tonto. No ha lugar a especular.

13 de julio de 2000      

 

                

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2016-11-22

VIAJE AL PAIS DE LOS TEMPLARIOS











 

 

MONASTERIO DE CARDABA SACRAMENIA UNA HISTORIA DE NOVELA

 

 

 

 

 

El día de san Bernardo los que, como yo, siguen la regla del doctor melifluo y abrazaron las constituciones de su monacato dentro del siglo se sienten un poco tristes. Es tristeza fin de siècle, llanto por nuestros pasos perdidos, tristeza de finales del verano, nostalgia celestial por el canto de aquellos monjes blancos con la cogulla negra resonando lejanos a través de  los valles de Europa. Son las voces anónimas de quienes siguieron la senda apartada del cantor de María, melifluas armonías 20 de agosto.

Menguan los días, marchan las golondrinas pero los zarzales se encuentran llenos de fruto y la luz declinante baña de todos los colores el rosetón de la antigua iglesia del monasterio de Cardaba en Sacramenia cuyo claustro fue vendido a los norteamericanos y hoy puede visitarse en Nueva York. Subí varias ocasiones a su emplazamiento en el alto Manhattan cuando era corresponsal o bien acompañando a familiares y parientes venidos de España o llevado por la nostalgia de aquellos sillares de buena labra que contenían todo el carbono 14 y el polvo de aquellos andurriales que tantas veces recorrí de niño. Eché de menos el silencio monacal y esa vida anónima de los profesos que muertos al mundo sus pompas y vanidades pasaron por esta vida sin dejar rastro salvo alguna que otra firma al dorso de alguna letra capitular miniada un nombre o una fecha consignados al desgaire sobre algún que otro libro del armorium o biblioteca capitular.

El monasterio debió de ser muy grande dadas las dimensiones de la bodega y del granero. En todas las actas la firma del padre cillero o ecónomo figura al lado de la del abad. Algo más de un centenar de monjes entre profesos y donados que hacían vida de comunidad total sin derecho a la privacidad ni a una celda conventual según la estricta regla de Claraval. Pasaban la noche en dormitorios corridos su descanso nocturno siendo interrumpido por el rezo de maitines, prima tercia y nona. Rezaban en una única iglesia y comían en un refectorio comunal, iban a trabajar al  campo en cuadrillas y estudiaban en el scriptorium una gran sala al lado de la huerta volcando su sabiduría sobre los códices haciendo correr el cálamo con buen pulso e infinita paciencia benedictina sobre el pergamino. Escribían con tinta negra y roja. Quehacer impersonal sin vanagloria fidelidad a un canon y un horario fijo todos los días igual. Hacían guerra a las pasiones dominaban sus apetitos mortificaban sus carnes con ayunos y morían de muy viejos casi siempre delante de un retrato de la Virgen María que les abría las puertas del cielo. Ello forma parte del misterioso legado cisterciense que siempre me sedujo. El que a dios tiene nada le falta aunque viva pobre como una rata y en el más estricto anonimato monacal.

Esos colores vitrales de la iglesia escondida en el valle de Sacramenia guardan muchos de mis recuerdos de niño cuando en cuadrillas acudíamos a la romería que se celebraba en el prado boyal; garrafatinas, almendras de Alcalá, tiro al pato en las casetas, tambor y gaita. Inundaban el aire melodías de dulzainas. Los del pueblo jota va jota viene arsa morena bailaban al santo hasta que antes de atardecido acababa el jolgorio y regresábamos a nuestras aldeas andando. 

Hace muchos años que no acudo al festejo en los predios sacramenios de san Bernardo, antiguo cenobio castellano y una de las primeras fundaciones cistercienses, situado entre Valtiendas y Pecharromán aguas debajo de un río que nace en Fuentesoto y al que aun no han puesto nombre solo se sabe que es afluente del Duratón. Flotan sobre el ambiente tristezas de despedida, nadie conoce los pasos ni los designios de dios porque los muros sagrados se derrumbaron en el trajín de los siglos, de las guerras, las desamortizaciones, las leyes secularizadoras: ese ir y venir de la historia en el que no se percibe un rigor lógico. Es el caos de las pasiones humanas, el vórtice de la naturaleza inmisericorde con los débiles.

 Si en Inglaterra pasó como un terremoto Cromwell que redujo a ceniza casi prácticamente la totalidad el patrimonio eclesiástico inglés uno de los más ricos durante la edad media, en España un ministro por nombre Mendizábal pasó por estos ámbitos como la apisonadora. Por si fuera poco mamelucos y gabachos durante la francesada dieron buena cuenta de lo que quedaba.

Se quemaron  cosechas, pegaron fuego a varios pueblos como el de Santa Cruz en el alfoz de Fuentidueña y ardieron  conventos. Un furor revolucionario sacude la historia de tarde en tarde y agitando la tea iconoclasta acabó con estos muros consagrados. La casa matriz del Cister  y la propia orden que irradió por toda Europa una fuerza expansiva, extensiva, cultural y constructora al grito de Dios lo quiere, impulso de las cruzadas, premonición del arte románico en el que Cristo se convierte en músico y arquitecto, un increíble y misterioso movimiento religioso y litúrgico en la primera y segunda mitad del siglo XII está hoy casi desparecida.

Clairvaux se convertiría en una de las penitenciarias inexpugnables de Francia al igual que el monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia o el propio Chinchilla. Los edificios que un día fueron jardines de María – en mi obra Viva Claraval elogio de la vida contemplativa lo especifico – se transforman en aulas de dolor.  Eran  aulas de Dios. ¡Qué ironía! El monasterio de Veruela en Soria le sirvió a Bécquer de inspiración para algunas de las historias de terror en las que se inicia el romanticismo como género literario al igual que toda una pléyade de cenobios cistercienses en Galicia (Celanova), Zamora (Moreruela), Palencia (Aula Dei), fantasmagóricos recintos abandonados. La regla bernarda cambió el rostro de occidente desde el punto de vista religioso. En España el rito hispano visigótico de origen griego cede el sitio al rito romano. Los monjes blancos traen consigo el espíritu de cruzada y se transforman en soldados ocupando torres en la frontera. Otro aspecto es el afán repoblador. Plantan majuelos, roturan baldíos, siguiendo el precepto de san Benito ora et labora en el que inspira su regla san Bernardo. Los caldos del mejor vino del mundo el Vega Sicilia que se cría por estos pagos fueron una invención cisterciense. Los monjes trajeron esquejes de las viñas borgoñas y trasplantadas a los valles del Duero produjeron ese mosto superior.

Cardaba – la data de su consagración remonta a 1142- fue construida por musulmanes que fueron hechos prisioneros por Alfonso VII el Emperador y conducidos a Castilla como mano de obra. Es por esto por lo que en los valles de Sacramenia, Aldeasoña, Provanco y Peñafiel buena parte de la población es de origen morisco (también judía) que se mezcló con la autóctona de ascendencia romana o vaccea. Son los aportillados de Sacramenia a los que Alfonso X manumitió y les dio derecho a llevar armas y acudir a la guerra como soldados.

Sabemos que el primer abad era borgoñón y se llamaba Raimundo y que el último era un amigo del Empecinado que se tiró al monte y murió peleando con los franceses. Se llamaba fray Elías. En 1835 son enajenados los predios de Cardaba y los compra un labrador rico de Pecharromán. Casi un siglo adelante 1925 el magnate Randolph Hearst los descubrió y decide adquirirlos con la intención de transportarlo piedra a piedra a los USA por cinco millones de pesetas. Los sillares marcados y ordenados fueron embarcados y transportados en un carguero a Estados Unidos.

Ocurre la gran crisis del 29 y los negocios de Hearst el magnate que inspiró al Ciudadano Kane de Orson Wells dio en quiebra y el cargamento permanece olvidado en una dársena del puerto neoyorquino. Unos estibadores al cabo de tres décadas descubren el contenedor y las piedras van a parar a Miami (el ábside) mientras el ábside se queda en un museo al norte de la ciudad de los rascacielos. En fin, todo un cúmulo de vicisitudes dignas de un apasionante thriller trama para ahormar una novela supositicia de fantaciencia.

De las piedras seculares emanó según cuentan una maldición que ocasionó la ruina del magnate de los grandes rotativos. Hearst había sido el culpable de que el gobierno yanqui declarara la guerra a España arrebatándonos el último florón del viejo imperio colonial. En connivencia con el almirante Simpson urdió la estratagema burda de la voladura del Maine. Murieron muchos de nuestros soldaditos como consecuencia del hambre y del tifus después del bloqueo a la isla por la poderosa escuadra norteamericana. Aquellas piedras monacales clamaron revancha contra el hundimiento del buque “Furor” mandado por Fernando Villamil el héroe astur que un 3 de julio de 1898 levó anclas a sabiendas que esta temeraria salida del puerto de Santiago firmaba su sentencia de muerte.

La ruina de aquel banquero judío que en uno de sus múltiples viajes a Europa quiso comprarlo todo tuvo su origen en las plegarias de aquellos buenos frailes y cuyos ecos retumbaban en las bóvedas y los arcos del claustro pidiendo venganza contra la impiedad. El altísimo escuchó sus suplicas y la fortuna del creso magnate se fue al carajo. Por lo visto dios castiga sin piedra ni palo.

 

reflexiones de octubre en arévalo (juguete literario)


 
 
 
 
 
Reflexiones de octubre

 

Adiós montañas adiós fuentes

Adiós ríos

Adiós corrientes

Vivid sin mi siglos prolongados (Garcilaso de la Vega)

 

El rabino Capdevila, encendió una vela en el candelabro de plata de la Tradición.  Se iluminó toda la sinagoga, relucían las lámparas del Menorah y allá un rincón un sacristán rezaba por los bajo junto a los rollos de la ley que transportaba sobre los lomos un acompañante muy fornido. Los dos marcaban el paso litúrgico con unción. En seguida de llegar a Arevalo para visitar la casa de sus mayores (traía en un estuche la mohosa llave que guardaban como un tesoro desde 1492, primero en Rodas, luego Esmirna y Constantinopla, luego Amberes y después el abuelo se embarcó hasta New York) y visitar el viejo cenáculo tuvo la sensación de haber vivido aquella escena de otros pascuas y otros passover repetidos durante siglos. Siempre andaba a vueltas con el concepto de vaso de elegido y erraban por la tierra como una maldición. No había encontrado el descendiente de judíos castellanos que luego trocarían el nombre de Arevalillo por  el de Capdevila, que sonaba más catalán pues así lo quiso un antepasado que moró varios años en el call de Gerona. Por un ventano penetraba la algarabía de los tordos reunidos en concilio junto a la cornisa y la luz tajante de aquella mañana otoñal limpia y reluciente. Las viñas habían rendido su sazón. Él estaba acá, aparte de por los motivos sentimentales ya apuntados, por un negocio; iba a comprar vino incontaminado para las celebraciones del Purim. No lo hay a tal respecto como el que se pisa en los lagares de Rueda. Fue a por vino y quebró el cántaro en el camino esto es que durante degustación del mosto un cosechero inicuo lo emborrachó con mala idea. “Vamos a ver si resiste una cántara este viejo judío”. Y Al amor del traguillo vaso va y vaso bien brindis salud y de hoy en un año y que tú que lo veas perdió la voluntad y un poco la razón. Duro que te pego, brindis al sol. Aquel morapio añejo pegaba mucho más que la cerveza que servían en Manhattan pura química. Se bebió casi una azumbre en la buena compañía del sacristán de la sinagoga y al día siguiente ninguna resaca. Al contrario, gozó durante la noche cuando la noble villa de Arevalo estaba a su mejor dormir de de consuelos espirituales, proyecciones al pasado y al futuro, movimientos de telequinesia que casi le hicieron levitar. Hasta se le apareció un Ecce Homo en plena noche a aquel Justo de Israel,

Este tipo de extrañas visiones en los que se conjugaba al socaire de sus pensamientos y al aleteo imparable de su divagar –ese ir y venir de la imaginación la loca de la casa que iba y venía sin detenerse en un punto concreto pero que servía para retroceder siglos y encontrarse con personajes que habían plisado aquellas baldas y habían expuesto los jueves sus tenderetes en el mercado chico o, en contrario, avanzar hacia lo venidero y ansí se presentaban los judíos del mañana enfundados en sus antiparras luciendo a la espalda filacterias de hierro y paños de oración con fuselaje antinuclear con el que sucumbieron al segundo holocausto, la tercera salida de la tierra prometida el nuevo maná, bastaban unas píldoras para no tener que alimentarse o ir al baño. Para vivir largo hay que comer menos y cagar poquito No obstante, aquello no debía de ser normal (algunos de los más viejos temían la segunda venida y se abstenían de pronunciar el nombre impronunciable y maldito) y la posibilidad de volar como Icaro, leer los pensamientos y comunicarse con Oceanía. Bastaba con apretar un botón. Les crecieron alas en el sobaco a los elegidos. Vino otra vez a Israel la tentación de Luzbel el ángel hermoso que recorría las estrellas envanecido de su poder e instando a los nueve coros celestiales a la rebelión:

—No serviré. Soy más que dios. Lucho contra él.

—Quis Sicut deus- gritó entonces Miguel.

Se entabló entonces una batalla que duraría cien mil años. Al fin se alzó Miguel con la palma de la victoria y Luzbel el más hermoso y poderoso de los Coros sucumbió al poder de la espada miguelina. Huyó con toda su hueste a los infiernos. De manera que su séquito de ángeles bellos se transformaron en demonios perdieron todos las alas y les crecieron cuernos en la frente, gibas en los otrora bellos torsos y se volvieron zambos y bisojos. Unos pocos empezaron a hablar catalán.

Por lo demás en Arevalo se escuchaban los cantos de siempre. Una muchacha asomada a su ajimez recitaba el canto del rey Nimrod cuando el rey Nimrod al campo salía y al mirar al cielo columbró en la estrellería un lucero que le habló del que había de nacer etc.,.

Un poco más allá en el bar Luisa la biznieta de Emilio Romero, bautizado con el pomposo nombre de “Desidée”, que quedaba muy francés y tan bonico, un tratante de ganado de la Morata que acudía a la plaza del arrabal cada martes enviaba un mensaje por guasap. Las radios encendidas anunciaban una matanza que había ocurrido en la plaza de Cataluña. Habían llegado los tanques siguiendo la ruta de la caballería del Conde Duque todo igual que hace cuatrocientos años, lo mismo que hace un cuarto de siglo. Y había fusilamientos y en el call de Gerona entonaban un kadish por los fallecidos pero la vida seguía al igual que tantos años distantes y cercanos en el presente lo pasado y lo porvenir.  Nuestra jodía naturaleza no cambia. Aquí todos somos judíos. No había trabajo y el personal se alineaba en la plaza mano sobre mano en espera de la llegada de Nostramo. Por la A6 pasada la vaguada del Arevalillo pasaban los Volkswagen y los MBV a toda velocidad. Dos camioneros franceses había parado en la zona de descanso y una vieja exoneraba su vejiga al pie de un pino.

—No se preocupe vuesa merced, cague y mee tranquila y haga lo que sea menester. Ahí no la ve nadie.

Estaba la dama muy apurada venía sintiendo el trance desde Villalpando ay que me lo hago.

    ¿Usted cree que va a estallar la guerra?

    Pues no lo sé.

    —Ahora mismito venía de la sinagoga y al salir me encontré con dos moros que me miraron mal porque no iba velada. A nosotras nos gusta ir a cara descubierta. Gastamos solamente pelucas de humildad y no adobamos el rostro con afeites y maquillajes como esas cristianas que parecen putas.

—Si hay guerra pronto vendrá el juicio final y todos preparados para acudir a la trompeta del ángel que nos convoca como es ley ala, todos juntos valle de Josafat. Los malos se torrarán en las calderas de Pedro Botero.

El rabino Capdevila en absoluto se mostraba preocupado por tal extremo, sólo que le dolían un poco las muelas.

—Este diente lleva unos días dándole la tabarra

Y Esther la Gorda que era la mujer de uno al que llamaban Correviernes le recomendó al doctor de la ley que se metiese un canto de río en el bolso de la chaqueta y recitase con más fervor que nunca la “shemá”. A los dolores hay que plantarles cara no haciéndoles caso. Hermano bebe que la vida es breve.

El librero que venía desde Madrid,  Crisostomo Cuja, alias el Enagüillas—había estado en la cárcel siete años por un crimen que no cometió—se emborrachaba haciendo el recorrido libando y haciendo visita a los monumentos tabernarios del Barrio Húmedo un martes si y otro no pues decía el Cuja que al vino hay que ir con tiento no derramarás sangres pero te empaparás en días alternativos. Unos martes las cogía lloronas y otras de sus curdas tenían un carácter eminentemente político. Se ponía en el cancel de la iglesia de Santo Domingo y entonaba una Salve a la Virgen de las Angustias o rompía con su voz cascada a cantar canciones de la guerra de la independencia a voz en cuello. A Ismael Capdevila estas salidas de tono le daban mucha lastima y se alejaba por las callejuelas de la aljama, estrechas y cuajadas de oscuridad meneando tristemente la cabeza:

—Que malo es el mosto pero es mucho peor cuando la coges de cervezas- te queda como un martillo en la cabeza

—Vaya usted por la sombra, señor rabí.

El sastre Genaro le estaba dando los buenos días

 

 

 

 

del diario de león GIBRALTAR GARIDA DE LAS MAFIAS

Creo que conozco bien y a pie de obra la singularidad del estrecho de Gibraltar, de Ceuta y de las franjas que separan ese segmento del norte de África con la Península Ibérica, que es tanto como decir dos universos opuestos a 14 kilómetros de distancia, donde el Mediterráneo y el Atlántico se arremolinan violentamente en una de las vías tradicionales de navegación más importantes y agitadas del mundo.
No hace mucho, cuatro presuntos narcos murieron en aguas de Algeciras después de estrellarse su lancha planeadora, que volaba sobre las olas a 40 nudos, con la patrullera del Servicio de Vigilancia Aduanera que les perseguía en una operación contra el tráfico de drogas.
La lucha constante entre los cuerpos policiales y los narcos en el estrecho viene de largo y no parece tener fin. Las bandas del hachís cargan sin aprietos los fardos en las costas de Marruecos y, apenas una hora después, multiplican por cien sus ganancias deplorables en el litoral español. El dinero fácil, el paro endémico, la adrenalina y el hecho de que para mucha población de la zona el «comercio» de este tipo de droga no esté mal visto, acomodan buena parte de la sociología del lugar.
Desde hace siglos el estrecho de Gibraltar es una tumba silenciosa para miles de personas y naves. Naufragios legendarios, pateras repletas de infortunados «sin papeles» que se van a pique o furtivos al margen de la ley descansan en el fondo del mar como un cruel impuesto a la osadía, ya sea legal o reprobable. El peso histórico del estrecho de Gibraltar queda acreditado como uno de los tránsitos marítimos más intensos del Planeta y, por ende, con mayores probabilidades de transgresiones y criminalidad: contrabando de mercancías, narcotráfico (incluida cocaína y heroína), o mafias de inmigración irregular son las más visibles pese de su clandestinidad.
El valor geopolítico del estrecho es otro elemento cardinal. Ceuta, y Melilla algo más lejana, suponen como cabezas de puente entre dos continentes un obligado esfuerzo de seguridad para nuestro país como frontera exterior del espacio Schengen de libre circulación.
La inquietante situación del Magreb y del Sahel tampoco ayuda a dar estabilidad a la zona ante la amenaza yihadista que pende sobre Europa, y en particular sobre la Península Ibérica, a la que los terroristas han rebautizado como Al-Ándalus con indudable propósito patibulario.
Es evidente que si aparecen hábitats, circunstancias o sinergias que el crimen organizado transnacional pueda aprovechar para asentarse y conquistar un territorio lo hará tarde o temprano. La situación geoestratégica del estrecho y su entorno es de manual de cualquier academia policial o militar. Súmese además la trascendencia del peñón de Gibraltar como colonia-santuario fiscal y el consiguiente efecto llamada que los clanes explotan en su beneficio.
De los estudios y la propia estadística se desprende que en la actualidad el tráfico de hachís y de pateras acarreando inmigrantes irregulares hacinados como ganado por los negreros son las actividades ilícitas que se llevan la palma en aguas del estrecho.
Marruecos es el primer país productor de cannabis cuyo consumo se concentra fundamentalmente en Europa. España, por razones de proximidad, es una de las principales puertas de acceso de la mercancía que luego se distribuye en el espacio Schengen sin fronteras interiores.
Las narcomafias solo tienen que cruzar los 14 kilómetros del estrecho de Gibraltar para colocarla e iniciar su venta en el mercado demandante.
Con todo, las fuerzas policiales españolas vienen incautando el ochenta por ciento del hachís que entra en la Unión Europea, lo que da una idea del volumen del negocio y de la operatividad de los agentes.
En cuanto al tráfico de personas, el Mediterráneo es el escenario de operaciones idóneo para que las redes criminales los muevan de continente, sorteando la vigilancia ribereña o el patrullaje marítimo. Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, más de 10.000 migrantes han perdido la vida desde 2014. Una gran parte de esa horrible cifra le toca directamente al sector del estrecho de Gibraltar.
El avance de la delincuencia internacional, ahora llamada crimen organizado transnacional, es una realidad consustancial a la globalización, pese al empeño de las autoridades por combatirla. El estrecho de Gibraltar nos ha supuesto históricamente, para bien o para mal, una responsabilidad añadida que no poseen otros territorios de la Unión Europea. Merced a ello, si la UE quiere una franja segura con África que decline el «crimen sin fronteras» en sus diversas modalidades, deberá volcarse sin pausa y sin ambigüedades retóricas asumiendo riesgos legítimos. No existen más posibilidades factibles de momento. Nunca un trance sin otro se ha vencido. Dentro del escrupuloso respeto a la ley y al Estado de Derecho, por supuesto. Así están las cosas en verdad.
ENRIQUE IV, REY DIFAMADO, CONQUISTÓ GIBRALLTAR. LUEGO LO PERDIERON PARA LOS INGLESES LOS BORBONES






EL CUARTO ENRIQUE CONQUISTÓ GIBRALTAR

 

Nuestra ciudad debe gran parte de su señorío a Enrique IV, el rey más difamado de la historia de España. Desconociendo muchos, algunas de sus proezas, que los cronistas obviaron. Una de ellas fue su clemencia y suavidad —comitas llamaban los latinos a esa virtud— como mecenas patrocinador de las bellas artes, siguiendo la costumbre de su padre Juan II.

Era buen músico y cantaba bien. Buena parte de las partituras de sus composiciones se guardaban en el archivo de la catedral de Segovia.

No tiranizó a sus súbditos antes bien  mostró lenidad para con sus adversarios, lo cual dio pie a que algunos cronistas como Alonso de Palencia un clérigo converso con muy mala sombra —fue el artífice de la leyenda negra que envolvió al desafortunado monarca en las páginas de la historia de España— le motejaran de debilidad de carácter. Para su gusto un rey demasiado blando.

Gran parte de los españoles desconocen que peleó con la morisma y conquistó las plazas de Archidona y Gibraltar para los castellanos.

En una de estas campañas fue herido en el vientre por una saeta enemiga. Tal vez esa lesión fue una de las causas que determinaron la tan traída y llevada impotencia, que lo convirtieron en el risum teneatis del maligno Palencia y del todopoderoso arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo.

Ellos con otros miembros de la nobleza organizarían la tristemente famosa pantomima del “Pele de Arévalo”, quedando don Enrique destronado.

La corona pasaría a su cohermano Alfonso XII. Se encendieron los bandos de Castilla y un tiempo de luchas abocadas a la guerra civil.

Don Alfonso adolescente de catorce años contrajo matrimonio con una infanta portuguesa pero murió en el lecho nupcial la misma noche de bodas ¿agotado?

El cetro regresó a don Enrique quien no tuvo el coraje de acabar a sangre y fuego con los disidentes. Murió en el alcázar de Madrid después de una cacería en el Pardo, unos dicen que a causa de dolor de ijada, otros sospechan, en cambio, que envenenado, con sólo cincuenta años y veinte de reinado, en el otoño de 1478.

En las capitulaciones del testamento de la Reina Católica su cohermana se lanza esta advertencia: “que la plaza de Gibraltar sea siempre española” como indicando que sin la Roca Calpense bajo la corona nunca será recabada la unidad nacional. Convendría que los españoles repasaran el pliego de referencia para obtener conclusiones de lo que nos está pasando.

Un Borbón Felipe V se la otorgó a los ingleses en 1713 y en tales estamos pero esa es otra historia. Y ahí tenemos a los “brits”, piratas redomados, hostigando a nuestros barcos. Peligroso aliciente en detrimento de nuestra unidad y seguridad patria.

Amen de eso, incorporó a su cetro el condado de Cataluña sobre el cual disputaban los reyes de Navarra y Aragón. Gran actualidad tiene su persona a día de hoy cuando el separatismo campa por sus fueros.

Don Enrique — siguiendo la semblanza biográfica que Hernando del Pulgar hace de su persona —era alto y hermoso de gesto y bien proporcionado en la compostura de sus miembros y a este rey siendo príncipe de 14 años diole su padre la ciudad de Segovia… no bebía vino ni quería vestir paños muy preciosos ni curaba de la ceremonia que es debida a persona real… era ome piadoso e no ía ánimo de facer mal ni ver padecer a ninguno e tan humano era que con dificultad mandaba executar la justicia criminal… era gran montero, placíale andar por los bosques apartado de las gentes… casó siendo principe con la princesa Blanca de Navarra su prima y fija del rey de Aragón su tío, con la cual estuvo casado diez años e al fin ovo divorcio por el efecto de la generación que él imputaba a ella e ella imputó a él…Viviendo  primera mujer de quien se apartó casó con Juana hija del rey de Portugal e en este segundo casamiento se manifestó su impotencia pues como quiera que estuvo casada con ella por espacio de quince años nunca pudo tener con la reina allegamiento de varón aunque don Enrique conoció a otras mujeres… reinó veinte años, y los diez primeros fueron prósperos e llegó gran poder de gentes y de tesoros e los grandes caballeros de sus reinos con obediencia cumplían sus mandatos”

Por tanto en esta estampa prosografica de Hernando del Pulgar tenemos tres aspectos sobre los que reflexionar:

1)          su apostura viril

2)          su magnanimidad y tolerancia amigo de moros y judíos. Segovia fue en esta época la urbe de la tres culturas, por excelencia, y aventajando a Toledo. El rey se rodeó de una guardia mora porque confiaba, igual que Franco, más de la fidelidad mahometana que de la cristiana. Fue muy denostado por eso.

      3) su piedad religiosa amante de la liturgia y de las misas cantadas. Muy devoto de san Antonio.

Diego de Colmenares abona esta misma tesis señalando que, tratando de poner paz en las rivalidades entre observantes y clausurales, que se precipitaron sobre la Orden Seráfica en su siglo, fundó el monasterio de san Antonio en una finca de su propiedad donde cazaba.

Cuando Cisneros atajó estas diferencias manu militari, el convento de san Antonio fue cedido a las Clarisas que lo regentan hasta día de hoy. La Regla de san Francisco contó entre nosotros, por tanto, con cuatro casas de este cordón: capuchinos, claustrales, observantes y las Claras.

Tocante al tema de su “impotencia”, e incluso de su homosexualidad de los que algunos pacatos hacen un mundo, bien pude ser que, a causa del dardo que lo alcanzara en sus partes en la toma de Gibraltar, su aparato genésico tuviera un comportamiento errático —unas veces sí y otras gatillazo— impotencia intermitente a decir de los sabios.

El doctor Marañón en su biografía aduce, sin embargo, el testimonio de las meretrices locales a quienes el rey visitaba “e el rey nuestro señor avía una grande verga e pagaba su débito de amor como cualquier ome”.

Del Castillo su cronista oficial, mucho más benigno que el rijoso Palencia, abundando en el asunto, señala que tuvo amores con una abadesa de Casarrubios a la que frecuentaba, cuando iba a cazar, y también estuvo enamorado de una azafata portuguesa a la cual, furiosa de celos, la reina María despidió de palacio.

Bueno; pelillos a la mar. Estas cosas de tanto monto, para algunos, a otros, llegada la edad provecta, nos causan risa o nos la trae floja.

Cuestiones de alcoba, líos de faldas, o de pantalones. Mi abuelo decía que “cada uno la mete donde puede y donde le dejan” que de menos nos hizo Dios.

En conclusión, creo que el Cuarto de los Enriques fue un gran rey de Castilla, por demás escarnecido y difamado, un total desconocido, y por el que muchos segovianos, no obstante, sentimos cariño porque nos seduce por su simpatía, por su clemencia, por el amor a las artes y a la filocalía.

Nos legó esa primorosa obra de arte que es el convento de San Antonio el Real con sus frescos, con sus bóvedas de ataujía y artesonados. Todo el que vaya a Segovia debiera visitarlo.

Por lo demás, “de nimis non curat praetor”. Hay que dar de lado a tales nimiedades.

martes, 22 de noviembre de 2016