Vicente
Espinel. Marcos de Obregón
Plaza de
santa Catalina de los donados. Voy al Santo Niño del remedio. Es una de las
plazas aun recoletas que quedan del antiguo Madrid. De allí fue capellán
Vicente de Espinel autor de una novela que se engloba dentro del género
picaresco, marcos de obregón, pero que es una semblanza autobiográfica de la
España del siglo de oro finales del XVI e inicios del XVII una España que
recorrió en veinte años de intenso caminar y cuyos mares navegar así como los
dominios de Nápoles y Flandes como soldado y como marino al servicio de la
escuadra, la segunda Invencible que iría a luchar contra los ingleses comandada
por el almirante asturiano don pedro Menéndez de Avilés. En uno de los bajeles
tomó el grado de alférez pero aquella malhadada expedición nunca zarpó del
puerto de Santander. Se declaró la peste.
Protegido por
el conde duque de Olivares acabó ordenándose sacerdote el viejo soldado y
obtuvo una capellanía primero en una iglesia de Ronda. Más tarde, un beneficio
en el cabildo de San Ginés. Se enmarca, pues, en el capítulo de los grandes de
la literatura castellana junto con Lope, con Calderón, con Mira de Amescua o
Góngora todos ellos sacerdotes. Es una deuda que tiene nuestra lengua con la
iglesia española que acogió en su seno a aquellos pobres vagabundos librándoles
del hambre y la pobreza.
Espinel fue
también músico y maestro de capilla. Añadió a la guitarra una sexta cuerda.
Gran parte de su composición polifónica anda perdida pero debió de ser el
gaditano un gran chantre o precentor. Lo que no fue óbice para gozar y padecer
de una vida aventurera llena de sobresaltos y de peligros que superó “merced a
su gallardo entendimiento”. Su Marcos de
Obregón a decir de la crítica supera por la veracidad y la contextura de su
narrativa de hechos reales al Lazarillo o al
Guzmán de Alfarache. Encuentra ciertas similitudes con el Estebanillo
con cuyo autor debió de coincidir en Flandes pero su estilo es menos abigarrado
y conceptista. No se puede codera con el Buscón que es un libro aparte pero
todas estas obras del genero picaresco coinciden en:
a) la
existencia apabullada y trajinante de los personajes.
b) el hambre
como preocupación existencial ya que en sus páginas no hay sexo y todas los
lances de amor acaban de mala manera como lo que le pasó a Marquillos saliendo
de Bilbao que por no entender el vascuence no pudo declarársele y acabó siendo
arrastrado por el azud de una alberca que por poco se le lleva la corriente y
en Zaragoza (dice que los aragoneses son celosísimos) con otra ventanera. En la
picaresca el sexo se aborda de una manera bufa y de pasada, lo que revela
cierta misoginia del carácter hispano. Terrible cosa es la mujer. Y el que casa
de viejo pronto entrega el pellejo. Satiriza y de qué manera a los maridos lo
mismo que Quevedo. Pero el gran teatro clásico no podría ser comprendido sin
los malentendidos y sin los cuernos. De las costumbres amorosas de aquella
centuria mejor no hablar. Las carrozas que subían arriba y abajo del Prado
madrileño eran prostíbulos ambulantes donde se fornicaba a calzón caído y con
las cortinillas echadas, las puertas del carruaje cerrados a cal y canto
haciendo de mamporreros los lacayos.
c) la
longanimidad en las adversidades, la resignación cristiana y el desarraigo. En
el fondo dentro del pícaro late un alma mística que desprecia al mundo y a sus
vanidades.
Espinel nació
en la hermosa y arriscada ciudad de Ronda hacia 1545. Sus padres eran de origen
asturiano, encomenderos a los que los Reyes Católicos asignaron tierras en Andalucía
cuando se ganó Granada. Hidalgos pobres. Su progenitor había sido soldado con
el Gran Capitán y al mandarle a estudiar a Salamanca le entrega una bolsa con
pocos dineros y una espada que el joven no sabe qué hacer con ella y la empeña
a unos hojalateros en el Potro de Córdoba. Cruza una Mancha semidesierta
expuesto al peligro de los bandoleros moriscos, a los cuatreros, a los venteros
y a los carreteros una profesión que maldice… Dios me libre de rufianes en
cuadrilla y los arrieros eran por lo visto de mala condición, robaban a los que
portaban en el carro y violaban a las mujeres que iban de recua. Las ventas son
igual de pestilentes “donde suele haber malas aguas por lo que importa beber
vino” y los mesoneros en lo redomazos se traen un aire con los arrieros, todos
ellos moriscos y de condición inicua. Impía gente son los arrieros y sin
caridad crueles a tal extremo que su misma crueldad va contra natura. Como
tratan tanto con las bestias algo dellas siempre se les pega. Tienen muchas
posadas y pocos amigos. Así nos describe la venta de Cardeña en el paso de
Despeñaperros, todo un lugar común en la literatura picaresca.
En Salamanca
se presenta vestido de ferreruelo y de una sotanilla de veintidoseno de
Segovia. En la ciudad del Tormes va a correr no pocas aventuras como las
novatadas aunque están no son tan rigurosas como en Alcalá el Buscón dixit. No
puede pagar el pupilaje de casa no le llegan dineros y entra a vivir con otros
estudiantes en el refugio donde el hambre y sobre todo el frío de los crudos
inviernos serán origen del cuento del zancarrón de un mulo que echaron a la
lumbre pensando que era un tuero y olía a rayos. Todo lo soporta con la virtud
de la paciencia “que es amiga del buen humor y del donaire”. Salamanca la
blanca tenía buenas pastelerías. Los estudiantes pasan la hora del quiete o
recreo en el Desafiadero. Marquillos se pone a dar clases de canto para
socorrerse pero tales lecciones aunque bien dadas estaban mal pagadas. Y con
las mismas hace un canto al saber y a esa vida oculta que se encuentra
agazapada entre los libros donde el ser humano puede encontrar consuelo a sus
desventuras. No se murieron de asco por lo de la pata del mulo que echaron a la
lumbre. Fueron castigados a diez azotes por aquella travesura.
La obra tiene
un sentido gnómico en clave moralizante con una proa cuajada de refranes y de
sentencias. No hay que desesperar. Cuando una puerta se cierra otra se abre
pues más gusto se halla en un higo que en ceinte calabazas. ¿Cómo luchar contra
los males estudiantiles que son la pobreza y la desnudez? Espinel no otorga
otro remedio que poner buena cara al mal tiempo. La humildad ante los poderosos
es el fundamento de la paz y la soberbia, la destrucción de nuestro sosiego.
Agua y ajo por tanto y mucha resignación cristiana.
En Córdoba le
roban un macho y en la feria de Ronda se lo tratan de vender unos gitanos. Era
una acémila de muy mal carácter que tiraba al jinete, se espantaba e iba a la
empinada con harta frecuencia. El mulo atraillado parecía manso pero Marcos sospecha.
Y efectivamente querían venderle el mismo que le habían robado y en un tente
mientras cobro antes de llevarlo al mercado le dieron a beber un azumbre de
vino. Cuando se le pasó la borrachera el animal volvió por donde solía y no se
cansa de dar patadas y respingos. Si bien me quieres trátame como sueles.
Escasee la carne en el garabato por falta de gato y uno tienen ventura y otras
ventrada. Unos ensillan y otros cabalgan. Al protagonista de esta narración le
pasan mil desdichas pero pronto se resabia y aprende a afrontar los engaños. Su
hégira discurre por caminos inciertos y mal resguardados pernoctando en
ventorros donde se dormía con un ojo solo y había que andar listo no te dieran
por zumaque un vino que el ventero tasaba como de calidad y con más hojas que
un calepino. Se encuentra con donilleros y con clérigos de mala ralea que
rezaban en latín con acento gallego y a veces con fantasmas y aparecidos. Las
ventas donde para son la de la Murga en Ademuz, la de Viveros en Alcalá y la
famosa venta de de viveros en plena sierra morena donde recalaban a la sazón
todos los viajeros que pasaban de Castilla a Andalucía.
CANTO
A LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
Hijo de un
hidalgo de gotera ovetense que se afincó en Ronda el autor de Marcos de Obregón
obra insigne de la gran literatura picaresca nos embarca en las galeras que
fueron a Lepanto y nos muestra los caminos que llevan a Flandes y además puso
una cuerda más a la guitarra española. Asendereado personaje y escelso
escritor, su prosa limpia, castiza y salpicada de donaire, se parangona con la
de Miguel de Cervantes.
Cuando todos
iban a estudiar a Alcalá, el rondeño, por su parte, con una espada que le dio
su padre, viejo soldado a las órdenes del Gran Capitán, que pesaba más que él y
que empeña en un mesón del Potro de Córdoba arriba a la ciudad del Tormes y a
la vista de sus torres prorrumpe en esta loa: “ vi en aquellas columnas sobre quien estriba el gobierno universal de
toda Europa las bases que defienden la verdad católica. Vi al padre Mancio cuyo
nombre estaba ya esparcido por todo lo descubierto… vi al abad Salinas el ciego
el más docto varón en música especulativa que ha conocido la cristiandad no
sólo en el genero diatónico y cromático, sino en el armónico de quien tan poca
noticia se tiene hoy[1] y que fue sucedido en la cátedra por Bernardo Clavijo doctísimo en
entender y obrar el concento y el concierto de partituras, hoy organista de
Felipe III”.
Comenta
después este aprendiz de la supervivencia que es frecuente contraer sarna los
estudiantes primerizos merced a la blancura del pan tierno y el agua finísima
que e bebe en Salamanca, “mala para los dientes”. En resolución, recomienda a
los estudiantes no estragarse ni abusar de la comida o la bebida y emplearse en
los comedimientos de la templanza “que conserva la salud y aviva el ingenio”.
Es la misma conjetura con que nos apabulla a los lectores y degustadores de
esos tesoros de la lengua castellana que son las novelas de esos pobres seres
humanos, esos pequeños diablos corredores que son los pícaros a lo largo y lo
ancho del mapamundi.
Otros
catedráticos a los que menciona es al doctor Medina facultativo de prima en
aquel claustro y gran médico.
El elogio que
hace de los libros tampoco queda atrás y son frases esculpidas en la celda o en
la torre de marfil de estudiosos y poetas.
“los libros hacen libres a los que les
quieren bien. Con ellos me consolé en la prisión que se me aparejaba y
satisfice el hambre en un pedazo de pan conservado en una servilleta envuelta
en un papel que traía un capítulo de alabanza al ayuno. ¡Oh libros, fieles
consejeros, amigos sin adulación, despertadores del entendimiento, maestros del
alma y gobernadores del cuerpo, guiones para bien vivir y centinelas del bien
morir”
Protagonista
de esta novela dechado de perfección del genero picaresco es el hambre,
compañera de cama de la resignación, cómitre de la longanimidad y amiga del
buen humor y del donaire. He aquí reflejado en el espejo de las páginas de Marcos de Obregón el carácter español en
sus miserias y en sus grandezas, sus euforias y sus congojas, baluarte del
catolicismo en defensa de cuyo empeño se granjea la enemistad de todos e
incluso la ira y el recelo de los Papas. Castilla he aquí que se ensimisma, se
adoba en una segunda piel, la del escepticismo senequista, pelea con la espada
en Flandes y esgrime en las Américas el crucifijo. España siempre con la cruz a
cuestas, escarnio de todos y contra todos, transporta sus sueños de redención
mesiánica, fatigada de Europa, a bordo de las carabelas. Es el mismo concepto
que explaya a lo largo de sus libros ese gran patriota que se llamaba Francisco
de Quevedo y Villegas.
Las noticias
que da de la Salamanca universitaria del XVII son cabales: las pastelerías del
Desfiladero, las calles de Santa Ana y san Vicente, la posada de Gálvez donde
estuvo a pupilo y para sacudirse si buen apetito daba lecciones de canto “bien
dadas pero mal pagadas”. Un pícaro ha de estar siempre no sólo a la que salta
sino también tener buenas tragaderas. El asqueroso episodio del zancarrón del
mulo que los pobres pupilos echan a la estufa tratando de sacudirse el frío de
un crudérrrimo jueves de febrero creyendo que era un leño y por poco se atufan
todos da una idea de las condiciones de vida de la Salamanca de aquellos
tiempos. “Hacía tanto frío que en echando
agua en la calle se tornaba cristal”. El siglo decimoséptimo de la era en
Europa produjo un gran cambio climático, algo que seguramente tuvo que ver con
las manchas solares. Los geólogos hablan de una nueva glaciación hacia 1623. Hubo cambios extremos y mudanzas en la
temperatura. El invierno de 1623 fue el más crudo en varios siglos y en 1666
los calores fueron tales que muchos creyeron que venía el fin del mundo. Se
quemó la gran ciudad de Londres.
La prosa de
Vicente Espinel es muy musical y agradable como la de la mayor parte de los
escritores que tienen buen oído. Maneja el contrapunto. Por eso no se hace
indigesta, une a su amenidad el fruto del buen consejo- “la humildad frente a
los poderosos es fundamento de la paz y la soberbia, la destrucción de nuestro
sosiego”. Para él el oficio de escribir es enseñanza de la paciencia y
conformidad con la desventura y reveses de fortuna. A tal efecto moralizante de
la escritura tan importantes son las
fábulas de Esopo como las estratagemas de Horacio. Más gusto se encuentra en un
higo que en una calabaza. Este oficio de longanimidad es uno de los
aprendizajes del estudiante salmantino que vive en la pobreza y la desnudez. El
dolor es el crisol del amor. Este concepto inusual en otros libros del género
acredita a Espinel como el más católico de los picaros españoles. Marcos de
Obregón es un hijo del barroco.
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