Y que se ha olvidado: a través del Instituto Nacional de Colonización (INC), el régimen trató de levantar poblados para trabajar la tierra y establecer unos núcleos donde desarrollar la figura del hombre nuevo preconizado en el credo falangista. Pero apenas se conocen. Estos espacios traen ecos de una época e incluso ilustran en ocasiones un modelo racional de planificar términos de convivencia. Sus historias van perdiéndose y solo queda esa letanía de los pantanos a la que aluden Amado y Patiño.
Por eso, estos dos arquitectos han querido sacarlos a la luz. Rendirles un homenaje, según sus palabras. Desde hace cuatro años, Amado y Patiño recorrieron 33 de los cerca de 300 pueblos planificados a lo largo del territorio nacional, la mayoría en las provincias de Extremadura y Andalucía, al sur. Y sacaron unas 9.000 fotos de sus habitantes, sus fuentes, entorno y personas. Con ese material, recogido desde 2016 hasta 2019 aproximadamente, han publicado el libro Habitar el agua. La colonización en la España del siglo XX, promovido por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y editado por Turner.
Amado y Patiño iniciaron el estudio gracias al recuerdo de algunas clases en la facultad de arquitectura. Allí vieron retazos de la obra de Joaquín del Palacio, conocido como Kindel. Sus fotografías en blanco y negro mostraban estos lugares, que en ocasiones rozaban lo conceptual: no solo atesoraban la función de usar el agua para la labranza, también creaban en la zona una suerte de comunidad. A la política hidráulica se le sumaba la urbanística. Muchas de estas demarcaciones contaban con la firma de figuras en el sector, como José Luis Fernández del Amo y los incipientes Alejandro de la Sota o José Antonio Corrales, que se consagrarían posteriormente.
"Se incentivó la variedad en la construcción de los pueblos, que no fueran réplicas. Normalmente, había una plaza con la iglesia, la escuela, el local del sindicato del régimen, zonas peatonales, todo muy ordenado, incluso se buscaba integrar la naturaleza de cada lugar. Había separación de tráfico rodado y peatonal y siempre se elegía un santo nuevo, propio. Se ofrecía trabajo, con prioridad a familias numerosísimas.
Se les cedía la casa y la parcela a cambio del contrato laboral y de residir allí durante los 40 años de duro trabajo en el campo que les llevaba amortizar el préstamo", comenta la arquitecta.