LA RECTORAL DE SOTO Y
EL SEÑOR CURA DE HARBIN
El sol dora sus muros
después de la lluvia del último día de junio. Puertas cerradas. Es una de
aquellas casas de curato con una gran cuadra, buenas hechuras, con capacidad
suficiente para albergar a un convento, pero dicen que, antes, fue hospital de
peregrinos, bajo la advocación de San Roque, el que nos trajo el Mal Francés a
lo largo de la ruta jacobea. Ya se sabe: pústulas, algunas llagas en la piel,
que empezaban con una tumefacción rosa, y luego los miembros se descoyuntaban
poco a poco, venía la artritis y la ceguera y los romeros cantaban:
- El perro de san Roque no tiene rabo, porque se lo ha
comido Ramón Pintado.
Ramón Pintado debió
de ser un caballero de la corte del Rey que Rabio y bajó desde la dulce Francia
cantando madrigales acompañándose de la zampoña. Luego la que pasa: los
mesones, la ventera, las mozas de partido. Ser peregrino a Compostela era mucho
pretexto para andar a correrla por esos caminos. Por Segovia cantan esto mismo
a golpes de jota:
-Arrimate, niña, que soy san Roque, que si viene la peste
que no te toque.
Son coplas de peregrino, que alaban al santo del mal gálico
Hay una obra clave
escrita por un inglés: Chaucer en sus cuentos de Cantorbery que nos cuenta lisa
y llanamente lo que pasa. La mujer de Bath era una ninfómana que nunca se
saturaba y caminaba escoltada por una cáfila de moscones. Juntos iban a venerar
la tumba de Santo Tomás. Después otros emprendían el camino de Roma o de
Jerusalén cuando se cegó la ruta hacia la Ciudad Santa cambiaron rumbo hacia el
Oeste. Romeros a roma, palmeros a Jerusalén y peregrinos a Sant Yago.
Compostela era el objetivo. El Calixtino nos habla de la cruda realidad del
romeral. Recomendando a los caminantes que se abstuviesen de viajar por el las
vascongadas porque allá los lugareños estaban en estado semisalvaje. Fornicaban
con sus yeguas y con sus burras y algunos hasta le hacían el agujero a una
gallina. En este lazareto situado en uno de los valles más amenos de Asturias,
el de las lejanas Luiñas – buenos pueblos pero no tan buena gente- veo la
sombra del señor cura de Harbin, el protagonista de aquel cuento tan hermoso
que leí en mi infancia, autor Armando Palacio Valdés. Se trataba de un
arcipreste bastante sencillo e ignorante. La parroquia se reía de él todo lo
que les daba la gana y le tomaban el pelo a causa de un jamelgo que tenía que
era muy viejo y lleno de mataduras:
-Señor cura, ya es hora de que vaya pensando en cambiar la
montura.
Y tanta tabarra le
dieron con el tema, que un buen día optó el clérigo por ir a la feria del Boñar
a vender su jumento. Lo dio en seis reales a unos gitanos. Volvió triste porque
aquel caballo había sido el amigo de su vida, casi el único que tenía, y no se
encontraba sin él. Así que al año siguiente decidió volver al Boñar por san
Andrés y compró otro caballo más joven negro zaino de buena alzada y fino de
cabos. Fiado de su buena apariencia pagó por él veinte duras y regresó al
pueblo tan contento. Pero a veces las apariencias engañan y nada es lo que
parece. Cuando iban acercándose al lugar el arcipreste notó que su rocín inició
un leve trote y se encaminó sin necesidad de rienda ni espuela hacia la cuadra.
El buen cura empezó a sospechar y notó como una mancha en el borrén. Con la
almohaza empezó a limpiarle y a medida que calcaba el cepillo por los ijares la
mancha se agrandaba y el color negro zaino se tornaba entrecano. Alarma. Había
comprado el mismo caballo que fue a vender al Boñar el año antes. Enterados los
de la aldea no cesaban de cachondearse y decía con sorna:
-Velay, al potro del señor cura.
En la feria del Boñar
le habían dado gato por liebre a nuestro bendito vicario que aceptó el engaño
con melancolía. Amo y caballo murieron, de viejos, a los pocos meses casi al
mismo tiempo. Cuando paso por la rectoral de Soto de Luiña, yo me acuerdo del
pobre cura que vivió en este enorme caserón de casi treinta habitaciones para
él solo. La historia de los curas fracasados, pero bondadosos y humanos, me
conmueve mucho más que las de los papas poderosos, cardenales, prelados obispos
y arzobispos en la cresta de la ola, o la de muchos que pasaron por santos. Ya
lo dice el refrán: de dinero y santidad la metá de la metá
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