2022-11-09

 

CON LA LEGION VII GEMINA QUE VIVAQUEABA EN SEGOVIA CONQUISTÓ CESAR INGLATERRA

 

"Gallia divisa est in partes tres quarum una..." remozo las traducciones de latin de aquellos años de puberes canéforas mirando para el manto blanco de la Mujer Muerta con el Raimundo de Miguel a mano y alguna chuleta entre los bolsillos del guardapolvo que consultaría cuando don Valeriano dirigiera la mirada hacia otra parte del aula.

En pie rezabamos el "Actiones nostras". Comenzaba la lección de prima, y Hactenus por orden del catedrático empezaba a escanciar los espondeos de la Eneida. Los versos del Mantuano que llevaban música interna, servían para acunarse en la mecedora de los clásicos, aprendíamos, enfrascados en su ritmo, impasividad y buen criterio, para contemplar la vida desapasionadamente y sin desmelenamientos, con sobriedad.

Así las cosas, el recuerdo de aquellas traducciones es un refrigerio de serenidad para estos tiempos de cólera que nos afligen.

Pero a mí el autor que verdaderamente me gustaba era Cesar. Más fácil. Más militar (en aquel tiempo leíamos tebeos del Coyote, Roberto Alcazar y Hazañas Bélicas).

Sus concisas narraciones son un acta, oficio, o diario de operaciones de un general que escribe el estadillo del día, un parte de guerra en el que se deja ver su genial sentido de la estrategia y su habilidad política para someter a la férula de Roma a aquellos pueblos que vivían siempre guerreando. Su fórmula geopolítica de "divide y vence" lo han copiado las grandes potencias que se reparten el dominio del mundo.

No era un loco; la baja del más humilde de sus milites lo sentía como si perdiera un hijo y no se embarcaba en aventuras descabelladas y sanguinarias, una estrategia de manual que han copiado los norteamericanos y que le faltó, por ejemplo, al general Zhukov, el conquistador de Berlín a lo "bestia" hace 71 años;  este  ruso con la pechera constelada de medallas permitió la muerte de muchísimos de sus soldados y no pudo contener los desmanes de la soldadesca para con los germanos vencidos.

El triunviro, antiguo sacerdote de Júpiter y pontífice máximo (102-44 a.c) era magnánimo en la victoria. Quizá por eso murió asesinado por su propio hijo.

Los libros de Cayo Julio Cesar nos describen de forma circunspecta, objetiva y desapasionada, hechos ocurridos hace dos mil años que poseen, al parecer, tal encanto y donosura que dan la sensación de haber salido de la pluma del autor justo ayer. Como la mejor crónica que despacha a la tarde un buen corresponsal de guerra.

Había frente a la casa donde nací en la calle san Valentin 4 una inmensa piedra de granito que debió de formar parte de los sillares del acueducto y luego sirvió para reforzar el mampuesto del adarve cuando la muralla fue reconstruida en la baja Edad Media.

En aquella gran piedra estaba esculpido un nombre: Iuvenal Iuvenalis y abajo ponía: "decurio".

Releyendo "De Bello Gallico" me ha venido la memoria la imagen empenachada del decurión de la Legio VII, que participó en la conquista de Inglaterra, y he pensado que bien pudo ser  segoviano aquel alférez que en el desembarco, el 64 a.c, de las legiones romanas, cruzado el Canal de la Mancha y a la vista de los blancos acantilados de Dover en medio de un temporal, alzando el lábaro SPQR, y, hecha una breve deprecación a los dioses, al objeto de impetrar su auxilio en tan ardua empresa, pronunció el siguiente parlamento, que yo traduje en clase de don Valeriano una tarde de abril de hace muchísimos años: "Saltad conmigo, soldados, no consintáis que el águila de Roma caiga en manos enemigas. Adelante por la Republica, por los dioses, y por Cesar nuestro general".

Toda la cohorte siguió a la bandera. No consta la suerte que corriera el intrépido alférez portando el romano lábaro ni el amanuense dice si sobrevivió en los choques con los ingleses, que eran aguerridos y que tenían un orden peculiar de pelea,  diferente a las demás tribus (hoy los británicos siguen yendo a su aire y conducen por la izquierda, miden en galones, no en litros, pesan en libras nunca en kilos) y que sorprendieron hace más de dos milenios a Julio César.

Acometían desde carros y se embadurnaban el rostro con la hierba glasto de color cerúleo que les da un aspecto terrible en las batallas. "No siembran trigo, se alimentan de leche, carne y fruta, van vestidos de pieles. Practican la poligamia y sus mujeres son comunes. Estos barbaros son más salvajes que los galos, los belgas, los helvecios y los germanos. Tal vez los más aguerridos" puntualiza.

Buena semblanza la que hace Cayo Julio de aquellos británicos, los cuales, como consecuencia de su conquista, se romanizaron (la lengua inglesa conserva mucho de la herencia latina en su lexicografía de más prestigio) profundamente hasta el punto de que el imperio inglés es un calco de la dominación romana en sus costumbres, en su amor al derecho, en la flexibilidad y al propio tiempo la dureza de carácter de los nativos, acaso también en el patriotismo de Britannia que dominó los mares.

Los romanos hubieran de emplearse a fondo durante tres siglos para extender su dominio hasta el sur de Escocia. Aquella región de Hibernia no fue penetrada por las legiones. Las últimas avanzadillas se detuvieron en Eboracum (York) delante de la famosa Muralla de Adriano.

Después de la Séptima hubieron de ser enviadas otras cinco legiones más, para someter a los ingleses. Toda una escuadra integrada por trescientas trirremes y ochenta naves onerarias para el transporte de la caballería, el grano y la impedimenta.

En un pasaje del texto se cuenta cómo el Senado aprobó la expedición de una remesa de caballos de Astúrica. Así como, trigo y aceite de la Bética. En subsiguientes tropas de refresco desde España, para la ocupación de Britania, fueron destacados honderos mallorquines (funditores), leñadores lusitanos y segadores de la Tarraconense, encargados de realizar la tala y acopio de la mies durante el cerco a las ciudades atacadas.

Mas yo creo que ninguna aportación fue tan valiosa como la de este anónimo decurión de Segovia.

Bueno será traer a memoria a Julio Cesar, aquel genio de la guerra, al que amaban sus soldados, que consiguió lo que nadie después de él lograría; ni Felipe II ni Napoleón ni Hitler: desembarcar en las Islas Británicas.

Por ende, hoy me acuerdo de aquel Juvenal, centurión de la Séptima, que pudo haber nacido en mi pueblo y se embarcó en la aventura de ir a pelear con los aguerridos y feroces "picti".

Su nombre sigue ahí esculpido a cincel en un lugar de la muralla -hoy aún la piedra puede verse-  cabe la Puerta del Socorro para orgullo nuestro y a la vista de generaciones de segovianos. 

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