TU DULZURA MÁS AMARGA
En el inicio de aquella noche de una inusual primavera, donde sólo confiamos en las batas blancas y en pijamas verdes, donde tus dos brazos albergan las vías de la vida, estaban ellas, controlando aquella situación tan amarga. Pues las urgencias es la antesala al dolor y las lágrimas, al terror del silencio y al océano de la inquietante desesperación de nuestra ignorancia sistémica y de nuestro sistema de negación continua, allí no estabas sola. Allí estaban ellas y junto a ti, agarrada de tu mano, tu tía la Dra. Velasco.
El tiempo pasa rápido y también mi bloqueo desesperante, qué pasa, qué tiene, en mi cabeza suena el eco de esas palabras y en las amables sonrisas del personal médico, se dibuja la vuelta a los valores glucémicos. Es tu debut y siempre pensé que reservaría ese vocablo al verte ante un grupo de personas y no que debutaras hacia tu propia dulzura.
En ese momento tu sed paró y empezó nuestra sed y hambre de respuestas, esta indigestión de información golpea nuestro estómago, pero tu sonrisa dulce sigue, ya es madrugada y en la habitación despedimos el box hasta la mañana siguiente.
Aquella incesante y acompasada entrada nocturna de enfermeras en la noche para comprobar y tomar valores, plasman la gráfica de una ecuación todavía si respuestas, donde (x = por qué a ti) ( y = y que va a pasar ahora).
Estas dos incógnitas se clavan en nuestro nuevo gráfico de vida, y los gráficos de valores serán y van a ser, la hiper y la hipo, dos alarmas que marcarán nuestro infinito. Esta nueva álgebra de vida, exige estudio diario, pues cada día es diferente y cada día aprendo. Tú, con nueve años, con tremenda madurez, hablas con la enfermera Lara, ella con enorme empatía te explica el proceso, aprendes que el pinchazo deja de doler y empiezas a hacerlo tu. Quieres participar, entrenar y aunque la insulina huele mal, te hace bien.
Ya es otro día, pero no es un sueño, aquí seguimos no hemos despertado y todavía bloqueados la Dra. Itziar nos explica, con calidez humana, transmite serenidad y los conocimientos de alguien brillante, explican lo inexplicable. Laura empezó a decir que quería ser como ella, Endocrina pediátrica, ya encontró su mater maestra, ella es la más interesada, quiere saber, nosotros preferiríamos no hacerlo, pero es el camino a cruzar, no hay otra vía.
Esa mañana fuimos todos a clase, la enfermera Arantxa nos esperaba, por ahora vemos a todo el mundo con su sonrisa, vemos a través de las mascarillas, esta sí que era una masterclass, donde hay que sacar matrícula, pero con Arancha es muy fácil, cercanía y cariño hacen el resto, nos enseña a nuestro nuevo amigo “gluco” de nombre y “metro” de apellido, todo calma en nuestro caos.
Colmatados de tantos datos, nuestra cabeza nos indica que esta vez sí, Laura estará ingresada en el Hospital Puerta de Hierro, unos cuantos días, de continuo control, toma de datos y administración de esa esencia que en tiros de avispa se inyecta bajo tu piel para contrarrestar el equilibrio de tu cuerpecito.
La tarde es un trasiego de visitas, todas maravillosas e ilusionantes, y todas nos ayudan a asimilar el nuevo camino donde deberemos peregrinar, la familia, su valor es incontestable y en estos momentos responde y ofrece su hombro.
Lara, está en turno de tarde y saluda al inicio de su jornada a mi pequeña, le interroga sobre cómo está y cómo se siente, yo soy un mero testigo de su buena sintonía, entre cuidadora y enferma, es un vínculo perdurable en su memoria. Se lo está tomando mejor que yo, quiere seguir investigando, paseamos por los pasillos del Puerta, pues viene bien pasear para volver a valores, es la carrera hacia nuestra propia marca, trescientos pasos de aventura por trayecto y vuelta, así descubrimos toda la cantidad de salas y despachos, así como el bien formado personal que labora en este gran centro.
Ya es hora de cenar y hay que medir, también hay cena para el acompañante, un verdadero lujo de nuestra sanidad y sin hambre como. En la madrugada siguen las visitas de los integrantes del turno de noche de enfermería, entran con sigilo, sin molestar terminan su trabajo y se van, aquí seguimos en la fortaleza de nuestro nosocomio.
Otro día despierta en nuestro fortín sanitario y volveremos a la consulta de la Enfermera Arantxa para seguir instruyéndonos en esta nueva vida, se pasa rápido y Laura sale encantada, ella es la que más aprende, pues sin quererlo será su rutina, su ritual de administración.
Marta, tu madre, no se ha separado de ti, ni un instante, es la gran heroína, asimila los valores, las raciones y su análoga conversión de inyectable, me sorprende tanto su entereza y su calma sin titubeos y confirmo que yo no soy tan fuerte, eso es el amor infinito hacia su pequeña.
Y tras cinco jornadas, llegó el día del alta, Ana, la celadora nos lleva a la última consulta con Arantxa, empuja la silla con fuerza, tratando de animar a mi pequeña jugando e imaginando que vuela por los inmensos pasillos del hospital, como un ave majestuosa, alegrando y despertando una sonrisa en ella.
Después nos vuelve a acompañar a la habitación, es momento de hacer la maleta. Guardamos todas las cosas, pero hay algo que no nos cabe: el cariño, la profesionalidad, el cuidado y mimo que nos han dado, todas las heroínas del Puerta de Hierro, todos esos sentimientos nos los llevamos y también se quedan en la habitación F220, para el siguiente paciente que le ayudará en su estancia y cerramos la puerta diciendo:
Mil gracias.
Antonio Parra.