IGNACIO ALDECOA UN MAESTRO DEL ARTE DE NARRAR. LOS ESTRAGOS
DEL ALCOHOL
IGNACIO ALDECOA. CON EL VIENTO SOLANO
“Os castigaré con el viento solano”, se lee en algún libro
de la Biblia, en el de Amós. Viento solano. Viento terral. Aires de plomo. Yo lo
he padecido en algún lugar de la Montaña. Es un viento que sopla maligno con
rachas de inspiración asesina o suicida. Los bávaros le denominan el “Föhm”.
Cuando este viento invade las calles de Viena mucha gente se quita la vida.
En verano este viento
del sur llega impregnado con las arenas del Sahara, agosta las plantas y hace
arder misteriosamente a los chaparros. Ignacio Aldecoa, magistral novelista de
la generación de los 50, se sirve de uno de los hijos más aborrecibles de Eolo
para dar marco a una de sus mejores novelas. Hoy ya no hay artistas como este
vasco que anhelen la excelencia y buscan la palabra encendida que sea
candelabro que alumbre a toda una generación, a toda una época. En la
actualidad con la involución de valores que hemos padecido bajo el régimen
partitocrático toda nuestra vida literaria gira en torno a autores ingleses,
americanos, de ínfima calidad y que nada dicen al ser nuestro, pero este
supuesto gorma parte del enjuague y de la amenaza.
Así que nuestros
jóvenes quizás sepan quién era Milton o las hermanas Bronte pero no sabrán ni
media si se les habla de Quevedo o de Ignacio Aldecoa. El escritor vitorino en
este drama mete al viento del sur en una botella y lo transforma en alcohol,
uno de los mayores enemigos del género humano. Erifos vuelve a la carga. Dos
gitanos en un una feria de Talavera se emborrachan. El etílico transforma sus
vidas y sus conductas, hieren en la cara a un tabernero y salen huyendo.
Perseguidos por la guardia rural, el protagonista Sebastián que llevaba un arma
dispara contra el miembro de la benemérita al que hiere de muerte
inconscientemente.
Viene el
arrepentimiento, el sentimiento de la gran soledad del hombre después de los
estragos del vino, el complejo de culpa, los celos. Sigue la huida.
El personaje huye de
sí mismo, huye del peñascaró (aguardiente), de la pasma, de sus recuerdos. Con
un magistral dominio del idioma, Aldecoa nos traza un cuadro vivo del habla de
los calés y de los tratantes que acudían a las ferias principales de Castillas
con sus recuas (Medina, Talavera, San Lucas, San Pedro en Segovia y la de
Santiago en Alcalá). La mayor parte de los parientes que eran aposentadores y
proveedores acemileros del ejército español y en Alcalá estaban los principales
regimientos de caballería. Entre ellos el Villaviciosa 14.
Aldecoa pasa revista
a un mundo ya fenecido o a punto de fenecer colocando su espejo a lo largo del
camino contándonos cómo era el real de aquella feria de Santiago en pleno mes
de julio con el patrón de España y de la caballería por telón de fondo. Las
casetas de tiro al plato, los malabaristas y saltimbanquis, las carameleras que
vendían almendras garapiñadas famosas almendras de Alcalá en todo el mundo.
El aguardiente, las
tabernas pues ya se decía entonces de los viejos estudiantes “alcalaino
borracho y fino”, es un personaje inevitable que suplanta al hado o al destino,
una reata de mulas llegaba a lo largo del camino real y a la puerta del mesón
el arriero descargaba un número indeterminado de pellejos de cuero que adosados
a la pared de la taberna paredaña a la de un convento, y parecían pequeños
hombres panzudos muertos de risa y que se dedicaban a observar al personal que
entraba y salía en la ciudad.
Los bocoyes panzudos
de piel de cerdo alzaban sus muñones en forma de brazos como haciéndole guiños
al sol de la meseta y Baco parecía hablar por sus orificios con lengua de trapo
destapando la caja de los truenos. Luego el recuero se alejaba arreando a los
machos. Entonaba un viejo canto de ronda como brindis al sol. La filosofía la
aprendían los españoles en las aulas complutenses pero también en los muchos
figones esparcidos por el campus. Alcalaíno borracho y fino.
Aldecoa nos advierte
sin embargo en medio del jolgorio de aquella fiesta del patrón de la caballería
española que el vino es el peor consejero del hombre. En esta novela me he
encontrado con un Alcalá que desconocía pero que presumía: la de los
aposentadores de la caballería real y del antiguo cuerpo de la remonta
(chalanes gitanos en su mayor parte) que venían proveyendo a nuestros soldados
de la montura correspondiente y de la tracción de sangre, desde los tercios de
Flandes y desde los caballos y mulos que viajaron a América a bordo de las
carabelas.
La novela dividida en
cinco capítulos cada uno de ellos dedicados al santo del día: la Magdalena, san
Apolinar, santa Cristina de Toledo, Santiago Apóstol y Santana (los santos de
julio). Con una pericia narrativa inimitable y una fuerza estilística que
sobrecoge cuenta los trancos de esta hégira del muletero Sebastián desde
Talavera a Segovia y desde Segovia a Alcalá. La acción termina en Cogolludo
donde el protagonista después de visitar a su madre, se entrega a la Guardia
Civil. Es una suerte haber nacido español y pertenecer a una cultura literaria
autocrítica, feroz y tierna a la vez, siempre por los pasos divinos, que es la
mejor del mundo dicho sea sin prejuicios y sin chovinismo. El Sr. Vargas Llosa
no debe de haber leído a Aldecoa. Se lo recomiendo. Ese perulero es un bluf
aunque le hayan dado el Nobel por pertenecer a la francmasonería. Sus libros no
los lee nadie pero los de esta vasco no pasarán. Son inmortales. “Gran sol”, y
los cuentos admirables, un verdadero tour de forcé de lo que puede dar el decir
castellano. Voz del pueblo. Sufrimiento y esperanza. Date. Date dáte a la
guardia civil
continuará
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