CENTENARIO
DE FRANCISCO DE ROJAS. DEL REY ABAJO NINGUNO
Antonio
Parra
El honor,
la honra, los celos hasta los cielos, violencia de género, malos tratos, vejámenes,
la maté porque era mía etc., un tema actual pero que en realidad es tan antiguo
como el mundo y que sería venero de inspiración para el gran teatro de nuestro
Siglo de Oro. Lope de Vega lo acomete poniendo a contribución toda su
carpintería escénica. Lo perfecciona Calderón pero el género alcanza su
apoteosis dramática en un autor que ha pasado por segundón y cuyo cuarto
centenario se conmemora este año: Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648).
Nacido en Toledo murió en la Villa y Corte a mano airada. Entre medias, una
mujer y un marido engañado. Hay un estro profético en la buena literatura. A
veces los vagos presentimientos, ese quid divinum e inefable del genio, que se
pergeñan en los libros se trasladan a la vida real en hechos concretos y Rojas
Zorrilla perdió la vida de la misma forma que uno de sus personajes: don Mendo el
antagonista de su famoso drama “Del Rey
abajo ninguno”. La trama es muy sencilla: el honrado labrador García del
Castañar- presentación- que toma parte en el asalto a la plaza de Algeciras es
recompensado por Alfonso XI con un mayorazgo.
El rey o
alguien que se hace pasar por el monarca va a visitar al vasallo, retirado a
sus posesiones, a su aldea donde pasa su modesto vivir, ni envidiado ni
envidioso, villano en su rincón, en la paz del campo, ajeno a que tan alta
visita iba a traumatizar su existencia al completo. El labrador honrado como es
natural lo agasaja con hidalguía pero al parecer el invitado abusa de su
hospitalidad. He aquí que una noche ve salir de los aposentos de su esposa a un
caballero que llevaba la banda (una especie de estola cruzada que era el distintivo
de la dignidad real entre los monarcas castellanos) regia. El marido burlado
sale en pos del intruso, pero no es capaz de alcanzarlo y quiere matar a su
esposa que se acoge bajo la jurisdicción de Alfonso XI en Toledo. Aquí viene el
nudo de la cuestión de la comedia de intriga y atadero: los sentimientos
encontrados de Rodrigo entre la lealtad al soberano – y entonces se consideraba
a la monarquía institución de derecho divino, por lo que el rey tenía potestad
sobre las vidas, cuerpos y haciendas de sus súbditos, el derecho de pernada
incluso- y lavar la mancha inferida a su honra pugnan entre sí. Asistimos a la
cumbre dramática del “pathos”
Realizadas
las debidas pesquisas (aquí viene el desenlace) , el marido engañado descubre
que el burlador de su mujer no era don Alfonso sino un tal don Mendo que se
había hecho pasar por el rey,
colocándose su divisa o la insignia real para acceder a los aposentos de doña
Blanca. La pobre señora, tratándose del monarca absoluto, no se podía negar a
sus halagos. He aquí otro dato curioso: en el paroxismo del absolutismo muchos
maridos se sentían halagados en consentir el acceso carnal de su esposa con el
soberano y es por esto por lo que a Felipe IV se le llegaron a contabilizar
hasta ochenta vástagos naturales. Y estamos en España, la tierra del honor
calderoniano, oiga. Un país enigma. Rodrigo va en busca de Mendo lo desafía y
lo mata y con la espada tinta en sangre se presenta ante Su Majestad y recita
los famosos versos que sirvieron para caracterizar el aferrado temple
castellano:
-“En
tanto mi cuello esté
Sobre mis hombros robustos
No he de permitir me agravie
Del rey abajo ninguno”
Famosa
frase que hizo raza, pero la honra ¿Dónde la tenemos los hombres? En las partes
blandas, por lo visto. No es una creencia cristiana. Se trata de un concepto germánico
que imperó entre los pueblos al otro lado del Elba y de ahí pasa a Roma. Los
nazis la incorporan a su vocabulario con su Blut
und Boden. A fin de cuentas, no deja de ser un contrasentido que los
hombres tengan que ser responsables de los desvaríos, en cuanto personas
libres, de sus mujeres o de sus adoradas, pues son ellas las portadoras de
honra y la transmiten a través de la sangre. No es más que una hipótesis, pero
en muchas partes se admite como un dogma. Va contra el libre albedrío.
Entre los
semitas no se puede reparar la ofensa sino meditante la muerte del culpable. Para
los musulmanes mancillar el honor de una mujer se considera una catástrofe
familiar y todo el clan ha de acudir a
las armas, un atavismo que se encuentra también entre los gitanos; que sólo
saben lavar el honor a puñaladas. Eso ocurre igual entre los gitanos.
Los turcos matan a aquellas mujeres que son
forzadas, ora consintientes, ora refractarias. Y los judíos dilapidaban a las
putas. Fue Cristo el que las rescata. El que esté limpio de culpa que tire la
primera piedra. Y esta frase pronunciada en latín culmina el apoteósico tercer
acto de la tragicomedia Divinas Palabras,
todo un monumento a la literatura castellana de Valle Inclán el as de nuestros
escritores modernos –siempre genial y a la contra- y cuya grandeza frisa a la
altura de Quevedo y de Cervantes.
Más moderno, don Ramón el de las barbas de
chivo el corazón esponjoso y los ojos miopes, pecador y católico se enfrenta a
esa idea de la honra y de los crímenes pasionales eje de marcha de gran parte
de nuestra dramaturgia y nuestra novelística, cuando hace pronunciar a un ex
seminarista, marido engañado y borrachín, y seguramente una proyección biográfica
de sí mismo porque Valle llegó a ordenes menores en el seminario de Santiago,
una sentencia de absolución a la pecadora aunque en ese gesto le fuese la honra.
También don Ramón era aficionado a los vapores báquicos, fue bohemio e infeliz,
pero nadie ha sabido insultar con tanto garbo a los imbeciles como este gallego
maestro de la sintaxis y la cadencia.
Ceceaba, pero su lengua era una auténtica
navaja y le dejaron manco por cantar las verdades al lucero del alba. Aquí
rebana los clásicos por boca del sacristán engañado, Pedro Gailo que llega a
rescatar a su mujer la pobre Mari-Gaila pisándose la sotana (y los cuernos,
como alguno canta) de las garras de sus verdugos, el pueblo fiel, la gente
decente y de buenas costumbres. Muy católico pero cruel, que tuvo a gala el
auto de fe para quemar herejes y esparrancar su saña contra la mujer caída.
Siempre pegan en el más infeliz. Las grandes cortesanas del país se van de
rositas. Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem
mittat. Divinas
palabras que absuelven y perdonan. Divinas palabras en latín. Y no son un
latinajo, como algún buitre maligno envidioso poltrón y emulador nos pueda
echar en cara, sino una frase redentora. Pocos entenderán este lenguaje de
perdón. Están encastillados en su insolencia y en su vulgaridad. Por otra
parte. Es posible que el centenario del Rey
abajo ninguno pase en inadvertencia. Aquí lo que manda es Shakespeare.
Y el inglés es muy grande, pero a veces
resulta un coñazo y aburre a las ovejas. Uno personalmente encuentra más solaz
en los versos bien cuadrados, de los que dice don Marcelino M. Pelayo que
frisan la perfección al borde entre la ternura y el deber trágico, de este
Francisco de Rojas Zorrilla que no nació en Strafford upon Avon. Era toledano.
Uno de la provincia del bolo y al que pudiera catalogarse por la buena hechura
de sus argumentos en las comedias de atadero y la facilidad versificadora el “Cisne
del Tajo”. Los temas de los que escribía hace cuatro siglos mantienen una
actualidad perenne: la problemática de las relaciones de hombres y mujeres, el
orgullo de casta, la lealtad al rey y a las instituciones. Las lenguas del
mundo que cuentan lo que pasa y a veces lo que no pasa, siendo el hilo
conductor de muchas tragedias familiares y de que se deshagan muchas casas.
Y enfoca
la problemática desde el ángulo de vista de un español total. Claro. Rojas era
de la provincia el Bolo. Y caballero en Madrid al que mataron en una emboscada.
Su corta y fecunda vida fue también una comedia de capa y espada. Y su vida y
su obra inspiraron a Valle Inclán para llevarle la contraria. “Tendrás honra si
la matas”. “Sí, honra y cadena de cárcel”. Pedro Gailo es la antitesis del
calderoniano Pedro Crespo. No se considera un alcalde de Zalamea ni un don García
de Castañar. Prefiere un caneco de aguardiente y cantar latines a salvar el
mundo. No es un caballero sino un pícaro a la moderna que lleva una existencia
sórdida entre titiriteros y fue un titiritero el que fornicó con Mari Gaila
según el tieso y repulido lenguaje valleinclanesco.
En cierto modo don Ramón presenta a un héroe
mucho más heroico y si se quiere más cristiano en su abnegación que el del
cliché calderoniano. Marañón parece darle un poco la razón cuando afirma que el
enaltecido don Juan tan señor de su casa e irresistible a las mujeres resulta
que era algo marica. Siempre a vueltas sin salir del laberinto. El machismo es
una aberración contra la mujer como también puede serlo el feminismo a ultranza
de esas reviragos que el otro día coreaban cerca de los leones de las cortes
que les miraban un poco asombrados la canción guerrera del “ista, ista”. De
donde saldrían las corifeas?
-Ni se
sabe. Pero vive dios que eran coro y eran feas.
Y esto,
señoras, no es una guerra. El hombre y la mujer no tienen porque enfrentarse en
las trincheras ni hacer de los dormitorios un territorio de combate o las
relaciones conyugales un campo de batalla, tal vez tengan que complementarse y
leer un poco más a los clásicos. Digo yo que soy periodista.
-Ista,
ista.
-Cállense
por favor. Taceat Mulier in sinagoga. El dicho es de san Pablo.
-Pero,
Emeterio, en que país vives. Me parece que no van a hacer ni puto caso.
-Todo se quedarían
exhortaciones y reprimendas. Por lo menos si repusieran la obra “Del Rey
abajo ningún” en algún corral de comedias lo pasaríamos pipa amen de honrar
a Rojas en el cuarto centenario de su orto.