TOMÁS SALVADOR, RAPSODA EN PROSA
DE LA GUARDIA
CIVIL
Cuerda de Presos, fechada entre
los meses de marzo a junio de 1953, es una de las grandes obras de imaginación
que se editan en la postguerra. Un verdadero poema en prosa, análisis psicológico
que revela grandes conocimientos del alma humana por parte del autor, y un
homenaje a los abnegados hombres, escogidos entre los más selectos del pueblo llano que integran la Benemérita. Además de un canto a España en el paisaje de la solana de las montañas
cantabro-astúricas.
El argumento se basa en la
conducción o cuerda de un preso que realizan pocos años después de ser fundado
el Instituto desde la localidad de Villablino en la raya del Bierzo hasta
Vitoria, donde es reclamado el interfecto por una serie de asesinatos ocurridos
en la región alavesa entre 1872 y el 76.
Los representantes de la ley poderosa, carretera y manta camino
adelante, la pareja de tricornios que han servido a muchos amos llevando a un
preso por los caminos, un preso que suscita la compasión de la gente que mira
el cuadro. Las leyes por lo general no hacen felices a la gente humilde.
Pedroso el guardia viejo prefiere dar un rodeo a los núcleos de población
importante. Son tres personajes cada uno con su psicología a cuyo andar
retumban los pensamientos. Garayo (tú no vas a ningún baile) un viejo asesino
en serie que siente una inclinación irracional hacia las mujeres fue un niño
infeliz y triste allá en Salvatierra que ayudaba a misa al cura y se sabía de
memoria el “yo pecador” en latín. Impresionante la escena cuando un párroco de
aldea le sale al encuentro y el Sacamantecas recita el “confiteor”. Las leyes
son impuestas por el poderoso y las cargas son desiguales. Una justicia para
todos es una utopía, asevera el gran escritor palentino. Sobre todo en lugares
apartados, los viejos burgos podridos manejados por caciques, usureros,
muñidores electorales y rabadanes enriquecidos. “Cuerda de presos” destila una melancólica
sabiduría cervantina y un estilo brillante, eficaz, que proclama a este libro
uno de los grandes puntales de la novela psicológica del siglo XX. Es también
literatura carcelaria, se analiza la vida y milagros de un criminal peligroso
desde la compasión y desde un punto de vista humanitario. “un preso en manos de la guardia civil puede ser un asesino pero también
puede ser un muchacho que no quiso servir al rey o un mendigo muerto de hambre.
No lleva en la cara la marca del delito y la GC no puede condescender a explicar su conducta. Debe mantenerse
erguida, digna, indiferente, inflexible como un roble… a mí me han llegado a
apedrear, dijo Pedroso, y conducíamos a un parricida… así es la vida,
Silvestre, asquerosa. Y la culpa la tienen los políticos” En la actualidad cuando los
picoletos nos brean a multas y son los ejecutores policíacos de gobiernos
corruptos, amen de “demócratas” y este avasallamiento que se hace con los de
abajo, por ese prurito recaudatorio, dejando a los de arriba marchar de
rositas, estas sentencias escritas hace algo más de sesenta años cobran relieve
profético. Triste destino el de la
guardia civil por el invierno de paño y por el verano de dril. Servicio de
carreteras, escolta de trenes, conducción de presos. Por el campo, agua, sol y
viento. El tricornio te derrite los sesos, las polainas te cuecen los pies.
Los dos números del comando son
Serapio Pedroso Bujá, ya veterano y con muchos años de servicio, que
corresponden a bastantes leguas de andadura, y muchos soles y muchos hielos en
la hoja de servicio, peinando los caminos y Silvestre Abuín Corvino, bisoño y
recién ingresado en el cuerpo.
Ambos adscritos al puesto de
línea de Murias, en la primera compañía de la comandancia de Villablino, han de
realizar esta misión de conducir al preso Garayo a manos del juez. Se trataba
nada menos que del Sacamantecas, famoso asesino en serie, como va dicho.
Para los dos guardias civiles es
un servicio más en medio de las dificultades y aperreo de la andadura. Para el
penado un paseo hasta la horca. Su captura en tierras gallegas había
significado para el pobre Garayo, una mente morbosa y enferma, niño maltratado
por su madre y que tenía dificultades en su relación con las mujeres, un paseo
hasta la horca. Un viaje de despedida. Garayo tú no vas a ningún baile, el
guardia viejo le había dicho
Durante el viaje duradero once
días justos el lector convive con las particularidades y manías de unos
guardias civiles retratados al natural y acaba por entender el por qué custodios y custodiados
llegan a comprenderse y hasta tenerse simpatía, aunque el conducido sea un
criminal que tuvo atemorizado en su día a todo el Condado de Treviño, sin
menoscabo de las obligaciones del servicio y de los planes que urde el convicto
para escapar.
Una noche en Cistierna
aprovechando el pervigilio y la fatiga de sus vigilantes lo intenta pero su
conato de fuga es abortado a culatazos. A partir de ahí, ya es un hombre
vencido que marcha con la cabeza hundida entre los hombros, los brazos
péndulos, los codos trabados y el gesto sumiso. Ha de caminar siempre delante:
-No vayas tan deprisa, Garayo
que no vas a ningún baile.
-Sí, señor guardia.
Esta corriente de simpatía es
algo más que el síndrome de Estocolmo. Tomás Salvador que ha realizado un buen
trabajo de campo y que con pluma maravillosa describe las vicisitudes de estas
andanzas por el antiguo Reino de León bucea en la pisque profunda del criminal
donde hay un alma dulce y desdoblada por la violencia de unos instintos
asesinos que el Sacamantecas no puede controlar. Es el sexo y sus perversiones
lo que le va a deparar la horca Es como el dispositivo de un resorte. Cuando ve una mujer, en desquite de algún
agravio inferido allá en la infancia o váyase a saber, se acerca a ella con las
peores intenciones. Unas lavanderas de cháchara alborozada que lavan pañales de sus críos a la vera del río Torío
en viendolo se echan a correr o lo acantean:
-Señor guardia, cómo me ha
mirado ese tío
Fue el de este pobre alavés un caso parecido al
del famoso Destripador de Londres y de muchos otros violadores a los que su
personalidad depara la corbata de hierro. Aquí se demuestra que son víctimas
ellos mismos de una mala inclinación que no es otro cosa que una enfermedad
mental.
Las ideas fijas, las fobias, las
obsesiones que asedian su imaginación definen a Garayo como un psicópata. El
libro es un tratado de metodología carcelaria y, amen de eso, bueno para saber
geografía u ensanchar conocimientos.
Serapio Pedroso se nos muestra
como un arquetípico civilón del XIX: duro de pelar, que no ha de bajar nunca la
guardia. Con la disciplina, el uniforme, el libro de firmas, y los registros y
partes de novedad. Cuando se brinda la ocasión, trata de leerle la cartilla a
su compañero Silvestre al que aquel servicio arranca de los brazos de su novia
gallega. A la par se sirve darle algunos consejos:
-Las mujeres son como Dios
quiere que fuera. No hay por qué estrujarse los sesos.
La tercerola pesa lo suyo, seis
kilos, y el uniforme te hace ser austero y concebir la vida de otra manera. No
es tampoco granjería el destino de la cónyuge de cualquier miembro de la Benemérita. Siempre con los bártulos de un lado para otro y viviendo
sin comodidad pero en la camaradería de las casas cuartel. Compartían con sus maridos un magro pasar y
una existencia de penurias y de sacrificios.
El servicio es el servicio. Y la
pareja lo realiza en jornadas de treinta kilómetros, a veces un poco más,
siempre y cuando no protesten demasiado los tobillos. Una conducción era de los
de más responsabilidad y compromiso campo a través. Arriesgado porque el agro
español era avispero de bandidos. La comitiva tenía que bordear los pueblos y
evitar las ciudades. La vista de los reclusos inspiraba en los lugareños piedad
mientras para los guardias que los llevaban esposados con las manos a la
espalda eran objeto de mofas e invectivas, cuando no eran recibidos a tiros. Dura lex sed lex y la Benemérita siempre representó en este país al brazo armado de
los poderosos. Hubo de servir a muchos amos y gobiernos de todos los colores.
Así fue desde su fundación con Isabel II y ¿será con Felipe VI? Actualmente las
cosas no llevan buen camino. Late una animosidad ferviente contra los de arriba
por los de abajo los eternos humillados y ofendidos. Nos frien a multas. A
pesar de todo el instituto armado sigue siendo el organismo funcionario de más
prestigio.
No se trataba de un cometido
fácil. Los números habían de caminar con la tercerola al hombro. Hay un cuadro
de Fortuny que revela lo dramático de la escena de estas conducciones cuando
los presidiarios habían de ser arrancados materialmente de las manos de sus
mujeres e hijos.
Los haberes y gratificaciones
por este concepto eran de unos céntimos por lo que los celosos y beneméritos
funcionarios tenían que compartir el pan
duro, la cebolla y algún tarugo de queso con los conducidos. El mismo agua, el
mismo sol. Era igual el cansancio. Al
término de cada marcha que debía ser efectuada bajo luz cenital, nunca de
noche, los tricornios de capas negras y correajes amarillos deberían hacer
entrega del prisionero a la autoridad competente, que lo encaminaba al
calabozo. Ellos pernoctaban en la casa cuartel, si lo había. Si no, en la
posada.
Hay sociología, geografía y
lírica en estas páginas. En las que se
deslía una verdadera poesía a la sierra del Bierzo y al río Duero de aguas
claras y molineras que en la provincia de León se hace guerrero y prevenido en
frontera. Pero sobre todo, Tomás Salvador exhibe una caudal de conocimientos
sobre la historia de aquellas tierras a las que ama.
Era hijo de un hijo del Cuerpo.
Había nacido en Villada (Palencia) y a la legua se nota que llevaba a la Guardia Civil en los tuétanos. Y esto determina que en su pluma
impasible no anide jamás el resentimiento. Los civiles conocen a España y
España les conoce a ellos. Esta índole de conocimientos les permite fijar el
fiel de la balanza en un término medio. Ni el entusiasmo delirante. Ni el
pesimismo a ultranza. Su política es, siempre que se pueda, pasar de largo y
dejar las cosas a su aire. En aras del bien común conviene hacer la vista
gorda. Paso corto vista larga y ojo al cristo que es de plata.
Sin embargo resulta difícil no
dejarse llevar por la emoción cuando la pluma de Tomás se mete en el alma de
sus tres andariegos personajes: don Quijote y Sancho detrás de la sombra de un
hombre arrepentido y vencido, pero con el mosquetón al hombro. Por si acaso, a
sabiendas de que a la pareja en el descampado siempre puede aparecersele un
delincuente. ¡Cuántos de sus abnegados números impunemente perdieron la vida en
emboscada al ser sorprendidos por salteadores que acechaban con su naranjero o
los retacos metidos entre la faja, detrás de una peña o a la salida de una
cárcava!
Por eso mismo, conviene cabalgar
con tiento. Paso corto y vista larga. Y ojo al cristo que es de plata. Es
añadido de algunos para cuadrar la máxima. En Andalucía dado lo quebrado de su
geografía y para hacer frente al bandolerismo de Sierra Morena iba montada. Se
les llamaba “los de a caballo”. Nutrían sus escuadrones contingentes jinetes
bien apercibidos en la monta de caballos árabes.
Años adelante, la Guardia Civil se haría de infantería. El atuendo típico:
borceguíes o piales, rara vez almadreñas, leguis o polainas, guerrera verde y
pantalón de tela del mismo color, una escárcela para los partes de ruta y hoja
de servicio, que también hacía las veces de morral para guardar el vino y una
botija de agua (se les prohibía el vino cuando salían de correría), cartucheras
de cuero, camisa de hilo, capote azul marino con forros y vueltas rojas sobre
correaje amarillo, tricornio forrado de tela, mosquetón y machete a la cintura.
En traje de gala, tan apuesto y donde los sastres se esmeraron por realzar la
hombría de bien y la belleza varonil, el calzón es blanco y el tricornio va
adornado con lengüetas gallonadas. Y una manta de Palencia para combatir los
relentes que se solían terciar como
todos los soldaditos. Era el uniforme acostumbrado de la infantería española
que se inspiraba en el ejército napoleónico.
“Es bueno andar.-escribe- el
alma parece que se libera y deja de sentir las pesadumbres del infortunio”.
Soldados de patrulla, peatones del bien común, fuerza armada que vela por la
paz, y que ha servido a muchos amos por poca paga y dedicación constante. Guardias que conocen la sed, el polvo y las
incomodidades de la inclemencia meteorológica, pero siempre en su puesto. Sin
despear. Sin derecho a la protesta. Su perfil se hace familiar apareciendo por
la cintura del horizonte allá a lo lejos o de sorpresa al revolver de una
garganta, surgiendo de una loma o alzando sus siluetas inconfundibles por el
fondo de un barranco.
Son la sombra misma de Juan
Español.
Carretera y manta. Paso corto y
vista larga. Los civiles han por norma
no murmurar unos de otros ni hablar mal del compañero. El Duque de Ahumada
pensaba que la política era un mal necesario, menester al cual se dedicaban los
más serviles. Aunque era consciente de que tenía que rendirles vasallaje en
aras de la lealtad a la patria y su vocación de servicio.
Serapio y Silvestre hacían las
rutas de las viejas legiones romanas, dejando a un lado la Ruta de la Plata , se desvían hacia Ciestierna
por el Itinerario de Antonino. Siete leguas por día como mucho. Es un viaje
lleno de aventuras novelescas y de vicisitudes varias que dan lugar a que el
autor se luzca al describir sobre el mapa las costumbres, tradiciones e
idiosincrasias de esta parte septentrional del Reino de León que él conocía
bien. “La Cuerda ” es a la vez un libro de viajes
al uso de aquellos años de comienzo de la década que marca los comedios del
siglo XX: “Judíos, Moros y Cristianos” y “Viaje a la Alcarria ” de Cela, “Pata de Palo”, de
Bartolomé Soler, o “Viaje al sol” de enrique Llovet que recorre la Mancha hasta las estrivaciones de
Sierra Morena en una vespa, primorosas narraciones de andar y ver, pero, como
novela la del Sordo de Villada parece que aventaja a las demás.
Por el camino el uno al otro
hablan de sus cosas o se cuentan historias como los viejos peregrinos. El libro
en cuestión tiene algo de novela de caballerías y de “morality”. Para
entretener la caminata el guardia Pedroso draga sus recuerdos. En estos
apólogos quien más sale a relucir es su abuelo, “un arriero muy listo cuando
estaba sereno, pero muy poco cuando había bebido más de la cuenta”. Anotan toda
la vida que les sale al encuentro. Por ejemplo, es memorable la entrada de un convoy
de ferrocarril que entra en el andén de La Robla un amanecer de octubre o la
descripción de la fiesta de san Froilán patrón del reino leonés en el Boñar.
Los juegos de bolos y el chito o las peleas de aluche. Y la descripción de un
cantamisa en la localidad maragata un verdadero tour de force narrativo.
Al llegar a Villadiego Tomás Salvador
nos ilustra sobre una cuestión de filosofía histórica y nos refiere cómo a los
judíos nadie les quería por la usura y los continuos desmanes que su presencia
ocasionaba en las ciudades. Los bandos de Pedro I fueron los síntomas de un
primer alzamiento sionista contra los cristianos. El pueblo
pronto les escogió como culpables de sus males. La corona de Castilla hubo de intervenir poniendo a las
aljamas bajo jurisdicción real.
Fernando III otorga una
premática en virtud de la cual todos los judíos podrían acogerse a sagrado en
la iglesia de san Lorenzo de aquella villa. De ahí viene la famosa frase de
“tomar las de Villadiego”.
Uno corre el peligro de perderse
en soliloquios extasiado ante la insólita maestría de esta obra al seguir los
pasos de estos tres seres humanos. Un criminal camino del patíbulo y sus
vigilantes. Tres hombres que dan pasos por el sendero. Con ellos aprende a
resguardarse del frío y del calor, a aguantar la fatiga y el hambre. Fijándose
en la estrella Polar emprende el derrotero del norte. En Villalón se inicia en
los secretos de la fabricación quesera. Que por cierto el cuajo que se derrama
por las cinchas le vale al guardia Pedroso para alivio de su conjuntivitis.
“Cerca de Poza de la Sal - el pueblo de Rodríguez de la Fuente- la vista le empezó a dar
guerra. Parecía tener arena en los ojos”. Una buena mujer le saca una tarriza
llena de cuajada y con ella se unta los ojos enfermos. “Ya no tendrá que pedir
la baja”.
En lo alto de la torre de la
iglesia de Mora dos cigüeñas parecen estar jurándose amor eterno mientras que
con las dos tarreñas de su prolongado pico machacan el ajo. Es otoño pero por
las noches en el campo se escucha aun, machacona, la estridulación de los
grillos. Unos arrieros, ahítos de vino, discuten a la vera de un camino. Han
desenganchado y sus monturas descansan y rumian al pie de los brancales de un
carro. Pero al ver venir los guardias cesan al punto la riña y se quitan las
boinas con respeto.
-Buenas tardes y menos voces.
¿Adónde se camina?
-A tierra Gordaliza del Pino
para lo que quieran ustedes mandar.
-Con Dios.
-Vayan en su compañía, señores
civiles.
Poco más adelante, unas
lavanderas restriegan su colada a la sombra de un alisal ribera del Órbigo y
lanzan miradas subrepticias para Silvestre el guardia joven, pero su compañero
profiere un comentario jocoso y aguas que no has de beber dejala correr pero el
guardia Silvestre Abuin no puede por menos de sentir saudade de la novia que
dejó allá cerca de Ponferrada. El deseo siempre tira. Unos lavancos festejan
posar entre los carrizos de un cilanco y luego espantados emprenden un viaje
raudo y multitudinario como si fuesen de boda. El preso les mira con envidia y
sus acompañantes se hacen a un lado para dejar a las aves pasar.
Erasmo Soria, natural de
Salamanca, hablaba en verso y cuidaba de los encuartes o corrales de relevo de
la antigua diligencia en la mansión o descanso de la ruta que conectaba en poco
menos de 24 horas a Burgos con Bilbao. El trío hace un trayecto corto en este
medio de locomoción y se sienten volar. A Pedroso lo encajonan en la rotonda o
compartimento vigilando al conducido mientras su camarada trepa a lo alto del
pescante con el delantero y el postillón. Se escucha el golpear de la tralla y
el bramido de las ruedas, una revolución de flejes y muelles que se disparan
hacia adelante y hacia atrás. La diligencia era el último grito de la
velocidad. Tomas Salvador hace un nostálgico canto a este carruaje al que por
aquellas fechas le quedaba algo más de medio siglo de vida.
Las descripciones que realiza lo
mismo que las observación son las de un genio. Lo mismo hay que decir de la
acción y el interés que reclama la atención del lector. Todas estas virtudes le
confieren el título de novelista mayor de su generación. Dio a la estampa tres
obras maestras, tres clásicos, de una tacada: “División 250", una de las
mejores historias de la segunda guerra mundial, “Cabo de Vara”, y “Hotel
Tánger”. Sus producciones no se parecen ninguna entre sí. Cultivó no sólo el tema psicológico y la
literatura carcelaria sino también obras de ficción y hasta literatura para
niños. A Tomás Salvador, al que recuerdo embutido en su camisa azul poco antes
de morir, en un reportaje que le hizo Lalo Azcona, con su cara de comisario
pachón, no le perdonaron ciertos desvíos de lo que hoy se considera la
corrección política aunque no fuese de ningún bando. Él no devolvió la pedrada.
Era un guardia civil con un concepto de servicio de Estado. Decepcionado de la
política y por los vencedores, colgó la chapa y se dedicó íntegramente a la
literatura. No tuvo dificultades para publicar pero nunca ganó dinero. Se
ganaba la vida con un quiosco en las Ramblas.
Tenía un concepto humilde de su
oficio y en “Cuerda de Presos” llega a aparecer él como uno de los múltiples
personajes del retablo según una tradición de colarse de rondón en sus propios
libros. Ya lo hicieron Cervantes, Petrarca, Bocaccio y el Dante. Él se
convierte en zapatero. Escribir una novela lo comparaba a hacer un par de
zapatos. Un novelista no viene a ser
sino un maestro de obra prima, pero, ojo, que él lo bordaba. Abordó,
insistimos, todos los géneros desde el infantil hasta el de evasión pasando por
el histórico. Con mucho “Cuerda de presos” nos parece su entrega mejor. Labra
en él un monumento a la sufrida Benemérita. Escrito con el corazón grande de un
buen hijo del cuerpo, el final es enternecedor. Cuando entrega Pedroso a los
miñones a su pupilo siente como un cosquilleo en los adentros al tiempo que le
entrega todo el tabaco y todas las vituallas que porta en el morral. Siente una
pena infinita y demuestra que el Sacamantecas no es más que un pobre diablo. Su
obsesión con las mujeres le venía de los malos tratos e inseguridad incoada en
las palizas recibidas de mano de su madre, pero el mundo es así. Está mal hecho
y hay cosas que no tienen solución. Hay gente que nace para ser carne de
presidio y de horca. Gargayo, verbigracia. ¿No habrá un Dios que se apiade? Y
si El no se apiada, porque está lejos o demasiado alto, ¿no nos tendremos que
apiadar nosotros que también somos victimas y viruleros de grado o a contramano
porque la humanidad no cambia? Esa parece ser la tesis de esta pequeña gran
obra de arte escrita desde la resignación y majestad cervantina.
En el camino de vuelta y ya de
correría, no de conducción penal, Tomas Salvador sentado en la tajuela de su
chiscón de zapatero, los vio pasar. Les dijo adiós con la mano y volvió a su
lezna y a su bramante. Un buen libro se
confecciona igual que un par de zapatos a la medida. Con paciencia. Con tesón.
Metiendo el tirafondo con maestría. Que ensamblen todas las piezas y que el
conjunto ofrezca la impresión de un totum continúum a prueba de tropezones y
caladuras.
En estos días críticos de
sobresaltos, amenazas y revanchas, cuando suenan clangores de guerra en
lontananza, la obra del Sordo de Villada (consecuencia de los estampidos
artilleros de cuando estuvo en Rusia en el Voljov) es un referente de perdón y
de misericordia cristiana. Pocos han entendido igual que él lo que es un
guardia civil ni nos han demostrado a lo largo de toda una saga de historias
que nos elevan el animo y nos hacen sentir mejores la grandeza de ser
español. Hoy es un autor olvidado y
preterido. Algunos hasta lo llamaron loco. Ni sus propios camaradas lo
entendieron. Por impolítico. Sin adscripciones determinadas ni bandos y eso
aquí parece que no lo perdonan.
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