ESPADISTAS Y ZORONGOS
La política hoy por hoy es
un saladero de pícaros de los que abrevaban antaño en cabe las gradas de San
Felipe muy cerca de donde ahora rugen los leones de piedra de la carrera de San
Jerónimo. Son nuestra fuerza de choque parlamentaria devengando dineros. Y
danos y danos hasta que no te conozcamos. ¿Vuelven los tiempos del “Deseado” (¿guerras
carlistas, proclamas, vicalvaradas, logias a tope y el pueblo ignaro y
cretinizado gimiendo bajo el yugo de Olozaga, Espartero, Serrano y el general
bonito? ¡Ah,… cuando Fernando VII usaba paletó ¡
Lo que sí es cierto es que
han vuelto los espadistas, los secuaces de Luis Candelas al pairo de una
dinastía que tuvo gafe para la Patria. Cunde el bandolerismo político
Ataron de nuevo a la
palestra los cofrades de la ganzúa y el berbiquí. Muy apersonados por la mañana
y por la noche se ponen el antifaz. El trabuco de Luis Candelas se esconde tras
la almibarada sonrisa de la chica de la tele que da el “parte” meteorológico.
Avanza el virus. Tantos contagios. Tantos fallecidos. Es la melopea de los bustos
parlantes. Oclocracia a todos los azimuts. ¿Oclocracia o falocracia? Tú no eres
quien para decirme a mí a quien he de votar en los próximos comicios. Tenemos a
Luis Candelas para rato. Se propagan los diálogos de besugos en las tertulias.
Apunta el unicornio debajo del mandil. El bandolero más popular que dio la
ciudad de Madrid, un “gato” legitimo de Lavapiés, estuvo protegido por la
masonería. Tenía comprados a los jueces y era difícil que, tras sus golpes
espectaculares, la policía le echara el guante. El esbardo de la gran osa y del
Madroño, terror de los maridos, encandilaba a las gachís casadas, viudas y
solteras… lo mismo le daba.
“Debajo de la capa de Luis Candelas mi corazón amante vuela que vuela.
Todo Madrid te está buscando para prenderte y yo te busco para quererte”, cantaba
Concha Piquer.
La plebe quiere mentiras, se
alimenta de truculencias y busca esparcimientos baratos, panem et circenses o lo que dijo san Jerónimo vulgus vult decipi
(al populacho que no le digan las verdades, cuando pintan bastos en tiempos de
peste y de guerra la Constitución de Cádiz dividió a los españoles en dos
bandos).
Hay algunos que dirimen la
magna cuestión: quien ostentará el titulo de la princesa del pueblo: ¿Belén
Esteban o la ministra Irene –muévete despacito querida Irene que ya me viene − la cual funge como “cuya” del Coletas? Interesan
cuestiones sobre todo de la pospierna y de la entrepierna en el Avapiés.
Cinglan amenazas los vientos de la corte. Pero ya no llega el “Deseado”. Se
fugó con una rubia que no era ni maja ni chispera y había que hacerle el amor
en alemán o en inglés. Su tatarabuelo tenía inclinaciones más castizas. Saltó
el tálamo regio la Lola la Naranjera mientras Goya se zumbaba a doña María
Teresa Álvarez de Toledo y Silva duquesa de Alba y maja desnuda cuando el
Avapiés no era un aduar de norteafricanos. El Rubio nos homologó con Europa
pero somos mucho menos castizos y hemos perdido españolidad.
A Fernando le llamaban el
Napias y a éste el Rey Pasmado. Lo mismo da que entre bribones y borbones anda
el juego. Truenos que atruenan contra los tronos. Adios mis pavos. Siguiendo la
comparanza los émulos de Luis Candelas ya no asaltan diligencias. Dieron el
salto a la política y se fugan al Mar de la China con los dineros del Colegio
de Huérfanos, van para Andorra con sacas de billetes, o trasfieren a Suiza sus
grandes emolumentos fruto del estelionato, el peculado y la coacción. El pobre
Luis Candelas vuela que vuela.
Al bandolero lo colgaron en
la picota de la puerta Toledo. Era un bandido generoso, un pardillo al lado de
estos buitres leonados y el cervantino Ginés de Pasamonte, una hermana de la
caridad, le quitaba a los ricos la saboneta (“peluco”) de bolsillo o el anillo
de piedras preciosas a la marquesa para dárselo a los pobres. Pero yo no estoy
hoy para paranomasias ni paralelismos. Me pongo a cantar por lo bajini la vieja
copla que fue el numero uno en el hit parade de 1823
Ya viene ronda arriba
Ya viene andando
La calesa del Rey Fernando
O bien me planto en jarras
los pies en escuadra y canto una copla de la guerra de la independencia
Virgen de Atocha
Dame un trabuco
Para matar franceses y
mamelucos
Marqués de la Romana
Por Dios te
pido que eches a los franchutes
De Ciudad Rodrigo
Marques de la Romana
Por Dios te ruego
Que eches a los franceses
A sangre y fuego
Todos aquellos regios
escopeteros y bravos soldados, guerrilleros patriotas, han desaparecido del
mapa. Pero han quedado los jueces para meternos en chirona. Hoy puedes ir a la
cárcel por pensar distinto bajo la impugnación de conspiranoico. Entonces te
ahorcaban. Algo debemos de haber mejorado, pero el símil opera parecido.
Contamos con soldados de la UME, no para pegar tiros sino para poner inyecciones,
tenemos unos curas solidarios a los que les interesa, como a la masonería
Escocesa, sólo el hic et nunc del
bienestar material y no el más allá, y un monarca que se bajó al moro tras
pendonear con una corista.
Olfato no les falta.
El apéndice nasal, en su
poderosa tarea de olfacción, conhorta al periodista y al político y es el
aliento del espadista antes de dar el golpe. Ponle una vela a san Dimas, amparo
de ladrones, tú, que allanaste mi morada, te llevaste mis joyas y mi honra.
Nada de tiquismiquis. No hay moral.
España es una selva. Su
filosofía es la del bosquimano.
Ahí están los hombres y las
mujeres del bosque haciendo aspavientos, sumidos en la cultura de la queja
cuando aquí lo que convendría es la acción directa. Con la pandemia les vino
Dios a ver a estos émulos de Luis Candelas, que nos desgobiernan. Sálvese quien
pueda. La bolsa o la vida. ¡Cuidadito, españoles, que os apañan la cartera
todos esos compadres matuteros del periodismo oficioso y oficiante!
Anduvimos ojerosos enfermos
de literatura, y ahora adolecemos de democracia y de Coramvobis y coramvirus. Estamos
cara al sol y con el culo al aire.
Ojerosos y ociosos y en
cuadrilla anduvimos por la existencia, zurupetos, hampones, chisperos dando
vueltas a la fuente de Mariblanca. Nuestro sino es la conspiración.
Ha resucitado don Luis
Candelas; su capa barre las calles de Madrid vuela que vuela. Aquel bandido
generoso al que amaban todas las manolas murió de garrote vil en la picota del
Puente Toledo una mañana de primavera de 1837. Sus últimas palabras fueron un brindis
al sol. Dicen que dijo:
—Sed felices
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