2022-11-09

 

Vida y obra del Estebanillo González hombre de buen humor compuesta por él mismo

 

I

Cargar en España para descargar en Flandes… porque desestimando los hispanos lo bueno que encierra su patria sólo dan estima a las raterías extranjeras. Estas son frases de esta novela picaresca, la más completa, acaso la más ácida y desvergonzada, la de un soldado de los tercios viejos, aunque siempre procuraba hurtar el cuerpo a las balas alemanas o suecas o haciendo los más bajos oficios cuarteleros como ranchero o furriel, bien cargada la escopeta de donaires y estratagemas, pues nos dice que la misión de un soldado es sobrevivir pero en esta supervivencia afanosa el autor anónimo hijo de un converso va demasiado lejos criticando la heroicidad de aquellos militares al servicio del rey.

No cree en el heroísmo del Miles Gloriossus (su autor debió de ser un clérigo que conocía la obra de Plauto) el buen Esteban, pero se muestra tan ingenioso en sus salidas que consigue el perdón de su coronel, del almirante y hasta del verdugo, porque formó parte de la tripulación del maestre Colona y posteriormente en el ejército del Cardenal infante. Peinó el viento y fatigó las selvas, navegó todos los mares y combatió en todas las ciudades de Europa: Milán, Nápoles, Rocroi, Innsbruck, Viena, Brujas, Mastrique, Nimega, por más que siempre procurando cobertura en la retaguardia como marmitón o jefe de cocina en campaña. Su testimonio bufonesco y deformado-una furibunda diatriba contra los estragos de la guerra- fue recogido por los partidarios de la leyenda negra, parcialmente, y sólo en aquellos puntos que les interesan como tesis y antítesis, soslayando el aspecto libérrimo y tolerante del alma española en aquellas pavorosas guerras de religión. Guillermo de Orange por ejemplo no hacía prisioneros. Enemigo capturado, enemigo muerto. El Estebanillo no es la obra de un motolita cualquiera ni de un bufón. Hace una defensa de la fe católica desde la oposición a través de unos ojos aparentemente picarescos.

No era un tonto y parece bien informado aunque, de lo que se desprende de tanta correría que hacen del protagonista un mílite ubicuo, no pudo tener los dotes de la bilocación mística. La narrativa da la sensación de que se metió en batalla y que estuvo en todo el fregado, pero físicamente esto es imposible.

Las escenas de su novela parecen copiadas del cuadro de la Rendición de Breda, vista desde la óptica de uno de los más ínfimos soldados, de un mandria, que fue machacante de los sargentos del mariscal Espínola, ese que pinta Velázquez en la rendición de Breda.

 En todas sus hazañas se muestra indiferente a la adversidad, taimado, descreído, antisocial o poco solidario como se dice ahora[1][1] con las miserias ajenas y las propias, sucio y desnudo sin demasiada afición a la honra, la riqueza, los amores lo que la sociedad de su tiempo en tanto aprecio colocaba, resultando el bufón de corte (pudo ser también el enano de las “Meninas”) un místico en potencia por el desapego a las cosas del mundo, profeso de la orden de la desventura y de la Hermana Pobreza por único dios su propio pellejo, hábil y sutil en el manejo de la lengua, habla en germanía pero su español es de tal calibre que por lo acendrado del estilo supera a toda la novelística del genero, el Lazarillo incluido y los libros menores de Cervantes. No pudo ser testigo de tantas guerras ni andar metido en tantos follones, lo cual evidencia la habilidad del narrador para contar las cosas igual que si las hubiera visto. Tampoco cabe duda de su estampa autobiográfica.

El libro está escrito en primera persona pero ello también ocurre en el Pedro de Urdemalas atribuido al doctor Laguna. El médico de Carlos V nunca pudo viajar a Turquía. Cuando se lee este viaje para cuya escritura el autor recopiló mucha información y testimonio de personajes epocales en el lector cunde la impresión de que se trata de una vivencia personal, siendo todo imaginativo. Recoge la información de centones, habladurías, lo que se escribía y decía en aquella época. El siglo XVII fue muy hablador.

Aunque gallego de Salvatierra, desprecia a su patria con una frase que haría a más de uno del BNG llevarse las manos a la cabeza… no hay cosa más grande que no tomarse uno en serio a lo propio o que saberse reír de sí mismo… “antes puto que gallego”… “soy Estebanillo González y fui niño de las escuelas, gorrón de nominativos y llamador de molleras. Romero, medio tunante, fullero de todas las tretas, aprendiz de guisar panzas, soto alférez de cien banderas,”.

II

Se conjetura que su padre, un físico judío que curaba en la corte de Carlos V, que se retira a Galicia emulando al del Lazarillo que cera un soldado que regresa a Salamanca al disolverse su compañía. Parece el Estebanillo emular al Lazarillo, pero hay pasajes en los cuales la supera, dibujando un cuadro de costumbres de la época tan maravilloso, trepidante como desenfadado que hacen pensar en una cosa: que no en vano fue nuestra nación-España contra todos, decía Quevedo- el primer país del mundo de grato vivir y fácil amar, a despecho de las penurias y congojas de un galleguiño que marcha a Roma en busca de fortuna y en recorridos por el orbe ejerce todos los oficios: paje, escudero, estudiante, buhonero, cohén de una coaxca (burdel), monaguillo de un clérigo y ordenanza de un capitán de los tercios viejos. Es también anónima esta obra, aunque publicada casi medio siglo más tarde que la de su paradigma.

 El autor debió de ser, lo mismo que el de Lázaro de Tormes, o un cura rebotado a la delincuencia, o  un soldado de los del tornillo, esto es, desertores que acaba en galeras sentado en el duro banco del cómitre junto a los remos, la barriga llena de torreznos y de frascas del tonel, harto de vino y comiendo tajadas de raya y filetes de tiburón, en coloquio perpetuo con los atunes pues aquí una de tres o iglesia, mar, o casa real. Boga, boga, marinerito.

La escuadra castellana era temida a través de los siete mares. El protagonista conoció las tres bazas como seminarista en Alcalá, embarcado en la marina de guerra comandada por Antonio de Oquendo el que combatiera a los piratas ingleses que asolaban las costas de Cádiz. En un pueblo de Córdoba, estando un capitán de banderas “haciendo gente” después de su naufragio en el Golfo de las Yeguas[2][2] vio los fuegos de San Telmo haciéndose soldado de tierra en Arahal. El cabo o capitán de aquella compañía marchaba para Mastrique pero, como de los arteros se hacen los osados, volvió a desertar quedándose en el Potro de Córdoba de vendedor ambulante. Comió el potaje de frangollo[3][3] de los cuarteles, compartió tasajo bacalao y cecina[4][4] con la chusma de forzados.

Arreó mulas cerriles y cabañiles con los monteros de Sierra Morena. Fue lugarteniente de pobres, mozo de espuelas de un caballero santiaguista, galán de monjas y flor de conventos a cuyos muros se arrima en procura de la sopa boba. Lo mejor de la picaresca es lo que tiene de exagerado, de esperpéntico. No deja de ser más que una deformación literaria de la realidad como la novela negra o el western de invención anglosajona. Lo que ocurre es que aquí son más realistas y tratan los autores de hacer un poco de crítica social. La vida se vivía con mayor intensidad por tales fechas.

Esculpe un cuadro brioso de costumbres, un kaleidoscopio de la vida bajo el reinado de Felipe III y de Felipe IV cuando paradójicamente España se militariza y la gente viaja de modo constante. El imperio español era aun el mayor de Europa y no había sobrevenido aun el declive que con tanto tesón intentan adelantar los apasionados de la Leyenda Negra. El hambre y la penuria eran mayores en Inglaterra, los Nederlands o Francia, de donde llegaban todos los buhoneros de Madrid a vender baratijas y alfileres a la dama boba. Vualá. Pero esos no nos lo cuentan. España era el país más libre de la Tierra. El verdugo de la Torre de Londres no paraba de cortar cabezas y en Paris se organizaban a cada poco noches de San Bartolomé.

 Tardaría casi dos siglos más en ponerse el sol  de los Austrias pues en Flandes el  Apolo español calentaba a los hugonotes a conciencia, que para eso allí estaban los tercios del Duque de Alba. ¿Quién dijo que España estaba machacada? Con el cuarto de los Felipes nuestra monarquía alcanza su glorificación visto a través de la lente cóncava y convexa de un gallego cara linda y mucho donaire que decía de sí mismo ser un hijo de puta… pues antes puto que gallego.

 Hijo de padre desconocido que debió de ser un cura o un militar. Desde las orillas de Rivadavia se dirige a las riberas del Betis atravesando Portugal que seguía siendo español por aquel entonces y nos cuenta sus aventuras. Gustábale  el trago por cierto… “soy un cuba en Sahagún y en San Martín pellejo, piezgo y odre en Rivadavia, del de Montilla consuelo y al de Sacramenia no le hago ascos”[5][5].

Se embarca con la flota, se desembarca, es pícaro de costa[6][6]. Sube, baja, sale y entra del calabozo, pega alguna que otra cuchillada, participa en un duelo. La acción de la novela es un truculento vaivén que a veces marea o cansa porque las tretas y añagazas son siempre las mismas y no tan ingeniosas como las de Lázaro de Tormes aunque cuando engaña a los judíos de Ruana demuestra que no hay cuña peor que la de la misma madera. El episodio se parece al de los yangüeses del Quijote y al cervantino daca la cola, asturiano.

III

 El Esteban se hace pasar por el hijo de un portugués quemado por la Inquisición y se presenta en la sinagoga de Rouen a que le socorrieran, con unos papeles, y una redoma en que traía las cenizas de su progenitor que fue carne de hoguera, según les contó a sus “protectores” que al escucharles no paraban de soltar el guay y de hacer aspavientos de dolor, y hablándoles en su lengua les pidió ayuda. Pero la cendra era un pufo.  

Todos con el rabí a la cabeza aflojaron la mosca y le dieron junto con una bolsa de monedas un salvoconducto para que se presentase ante un “mercadante” de París, pues decía que iba a Viena a ver a unos parientes, recalando primero en la capital de Francia (¿No serían estas cenizas falsificadas un anticipo de la profecía del Shoah?) y les explicaba cómo se había quedado sin dinero, cosa imperdonable en uno de la tribu de Leví, pues al pasar por Pirineos fue asaltado por unos ladrones.

Los hebreos se mostraron conmovidos por la historia que les contara el portugués en ladino (toda una patraña) y le pidieron algunos de aquellos polvos para quedárselas como reliquias de mártir pero él dijo que no les podía dar más, que se le acababan y quería guardar alguna para sí[7][7], y ellos bendijeron al peregrino y cantaron la chemá[8][8]… el dio de Israel te de infinita gloria pues mereciste corona de mártir.

Con los veinticinco ducados que escotaron aquellos buenos hijos del profeta Moisés en la faltriquera y una carta de recomendación para el tratante de París, de su mismo gremio, Estebanillo tomó el olivo orgulloso y ovante… alegre de haber salido tan bien del encuentro con aquella gente que siempre engañan y jamás se dejan engañar. Según confiesa en un párrafo del capítulo más brillante y de una gran penetración psicológica sobre el carácter de sus hermanos de tienden a la exageración a montar el cristo, suspicaces y descreídos.

 Muy ufano se muestra de haberles dado el timo de la estampita con aquellas cenizas de un quemado por la Inquisición, reemprendió ruta. Mucha gente hoy en Europa, empezando por el ministro de Justicia. Gallardón debieran de haberse palpado la ropa antes de promulgar como dogma de fe casi escatológico un hecho que siempre será discutible y al que todo el mundo ha de decir Amen. Los polvos de este pícaro sirvan para evitar y prevenir tanta credulidad. ¿No estaremos aceptando una estafa histórica que destruirá a la religión cristiana y a muchas naciones?

No pudo ser más gloriosa su entrada en Paris con dinero fresco y la promesa de un empleo… cata Francia, Montesinos, cata París la ciudad, escucha cantar en ladino a los mercachifles prófugos de Sefarad.

El que le esperaba entre grandes reverencias, porque los informes no podían ser mejores, le puso a vender agujas. Pertenecía la tienda a otro de los expulsados de España que se llamaba Granados y por lo visto se sabía de coro el romancero y lo contaba por tierras ajenas para su consuelo de desterrado  con voces tan poco entonadas que resonaban por todo el faubourg de Saint Germain des Prés.

Los parroquianos se preguntaban unos a otros por el nombre del que cantaba y temiendo no iría a llover se decían:

-Nous aurions de la pluie, monsieur.

-Ah bon

-Tiens, ils sont içi les espagnols

-Deja?

-Oui

Luego se fue a ver al embajador de Felipe IV que se llamaba el Marqués de Mirabel, don Antonio Dávila y Zúñiga, gran diplomático supuestamente de la tribu de Abrahán pero bautizado por lo que alcanzaría preeminencias en la corte del francés que seguía curando lamparones todavía según nos informa el protagonista de esta novela[9][9]

IV

 Nos cuenta que en Cazalla (Sevilla) cada día cogía a un lobo por las orejas y a una zorra por el rabo[10][10]. Haciendo alarde de ese menoscabo de las cosas del mundo que caracteriza al pícaro y al místico (la honra, las riquezas, el nombradío, el abrigo, la salud, la potencia sexual, echar cinco casquetes en una noche toledana) no le da demasiada importancia a que lo tomen por cornudo, en Constantina tiene a un cabrero por amo el cual no se siente avergonzado de echarse a cuestas un cabrito de pitones considerables “a causa de ser el animalejo de buen tamaño”.

 En mística este tropo se denomina santa indiferencia y Sta. Teresa lo explaya en su célebre soneto “Vuestra soy para vos nací”.[11][11] Al sexo y eso que dicen el amor no lo tiene en mucha estima Estebanillo aunque tampoco lo desdeña, si a mano viene.

 La carencia de obsesiones carnales y de pasiones [la maté porque era mía] otorga al libro ese desenfado y donaire que impregna sus páginas, con dosis de senequismo, aguante ante las adversidades, estoicismo y hasta resignación cristiana, lo cual tampoco quiere decir que la satisfacción del apetito genésico no fueran en aquella época tan cabal como en la actualidad. O más. No había televisión ni luz eléctrica.

 El gran protagonista de la novela picaresca son Hambre y  Desnudez. Pues la pereza engendra pobreza y aquellos haraganes no pegaban golpe. Comer más que holgar era el primer objetivo… “vendí mi hijo de cabra por cuatro reales, aplaqué el cansancio con ostiones[12][12] crudos y camaroncitos con lima. Fuime a dormir a la calle La Galera donde hospedan de ordinario a la gente de mi porte”. Así entra en Sevilla persignándose pues al andaluz hazle la cruz. A la mañana[13][13] siguiente se fue a la Cartuja donde le dan de comer los hijos de San Bruno habas o frangollos y ración de brandevín (brande wine, brandy o coñac.

 La verdad es que los vagamundos de aquellas horas de imperio pudieron comer caliente y huir de los corchetes acogiéndose a altana en los refitorios  y claustros de los monasterios. Demuestra cuan ruin era la suerte que corrían aquellos pobres soldados, que, habiendo expuesto al tablero sus vidas por favor al rey,  en pago, los desdichados recibían no más que desdén; y en fatiga  pululaban por los caminos y trochas de media Europa como espectros, licenciados de las levas por mutilación, por deserción o porque expiró el contrato… Tocaban caja en esta villa para ir en corso contra el Inglés…De esta forma- el estilo es muy lacónico y desenvuelto en toda la obra- se nos narra cómo se apuntó el “héroe” al tercio y se fue a combatir a los herejes, más que por patriotismo, pues nos asegura que para él la bandera de Carlos V no era más que una sábana pintada, por la hambruna.

Iba al husmo de las perolas y del rancho del cuartel. Su capitán era don Pedro de Ulloa En esta primera parte se describen aquellos encuentros guerreros (autenticas sarracinas) de las guerras de Flandes. En la segunda parte del libro el autor se muestra menos escéptico, no rezuma su estilo tanta desfachatez ni tanto donaire. Porque segundas partes, y aquí ocurre al revés del Quijote, nunca fueron buenas. La trama sigue tejiéndose de embustes y fechorías contadas con no poco despejo y desparpajo. El tomo segundo es un buen cuadro de campaña para conocer las operaciones guerreras y asaltos en los que participaron los Tercios Viejos. Pero todo eso lo veremos después

 

24/10/2012


 



[1][1] Lenguaje de los hermanos, surgió con la guerra de las Comunidades, un lenguaje cifrado que por Cantalejo llaman gacería

[2][2] Era el espacio comprendido entre el Puerto de Santa María y Canarias temido por los navegantes a causa de sus temporales

[3][3] arroz con legumbres

[4][4] dieta casi exclusiva de los embarcados

[5][5] tres zonas españolas famosas por sus caldos

 

 

 

 

[6][6] los que desvalijaban las embarcaciones y robaban a los marinos cuando estaban borrachos o dormidos. Eran muy hábiles descuideros y carteristas. Eran del Gremio de la Ganzúa que también describe Cervantes

[7][7] yo como mostrando un poco de sentimiento, diles amplia comisión, reservando algunas de aquellas cenizas para mí pues perdí parte de dichos polvos en una tormenta que tuvimos en el Estrecho de Gibraltar

[8][8] plegaria hebraica

[9][9] se creía que el rey de España era exorcista capaz de expulsar demonios y el de Francia curaba la escrófula (lamparones) y las llagas del mal gálico o sífilis

[10][10] una buena borrachera

[11][11] Vuestra soy para vos nací ¿qué queréis hacer, Señor de mí? Dadme alegría o tristeza, dadme riqueza o pobreza, sol con nubes, sol sin velo… pues del todo me rendí ¿qué queréis, Señor, hacer de mí?

[12][12] ostras

[13][13] la palabra es de origen inglés

No hay comentarios: