BENJAMIN KAVERIN EL ESPEJO
Escritores soviéticos gozaron de gran
popularidad en España durante el franquismo: Pasternak, Yevtuchenko, Ehrenburg,
Bulgakov, Mayakovsky, Suslov (“El Don apacible” y por supuesto los clásicos:
Gogol, Dostoyevski, Turguenev, Lermontov, Pushkin. Y sobre todo Chejov el
malabarista del humor y la ternura. Ahora nada. Traductores y truchimanes andan
en paro con lo hermosa que es la lengua rusa. Se los ha tragado la tierra. No
se traduce ninguna obra. No pasan la cordillera de esa inquisición invisible de
las denominadas democracias de derecho, pero no de a hecho. El otro día en Kiev
los nazis de Zelenski, una noche de Cristales Rotos y Cuchillos Largos que se
repiten hicieron una gran fogata. Supongo que arderían las majestuosos producciones
de alguno de estos autores. Incoherencia culpable de los políticos occidentales
y sobre todo de ese vejestorio que manda en los yanquis y que utiliza a
Zelinski como mancebo de botica para alquitarar sus bélicas recetas infernales.
Hay que decir en contra de eso que la
literatura rusa es un vivero de grandes artistas. Ahora abro las páginas de una
novela que hacía cola en los altillos de mi biblioteca: “Ante el espejo”
Planeta 1972.
Su autor Benjamín A. Kaverin se muestra un consumado malabarista de la
novela epistolar aparentemente la más fácil pero abocado a muchos peligros que
el autor no evita hasta la segunda parte.
Es la historia de un amor por correspondencia
entre una pintora y un matemático desde 1910 hasta 1933, cubre los años
trágicos de la revolución, el hambre la guerra civil y la expatriación de Lisa.
Su amante apasionada. Es una sublime pasión rusa con drama turco y los
sufrimientos de la huida.
Kolia se queda en la URSS. El libro conserva
cierto parecido con el Dr. Jibago de Pasternak.
A lo
largo de tres décadas que cambiaron la faz del mundo se cuentan las
preocupaciones ilusiones encuentros y desencuentros de una pareja. El autor se
inhibe de amarrar detalles sobre el ambiente, pero aparecen las calamidades de
toda guerra: los heridos que vienen del frente, el descontento en las
trincheras, el derrocamiento de los Romanov a los que se alude de pasada porque
Kaverin se centra en la descripción de esta gran pasión por carta.
Bucea en el alma de la protagonista y del
deuteragonista. Rusia lo aguanta todo lo que le echen. El arte, la música, la
pintura no decae en medio del vaivén revolucionario. Se habla de Gaugin, de
Picasso, de Matisse y de los pintores de iconos. Esos cuadros esmaltados a los
que se asoman obispos hieráticos, celestiales, que miran desde la serenidad de
sus ojos grandes y pasmados revestidos de casullas y capas pluviales adornadas
de pedrería de luengas barbas y miradas que advierten del pasmo de la
eternidad. Hay un personaje que se llama Lavrov como el eximio canciller y
diplomático de Putin que es especialista en Bizancio. Le gusta el vino y el
aguardiente “janyá”. Al hablar de Constantinopla se exalta su
locuacidad y se le colorean los carrillos. Está también enamorado de Lisa sin
resultados.
También hablan de la carestía, del
llamamiento a filas de los reservistas, las disposiciones del zemstvo, los
prisioneros alemanes en los campos de trabajo, de lo difícil que se había
vuelto la vida en Rusia para el ciudadano, a causa de la guerra y las algaradas
por las calles de Petersburgo.
Al
caer esta novela en mis manos pienso con dolor que el gran pueblo eslavo debe
de estar viviendo similares a los que se cuentan en este libro.
Lisa
lucha contra su idealismo porque en lo del carteo amoroso se pueden crear
falsas expectativas sin fundamento. Una cosa es lo que se cuenta y se fabula y
otra la realidad. Mucho más árida. Menos poética. Lisa de enamora de otros y
acepta entrar en los salones del gran visir como hetaira. Los turcos se pirrían
por las bellezas rusas y la pintora era una bella muchacha atormentada y sin
recursos.
“Yo mismo me transfiguro cuando cojo la
pluma. Brota otro yo que existe dentro de mí pero ese yo no es real”. Kaverin
trata de evaluar como un espejismo el primer amor entre la estudiante de Arte
de San Petersburgo y un profesor de matemáticas; y eso es el “Espejo” (Zarkalo). La narración sufre un bajonazo al final de la
primera parte pero se rehace cuando Kolia siente celos por la aventura de Lisa
con Dimitri.
Rusia queda escindida en dos partes.
Constantino se queda en zona roja y Lisa con los blancos. Le escribe desde
Sebastopol ocupada por alemanes “presuntuosos que se creen de una raza
superior”. Las glicinias allí en esta costa meridional ahora en disputa siguen
floreciendo en medio de las botas y los cascos alemanes. Allí conoce a un
armenio que le muestra el secreto de la pintura al pastel de las primitivas
iglesias románicas del Caúcaso que fueron profanadas por el turco. Él trata de
buscar a su amada atravesando peligrosamente la linea del frente en Ucrania.
Iría a Kiev y de allí a Odessa y de Odessa a Yalta en barco. Se agenció una
documentación falsa. Pero el plan se desbarata ante la muerte de la madre del
científico. Elizabeta Nikolaeva ha de abandonar Crimea tan mientras los rojos
expulsan a los alemanes.
Es el
poder de la ciega casualidad que quería resolver el matemático. Lisa escribe
desde Estambul adonde ha viajado en el barco de un griego que la engaña y
compra sus cuadros. En la hostil Constantinopla se ve sin dinero y sin sus
cuadros. Se emplea como pianista de un burdel y luego ejerce en una granja del
Bósforo de cuidadora de conejos. Se casa con un ruso y se coloca en el palacio
de la gran puerta como dragomán o interprete.
Explica a su amante por qué contrae
matrimonio.
“Porque aquí en Turquía una mujer no puede
vivir sola”.
Su marido es un muchacho tranquilo oficial
del regimiento Probrazhensky los alabarderos del Zar, todo un barin tranquilo y
bondadoso que va a la iglesia.
En la
guerra perdió una pierna. La vida es así de injusta y de torpe. ¿Encontraremos
el baremo de la razón matemática de la casualidad, del efecto mariposa, o del
designio de un destino a priori que todo lo planea de antemano? Los buenos
libros hacen pensar al tiempo que enseñan mucho. Un buen novelista como
Benjamín Kaverin es un demiurgo.
La
pareja se aloja en una aldea de la costa por nombre Chibluki que acogió a miles
de refugiados rusos como está pasando ahora en Ucrania y en Donbass. Grandes
guerras. Grandes desplazamientos.
Humanitarias catástrofes, vidas destrozadas. Lichni
chiloviek material humano sobrante. A mi tambien como al novelista me
domina la sensación de que no le hago falta a nadie. “Estambul es sucio,
ruidoso y enigmático. En el cuerno de Oro las rusas tenemos mala fama” “Ruskai
debuchka jarashó idi suda” vente
conmigo, rusita, corazón.
Es el drama de
tener que dedicarse al oficio más viejo del mundo al que se enfrentan las
esposas de los vencidos.
Las solicitaciones sexuales suenan en medio el
estruendo de los vendedores del gran bazar y yo casi me acuerdo con Ana Belén
en la Pasión turca de Antonio Gala. Pero esto no es el amor sino una forma de
ganarse la vida.
Entretanto la tabernera del puerto se acuerda
de sus pintores rusos, de lo fallido que ha sido su existencia en la
persecución del ideal de la belleza y el arte. Sus pintores favoritos: Chagal,
Blok, Ajmatova, Masjov.
Todos ellos pertenecen al circulo de pintores
del Volga el caudaloso río ruso. Son bateleros del arte de Apeles. Un virrey
quiso llevarla de hurí al harén pero ella se negó. Toda esta peripecia de los
emigrados es sumamente complicada y es un pronóstico de lo que está ocurriendo
en Ucrania ahora mismo por ese judío desalmado llamado Zelenski lacayo del
negrero Biden.
Exprime la nostalgia y el dolor poético de los
desplazados. Ivan Bunin se iba a la estación de Austerlitz en Paris para ver
partir al Transiberiano. Que le recordaba a su tierra. Nostalgia y melancolía
rusa. Tascá.
Pocos pueblos del
mundo habrá que amen con tanta añoranza a su tierra. Dicen que hasta que no
truena el mujik ruso no se santigua. Pero las cosas fueron así y ocurrió lo
irremediable al ser destronado Nicolás II.
Lisa aprende a
leer y escribir en turco y dice que es muy entretenido. Kemal Pachá latinizó la
escritura cúfica. Lisa la pintora ama, dice, con delirio a Constantino pero se
acomoda a las circunstancias en la contradicciones de su condición de mujer y
casa por compasión con un mutilado de guerra para al poco tiempo enamorarse de
un pintor que se llama Gordiaev. Mujer impetuosa hasta el delirio.
El carácter de
esta artista rusa está muy bien descrito. Dicho aliciente exacerba el interés
narrativo que hace vibrar al lector con las adversidades que tiene que acometer
la protagonista a lo largo de su expatriación
continuará
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