2010-03-05


MICHAEL FOOT UN PRÓCER PARLAMENTARIO DE LA INGLATERRA DE LOS SESENTA.

“De mayor a mí me hubiera gustado ser backbencher” o al menos es lo que pensaba yo cuando era más inocente cuando asistía en la tribuna de los Comunes como corresponsal diplomático de la Cadena del Movimiento. Tras de tiempos vienen tiempos y el hombre propone y Dios dispone.
Eran los backbenchers los parlamentarios que se sentaban en los bancos de la oposición, el gallinero y a veces la clá de Westminster. Eran unos tipos muy elocuentes, traje impecables a rayas, color sonrosado después de haber trasegado un buen porto en el almuerzo, la corbata del nudo Hudson muy fino como era la moda de tales tiempos, que escuchaban las declaraciones más solemnes como el que oye llover, ponían los pies en lo alto de los escaños, se sonaban los mocos, abucheaban a los ministros. No dejaban títere con cabeza.
El Speaker siempre les estaba llamando al orden pero ellos díscolos e impertinentes, ni caso.
- Here… Here… Ay… Ay.(En el antiguo inglés es como el bai de los vascos y quiere decir yes).
Me habían hablado de la flema inglesa pero aquellos tíos se desgañitaban hablando com italianos, arqueaban las cejas, golpeaban el balaustrado o pateaban la tarima y a veces se venteaban en medio de un “procedure”. En Inglaterra no es una falta de educación ni está mal visto el irse de bastos ni aun en medio de uno de esos speeches solemnes.
Los backbenchers sólo guardaban una cierta compostura cuando la Reina inauguraba las Cortes allá por el mes de octubre en una vistosa procesión en las que abrían carrera los maceros y los hombres de armas con sus chambergos del siglo XVI las calzas coloradas, la golilla y pica en ristre como si aquello fuese un anuncio de la ginebra Beefeater, y detrás los lores y los pares del reino, guardaban una cierta compostura.
Durante mis primeros meses de corresponsalía acostumbraba a asistir a las sesiones. Para los de los bancos de atrás que es lo que significa backbenchers nada sagrado había bajo el cielo.
A Wilson lo ponían de vuelta y media. Heath era un asno elevado a la categoría de chico de la banda y director de orquesta.
Del papa escuché verdaderas burradas o así me parecieron entonces, que luego he ido comprendiendo la razón por la cual consideran los ingleses que arrogarse el título de representante de Cristo en la tierra, cuando no eres más que un arzobispo, es una blasfemia, porque es usurpar por la carne humana las potestades de la divinidad.
El presidente Nixon, Tricky Dicky para Tony Benn, por ejemplo, pudiera pasar por el empleado de una gasolinera de Colorado. Era cuando lo de Watergate.
Yo en los Comunes aprendí lo que es la Democracia, un juego al parchís y que la política no es más que teatro, sólo teatro (acting). Por eso los laboristas y los conservadores interpretaban cada uno su papel, soltaban el rollo, se mentaban a la madre pero luego se iban juntos a emborracharse en el pub de la esquina o, apacibles, disertos y grandes diplomáticos –Inglaterra cuando quiere desea guardar las formas y por eso se dice que es el país que produce los mejores espías, they are masters in desguise, expertos en el arte del disimulo, casi mejor que los jesuitas- se mostraban como buenos amigos.
No llegaba la sangre al río en Inglaterra entonces pues, cuando llega, un británico es siempre de temer. Yo admiraba aquella facundia, aquel desparpajo y relajo, aquella tolerancia, aquel cachondeo.
Muchos de los ponentes eran tremebundos y se expresaban con una sonrisa en los labios. No se tomaban en serio a sí mismos a sabiendas de que en este mundo hay pocas cosas que merezcan la pena, porque la vida no es más que apariencia, teatro. El gran teatro del mundo.
Sentí una vierta envidia porque aquello que veía con mis ojos que se ha de tragar la tierra no era posible exportarlos a mi patria. En España, país católico a veces cruel, aquellos rifirrafes hubieran provocado una guerra civil. Los españoles nos tomamos las cosas demasiado a pecho. Adolecemos de ese integrismo y cerrazón de un cristianismo que degenera en superstición y catolicismo, mal interpretado que nos deparara medio milenio de inquisición, y gemimos bajo el yugo de ese oscurantismo tribunicio de los pulpitos y de los confesonarios con que los curas torturaban nuestras almas, nos falta ese candor de los ingleses que ven en muchos de nosotros “ suspicious minded bastards”.
Claro que para eso los ingleses han tenido tres revoluciones y a tres de sus reyes les cortaron la cabeza, algo que sin ser loable del todo se echa en falta por aquí. Un backbencher típico fue Michael Foot que acaba de fallecer a la edad provecta de 96 años. Melena leonina, gafas de culo de vaso, una facilidad de palabra que hacía sospechar que en sus inflamados speeches había resucitado el mismísimo Cicerón.
También tenía, al igual que el tribuno romano, un grano en la nariz y era feo y sentimental pero nada católico. Procedía de una familia de metodista, que adoptó las ideas fabianas y curtió su pluma en la redacción del Daily Worker, órgano de los comunistas.
Llegó a ser un clásico de Fleet Street. Hombre frágil, intelectual mal encarado y con aquella melena blanca a lo Papini no resultaba muy simpático a los ingleses convencionales. Pero, todo un carácter, su oratoria arrastraba a las masas y brillaba alto en los mítines y las convenciones del partido.
Era sobrio y vivió y murió como un buen socialista. Aquellos socialistas que yo conocí en mi juventud nada tienen que ver con los socialistas que se estilan entre las huestes de ZP y compañía. No hay por acá ninguna Bárbara Castle con su corazón bondadoso que escondía debajo de una máscara viperina ni un Hugh Scanlon, ni un Jackson, ni un Jack Jones el ex militante de las Brigadas Internacionales, ni un Vic Feather el líder de las Trade Unions que viajaba en metro y sólo se permitió el lujo de tener una casa de campo, un molino en Worcestershire con un pequeño jardín, y murió con su pensión de jubilata muy modestamente. El sueño de su vida que le redimió de una infancia de penurias en Bradford.
Si yo hubiera sido inglés hubiera sido un backbencher y hubiera votado laborista. Pero el laborismo inglés como el smog, el puré de guisantes, el Yorkshire pudding o el té de las cinco aquí quedarían ridículo. England made me. Inglaterra me hizo y acaso me deshizo porque yo nunca quise renunciar a la españolía. Los ingleses conciben la política como un arte menor y como un servicio. Al revés que nosotros mismos.
En España siempre fue un trampolín al que se encaramaron siempre los mismos, los que querían enriquecerse o satisfacer su ego. Falta ese espiritu de servicio que los británicos aplican rigurosa y metódicamente a su idea de la administración publica, la amistad o las relaciones humanas reguladas por una virtud que abunda o abundaba entre los ingleses que yo conocí y que era la “compasión” (en el sentido de sentir con, ponerse en el lugar del otro y su circunstancia, o entender, ser tolerantes y no compadecerse en la acepción de lástima que le damos aquí) y de la cual habla Alcalá Galiano en sus Memorias que transcurrieron en el exilio londinense desde 1823 hasta 1830.
Acaso el hecho estribe en la diferente idiosincrasia de los pueblos. En España siempre existió otro sentido de democracia inspirado en la insaculación, sistema en virtud del cual –no era otra cosa que sacar la bola y al que le tocaba, pues tocaba- que nos permitió elegir buenos jueces de paz, buenos alcaldes, algún que otro semanero, los concejos en torno al roble o los muros de la iglesia, los usos y costumbres, el fuero.
Pero hemos sido un desastre, a diferencia de ellos, para la vida parlamentaria. Demosgtración: la historia española a lo largo del diecinueve y del veinte.
Aquí no hay backbenchers y a la política se va como a un acto de apropiación, de toma de posesión, y no como una vía de servicio.
El patriotismo español es diferente a su patriotismo mucho más profundo e irrevocable. La muerte de Foot evoca en mi memoria aquella Inglaterra que yo viví cuando la libra buceaba en la bolsa de valores, las huelgas mineras, aquel invierno de 1971 que llamaron el winter of discontent. Inglaterra se venía abajo y todo se iba al carajo pero la sangre nunca llegaba al río a pesar de que estuvimos dos meses sin luz en pleno enero y febrero, el IRA no paraba de poner bombas y todo el mundo parlaba de crisis.
Aquel inglés rotundo y bien pronunciado, elegante y tribunicio, de Michael Foot en sus peroraciones resuena aun en mis tímpanos junto con una cancionilla de moda que alcanzó los primeros lugares en el hit parade por aquellas fechas. No milk today. My love is far away (Hoy no viene el lechero, mi amor está lejos) junto con las baladas de los Beatles, las películas en el Odeon y los bailongos en el West End y las pintas de cerveza en los augustos bebederos y meódromos londinenses.
Todo aquello que yo viví. Goodbye to all that. Recuerdo que una vez llegué a entrevistar a Michael Foot en su casa de Hamstead. Llevaba una cachava desde un accidente de auto en 1963, había perdido también la visión en un ojo a causa de un sarampión en la infancia, lo que no le privó de ser un lector empedernido. Fumaba en pipa porque pensaba que la nicotina es un excitante del cerebro y le impulsaba a sus largas sentadas ante la máquina de escribir, pues aparte de orador era un escritor compulsivo y ha llegado casi a los cien años, valetudinario, con una salud frágil pero incombustible, sin hacer deporte.
Su aspecto adusto no era más que una máscara. En aquella interviú después de enseñarse con Franco, el tirano del mediodía lo llamaba, al final me hizo una confesión que desbarató un poco el sentido de la entrevista: Franco I think he is good for Spain. He is paving the way for Democracy. Había nacido mister Foot en el mismo año que mi padre 1913 y aunque radical no fue uno de los muchos socialistas que se alistaron a luchar en la Guerra Civil en el bando de la republica. Así que Franco fue bueno para España.
Was he?
Ha muerto uno de los grandes próceres del laborismo y del periodismo británico. Un pensador íntegro, un hombre austero, un idealista. Descanse en paz. Yo creo que fue al cielo este ateo convencido.
viernes, 05 de marzo de 2010

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