PASCUA DE FLORES
Último plenilunio de abril, Pascua de flores. Deprisa
pasa el Señor. Como todos los años (debe de ser por la reviviscencia judaica
que puede morar en mí) me alegro, me transformo y algo acontece: el milagro de
una transformación carismática, el renacimiento a una nueva vida. Son ya muchas
noches divinas y sagradas como ésta, en que enciendo en el ordenador y me
conecto al Piervii Kanal para asistir
a la maravillosa liturgia con celebrada por el santo patriarca Cirilo y su
clerecía. Las voces de cien popes atronando bajo las bóvedas del esplendoroso
templo de la catedral del Spasiteli abarrotada de creyentes, proto diaconos
Mijail leyendo la epístola a los colosenses “Si Xto no hubiese resucitado vana
fuese nuestra fe” y adelante el moldavo Constantino, tenor, enunciando el último evangelio de Juan leído a
partes en latín, ruso, bielorrusa, arameo, alemán, español, inglés y griego. El
Señor pasa deprisa, percibo en el cielo un rastro de luz (sviet) mágica que me concilia con mis semejantes y entiendo el
mundo desde el bien, la perfección y la vida que triunfa sobre la muerte. ¡Oh
muerte donde está tu victoria! Grito con san Pablo. El fuego sagrado ha llegado
expresamente a Moscú desde Jerusalén y
mis labios se elevan en plegarias por el pueblo judío, también y sobre todo con
el palestino que son los humillados y ofendidos profetizados por Dostoievski. Para
mi la noche de pascua es el gran yom kippur. Shalom. Mir. Friede. Pax augusta.
¿Por qué? Porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Vino a convertir
las lanzas en rejas de arado. No le hicieron caso.
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