Hoy se cumple una semana del golpe de Estado con el que  pretendió cerrar el Congreso, detener a la fiscal de la Nación e intervenir el sistema de justicia para sabotear las investigaciones en su contra y en contra de sus familiares por corrupción.

Antes de ello, ya era previsible que sus acólitos, especialmente aquellos para los que todos los indicios de malos manejos en el entorno cercano al exmandatario y sus intentos desvergonzados por obstruir a la justicia eran meras invenciones de la prensa, del Congreso o del Ministerio Público, estuvieran dispuestos también a defenderlo en su huida hacia adelante destruyendo la democracia y el Estado de derecho en nuestro país. Lo que, por el contrario, sí sorprende es ver la cantidad de políticos, gobiernos y uno que otro periodista distraído de la región esparciendo la tesis absurda de que el golpista fue, en realidad, una víctima del zarpazo que todos los peruanos atestiguamos en televisión nacional siete días atrás. Como si después del golpe se hubiese instalado la irracionalidad.

Ya  el vergonzoso  difundido por los gobiernos de México, Argentina, Bolivia y Colombia. Todos ellos, no hay que olvidarlo, afines ideológicamente al expresidente peruano y, al parecer, dispuestos también a no solo defender, sino también avalar su intentona golpista. En el colmo del absurdo, los firmantes han pedido que se priorice “la voluntad ciudadana que se pronunció en las urnas” en las elecciones del 2021; lo que, en otras palabras, quiere decir que hacen votos para que se restituya como cabeza del Ejecutivo a quien hace nada intentó subvertir el orden constitucional en nuestro país. Una solicitud que pasará a la historia como uno de los episodios más cínicos y vergonzosos de la política en América Latina.

Para abonar al disparate, ayer el Gobierno Hondureño se pronunció también para expresar “su enérgica condena al golpe de Estado ocurrido en el Perú”. A menos que su ‘condena’ haya llegado con siete días de retraso, es evidente que han decidido compartir el relato del golpista que dos días atrás afirmó a través de sus redes sociales que sigue ostentando el cargo de presidente y tildó a la actual jefa del Estado de “usurpadora”, y de quien fue su acompañante en esa empresa, , que el domingo salió a responsabilizar a la fiscal de la Nación por las lamentables muertes ocurridas en las protestas. Como ya resulta difícil creer que el gobierno de un país de la región no esté enterado de los sucesos de la última semana en el Perú, pues solo queda colegir que, a sabiendas de estos, han decidido pasarlos por alto para, en cambio, seguir a pies juntillas las tesis con las que el expresidente trata de hacerles creer a quienes estén dispuestos a creerle que el zarpazo se lo dieron a él.

Hay otros cuentos del golpe que también han empezado a difundirse en estos días desde los sectores que todavía defienden a Pedro Castillo. Uno de ellos es que es víctima de una “persecución política” –así lo ha afirmado, entre otras voces, la congresista y exministra de Salud Kelly Portalatino– por parte de los organismos del sistema de justicia peruano que el golpista trató infructuosamente de intervenir la semana pasada.

Afortunadamente, no todos están dispuestos a comprarse los ridículos discursos del dictador más breve de la historia de la República y de sus adláteres. Ayer, por ejemplo, la canciller Ana Cecilia Gervasi explicó que la presidenta  había recibido la visita de 20 embajadores de la Unión Europea, más la de Estados Unidos y el del Reino Unido, quienes “le expresaron su apoyo” como jefa del Estado.

Anteriormente hemos dicho que la Historia se encargará de juzgar al frustrado dictadorzuelo y a todos aquellos que lo acompañaron en su concreción del golpe de la semana pasada. Pues bien, hay que incluir allí a todos aquellos que hoy hacen malabares mentales para evitar condenar al golpista y que, sin un ápice de vergüenza, se han tragado todos los cuentos que tratan de retratarlo como una víctima.

Editorial de El Comercio