CON LA LEGION VII GEMINA QUE VIVAQUEABA EN
SEGOVIA CONQUISTÓ CESAR INGLATERRA
"Gallia divisa est in partes tres
quarum una..." remozo las traducciones de latin de aquellos años de
puberes canéforas mirando para el manto blanco de la Mujer Muerta con el Raimundo
de Miguel a mano y alguna chuleta entre los bolsillos del guardapolvo que
consultaría cuando don Valeriano dirigiera la mirada hacia otra parte
del aula.
En pie rezabamos el "Actiones nostras".
Comenzaba la lección de prima, y Hactenus por orden del catedrático
empezaba a escanciar los espondeos de la Eneida. Los versos del Mantuano
que llevaban música interna, servían para acunarse en la mecedora de los
clásicos, aprendíamos, enfrascados en su ritmo, impasividad y buen criterio,
para contemplar la vida desapasionadamente y sin desmelenamientos, con
sobriedad.
Así las cosas, el recuerdo de aquellas
traducciones es un refrigerio de serenidad para estos tiempos de cólera que nos
afligen.
Pero a mí el autor que verdaderamente me
gustaba era Cesar. Más fácil. Más militar (en aquel tiempo leíamos
tebeos del Coyote, Roberto Alcazar y Hazañas Bélicas).
Sus concisas narraciones son un acta, oficio,
o diario de operaciones de un general que escribe el estadillo del día, un
parte de guerra en el que se deja ver su genial sentido de la estrategia y su
habilidad política para someter a la férula de Roma a aquellos pueblos que
vivían siempre guerreando. Su fórmula geopolítica de "divide y vence"
lo han copiado las grandes potencias que se reparten el dominio del mundo.
No era un loco; la baja del más humilde de sus
milites lo sentía como si perdiera un hijo y no se embarcaba en aventuras
descabelladas y sanguinarias, una estrategia de manual que han copiado los
norteamericanos y que le faltó, por ejemplo, al general Zhukov, el
conquistador de Berlín a lo "bestia" hace 71 años; este
ruso con la pechera constelada de medallas permitió la muerte de muchísimos
de sus soldados y no pudo contener los desmanes de la soldadesca para con los
germanos vencidos.
El triunviro, antiguo sacerdote de Júpiter y
pontífice máximo (102-44 a.c) era magnánimo en la victoria. Quizá por eso murió
asesinado por su propio hijo.
Los libros de Cayo Julio Cesar nos
describen de forma circunspecta, objetiva y desapasionada, hechos ocurridos
hace dos mil años que poseen, al parecer, tal encanto y donosura que dan la
sensación de haber salido de la pluma del autor justo ayer. Como la mejor
crónica que despacha a la tarde un buen corresponsal de guerra.
Había frente a la casa donde nací en la calle
san Valentin 4 una inmensa piedra de granito que debió de formar parte
de los sillares del acueducto y luego sirvió para reforzar el mampuesto del
adarve cuando la muralla fue reconstruida en la baja Edad Media.
En aquella gran piedra estaba esculpido un
nombre: Iuvenal Iuvenalis y abajo ponía: "decurio".
Releyendo "De Bello Gallico"
me ha venido la memoria la imagen empenachada del decurión de la Legio VII,
que participó en la conquista de Inglaterra, y he pensado que bien pudo
ser segoviano aquel alférez que en el
desembarco, el 64 a.c, de las legiones romanas, cruzado el Canal de la Mancha y
a la vista de los blancos acantilados de Dover en medio de un temporal, alzando
el lábaro SPQR, y, hecha una breve deprecación a los dioses, al objeto
de impetrar su auxilio en tan ardua empresa, pronunció el siguiente parlamento,
que yo traduje en clase de don Valeriano una tarde de abril de hace
muchísimos años: "Saltad conmigo, soldados, no consintáis que el águila
de Roma caiga en manos enemigas. Adelante por la Republica, por los dioses, y
por Cesar nuestro general".
Toda la cohorte siguió a la bandera. No consta
la suerte que corriera el intrépido alférez portando el romano lábaro ni el
amanuense dice si sobrevivió en los choques con los ingleses, que eran
aguerridos y que tenían un orden peculiar de pelea, diferente a las demás tribus (hoy los
británicos siguen yendo a su aire y conducen por la izquierda, miden en
galones, no en litros, pesan en libras nunca en kilos) y que sorprendieron hace
más de dos milenios a Julio César.
Acometían desde carros y se embadurnaban el
rostro con la hierba glasto de color cerúleo que les da un aspecto terrible en
las batallas. "No siembran trigo, se alimentan de leche, carne y fruta,
van vestidos de pieles. Practican la poligamia y sus mujeres son comunes. Estos
barbaros son más salvajes que los galos, los belgas, los helvecios y los
germanos. Tal vez los más aguerridos" puntualiza.
Buena semblanza la que hace Cayo Julio de
aquellos británicos, los cuales, como consecuencia de su conquista, se
romanizaron (la lengua inglesa conserva mucho de la herencia latina en su
lexicografía de más prestigio) profundamente hasta el punto de que el imperio
inglés es un calco de la dominación romana en sus costumbres, en su amor al
derecho, en la flexibilidad y al propio tiempo la dureza de carácter de los
nativos, acaso también en el patriotismo de Britannia que dominó los mares.
Los romanos hubieran de emplearse a fondo
durante tres siglos para extender su dominio hasta el sur de Escocia. Aquella
región de Hibernia no fue penetrada por las legiones. Las últimas avanzadillas
se detuvieron en Eboracum (York) delante de la famosa Muralla de
Adriano.
Después de la Séptima hubieron de ser enviadas
otras cinco legiones más, para someter a los ingleses. Toda una escuadra
integrada por trescientas trirremes y ochenta naves onerarias para el
transporte de la caballería, el grano y la impedimenta.
En un pasaje del texto se cuenta cómo el
Senado aprobó la expedición de una remesa de caballos de Astúrica. Así como,
trigo y aceite de la Bética. En subsiguientes tropas de refresco desde España,
para la ocupación de Britania, fueron destacados honderos mallorquines (funditores),
leñadores lusitanos y segadores de la Tarraconense, encargados de realizar la
tala y acopio de la mies durante el cerco a las ciudades atacadas.
Mas yo creo que ninguna aportación fue tan
valiosa como la de este anónimo decurión de Segovia.
Bueno será traer a memoria a Julio Cesar, aquel
genio de la guerra, al que amaban sus soldados, que consiguió lo que nadie
después de él lograría; ni Felipe II ni Napoleón ni Hitler: desembarcar en las
Islas Británicas.
Por ende, hoy me acuerdo de aquel Juvenal,
centurión de la Séptima, que pudo haber nacido en mi pueblo y se embarcó en la
aventura de ir a pelear con los aguerridos y feroces "picti".
Su nombre sigue ahí esculpido a cincel en un
lugar de la muralla -hoy aún la piedra puede verse- cabe la Puerta del Socorro para orgullo
nuestro y a la vista de generaciones de segovianos.