2017-01-09


UN ACCITANO DE GUADIX Y UN CUENTO QUE RETRATA EL SIGLO XIX

Pedro Antonio de Alarcón El Clavo



Una de las situaciones pintorescas en las que sueña Pedro Antonio de Alarcón en sus nostálgicos y sentimentales cuentos en los que el lector añora Granada( Madrid la calle Atocha y Valdemoro donde residió) es subirse a una diligencia y encontrarse en la rotonda con la mujer de sus sueños. Donde menos se espera salta una aventura pero el humorismo sardónico nos deja con la miel en los labios porque la ínclita- el granadino las preferiría rubias y corpulentas, pecheras, entradas en carnes, algo donde agarrar- resulta una damita muy pudibunda, treinta años, bonitos dientes, hoyuelos en las mejilla, escote alto y un libro en la mano, quizás una novela “cuyo héroe podría parecerse a mí (pues no pide usted nada, don Pedro Antonio), elegante damisela y sola- o viaja en busca de su marido, es una puta o una asesina.

El novelista sabe jugar con las situaciones delirantes y atrapando el interés del lector le lleva al huerto pero no hay tal huerto sino una situación bufa. Nuestros antepasados del siglo XIX trataban de ligar en los carruajes de posta. Antes del primer relevo donde estaba la posada del encuarte ya había declarado sus amores. En lo alto del pescante el postillón chascaba la tralla. Se tardaban dos días y medio desde Gijón a Madrid parada en la venta la Tuerta en León, Ataquines, media hora. El viaje a Granada era más peligroso por el aliciente de los bandidos al acecho por Sierra Morena. Estos escritores románticos poco se preocupan del paisaje, tampoco demasiado del paisanaje. El mayoral látigo en ristre para aguantar el frío y las tropelías del camino al bajar Despeñaperros (aquel carretero madre… quede amores me habló etc.), pasado Torrejón, el automedonte se había metido entre pecho y espalda una azumbre de aguardiente y reforzado su lenguaje con un repertorio de delirantes cagamentos. Juras más que un carretero. Para cojurar el aburrimiento o el miedo el cochero se echaba cuatro cantes. Coplas y más coplas. Veredas y más veredas.

-¿Vas de recua?

-Sí a Sanlucar por ver al Duque.

Las mulas eran todas aragonesas más resistentes pero zainas y cabezonas que tú no veas. El camino pedía aventura, reclamaba sobresaltos y daba alguna coz, un golpe inesperado. Los niños del siglo XIX no querían ser pilotos ni bomberos, querían ser delanteros de diligencia y guiar un convoy de mulillas trotonas haciendo sonar los cascabeles de sus colleras. A par de la calesa y sobre una yegua cordobesa a modo de vigilante solía cabalgar un mozo de espuela con un trabuco o una escopeta a la grupa, y que le iba advirtiendo al que guiaba de las incidencias y vericuetos del camino y si el carruaje cargaba trasero o delantero. Manolo tensa las riendas. Pese a las prevenciones las diligencias hacían molino porque se rompía una ballesta o se desbocaba alguno de los jumentos de la recua. Tenía que venir el herrero del pueblo más próximo. Era la desesperación pero Menéndez y Pelayo en el itinerario que va entre la Puerta del Sol y Puerto Chico solía leerse diez libros mientras se fumaba una caja de puros.

Si a la señora se le antojaba hacer pipi, ningún problema: con alzarse las enaguas y empotrar las nalgas en un sillico oculto bajo el asiento y a soltar el chorro o lo otro por la bacinilla coprónica, pues no tenía que hacer cola en los lavabos, así se hacía el avío del cagar y mear sina apearse; todo marchaba sobre ruedas. En estos viajes se trababan amistades que duraban de por vida, se contaban historias difíciles de olvidar y algunos incluso encontraban con la mujer de sus sueños. Don Pedro Antonio por lo que parece no pero otros galanes tenían más suerte. En las diligencias se moría la gente, nacían niños y se hacía el amor.

Comodidades e inconveniencias del romanticismo. En las fondas esperaban los chinches, el candil de sebo y alguna Trotaconventos a la que se podía hacer un favor por unos pocos patacones o un maravedí, porque entonces al no haber puticlubs el alterne buscaba sus sitios estratégicos en las ventas como las de Bembibre a pelo o al ajo arriero que en un recodo cuatro bandidos salieron, reza la canción, pues a Bembibre iremos todos como buenos compañeros. Había mesones y ventas que eran famosas en toda España desde el siglo XVI. Allí nació la novela picaresca y el romanticismo. Bécquer era también un apasionado de una diligencia a Soria que cruzaba media meseta.

La vida acaso tuviera otro sabor más fuerte que ahora. Pero los olores eran parecidos. Olor a tierra mojada, olor a mujer y olor a tinta fresca del papel recién salido de la imprenta- Alarcón quiso ser cura, luego militar pero acabó en periodista. Le aguardaba la probe menesterosa existencia de casi todos los escritores en su profético quehacer desagradecido. De muchos de sus contemporáneos ya nadie se acuerda pero sobre los sueños de estos artistas pergeñados en papel escribe la posterioridad. Ninguna riqueza mayor que la del espíritu. La vida de un poeta suele repetirse en unos y otros. No trasciende su labor ni son reconocidos en su trabajo aunque haya pocos menesteres en el mundo que proporcionen tantas satisfacciones interiores y aporten, inherente. Una grandeza interior que sólo conocen unos pocos. Tanta dignidad de hombre no cabe en estos seres olvidados a solas en su habitación amanuenses, pendolistas, cazadores de historias y de sueños, cálamo en ristre.

Ya Stalin los llamaba ingenieros del alma. En la antigua URSS era un gremio que gozó de ciertas perspectivas de futuros al igual que en los tiempos del franquismo (nunca se publicó tanto ni tan bueno en España como el periodo 1938-1975.) Entonces podría haber censura previa. Ahora hemos vuelto a las horcas caudinas de la Inquisición globalizada y universalista. Puedes publicar un libro pero no distribuirlo, nadie lo comentará en los medios si contiene apostillas al Régimen. Los medios de comunicación, las editoriales perroneras se hallan en manos de los enemigos de Cristo.

Así buenos novelistas y poetas quedan preteridos, fuera del juego, sometidos a una conspiración de silencio. Es la ley del silencio Estos que se proclaman demócratas [“nosotros somos demócratas… demócratas sí pero para vosotros mismos con la ley del embudo en la mano*] no dejan pasar una. Imponen el trágala del pensamiento único, políticamente correcto. Oye no te pases. Y te exhiben la argucia de las leyes de la oferta y la demanda que ellos controlan: el marketing.

Han capado el ingenio, mandaron al ostracismo a los escritores de inspiración y talento que son suplantados por la morralla informativa y los lameculos del Régimen, prácticos del auto bombo, estómagos agradecidos. Los elegidos de la musa están mucho peor que sus antepasados que eran gente de rumbo aunque por poco dinero y solían vivir en la plaza. Sus sucesores llevan vida de forzados en las ergástulas del anonimato. Es lo peor que le puede ocurrir a un literato: que le digan tú no existes. Dijo Larra escribir en España es llorar. Hoy a las plañideras les ahogan el grito con un sistema de cencerros tapados. Espronceda, Mesonero Romanos, Zorrilla, Bécquer, el propio Alarcón murieron en la indigencia pero gozaron de mucha fama y lograron publicar. Hoy no lo conseguirían y con decir que el Nobel se lo dieron a Vargas Llosa ya está todo dicho.

Pedro Antonio de Alarcón en su existencia terrenal pegó bastantes tumbos y rebotes. De anarquista empedernido se proclamó fiel vasallo de los borbones y anticlerical furibundo acabó besando la mano a todos los obispos y arzobispos. ¿Por mor de los garbanzos? Toda su obra rezuma melancolía, la tristeza y resignación de un ex seminarista que hubo de renunciar al sacerdocio porque murió la señora que le pagaba la beca. La perversa educación sentimental, los evidentes traumas sexuales del escritor destellan a lo largo de su obra. Ponía a todas las mujeres en un pedestal, idealizaba el amor porque lo iniciaron en la utopía pero a la vuelta de la esquina aguardaba el desengaño. De aquellas veneras emocionales estas romerías, estos fracasos y ridículos. Le van a pegar las mujeres muchas tortas. Estos románticos eran todos un poco salidos pero al final resultan unos pardillos. No se puede andar de esa manera por el mundo so pena de que el mihura del destino te sacuda no pocos revolcones y bajonazos.

En “Las cartas de un testigo de la guerra de África”, “El sombrero de tres picos” o “El Escándalo” entreverada con una cierta ingenuidad no exenta de ironía resplandece la maestría noveladora de este accitano- era de Guadix el pueblo más viejo de España en la hermosa Penibética y cerca de la carena de Peña Nevada al igual que don Pedro Aparicio que fue mi maestro de periodismo- se advierte junto la fecundidad y variedad de los argumentos el saber llevar el plot.

“El Clavo”, una historia corta, o una “esdacha” de rancio sabor ruso es todo un thriller digno de Edgar Alan Poe, cuento algo macabro: una calavera encontrada en un cementerio sevillano que tenía clavada una punta en el hueso coronal. Del hilo al ovillo y por un clavo se perdió una herradura y por una herradura se perdió un caballo y por un caballo se perdió la guerra. Resulta que la mujer que encuentra en el trayecto Málaga Granada el enamoradizo narrador, una tal Gabriela Zahara del Valle era la culpable de aquella calavera y aquel clavo que ríen la danza macabra de la muerte en un osario. Había dado muerte inducida por el amante a su esposo. Resulta que el que la cortejaba era el propio juez de instrucción que, sin saberlo, y tras ciertas pesquisas periciales en una visita al camposanto de autos, la condena a muerte. La rea confiesa su culpabilidad al tiempo que su amor por el hombre que la juzgaba. A mediados del siglo XIX con el romanticismo en su apogeo tales situaciones tan inverosímiles hoy dificilmente podían darse. Gabriela sube al patíbulo y al letrado que dictó sentencia lo destinan a la Audiencia de la Habana. A la sazón el feminismo no había asomado la oreja. Quiso la fatalidad que aquel crimen que fue descubierto por un procedimiento de rutina ocurriera en 1843 en la persona de Alfonso Gutiérrez del Romeral y parece basado en un hecho real. Tras cornudo apaleado. El juez que entendió la causa y dictó sentencia decía llamarse Tomás Zarco. He aquí una novela corta de acción trepidante. La misoginia de don Pedro Antonio sale a relucir. No se fiaba demasiado de las damiselas de las que se declaraba rendido amador en los trayectos del coche de postas., fue infeliz en su matrimonio. Se le murió un hijo adolescente. Este alpujarreño fue para muchos de nosotros uno de los escritores preferidos de nuestra adolescencia. Sus libros era una invitación a recorrer mundos fantásticos. Te hacían soñar. Hoy yacen en el olvido. Fueron bestsellers en su época; Alarcón fue el escritor más vendido con Fernán Caballero. Algún día volverá a ser reconocido cuando pase esta mala racha de críticos modorros, faltos de gusto y cursis anglosajones. Que han sustituido a los petimetres a la violeta afrancesados de hace dos siglos y a Paris por London. Hoy mandan en este corral con tufos de gallinero los anglos. Parece mentira que una literatura tan hermosa como la española, tan rica, tan human, sea desdeñada por los que se empeñan en pensar y en escribir en inglés y lo hacen mal porque ni galgos ni perdigueros. Sea desconocida por las nuevas generaciones, una artimaña del sionismo. Dios sabrá si son mastines o son podencos. “El Clavo” en resumidas cuentas es una pequeña obra maestra

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