2023-08-17

 

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LA CORRESPONDENCIA ENTRE MENÉNDEZ Y PELAYO Y JUAN VALERA


Antonio Parra




Desde 1877 hasta 1905 Juan Valera y Marcelino Menéndez y Pelayo sostienen una nutrida e intensa correspondencia que es paradigma del género epistolar, casi única en su género, precisamente en un país donde no abunda la categoría memorialista. El español es grafómano por excelencia pero no muy dado a las expansiones de esta índole aunque aquí los mozos escriben copiosas cartas de amor de las que alcanzada edad provecta se arrepienten y cuando regresan a estas cartas olvidadas que duermen en un cajón piensen para su capote: “caray las chorradas que escribía yo entonces pero no era yo; guiaba mi pluma mi corazón enamorado u otro afán”.

Estos escritos, rara avis en las letras castellanas, intercambio intelectual entre dos autores próceres, son un testimonio inapreciable para conocer una época singular en la historia del parlamentarismo y de la democracia española como fue el tiempo de la Restauración. Dos partidos turnantes: Canovas y Sagasta, un pacto de caballeros concertados para el bien común, representados aquí por Menéndez y Pelayo, tildado de ultramontano, casi un neo del catolicismo reaccionario y montaraz y don Juan Valera, un liberal, humanista. Sirviendo a una misma monarquía desde campos políticos diferentes. Son dos señores que se muestran por encima de las intransigencias de secta y las banderías políticas. Todo un paradigma.

Interesante en todo este intercambio epistolar es la parte corográfica. Valera hace confidencias a su comunicante acerca de todos los lugares a los que visita. Presidió las legaciones diplomáticas de Su Majestad en Lisboa, Washington, Bruselas y Viena. Incomprensiblemente faltan en estas relaciones todo lo concerniente a San Petersburgo donde él también fue embajador. Sus impresiones sobre dichas ciudades y sus moradores no tienen desperdicio.

Por ejemplo los portugueses son para él españoles descastados que renunciaron a su iberismo en aras de un secular vasallaje a los ingleses. La altanería lusitana le parece insoportable y nota cómo en Washington las gentes salen a la puerta de las casas “para tomar el fresco igual que en cualquier lugar de Andalucía o de la Mancha”. Observa cómo los norteamericanos tienen un concepto diferente al de la literatura al que podamos tener nosotros. Ya entonces corrían por Nueva York las novelas por entregas. Edgar Alan Poe rendía culto a las narraciones del terror pero en general las letras yanquis tienen una connotación práctica siguiendo las pautas de Benjamín Franklin. Si le cuentas por ejemplo a un neoyorquino que eres escritor pensará probablemente de ti que eres un dirty old man que se pasa la vida emborronando cuadernos de guarradas pornográficas.

Mientras en Europa son importantes las elites entre los gringos se escribe para las masas. Esta apreciación de don Juan Valera me parece que tiene un gran interés y conserva plena actualidad.

En Bruselas el personal se aburre como una ostra y se dedica a comer y a beber cerveza de alta graduación mientras connota cómo Viena se convierte en una ciudad de suicidas cuando sopla el “Föhn”(viento terral de los Alpes).

Desde Madrid Menéndez y Pelayo, gran bibliófilo, devorador de letra impresa, le encarga libros. Al propio tiempo le da cuenta de sus progresos en la redacción de sus proyectos literarios que son por esa época bastante ambiciosos. También le solicita cartas de recomendación para algún amigo que quiere opositar a cátedras o aspira a algún sillón en la Academia. Salta a la vista que los que se cartean son dos seres humanos, no dos extraterrestres. La cultura no está reñida con el jabón y los poetas y escritores no siempre han de llevar greñas e ir de sarrapados. Sin embargo, mi experiencia triste es de tratar en este tiempo con archiveros es si éstos son auténticamente seres humanos. De ahí mi satisfacción ante este referente. Don Marcelino no sólo fue un hombre de letras, el archivero mayor de estos reinos, sino también ser humano de una sola pieza.

De singular interés son los juicios de valor de don Marcelino sobre algunos aspectos de la vida literaria complutense dando cuenta y razón de lo que se publica. Por esta correspondencia desfilan los nombres de Palacio Valdés, escritor con gancho en aquel momento y que le parece “demasiado realista”. Los dos temen a Clarín como crítico. La Pardo Bazán está muy interesada por los rusos. Galdós va a su aire. Et sic et coeteris...

El egrabense no oculta su desaliento y la astenia productiva. Ha dejado de escribir novelas y sólo redacta algunos cuentos. Se queja al cumplir los 59 años de ser un viejo. Le cansa leer y tema quedarse ciego. La temática de este carteo lleno de enjundia tanto filosófica como informativa, puesto que ambos realizan un estudio de época, es estrictamente estética. Uno y otro son hombres de ideas. Pero rara vez mientan la política. Cabe notar que en la correspondencia datada en 1898 no existe la menor referencia a la crisis de Cuba. La muerte de Canovas es sólo objeto de unas breves líneas. El eminente estadística cayó asesinado victima de un atentado terrorista en el balneario de Santa Águeda e Guipúzcoa el 7 de agosto de 1897. la bala del anarquista Angiolillo – por ese cabo nuestra hoja de servicios no puede ser más dramática: la mayor parte de nuestros primeros ministros no suele morir en la cama- fue el prólogo de nuestra decadencia iniciada con la pérdida del último florón.

Sagasta, empecinado en la cuadratura del círculo, hasta el último hombre y hasta la última peseta, se vio inerme y con las manos atadas para lidiar con el gigante yanqui y sus maulas. La voladura del “Maine” fue una impresionante maniobra política de auto golpe. De entonces hasta ahora son expertos en la materia. El jingoísmo, los hechos consumados, las campanas de Randolph Hearst que siguen sonando a media noche en las manos yertas y universales de Ciudadano Kane. Estamos ante el caso de la trama de la novela de Chesterton “El hombre que fue Jueves”. El ladrón he aquí que es el jefe de los guardias. Y el inventor del terrorismo como arma política es el súper agente secreto encargado de acabar con los maleantes con la dinamita a cuestas, transformado en una especie de gendarme universal. Historias de involución. ¡Si yo les pudiera contar!

En la época de las cesantías en este coloquio epistolar a muchas leguas de distancia los abajofirmantes y derechohabientes del parnaso español, dos auténticas plumas galanas, dos fueras de serie, se intercambian letras de recomendación para cada uno de sus comilitones políticos. La izquierda de don Juan y la “derechona” de don Marcelino se entienden bajo cuerda y dialogan, un maravilloso ejemplo para los españolitos de 2004 que viven tiempos tan crispados. Son dos elegantes que nata tienen que ver con la canallesca. Cada uno posee un concepto de España y la ama a su manera, mas no por eso han de estarse haciendo la guerra.

Pese a la diferencia de edad y de inclinaciones un tanto bohemias los dos debieron de compartir alguna que otra francachela. Ya despunta por entonces las inclinaciones etílicas del santanderino que le habían de conducir a la tumba. Todos sabemos que Menéndez y Pelayo fue un sabio de vida bastante desarreglada. Libros, vino y mujeres fueron la norma de su juventud. El cordobés, de bastante más edad, era de condiciones más áticas y serenas pero en sus buenos tiempos debió de gustar de echarle alguna canita al aire.

Frecuentaron un garito en la calle Barquillo por nombre “La Sinagoga” donde debía de haber unas hebreas bellísimas, sueltas de espíritu y de lengua y que tenían nombres de guerra tan sonoros como Aspasia, Rodopis, Hipatis y otras Raqueles lacrimosas. Amen de comprensivas e inteligentes debían de ser mujeres muy sensibles y cariñosas. Valera desde el extranjero indaga sobre el estado de salud de las pupilas y Menéndez y Pelayo, asiduo cliente del local, le manda recuerdos de su parte. Todo queda en casa pero los detalles no pueden ser más humanos. La prestancia de Valera como escritor de epístolas es destacable. He de decir que aunque sus producciones que leí antaño- “Pepita Jiménez” y “Juanita la Larga”- las encontré demasiado almibaradas y sin gancho estilísticamente es perfecto. Como memorialista sus juicios no son nada desdeñables y su prosa cuajada de primores brilla a gran altura y sus pronunciamientos sobre el mundo que le circunda son definitorios y definitivos.

Todo indica que debió de ser un andaluz diserto y culto, hombre de mundo, muy hábil y c on muchas tablas que solía escaparse por la tangente. En los vaivenes de los partidos turnantes supo nadar y guardar la ropa hurtando el cuerpo a las diferentes crisis de gobierno que siempre le encontraron a muchos kilómetros de distancia o con el charco de por medio. Eso en España donde las relaciones personales se encabronan con tanta facilidad es una ventaja de la cual sabe sacar partido.

Tenía don de gentes. Era buen psicólogo pero en Lisboa se siente abatidísimo. Percibe el fracaso de unidad de los pueblos ibéricos detrás de los cuales se encuentra Inglaterra como muñidora de conflictos. Como siempre. Por eso sus dictámenes antilusitanos son auténticos veredictos: “Esta gente está archiperdida por haber renegado de su casta y por ser ridículo arrendajo de los ingleses... Yo no quiero a Portugal sino despoblada... el portugués es finchado, carrancudo y tieso”. ¿Qué le ocurrió al autor de “Pepita Jiménez” en Portugal?

De todas formas estas cartas son un baremo para estudiar su estado de ánimo. Parece ser que tenía un carácter depresivo. “Hoy no estoy para nada-escribe- Soy el rigor de las desdichas”. Por el contrario, su corresponsal en la Academia siempre estaba embarcado en alguna aventura literaria y era proverbial su poderosa capacidad de trabajo. “Me sorprende la capacidad que posee usted para escribir” le confiesa Valera en una misiva al tiempo que le confía un encargo: ir a la estafeta a encontrar unas cajas de habanos que le perdieron en Correos y que se fueron por la posta. Los vegueros debían de ser lo mejor de Vuelta Abajo dado el interés que muestra.

Las averiguaciones del eminente polígrafo surten resultados y las cajas aparecen y don Juan se los fumó a la salud de su corresponsal desde el exilio dorado. En agradecimiento desde Lisboa remite a don Marcelino una serie de tomos sobre la poesía de los hispano hebreos (el tema judío le apasiona al autor de los “Heterodoxos”) que habrían de hacer las delicias lectoras de un hombre como él bibliópola empedernido y siempre a la caza de raros y de curiosos y que llegaría a acumular una de las bibliotecas más surtidas del país.

Hay un cierto holismo, una interdependencia que llega casi a la telepatía entre estas dos mentes privilegiadas, protagonistas intelectuales de una de las épocas más interesantes de la historia de España. Literariamente fue nuestro segundo siglo de Oro. Un faro de luz que alumbra un mundo sumido en las tinieblas de las covachuelas y de los manguitos. Estas cartas son el vivo reflejo de una amistad entrañable. Podemos conocer algunas intimidades de uno y otro. Verbigracia, la esposa del diplomático era gastiza y dada a los dispendios copiosos. Echa de menos las tertulias de Madrid y se queja de su astenia productiva. Refiere la impresión que le causara la ciudad de Washington con su moderna traza, las grandes avenidas. “Esto es como la Granja pero al por mayor”. Se asfixia de calor a orillas del Potomac. Los mosquitos, libélulas y cocoyas son un martirio en las noches de verano. No hay ac eras. Las dimensiones de los ríos y del propio país son desbordantes. Desde Nueva York a San Francisco- apunta- hay la misma distancia que desde Cádiz a Arcángel atravesando las distancias de un continente enorme donde la naturaleza es todavía virgen.

Allí le sorprenden algunas desgracias familiares como la muerte de su hijo Luisito a los 16 años. Menéndez y Pelayo le manda el pésame al tiempo que le refiere que acaba de pronunciar una conferencia sobre Raimundo Lulio. Asimismo, le envía un ejemplar de “La Regenta” novela que acaba de aparecer en Madrid en 1884 con gran escándalo para el clero ovetense.

He aquí el juicio que emite don Marcelino sobre la novela de Clarín que siempre le parece que vale más que Pereda: “ En él se anuncia un grandioso novelista en medio de ciertas inexperiencias y rasgos de mal gusto”. Ambos comunicantes hacen gala de su espíritu sodalicio pues entonces los amigos lo eran para toda la vida pese a las divergencias políticas.

En 1885 muere Alfonso XII y Menéndez y Pelayo dice que Verdaguer es el mayor poeta de España aunque adolezca de un cierto victorhuguismo. Valera por su parte manifiesta la ilusión que le hace el que “Pepita Jiménez” está ya en los tórculos de un editor neoyorquino. Él será junto a Palacio Valdés uno de los pocos autores españoles traducidos a ese idioma. Tanto a ingleses como norteamericanos les merecemos poco crédito. Jamás nos hicieron caso y en todo autor que es vertido – loor de enemigo – hay latente casi siempre una intencionalidad política. A pesar de que aquí se ha escrito mucho y bien y nuestra literatura sea más interesante que la anglosajona.

En 1886 don Juan es trasladado a Bruselas. Por aquellos días es comidilla en los círculos literarios complutenses la decisión del político español don Manuel Silvela de publicar la obra completa de Sor María de Ágreda, amiga también por carta del rey Felipe IV y autora de la “Mística Ciudad de Dios”, un bizantino y prolijo tratado acerca de la vida de la Virgen María. Estamos en un tiempo en el cual la gente se interesa por el espiritismo. El mismo Valera, sin llegar a ser un hierofante o experto en materias ocultas, perteneció a una sociedad teosófica. Aunque él creía firmemente que las letras y no la superstición eran signos de renovación entre los pueblos. Y en sus lucubraciones por carta estos dos amigos creen todavía viable un próximo renacimiento de España. “Desde hace dos siglos- afirma el embajador con tristeza- hemos remedado mucho a los extranjeros renegando de nuestras cosas. Nos hemos mostrado algo bárbaros por despecho aceptando acusaciones como alabanzas o haciendo gala del sambenito que nos ponían”.

Los dos quieren ser castizos sin sonar a arcaicos y refutan el “absurdo regionalismo catalán” y están determinados a demostrar que España después de Gracia e Italia ha sido uno de los grandes países civilizadores del mundo. ¡Qué gran verdad!









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