2022-11-10

LA PANDEMIA DE LA VIOLENCIA CONYUGAL

 

 

 

 

CENTENARIO DE FRANCISCO DE ROJAS. DEL REY ABAJO NINGUNO

 

Antonio Parra

 

El honor, la honra, los celos hasta los cielos, violencia de género, malos tratos, vejámenes, la maté porque era mía etc., un tema actual pero que en realidad es tan antiguo como el mundo y que sería venero de inspiración para el gran teatro de nuestro Siglo de Oro. Lope de Vega lo acomete poniendo a contribución toda su carpintería escénica. Lo perfecciona Calderón pero el género alcanza su apoteosis dramática en un autor que ha pasado por segundón y cuyo cuarto centenario se conmemora este año: Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648). Nacido en Toledo murió en la Villa y Corte a mano airada. Entre medias, una mujer y un marido engañado. Hay un estro profético en la buena literatura. A veces los vagos presentimientos, ese quid divinum e inefable del genio, que se pergeñan en los libros se trasladan a la vida real en hechos concretos y Rojas Zorrilla perdió la vida de la misma forma que  uno de sus personajes: don Mendo el antagonista de su famoso drama “Del Rey abajo ninguno”. La trama es muy sencilla: el honrado labrador García del Castañar- presentación- que toma parte en el asalto a la plaza de Algeciras es recompensado por Alfonso XI con un mayorazgo.

El rey o alguien que se hace pasar por el monarca va a visitar al vasallo, retirado a sus posesiones, a su aldea donde pasa su modesto vivir, ni envidiado ni envidioso, villano en su rincón, en la paz del campo, ajeno a que tan alta visita iba a traumatizar su existencia al completo. El labrador honrado como es natural lo agasaja con hidalguía pero al parecer el invitado abusa de su hospitalidad. He aquí que una noche ve salir de los aposentos de su esposa a un caballero que llevaba la banda (una especie de estola cruzada que era el distintivo de la dignidad real entre los monarcas castellanos) regia. El marido burlado sale en pos del intruso, pero no es capaz de alcanzarlo y quiere matar a su esposa que se acoge bajo la jurisdicción de Alfonso XI en Toledo. Aquí viene el nudo de la cuestión de la comedia de intriga y atadero: los sentimientos encontrados de Rodrigo entre la lealtad al soberano – y entonces se consideraba a la monarquía institución de derecho divino, por lo que el rey tenía potestad sobre las vidas, cuerpos y haciendas de sus súbditos, el derecho de pernada incluso- y lavar la mancha inferida a su honra pugnan entre sí. Asistimos a la cumbre dramática del “pathos”

Realizadas las debidas pesquisas (aquí viene el desenlace) , el marido engañado descubre que el burlador de su mujer no era don Alfonso sino un tal don Mendo que se había  hecho pasar por el rey, colocándose su divisa o la insignia real para acceder a los aposentos de doña Blanca. La pobre señora, tratándose del monarca absoluto, no se podía negar a sus halagos. He aquí otro dato curioso: en el paroxismo del absolutismo muchos maridos se sentían halagados en consentir el acceso carnal de su esposa con el soberano y es por esto por lo que a Felipe IV se le llegaron a contabilizar hasta ochenta vástagos naturales. Y estamos en España, la tierra del honor calderoniano, oiga. Un país enigma. Rodrigo va en busca de Mendo lo desafía y lo mata y con la espada tinta en sangre se presenta ante Su Majestad y recita los famosos versos que sirvieron para caracterizar el aferrado temple castellano:

 

-“En tanto mi cuello esté

 Sobre mis hombros robustos

 No he de permitir me agravie

           Del rey abajo ninguno”

Famosa frase que hizo raza, pero la honra ¿Dónde la tenemos los hombres? En las partes blandas, por lo visto. No es una creencia cristiana. Se trata de un concepto germánico que imperó entre los pueblos al otro lado del Elba y de ahí pasa a Roma. Los nazis la incorporan a su vocabulario con su Blut und Boden. A fin de cuentas, no deja de ser un contrasentido que los hombres tengan que ser responsables de los desvaríos, en cuanto personas libres, de sus mujeres o de sus adoradas, pues son ellas las portadoras de honra y la transmiten a través de la sangre. No es más que una hipótesis, pero en muchas partes se admite como un dogma. Va contra el libre albedrío.

Entre los semitas no se puede reparar la ofensa sino meditante la muerte del culpable. Para los musulmanes mancillar el honor de una mujer se considera una catástrofe familiar y todo el clan  ha de acudir a las armas, un atavismo que se encuentra también entre los gitanos; que sólo saben lavar el honor a puñaladas. Eso ocurre igual entre los gitanos.

 Los turcos matan a aquellas mujeres que son forzadas, ora consintientes, ora refractarias. Y los judíos dilapidaban a las putas. Fue Cristo el que las rescata. El que esté limpio de culpa que tire la primera piedra. Y esta frase pronunciada en latín culmina el apoteósico tercer acto de la tragicomedia Divinas Palabras, todo un monumento a la literatura castellana de Valle Inclán el as de nuestros escritores modernos –siempre genial y a la contra- y cuya grandeza frisa a la altura de Quevedo y de Cervantes.

 Más moderno, don Ramón el de las barbas de chivo el corazón esponjoso y los ojos miopes, pecador y católico se enfrenta a esa idea de la honra y de los crímenes pasionales eje de marcha de gran parte de nuestra dramaturgia y nuestra novelística, cuando hace pronunciar a un ex seminarista, marido engañado y borrachín, y seguramente una proyección biográfica de sí mismo porque Valle llegó a ordenes menores en el seminario de Santiago, una sentencia de absolución a la pecadora aunque en ese gesto le fuese la honra. También don Ramón era aficionado a los vapores báquicos, fue bohemio e infeliz, pero nadie ha sabido insultar con tanto garbo a los imbeciles como este gallego maestro de la sintaxis y la cadencia.

 Ceceaba, pero su lengua era una auténtica navaja y le dejaron manco por cantar las verdades al lucero del alba. Aquí rebana los clásicos por boca del sacristán engañado, Pedro Gailo que llega a rescatar a su mujer la pobre Mari-Gaila pisándose la sotana (y los cuernos, como alguno canta) de las garras de sus verdugos, el pueblo fiel, la gente decente y de buenas costumbres. Muy católico pero cruel, que tuvo a gala el auto de fe para quemar herejes y esparrancar su saña contra la mujer caída. Siempre pegan en el más infeliz. Las grandes cortesanas del país se van de rositas. Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mittat. Divinas palabras que absuelven y perdonan. Divinas palabras en latín. Y no son un latinajo, como algún buitre maligno envidioso poltrón y emulador nos pueda echar en cara, sino una frase redentora. Pocos entenderán este lenguaje de perdón. Están encastillados en su insolencia y en su vulgaridad. Por otra parte. Es posible que el centenario del Rey abajo ninguno pase en inadvertencia. Aquí lo que manda es Shakespeare.

 Y el inglés es muy grande, pero a veces resulta un coñazo y aburre a las ovejas. Uno personalmente encuentra más solaz en los versos bien cuadrados, de los que dice don Marcelino M. Pelayo que frisan la perfección al borde entre la ternura y el deber trágico, de este Francisco de Rojas Zorrilla que no nació en Strafford upon Avon. Era toledano. Uno de la provincia del bolo y al que pudiera catalogarse por la buena hechura de sus argumentos en las comedias de atadero y la facilidad versificadora el “Cisne del Tajo”. Los temas de los que escribía hace cuatro siglos mantienen una actualidad perenne: la problemática de las relaciones de hombres y mujeres, el orgullo de casta, la lealtad al rey y a las instituciones. Las lenguas del mundo que cuentan lo que pasa y a veces lo que no pasa, siendo el hilo conductor de muchas tragedias familiares y de que se deshagan muchas casas.

Y enfoca la problemática desde el ángulo de vista de un español total. Claro. Rojas era de la provincia el Bolo. Y caballero en Madrid al que mataron en una emboscada. Su corta y fecunda vida fue también una comedia de capa y espada. Y su vida y su obra inspiraron a Valle Inclán para llevarle la contraria. “Tendrás honra si la matas”. “Sí, honra y cadena de cárcel”. Pedro Gailo es la antitesis del calderoniano Pedro Crespo. No se considera un alcalde de Zalamea ni un don García de Castañar. Prefiere un caneco de aguardiente y cantar latines a salvar el mundo. No es un caballero sino un pícaro a la moderna que lleva una existencia sórdida entre titiriteros y fue un titiritero el que fornicó con Mari Gaila según el tieso y repulido lenguaje valleinclanesco.

 En cierto modo don Ramón presenta a un héroe mucho más heroico y si se quiere más cristiano en su abnegación que el del cliché calderoniano. Marañón parece darle un poco la razón cuando afirma que el enaltecido don Juan tan señor de su casa e irresistible a las mujeres resulta que era algo marica. Siempre a vueltas sin salir del laberinto. El machismo es una aberración contra la mujer como también puede serlo el feminismo a ultranza de esas reviragos que el otro día coreaban cerca de los leones de las cortes que les miraban un poco asombrados la canción guerrera del “ista, ista”. De donde saldrían las corifeas?

-Ni se sabe. Pero vive dios que eran coro y eran feas.

Y esto, señoras, no es una guerra. El hombre y la mujer no tienen porque enfrentarse en las trincheras ni hacer de los dormitorios un territorio de combate o las relaciones conyugales un campo de batalla, tal vez tengan que complementarse y leer un poco más a los clásicos. Digo yo que soy periodista.

-Ista, ista.

-Cállense por favor. Taceat Mulier in sinagoga. El dicho es de san Pablo.

-Pero, Emeterio, en que país vives. Me parece que no van a hacer ni puto caso.

-Todo se quedarían exhortaciones y reprimendas. Por lo menos si repusieran la obra “Del Rey abajo ningún” en algún corral de comedias lo pasaríamos pipa amen de honrar a Rojas en el cuarto centenario de su orto.

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