
2025-01-22
Leonid Nikoláievich Andréyev (ruso Леонид Николаевич
Андреев; Oryol, 9 de agostoj- Mustamäki Finlandia, 8
de septiembre 1919
Leonidas Andreiev el diario de satanás
Como un
regalo de Pentecostés he vuelto a leer a Andreiev autor ruso del cupo de los
nihilistas muy traducido al castellano años veinte, una obra que tenía olvidada
y que es de sumo interés a la hora de entender los avatares por los cuales
atraviesa la SRI y el cristianismo en general. En el “Diario de Satanás” se muestra Andreiev clarividente y profético
acerca de la crisis que aflige a la iglesia romana de la misma forma que en “Sacha Yegulev” pronosticó la guerra de
Yugoslavia con todo lo que traería aparejado dicho conflicto (desasosiego
interior, pansexualismo terrorismo, antisemitismo como una execrable panacea en
la que vivimos paganizada Europa, perdidos de los antiguos valores”. En el
primer caso, redactado en 1914 poco antes del estallido de la guerra.
Se trata de
un viaje realizado por un rico banquero de Illionois a la Ciudad Eterna, un tal
mr. Wunderhood que no es un hombre de negocios como los demás. Sino el mismo
Belcebú. La gira comienza el 18 de enero de 1914 y el personaje no huele a
azufre ni es peludo o aparece con pezuñas, se presenta como un gentleman de
buenas costumbres y de gustos exquisitos.
A bordo del
buque que le transporta a tierras europeas, “el atlante”, dice que ha vuelto a
la tierra a mentir y a recitar. En Roma, en la lujosa residencia de Villa
Orsini, el millonario se encuentra cual pez en el agua porque ama el poder y el
lujo, se entrevista con los dos papas reinantes- un poco como el día de hoy- y
se hace amigo de los cardenales.
Con un
miembro de la curia tiene un romance homosexual pero obras son buenas razones
dejémonos de opiniones, los hechos a la derecha y las ideas a la izquierda
porque el lugar de donde viene él- el infierno- se halla empedrado de buenas
intenciones. Tiene un escudero, Tuppi, al cual gusta el diablo de besarle
detrás de la nuca en el occipucio. ¡Cosas
del pateta! La obra tiene un halo misterioso y febril que hace pensar en
las cuartetas de Nostradamus.
Tuppi declara
que su amo no ama a los hombres que eso del amor es una debilidad y que llega
de un país donde se están fabricando cárceles y patíbulos en cantidad.
¿America? Allí lo importante es el oro y el progreso. Ha transformado el odio y
el interés en la moderna religión. El ángel caído encontrará no pocos adeptos a
su propuesta.
Wunderhood,
aficionado a la crisopeya alquimista y al ocultismo, ha encontrado una forma
para transformar las cabezas de ganado de cerda en oro. Y vengan piaras y más
piaras que pastan en las montañas de California pues hay que dar de comer a los
cerdos para que cellos acto seguido nos mantengan. Entonces el magnate le
regala al arzobispo Magnus un sacacorchos porque a su juicio la verdad está en
el vino “porque la cordura sirve solo para los pobres de espíritu".
Encuentra un
extraño hedor en la capital del imperio. “Roma huele a Nerón y a antorchas
humanas” (¿Se refiere al Shoah?) y habla también de la mercancía –mujeres
traídas de todas las partes para ejercer la prostitución- y de los rincones
oscuros en la penumbra de los templos que incitan al trato torpe en el
confesionario.
Andreiev
parece intuir el panorama cien años antes los escándalos pederastas (en la iglesia siempre hubo
castrados y niños de coro) que afligen e la actualidad al Vaticano. El diario
de Satanás es un prontuario en el que el autor anota visiones y profecías,
describe las paradójicas circunstancias en que se encuentra Europa poco antes
de que sonase el pistoletazo de Sarajevo, escribe sobre el disgusto que siente
ante los reporteros con su nuevo periodismo salaz enojoso y destructivo que
institucionalizado lo mundanal y “estos pobres redactores a mi servicio no
saben que yo soy el amo del mundo”. Resuenan las carcajadas del diablo en la
capilla Sixtina y advierte, blasfemo, que todos esos Pios y Sixtos que se
llaman a sí mismos vicarios de Cristo no son más que un legado de la paganizad
romana.
No son más
que sacerdotes del legado de Júpiter y sus “bendiciones valen tanto como los
besos que le doy yo a mi escudero en el sincipucio”. Hasta la tiara que portan
sobre la frente los papas es una herencia de la cidaria o mitra con ínfulas por
detrás de aquellos pontífices romanos que se consideraban el puente entre los
hombres y la divinidad en las religiones sincretistas.
La novela
tiene un ritmo deslavazado como si hubiera sido redactada en medio de un rapto
o frenesí diabólico. Una borrachera sin fin, una orgía arrolladora de palabras
y de conceptos que se superponen unos con otros.
Cabe recordar
que el príncipe de las tinieblas es un ángel caído y no piensa como los hombres
sino que su poderoso intelecto va más allá a la manera de los espíritus puros.
Va abriendo compuertas secretas de las cámaras vaticanas, analiza signos ocultos, realiza astutos
guiños de una manera similar a André Gide que también lanzó una novela que
resultó prohibida contra el poder eclesial de los guardianes de la tumba de san
Pedro, llegando a la conclusión de que el colegio cardenalicio es pura
propaganda. Su negocio es la muerte. “mientras exista la muerte la Iglesia será
indestructible. ¿Y el pueblo?
-Vulgus vult decipi (el pueblo quiere ser
engañado) le contesta al diablo un monseñor con la cara afeitada de mona[1]. Terrible propuesta pero el vulgo
quiere ser engañado mediante las orgías, los cuentos, la religión, el pan y el
circo. La gente no quiere complicarse la vida porque el pensamiento allega
dolor y en este caso, a falta de la certinidad de las verdades eternas, la fe
del carbonero sería lo mejor.
Andreiev
parece darle la razón al padre Astete cuando contesta en su catecismo a una
pregunta difícil con el remoquete de eso no
me lo preguntéis a mí que soy ignorante doctores tiene la Iglesia, etc… “La
Santa Sede necesita dinero mister Wunderhood. ¿No es usted socialista? Hoy
todos somos socialistas, al lado de los hambrientos. Que se coma mejor y cuanto más saciados estén, más muerte, ¿me
comprende?" Contesta irónico Belcebú al cardenal X. Todos buscan la libertad
pero libertad y muerte son sinónimas, apostilla el príncipe de la iglesia en
este pasaje memorable. Tales paradojas deslumbrarán a cualquier lector ávido de
buena y profunda literatura.
No hay que
negar que los del colegio cardenalicio son gente enterada y sibilina. Les gusta
leer el Libro Mayor de las cuentas con el habe y el debe más que el evangelio.
Sin embargo
en medio de esta vorágine de dislates y de invectivas contra la institución
eclesial verdaderas en parte va a ocurrir un milagro: el Enemigo del Género
Humano va a encontrar a una muchacha que habita en la villa Orsini a la vista
de una hermosa muchacha virgen por nombre María de la que se enamora y tratará
de seducir. He aquí el nudo de la cuestión de esta genial obra de pensamiento
que sólo puede salir de la pluma de un ruso y cuyo desenlace veremos en la
siguiente entrega
Ha de
continuar
Publicado por PREFERENS
[1]
El autor en este pasaje alude a la escena de los “hermanos Karamazov” de
dostoyevski cuando el gran inquisidore le propone al cristo un programa para
hacer felices a los hombres felices y devotos mediante el engaño. El Cristo no
responde y demuestra con su silencio que Él es el primer engañado
Amparo Cuevas RIP
Me
llama un amigo para comunicarme la noticia de la muerte de Amparo Cuevas la
vidente del Escorial. De mortuis nisi bene. Sólo hay que hablar bien de los
muertos pero yo no puedo hacer aquí un panegírico ni una eulogía. Me recuerda
los tiempos más duros y más entusiastas de mi vida pues el poder de
convocatoria de esta señora semianalfabeta era tan poderoso que yo llegué a
creer como otros muchos que la Virgen Santísima se parecía en Prado Nuevo o al
menos ocurrían allá cosas raras- sugestión, hipnosis, cruces en la frente,
odoraciones. Siempre fui muy devoto de Nuestra Señora y en tiempos de
persecución como los que padecí por la defensa de la verdad y de la justicia me
agarré a aquel sitio como un clavo ardiendo. Allí se congregaba gente muy
extraña. En una ocasión alguien estaba haciendo una cosa mal, una invocación al
maligno y yo recuerdo que llevaba un icono de madera en el bolsillo, lo levanté
y la imagen de la Virgen del Socorro se dibujó entre las nubes en todo el
skyline del monte de las Machotas. Después de aquello todos los que
presenciamos aquella escena – una que se llamaba Conchita y una peregrina
portuguesa- quedamos como exhausto. Un individuo que quería cometer una
violación a unas mujercillas de pronto desapareció. Era por el año 82. Yo
acababa de regresar de América. En Nueva York solía acudir a la catedral
ortodoxa y me sorprendió el fervor de aquellos fieles devotos de la Virgen que
entonaban el Akazistos a la Madre de Dios. Yo hacía sonar en mi casete aquellas
cintas pero a los virginianos que eran muchos de ellos tan intolerantes como
ignorantes no les complacía. Fue antes de que Juan Pablo II suprimiera
obedeciendo a extrañas órdenes el rito oriental en las misas que Radio Vaticano
obedeciendo a una extraña insinuación de una mano invisible. En el 89 cayó el
muro de Berlín. Muchos de aquellos pobres virginianos desconocían lo que pasaba
a su alrededor. Prado Nuevo me reconvirtió a mi fe católica pero pensaba que el
Vaticano II había renunciado a los valores y que se vendió a los enemigos
de la cruz por un plato de lentejas. Fui perseguido. Me tacharon de orate pero
empecé a pensar cada vez con más convicción desde que vi la silueta de aquel
icono de la Madre de Dios que la salvación de nuestra fe venía de Rusia. Sin
embargo, los jipios, suspiros, desmayos, la voz ronca y engolada de Amparo en
sus mensajes que cada primero de mes parecía tener hilo directo con el altísimo
no solo me parecían un camelo sacrílego sino que me causaban un horror. Hablé
una vez con ella y me causó la misma sensación que deparaban a los viajeros
extranjeros las brujas de Zurraramundi, las sorguinas gallegas, las saludadoras
castellanas. El ambiente en el Escorial que al principio parecía santo y
maravilloso tomó rumbos diabólicos pero la Iglesia que siempre está al tanto no
podría dar dinero a aquella fuente de ingresos y de donaciones pro anima. En la
corteza de los fresnos aparecieron caras extrañas, unas veces el rostro de
Cristo, otros, la silueta de la Virgen cubierta con un velo. No sé cuanta
verdad o cuanta mentira hubo en aquella debacle. El bien y el mal andan juntos.
Desde entonces tengo mis reservas hacia las apariciones de toda especie, las
aprobadas y las descalificadas por los jerarcas eclesiásticas, pero tengo la convicción
de que Dios se apiada, se apiada eternamente. Y hace milagros todos los días
pero no se publican. La gracia divina es un manantial de dadivas que fluye
subterráneo y nosotros no nos damos cuenta en medio de nuestras zozobras,
persecuciones, egoísmos, materialistas. Hombres y mujeres de poca fe.
Dios la haya perdonado a esta albaceteña que sin letras era una mujer lista,
muy intuitiva, que veía crecer la hierba, se compró un mercedes, otro que
regaló a la curia, e invirtió en propiedades inmobiliarias. Dio testimonio de
la cruz a su manera en unos tiempos muy difíciles cuando la gran confusión y
las tinieblas del error parecen apoderarse de la Iglesia. Lo que vi entre el
desencanto y el amor a mi pueblo me hizo escribir el Seminario Vacío. Dios guarde su alma. Fui uno de los primeros
periodistas que la entrevistaron. Trabajaba para reporteros de la agencia EFE.
Y las muchas idas y venidas al encante de las apariciones o suposiciones como
terminé por denominar al cabo me acreditan como experto en la materia. Se trata
solamente de la objetividad de un periodista
AMORES Y DESAMORES DE ENRIQUE VIII
ANA, ANA BOLENA DE LOS MIL DÍAS: LOS PECADOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN
INGLATERRA
No era más que una “mula santa” ama o barragana de obispo pero, Jesús, la
que preparó. Cuando vivía en Londres y pasaba cerca de la Torre, ese
impresionante edificio alto, lóbrego y sin ventanas, todo cubos redondos perfil
de mazmorra y de hacha de verdugo el recuerdo de esta pobre mujer y el de otros
que encontraron en una de sus tozas detrás de un rastrillo la separación de la
cabeza del cuerpo, puesto que los alabarderos de aquel lugar a los que llamaban
beefeaters eran de los que comían
carne todas las semanas y sabían encontrar la carne de los condenados me
desviaba de tan lúgubre recinto y pedía al taxista que desviase la ruta. Hoy
los beefeater son los reyes de armas
mostrando su lanza, el chambergo rojo y la barriga en las estanterías de las
tabernas. Por el gin y los bloodymarys
se pifian los empinadores del codo de Inglaterra y al alzar la copa se acuerdan
de sus malhadadas reinas. La cabeza de Ana Bolena bien valía un polvo que ya
nos lo dirán de misas. Era pelirroja y antes de entrar en la corte inglesa como
barragana de Su Eminencia el cardenal Wolsey
había hecho la carrera y la aventura en Paris. Fue el propio cardenal primado
de Inglaterra el que presentó a su querida al propio rey Enrique VIII. El
Defensor de la Fe titulo con que el pontífice reinante a la sazón Alejandro VI
había distinguido al Príncipe de Gales le pidió relaciones inmediatamente pero
la astuta y a la vez candorosa advenediza le dio una de esas respuestas con
registro propio en los anales:
-Majestad ni soy tan alta
para ser tu reina ni tan baja para ser puta.
Lo cual que
entró en la corte de Whitehall como azafata de la reina Catalina de Aragón hija desventurada de Isabel y Fernando que no
tuvo demasiada suerte en Inglaterra. En Paris en la corte del francés la
llamaban “La Escoba inglesa” porque por lo visto supo barrer para casa no sólo
los corazones de aquellos cortesanos de la Orden de la Jarretera “et honni soit qui mal y pense” (era el
lema) sino también dineros. Tan ambiciosa era la joven como bella. El resto de
lo que sucedió forma parte de la leyenda. Amores maravillosos y desdichados que
duraron poco pero que fueron de tan dramática intensidad que cambiaron el curso
de la historia de Inglaterra y del mundo. Acabo de ver una buena película
sensacional en lo que afecta al “casting”. El ropero y el vestuario han sido
asesorados por los mejores investigadores de Oxford y parecen los modelos haber
sacado de los diseños de los archivos del traje. El perfil de Ana era la perfección de la belleza. Pelirroja y
candorosa. Estampa de la inocencia en manos de aquel Barba Azul. Las crónicas a
Enrique VIII pintan como un ogro pero era un rey nada vulgar que había leído
las escrituras y discutió pasajes de la biblia con los teólogos en los que se
apoya para pedir el divorcio con una cita del Deuteronomio: “no yacerás con
la mujer de tu hermano”. Alegaba que Catalina era la mujer de su hermano
Enrique VII y que fue compelido al matrimonio por imperativos de la política
matrimonial. Buen poeta y compositor de madrigales y sexualmente toda una
fuerza de la naturaleza pero en eso no era ni mejor ni peor que todos. Los
reyes, los obispos y hasta los papas tenían su propio harén. Una pobre mujer y
detrás los pecados de la Iglesia, la Iglesia del poder. Los bailes de máscaras
en la corte episcopal del palacio de Lambeth donde se produjo el encuentro con
el más famoso dinasta de los Tudor. Oficiando de proxeneta nada menos que el
gran cardenal de Inglaterra. Aquel vicioso eclesiástico no era más que un macarra.
Y también acabó en la Torre. Al igual que su sucesor el verdadero autor del
cisma, más complaciente pero enrevesado como todos los canonistas. Las cosas
luego se complicaron. Enrique no era un protestante. Odiaba tanto a Lutero como
a los frailes pero quería una iglesia nacional apartada de Roma conservando
casi la totalidad de la liturgia y los Siete Artículos de la Fe. Wolsey es
refractario a otorgar el divorcio pero el nuevo arzobispo de Londres Cranmer acusa de contumacia a Catalina
de Aragón y anula el matrimonio de la hija de los Reyes Católicos con Enrique.
Curiosamente, esta se retira a un convento de Peterborough. Sigue siendo un
misterio el que no acabara en la Torre igual que el resto de sus favoritas y es
que Catalina era mucha Catalina. El rey debió de amarla o al menos respetarla
hasta el final. El espectro de Catherine of Aragón como la llaman los
historiadores ingleses siempre salía a mi encuentro cuando cruzaba en tren las
llanuras de Linconshire. Ay que yo no quiero amores en Inglaterra que téngalos
yo mejores en la mi tierra, rezaba un viejo madrigal cortesano de los tiempos
de Felipe II cuando la historia de España y de Inglaterra se entreveran tan
trágicamente. If you go to Scarborough fair. Si vas a
Scorborough a la feria... Yo fui
bastantes veces y me zampé mis buenos yorkshire puddings y me bebí mis jarras
en la posada de los Piratas que mira a la bahía. Y pensaba en Catalina y en Ana
y en las “six wives of Henry the Eight”
que fueron legendarias. Yo no quiero
amores en Inglaterra, que mejores amores tengolos en mi tierra, canta el
romance. Oh Ana de los Mil Dias. Ana de los mil días. Anne of the thousand days
rosa entre las espinas de sus amantes como el duque de Norris; en un torneo
celebrado en la tablada de Greenwich, Norris había enjugado su rostro con un
pañuelo que le tiró la reina lo que vuelve a su a augusto esposo loco de celos.
El rey celoso la acusa de adulterio al poco del nacimiento de Isabel. Las malas
lenguas de la corte propalaban que la que había ser la Reina Virgen y la reina
de las reinas inglesas Isabel Tudor era hija fornecina y para los españoles
resultó una perfecta una hija de puta
con la cara picada de viruelas. La reina virgen no conoció varón pues era
tortillera. El tálamo real había sido profanado y según creencia de la época
este tipo de delito se pagaba con la cabeza. Pobre Ana de los Mil Días. Ana
Bolena. The rake. La Paja inglesa.
Alta y derecha como un huso mujer de extraordinaria belleza una de esas
beldades que hicieron enloquecer a un rey. En el cadalso tuvo una presencia de
ánimo y una entereza casi martiriales. Se deshace en un canto de amor a su
verdugo el rey: “Estoy pura de todo pecado, Jesús mío. Dios dé larga vida al
Rey y al valeroso pueblo inglés” y con gesto humilde y sin descomponer el gesto
tendió su blanco cuello al hacha del verdugo. Junto a ella fueron ajusticiados
tres de sus supuestos amantes. Dicen que el rey se fue a cazar y vistió de
blanco luto durante una semana como hizo al saber la noticia del deceso de
Catalina su legítima. La imagen amable y complaciente se transforma en un
monstruo de los celos. Antes bien, se le pasó pronto el disgusto y tan es así
que al día siguiente de la ejecución el 20 de mayo de 1536 se casa con Juana Seymour. Otras fueron Catalina Parr, Catalina Howard y Ana de Cleves,
la yegua de Flandes aquella alemana. Parece mentira que un madrigalista tan
fino algunos de cuyos sonetos superan a los de Shakespeare pudiera caer tan
bajo y tan bajo que terminó hecho una piltrafa a causa de la gota y de la
sífilis. Los estragos en la mesa y en el lecho le pasaron onerosas cuentas al
final de sus días. Un estudio de este aciago período en la historia de la
Iglesia de Occidente nos muestra los pecados de la Iglesia, los renuncios y
regateos entre Roma, Lambeth y la sede de Canterbury y por una herradura se
perdió una yegua y por una yegua se perdió un caballo y por un caballo todo un
reino. Es un poco la crónica del cisma de Occidente. Un pecado de escándalo del
que el papado tampoco está exento. Sobe ese tablero político religioso se pusieron a jugar a las Damas tanto la lujuria
como el orgullo y la avaricia. Todos esos pecados capitales…. Entre todos, el
de soberbia es el peor