Vida y
obra del Estebanillo González hombre de buen humor compuesta por él mismo
I
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en España para descargar en Flandes… porque desestimando los hispanos lo bueno
que encierra su patria sólo dan estima a las raterías extranjeras. Estas son
frases de esta novela picaresca, la más completa, acaso la más ácida y
desvergonzada, la de un soldado de los tercios viejos, aunque siempre procuraba
hurtar el cuerpo a las balas alemanas o suecas o haciendo los más bajos oficios
cuarteleros como ranchero o furriel, bien cargada la escopeta de donaires y
estratagemas, pues nos dice que la misión de un soldado es sobrevivir pero en
esta supervivencia afanosa el autor anónimo hijo de un converso va demasiado
lejos criticando la heroicidad de aquellos militares al servicio del rey.
No cree en el heroísmo del Miles Gloriossus (su autor debió de ser
un clérigo que conocía la obra de Plauto) el buen Esteban, pero se muestra tan
ingenioso en sus salidas que consigue el perdón de su coronel, del almirante y
hasta del verdugo, porque formó parte de la tripulación del maestre Colona y
posteriormente en el ejército del Cardenal infante. Peinó el viento y fatigó
las selvas, navegó todos los mares y combatió en todas las ciudades de Europa:
Milán, Nápoles, Rocroi, Innsbruck, Viena, Brujas, Mastrique, Nimega, por más
que siempre procurando cobertura en la retaguardia como marmitón o jefe de
cocina en campaña. Su testimonio bufonesco y deformado-una furibunda diatriba
contra los estragos de la guerra- fue recogido por los partidarios de la
leyenda negra, parcialmente, y sólo en aquellos puntos que les interesan como
tesis y antítesis, soslayando el aspecto libérrimo y tolerante del alma
española en aquellas pavorosas guerras de religión. Guillermo de Orange por
ejemplo no hacía prisioneros. Enemigo capturado, enemigo muerto. El Estebanillo
no es la obra de un motolita cualquiera ni de un bufón. Hace una defensa de la
fe católica desde la oposición a través de unos ojos aparentemente picarescos.
No era un tonto y parece bien informado aunque, de lo que se desprende de
tanta correría que hacen del protagonista un mílite ubicuo, no pudo tener los
dotes de la bilocación mística. La narrativa da la sensación de que se metió en
batalla y que estuvo en todo el fregado, pero físicamente esto es imposible.
Las escenas de su novela parecen copiadas del cuadro de la Rendición de
Breda, vista desde la óptica de uno de los más ínfimos soldados, de un mandria,
que fue machacante de los sargentos del mariscal Espínola, ese que pinta
Velázquez en la rendición de Breda.
En todas sus hazañas se muestra indiferente a la adversidad, taimado,
descreído, antisocial o poco solidario como se dice ahora[1][1]
con las miserias ajenas y las propias, sucio y desnudo sin demasiada afición a
la honra, la riqueza, los amores lo que la sociedad de su tiempo en tanto
aprecio colocaba, resultando el bufón de corte (pudo ser también el enano de
las “Meninas”) un místico en potencia por el desapego a las cosas del mundo,
profeso de la orden de la desventura y de la Hermana Pobreza por único dios su
propio pellejo, hábil y sutil en el manejo de la lengua, habla en germanía pero
su español es de tal calibre que por lo acendrado del estilo supera a toda la
novelística del genero, el Lazarillo incluido y los libros menores de Cervantes.
No pudo ser testigo de tantas guerras ni andar metido en tantos follones, lo
cual evidencia la habilidad del narrador para contar las cosas igual que si las
hubiera visto. Tampoco cabe duda de su estampa autobiográfica.
El libro está escrito en primera persona pero ello también ocurre en el
Pedro de Urdemalas atribuido al doctor Laguna. El médico de Carlos V nunca pudo
viajar a Turquía. Cuando se lee este viaje para cuya escritura el autor
recopiló mucha información y testimonio de personajes epocales en el lector
cunde la impresión de que se trata de una vivencia personal, siendo todo
imaginativo. Recoge la información de centones, habladurías, lo que se escribía
y decía en aquella época. El siglo XVII fue muy hablador.
Aunque gallego de Salvatierra, desprecia a su patria con una frase que
haría a más de uno del BNG llevarse las manos a la cabeza… no hay cosa más
grande que no tomarse uno en serio a lo propio o que saberse reír de sí mismo…
“antes puto que gallego”… “soy Estebanillo González y fui niño de las
escuelas, gorrón de nominativos y llamador de molleras. Romero, medio tunante,
fullero de todas las tretas, aprendiz de guisar panzas, soto alférez de cien
banderas,”.
II
Se conjetura que su padre, un físico judío que curaba en la corte de Carlos
V, que se retira a Galicia emulando al del Lazarillo que cera un soldado que
regresa a Salamanca al disolverse su compañía. Parece el Estebanillo emular al
Lazarillo, pero hay pasajes en los cuales la supera, dibujando un cuadro de
costumbres de la época tan maravilloso, trepidante como desenfadado que hacen
pensar en una cosa: que no en vano fue nuestra nación-España contra todos,
decía Quevedo- el primer país del mundo de grato vivir y fácil amar, a despecho
de las penurias y congojas de un galleguiño que marcha a Roma en busca
de fortuna y en recorridos por el orbe ejerce todos los oficios: paje,
escudero, estudiante, buhonero, cohén de una coaxca (burdel), monaguillo
de un clérigo y ordenanza de un capitán de los tercios viejos. Es también
anónima esta obra, aunque publicada casi medio siglo más tarde que la de su
paradigma.
El autor debió de ser, lo mismo que el de Lázaro de Tormes, o un cura
rebotado a la delincuencia, o un soldado de los del tornillo, esto
es, desertores que acaba en galeras sentado en el duro banco del cómitre junto
a los remos, la barriga llena de torreznos y de frascas del tonel, harto de
vino y comiendo tajadas de raya y filetes de tiburón, en coloquio perpetuo con
los atunes pues aquí una de tres o iglesia, mar, o casa real. Boga, boga,
marinerito.
La escuadra castellana era temida a través de los siete mares. El
protagonista conoció las tres bazas como seminarista en Alcalá, embarcado en la
marina de guerra comandada por Antonio de Oquendo el que combatiera a los
piratas ingleses que asolaban las costas de Cádiz. En un pueblo de Córdoba,
estando un capitán de banderas “haciendo
gente” después de su naufragio en el Golfo de las Yeguas[2][2]
vio los fuegos de San Telmo haciéndose soldado de tierra en Arahal. El cabo o
capitán de aquella compañía marchaba para Mastrique pero, como de los arteros
se hacen los osados, volvió a desertar quedándose en el Potro de Córdoba de
vendedor ambulante. Comió el potaje de frangollo[3][3]
de los cuarteles, compartió tasajo bacalao y cecina[4][4]
con la chusma de forzados.
Arreó mulas cerriles y cabañiles con los monteros de Sierra Morena. Fue
lugarteniente de pobres, mozo de espuelas de un caballero santiaguista, galán
de monjas y flor de conventos a cuyos muros se arrima en procura de la sopa
boba. Lo mejor de la picaresca es lo que tiene de exagerado, de esperpéntico.
No deja de ser más que una deformación literaria de la realidad como la novela
negra o el western de invención anglosajona. Lo que ocurre es que aquí son más
realistas y tratan los autores de hacer un poco de crítica social. La vida se
vivía con mayor intensidad por tales fechas.
Esculpe un cuadro brioso de costumbres, un kaleidoscopio de la vida bajo el
reinado de Felipe III y de Felipe IV cuando paradójicamente España se
militariza y la gente viaja de modo constante. El imperio español era aun el
mayor de Europa y no había sobrevenido aun el declive que con tanto tesón
intentan adelantar los apasionados de la Leyenda Negra. El hambre y la penuria
eran mayores en Inglaterra, los Nederlands o Francia, de donde llegaban todos
los buhoneros de Madrid a vender baratijas y alfileres a la dama boba. Vualá.
Pero esos no nos lo cuentan. España era el país más libre de la Tierra. El
verdugo de la Torre de Londres no paraba de cortar cabezas y en Paris se
organizaban a cada poco noches de San Bartolomé.
Tardaría casi dos siglos más en ponerse el sol de los Austrias
pues en Flandes el Apolo español calentaba a los hugonotes a conciencia,
que para eso allí estaban los tercios del Duque de Alba. ¿Quién dijo que España
estaba machacada? Con el cuarto de los Felipes nuestra monarquía alcanza su
glorificación visto a través de la lente cóncava y convexa de un gallego cara
linda y mucho donaire que decía de sí mismo ser un hijo de puta… pues antes puto
que gallego.
Hijo de padre desconocido que debió de ser un cura o un militar.
Desde las orillas de Rivadavia se dirige a las riberas del Betis atravesando
Portugal que seguía siendo español por aquel entonces y nos cuenta sus
aventuras. Gustábale el trago por cierto… “soy un cuba en Sahagún y en
San Martín pellejo, piezgo y odre en Rivadavia, del de Montilla consuelo y al
de Sacramenia no le hago ascos”[5][5].
Se embarca con la flota, se desembarca, es pícaro de costa[6][6].
Sube, baja, sale y entra del calabozo, pega alguna que otra cuchillada,
participa en un duelo. La acción de la novela es un truculento vaivén que a
veces marea o cansa porque las tretas y añagazas son siempre las mismas y no
tan ingeniosas como las de Lázaro de Tormes aunque cuando engaña a los judíos
de Ruana demuestra que no hay cuña peor que la de la misma madera. El episodio
se parece al de los yangüeses del Quijote y al cervantino daca la cola,
asturiano.
III
El Esteban se hace pasar por el hijo de un portugués quemado por la
Inquisición y se presenta en la sinagoga de Rouen a que le socorrieran, con
unos papeles, y una redoma en que traía las cenizas de su progenitor que fue
carne de hoguera, según les contó a sus “protectores” que al escucharles no
paraban de soltar el guay y de hacer aspavientos de dolor, y hablándoles en su
lengua les pidió ayuda. Pero la cendra era un pufo.
Todos con el rabí a la cabeza aflojaron la mosca y le dieron junto con una
bolsa de monedas un salvoconducto para que se presentase ante un “mercadante”
de París, pues decía que iba a Viena a ver a unos parientes, recalando primero
en la capital de Francia (¿No serían estas cenizas falsificadas un anticipo de
la profecía del Shoah?) y les explicaba cómo se había quedado sin dinero, cosa
imperdonable en uno de la tribu de Leví, pues al pasar por Pirineos fue
asaltado por unos ladrones.
Los hebreos se mostraron conmovidos por la historia que les contara el
portugués en ladino (toda una patraña) y le pidieron algunos de aquellos polvos
para quedárselas como reliquias de mártir pero él dijo que no les podía dar
más, que se le acababan y quería guardar alguna para sí[7][7],
y ellos bendijeron al peregrino y cantaron la chemá[8][8]…
el dio de Israel te de infinita gloria pues mereciste corona de mártir.
Con los veinticinco ducados que escotaron aquellos buenos hijos del profeta
Moisés en la faltriquera y una carta de recomendación para el tratante de
París, de su mismo gremio, Estebanillo tomó el olivo orgulloso y ovante… alegre
de haber salido tan bien del encuentro con aquella gente que siempre engañan y
jamás se dejan engañar. Según confiesa en un párrafo del capítulo más
brillante y de una gran penetración psicológica sobre el carácter de sus
hermanos de tienden a la exageración a montar el cristo, suspicaces y descreídos.
Muy ufano se muestra de haberles dado el timo de la estampita con
aquellas cenizas de un quemado por la Inquisición, reemprendió ruta. Mucha
gente hoy en Europa, empezando por el ministro de Justicia. Gallardón debieran
de haberse palpado la ropa antes de promulgar como dogma de fe casi
escatológico un hecho que siempre será discutible y al que todo el mundo ha de
decir Amen. Los polvos de este pícaro sirvan para evitar y prevenir tanta
credulidad. ¿No estaremos aceptando una estafa histórica que destruirá a la
religión cristiana y a muchas naciones?
No pudo ser más gloriosa su entrada en Paris con dinero fresco y la promesa
de un empleo… cata Francia, Montesinos, cata París la ciudad, escucha
cantar en ladino a los mercachifles prófugos de Sefarad.
El que le esperaba entre grandes reverencias, porque los informes no podían
ser mejores, le puso a vender agujas. Pertenecía la tienda a otro de los
expulsados de España que se llamaba Granados
y por lo visto se sabía de coro el romancero y lo contaba por tierras ajenas
para su consuelo de desterrado con voces tan poco entonadas que resonaban
por todo el faubourg de Saint Germain des Prés.
Los parroquianos se preguntaban unos a otros por el nombre del que cantaba
y temiendo no iría a llover se decían:
-Nous aurions de la pluie, monsieur.
-Ah bon
-Tiens, ils sont içi les espagnols
-Deja?
-Oui
Luego se fue a ver al embajador de Felipe IV que se llamaba el Marqués de
Mirabel, don Antonio Dávila y Zúñiga, gran diplomático supuestamente de la
tribu de Abrahán pero bautizado por lo que alcanzaría preeminencias en la corte
del francés que seguía curando lamparones todavía según nos informa el
protagonista de esta novela[9][9]
IV
Nos cuenta que en Cazalla (Sevilla) cada día cogía a un lobo por las orejas y a una zorra por el rabo[10][10].
Haciendo alarde de ese menoscabo de las cosas del mundo que caracteriza al
pícaro y al místico (la honra, las riquezas, el nombradío, el abrigo, la salud,
la potencia sexual, echar cinco casquetes en una noche toledana) no le da demasiada
importancia a que lo tomen por cornudo, en Constantina tiene a un cabrero por
amo el cual no se siente avergonzado de echarse a cuestas un cabrito de pitones
considerables “a causa de ser el animalejo de buen tamaño”.
En mística este tropo se denomina santa indiferencia y Sta. Teresa lo
explaya en su célebre soneto “Vuestra soy para vos nací”.[11][11] Al sexo y eso que dicen el
amor no lo tiene en mucha estima Estebanillo aunque tampoco lo desdeña, si a
mano viene.
La carencia de obsesiones carnales y de pasiones [la maté porque era
mía] otorga al libro ese desenfado y donaire que impregna sus páginas, con
dosis de senequismo, aguante ante las adversidades, estoicismo y hasta
resignación cristiana, lo cual tampoco quiere decir que la satisfacción del apetito
genésico no fueran en aquella época tan cabal como en la actualidad. O más. No
había televisión ni luz eléctrica.
El gran protagonista de la novela picaresca son Hambre y
Desnudez. Pues la pereza engendra pobreza y aquellos haraganes no pegaban golpe.
Comer más que holgar era el primer objetivo… “vendí mi hijo de cabra por
cuatro reales, aplaqué el cansancio con ostiones[12][12] crudos y camaroncitos con lima.
Fuime a dormir a la calle La Galera donde hospedan de ordinario a la gente de
mi porte”. Así entra en Sevilla persignándose pues al andaluz hazle la
cruz. A la mañana[13][13]
siguiente se fue a la Cartuja donde le dan de comer los hijos de San Bruno
habas o frangollos y ración de brandevín (brande wine, brandy o coñac.
La verdad es que los vagamundos de aquellas horas de imperio pudieron
comer caliente y huir de los corchetes acogiéndose a altana en los
refitorios y claustros de los monasterios. Demuestra cuan ruin era la
suerte que corrían aquellos pobres soldados, que, habiendo expuesto al tablero
sus vidas por favor al rey, en pago, los desdichados recibían no más que
desdén; y en fatiga pululaban por los caminos y trochas de media Europa
como espectros, licenciados de las levas por mutilación, por deserción o porque
expiró el contrato… Tocaban caja en esta villa para ir en corso contra el
Inglés…De esta forma- el estilo es muy lacónico y desenvuelto en toda la
obra- se nos narra cómo se apuntó el “héroe” al tercio y se fue a combatir a
los herejes, más que por patriotismo, pues nos asegura que para él la bandera
de Carlos V no era más que una sábana pintada, por la hambruna.
Iba al husmo de las perolas y del rancho del cuartel. Su capitán era don Pedro de Ulloa En esta primera parte se
describen aquellos encuentros guerreros (autenticas sarracinas) de las guerras
de Flandes. En la segunda parte del libro el autor se muestra menos escéptico,
no rezuma su estilo tanta desfachatez ni tanto donaire. Porque segundas partes,
y aquí ocurre al revés del Quijote, nunca fueron buenas. La trama sigue tejiéndose
de embustes y fechorías contadas con no poco despejo y desparpajo. El tomo
segundo es un buen cuadro de campaña para conocer las operaciones guerreras y
asaltos en los que participaron los Tercios Viejos. Pero todo eso lo veremos
después
24/10/2012
[1][1] Lenguaje de los
hermanos, surgió con la guerra de las Comunidades, un lenguaje cifrado que por
Cantalejo llaman gacería
[2][2] Era el espacio
comprendido entre el Puerto de Santa María y Canarias temido por los navegantes
a causa de sus temporales
[3][3] arroz con
legumbres
[4][4] dieta casi
exclusiva de los embarcados
[6][6] los que
desvalijaban las embarcaciones y robaban a los marinos cuando estaban borrachos
o dormidos. Eran muy hábiles descuideros y carteristas. Eran del Gremio de la
Ganzúa que también describe Cervantes
[7][7] yo como
mostrando un poco de sentimiento, diles amplia comisión, reservando algunas de
aquellas cenizas para mí pues perdí parte de dichos polvos en una tormenta que
tuvimos en el Estrecho de Gibraltar
[8][8] plegaria
hebraica
[9][9] se creía que el
rey de España era exorcista capaz de expulsar demonios y el de Francia curaba
la escrófula (lamparones) y las llagas del mal gálico o sífilis
[10][10] una buena
borrachera
[11][11] Vuestra soy para
vos nací ¿qué queréis hacer, Señor de mí? Dadme alegría o tristeza, dadme
riqueza o pobreza, sol con nubes, sol sin velo… pues del todo me rendí ¿qué
queréis, Señor, hacer de mí?
[12][12] ostras
[13][13] la palabra es de
origen inglés
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