2025-12-07

 

Господи помилуй

Posted: 22 Jul 2019 01:08 AM PDT

LOS RUSOS LLEGARON ANTES A LA LUNA AUNQUE PERSISTEN LÑAS DUDAS QUE LO DEL APOLO NO FUERA UN MONTAJE PROPAGANDISTICO DE LA NASA

Posted: 22 Jul 2019 12:52 AM PDT

Primero en la luna. Y la primera comida allí fue dedicada a Cristo.

MONJA ELIZABETH (SENCHUKOVA) | 
Las guerras rara vez son bellas. Dejemos historias sobre guerreros nobles que salvan a los pueblos oprimidos, o incluso a los mismos pueblos oprimidos, que defienden su libertad: incluso cuando son verdaderas, son la sangre de personas inocentes, incluido el dinero de empresarios oprimidos y astutos manchados con esta sangre, las intrigas políticas destruidas. Y ciudades en ruinas y muchos años de recuperación. No hubo nada bueno en la llamada guerra fría entre la URSS y los Estados Unidos. El miedo constante a la guerra ya es real, e incluso enfrentamientos atómicos y no oficiales en "territorios neutrales" en algún lugar del Este, muchas mentiras y odio. Pero hubo un episodio realmente hermoso, noble y, lo más importante, absolutamente pacífico en esta guerra. Carrera espacial
Monja Elizabeth (Senchukova)
La tarea principal de la guerra para el espacio cercano a la Tierra, por supuesto, era "romper el espíritu del enemigo". Quiero decir, propaganda. Y al principio ella trabajaba.
Fuimos los primeros. Doce años después de la devastadora Gran Guerra Patriótica, lanzamos Sputnik-1. Los estadounidenses se sorprendieron. En primer lugar, resultó que no hay un retraso tecnológico en la URSS, y esto fue un insulto. En segundo lugar, la URSS en la órbita de la Tierra: esto significa que la Tierra está bajo el control de la URSS (y América está en el planeta Tierra, si alguien lo recuerda), y esto ya es peligroso.
El escritor Arthur Clark dijo con amargura que debido a este satélite, los Estados Unidos se habían convertido en una potencia de segunda clase. El escritor Stephen King recordó, en el espíritu de sus propias películas de terror, cómo sus jóvenes compañeros paralizaron las noticias sobre el lanzamiento del satélite ruso en el cine, donde lo escucharon por primera vez.
Es cierto que Ray Bradbury, un escritor de ciencia ficción con un sorprendente sentido del amor por el mundo y el hombre, dijo que el satélite soviético inmortalizó a la humanidad. Quiero unirme a esto. Una pequeña estrella apareció en el cielo, que fue hecha por el hombre. Incluso los líderes de la era del "Renacimiento" no soñaron con esto, aunque creían que el hombre es un Dios creado.
Los estadounidenses pudieron lanzar su primer satélite solo un año después, y seis años después, el primer satélite de comunicaciones que cambió el mundo en la práctica, la información se hizo lo más accesible posible, gracias a la cual ahora leemos este texto en Internet, aprendemos noticias mundiales de varios medios y nos comunicamos con cada uno. un amigo Pero entonces no había mucho ruido en el mundo.
Los rusos, mientras tanto, lanzaron a Laika la perra. Pero desde el punto de vista de la propaganda, este fue un proyecto fallido: Laika murió por sobrecalentamiento, lo que terriblemente indignó no solo a los que aman a los perros, sino también a las personas que pueden simpatizar. No, bueno, realmente, ¡mata dolorosamente a una criatura viva por el bien de algunos experimentos! Nadie sabía que, incluso antes, durante la vida de Stalin, los perros Dezik y Gitanos volaron con éxito al espacio, cuya salud fue vigilada personalmente por el gran Korolev.
Parecía que los vecinos en el extranjero estaban perdiendo en todos los aspectos. Pronto, otros dos perros soviéticos conquistaron el espacio: los famosos Belka y Strelka. Dos perros sonrientes miran desde la foto, simples chuchos, la personificación del sueño americano, todos tienen la oportunidad de cambiar sus vidas para mejor. Así que Belka y Strelka se han convertido literalmente en estrellas mundiales. Por supuesto, estaban preocupados, a veces no se sentían bien, pero vivían una vida larga y feliz. Y gracias a ellos, el hielo entre los dos grandes poderes comenzó a derretirse un poco: el cachorro Strelki fue presentado a la esposa del presidente estadounidense Jacqueline Kennedy. Parece ser un poquito, pero es algo muy dulce y humano.
No, no puedo decir que todo se hizo bueno de inmediato. El vuelo de Gagarin en los Estados Unidos fue detenido con amargura y hasta pánico. Aunque el mismo héroe mundial, que solo regresaba a la tierra, escribió un texto histórico que se suponía debía reconciliar y unir a todos. En general todo.

“Habiendo volado alrededor de la Tierra en un barco satélite, vi lo hermoso que es nuestro planeta. Gente, mantendremos y aumentaremos esta belleza, pero no la destruiremos! Gagarin ".

La grandeza de estas palabras no se entendió de inmediato: la competencia es competencia. Comenzó la "carrera lunar": ¿quién aterrizó por primera vez en la luna? Y luego los americanos no nos defraudaron! Hoy han pasado 50 años desde el aterrizaje histórico de los astronautas estadounidenses Neil Armstrong y Buzz Aldrin en un satélite natural de la Tierra.
Buzz Aldrin en el módulo lunar "Águila", del cual fue piloto y que lo llevará a él y a Armstrong a la superficie de la Luna en un día. 18 de julio de 1969
Para los profesionales, la guerra ha terminado. Los exploradores espaciales en ambos poderes siguieron muy de cerca a los tres héroes (el piloto Mike Collins no abandonó la nave). Alexei Leonov, la primera persona en ir al espacio exterior, todavía cree que la "carrera lunar" fue la "batalla" más hermosa de lo posible. Ni un solo disparo. Sin contracciones musculares. No hay amenazas de borrarse entre sí en polvo atómico. La competencia de las grandes mentes.

No es sorprendente que Armstrong y Aldrin, entre las banderas de los estados terrenales, hayan llegado a la Luna y al Soviet. Porque en el frío espacio vacío entre nosotros no hay diferencias.

Según los recuerdos de colegas y familiares de Neil Armstrong, el astronauta era un hombre muy cerrado. En silencio experimentó la muerte de amigos e incluso de su propia hija (la niña murió de cáncer, bastante pequeña). Trabajó mucho e impasiblemente. Apenas habló. Su esposa, Janet, con ironía, recordó: "Si dijo" Sí ", entonces la conversación tomó un carácter tormentoso, si dijo" No ", significa que discute con amargura". Quizás la frase más larga de Neil Armstrong fue la famosa: "Un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para toda la humanidad", cuando pisó el suelo lunar.
Neil Armstrong en el módulo lunar después de una caminata de aproximadamente dos horas y media. 20 de julio de 1969
Había algo elusivamente noble en esta historia y, curiosamente, profundamente cristiano. Dennitsa cayó del cielo, Adán fue expulsado del paraíso, y una persona salvada por Cristo se esfuerza por subir allí, tratando de perforar el firmamento del cielo para abrazar al Padre, y ni siquiera piensa en ello. Armstrong era ateo o al menos agnóstico, pero su colega Buzz Aldrin era un hombre profundamente religioso, presbiteriano, incluso un anciano de su iglesia. Vale la pena recordar que entre los protestantes esta es una de las denominaciones más tradicionales: los presbiterianos confían en las enseñanzas de Jean Calvin, el principal ideólogo del protestantismo después de Martín Lutero. No hablaremos ahora de la verdad de esta doctrina religiosa, lo principal es que las personas que fueron las primeras en visitar otro cuerpo celestial son aquellas para quienes el nombre de Cristo no es un sonido vacío.
Pocas personas piensan que incluso la primera comida en la Luna fue dedicada a Él; en los primeros minutos, Aldrin tomó la Comunión con pan y vino especialmente traídos (los presbiterianos no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, solo realizan el Sacramento en memoria).
... Unos años más tarde, comenzó el programa conjunto de exploración espacial soviético-estadounidense "Soyuz-Apollo". Incluso ahora, cuando las relaciones entre nuestros países son peores que nunca, dominamos el espacio juntos. Astronautas: la gente es casi tan amigable como los periodistas, solo que irónica. Cuando la Tierra recibió información sobre el enfriamiento de las relaciones con Rusia, uno de los astronautas estadounidenses directamente de la órbita, sin ocultar el sarcasmo, preguntó: "¿Debo salir?", Que de alguna manera diluyó la atmósfera. Conoces la expresión: "¿A dónde vas con un submarino?" Bueno, aquí se trata de lo mismo.

Todos estamos en una hermosa bola de cristal del universo infinito en las manos de Dios, sonriendo a nuestras pequeñas escaramuzas desde el punto de vista de la eternidad. En cualquier caso, convertir la masacre en un lugar propicio para el desarrollo y la comunicación amistosa de la competencia, con Su ayuda en nuestro poder.

Paz al mundo, como dicen. Miremos hoy al cielo, aunque esté cubierto de nubes, y saludemos a la Luna, las estrellas que fueron creadas para controlar la noche. La noche pasa incluso entre países y naciones, pero alguna vez llega la mañana, pero por ahora tenemos una lámpara para dos.

"La chata Berengüela" (Joaquín Díaz)

Posted: 21 Jul 2019 11:31 PM PDT

Posted: 21 Jul 2019 11:46 PM PDT


PALACIO VALDÉS DESTAZÓ EL ALMA DE CUDILLERO EN UNA NOVELA: “JOSÉ”


“Si venís algún día a la provincia de Asturias — así arranca su novela Armando Palacio Valdés su libro José— no os vayáis sin pasaros por Rodillero. Es el pueblo más singular y extraño del principado, ya que no el más hermoso… confieso que no es gentil pero es sublime”. El gran novelista de Laviana echa aquí toda la carne en el asador para describir el paisaje de desfiladero y lo peculiar del paisanaje: las casas colgantes, el acento cantarín y el bable inextricable con que parlaban los pixuetos, casi una gacería con la cual habían de entenderse a voces los pescadores cuando iban de arribada, gritando de lancha a lancha. 
He vuelto sobre las páginas del maestro recordando casi entre lágrimas cuando en Nueva York le leía “José” a mi mujer y ambos nos llenábamos de la añoranza de Asturias. 
Era una saudade de olor a manzanas, de sebe y pomaradas, de calellas con sabor a mar y a monte. El libro es un retrato sociológico de la Asturias fin de siglo. 
La antigua villa marinera, el abra de Artedo, las casas blasonadas donde vivieron los hidalgos y una de ellas pudo ser la del navegante y descubridor de la Florida Pedro Menéndez de Avilés. Nos pasea el novelista con su gran poder descriptivo por la rula, la lonja y corre su pluma por la escollera, nos habla de la simpatía de sus habitantes, la belleza de sus mujeres y del profundo espíritu religioso. La mar pide atrevidos pero hace buenos creyentes.
 “Los cudillerenses — observa don Armando— son profundamente religiosos. El peligro constante en que viven les mueve a poner el pensamiento y la esperanza en Dios… no se pasan muchos años sin que Rodillero pague su tributo al Océano; en el invierno de 1852 perecieron 80 hombres que representaban la tercera parte de la población.”
Y se le va la mano en exageración al narrador cuando habla de las pixuetas que son altas, esbeltas, de carnes macizas que miran con la serenidad de las diosas griegas. Caminan con majestad como las romanas; hablan velozmente y con acento musical (¡ay esa musicalidad del bable que nada tienen que ver con la aspereza con que lo entonan algunos bablistas de pie forzado!); hablan poco y sonríen menos y eso siempre mostrando un desdén olímpico hacia su interlocutor. No creo que en España pueda presentarse un ramillete de mujeres tan exquisito”.
Esta lidia con la mar les vuelve generosos y tiernos. No abundan entre los marinos los avaros, los intrigantes y tramposos, como entre los campesinos”. La observación viene a ser muy sagaz porque en el concejo, uno de los mayores de Asturias, hay “caizos” de la braña o callealteros y ribereños. Entre unos y otros en las romerías siempre estallaba por lo general alguna gresca.
Palacio creo que es el mayor novelista que ha dado Asturias. Empuña la pluma con la seguridad y firmeza con la que José, el protagonista de esta novela marinera, aferra el carel. 
Frecuenta la jerga y el habla de sus personajes, dale caña, amura vela; conoce la maniobra de conducir la embarcación orzando a barlovento. Esa propiedad del lenguaje, algo tan difícil de esgrimir ¡oh fortaleza del palabrero¡ es desconocida para las plumas galanas de la novelística actual. Hay viento de bolina a estribor, ciñámonos entonces a la banda. Otro golpe de codaste y la novela se va a pique pero no. 
Palacio Valdés amura portentosamente el aparejo y no hay cuidado de que se pierda en el fragor de la intriga. Para ganar viento hay que atezar la escota. Es muy divertida la descripción de la pesca del bonito sin soltar driza. Se escucha el golpe de martillo de los calafates de la ribera. Fue buena la pesca y hay cigarros puros habanos y vino de Rueda. Conque, ciando, amuran a tierra. José se va a casar con la hija de la maestra dentro de quince días.
En la arribada tras una venturosa pesca todo son sonrisas. Esperaban las mujeres, los viejos se sentaban sobre el carel de alguna lancha varada sobre el guijo de la marina que esperaba ser carenada, los niños correteaban al albur y las pescaderas más hábiles destripaban el bonito en menos que canta un gallo.
—¿A cómo?
—A real y medio.
—Estáis locos. Yo no puedo pagar el quiñón, señora Isabel, si bajo la tasa.
Ésta era la mujer de un maragato que esperaba en el malecón con el carro preparado con hielo para transportar el pescado allende los puertos. Pero la mayor parte del bonito iba destinado a las conserveras.

CONTINUARÁ

TE DEUM LAUDAMUS

Posted: 21 Jul 2019 03:54 PM PDT


ORACIÓN PARA DESPEDIR EL AÑO 2007 QUE SE VA PARA NO VOLVER MÁS

Te Deum laudams, Te Dominum confitemur. Te Aeternum Patrem omnis terra veneratur. Tibi omnes angeli, tibi Cherubim et Seraphin, tibi coeli et universae potestates incessabili voce proclamant : Santus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terrae majestatis gloriae tuae. Te gloriossus apostolum chorus : Te prophetarum laudabilis numerus : te martyrum candidatus laudat exercitum. Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia : Patrem inmensae majestatis : venerandum tuum verum et unicum Filium Sanctumque quoque Paraclytum Spiritum. Tu Rex gloriae Christe. Tu Patris sempiternus es Filus. Tu ad liberandum suscepturus hominem non horruiti Virginis uterum. Tu, devicto mortis aculeo, aperuisti credentibus regna coelorum. Tu ad dexteram Dei sedes in gloria Patris. Judex crederis esse venturus. Te ergo quaessemus tuis famulis subveni quos pretiosa sanguuine redimisti. Aeterna fac cum sanctus in gloria numerari. Salvum fac populum tuum, Domine, et benedicite hereditati tuae. Et rege eos, et extolle illos usque in aeternum. Per singulos dies benedicimus te et benedicimus nomen tuum in saeculum saeculi. Dignare Domine die iste sine peccato nos custodire. Miserere nostri Domine miserere nostri, fiat misericordia tua Domine super nos quemadmodum speravimus in te. In te Domine speravi non confundar in aeternum, amen.
Te damos gracias Señor por todos los beneficios en este año recibido y perdona nuestras culpas, nuestras flaquezas, envidias, odios, adulterios, crímenes, calumnias. Queremos vivir conforme a tu voluntad y a los designios evangélicos y así lo proclamamos por Internet que es uno de los medios de los Siete dones del Espíritu Santo.

Feliz 2008
Slava tibie Xrite Bozhe u pabania nashe

maldito hemingway un periodista que cobraba mil dolares por articulo y se pasó la guerra emborrachandose en chicote o yendo de putas. su `prosa es trabajosa y anticuada. se suicidó en La Habana. la revista literaturna gazetta rinde homenaje al antiguo comunista americano que trabajó para el kgb en la guerra de España como comisario político

Posted: 21 Jul 2019 03:08 PM PDT

Cumplidos 120 años desde el nacimiento de Ernest Hemingway

Literatura / Portada / Fecha
Sin arquearse
Foto: Lloyd Arnold
Estábamos orgullosos de él como si fuera nuestro escritor ruso. La idea de que Hemingway vive, caza, nada, escribe miles de hermosas palabras al día, nos deleitó, como el pensamiento de la existencia de una persona cercana y querida en algún lugar. Yuri Kazakov)

Hemingway es un artista muy honesto. El no puede mentir Su estado mental tiene un efecto sorprendente en sus técnicas, en el lado formal de su trabajo. En primer lugar, él es un realista. Excelente realista. No hay nada vago, nada desgarrado en sus modales. Y así como sus héroes anhelan los valores de la vida, anhela que los objetos realistas sean reproducidos por sus técnicas artísticas. Yuri Olesha )

Quien me ha abierto nuevos horizontes es Hemingway. Comprendí, después de leerlo, lo principal: la literatura era conquistada por la prosa rusa, el realismo psicológico de titanes como Leo Tolstoy, Dostoievski y Chejov, pero parecía no solo la parte superior, sino también el final de la prosa psicológica en el sentido de que ya no había lugar para ir ... Hemingway vino y descubrió lo que los actores y algunos dramaturgos (por ejemplo, Shakespeare) sabían hace mucho tiempo, pero los escritores nunca supieron la implicación, y esto abrió nuevos horizontes sin límites. Creo que queremos o no queremos, y todos ... usamos de una manera u otra (lo más a menudo imperceptible para nosotros mismos) su método y sus logros. Yuri Dombrovsky)

Después de leer varias obras del escritor estadounidense Ernest Hemingway, nos convencimos de que uno de sus pensamientos principales era la idea de encontrar la dignidad humana.  ( Andrey Platonov)
NOTA DE LA REDACCIÓN Este articulo es un conjunto de mentiras e infamias de un viejo comunista 

Posted: 21 Jul 2019 02:58 PM PDT


 

TARASCA DE CORPUS Y VUELVEN LOS DEMONIOS AL JARDIN

Antonio Parra
Clarín creo que titula uno de sus cuentos El Diablo en semana santa cuya temática hace referencia a esa paradójica coexistencia del bien y el mal puerta por puerta. A mí me parece, sin embargo, que junio es el mes del demonio. Largos años de experiencia lo avalan porque de sus tretas y de sus mañas algo sabemos todos aquellos que no sé si por elección, por deformación profesional o por condena, hemos sido signados en la lucha contra la Bestia. Bajo las alas de arcángel san Miguel nos acogemos. El divino Signifero al grito de “Quis sicut deus” opugnó a Luzbel. Hubo una batalla enorme en el cielo etc. Ese es uno de los ejes de marcha temáticos del Libro del  Apocalipsis. No es ninguna broma.
Las tarascas del Corpus, la nit del foc y los ritos sanjuaneros obedecen a una cita anual que tiene la humanidad con sus demonios familiares y sus espectros. Son de origen pagano sincretista y la iglesia trató de reformarlos a golpes de hisopo de agua bendita combinado todo ello con exorcismos. La tarasca – gumia y arpía- una mujer de rostro malvado epitomiza todo el mal, el odio y la muerte que existen en la tierra. Es el símbolo de la serpiente. Va detrás de la custodia de Jesús Sacramentado pero no se priva de nada. Le hace momos a la hostia santa, derriba las píxides haciendo que de repente sople durante la procesión un viento huracanado, hace que un pájaro excremente sobre los ricos bordados del gorjal de diacono o la capa pluvial del preste o se introduce en el interior de los incensarios haciendo que en lugar a olíbano huela a cuerno quemado o a azufre.
 Por eso los monaguillos tienen la obligación de mostrarle siempre que enrede la cruz procesional. Esa era una de las misiones de la cruz alzada que abre carrera en todas las marchas devotas: espantar al maligno. Si no se sujeta, duro con ella, hay que emprenderla a escobazos. De ahí los palos y golpes secos que desentonan en medio de los cantos melifluos y la dulzura de las calles empavesadas de espliego y romero al  paso de la carroza.
De una manera simbólica conjura acechanzas de los malos espíritus en las fiestas de la Minerva y del Cuerpo de Cristo lo que  los franceses denominaban la FEDE Dieu y que coinciden con las noches sanjuaneros. Está claro que se trata de ritos de purificación de origen muy ancestral pues el Antiguo – este es otro de los nombres del demonio, aparte del Cálido y de diablo o separador – es tan viejo como el mismo mundo.
Es precisamente junio en el hemisferio occidental,  el mes de la plenitud y la granazón cuando los días son más largos y las noches cortas y sorprendentemente hermosas cuando él echa la zarpa. Los que tenemos una sensibilidad especial, acaso sinestesia, para detectar mociones especiales no sólo en el alma de los hombres sino también en las profundidades telúricas que a veces emergen a la superficie, podría corroborar esta presencia del mal. San Pablo ya nos lo advierte con palabras que se han unido al enquiridión o formulario de ordenación de diáconos: “no es dado poderes contra la sangre y la carne sino contra los espíritus que vuelan por el aire y saltan desde lo profundo de las olas”.
Dicen que a veces reina sobre los cuatro elementos y por eso mismo son tan frecuentes en todas las religiones los ritos de purificación del aire, el suelo, el fuego y el agua.
Por lo que se refiere a los católicos, estas fuerzas invisibles se vuelven operativas es incluso pugnaces al acercarse la fiesta de Pentecostés y hasta podríamos asignarle un ciclo que va desde la Trinidad hasta el Día de san Pedro. Los fieles por eso mismo invocan al Divino Paráclito – Veni Sancte Spiritus et emite lucis tuae radium; Veni Páter Pauperum, Veni, Dator Munerum, etc.- para que envíe los Siete dones. Pero la efusión de tales carismas no es algo que se otorgue gratis. Es entonces cuando el diablo más se resiste y lucha a brazo partido. El enemigo inveterado de la humanidad por estos días parece que ni da paz a la mano ni descanse.
Y lo que les voy a relatar creo que sirve para demostrarlo. Ya les conté que en el lugar donde resido tuvo lugar en 1937 una de las más cruentas batallas de nuestra guerra civil y precisamente donde se alzan las casas cayeron muchos hombres de uno y otro bando. Al cimentar se han encontrado vainas de ametralladoras, obuses, cintas y cierres de seguridad de bombas de mano Lafitte.  Pues bien, detrás de los adosados acotamos un pequeño jardín. Esta parcela ha dado incontables litigios entre el vecindario que nunca se ponen de acuerdo y hasta llegaron a las manos pues es costumbre muy española esto de los pleitos de linderos, por demarcaciones y fitos.
Tomando una iniciativa que me costó no pocos disgustos y para evitar que aquí se formase una comunidad de vecinos que hay que echarse a temblar y a la que siempre temimos como la bicha de cerrar el jardín y que cada cual cogiese la pequeña porción adlátere a su patio trasero. Bueno no saben las amenazas, malas palabras, malos gestos, etc. Con decirles que a causa de esto no nos hablamos. Esta experiencia me ha puesto en antecedentes e incluso prevenido de lo que representa la codicia y la insolidaridad humana. Pero creo  que en gran parte de las ciudades y pueblos de España pasa otro tanto por estas cuestiones de lindes. Somos u reino dividida condenado a perecer.
Después de cerrarlo con el permiso del Ayuntamiento claro está queda un pequeño pasillo en el que yo había plantado algunos árboles, un cerezo, un almendro, un plátano ornamental, pero un día por junio del año pasado, que es un mes en el cual aquí comienzan siempre las chapuzas, y con amenazas inclusas tratando de sembrar divisiones entre mi mujer yo me reclamó ese pasillo. Bueno, lo consentí, pero en la parte de delante queda todavía un cornijal mínimo de unos ocho metros cuadrados. En uno de los árboles coloqué un icono de la virgen María para que la intercesora de la humanidad mitigase aquellas discordias. Bueno este chopo donde estaba a el plato mariano hubo de ser descuajado.
Yo creía que se acababa ahí el asunto y aquí paz y después gloria pero el vecino a veces dando fuertes y cuando yo sabe que estoy a la escucha se despacha a su gusto con insultos a la Virgen. El otro día se pavoneaba de esta manera:
-Se me ha aparecido la Virgen María y me ha dicho que el cornijal es nuestro.
Risas y enormes risotadas. Y a renglón seguido oigo que llama por teléfono y dice con voces estentóreas:
-Oye que me traigas las armas.
¿Es que me va a pegar dos tiros? No tendré más remedio que denunciarle a la guardia civil.
Como es militar retirado, tiene licencia pero en vez de ir a defender a España, como cumple y bojar el Estrecho, se dedica a vivir de las rentas y amenazar a pacíficos ciudadanos. Su jardín es el mayor de toda la urbanización Mide 180 metros cuadrados. Es casi un campo de fútbol. Sin embargo, le ha echado el ojo al cornijal donde hace quince o veinte años y con el permiso municipal planté yo dos acacias, un níspero y un castaño de indias. El milico quiere agrandar su jardín y no parará en barras hasta que lo consiga. Se trata de un verdadero nazi con toda la barba, pues sus tácticas me hacen pensar en el Anschluss hitleriano. Dicen que es almirante. Yo con todos mis respetos hacia su persona, me parece que este hombre no merece llevar la guerrera que llevaron con tanto honor hasta entintarla con su sangre un Fernando Villamil, un Concas, un Topete, un Eulate, un Cervera. Me causa tristeza que un alto oficial de la armada se dedique con cargo a los presupuestos del estado y con dinero del contribuyente a la especulación inmobiliaria.
Esta chulería y jactancia me hace pensar en los militares golpistas argentinos. Pero lo que más me enerva son esas befas a la Virgen María a sabiendas de que yo soy gran devoto de Nuestra  Señora y me he acogido bajo su mando en mis luchas contra la tarasca. Cierto cuando esta voz habla en la toldilla de su jardín que semeja un barco de asueto parece que la tierra se estremece y por su voz de cíclope se avienta el humo de los fuegos fatuos. Tantos que murieron por España para que este bestia  parda de malas pulgas y que parece un cavador gallego en vez de un oficial de nuestro glorioso ejercito se aprovechen y dedique a su vida a los porcentajes, tenga la hija, funcionaria de Defensa en baja por depresión, y cobrando unos dineros que pagamos todos los contribuyentes. Este individuo es un caso.
Para conjurar los peligros imploro el socorro maternal y entono las estrofas del Akathistos pero hasta mi cuarto paredaño con la propiedad arrebatada y la mota de privacidad que perdí llega el estruendo de los balonazos de los niños de la casa que utilizan el hastial y el trozo de terreno que yo les cedí – conminado por coacciones y amenazas de un militarote que me iba a pegar dos tiros- para jugar al frontón. Todos queremos más. Y está visto que no se conforman. Sin embargo, la Tarasca no tiene poderes contra la el Divino Signifero. Pobre hombre, lo que más me apenan no son insultos contra mí sino las blasfemias contra la Virgen María. Es lamentable que un marino se mofe de su patrona. Pero ojo que esta quiebra de la convivencia entre españoles cabalgando el potro de su egoísmo y dando espuela a la ambición viene a ser un signo apocalíptico de esa Derechona insolidaria y egoísta, pepera, vacía en todos los sentidos. Y mi pobre pegujal que yo sembré y al que tengo cariño aunque no mida más de dos palmos pero que el vecino quiere agregar a sus 180 metros cuadrados el símbolo de esa otra España – la mía – para lo cual los ideales valen más que el dinero de corruptos funcionarios de derechas de toda vida y espadones prevaricadores.
La avaricia rompe el saco.   Cuando le oigo fanfarronear y dar voces desde su puesto de mando, pienso que los pobres soldaditos que dieron con sus huesos en este lugar se revuelven en sus tumbas. Los muertos de la batalla de Brunete quieren pelea. Hay demonios en el jardín.
09/06/05












Posted: 21 Jul 2019 02:37 PM PDT


SABIOS DE SION

este blog defiende la unidad de España y a su cultura


Hace un septenio yo escribiría este artículo, hoy creo que no lo suscribiría porque la cupula eclesial, el vaticano, sigue en las garras del poder sionista, como anuncian los PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION.


RAMA DE OLIVO BENITO XVIAntonio ParraBenedictus Dominus Israel. Con este cántico del Salmista que inicia el oficio de Maitines en los conventos de rito católico pudiéramos abrir este comentario de urgencia a la designación de un bávaro para la Cátedra de San Pedro. Esta vez las profecías malaquianas parecen ofrecer una consistencia y fiabilidad sorprendente. El epígrafe rama olivarum corresponde al penúltimo de la lista. Sólo queda otro Petrus Romanus. Para más inri, el olivo, en la heráldica benedictina, es el envés de la medalla. El haz, “ora et labora”. Los hijos de san Benito de Nursia, dotados de su singular paciencia y de su gran laboriosidad, lejos de las guerras y las convulsiones que agitaron al Viejo Continente, supieron conservar una espiritualidad que ha transmitido mucha ciencia. El espíritu benedictino es una manera de ser y de estar. En la sonrisa del papa electo y su primera alocución en latín, instando a la unidad entre cristianos y al perdón ecuménico, y en su voz clara y débil, hemos detectado toda esa sabiduría afable, esa juventud de una Iglesia peregrina en el mundo, que se renueva constantemente. El dedo evidente del Espíritu Santo lo ha marcado sobre la frente. Que Él conserve a Benedicto XVI muchos años. Estamos seguros de que su pontificado, en la continuidad del de Juan Pablo II, va a ser tan arrasador como el precedente. Viene de Alemania, la patria de Lutero y será seguramente un allanador de caminos, retranqueará los baches y tornará lo curvo en derecho. Prava in vias rectas.SHALOM Nos domina la impresión de que dentro del camino acometido por su predecesor magno éste no va a ser un pontificado mediático sino reformador. Un verdadero faro de fe con la altura de su carisma intelectual. Ha sido preconizado un escritor, un teólogo gigantesco, casi un monje, que conoce bien la curia y los problemas que tiene la Iglesia. Encontramos en su rostro y en las maneras suaves de este alemán un parecido sorprendente, más que con el hagiónimo precedente, Benedicto XV, con el papa Sarto, esto es San Pío X..
Hasta la reforma protestante, Alemania era el baluarte del dogma. Germania semper fidelis. Era la línea medular, dada la solidez del carácter tudesco, de la Iglesia romana. Pero hay otro aspecto que no quisiéramos obviar ya que estamos jugando a los símbolos y a ese lenguaje críptico de saber leer entre lineas que siempre hay que tener en cuenta cuando se estudia la vida y la historia del cristianismo. Y es que el olivo o el crecal, el árbol sagrado del pueblo hebreo, figura en los emblemas de Israel subrayando el mensaje de una de las palabras más hermosas en el lenguaje humano: shalom.En un artículo anterior sopesábamos desde estas mismas páginas de Vistazolaprensa las grandes posibilidades del cardenal Ratzinger, uno de los grandes impulsores del diálogo de la Iglesia con la Sinagoga. Su nombre juntamente con el del arzobispo de París, cardenal Luftinger, sonaba con fuerza para la sucesión de Juan Pablo II, pero el cardenal francés, muy enfermo, y habiendo perdido casi la voz, fue apeado en la carrera lo que permitió la designación de Ratzinger, casi por aclamación, en el último conclave. Aguarda una inmensa y complicada labor por esas lindes. Las relaciones del recién preconizado Papa Joseph Ratzinger con los Benitos (OSB), la más antigua orden de la Iglesia, son muy estrechas. Cada verano pasaba una temporada en la abadía de Montecasino. ¿El nombre de la rosa? Algo más. Tenemos un escritor y un pensador que acaba de calzarse las sandalias del pescador. Ya han empezado a recogerse los primero frutos. El patriarca Alejo II ha enviado un mensaje de felicitación al pontífice electo que el domingo será preconizado en San Pedro en una de las ceremonias litúrgicas, y que guarda el latente sello de Bizancio en todo el ceremonial, más impresionantes que darse puedan. Hay que reconocer que el Vaticano sabe hacer bien estas cosas y que a lo largo de estos días, sabiendo sacar fuerzas de flaqueza y poniendo a contribución todo ese “know how” y esa potencia de imagen que tiene la televisión - han sido unas jornadas que maravillaron al mundo haciéndonos soñar y sacandonos de las miserias de la rutina mediática y de la zafiedad polanquista- y que Roma ha vivido su hora magna.ENCUENTRO CON ALEJO II
Se da por seguro que la primera visita que gire Benito XVI al extranjero será a Colonia, su patria, para abrir el Congreso de la Juventud, pero la segunda puede ser a Moscú donde abrazará al patriarca de todas las Rusias, cabeza visible del mundo ortodoxo, habida cuenta de las dificultades por las que pasa el patriarcado de Constantinopla, sometido a la férula del Islam. ¿El nombre de la rosa? El nuevo papa es un regalo a la Iglesia que baja desde la cima, desde los altos adarves de Montesacino. Llega con el espíritu de oración, de culto a la belleza, de paz y tolerancia que fraguaron el ser de Europa. Pero sin desdeñar a la tecnología y sabiendo sacar provecho, en la linea de su antecesor, de los nuevos inventos, de cara a su labor misionera.La imposibilidad de viajar a Moscú fue la espina que se llevó clavada a la tumba Juan Pablo II quien no pudo consumar su sueño de un acercamiento a las cristiandades del Este él que precisamente más había laborado en favor de la caída del Muro de Berlín. Era el resultado de las miserias y grandezas de la política, donde siempre se pisa un terreno anegadizo de pasiones humanas y de prejuicios históricos: todas las guerras de religión entre los uniatas, “raskolniki” y “provoslaski” entre la sede de Estanislao y de Kiev la Santa. Pese a lo cual y como decía Sta. Teresa Dios escribe al derecho con letras torcidas. ¿Comunistas? Ya no quedan comunistas. Les pasa igual que a los franquistas. Ni siquiera la estanquera de mi barrio se proclama como tal. Si hoy hasta don Santiago Carrillo se confiesa un demócrata de toda la vida. Pero la oposición a la Iglesia sigue siendo tan fuerte como en los tiempos de Stalín y no en Rusia precisamente, sino en la vieja y católica Europa que ha asumiendo los criterios legos de Termidor está tratando de volver la espalda al patrimonio milenario de la Cruz no citando siquiera de pasada al cristianismo en sus constituciones. En este sentido el diálogo con el mundo judío de este papa que accede de un país como es Alemania donde ha nacido la Teología del Holocausto - vino siguiendo los programas de la DW desde hace tiempo y compruebo que casi un setenta y cinco por ciento de la información se refiere a lo que ocurrió en los Läger o campos de concentración- se promete fructífero. Su elección ha sido acogida con beneplácito en Tel Aviv y en Jerusalén. La comunidad palestina y el gobierno Sharon hacen votos porque se continúe el diálogo emprendido por el papa anterior que fue a rezar al Muro de las Lamentaciones. El papa Ratzinger cabalga en las alas veloces del alazán de la profecía. Puede haber sorpresas. En algunas cosas podría ser muchísimo más renovador de lo que se supone, para decepción de sus furibundos detractores. UTILIZACIÓN DEL PLURAL MAYESTÁTICO
Su apelación a la unidad y al espíritu ecuménico que se ha desvirtuado o no ha conseguido ser implementado según el mandato del Vaticano II. El espíritu y la letra del magisterio de dicho concilio en parte - y ése es uno de los dramas de la hora presente- no ha conseguido ser llevado a la práctica. La peroración en latin de Benedicto XVI, que es el idioma de la SRI, a los pobres latinistas como yo que vemos con pasmo cómo tan hermoso idioma está siendo descarrilado de los programas educativos, no ha podido por menos de emocionarnos. Es todo un indicio. El nuevo papa va a ser acérrimo en la defensa del dogma y de la tradición pero muy delegante e incluso laxo en cuestiones de disciplina eclesiástica, habida cuenta de su apelación al ecumenismo, y todas esas cosas que no constituyen materia de fe, como puede ser la ordenación de hombres casados o el afianzamiento del papel de las mujeres cerca del altar, la formación del clero, acabar con el síndrome de los seminarios y de las iglesias vacías y esas pavorosas crisis que vivimos en la católica España, la defensa de los que dan testimonio, el acercamiento de razón y fe que no tienen porque ir separados sino caminar de la mano.Pero ya lo ha dicho al condenar el relativismo y la moral de circunstancias. No nos podemos pasar la vida hablando de condones y de pobres varones que han tenido la desgracia de nacer, o hacerse por vicio con inclinaciones sexuales desencaminadas o antinaturales. Eso es casuística pura, poco atañedera, al contrario de lo que pretenden las fuerzas oscuras, al corpus dogmático, a la economía de la salvación, a las verdades duraderas del mensaje de la salvación. Cristo no vino a condenar sino a perdonar a los pecadores. Al hacer mención de ese relativismo que nos invade Benito XVI hacía una llamada a la conversión, al famoso “metanoite” paulino. Convertíos. Mirad hacia la puerta de los dones donde se oculta el rostro del Redentor con palabras de aliento para el caído gracias a la sublime fuerza del amor. Con palabra humilde y gesto sencillo y volviendo a utilizar el nos del plural mayestático- sublime opción- ha hecho un canto a lo Absoluto precaviendonos contra lo acomodaticio y lo inane de nuestras vidas marcadas por el egoísmo y los avatares de la política. Dejemonos de tonterías. Quememos al hombre viejo. Abandonemos lo que sobra, demos de lado a una moral de circunstancias. Eso es el relativismo. Ratzinger ha recobrado la vieja autoritas de una Iglesia mater et magistra que ha hablado por su boca haciendo un canto de exaltación a la dignidad de la persona humana, del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios.
Esta invocación soteriológica, en el más puro estilo del lenguaje eclesial, y en latín, lengua de la catolicidad universal poniendonos en guardia contra la existencia de la culpa y de nuestro barro pecador, nos afianza en los valores eternos de un mundo que cree más en lo inmanente que en lo trascendente. Puede que nos encontremos ante un pontificado menos político que el anterior pero que también arrasará. Éste puede ser el papa de todos. Viene el Gran Pacificador. Los ojos del mundo tornan a Roma. Ya hay un benedictino en el trono de Pedro. Roca de Israel. Por mucho que arrecien las galernas de la persecución, y por todas las trazas ésta seguirá desencadenándose aunque por el momento sin un carácter cruento, las potencias infernales no harán zozobrar la Nave del Pescador. Para celebrarlo nada mejor que el cántico del Benedictus Dominus Deus. Congratulémonos. No tengamos miedo. Nolite timere. Un gran pontificado tenemos por delante aunque, en principio, por las reglas de la Naturaleza puede que éste sea más breve que los anteriores, y que a las cristiandades sepa a muy poco. El hermano cura del cardenal Ratzinger que regenta una parroquia cerca de Munich ya expresaba su inquietud por la salud frágil del nuevo obispo de Roma, parecía muy apesadumbrado y temía por Joseph. ¿Será el último papa que conoceremos en nuestros días? Poco importa. El barco de Pedro seguirá navegando cuando nosotros nos hayamos ido. Ramo de olivo. Casi empiezo a desdecirme de lo dicho sobre las Profecías de san Malaquías, un asunto que he seguido con pasión a lo largo de casi dos lustros en esta vez se consumaron los augurios de san Malaquías cisterciense y se confirmaron los pronósticos de las quinielas papables. El germano entró papa en el conclave y no salió cardenal..
21 de abril de 2005


Posted: 21 Jul 2019 02:18 PM PDT



Teresa, la judía
conversa

Antonio Parra Galindo
Teresa, la judía
conversa
Primera edición: junio 2015
© Derechos de edición reservados.
Editorial Círculo Rojo.
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info@editorialcirculorojo.com
Colección Clásicos universales
© Antonio Parra Galindo
Edición: Editorial Círculo Rojo.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.
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Diseño de portada: © Óscar Gil Raya
Producido por: Editorial Círculo Rojo.
ISBN: 978-84-9115-095-3
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IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA


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El quinto centenario de Santa Teresa está siendo ocasión propicia para que Antonio Parra Galindo publicara un texto sobre la ilustre carmelita, heroína epónima del carácter español, e hija de la raza que guardaba en un cajón.
La escritura tiene catorce años pero conserva plena frescura y aroma de actualidad.
A lo largo de los ocho capítulos y, tomando como referente la biografía de la santa que debemos a la pluma de Diego de Yepes, fraile jerónimo, va desglosando el autor sus colaciones. La obra reformadora de la bienaventurada monja abulense ha sido sin duda cosa de Dios, por más que fuese una personalidad controvertida en su tiempo.
Su canonización el año 1622, junto con Ignacio de Loyola, Felipe Neri, Francisco Xavier e Isidro Labrador, por el papa Gregorio XV, representó un acontecimiento de primera magnitud social, literaria, y patriótico/ religiosa. Su canonización – el triunfo de los convertidos de la hora undécima al catolicismo- puso a nuestros compatriotas en pie de guerra, a cuenta de las agrias disputas sobre el patronato, en las cuales los cristianos viejos se decantaban por Santiago el Hijo del Trueno, mientras los descendientes de los que se bautizaron, a última hora, tras la expulsión de los judíos 1492 y
PRÓLOGO
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de los moriscos 1609, proclamaban a la santa carmelita patrona de España.
Entre estos últimos figuraba Francisco de Quevedo cuya virulenta postura a favor del Apóstol le costaría la privanza del Conde Duque de Olivares, que era de los conversos; más tarde, su encarcelación en León. Allí permaneció “cinco años a la sombra” por mandato de don Baltasar de Guzmán.
Santa Teresa por su calidad de taumaturga fue objeto de veneración como una de las figuras más señeras del catolicismo hispano, y milagrosa protectora de la nación ibérica.
Al cupo de sus más fervientes devotos se adscribía el dictador Francisco Franco, otro hijo de la raza y que salvó, lo quieran muchos o no, a miles de sefarditas perseguidos durante el holocausto, dada su condición favorable al pueblo elegido, aunque nunca a la constitución de Israel como un estado.
Don Francisco Franco que no pegaba puntada sin hilo, ni tampoco un paso, nunca tomaba una decisión sin consultarlo previamente con el Sagrario de la capilla del Pardo donde guardaba el brazo incorrupto de la Santa.
La reliquia le servía de detente-bala o talismán protector contra los muchos peligros y trazas que acecharon en todo momento al general. Al modo que Don Juan de Austria no se separaba, durante sus campañas por mar y tierra, del Cristo de las Batallas. Todos sus soldados se encomendaban a esa imagen antes de la batalla.
He aquí, sin embargo, que a cuenta de dos santos de origen judío se enfrentaron las dos Españas. Es una dicotomía endémica en el carácter nacional.
Al final, se optó por una decisión salomónica nombrando intercesores de la patria a los dos en un compatronato, no bien dirigido ni digerido porque en parte la zanja sigue abierta, pero que funcionó en su momento. Esto, a pesar de todo, no es lo más importante. Lo que tiene relevancia es la parte mística de dicha confrontación. La España conversa se vuelve católica a machamartillo y se transforma en baluarte de la iglesia romana.
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El nuevo Carmelo fundado por Teresa, hito y mito de la gran España y casi un hecho insólito con respecto a las demás naciones, es una cúspide tan elevada como el Sinaí, el Monte Horeb o el Gólgota. Junto a la cruz y el paño marrón de los calzados del escudo de la Orden puso el letrero de “sólo Dios basta” que fue el lema de la Mística Doctora, la conversa, la “marrana” enamorada de Jesucristo.
Su devoción y su escapulario se extendieron por la península y por las repúblicas de habla castellana en América del Sur, donde, hasta hace poco, no faltaba nunca una imagen de la Virgen del Carmen o un retrato de la Santa a la cabecera de la cama o en el rincón de un salón. Según la tradición de origen carmelita la Virgen bajo la advocación de san Elías sacaba a las almas del Purgatorio.
Santa Teresa es popularísima entre el pueblo español, tanto como san Antonio por su fama de hacer favores. Porque ella también era del pueblo, toda una hija de la raza, que no paró de escribir, grafómana impenitente y de “sufrir y padecer”:
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“Vuestra soy, para Vos nací
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza
Dadme consuelo o desconsuelo
Dadme alegría o tristeza
Dadme infierno, dadme cielo
Vida dulce, sol sin velo
Pues del todo me rendí
¿Qué mandáis, señor, hacer de mí?
En medio de tribulaciones y persecuciones (con ese masoquismo tan judío y al propio tiempo tan español) sin cuento, las cuales, con la ayuda de la gracia, superó, practicó la ascética del dulce abandono.
Lo que cuenta verdaderamente es que, gracias a la contrarreforma de los españoles, el catolicismo no volvió a ser el mismo que el medieval o el de la época de hierro del pontificado. Los marranos aportan paradójicamente una visión mesiánica al mismo, saliendo
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en defensa de las ideas soberanas que inspiraron al Sacro Romano Imperio, en una fusión de Trono y Altar y en defensa del dogma trinitario bajo la tiara papal. Los carmelitas descalzos enseñan a los cristianos otra forma de dirigirse al Altísimo, otra manera de plegaria, íntima y personal, que es la esencia viva de la vida mística.
Es ese “sólo Dios basta” sin intermediarios, ese “vivo sin vivir en mí y tan alta dicha espero que muero porque no muero”. Es ese “nada te turbe, nada te espante” de los enternecedores romances y villancicos de la divina escritora.
Su comportamiento, si se quiere quijotesco y lleno de abnegación, observado con ojos humanos, pregona la forma de ser de un pueblo de talante abierto a la utopía.
Antonio Parra es autor aplicado, y estudioso que vive por y para la escritura, después de haber recorrido las Siete Partidas y de haber vivido en Inglaterra y USA, y quien, al igual que Teresa y muchos españoles que tratan de huir del tópico y la vulgaridad, ha sido perseguido y ninguneado por proclamar la verdad.
Dice que uno de los objetivos de su obra se refiere a “desfacer entuertos” puesto que de ningún modo desearía que el centenario de la Patrona de España y patrona de los escritores fuese manipulado a conveniencia por unos u otros. Cada cual quiere arrimar el ascua a su sardina.
Es Antonio, desde su infancia, devoto de santa Teresa y de la espiritualidad carmelitana. Años atrás, publicó otra biografía no autorizada de la hija más preclara que ha dado la Orden desde su arranque fundacional: Therèse de Lisieux. Su Lluvia de rosas, o infancia espiritual, escalerillas del amor, anuncian un modo de nuevo de santificación y de encuentro con Dios. Teresita de Lisieux ofrendó su corta vida en holocausto por aquellos que desconocen a Jesús, por la paz en el mundo, y la victoria sobre las invisibles fuerzas del mal.
Las dos santas carmelitas se alzan como dos faros de esperanza en medio de la tempestad. Quizá la solución a los problemas a los que se enfrenta a día de hoy la humanidad no los van a solucionar
los políticos ni los economistas ni siquiera los sociólogos ni los moralistas. Sino los santos, que aplacan, desde sus pabellones de oración y mortificación, la cólera de Dios, e impetran los favores de la divinidad. Es un reto a la esperanza, una llamada al amor y al arrepentimiento que el autor lanza en este libro. Que usted desde la primera página va a disfrutar, lector amigo, según creo yo.
BENJAMIN FUENTESOTO Y MEMBIBRE
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1) De cómo llegó a mis manos el manuscrito del Padre Yepes, confesor de Felipe II y de Santa Teresa de Ávila.- 2) Entusiasmos y cansancios de España.- 3) La cruz venció al candelabro y a la media luna.- 4) Esta recia española agrupa en una sola las tres almas que tuvo la catolicidad castellana.- 5) Hay que creer en el milagro.- 6) La vida bien vivida de una santa en el límite de una sensualidad mística.- 7) Ama y haz cuanto quieras. 8) El temple anarquista de su espiritualidad, capaz de hablar con Dios sin intermediarios.- 9) Ir por los caminos con Cristo, pegado a sus alpargatas, que entre los pucheros también anda el Señor.- 10) El justo no goza de vida tranquila.
Ayer domingo llegó a mis manos en Villalba un manuscrito o pergamino encuadernado en pasta española con algunos desconchones en la tapa, sin portada, pero voluminoso libro escrito por un confesor de la Santa. Es poco conocido y el contenido del texto puede revolucionar los estudios teresianos porque el autor, testigo de cargo, maneja elementos de primera mano, inéditos, tal vez olvidados sobre el asunto.
El estilo de la obra viene sazonado en una prosa escueta, sencilla y de rancio sabor castellano donde las palabras suenan altas, retumbando con concepto macizo y verbo ajustado.
CAPÍTULO I
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La hagiografía es importante porque está en sintonía con el ambiente, la época, los grandes temas y los problemas subyacentes. Bajo el manto de una inquietud religiosa late el descontento económico del que colgaba la bancarrota, la desigualdad social y el cansancio.
Así y todo, la España imperial era la primera potencia aun de Europa, sin que esta riqueza afectase al hombre de la calle, que veneraba a su Rey y vivía, al menos aparentemente, en las felicidades, seguridades, resignación y alegría que le proporcionaba su Fe.
Castilla se había constituido en baluarte de la catolicidad, mentora del papado y del culto cristiano (Iglesia exotérica, exterior o activa: el clero, los templos, los horarios de misa, frente a la Iglesia
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esotérica de la gracia y de los siete dones del Espíritu Santo: la iglesia contemplativa de los místicos, de los misioneros, los enfermos, los encarcelados, los perseguidos.)
Teresa de Cepeda y Ahumada va a alcanzar la cúspide de la mística con la híper-lucidez de su visión católica en medio de una Europa en llamas.
Los súbditos de la corona imperial acusaban el desgaste y el cansancio de las guerras religiosas, así como el titánico esfuerzo que supuso la evangelización de las Américas. Junto al cansancio y el escepticismo subyace también el entusiasmo. La sociedad, sin embargo, nunca fue más creyente que por entonces; confiaba en el milagro. Los espectáculos de mayor concurso eran: las comedias, las procesiones y las fiestas religiosas. Gran parte de los días del año eran feriados con motivo de algún triduo, el traslado de reliquias de un mártir o la dedicación de algún templo.
No se trabajaba en honor de algún santo local o universal. Por las Candelas había que correr el gallo. En Madrid el día de san Isidro se celebraba fiestas de toros y cañas… el dos de mayo en todas las aldeas plantaban el poste o mayo y la festividad de San Segundo en la ciudad natal de Teresa era solemnísima, según el antiguo misal mozárabe.
El público, por otro lado quizás menos amable, acudía en peso a los ajusticiamientos inquisitoriales como el de don Rodrigo Calderón al que dieron garrote en el rollo madrileño de la Plaza de la Cebada. Acto tremendo debía de ser un auto de fe con mucha chamusquina y coroza pero incentivaba el morbo popular y el miedo a la herejía.
A los gallos se les arrancaba la cabeza desde un caballo a galope, y los reos marchaban hacia el cadalso con las manos atadas, a lomos de un asno caratrás, cubierto el rostro con el capuz de los penitenciados por el Santo Oficio.
Jamás se conoció tanto brío genésico por estos reinos. ¿Quién podrá llamar pacata a esta sociedad con tantos orígenes raciales y aleaciones y cruces por demás? Pese a lo que digan muchos autores, aquí se supo tomar sabor a la vida, cada uno a su aire, “puesto
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que español soy hasta la gola y la libertad es española y con barras de Aragón”, se jactaba Gracián1.
Y hay algunos que como Juan de la Cruz y Teresa de Jesús subliman el denso voltaje sensual y lo transforman en poseía y en prosa mística, alteza de miras, visión de águila remontándose a las cumbres donde el alma se siente capaz de hablar de tú a tú a su Creador.
Su lectura en la cual me enfrasco una noche cálida de octubre, mes teresiano, mes de plenitud, puente de vísperas de todos los Santos con las cadenas radiales perdidas en sus circunloquios sobre la infidelidad matrimonial, como hecho consumado, en esta sociedad descristianizada y donde todo vale, me hace pensar en lo mucho que mudaron los tiempos entre la España del XVI y la del XXI.
Era Teresa de Jesús lo que se dice una hija de la Iglesia y como tal quiso morir. Se observa en ella toda esa castidad judía que uno se encuentra ahora al llegar a cualquier “kibutz” israelí donde la carne pesa y el cuerpo es un regalo de Dios, no para el placer sino para servirle mediante el trabajo.
El menoscabo a las cosas del mundo entronca con el lado arrebatado de los escritores masoréticos y los cabalistas. Lo llevaba en los genes Teresa. Era herencia de sus padres. En ella se detecta la ascendencia del candor, el optimismo escéptico de un pueblo viejo, afincado en la lectura del Libro de los Libros que siempre ha creído en el poder de la voluntad y en su destino.
Está llena también de las contradicciones e iteraciones bíblicas. Su existencia fue una búsqueda perenne de ese monte Carmelo, monte Sión, grabado en el alma judía a sangre y fuego, que siempre desea regresar al lugar donde Elías se enfrentó a los sacerdotes de Baal.
1 Baltasar Gracián (1601-1658) jesuita. Autor del Criticón, uno de los libros mejores del mundo a juzgar de los entendidos en literatura. Nada tiene que ver con fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, médico, matemático, autor místico, (1545-1614), quien fue el ideólogo de la descalcez. Este jesuita tuvo a Teresa por hija de confesión, y dictó los estatutos de la Orden de la Virgen del Carmelo, según las constituciones de san Alberto. Lo metieron preso por ciertas hablas de amancebamiento con una monja del convento de la Pajería que fundara la Madre. Ésta le profesaba mucho amor, y, después del éxtasis de Écija, juró obedecerle toda la vida. Yepes no cita a. Gracián ni una sola vez en su biografía.
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Teresa de Jesús fue peregrina. Anduvo muchos kilómetros de acá para allá, dando pasos inciertos por la Meseta y en eso quiso imitar a sus ancestros que fueron inquietos e itinerantes, como los profetas de la casa de Israel y el propio Jesús, siempre en ruta. A todas las horas con el pie en el estribo que le llevara por los pueblos de Galilea y la Decápolis.
Tanto su vida como sus escritos constituyen una perenne “aliya” que en lenguaje cabalístico es la ascensión del monte santo. Y no un “yored” o descenso. Lo contrario.
Se observará que la vida de Teresa constituye una subida.
Su rebeldía la conduce a una exaltación de la mujer pero no hay en ella ese feminismo radical que lleva al enfrentamiento y a la guerra de géneros. Al revés, encarna los valores y virtudes de la mujer española como madre y esposa, en este caso, Esposa de Cristo. Las mujeres representaron una parte importante en la vida del pueblo elegido: Ruth, Sara, Judith, Rebeca.
Nos hallamos en el nádir de todo lo que quede tejas arriba. Este es el mejor de los mundos posibles, insisten los críticos. Los conceptos que aparecen en esta semblanza biográfica, de bello trazo y mejor factura, recuerdan una historia de ciencia-ficción en la cual el hambre y la honra juegan al escondite, y hay intervenciones celestiales para cualquier apuro o coloquios con el Omnipotente. “Yo no quiero que tengas conversación con hombres sino con ángeles”, le comunica la voz misteriosa en uno de sus arrobos. Teresa lleva a su propio Dios pegado a las alpargatas, pero ni el lenguaje ni la mentalidad se entienden aparentemente al día de hoy, por más que estas secretas intimaciones fueran transmitidas en el más llano y castizo romance.
Cuando la aprietan demasiado sus detractores contra las cuerdas, invoca la autoridad divina que se ha puesto en comunicación con ella para decirla lo que se ha de hacer. La palabra de Dios por encima de la de los hombres.
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¿La sociedad española ha cambiado tanto, o siempre fue así? ¿Qué fue antes la palabra, o la idea? En cierto modo esta autora, con independencia de que se sea o no creyente en los valores que preconiza, nos invita al banquete de la palabra.
Escribiendo de mística nos enteramos al propio tiempo de pucheros y de recetas culinarias. De paso, nos da cumplida noticia del ambiente de la España en que vivió. De sus sueños y de sus zozobras a un paso de Dios y de la hechicería. Ya siendo monja es sacada del monasterio para someterse a un tratamiento curativo en un pueblo donde ejercía la santería una sorguina que había echado mal de ojo a un cura y tenía dominio sobre su voluntad bajo sortilegio.
Pero Teresa y Juan de la Cruz— no son cantores de un crepúsculo sino heraldos de la aurora de una nación llena de bríos—darán un vuelco a la situación. ¿Quién habló de decadencia? Amaba a Cristo con toda la fuerza de su alma y el atrevimiento de su carne ofrecida en holocausto y esta fuerza relación con su Dios no es más que una manifestación de pasión por la vida y de su horror por la muerte con su hilarante obscenidad.
El judío se abraza a la vida con tal fuerza que el martirio no está establecido en los cánones talmúdicos, salvo en estado de necesidad: la ley mosaica es una exaltación del mundo en que vivimos, habida cuenta de que las nociones que se tienen de la gehena, del seno de Abrahán y del limbo, son harto imprecisas y descabalgadas.
A la Santa le daban pavor los muertos, sobre todo, los muertos ambulantes. Sabía lo que quería. Por eso escribió sus obras de seguido sin tachaduras ni borrones. Sin una mala vacilación ni notas, al dictado de la misteriosa voz celestial que le intima desde el otro lado de la luz. A mano tenía un calepino o diccionario latino; sabía un poco de latín.
Es un milagro que una mujer, sin letras apenas y sin haber acudido a ningún aula universitaria, despliegue tan extraordinaria cordura verbal y alcance un estilo tan depurado, muy lejos de los planteamientos retóricos, teológicos y tautológicos con los que se manifiestan algunos dómines culteranos en su día, dando origen a
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una literatura religiosa que no hay por dónde cogerla o a devociones de mal gusto.
Teresa, alarife del Señor, con tesón de cantería literaria, como si se tratase de un picapedrero de la palabra, coloca ladrillos de oro, esculpe imágenes de ensueño para la posterioridad. Es escoltada, al rasguear su cálamo sobre el papel, por raleas angélicas, y, lega y bisoña en el arte de las letras, se nos revela como auténtica maestra de latinidad e inventora de la prosa castellana.
Redacta en estado de éxtasis, guiada por una mano que hace volar la pluma sobre el papel hasta alcanzar las cumbres más altas. Ciertamente, vivió una cultura de la muerte y donde lo póstumo se exaltaba en la desmedida con que actualmente se obvian velorios y ritos funerales. Así y todo, su vida y su obra fueron un canto a la vida de gracia antes de que bajara la marea del pesimismo que se ha de abatir sobre la nación española de forma implacable.
La mayoría de los autores dan por insegura una entrevista de la monja reformadora con Felipe II pero aquí, en esta biografía del P. Yepes, a cuya autoridad apelaron siempre los tratadistas de la descalcez, se da por hecho que hubiera un encuentro entrambos, en una visita de adiós que debió ocurrir en el verano o en el otoño de 1577. Los dos son recios, tienen carisma y con su estigma van a marcar los rumbos de nuestra historia, en lo espiritual y en lo político. Felipe II y Teresa de Cepeda demuestran casi una identidad visión católica del mundo. Gracias a esa mentalidad universalista, el espíritu teresiano parece encontrarse en rara sintonía con el del poderoso monarca. Se dice que, en la audiencia que tuvieron en El Escorial, le encareció Su Majestad “rogase por él”, pues dudaba que, con simples medios humanos, pudiera ser llevada adelante la tarea que tenía entre manos, gobernando a toda la esfera armilar sobre unos dominios donde no se ponía el sol, en católico y con parsimonia de monje. Y este mismo encarecimiento lo confiere en otra carta personal del Rey a Teresa: “Encargadle ruegue por mí a Nuestro Señor y por mis reinos”.
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A su augusta persona acude en lo más recio de sus tribulaciones, cuando el Tostado, un portugués de origen converso que llegó a alcanzar la mitra de Ávila, amenazaba con recluirla en la Encarnación en celda de confinamiento solitario a pan y agua. Al igual que el autor de esta amplia y documentada hagiografía, fray Diego de Yepes, fraile jerónimo, otro converso, al cual desterraron del priorato de Zamora a uno de la Rioja. En Soria sostiene una entrevista con Madre Teresa a la que comunica sus inquietudes; ella, que tenía don de introspección de conciencias, le anuncia que, pasada la tribulación, llegaría a ser rehabilitado en su Orden2. Nadie estaba seguro en la España de aquel entonces; incluso el propio primado Carranza, la mano derecha del monarca del que fue capellán, murió en prisión, como un apóstata, relapso de herejía, sin retractarse de sus ideas en favor del cambio en la Iglesia. Juan de Ávila purgó tres años de cárcel, lo mismo que Juan de la Cruz nueves meses en una exigua ergástula conventual de Toledo de la que huyó descolgándose por un ventanuco a través de una cuerda hecha con las sábanas de su yacija. Y, como pesaba poco aquel fraile, la cuerda, confeccionada con tiras de sabanas e hilos de una cobija, no quebró.
Sabemos que siempre andaba con tomos de tratados místicos de acá para allá y las artolas de su mula cargadas de relojes de arena para así mejor cumplir con la regla conventual. Aunque sean escasas las noticias de la vida de este autor, es más que probable que Diego de Yepes fuese de raíz conversa y tuviera que ver o fuese pariente del mismo san Juan de la Cruz, según nuestras conjeturas. Está escrito el manual, que a veces recuerda a un libro de maravillas por lo sabroso de su relato y la enjundia de su trabazón verbal, que no aburre ni cansa, (se lee todo de un tirón), a doble columna en xilografía y hay adornando las entradas hermosas capitulares. Un colofón con el ADMDG al final de sus cuatrocientas y pico páginas en tipografía del cuerpo catorce.
2 El don de profecía se manifiesta en otras múltiples circunstancias, al igual que la introspección de conciencias y la taumaturgia, fenómenos preternaturales con los que designa el Espíritu Santo a los elegidos
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La mayor parte y más principal de esta Vida y milagros está tomada de su misma fuente, y original, que es lo mismo que yo vi y experimenté en esta Virgen3.
Se trata de un testimonio de primera mano y de capital precisión. Fray Diego de Yepes, a despecho de la oscuridad conventual en la que discurre su carrera, escritor minusvalorado, por la riqueza de su lenguaje directo y claro, que convierte sus textos en algo animado, muy de hoy, parece ser que fue un eclesiástico importante sabedor de confidencias y de no pocos secretos de Estado; nació en la villa toledana de su nombre, ingresó en los jerónimos y llegó a ser prior del Escorial. Sabemos que estuvo penitenciado y desterrado en La Rioja. Esta merma no fue óbice para que ocupase uno de los cargos más codiciados: el de confesor regio. En el regazo de este monje piadoso y letrado reclinó sus cuitas nada menos que Felipe II. Al propio tiempo, fue testigo ocular de los transportes celestiales y mercedes de la Mística Doctora, en su capacidad de consultor suyo y guía espiritual durante catorce años. Ocupó la sede episcopal de Tarazona donde, curiosamente décadas adelante, iba a florecer otro misticismo tan señalado como el de la Venerable María de Ágreda. Allí había ido desterrado de su monasterio de Zamora en circunstancias poco aclaradas cuyo jaez hoy se desconocen y están reclamando ya el escrutinio del investigador.
¿Fue este obispo impulsor del movimiento de los “alumbrados”, corriente espiritual tan española que trasciende todo el siglo XVII hispano? ¿Promovió las campañas contra los protestantes como la Invencible y en cuanto teresianista tuvo alguna relación con los dexados, de Portugal, puesto que la idea motriz que impulsaba a los conversos era del todo exagerada y mesiánica: la sumisión de la tierra a la ley evangélica al amparo de un solo poder espiritual y temporal convergente en la tiara romana y el cetro imperial español? El sionismo no es más que una manifestación de este impulso
3 Al representar en mayúscula el sustantivo Virgen, quiere dar a entender que el culto que ha de rendirse al personaje ha de estar un punto más arriba que el de dulía, aunque sin llegar al de hiperdulía, tributado únicamente a la Madre de Dios, pero por ahí se anda. En Ávila, sus paisanos profesan a la Santa enorme devoción.
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en la era atómica. Israel se siente abocado a ser luz de las gentes. Por desgracia, su candelabro no luce ya al unísono con los rayos de la cruz. Por eso son peligrosos los tiempos de apostasía que vivimos, porque se ha renunciado a Cristo y porque la norma evangélica aparentemente no es regla de vidas y se ha transformado en algo tan difuso como solidaridad, derechos humanos, holocausto, orgullo gay, ecología, pateras, emigración masiva, lucha de clases y lucha de géneros, hedonismo, autodeterminación, partidos políticos, elecciones generales, tertulianos, telediarios salpimentados de moralina etc. A los que discrepan del sistema se les envía al mar de hielo para que sean víctimas de la conspiración del silencio o se les descalifica como “alentadores e incitadores al odio”.
Tiene su enjundia, o, desde luego, parece un contrasentido, que gran parte de los consejeros - Arias Montano, traductor de la Biblia y desengañado del mundo así como el cardenal Silíceo- del Rey Prudente fuesen alumbrados. Víctimas y victimarios pertenecían al mismo elenco, y por eso tal vez se dijo que aquí fustigadores y fustigados son siempre los mismos. ¡Misterioso país! Conjeturas a un lado, Soria entre Castilla y Aragón, la tierra de sor María de Agreda la religiosa concepcionista confidente de Felipe IV y del obispo Palafox el evangelizador de Méjico, una empresa ingente, misteriosa e inexplicable y en la que concurren milagros como el prodigio de la bilocación( Sor María fue vista catequizando a los aztecas de Puebla sin haber abandonado jamás las rejas de su convento) y por donde pasó en su huida, acogiéndose a altana en un monasterio cisterciense de Teruel, Antonio Pérez4, vio el resurgir de una importante corriente mística arraigada por largo tiempo en las parameras sorianas. También estuvo patrocinado por los Mendoza y la Casa de Medinaceli cuyo origen de todos es conocido.
Por supuesto que el prior de la Orden Jerónima, el instituto religioso más importante durante el poderío de la Austria, con grandes propiedades en los cinco reinos y al frente de un convento tenido por verdadera corte, no era un donnadie. Puede asegurarse que, gra4
El valido regio protegía a los judíos, sabido es.
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cias a su valimiento, tal vez se encauzase la reforma carmelitana con vara alta en la cancillería, mediante los buenos oficios cortesanos del fraile que depararon el husmeo del inquisidor en acecho, así como la cólera de los detractores y del nuncio papal.
La Santa — parece hecho incontestable— tenía buenas aldabas. Ante el cetro del Rey de Reyes en el cual fijaba nuestra monja sus esperanzas, hubo de achantarse la vara del corregidor. Con su mano izquierda sabía revolver Roma con Santiago. Nunca se volvía atrás ni se hacía de pencas.
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En Ávila sus paisanos quisieron tirarla al pilón, o empapelarla, y en Santa Cruz de Sevilla, calle de Armas, donde estuvieron instaladas al principio sus monjitas, se vio una mañana comparecer junto a las puertas del Carmen Descalzo a los corchetes del Santo Oficio, que andaban siempre en mula con gualdrapas rojas y la cruz verde de la inquisición zurcida a las ancas. Los cuadrilleros temibles cuya sola mención hacía temblar a tantos pobrecitos. Se decía entonces: “del Rey y la Inquisición, chitón”.
“No me entiendo con las gentes de Andalucía”, se lamenta la Madre en una de sus cartas, durante una rara ocasión en ella de desfallecimiento. Nunca pudo acostumbrarse a la calor de Andalucía, ni a aquellos sevillanos que, en plena misa, rompían a cantar y a bailar. El vino era más barato que el agua y había muchos borrachos por los mesones. Nunca paraba la bulla. Capeó el temporal como pudo y, escribiendo, se hacía compañía a sí misma aunque a la sombra de la Giralda todo fueron tribulaciones, de manera que en Sevilla escribió poco. Excepto algunos memoriales y pliegos de descargo contra las lenguas envidiosas y maldicientes que la acusaron de andar por amores con uno de sus capellanes. El único lugar donde todo marchó sobre ruedas en el negocio de sus fundaciones fue Palencia, “de la que no quiero dejar de decir loores” pero en Alba, en Segovia, en Medina, en Pastrana, en Ávila incluso (al principio no fue profetisa en su tierra), en Toledo, en Malagón, donde convirtieron para convento una vieja mezquita; en Villanueva de la Jara, en Soria, en Burgos, en Salamanca, en Valladolid, todo fueron sinsabores.
Parece ser que se repite siempre la misma película. Caridad cristiana y comprensión lo que se dice en estos burgos y villas podridas encontró poca. Pero se sentía trascendida por el cometido de una misión que cumplir y esa alteza de miras la impulsaba en momentos de desaliento, a los cuales califica en el “Libro de su Vida” de sequedades. Una luz ilumina, pues, sus escritos y hay una rienda que le lleva por el camino a remolque de arrieros, malsines, jorguines que veían el futuro, jovenados (5) sin experiencia que querían
5 Jovenados: religiosos sin experiencia que acaban de profesar
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profesar en la regla carmelita, canónigos engreídos, soldados con poco corazón, clérigos giróvagos, picaros y peraíles. Hubo de lidiar en su peregrinar con el hampa, hablando con Jesucristo y teniendo que vérselas a cada paso con la gente del bronce y con mesoneros mal encarados y malignos. Su existencia fue pura contradicción a lomos de una mula. Dios cabalgaba a las ancas, aunque, con frecuencia, el diablo hacía de lacayo disfrazado de frailón. Teresa nunca suelta la brida ni permite que se le desbocara su jumento ni sucumbió tampoco al huracán de pasiones. Ten fuerte, Teresa, que Cristo es tu mejor tentemozo. Así, el carro que te conducía al monte de la santidad jamás volcó ni hizo molino. El postillón que la llevaba conocía la ruta mejor que nadie.
Fue publicada la obra en dos tomos en 1602. Hubo una segunda reimpresión supervisada por fray Diego en 1614 y otra, que es la que supuestamente manejamos en 1776, con aumentos sobre ediciones anteriores. Alberga un propósito edificante “que encamine a servir a Dios, objeto principal que debe tenerse en la vida de los santos, por ser lo que más vale” y está dedicada al papa Paulo V6 al que comunica que quiere ser pregonero de su virtud en agradecimiento de sus favores. Se siente en todo momento no sólo devoto sino también testigo de cargo. Estamos ante el verdadero propulsor
6 Camilo Borghese Siena 1552, fue delegado apostólico de Clemente VIII en España para asuntos de fe, le llamaban el excelente cardenal, tuvo dificultades con Felipe II. Elegido el 16 de junio 1605 con el apoyo de los cardenales franceses. Tras su elevación al pontificado, estuvo sometido a las presiones de los reyes cristianos, a cuenta de las exigencias antiespañolas de Enrique IV de Francia que incluso llegó a prestar apoyo a los moriscos contra Felipe III. “Temo que me lo gobiernen, decía de él su padre Felipe II, que tenía mejor golpe de vista para percibir las maniobras conspiratorias de genoveses, venecianos y flamencos contra su trono. Llevó adelante el Papa Pablo los trabajos de la Capilla Sixtina y decoró el altar de la Confesión. Una de sus bulas, curiosamente, permite a los misioneros en China llevar birrete durante la celebración del santo sacrificio, pues para los chinos esta costumbre resultaba indecorosa y de ahí nace el birrete de los clérigos. En el conflicto que sostenían Francia y España por la hegemonía de la cristiandad, nombró cardenal al Duque de Lerma Francisco de Rojas Sandoval el 16 de mazo de 1618. Paulo V, pontificado fructífero, reinó quince años, siete meses y un día, y murió a los 79 de su edad el 28 de enero de 1621. Fue un Papa que favoreció a los jesuitas en quienes admiraba su exacta pulcritud y su sabiduría. Tuvo una mancha: condenar a Galileo, pero fue un pontífice de talla, muy parecido a Pio XII, alto majestuoso, no hubo ningún otro que aprobara tantas órdenes religiosas durante su mandato ni inscribiera a tantos bienaventurados en el catálogo de los santos.
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y mentor de los cultos teresianistas, que fraccionarían a España en dos durante años. Ya se ha hablado bastante de este pleito entre la descalcez de alpargata y el carmen de la mitigación o del paño, que volvió a escindir la nación en dos barbechos una vez más, y, como siempre, para no romper una gloriosa costumbre de enfrentamientos por tiquismiquis aparentemente de poca monta pero encubridores de esa dicotomía profunda que a muchos les hace pensar seamos un pueblo con el alma y con la mente partida en dos. Esquizoide atavismo fue el largo pleito del patronato entre santiaguistas y teresianos. Aquí por menos de nada se prepara la de válganos dios cuando surgen bandos. Santiaguistas y carmelitas descalzos a la greña anduvieron durante el valimiento del conde duque Olivares, que era de rama conversa, y con él tuvieron mano los judíos ocultos, por lo cual no vamos a insistir en ello. Baste decir que los primeros tuvieron como valedor a Quevedo y algunos representantes de la nobleza y de órdenes militares. Son los comerciantes y mercaderes marranos, sobre todo los del círculo de Medina, inventores de la letra de cambio y que practicaban un floreciente comercio con Inglaterra y los Países Bajos, los que secundan la otra opción reformista. Se trata de una visión enfrentada del mundo que esconde un afán en parte de vanagloria y en parte de venganza por las humillaciones sufridas durante siglos pero, estrictamente, subyace, dentro de la polémica de reformadores y conservadores, cristianos nuevos y cristianos viejos, oculto, un motivo económico. Yepes advierte que Teresa fue la mujer fuerte de la que habla el Libro de la Sabiduría, y salpica su tratado de acotaciones escriturarias. Sin estudio humano una flaca mujer sin arrimos, por ser todo el saber recibido de orden divino, escribió libros plagados de celestial doctrina. Gozó de favores del cielo y otros emolumentos, como visiones, revelados y hablas de Dios, pero, con mucho, fueron mayores sus trabajos y dificultades a los cuales con ánimo esforzado y con pecho más que de varón venció por Xto. Gozó de dones de profecía, de discreción de espíritus, introspección de conciencias y la gracia de hacer milagros, con la que, en vida y en muerte, estuvo galardonada. En su
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entusiasmo teresianista llega Yepes a decir que esta “virgen ocupa un sitio en la gloria inmediatamente después de Santa María”. Es un libro muy denso de conceptos y ameno a la vez. La dedicatoria está datada en Tarazona a uno de agosto de 1606.
En el prólogo aduciendo la referencia de “las personas graves y doctas que aprobaron el espíritu de la Santa Madre abadesa” se realiza un elogio de la virginidad monástica en una prosa castellana llena de sensualidad, casi voluptuosa, que hará a algunos interrogarse acerca de la materialidad de estos desposorios del alma consagrada a Dios. Muchos no lo entienden porque es una de las paradojas del camino de perfección en el que sus viadores se alimentan del maná escondido.
Esto suena algarabía, señala, citando a san Bernardo, para los no iniciados en esa ruta y Agustín les llama a los que no entienden tales arcanos hombres de ojos embotados incapaces de tasar nada que no tenga que ver con los sentidos. Es el problema de siempre: el milagro, la ruptura por Dios de las reglas del juego por sí mismo implantadas, entra en juego. Muchos no pueden aceptarlo porque va contra la razón. Pero los portentos existen y ahí están los santos para refrendarlo con sus ejemplos de virtudes colmadas, para escudriñar los escondidos secretos y ocultos misterios de la gracia. Es el texto un regalo estilístico desde principio a fin. La prosa de este autor resulta un manjar exquisito incluso para profanos en la materia o para los no creyentes. Porque explica la vida de una mujer de pocas letras la cual tuvo la dicha de mover la pluma bajo la inspiración directa del Espíritu Santo, de modo que sus escritos descubren penetrales insondables del poder infinito y de los arcanos de la divinidad. En Teresa de Jesús se produjeron procesos milagrosos como la conservación de su cuerpo incorrupto después de muerta, curaciones, visiones, predicciones y otros prodigios. Su fama, así como la noticia de su tránsito, conmovió a sus contemporáneos y en la España de fines del siglo XVI constituyó suceso sociológico y psicológico. Ávila y Alba de Tormes se pelearon por sus despojos mortales. Sucedería lo mismo entre Úbeda y Segovia. Ambas
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ciudades se disputaban la tenencia de las reliquias de Juan de la Cruz. La Mística constituye un género derivado de los libros de Caballería, al menos en España. Algunos santos se transforman en caballería andante donde la realidad se cruza con la fábula. Teresa viene a convertirse en Amazona del Dulce Nombre. Como mujer, guarda cierto paralelismo con el Caballero de la Triste Figura, a quien el amor de Jesús dio su acolada y, tras el toque de varas de la divina gracia, se echa a los caminos “para desfacer entuertos”, incoando en este caso la contrarreforma eclesiástica. La Reforma es camino de perfección.
Lo primero que hace la Fundadora, apasionada de la Eucaristía que negaban los protestantes, es colocar el Santísimo en cada uno de sus diecisiete conventos fundados por los reinos de Castilla y Andalucía. De esta manera vela las armas en pro de la religión, casi la única quimera que nos quedaba. ¡Qué grande!
Se atisba a lo largo de sus escritos— Teresa fue también grafómana y todo un punto de referencia para los que sentimos la pasión de la cuartilla blanca cada día —un cansancio de los asuntos mundanos, un distanciamiento con la realidad de su tiempo. Hasta el punto de que, siguiendo los pasos de don Quijote, vuelve a la aldea cansada de pelear. Se recoge. Tener presente este desacierto de lo profano que se torna en desistimiento de la idea imperial, según Menéndez y Pidal, nos serviría de linterna de luz para comprender las oscuridades de su psique. Sin embargo, no se ha desceñido todavía de la Tizona del Cid y sueña en la fundación de la ciudad de Dios, en el advenimiento de su reino. España se nos muestra lanzada a la aventura de la utopía. La monja carmelita sale al campo a desfacer entuertos y no encuentra gigantes ni molinos de viento. Lo que encuentra son arrieros desabridos, venteros mal encarados con habla de reniegos y que, como el agua estaba más cara que el vino, no dejaban de mano el pitorro de la alcarraza que regaba sus gargantas resecas con el chorro dionisíaco de ese vinillo alegre color corinto, de Andalucía o de la Mancha. A veces se atropa con ángeles y los santos de su devoción bajan desde la corte celestial a
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visitarla y consolarla, pero lo más que encontró fue villanía, hablillas, incomprensión de los suyos, sendas extraviadas, clérigos un tanto burlones, curas de misa y olla, algún que otro santo, jesuitas reformadores, jiferos y matarifes moriscos que todavía sacrificaban sus reses mirando hacia la Meca en corrales secretos y pasadizos que tenían por norte la alquibla y donde se prosternaban, zalameros de Alá, en la azalá quíntuple, día tras día, un poco como en la novela “La Gloria de don Ramiro” el escritor argentino que construye un retrato abulense de la España de las tres culturas. Conoce en su deambular por esos caminos a duquesas caprichosas, confesores rigurosos, maniáticos, obsesos y abusadores, reyes prudentes. Es víctima de burlas de tarde en tarde. Conoce el hambre y la sed, los hielos de Castilla y los soles andaluces abrasadores. Su pelleja corrió graves peligros en riadas y crecidas como la del Arlanzón en Burgos la del Tormes. ¡Qué vitalidad la suya!
La gente mira al cielo esperando favores e intercesiones. Algunos parece que lo logran pero ¿qué puede haber más allá del panegírico? Lo curioso del caso es que es una época que no se siente intranquilizada por el sexo, que entonces llamaban honra, o por la riqueza sino por el mas allá. Esta preocupación se plasma en una obra de Tirso de Molina “El condenado por desconfiado” que, a decir de Menéndez y Pidal, remonta sus orígenes a una fábula oriental muy antigua7 donde se aducen las razones del amor divino y el humano. El virtuoso ermitaño Paulo, que pasó su vida haciendo penitencia, y es tenido por santo, tiene un momento de debilidad, cuando bebe un vaso de vino, se emborracha, va a la ciudad y allí fuerza y mata a una mujer, mientras que Enrico, un verdadero malhechor que había pasado su existencia en salteamientos y latrocinios pero que cuida de su padre anciano con amor solícito, acaba sus días en la horca, pero comulga y confiesa y muere arrepentido. ¿Quién de los dos se salvará, quién se condenará? Es el drama que plantea Fray Gabriel Téllez. ¿Los rezos al ermitaño de qué le aprovecharon? Viene a ser
7 Calila e Dima, un apólogo escrito en sanscrito, que motiva la inspiración de las danzas de la muerte y de los bestiarios medievales.
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la tesis de este drama. “Seis doncellas he forzado. - se declara el facineroso protagonista-, falsos fingido y quimeras, hecho máquinas y enredos”. Sin embargo, Paulo, como se le apareció el demonio, y le dijo que los actos no son nada, que viviera a su albedrío, puesto que al final todo iba a dar igual, optó por la desbandada y un día confiesa a su pinche Pedrisco dejar la austeridad del claustro para abrazar las amenidades del siglo: “de estos altos robles los hábitos ahorquemos” y parten caballero y escudero, como Pólux y Castor, el leal Pedrisco a las ancas y en el mismo caballo, camino de Nápoles. El tema está tomado de una vieja leyenda de la caballería andante, y recordemos que Teresa es una romera de Dios que va por los caminos fundando casas de oración. Peregrina del amor de Dios. “Caballera” andante que quiere un mundo mejor.
Enrico se salvó porque amaba y Paulo, el devoto, se condenó porque su alma era toda ella un poso de odio, un sepulcro blanqueado comido por su propia hipocresía. El problema teológico que bosqueja Tirso, casi dando razón a los volterianos, los cuales alegan que la religión no ha traído más que disensiones, odios y guerras y que no hubiera menester de tantos ritos, que, por nuestro malhado, no sirvieron sino para contiendas y resquemores, es de brutal envergadura. El mercedario con su astucia característica no se desciñe un ápice de la línea ortodoxa pero en su “Condenado por desconfiando” viene a hacer sonar bocina de advertencia contra la beatería. En el fondo el problema le parece irresoluble lo mismo que el de la fidelidad de la mujer en quien tampoco confiaba demasiado Tirso de Molina. Anareto, el padre doliente de Enrico, le hace la siguiente recomendación a su hijo a la hora de tomar esposa: “Procurad no sea hermosa porque, cual marido, alcaide no seáis de una cárcel de hermosura, donde la afrenta es forzosa y con celos no le deis pena, que no hay mujer que no sea buena si ve que piensan que es mala”. Esta preocupación por la honra se encuentra también presente en los escritos de nuestra Santa aunque por pudor pasa de largo y lo aborda muy de pasada. Los inocentes galanteos de su juventud fueron a sus ojos pecados enormes por los que hace penitencia hasta la
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madurez y, ya, vetusta, derrama lágrimas de arrepentimiento por lo que fueron tan sólo pequeñas debilidades de la coquetería femenil y de su constitución física, hecha para agradar. Es posible que le quedaran marcas en sus mejillas. Esto le ocurrió a Iñigo de Loyola, quien de viejo presentaba dos surcos y arrugas en los carrillos, de tanto llorar a causa de los supuestos deslices de su barzonía.
Pedrisco, el fiel escudero del ermitaño: “yo he de ir contigo a las ancas en tu misma mula cuando cabalguemos al infierno”, se siente un desdichado a los que infaustos hados del destino dan carena. Aquí se juega con el espinoso asunto de la predestinación. Establece la teología luterana, que de poco te sirven tus esfuerzos, si naces apartado de Dios o, como dicen los árabes, tan fatalistas como ellos solos: marfuz. Todo está escrito. Al final de la obra aparece Paulo el santurrón “ceñido el cuerpo de fuego y en culebras cercado” mientras que el facineroso Enrico, y en sus días empedernido pecador pero que contaba con mejor estrella, se le ve ser transportado al cielo en volandas por escolta de ángeles desde el mismo patíbulo donde hacía cabriolas y se columpiaba su cuerpo mortal. El dramaturgo madrileño, que tenía tan buen conocimiento del alma humana y que estaba muy ras con ras con el sentido común del pueblo llano, pues no era un místico, hace un bosquejo del destino del hombre, abocado a una suerte que desconoce y que él no ha elegido, ni de fuerza, ni de grado: infierno o paraíso. ¿Por qué unos nos condenamos y otros nos salvamos? Es la misma pregunta que en su vida y obra se hace Teresa de Jesús. Las respuestas en el “Condenado” y en “Camino de Perfección” vienen a ser análogas pero nada puede ser demostrado por procedimiento matemático. Y digámoslo bien alto, para que nadie nos pueda argüir de negligencia o de falta de rigor: el bien y el mal se estabilizan en un mismo plano y a veces, de tan intrínsecamente unidos como están, hasta parecen compatibles.
Se maneja la hipótesis en la actualidad, y así lo estima la teología moderna, de que, supuestamente, la Misericordia Infinita, por no desconocer límites perdonará. Dios perdonará eternamente. Y
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la cólera divina al final se aplacará. Él sentirá piedad de nuestras flaquezas y nos perdonará, pero esa solución no era de recibo en el siglo XVI donde los límites entre el bien y el mal eran mucho más precisos que ahora, y sin tanto término medio.
¿Cuál es la raya que separa al aberrado del verdadero siervo o sierva de la religión? Magdalena de la Cruz, la vidente cordobesa, que decía que había llevado a Cristo en sus entrañas y que “estuvo preñada del Espíritu Santo” murió en la hoguera, y Teresa, canonizada, y objeto de veneración de un pueblo que se disputaba las reliquias de su cadáver incorrupto y perfumado. Es muy difícil delimitar los campos o discernir los hitos de separación en este continuo trapicheo de intercadencias e intercambios. Se buscan refrendos y apelativos de autoridad; no podía ser de otra forma en una sociedad que siempre pide ejecutorias de la hidalguía, obsesionada de la estirpe, la prosapia, la ortogenia, la honra y el buen parecer. Hace, entonces, una relación de los avales que certifican la buena conducta y ascendencia de la hija de Rodrigo Cepeda. Quiere demostrar en todo instante su buen linaje y que lo suyo es cosa de Dios, que así se lo manifiesta, por conducto de apariciones y hablas al oído, arrobamientos, etc.
El primero es Fray Domingo Bañez, catedrático jubilado de Prima en Salamanca, teólogo ilustre, que confesó a la Santa mucho tiempo, encargado de su oración fúnebre en Alba. El dominico medió a su favor con un sermón en la catedral abulense cuando toda la ciudad se volvió marejada de hostilidad y de murmuración contra la reforma carmelita. El segundo, otro dominico, Bartolomé Medina, quien se mostró refractario a admitir las dádivas que recibía reputándolas por supercherías, pero, luego de confesarla un día, cambió criterio. Diego de Covarrubias, obispo segoviano, Juan de las Cuevas, obispo de Ávila. Diego de Chaves, confesor que fue -uno de los muchos- del rey Felipe II y prior de Santo Tomás de Ávila, Fernando del Castillo, historiador de la orden dominicana, García de Toledo, comisario general de Indias, Pedro Fernández provincial del que es el dictamen que después de tratarla dijo que
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había entendido ser posible que las mujeres puedan seguir la perfección evangélica, de lo que con anterioridad a su encuentro con la Mística Doctora mucho dudaba. La misoginia era una corriente de pensamiento por aquellos días locos de viento cierzo. Así lo avalan los versos que transcribo de uno de los mayores, y no menor, por lo arrinconado y romántica vida que tuvo este monje giróvago, el cual huyó del monasterio cisterciense de Moreruela y se enroló en las banderas que peleaban por el emperador en Alemania contra los herejes y contra los turcos. Me refiero a Cristóbal de Castillejo, muerto en el sitio de Viena en 1556 peleando por la cristiandad.
¿Qué se espera de quien tuvo el diablo por maestro?
Y en otro pasaje suyo estampa ese desdén hacia el amor profano. Son quintillas donde late el menoscabo hacia la mujer de un amante despechado, glosando su desencanto a través un sorites escalonado en contundencia irrefutable que aprendían los estudiantes en las escuelas catedralicias durante el medievo:
“Quid levius vento? Fulmen/ Quid fulmine? Flamma? / Quid flamma? Mulier/ Quid muliere? Nihil.”(8)
En pocos pasajes de la literatura española se plasma el desengaño del amor carnal. Castillejo, otro hijo de la raza, fue aquel poeta zamorano que se opuso a la introducción en la lírica castellana del soneto al modo italianizante, fórmula renovadora propuesta por el gran Garcilaso de la Vega. De nuevo tenemos aquí otra vez los dos bandos entre tradicionalistas y modernizadores en pleno Renacimiento. Tanto la misoginia como el desasimiento de la idea imperial a cargo de este ex fraile y buen soldado de los tercios de Flandes formaron parte de la propuesta de su obra poética de la cual habla Menéndez y Pidal elogiosamente. He aquí, de muestra, algunas estrofas del imponderable Castillejo:
¿Quién te engañó, Castillejo, / Estando bien en España? / A venirte en Alemania/ Para dejar tu pellejo. / ¿En tierra ajena y extraña?/ No me engañara esperanza, / Ni apetito de favor. / Ni deseo
8 ¿Qué cosa es más leve que el viento? El rayo. ¿Y qué cosa pesa menos que el rayo? La llama. ¿Qué es más leve que la llama? La mujer. ¿Y después de la mujer? Nada
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de privanza; / Mas engañóme el amor; / Y este dio causa al yerro; porque amó/ A su rey demasiado, / Con lo cual se han engañado/ Otros muchos como yo.
Nietzsche habló del ser y la nada pero este poeta renacentista que se opuso a la introducción de las novedades italianizantes se refiere a la mujer como la pura nada, al polvo infinito.
¿Cuál cosa hay que ligera/ pasa el tiempo y no reposa?/ El rayo que sale fuera. ¿Y al rayo? Lo llama fiera. / ¿Y a la llama qué otra cosa?/ La mujer. Amor loco todo es viento porque amor y viento nunca tuvieron buen cimiento.
La tradición misógina y ascética arraigaba desde los primeros eremitas. Se huye de la mujer pues es la dueña del amor y el amor es la otra cara de la muerte. Eros y Tanatos cabalgan, compañeros, a lomos de un mismo caballo. Sin embargo, se trata no de la mujer real sino de su ficción. Locura fantasmagórica. Del diablo que se disfraza de los atributos femeninos.
Cuando Hilarión, Pacomio, Sabas, Antonio u otros solitarios resisten a la tentación de la joven representada como un jardín de deleites, parece que caen en la trampa de sus propias fantasías. Y la señora que les atormenta no es la de la maldición de Yahvé al expulsar a los primeros moradores del paraíso: “parirás los hijos con dolor y estarás sometida a tu marido”. Teresa sueña restituir a la mujer a su primitivo estado de gracia, mediante la abnegación, la castidad y el desprecio de todas las cosas del siglo. Al devolver a la regla carmelitana a su primigenio rigor, quiere que sus pupilas sean émulas de aquel san Hospicio todo comido de piojos. De Macario el bienaventurado que pasó su vida dentro de una charco de limo. Se fija en María la Egipcia tostada por el sol del Sinaí, o en santa Pelagia que nunca retiraba de su cueva los excrementos para oler mal en nombre de Dios y alcanzar su gracia, o la dulce Isabel de Hungría que se bebía el agua de los baldes en que se bañaba a los leprosos. Una exageración, una demasía a lo divino. Su meta se plantea alcanzar objetivos revolucionarios. Intentos mesiánicos, pero el mundo siempre será igual. Nunca pasa nada. La rienda de
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las pasiones tira hacia abajo y hay una fuerza de gravedad que nos ata a esta carne perdedora. Somos rastreros de miras. El hombre no cambia. Por ese lado resplandece la monja abulense como una pionera de la libertad de la mujer. La cortedad de Castillejo, que también tiene muy presente Teresa en su concepción del mundo, porque nunca se fía demasiado de las mujeres, se tercia en su caso con una androfobia al menos sospechosa, si no fuera porque, entre otras muchas cosas, se aprecia en su personalidad una recia inclinación hacia la persona del padre, don Álvaro al cual quería con todo el alma. El complejo edípico suele ser corriente entre las españolas. Señala el P. Efrén, otro de sus biógrafos, al respecto:
Había crecido en un grupo aplastante de mayoría masculina. Conocía al hombre como la palma de la mano y comprendía sus ambiciones y sus ensueños. Cuando oía a los ascetas del perfil de su padre que el hombre era un lobo, que devoraba a la mujer, acaso no podría por menos de sonreírse.
Para el padre ella era la niña de sus ojos y en el deseo de posesión va don Álvaro a reprenderla severamente por sus amistades y por sus lecturas. Empieza a manifestarse la rebeldía y la cosa acaba, cuando sabe de los pretendientes que rondaban la puerta de su hija y de una posible boda, de la cual no quería oír ni hablar, enviándola al Monasterio de María de Gracia, pasado el Mercado Chico, extra muros, en la hondonada donde queda hoy el Barrio de Santiago. Allí va a encontrar una persona, sor María Briceño, que será determinante en su vida, su conductora y guía, su “staretz”. A su lado, olvida los galanteos y lecturas y se entusiasma con la idea de dedicar su vida al claustro. El bueno de don Alonso responde al propósito que albergaba su hija predilecta con un rotundo “No en mis días”. Pero, si el padre es tozudo, la hija, que hereda el carácter tenaz del progenitor, pertenece a ese grupo de personas que difícilmente dan el brazo a torcer. Se vislumbra en ese tira y afloja padre e hija un poco de la cabezonería de que hará gala durante las fundaciones. Que fueron diecisiete como las 17 autonomías de la España actual. El 10+7 es número áureo, al cerrar un ciclo de perfección,
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como bien entienden los iniciados en la Kavala. Los santos son un prodigio de entereza y fuerza de la voluntad, con una salud mental a prueba de bomba.
La España despoblada contrasta con la infinidad de conventos, beaterios, casas de oración, centros de acogida para enfermos apestados. En Granada san Juan de Dios abre el primer lazareto para enfermos de la piel y por toda Andalucía surgen casas de “arrecogidas” para dar albergue a doncellas pobres o a mujeres de mala vida o, simplemente, para alejarlas de sus novios y maridos celosos que amenazaban con asesinarlas. Gran parte de los dramas del teatro del siglo de Oro acaban con el ingreso de la “culpable” en un convento. Al burlador no le pasa nada, marcha de rositas y el marido ha de aguantarse sus cuernos. Los monasterios de esta manera pasaban a cumplir una función para la cual no fueron hechos: la de aparcaderos de damas que tuvieron un desliz. Su ocultación evita la deshonra la cual es temida por los españoles, más que la propia muerte. Es el mito de don Juan que trata de evitar Teresa de Jesús por todos los medios. Milagrosamente hay que decir que en los cenobios descalzos de la Madre nunca se produjeron escándalos ni raptos o abusos.
Los conventos estaban llenos. Hasta últimos del siglo XVIII no hay datos sobre el número de profesas en los conventos españoles. El censo de 1787 computa 32454 monjas. En tiempos de santa Teresa puede que la cifra subiera a más del doble.
Y un Día de Difuntos del año 1535 abandona de incógnito el hogar paterno y se presenta en la portería del Monasterio de la Encarnación, acompañado de su hermano, Juan, que, desde allí, correría a pedir el hábito en los dominicos.
De los otros hermanos todos tomaron la carrera de Indias. Hernando, el mayor se embarcó con Cabeza de Vaca, Rodrigo murió en Buenos Aires y Lorenzo y Jerónimo de Cepeda harían fortuna en Perú. La milicia era el mejor medio de promoción en la escala social. Ningún nieto de quemado o descendiente de moro o judío era aceptado para el servicio, pero allá van leyes do quieren reyes. Si no se hubieran saltado esta norma a la torera, a lo mejor
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no hubiese habido colonización americana ni cristianización de los indios.
Por fin, don Álvaro hubo de transigir y dio la anuencia al monjío de su hija predilecta. Toma la decisión un Día de Ánimas. No hay que echar al olvido esta fecha, porque, a quien inauguraba una cultura de la muerte terrenal para ganar la vida eterna, en esa onomástica cuando la Iglesia honra la memoria de los santos desconocidos y de los que murieron en el Señor van a sucederla, coincidiendo con ese día de lutos terrenales cosas extrañas, tomas de hábito, decisiones trascendentes o simples sustos como el que le aconteció en Salamanca. Apariciones y obsesiones tuvo la Santa en fecha tan marcada como es el 2 de noviembre. Y macabras citas con el más allá. La vida de esta mujer está rodeada de esa aureola de noche de difuntos con resplandores de fuego fatuo y tañido de campanas en la distancia. Semeja en cierta forma, y a mano contraria, a la de don Juan de Mañara. Teresa tiene algo de burladora de Sevilla y de seductora. Es un don Juan de Mejía a lo divino, una enamorada de Cristo, para la trascendencia y para la eternidad. Ella, que temía tanto a la muerte, por ser tan vital, y pegada al terruño como ella sola, pues hacía honor al nombre de “theresios” que en griego significa plenitud, sensualidad. Sin embargo, renuncia a él, para seguir al Esposo, un marido que nunca es infiel ni defrauda. Jesús se le aparece y le habla casi todos los días en un idioma coloquial. Juan de Salinas, otro escéptico, también se volvió teresianista cuando fue a Toledo a predicar una cuaresma y “la anduvo examinando y haciendo grandes experiencias con ella y quedó tan aficionado y enterado de su santidad que, con ser hombre tan ocupado, la iba a confesar cada día” llegando a la conclusión de que más que mujer parecía varón y de los más barbados.
Sigue la lista con fray Diego de Yangües. Al principio sintió la doctora inclinación por los domínicos pero años adelante la báscula se va a inclinar del lado de la Compañía. No sabemos a qué se debió el cambio, aunque ella confiesa que, para esto de elegir director espiritual, era muy exigente. Otro, Pedro Ibáñez regente y rector
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del San Gregorio de Valladolid, el cual, tras oírla en el tribunal de la penitencia durante seis años, emite la sentencia de ser todo cosa de Dios. Larga es la nómina de personalidades eclesiásticas de su entorno a los que sedujo con su carácter inefable. Escuchar sus confesiones debió de ser para tales sacerdotes una verdadera gracia del Altísimo.
El encuentro con el franciscano Pedro de Alcántara va a ser providencial, puesto que fue él quien más le animó, cuando más recias eran en la Ciudad de los Cantos y de los Santos las contradicciones contra su persona y con mayor ahínco la denostaban. Se alega que por su parte el propio Pedro Alcántara, que era de un pueblo de Plasencia de la familia Barrantes, se animó más a seguir el camino de la virtud imitando a su confesanda. Aumentó así fray Pedro sus penitencias. Pedro y Teresa fueron dos vasos comunicantes y en el Libro de Su Vida ella se deshace en elogios hacia el gran penitente que alcanzaría luego los altares. Siguiendo el estadillo de sus directores espirituales, el famoso P. Gracián no sale por ninguna parte, en la biografía de Yepes, aunque haya alusiones de pasada a Juan de la Cruz, el cual aparece siempre cargado de “relojes” en sus viajes, pues quería cumplir exactamente con la regla, incluso durante los desplazamientos y largos e incómodos viajes. Quede, pues, este indicio, que yo traigo a colación, como dato importante para el estudio de la personalidad de la Santa a cargo de la posteridad investigadora. ¿Celos y envidias dentro del grupo? Otros confesores suyos, y de muy diversa índole, fueron los dominicos Mancio, y Vicente Varrón consultor del Santo Oficio, Felipe de Meneses, y el presentado9 padre Lunar, prior a su vez de Sto. Tomás de Ávila. Francisco de Ribera S.I empleó su vejez en escribir la biografía de la santa a quien trató. Otro jesuita es Enrique Enríquez10, auditor de su proceso de canonización. Rodríguez Araoz y Francisco de Borja la conocieron en Sevilla donde pasó fatigas y tribulaciones como queda plasmado en su Libro de las Fundaciones. Bartolomé Pérez
9 Entre los dominicos se entiende por presentado al fraile que ha tomado órdenes y se prepara para recibir título de maestro.
10 Apellido judío.
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rinde elogios al temple de esta mujer varonil. Gerónimo Ripalda, autor del catecismo que estudiaban los niños de la doctrina en las escuelas de España hasta hace pocas décadas, la trató cuatro años y dijo que en todo dejaba la Madre olor de santidad. Juan de Ávila elogia sus virtudes teologales. El Padre Salazar, rector de Cuenca, el Padre Santander, rector de Segovia y Paulo Hernández, consultor de la inquisición toledana, aprontan esta versión:
Grande es la madre Teresa de Jesús de tejas abaxo pero mucho mayor es de tejas arriba. Es mujer de gran espíritu y trato singular con Dios.
Cristóbal Colón, visitador del arzobispado de Valencia, cuando estuvo en la Ciudad del Turia11, aduce que, a través de la oración, tuvo conocimiento de muchas cosas. Allí conoció a fray Luis Beltrán, otrosí puesto a los altares, quien la secundara en sus afanes innovadores de la Regla y la augura una profecía: que su instituto, así que pase medio siglo, dará mucha gloria a la S.R.I. Otros clérigos y religiosos de fuste que se cruzaron en su camino y quedaron maravillados de su virtud, aduce el Padre Yepes, fueron Juan de Ávila. Que la acompañara a lomos de una mula hacanea en todos sus viajes, su valedor y escudero en el trajín en carro por las dos Castillas, Extremadura y Andalucía. Sólo una vez usó el coche o la carroza y fue a raíz del regreso de América de su hermano Lorenzo que manda una fuerte suma de dineros para su Obra. Luis de Granada, que se ocupó de biografiar a los dos, y fue su mentor espiritual, empezó otra semblanza de la Madre. Pero sin duda el más influente fue Pedro de Alcántara, quien la recomendó a los Mendoza, primero a don Álvaro de Mendoza obispo de la sede abulense y más tarde a la princesa de Éboli con la que no terminó del todo bien. Salieron tarifando ella y la de Éboli. Acabó la fundadora saliendo escandalizada del palacio de Pastrana. Y parece que tuvo sus más y sus menos no sólo con la bella dama del parche en el ojo sino con alguien de su entorno. La amante de Felipe II, y de
11 Se desconocía que la andariega monja hubiese estado nunca en la Ciudad del Turia. He aquí, pues, una información absolutamente novedosa.
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otros grandes de España – se dice que también de Escobedo y de don Juan de Austria- era caprichosa, de una moral laxa y tenía mal genio, a tenor con lo que se lee en “El Libro de Las Fundaciones”.
Francisco de Borja fue muy aficionado a ella y Julián de Ávila, su capellán, aporta el siguiente testimonio:
Yo traté, conversé, confesé y comulgué a la Santa madre al pie de veinte años poco más o menos y en todas las fundaciones que se le ofrecieron hasta que Dios la llevó, fui yo el que la acompañaba y servía. Tuvo la fe muy viva y la esperanza tan clara como se ha podido ver en los santos y la caridad tan ferviente que trabajos y contradicciones o desvíos ni otras cosas que sería muy largo de decir la resfriaban de su caridad... yo la daba de ordinario el Santísimo Sacramento cada día y la mayor parte quedaba arrobada.
Entre los obispos que la conocieron figura Teutonio de Berganza, arzobispo de Évora un portugués que extendió su obra por Portugal y tradujo algunos de sus libros. El canónigo de Toledo, Velázquez, luego obispo de Osma y más tarde de Santiago de Compostela, la recibía en su casa de rodillas. El obispo de Palencia, Álvaro de Mendoza, y el de Sevilla, Cristóbal de Rojas, otro converso, se pronunciaron devotísimos de su persona, al igual que el arzobispo de Burgos, Cristóbal Vela, y el arriba mentado, de Segovia, Diego de Covarrubias, así como su sobrino Juan Orozco de Covarrubias quien más tarde sería preconizado al solio de Guadix. Yepes aduce que el Beato Orozco, en su “Libro de la Verdadera y la Falaz Profecía” propone a Teresa como ejemplo de virtud a seguir. Se huelgan mucho de haberla confesado el Dr. Manso ob. Calahorra, Castro, de Segovia, Sierra de Palencia:
Los cuales engrandecen como es razón la excelencia y santidad de sus virtudes que en ella experimentaron y tocaron con las manos.
Y, entre los admiradores, se cuenta el autor de la biografía secreta de la Madre el cien veces aludido P. Yepes, a la sazón mitrado de Calahorra. Don Diego dice que su única diversión es cantar las alabanzas de Teresa y promulgar sus favores. Don Fernando de
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Toledo, Duque de Alba, dejó al morir, tres años después que ella, catorce mil ducados de renta para sufragar los gastos de la canonización y donó parte de su hacienda para fundar un monasterio de Descalzas en Consuegra. El arzobispo de Valencia Juan de Ribera, por más que no la conoció en carne mortal, se sentiría en todo identificado con su persona y con su obra, y fue uno de los grandes postulantes en pro de su subida a los altares. Lorenzo de Otadui, ob. de Ávila dio diez mil ducados para construir el monasterio de la Encarnación. Eran estos personajes, cuyos nombres inserto aquí, por así decirlo, los “famosos” de entonces. Merecían la atención pública no por sus conquistas sexuales o por sus desenlaces sino por sus arrobos místicos. A un lado y a otro del péndulo, España guarda esta inclinación hacia la demasía que con frecuencia desembocan en el esperpento. El teresianismo, en sus dos manifestaciones, la del cilicio de esparto y la del desenfreno sexual que hoy vivimos y en el que intervienen otras “teresas” bien distintas pero tan influyentes, gracias al poder de la publicidad y la propaganda, es un plato suculento de aberraciones mentales para ser estudiado por los clínicos sobre las contradicciones y dicotomías del carácter hispano. España es un país pendular. No nos gustan los comedios.

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1) Influencia teresiana en el jansenismo francés.- 2) Prosigue la relación de personalidades eclesiásticas y civiles que fueron avales de su reforma.- 3) Virgen incorrupta. Su cuerpo apareció en la fosa de Alba sin señales aparentes de putrefacción.- 4) Búsqueda de Eldorado y la influencia que tienen en la mentalidad española los libros de caballerías.- 5) Encontrar los remedios contra la herejía.- 6) Religión y superstición: lo que le acaeció con el cura de Becedas y su amuleto.- 7) Las mujeres morían jóvenes y de sobreparto como le ocurrió a la madre de la Santa, doña Beatriz de Ahumada, de quien quiso tomar el nombre, en vez del de su padre.- 8) Zangarrones, duendes y campanadas en la Noche de Ánimas: una vida romántica que se parece algo a la que plasma el drama del Tenorio.- 9) Haciendo higas a Belcebú.- 10) La saludadora del Barco de Ávila.
Sobre todo, y por encima de todos, fue su gran protector el rey Felipe II al que conmovían sus cartas lo mismo que a su hija la princesa Juana, a la cual invitó a profesar en las Descalzas Reales cuando pasó por Madrid, convento del que acabó de priora. El propio rey de Francia Enrique IV promovió fundaciones de la orden en aquel país, dotó al Carmelo Descalzo de París como revulsivo a la
CAPÍTULO II
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herejía protestante, uniendo esta orden religiosa a la de los Teatinos de San Lázaro y San Mauricio. París bien valdría una misa…
Biógrafos fueron Francisco Rivera S.I, fray Domingo Bañez, OP. El cual no consiguió dar a la estampa un tratado que compuso sobre la descalcez. El mentado Julián de Ávila avala la tesis de que la Madre tuvo una larga lista de ensalzamiento memorialista detrás de sí. En particular, el P. Fray Luis de León, agustino, que dejó a medio concluir una relación de la vida de Santa Teresa. Cuando había escrito cinco o seis pliegos murió, pero, aunque “no sacó a luz parto tan deseado, hizo un prólogo al Libro de su Vida que escribió la propia santa”.
Yepes, que escribe a fines a fines del XVI, refiere cómo el culto teresiano arraigó temprano entre los españoles con carácter apoteósico. Teresa fue santa por aclamación en 1621. En Tarragona hubo un concilio para pedir al papa reinante su canonización. Cundió su fama de milagros, que en algunas partes alcanzó parangones equiparables a los de la Virgen María, a causa de su incorrupción sepulcral y la fragancia que exhalaban sus restos. Castilla por ella se puso de los nervios, y Ávila su ciudad natal parecía medio enajenada ante la fama de sus éxtasis. Eran tiempos de toros y cañas y de portentos. Nuestro ejército dilataba sus energías por la faz de Europa frente a una fortuna adversa, mientras el pueblo se volvía un experto consumado en el arte de vivir con poco, amante del teatro y de los tinglados de la antigua farsa, entusiasmado con noticias de maravillas y apariciones. Había llegado tarde a la fe cristiana y transfunde sus nuevas idiosincrasias con sus raíces moriscas o hebreas. El catolicismo español se vuelve pasionista y había que exhibirlo y demostrarlo públicamente de manera visible en romerías y en procesiones de Semana Santa. Los españoles somos, por aquello de que no nos acusen de judíos, muy dados a las procesiones, sacando durante los disantos los cristos a la calle, quitándoselos, durante el triduo de Pasión, de las manos de los curas. El individualismo judaico, que concibe la relación con el Altísimo, como un pacto de amistad, abandona su concha y sale a la cancha. Perdón por el juego
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de palabras, mas yo creo que fue así. Entre los de origen beréber la nueva fe adquiere matices de sensualidad islámica: desfiles, disciplinantes, supersticiones, creencias fanáticas. El carácter hispano alcanza su nivel de marmita a presión. La sensibilidad estaba en flor de piel. Lo cual, mirado bajo el prisma de la actualidad candente en el turbulento otoño de 2015, con motivo del Quinto Centenario de Teresa de Cepeda y Ahumada, cuando el bagaje conceptual y todo ese conjunto de valores que pusieron a esta Sor Intrépida a los caminos polvorientos, se encuentra en entredicho y el edificio de la iglesia ruina amenaza, cobra singular relieve y aporta perspectiva a la celebración de este quinto centenario 1515-2015 del nacimiento de la Santa. Ella representa el triunfo de la verdadera fe, y la integración de los advenedizos a la casa común. España, crisol de razas y de culturas, pero siempre a los pies de la cruz, sería la única nación del orbe donde el cristianismo se impuso al judaísmo y a la creencia mahometana.
Ese sea acaso el mayor milagro de la vida de Teres y de los conversos. Era muy devota del Rey David cuya llevaba en un medalla de plata junto a una imagen de la Virgen de Gracia. Don Alonso, su amado padre, estuvo envuelto en un proceso inquisitorial por judaizante en la ciudad de Toledo.
Por encima de los noticiosos fenómenos preternaturales y gracias especiales que aureolaron su existencia y difundieron su fama, dicha transformación o reconversión es lo más admirable del nuevo rostro que adquiere el catolicismo entre nosotros. He aquí la nueva Judith que se rinde a los pies de Xto, habiendo descabezado a Holofernes. En ella se palpa el triunfo del espíritu sobre la carne flaca. Era la hora de Castilla en su momento más brillante. La nación en peso la colocó de intercesora y vio en ella al prototipo de la hembra de la raza, declarándola patrona de España. Ella, hija de conversos, que busca el arrimo de cristianos viejos y de familias godas de alcurnia y rancia prosapia: Alba, Medinaceli, Vela, Pita, Quesada, Guzmanes, Barrientos, Xandoval, Guevara. Topó con no pocos estorbos y mucho hubo de zarcear por las sendas y andu48
rriales de la Castilla profunda pero en todo momento, cuando se adivina el derrumbe final, siempre aparece tras los proscenios una mano que la saca de la boca del peligro. Teresa fue un portento de la fe, una joya, engastada en la sortija de su humor zumbón y muy a ras de tierra. Al final pudo salirse con la suya.
Hay, por una parte, la España reverente de fe ciega y la España descreída, que se pliega a la razón de la apariencia y del disimulo, pero todo en grado extremo. A los españoles no nos gusta la realidad, que nos cerca, a pesar de ser un pueblo tan realista y pragmático. Dicha peculiaridad se compadece con un idealismo desbaratado, dentro estamentos de una misma alma. Por ese camino se llega al esperpento, al cinismo del pícaro, y al heroísmo del soldado o del misionero que zarpan rumbo a las Indias, o al afán de la unión con el Criador que sembró el paisaje de las diversas regiones españoles de torres de iglesias y de espadañas de conventos. Probablemente, nuestra historia está repleta de contradicciones, y por eso quizás también nos metemos siempre cosas en la cabeza, que bordean la locura, siendo Sancho Panza tan realista y don Quijote tan poco cuerdo. Necesitamos obsesiones que desvirtúen los hechos terrazgueros de una vulgaridad irredenta. Pero otros pueblos son más vulgares aun y no lo dicen por boca de sus intelectuales tan atormentados o más que nosotros.”. Para hacer valedero el lema de “España es diferente”. Teresa viene a ser un paradigma del temple que reconcilia dos opuestos. Paradojas de la escopeta nacional que dispara por ambos agujeros. Frecuentemente el tiro sale por la culata. La opción contemplativa se convierte así en un cedazo por el que se cuelan las varias corrientes étnicas que conforman la Piel de Toro, que fue siempre crisol de razas, dividido en estamentos jerárquicos y en clases sociales. Castilla era un chorro de energía que salía de estampía a la búsqueda de Eldorado o que moría en Flandes por el Papa al que siempre contemplaron nuestros ojos como una divinidad en la tierra, a pesar de que muchos no le habían besado el pie ni lo habían visto. Los italianos, con estar más cerca, no se muestran al respecto tan exaltados. Pero nuestra patria necesitaba
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anticuerpos para combatir los virus de la herejía y encontrar la triaca que le sirviera de desinfectante contra el contagio de la ponzoña que envenenaba Europa. Por eso se erige en baluarte de la fe. No por los intereses materiales sino por los principios morales.
La historia de la vida de Teresa de Cepeda y Ahumada la aborda el P Yepes en 42 capítulos, que se abren con una hermosa calcomanía del retrato que hizo de ella Albiztrux en 1776 con este epígrafe “Berdadera (sic) efigie de la doctora mística Sta- Teresa de Jesús”. Es una crónica de locuras a cargo de una mujer que era todo ella sensatez, poder volitivo y equilibrio. Por debajo de todo este aparato y bambolla del mito teresiano late una intención secreta. Acaso el dedo de Dios, secundado por los dineros de los mercaderes de Medina, y toda un caudaloso registro de criptojudíos, se mueva en la sombra. El mentor económico principal fue su hermano Lorenzo el pirulero. El oro aportado por éste desde las Indias desempeña un papel importante en el establecimiento de los doce palomarcicos blancos por toda la geografía española que la Madre tuvo a bien fundar. Doce fundaciones fueron como los doce apóstoles, los doce planetas, las doce tribus de Israel. Cabalística cifra que nos hace presumir que por su familia la monja carmelita estaba familiarizada con el idioma criptográfico en el que se entendieron sus palabras. La Biblia está trufada de acrónimos y de siglas en un lenguaje poco lineal. Pidió siempre aclaraciones de los hermeneutas que interpreten la palabra de Dios.
Su hermano Rodrigo, compañero de juegos de infancia, de entre los nueve hermanos que tuvo Teresa, seguramente era a quien tenía más cariño. Rodrigo pasó a Indias y murió pronto en la conquista del Río de la Plata. Antes de partir había dejado a su hermana como albacea de todos sus bienes, pero Teresa, al profesar en la Encarnación, se los cede a su vez a María de Ahumada, la que vivía en Castellanos de la Cañada en cuya casa pasó un invierno, al caer mala. Los médicos la desahuciaron y quedó en manos de la curandera de Becedas. ¿Cuál era la naturaleza de su mal? Seguramente epilepsia. Teresa padecía de la enfermedad de los cesares: gota co50
ral. Apenas iniciados los primeros párrafos, obtenemos la admonición de que la moza abulense fue una verdadera enviada de Dios para contrarrestar los tiempos de herejía por los que atravesaba la iglesia. Se advierte el carácter mesiánico de su figura. El esquema ha seguido funcionando en la mentalidad de no pocos españoles que miran a esta mujer como un símbolo del destino en lo universal y las virtudes de la estirpe con un regreso a los principios, al cabo del largo peregrinar. Teresa era muy devota del Rey David y del Profeta Elías, santos mayores del calendario en el Antiguo Testamento. Elías, el que ha de venir, en carro de fuego tirado por leones, fue el pregonero del advenimiento del Bautista, el heraldo del Maestro de Justicia, desde la cima del monte Carmelo. Cerca, por tanto, del Sinaí se encuentra el origen de la orden del Escapulario, los antiguos templarios que esparcieron la devoción a la Virgen del Carmen por Occidente. Tomando las cosas ab ovo, el Monte Carmelo fundamenta la forma de vida cenobítica. Antón e Hilarión poblaron los desiertos de oratorios y casas de adoración. A los Padre de la Tebaida, a los encuevados de Siria y Anatolia imitan los primeros carmelitas en el diseño de las celdas individuales, la guarda de la lengua, la abstinencia de la carne, la concupiscencia de los ojos etc. El primer prior sería Caprasio hasta que la crueldad de Ahumar el mahometano acabó con estos enclaves de devoción. Algunos monjes quedaron en el monte Carmelo. Hay referencia de que Américo de Antioquía les favoreció hacia el año 1100 y nombró abad de aquel monte a san Alberto un año después de que Godofredo de Bouillon reconquistase Jerusalén para los cristianos un día del Carmen, el 15 de julio, de 1099 a la hora de tercia. La “Aelia Capitolina”12 o Jerusalén para los romanos cambia con frecuencia de manos y por ella pelearon las huestes de Ricardo Corazón de León, de san Luis y de Juan Sin Tierra. Empero, y quizá por nuestros pecados, se resiste a nuestras armas y vuelve a perderse ya definitivamente tras la batalla del monte Carmelo ganada
12 Es como llamaban los romanos a la Ciudad Santa después de su destrucción por Vespasiano el 70.
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por Saladino en 1192. Desde entonces a día de hoy estuvo en manos del turco. Ahora es feudo sionista. Sin embargo, a juzgar por la trama del pensamiento del panegirista y biógrafo había algunos que ponían en duda estas hablas con Dios, estos arrobos y misericordias divinas para con ella. La duda se presenta aquí, cuando uno menos se lo piensa. Vino al mundo reinando en España Juana la Loca bajo el pontificado de León X al comienzo de un día de finales del invierno el 28 de marzo. Era la fiesta de san Bertoldo, monje carmelita. Corría el año 1515. El autor se muestra refractario a descubrir el linaje de su encartada pero al fin afirma que era de noble cuna. Alonso de Cepeda casó de segundas con Beatriz de Ahumada que le diera nueve hijos. Murió a los treinta y tres años. Dice el P. Efrén de la Madre de Dios en su relación de la vida de Teresa de Jesús13:
El linaje de los Cepeda se remansó en Tordesillas y se bifurcó en dos ramas: la de Segovia y la de Toledo. El apellido revive en Toledo por doña Inés de Cepeda que casó con Juan Sánchez de Toledo, de estirpe judía. Los hijos decidieron sostituir el apellido14 por el de Sánchez de Cepeda para poder mirar cara a cara a la sociedad en que vivían. Juan Sánchez judaizó, apostatando de la religión católica, que había abrazado. Y como los Reyes Católicos habían implantado en 1483 el Tribunal de la Inquisición y los católicos apóstatas podían ser reconciliados, resonó en Toledo el pregón de los perdones en 1485 y don Juan acudió a reconciliarse con la Iglesia el 22 de junio. Le echaron de penitencia un sambenito con sus cruces, que tenía que llevar públicamente los viernes en procesión de iglesia en iglesia durante siete semanas. Se estableció como comerciante de paños y sedas abriendo una tienda en la cal toledana de Andrín (ahora reyes Católicos.
Después le vemos enfrascado en pleitos de hidalguía y, ya en Ávila, se dedica a casar a sus hijos con damas de linajuda estirpe.
13 Biblioteca de autores cristianos 1982
14 Es una costumbre muy corriente entre las familias de casta judía. El pueblo de Israel va por el mundo trocando los nombres.
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Alonso, el hijo mayor y padre de Teresa, casa con Catalina del Peso en 1505 y regaló a la novia ricas preseas (chócalos de oro, sortijas y manillas, gorguera y cofia de oro y una falda de ruán amarillo, ceñidor de tafetán y un monjil aceitunado), detalle por otro lado que apunta maneras. El dinero intenta comprar la alcurnia. La esposa murió a los dos años de gripe. Dos hijos le nacieron de este matrimonio: Juan Vázquez de Cepeda y María de Cepeda, la que casaría con Juan de Ovalle, constructor medinense, el que labró la primera casa de la Orden. Luego casó con una prima de la difunta que tenía posesiones en la aldea de Gotarrendura en la rica encartación de Las Morañas, que se apellidaba Ahumada y atendía por el nombre de Beatriz, de catorce años. El novio tenía veintinueve.
Del segundo matrimonio de don Alonso vendrían al mundo nueve varones y tres hembras. Teresa ocupaba el tercer lugar en la saga de doce. Doce hijos, doce tribus de Israel, doce hijos de Jacob, doce meses del año. Seguimos con el mundo de la Cábala, cruzando los pasillos del laberinto. Ella fue el molde de un enigma.
Teresa entre los once hermanos15 era la que más despierta. Y se inclinó desde pequeñita a cosas mayores, como un anticipo de su grave destino de mujer fuerte que le esperaba. Con su hermano Rodrigo ya jugaba a las ermitas, quería ser santa y un día se escapó con él a tierras de moros16 para recibir el martirio puesto que querían volar al cielo cuanto antes y el camino más seguro para llegar al paraíso era afirmar la fe con la propia sangre, un atavismo muslímico. Lo hemos visto en los calamitosos sucesos del once
15 Don Alonso aportó a su matrimonio dos hijos entenados o hijastros, fruto de su anterior casamiento.
16 Por aquellas fechas se hablaría en la ciudad de la frustrada campaña de Cisneros contra los piratas berberiscos de Argel. En el testamento de Isabel I se hacía referencia a que la estabilidad del reino dependería del control del Estrecho y el dominio del Norte de África. La gloriosa reina parece iluminada por inspiración profética precisamente hoy cuando la unidad nacional se cuartea y el moro por el Sur hostiga y cruza el agua en pateras. Muy pocos políticos en el 2001 quieren ver esta realidad. Los dos vástagos de don Alonso querían llegarse hasta Argel para verter su sangre por Xto. Puesto que su religión es la verdadera y no el Corán. Eso pensaba la fe católica a la sazón. En la actualidad no es tan segura esta firmeza o seguridad. A pesar de eso, no debiera tambalearse nuestro credo de Nicea.
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septiembre, cuando unos jinetes, que volaban a lomos de alazanes de hierro, se hicieron dardo ellos mismos para hostigar y derrumbar con la fuerza de sus arietes alados el muro del castillo de la acrópolis del dinero: El rascacielos neoyorquino de la Torres Gemelas, emblema de Wall Street, se vino abajo.
A los doce años, fecha en que pierde a la madre17, se opera un cambio en estos fervorines trascendentes de querer ser mártir de sangre y cuchillo. Postrada ante el altar de la Virgen, le pide con abundancia de lágrimas a la Señora que ocupase el lugar que había ocupado en su vida doña Beatriz. Verdaderamente puede decirse que María del Carmelo se convierte en madre en la tierra y en el cielo de Teresa de Jesús, después de quedar huérfana. El instinto femenino la impulsa a ser coqueta, un pecado venial que lloraría toda su vida, con aquella afición a los afeites, a las fiestas y a los saraos mundanos. Pero esto forma parte de su condición de mujer. Con las nubes de las pasiones se oscurecen las lumbres de la razón, dice el hagiógrafo. No habíamos llegado a los intríngulis de la novela psicológica aunque la Fundadora avilesa sería siempre una gran psicóloga.
Le tomó sabor a los libros de caballerías, la literatura rosa de entonces, aunque mucho más edificante claro es, juego inocente muy lejos de lo que nos dan ahora los programas de las televisoras. Como buena escritora siempre hubo en ella una profunda lectora. Debió de enamorarse del Palmerín de Inglaterra y de Lancelote del Lago. El Amadís de Gaula, obra de Gutierre de Montalvo un arevalense, que apareció en 1508 en su edición definitiva, puede haber pasado por las manos de la santa todavía adolescente. Tirante Lo Blanco con sus atrayentes descripciones del lujo de la corte bizantina y las Sergas de Esplandián, que aparecen en el retablo de San Dionisio de la catedral de Ávila, encandilaban con su prosa ahíta de embelecos y de hazañas en las que se exalta la lealtad y nobleza del amor puro a los lectores de la época. La epopeya de las Indias
17 Roma había sido saqueada dos años hacía por las tropas descontentas del Emperador, reclamando sus soldadas y Castilla acababa de pasar el trauma de una primera guerra civil, la de las Comunidades.
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quizá sea el apéndice real a aquellas ficciones literarias. No cabe duda que los movimientos místicos que aparecen como setas en otoño después del concilio de Trento, en lo que tuvieron de conato de dar albergue a un ideal genuino y altruista de relación con el Ser Supremo cara a cara, menoscabando la realidad lóbrega y aburrida de un mundo engañoso, se conecte de alguna forma con este alarde de imaginación, ese afán de huida. La fábula corteja a la ficción en el anhelo de los desposorios espirituales con Dios. Fue cuando don Duardos se esconde bajo el escapulario de una tonsura y la reina doña Labra toma hábito y entra en Religión, cansada de devaneos y de lances mundanos.
En su vida y en su obra resplandecen los rasgos de entrega y de nobleza de todo caballero andante, aparte de que debió de ser hembra de armas tomar. Recia, admirada, temida y deseada por todos. Teresa se nos muestra, hija de la raza, como cifra y compendio de las virtudes de la mujer castellana. ¿Quién no la amaba? Ella no tuvo la culpa de ser guapa. Sin embargo, a causa de estos inocentes devaneos al locutorio y la reja, no se cansó de llorar y hacer penitencia. No eran más que juego de niños, risillas, mejillas arreboladas de coloretes cuando entraba uno que la gustaba, cosas de la juventud, ciertas inclinaciones al visiteo. Todo muy inocente; eso sí. Debía de ser una muchacha muy guapa y sociable pues dice el cronista:
Viéndose ella querida de muchos escomenzó ella también a querer; y como era discreta y apacible, arríjase a no gustar de estar escondida y empezó a abrir los ojos al mundo y a apreciarse del aderezo, galas de moza, y de la curiosidad en ello con alguna demasía y exceso.
Seguramente esta afición a la lectura la tomó de su difunta madre. Beatriz de Ahumada gustaba de estos almanaques tan denostados por la hija pero que, verdad sea dicha, no eran una tontería sino que ayudaron a formar el espíritu noble y generoso de la castellana. La letra impresa incentiva la curiosidad, crea vistas interiores en el fondo del corazón así como el deseo de contemplarlos y verlos por
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sí misma. Allí nacería su talante soñador y tal vez las primeras lecturas aquilatarían el marfil de su estilo literario. Todos los poetas y escritores han de tener algo de contemplativos. Sin embargo, y pese a la candorosa apariencia del cuerpo delito:
… Con este vaso procuró el demonio darle a beber el veneno de la afición a las cosas del mundo que aunque parece sabrosa suele a muchos causar la muerte.
Pero, como tuvo siempre aborrecimiento a toda deshonestidad, eso le salvó, así como el miedo a perder la honra. Estamos ante una española, recia, de las de antaño. Se trataba de simples cosas inocentes: conversaciones, coqueteos. Sin embargo, algunos biógrafos apuntan la posibilidad de que Teresa fuera una mujer apasionada y que estuviera enamorada de un primo suyo que pide su mano. Tenía catorce años y don Alonso la recluye en el monasterio de Nuestra Señora de Gracia, que ha de abandonar al poco tiempo por motivos de salud. Otra vez al siglo. Parece ser que la liana psicológica que la ataba a su progenitor –un cordón umbilical fatídico- era tan rotunda que algunos frenólogos sospechan un complejo edípico en ella, pues su padre don Alonso la quería como la niña de sus ojos y ella a él. Por este motivo se opuso al ingreso en el monasterio carmelita de Encarnación con un rotundo “no, en mis días”. Mas, ella quería ser monjita consagrada a su Virgen favorita, por la que sentía una devoción especial y sin el consentimiento paterno ingresó en la Orden fundada por el profeta Elías una mañana de fines de verano, acompañada por Antonio de Ahumada, el primogénito de sus hermanos, renunciando al mundo con sus pompas y vanidades. Allí toma el hábito agustino el 2 de noviembre de 1533, Día de difuntos. Después de año y medio de estancia, enfermó gravemente. Dos más tarde, en la víspera de Todos los Santos de 1535 recaba el velo de las desposadas con Xto en el priorato de la Encarnación.
En tal fecha de la fiesta de los Santos, cuando, paradójicamente, se desarrolla la acción del drama del Tenorio, a Teresa le ocurrían cosas importantes: recibiría avisos del cielo, o mociones celestiales que determinarían el curso de su existencia en lo venidero. Otro
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día de Ánimas pasó pánico, a causa de una historia de supuestos fantasmas, según lo cuenta ella en uno de los capítulos de su autobiografía. Y eran los estudiantes que se disfrazaron de almas en pena, yendo por la casa envueltos en sábanas blancas, y arrastrando de los pies ruidos de cadenas.
Fue en Salamanca con ocasión de haber llegado a fundar en una casa llena de duendes y con el “miedo a los estudiantes que acechaban a dos pobres monjas desvalidas”, mientras, afuera, en todas los campanarios de las iglesias sonaban los toques a clamor durante la Noche de Difuntos. Estaban las dos pobres monjitas en aquel caserón vacío muertas de miedo y creyendo que se acercaban las ánimas a pedirles cuentas.
También la asustaban a la Madre los ratones. A la vista de cualquier múrido insignificante se subía a las sillas chillando. Sin embargo, no le daban miedo los leones ni tampoco el Nuncio.
Padece de desmayos y males al corazón que la dejan sin habla. Al poco de tomar el velo, empiezan a hacer acto presencia tanto la epilepsia como el mal de ijada que le afligieron toda su vida. Pero a sus males y dolamas nunca lo da importancia ni dramatiza cuanto le ocurre. Dotada de un sentido del humor cazurro sabe reírse hasta de su propia sombra. Las actas que narran la peripecia de esta singularísima personalidad hispana camino de la santidad son una secuela de aventuras ocultas en el mundo interior que remedan los libros de caballería los cuales ella tanto gustaba de repasar en la adolescencia. Una misteriosa fuerza guía su alma apercibiéndola hacia un objetivo de gloria que alcanza por senda de abrojos y de padecimientos. La salud no era buena y acaso padeciera de gota coral. En uno de sus ataques la dieron por muerta pues yació cuatro días de cuerpo presente, y, con la sepultura abierta, y esperando las exequias que le habían aparejado sus compañeras de la Encarnación, se salvó gracias a su padre que aplicó una candela a la nariz por ver si respiraba. Don Alonso había ejercido la medicina en Toledo y sospechaba que lo que tenía su hija predilecta era un como profundísimo. Pues tenía pulso la “difunta” u a grandes voces para
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que le oyeran todas las monjas que cantaban las letanías del oficio de los muertos:
—“Mi hija no está para enterrar”.
Por lo común, los hebreos castellanos durante la edad media eran médicos y cirujanos. Recuérdese que el abuelo había sufrido proceso el 1497 por judaizante de acuerdo con lo que revelan las actas de la Inquisición de Toledo. Fue condenado y más tarde habilitado pero toda la familia se desgaja: una rama salió para Ávila y otra para Tordesillas. Algunos primos quedaron en Toledo. Ya estaban en Talavera, cuando ella va desde la Encarnación en romería a Guadalupe a hacer una ofrenda a la Virgen por sus hermanos que emigraron a América. A sus parientes talaveranos visita y es por ellos muy agasajada. Allí profetiza a una de sus sobrinas que un día profesaría en el convento de Toledo. Por la Ciudad Imperial siente una predilección especial. Era lugar de sus amores. No se puede decir lo mismo de la ciudad de su nacencia, a la que aborrecía, aunque no tanto como a Segovia, la villa hermana, que se la atragantó desde el principio pues en ambos pueblos le tocó mucho que sufrir. La rivalidad de ambas ciudades gemelas, los dos altos cotarros de Castilla la Vieja, sigue al día de hoy, sobre todo cuando el Ávila y la gimnástica Segoviana se enfrentan en el derbi de rivalidad local. Algo vale que el día de San Segundo los canónigos del cabildo segoviano son invitados por el obispo abulense a merendar y estos ultimo hacen lo propio invitándoles a comer cochinillo en Segovia el Día de San Frutos.
—“Ni el polvo de las zapatillas”— llegó a decir de la Ciudad del Acueducto en una ocasión, cuando las malas lenguas la acusaban de que tenía a san Juan de la Cruz, su capellán y ayudante en tareas fundacionales y al que ella llamaba cariñosamente, a causa de la corta estatura del autor de “Llama de amor viva” medio frailico, por amante. A Teresa le salían novios por todas partes. Cumplió el propósito. Teresa a Segovia nunca volvió.
Al cabo de un año en La Encarnación, no le prueba ni el clima ni la comida ni el ambiente de la comunidad (las calzadas andaban
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a la greña unas con otras) vuelve a caer mala, y don Alonso ha de sacarla de nuevo pues su salud se agrava. Habían oído hablar de una famosa saludadora o curandera. Seguramente sería la Vidente del Barco de Ávila, la que trató al Emperador camino de Yuste y al que prometió cuando ya estaba casi al pie de la sepultura largos días y anunciándole que no dejaría este mundo “sin ver colmados sus deseos de ser coronado emperador en Jerusalén”. Murió el augusto personaje, que venía de vencida casi a los pocos meses, pero ello no era óbice para que esta pitonisa gozara de gran fama y dinero en el contorno, pues percibía fuertes cantidades de dinero por sus oráculos y consultas. Seguramente era una judía conversa de la calaña de Celestina, versada en las enseñanzas del Jeziráh18. No fue escaso en este tiempo el grado de virtud y de fe pero tampoco menguaba la superchería, las habas, la guija y los agüeros. Los curanderos, tanto o más que ahora, estaban de moda. Para curar el mal de ojo, profetizar el porvenir, y hacer limpiezas exhaustivas de las fuerzas negativas. Sus procedimientos quirúrgicos y las recetas eran asaz traumáticos, pues, en vez de sanar, ayudaban a morir a los enfermos que caían en sus redes. Prescribían rabos de lagartija, apósitos con pieles de conejos desollados vivos, electuarios basados en lechuga en pisto con picos de lechuza y uñas de jabalí y astas de rinoceronte, la “Viagra” de entonces, que es lo que se dio a Carlos V para remediar sus impotencias. La compostura de los huesos partidos era singularmente dolorosa a fuerza manipulaciones y estirones de los miembros lisiados. Caer en manos de estos matasanos era como sentarse en el potro del tormento, para, de remate, acabar descoyuntados. Porque si alguna vez curaban a alguien era más de resultas de la autosugestión que de los conocimientos mecánicos los tales galenos.
Se encaminaron hasta este lugar serrano Teresa y una monja de la Encarnación, Juana Suárez, que la cuidaba pero, al no ser temporada de floración, había que esperar a la primavera para obtener un tratamiento con las hierbas del campo. Deciden quedarse en la zona
18 Jeziráh: libro cabalístico que enseña a los iniciados a hacer milagros.
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durante la invernada en espera de que el clima de Gredos pudiera beneficiar a la enferma. Posan las dos monjitas y la criada en ca su hermana. La enferma en este tiempo entretiene sus ocios convalecientes leyendo el “Abecedario espiritual” del Padre Osuna, un libro iniciático para los que querían buscar a Dios dentro de sus conciencias. No hay que salir fuera sino entrar, abandonarse en sus manos, volver a la infancia espiritual, dejando todo de su omnipotente mano y que Él haga el gasto. No hay que ir muy lejos para encontrarlo, porque está dentro del alma, según la tesis del franciscano, sospechoso de iluminismo en su día. La perla escondida se encuentra en nuestra alcoba. Sólo hay que barrer un poco debajo de la zofra, como la mujer del Evangelio. Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
En abril de 1539 se pusieron en marcha:
Lleváronme con harto cuidado de mi regalo mi padre y mi hermana y aquella monja mi amiga que había salido conmigo y era mucho lo que me quería.
La conducen a un pueblo de la sierra por nombre la Aldea de la Cañada a la espera de ser recibidos por la curandera de marras, experta en pócimas y otras hierbas que por poco la envenena, amén de descoyuntarla, con sus ungüentos a la pobre Teresa, por medio de plantas. Empeoró. Sin embargo, nunca hay mal que por bien no venga.
Entretiene la espera la enferma con la lectura de una serie de libros que un tío suyo residente en Beceras le proporcionó. Este personaje que hace las veces de rabí o maestro interior va determinar el giro de su espiritualidad. Entre los manuales aportados, se encuentra el “Abecedario de Osuna”19 que luego sería expurgado en el Índice de la Inquisición. Sería prohibido. El propio autor acabaría encausado, como sospechoso de iluminismo. En él aprendió la oración de recogimiento y de quietud. Hay otro libro importante en los inicios de su vida de oración que preconizaba igualmente le
19 Tomó Dios este libro por instrumento de sus misericordias. Hagamos hincapié que su autor tuvo conexiones con el molinismo y estuvo a punto de ser quemado ¿Cómo entender a los conversos?
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quietismo. Llevaba por título “La subida al monte Sión”. Lo firmaba otro franciscano, Bernardino de Laredo. Su filosofía copiada directamente de los manuales alemanes y del anónimo inglés del s. XIV abominaba de la oración vocal. Lo que hay que hacer es dejarse llevar, no hacer nada. Él nos guía. Por supuesto fray Bernardino tuvo problemas con el Santo Oficio. Este libro le fue proporcionado por otro converso devoto, Francisco de Salcedo, habitual del locutorio de la Encarnación, “caballero intachable y de vida santa”. Fue mandada recoger la edición por el inquisidor asturiano Fernando de Valdés. “¿Quién la mete a Teresa en tales invenciones? ¿Para qué esos extremos y novedades de tanta oración y contemplación y andar escondida en los rincones y desvanes de la casa?”Clamaba la voz del pueblo. Era el lenguaje del qué dirán, del congenial y convencional respeto humano. Sin embargo, la voz interior le insuflaba al oído: “No temas que yo te daré un libro vivo”. La primera visión la tuvo el Día de san Pedro de 1560, Cristo le mostró sus manos y, pocos días más tarde, vio su divino rostro “dejándola tan absorta que no cabía en sí”.
Hasta entonces nadie había hablado de esto. Las relaciones con Dios tenían un sentido coral y litúrgico pero la gran aportación de los convertidos de la fe mosaica es ese voluntarismo, capaz de enmarcar esas relaciones con el dulce Jesús, en trato de tú a tú. Ya no es necesario ir a la iglesia sino que orar puede hacerse desde cualquier parte. “Entre los pucheros también anda el Señor”. El planeamiento reviste toda una carga de profundidad contra la teología del sacerdocio y de los sacramentos, pero los conversos saben reconducir esta tensión hacia una renovación espiritual exuberante de matices barrocos que contrasta con la simplicidad del cristianismo medieval, más tajante pero más humano aun a costa de sacrificar la santificación personal a la de toda la comunidad. En el norte de Europa los discípulos de Lutero hablaban del “libre examen”. Algunos predicadores, en la cuerda floja, realizan en sus sermones verdaderos encajes de bolillos para no caer en la paranoia del heresiarca agustino.
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Acompañada de Juana Suárez, la lega que le servía de dama de compañía, anduvo por Castellanos de la Cañada hospedada en casa de una hermana suya a la que amaba mucho, María de Cepeda. Empieza a experimentar los sufrimientos y angustias (“pues Dios la apretaba”) de la vía de perfección. Los efluvios y don de lágrimas que conservó toda su vida se alternaban con las sequedades y ausencias, distracciones y falta de concentración. Es una contradanza de ascensos y resbalones, de entusiasmos y desganas, aunque, poco a poco, va cobrando vigor en sus pasos el peregrino espiritual y esa comezón de amar a Dios en los hermanos.
De este camino o peregrinación hablan todos los adheridos a esa unión espiritual desde los staretzi rusos y los santones de la mandra kármica hasta los sufíes y sunníes musulmanes. Unos y otros se expresan casi con un lenguaje perifrástico de idénticos términos: castillo interior, asperezas, desprendimiento, el mundo debajo de los pies, verse a uno extraño en su propio cuerpo, hablas cósmicas, arrobamientos, la nube que flota, danzas espirituales como la de los derviches que giran y giran sin cansarse horas y horas. Es una elevación a la cumbre, en alas de lo total: transfixiones y vulneraciones, unión con Dios, un vigor recibido de lo alto que la ayuda a soportar tormentos y tribulaciones de la cama áspera y el cilicio, por la cual ha de pasar, como si se tratase de un fielato de dolor, el alma antes de llegar a esa divina indiferencia en la que da todo igual. Les es lo mismo tanto la vida como la muerte. Es lo que se conoce como infancia espiritual, la nube encastillada, la ligadura espiritual a la que se accede después de la vía contemplativa y purgativa. La unitiva constituye el remate de la singladura, el supremo estadio y final de viaje. Al pie de veinte años duró el tiempo de sequedad. Dice que en su pecho se libraba una reñida batalla para desasirse de todo y alcanzar el abandono en Dios. Piloto de este periplo por las aguas de un océano desconocido (inmensidad de Dios) particular fue aquel pariente del pueblo escondido en las montañas de Gredos, adonde había huido en busca de cobijo cuando lo perseguía la Inquisición. Fue el que le prestara los libros de oración.
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Otro de sus hallazgos fue el descubrimiento de las obras de san Agustín. El tío suyo, Pedro Sánchez de Cepeda, hidalgo que vivía viudo en Hortigosa, hizo las veces de maestro de conciencia que le inicia en la ruta de la ascesis. Acaso fuese un rabí oculto que, oliendo la chamusquina con que el inquisidor amenazó a su padre, quemó las filacterias y tomó el olivo disfrazado de arriero porque los arrieros eran todos cristianos viejos. Pues salió este señor, como ya hemos dicho, de Toledo, a uña de caballo, huyendo de los cuadrilleros imperiales.
Ella muestra desde entonces una pasión contumaz hacia los libros. Hasta el extremo de que, sin su concurso, no sería capaz de entrar en trance. No surtió ningún efecto la terapia de pócimas y de sangrías a su desmedrado organismo, aplicada por aquella sorguina cuyo nombre no se señala; enflaqueció, estaba hética hasta lo increíble y muy postrada la moza. De su salud espiritual hay que apuntar que la experiencia sería positiva y determinante. Aquel cambio de aires en la sierra duró nueve meses, los suficientes para trabar conocimiento con aquel tío suyo, que debía de ser persona señalada y que gozaba de su retiro fuera de la gran trifulca teológica que agarrotaba a España. Imaginémoslo vuelto a sí mismo. Debía de ser que, siguiendo la máxima talmúdica de no poner la vida dada por Dios al tablero por cuestiones de escasa monta, adopta este cristiano nuevo una moral de conveniencia o acomodaticia, aparentando hipócritamente que es católico. Asi que París viene vale una misa. Y en el estragal de la casa del hidalgo, colgadas de las varas del humero, habría cecina, chorizos y longanizas, maniobra de despiste para esquivar la mirada de lo que se aguarda en los aposentos de adentro, las moradas, para decirlo en el idioma de la santa. Judío fino no bebe vino ni parte tocino.
Allí, en Becedas, conoció a un cura que debió de prendarse de ella en el confesionario y que no debía de ser tan buen maestro espiritual como su tío, siendo laico. Este hombre estaba hechizado y Teresa con sus oraciones le rompió el maleficio de resultas de llevar al cuello un amuleto que le había dado su barragana. Por orden de
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la monja lo tiró al río Adaja el sacerdote, y, como por ensalmo, se deshizo el sortilegio. Moriría al año siguiente reconciliado con la iglesia. La vidente y confesanda suya así se lo había anunciado. Le tenía aprecio sor Teresa a aquel cura y no le arguye a él de pecado sino que culpa a las “mujeres que suelen ser malas”. Surge aquí, por vez primera, el lado taumatúrgico. Dios la había conferido el don de hacer milagros. Uno de los rasgos de su santidad, por el que se la compara a Catalina de Siena, la cual era también de raíz conversa. Provenía de moriscos sicilianos. Hay notables coincidencias con la mística italiana y también con la alemana, santa Gertrudis. Las tres santas mujeres fueron visionarias.
De regreso a su convento en la Ciudad de los Santos y de las Piedras, desahuciada por los médicos, como arriba se dijo, estuvo a punto de ser inhumada pero cuando ya la cera de los cirios funerarios cubría su bello entrecejo, la difunta despierta de su sueño y pregunta a su querido padre que por qué la habían despertado. Durante este tránsito epiléptico20 y en estado de catalepsia con el rigor mortis y ese aspecto de difunto que dan a veces los que padecen gota coral el que llaman padecimiento de los cesares vio el túnel del que hablan muchas de las personas que tuvieron esa misma experiencia. Salió del coma y pidió le diesen de comer. El mal de corazón y las calenturas de las que se queja en sus escritos pudieran ser interpretadas como paciente del fuego sacro, mal de san Marcial o san Antón, una erisipela muy maligna y gangrenosa, común en aquella época. No pocos hospitales fueron fundados en España para acoger a los enfermos del temible fuego sacro.
De esa circunstancia deriva la primera visión. Se le apareció Jesucristo y le mostró los monasterios que habría de fundar y que salvarían muchas almas del infierno21. Padeció, a su decir.
20 Estando apretada del parasismo.
21 Estaba al parecer tan muerta que la hubieran enterrado, si su padre no lo estorbara muchas veces, porque conocía mucho el pulso y no podía creer que estuviese muerta. Y, cuando se preparaban todos para la inhumación, respondía: esta hija no está para enterrar. Al cabo de cuatro días volvió de su sentido y hallase con la cera en los ojos, y los de su padre y hermanos, llenos de lágrimas, que la lloraban ya como muerta.
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Incomportables tormentos tuvo, la lengua hecha pedazos y mordida a causa de los ataques, toda encogida y sin pasar alimento. La enfermedad duró desde el día de la Virgen de Agosto hasta la Pascua Florida y, durante la convalecencia, permaneció tullida tres años. A este período los denomina en su autobiografía la sequedad espiritual.
Todo lo llevó con paciencia. Quería soledad y oración pero en la enfermería con tanta publicidad no había aparejo dello, matiza. Entonces se le apareció el Señor atado a la columna procurando apartarla de las preocupaciones de vana conversación.
Para reinar en el cielo hay que despreciar el propio cuerpo. Sufrir y padecer. Con dolores de parto fueron edificados los muros de Jerusalén. He ahí una manifestación del inveterado masoquismo hebreo, cosa que los españoles de ahora mismo serían incapaces de comprender22. Como Dios sabe de nuestros gustos, hiere en la coyuntura donde más duele. Ella, sin embargo, deseaba la salud. Al punto la abogacía del glorioso San José va a ser el remedio.23 Le llama su ayo glorioso, el amigo que nunca la dejará, mientras viva, en la estacada. En el puerto de las siete revueltas que enmarca su camino tortuoso hacia el Calvario el santo varón, padre putativo del Salvador, será siempre el valedor que corre en todo instante en su auxilio.
Otra información (la aportan sus escritos dejándola caer al desgaire, y como quien no quiere la cosa) es el menoscabo en que eran tenidas las féminas a la sazón. Se las hacía de menos. Los caballeros las amaban, y protegían pero no las tenían demasiado en cuenta. Estaban al brasero, bien guardadas y tapadas, pero encerradas en
22 Acá todo es padecer, no lo que queremos sino lo que nos envían.
23 Nótese la importancia del culto josefino, una devoción que habían traído los conversos. El primer monasterio que funda la madre lo erige bajo su advocación. “Este padre y señor mío me sacó, con más bien que yo le sabía pedir, no me acuerdo hasta ahora de haberle suplicado cosa que la haya dexado de hacer. Es cosa que espanta pensar en las mercedes, que Dios me ha hecho, por medio de este bienaventurado: los peligros de que me ha librado así de cuerpo como de alma. Que a otros santos parece les dio Dios gracia para socorrer en una necesidad, este glorioso bienaventurado tengo por experiencia que socorre en todas.”
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el hogar, del cual no salían más que a misa. Durante la edad media el monacato femenino sufre el acoso del machismo. El convento tenía algo de harén y de cárcel de amor. En su visión del infierno se le mostró a la Santa cómo este lugar era el abrevadero donde caían las almas de monjas y monjes. La reforma carmelitana tiene por objeto evitar que esos centros de oración, donde antes se guardaba a las pecadoras públicas degenerasen en prostíbulos. Y lo consiguió.
Encontramos en la fundadora la plenitud de un feminismo incipiente de fervor católico que explica la razón por la cual las españolas empezaron a dejar la cocina tan sólo fuera camino de la iglesia. Todavía mantuvieron el velo pero ganaron consideración y aumentos como amas de gobierno. Unas cuantas alcanzan grados de bachilleras y van a la universidad. Teresa se convierte en paradigma de mujer de rompe y rasga representante del ordeno y mando a lo divino. La religión sólo era un pretexto para largar amarras, pues, bajo los auspicios del glorioso patriarca José que le concede todo, nunca niega nada, acaba saliéndose con la suya. Apuntamos aquí uno de los enigmas de este corazón encastillado en la virtud que suscita ternuras apasionadas, toda vez que espantos y prevenciones, por sus batallas contra el diablo, celoso de que le arrebatase sus presas, por sus milagros y curaciones extremas. En su personalidad conviven sin aspavientos la cordura doméstica y el fervor de andar por casa con la locura de las visiones y las levitaciones. Los rusos la llamarían una yurodivia24. Estaba anegada dentro de Jesucristo en quien ve no sólo el esposo sino un auténtico libertador. El gran Eleuterio de las mujeres subyugadas. Las simpatías y los odios que suscitaran los libros y la personalidad de la Mística Doctora, que nunca dejaron insensible a ningún hispano, prosiguen hasta la fecha. Sus mentores fueron los miembros de la nueva burguesía de orígenes oscuros, y los detractores la miran con recelo por la falta de alcurnia. Dos ideas irreconciliables alentaban bajo un mismo pecho.
Ella era una mujer de fe. Infatigablemente “tenía puesta la mano en la aldaba del corazón”. Sin embargo, el maligno que no descan24
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sa, infatigable en sus mañas, trató de desbaratar su entereza por lo leve. A medida que fue ganando bríos en su convalecencia parece ser que, siendo una costumbre muy social en Ávila por tales calendas las visitas a los conventos25, Sor Teresa se aficionó a dar palique a sus muchos admiradores espirituales, tras la reja del locutorio, pero en una ocasión, al pasar por la portería del monasterio de la Encarnación, tuvo la visión imaginaria de Jesús atado a la columna llagado y con un brazo hecho girones que, al cruzar hacia el refectorio, la miró, haciéndola recapacitar en su actitud, y dice el biógrafo que estas distracciones inocuas en apariencia representaban los riesgos del pecado mortal porque el “alma iba de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad y de ocasión en ocasión”. Tan fuerte fue la experiencia de tal visión que mandó pintar la representación de aquel Ecce Homo que figuraría muchos años junto al torno del convento de San José. Otra vez, durante la visita de un hombre, vio cómo venía detrás un ser monstruoso. Era el diablo que se había disfrazado de sapo. Lo tomó como un aviso del cielo y a partir de ahí dejó de dar vía suelta a sus antojos. Jamás olvidaría aquel beatífico encuentro con el Cristo de los Azotes.
Nunca cometió pecado mortal ni cayó en la impureza, conservando para siempre el galardón de la doncellez aunque en el corrillo de sus adoradores suscitara pasiones que nunca se podrían calificar de santas26. A pesar de lo cual, lloraría estas faltas leves como si fueran desacatos terribles durante sus días penitenciales, siguiendo el ejemplo de Magdalena, san Pablo, el Rey David, del que también fue ferviente devota, o María Egipciaca, san Martiniano y otros muchos padres del yermo.
En el Libro de Su Vida encarece y exagera estas culpas que debieron ser banales pero que repugnaban a su alma perfecta y llora
25 Los galanes de monjas eran una institución merodeadora de conventos durante la edad media y en esta costumbre se centra el argumento del Tenorio.
26 “La verdad es que de todas sus faltas y culpas no fueron más que alguna liviandad en las conversaciones y pláticas del tiempo que fue seglar y ahora, siendo monja, la tuvo también la mano poderosa del Señor, para que no le ofendiese gravemente ni se viese jamás en desgracia ni enemistad suya”.
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como gravísimos delitos insignificantes y expía con aspérrimas penitencias. Explica Yepes que solía llevar bajo la camisa un “cilicio” de hojalata que trucidaba sus carnes y, a causa de las disciplinas, tenía llagadas las espaldas. Imitando a algunos santos se arrojaba, el cuerpo desnudo, sobre una zarza, o se encamaba entre matas de ortigas. Un día se le apareció Nuestro Señor para encarecerle de no andar al locutorio: “no quiero tengas conversación con hombres sino con ángeles”. Así de claro y tajante.
El cúmulo de penitencias debió de exasperar a algunos de sus paisanos. No paraban de murmurar tachándola de mojigata y ponían el ejemplo de una tal Mari Díaz que en aquella ciudad gozaba a la sazón de fama de santa sin que se tuviere noticia alguna de arrobos y de visiones intelectuales. Algunos de los confesores a los que consulta no sabían distinguir si eran trazas diabólicas cuanto le ocurría o verdaderas inspiraciones de la gracia santificante. Sufre horrores al no poder recabar un parecer seguro. El provincial de los jesuitas, Francisco de Borja, de visita por aquellos días en la ciudad, le saca de dudas. Era un hombre principal “buen servidor de Dios”, letrado, como le gustaban a ella los guiadores de almas. Sin embargo, el mejor espolique que tuvo en esta escalada de la perfección era el propio Cristo que a solas la hablaba. Unas veces, se le aparecía atado a la columna y, otras, sin verle, escuchaba la Santa su voz y sentía su presencia.
Estando un día del glorioso san Pedro en oración vio cabe sí o por mejor decir sintió a N. Señor y veía que Su Majestad era quien la hablaba no porque le viese con los ojos corporales ni menos con visión imaginaria sino porque el mismo Señor le daba a entender que estaba allí pero sin mostrársele.
Con la llaneza, conque cuenta sus embelesos, incluso los más recalcitrantes, tendrían que rendirse a la veracidad. Es un corazón que habla, el de una pobre “mujercilla flaca y ruin y temerosa como yo” y no parece envuelto, habida cuenta de la cordura de la santa, en fantasmagorías y alucinaciones.
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Sus confesiones manifiestan sabiduría y familiaridad en el trato con Dios. Conque, unos días las visiones son imaginarias y, otras, reales como la que refiere en el capítulo XXIX de su “Vida” refiriendo su acorralamiento e incomprensión:
Vime estando en oración en un gran campo a solas, alrededor de mí mucha gente de diferentes maneras, que me tenían rodeada, todas parece que tenían armas en las manos para ofenderme, unas, otras, dagas, otras, lanzas, otras, espadas, otras, estoques muy largos. En fin yo no podía salir por ninguna parte sin que me pusiese a peligro de muerte y sola sin persona que hallase de mi parte. Estando mi espíritu en esa aflicción, que no sabía que hacer, alcé los ojos al cielo y vi a Cristo27 no en el cielo sino bien alto de mí en el aire que tendía mano hacia mí y desde allí me favorecía, de manera que ya nada temía a la otra gente, ni ellos, aunque quisieran, me podían hacer daño.
Nada podrá el mundo contra la virtud aunque parece que tengan todas las armas de su mano. Dios lo puede todo. Fue la peor persecución que tuvo y venía de parte de amigos y parientes en su ciudad natal, pero de Jesús también decían lo mismo en Nazaret sus paisanos. ¿No es este el hijo del carpintero? Esta idea de la divinidad socorriendo al pobre y al desvalido es una constante soteriológica de raíz profundamente cristiana y es la filosofía central del canto del Magnificat. El demonio quiso contrahacer tales visiones haciéndose pasar por el Señor, pero, por ciertas señas, colegía que la luz no era la misma ni la majestad aterradora que inspira el Salvador de los hombres pudiera alcanzarla el Pateta con sus mañas. Dichas declaraciones son una demostración apodíctica de las ardides malvadas del Príncipe de las Tinieblas con sus marcadas tendencias a seducir, pues se hacía pasar, en el paroxismo de la impostura, por sensato. Por eso le llaman separador y mentiroso: δίαbλος (el que enfrenta a unos con otros) Porque el ángel caído presume de lo que carece. Los santos poseen un olfato especial para advertir su presencia.
27 Lo vio en carne gloriosa
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Ella fue una de las pocas personas privilegiadas que han visto al Señor y tanto impresionó su imaginación que encargó a un pintor de cámara, Juan de la Peña Racionero, salmantino y amigo suyo, que plasmara aquella imagen en un cuadro.
Estas mercedes divinas, en que su Amado se le mostró en su naturaleza radiante, con el diablo intentando contrahacerlas, reconducirlas, o imitarlas, porque algo temía y quiso llevarse el gato al agua, duraron tres años. Al cabo se le apareció aquel famoso serafín, pequeño más que grande, que esgrimía un dardo de fuego con que horadaba las entrañas, penetrando con placer y al mismo tiempo con dolor. La descripción de esta visión tiene todavía intrigados a los estudiosos de la psique humana. Es evidente que hay en el retrato del serafín aspectos que ladean lo venéreo. En cualquier caso, el erotismo del relato con que se describe la visión del heraldo celestial y cómo la trata, parece innegable. Un confesor, esta vez jesuita, le ordenó, bajo pena de excomunión, de resistir a tales visiones por sospechar de demonio28. Y aquí tenemos a la pudorosa penitente, por su voto de obediencia, observante de las recomendaciones de su director y en cumplimiento de lo que su padre espiritual le ordena, que cuando ve acercarse el demonio a su aposento le hace una peineta. “Yo le daba higas en sintiéndolo venir”. Pero en ocasiones y como ella cumpliera a rajatabla los consejos del Padre rector—tremendo error— no era el tentador quien se acercaba sino su amado Jesús “que reía contento” viendo a la vidente afanada en hacer el signo del macho cabrío con los dedos.
Debía de sentir escrúpulos porque llegó a pensar que se estaba burlando de su mismo Dios y Señor con tales gestos, más propios de verdulera del Mercado Chico de los martes, que de monja recoleta de la Encarnación Calzada, pero ella se debía en, para, y por entero, a la obediencia. Le pedía, al verlo tan lastimado, que la perdonase, puesto que lo hacía en aras de sumisión a la voluntad de un superior, pues para ella el confesor era el representante de Dios en la tierra.
28 Le mandó que le diese higas y que se santiguase cuando se le representase un espectro.
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Y pudiendo su Majestad dar luz a los confesores para que conociesen que era él, el que tan amorosamente se aparecía y regalaba a su sierva, permitió que en esto se engañase, para que se entendiese que en esto eran hombres, y ella más que mujer, pues probada con tan rigurosos mandatos, obedecía como un ángel, no paró aquí su trabajo, que, como los confesores, habían aferrado en que era demonio, no se contentaron con las pruebas que habían hecho, sino que trataron también de quitarle la oración. Y de esto escribe la santa que se había enojado Cristo, y les dijo, que les dijese que aquello era tiranía.
Sintió la llamada y la siguió pero nunca pudo desceñirse del talante de la astucia. Sus reacciones aparentan candidez pero en todas ellas hay una intención secreta para defenderse de las imputaciones de superchería. Era tiempo de videntes y de pitonisas. Por doquier afloraban monjas extáticas y vulneradas, enajenaciones y raptos a cargo de la gente simple, que, sin conocer el Evangelio del todo, se apasionaba por todo lo relacionado con la teología. Ella pone, para guardarse las espaldas, en boca de Jesucristo, que se le aparece, algunos reparos a los confesores díscolos que la hostigan y maltratan o simplemente sospechan. La confesión auricular viene a ser una prolongación del brazo largo de la Inquisición, genial método de control de las conciencias. Consigue con sus añagazas burlarlos o encandilarlos. Aquí se manifiesta el talante libérrimo e independiente de esta mujer que acaba casi siempre saliéndose con la suya. Era muy santa pero también muy lista. Siempre da muestras de su ingenio y de sentido común, nunca de torpeza, y tal vez esto prueba que Dios estaba con ella. Argüida de embustera, y menudeando las críticas contra su persona, no merma por ello su deseo de sumirse en el inmenso mar del amor. Orquesta la huida hacia delante. Teresa se desentiende, se ensimisma, no hace ni caso.
Para vencer al príncipe de las tinieblas, a menudo embutido en un roquete de clérigo que se sienta en el fielato de pecados y penitencias, “traía siempre conmigo una cruz”. En ella aparecieron un
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día misteriosamente tres gemas preciosas, para maravilla y embeleso de algunos lapidarios que no pudieron explicar este desacato a la luz de la razón y lo atribuyeron a práctica diabólica. Ella ganaba la partida al tentador al grito de “vade retro”. Cristo en persona le había regalado una cruz de su divina pasión con un engaste de perlas preciosas.
Las dudas se prolongaron durante casi tres lustros; al cabo de este tiempo de prueba, durante el cual el Maestro de Justicia acendraría su virtud como el oro en crisol de platero, aflojaron las dudas y embelecos. Cesaron las hablas, Ávila se volvió muda después de los trastornos que conmovieron a la villa con motivo de sus trances, remitió la general hostilidad que habían suscitado sus intentos de reformas. Le quedaban otros muchos bancos de pruebas, sobre todo Sevilla, donde la tribulación fue aun mayor, porque allí estuvo a punto de seguir los peldaños del cadalso, émula de otra veora famosa, Magdalena de la Cruz, que quemaron por impostora. La santa siempre siente escalofríos al recordar los ardores del sol andaluz que estuvieron a punto de abrasarla y de perecer su reforma. Por el momento, entre sus paisanos, enmudeció el vilipendio de los detractores, “subió la luz a su lugar, que deshizo la niebla, declarase la verdad” y Teresa no volvió a ser importunada. A partir de ahí comienza un trienio glorioso de celestiales dádivas (levitaciones, arrobamientos, visiones intelectuales e imaginarias, transfixiones) Se le aparece Cristo en persona, varios ángeles, la mayor parte de los profetas, san Martín y san Andrés y a santo Domingo de Guzmán al que vio en una cueva de los desmontes sobre el Eresma, y que todavía hoy se conserva como sede de una universidad segoviana muy cerca de la cuesta abajo del convento descalzo que fundara ella en Segovia y donde santa Teresa bajaba a oír misa. Gozó de la presencia de estos seres extraterrestres con evidencia que llaman los teólogos “atestiguante”, que es un grado menor que el que se permite a los bienaventurados que rodean al Padre en cuerpo glorioso. Subió con san Pablo al tercer cielo, y así nos lo dice; describe a la Trinidad representada por un hermoso mancebo, unas veces, y, otras, como
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una paloma, pero no como las de la tierra, sino mucho más blanca, y con tres joyas preciosas refulgiendo, al batir de sus alas.
Explica cómo puede ser esto con la parábola del agua que siendo de naturaleza pesada y material al contacto con el fuego se vuelve nube. Así el alma que ve a Dios se transforma, tiende a levitar, a perder los estribos y soltar las amarras que la constriñen a la materia, y empieza a subir a una atalaya desde donde se descubren las laderas del principio y del fin. La personalidad se desdobla, los cabellos se erizan, el aliento pierde huelgo, las canillas parece que se parten, el corazón de ternura se esponja y las piernas flaquean bajo el dominio de la celestial embriaguez.
Los raptos le dejan sin sentido y duran horas, hasta días enteros. El propio Padre Yepes asistió a algunos de ellos y así lo hace constar en su biografía. La madre fue izada de repente hasta la altura de una de las ventanas del coro, tras recibir la comunión y quedó en transporte; su cuerpo se mecía como partículas de polvo en suspensión bajo la caricia del sol oblicuo que penetra en una sala, o plumas en las alas del viento. La frenología es aun ciencia en mantillas y puede que esta quiebra momentánea de las leyes de gravitación universal pueda ser explicada por alguna causa psíquica aun sin descubrir. Hay conductos de la mente, (y en el cerebro humano todo es químico), que yacen oscuros. No se ha descubierto todavía la causa por la cual los sonámbulos son capaces de andar kilómetros sin perderse o los beodos aciertan en el camino de retorno al hogar teniendo enajenados todos los sentidos. ¿Tuvo que ver la gota coral que padeció desde niña con estos trastornos y elevaciones?

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1) Una frágil salud de hierro. Los éxtasis mejoraban su condición.- 2) El diablo termina por cansarse, en su afán de dar a la Santa carena. Sin embargo, en su ciudad natal la ponen motes; la llaman maga, jorguina, histérica.- 3) Quibla coránica. Moriscos y marranos siguen practicando en secreto sus creencias.- 4) El cisma luterano.- 5) Símbolos y picotazos del águila calva de las Rocosas.- 6) Telequinesia. Familiaridad con ángeles y con santos. Comunicados con el más allá. Estuvo junto a su hermano Rodrigo confortándole en los últimos momentos mientras agonizaba en Buenos Aires a causa de la flecha de un ataque indio ¿por un prodigio de bilocación?- 7) Llevó a Jesucristo esculpido en los senos.- 8) Expurgos y milagros.- 9) Los clérigos al principio pusieron en duda sus locuciones con el cielo.- 10) De lo que le aconteció durante una sermón en la iglesia de los dominicos de Santo Tomás de Ávila.
Por aquellos días, la noticia de todos estos sucesos pasmosos que ocurrieron en el convento de La Encarnación tuvo a la ciudad en vilo. Fervores y recriminaciones se alternaron, dividiendo a los abulenses en dos bandos. Más tarde también España quedaría seccionada en dos facciones por causa de esta santa como hemos visto en la gran polémica sobre el compatronato, piedra de escándalo de
CAPITULO III
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la católica nación durante el s. XVII, hasta el punto de que ella misma pidió al Señor que no le granjease aquellas mercedes que ponían su nombre en entredicho. Ella no quería ser centro de atenciones. Parece ser que sus plegarias encontraron acogida allá en lo alto y no volvió a experimentarlos con la misma frecuencia e intensidad de antes. Sólo lo sintió por una cosa, pues dice que durante los raptos cesaban al punto todos los dolores de su cuerpo. Está demostrado que, cada vez los tenía, su salud mejoraba. Cuando desparecieron las visiones, volvieron los achaques. Entre el vulgo, unos la adoraban, otros condenábanla por hechicera y farsante y algunos la compararon con alguna de las hechiceras, ensalmadoras, videntes tan populares en la época de Felipe II. Con lo que, habiendo cesado los arrebatos espectaculares, el vulgo, que es de habitual condición murmuradora, empezó a dejarla en paz. Y esto es lo mejor que le puede ocurrir a un verdadero místico, siempre en guardia contra la publicidad. A la Madre le gustaban poco las cosas de la tierra, lugar de destierro pues, como aseguraba ella, el paso del alma por este mundo no es más que una mala noche en una mala posada, y, de posadas incómodas y de posaderos malsines, ella sabía un rato, a efectos de su trajín andariego por tantos andurriales. Al fin obtuvo señorío sobre los diablos y las cosas del mundo “que no se me daba dello más que de las moscas”. Volvió a las soledades claustrales y se convirtió en ese pájaro solitario sobre el tejado que cantara el Rey Poeta: “Vigilavi, factus sum sicut pásser in tecto”29, para gozar de esa forma más del Esposo a sus anchas.
Todo cuanto cuenta y cómo lo cuenta responde a ese concepto especial que han tenido los hispanos, nacidos en un solar que ha sido caleidoscopio de razas, de cristianismo táctil, humanado, sensual, con todo el recargamiento barroco en su espiritualidad exuberante, de retablos que estallan y se retuercen en columnas salomónicas y enramadas de parras de corinto, de nazarenos compungidos, vírgenes traspasadas de siete cuchillos, portando en andas, angelitos que vuelan, y toda una cargazón y granazón simbólica de la prosa mística que es como un estallido.
29 Quedé vigilante como pájaro encaramado en el tejado.
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Dios entrará por los sentidos, apela a los ojos a los oídos y al tacto. Es un Dios sensual y encarnado. Nunca conseguirán entenderlo los musulmanes ni los judíos que no se atreven a pronunciar el nombre de la divinidad porque les da espanto. Se trata de una forma de concebir la religión más visceral que racional, donde el dogma se vuelve espectáculo y auto sacramental, para confutar el error, para arrancar las malas hierbas que crecían en este jardín espiritual de la Piel de Toro y para ahogar los resabios del fanatismo sarraceno o alzarse sobre la ostentación exhibicionista del converso, que tuvo que aparentar y abjurar de su vieja Ley en público, por más que de puertas adentro la siguiera practicando. Poco sabemos lo que ocurría dentro de los patios, pero las longanizas colgaban en el estragal y las santas imágenes velan sobre los arcos cimbrados de las portadas. Mientras, ladinos, decían aquellos cristianos nuevos, para su capote, que las imágenes no eran más que trozos de piedra o escayola y las cruces dos leños entrecruzados Se da la circunstancia de una doble fe, se impone el doble juego. Una doble personalidad. Bajo este caparazón de acomodo con la boca chica a las verdades y mandamientos de la santa Madre Iglesia –con la grande algunos se carcajean o pretenden volverse más papistas que el Papa- subyace una obsesión por los dineros de San Pedro, las anatas, estipendios, las donaciones por encomendar a los difuntos, el diezmo y la primicia y las rentas que hicieron posible esa plenitud.
Los sarracenos que solían morar en las casuchas en torno a la iglesia de Santiago, reducto morisco en la Ávila coetánea a estos hechos, seguirían practicando en secreto sus ritos: cuatro prosternaciones diurnas y la llamada al azalá en que el almuédano convocaba a los creyentes a la oración del “izdán”. Su voz quedaría ahogada por el tañido de las vibraciones del bronce en los campanarios cristianos convocando a vísperas Con todo y eso, los fieles al Profeta, que programaba un código de vida más fácil porque demandaba menos renuncias y prometía y permitía el deleite, el paraíso de Alá para los fieles y el infierno y la muerte eterna para el infiel, seguirían aferrados a sus viejas prácticas. Es un credo el suyo más fácil
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de aguantar, halaga los sentidos e incluso deja algunos cabos sueltos a la hora de pactar con los bajos instintos. De origen selenita es la mentalidad del Corán en cuyas páginas la luz del sol parece que se refracta y rinde pleitesía a la parcialidad. Eligieron por día santo el viernes que era el dedicado a Venus en la antigüedad. Por eso el moro puede resultar lascivo, vengativo e incluso perverso. Dentro de los patios sonarían las recitaciones anhelosas de suras alcoránicas como una aceptación del destino inexorable con miradas para la quibla medinense. Cumpliendo al pie de la letra los preceptos funerarios, seguirían orientando sus tumbas hacia el naciente y enterrando a sus muertos de medio lado. No admite réplicas. Es un lo tomas o lo dejas. Si no crees en Alá, eres un perro. Como no le adores, te paso a cuchillo. Y sus sacerdotes en las mezquitas rezan inclinados ante el libro sagrado de Mahoma, puesto debajo de un repostero verde del que cuelga una espada. Y en los cuernos de su luna apunta algo siniestro.
Con todo, no se explica el fácil arraigo que obtuvo y la súbita propagación en muy poco tiempo por la Ecúmene (mundo conocido) arrebatándole clientela al cristianismo y espacio vital. Hay quién ve en esta excepcional divulgación del credo muslímico una punición divina por los pecados y desavenencias de los visigodos enzarzados en querellas, un castigo que vino de arriba para los arrianos, lascivos, litigantes, murmuradores y envidiosos, y recontrajodidos. Y, a pesar de todo, bajo esta complicada parafernalia late - y aquí viene otro de los enigmas- un anhelo de evasión de la realidad, en menoscabo de las cosas del mundo, que son perecederas. Y el enigma puede explicarse por una serie de claves biorrítimicas. España, en estado de éxtasis, un fenómeno psíquico que parece una desconexión con la inteligencia, se había convertido en símbolo de la victoria de la cruz, cuando sobreviene el cisma luterano. El triunfo sobre el elemento semita había costado ríos de sangre desde Guadalete a Santa Fe, varas y varas de tela para los crespones de luto, mares de lágrimas. Ocho siglos de pelea. La reconquista es un tiempo enardecido. En ninguna otra época ni en nación alguna se
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había producido un triunfo tan rotundo de la cruz sobre la media luna. Esto no se lo perdonarán a nuestra España los que aspiran a un gobierno mundial. No olvidarán que aquí sufrieron una derrota las Fuerzas Invisibles. España aplastó los candelabros bajo el casco de los caballos de sus guerreros. Hicieron trizas los triángulos y mandiles de la masonería
El águila calva de la Unión norteamericana es calco simbólico del águila caudal castellana, la que vio el evangelista en Patmos cuando escribía el Apocalipsis; el ave genial, multípara y nutricia de pueblos, que campea en el escudo de los Reyes Católicos, ostentando en el pecho los escudos de los siete reinos y debajo, cabe un flanco, el yugo de la labor y las flechas del poderío. Los americanos mimetizaron la enseña imperial castellana. Se ha suprimido en el lábaro estadounidense el yugo que unce a una empresa común, sustituyendo al amor por el miedo, como si dijéramos. Al águila calva de las Rocosas se la alargaron las garras que aprieta en sus zarpas como si fueran misiles en su aljaba, mientras el pico es más curvo y pugnaz, apéndice de un animal carnívoro con ojos que amenazan y fulminan como los del basilisco. Son dos formas diferentes de concebir el señorío. Mientras el ave rapaz de Patmos acoge a los pueblos bajo sus alas, el águila masónica de Jefferson los devora, pero también el águila calva de las Rocosas caerá un día abatida a los pies de su ballestero correspondiente.
La hija de los Cepeda viene al mundo sólo unos meses más tarde de fallecer Fernando de Aragón, artífice de la unidad patria, en el seno de una familia de sangre nueva, pero que siente en sus venas la pulsión de ese ardor mesiánico de Israel, injerto a la cepa hispana. Ese fue un poco nuestro triunfo de gloria y nuestra gala y ahí reside una de las claves para explicar el mito teresianista: que las tres culturas en la personalidad de esta humilde monja, tan debatida en su tiempo, se transfundan y adunen. Nunca pudo sonar con más propiedad que aquí el dicho de “ex pluribus unum”. Cuando yo muera todo lo atraeré hacia mí que dijo Cristo. Ese es el sueño. Y, —atención— la enajenación de todo un pueblo fuera de sí y
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adorando al verdadero Mejías, Jesús de Nazaret, que mejoró la ley de Moisés y de Mahoma, supuso un esfuerzo tamaño, que deparó nuestra decadencia. Mi reino no es de este mundo. Ahora de lo que se trata es de invertir todo ese orden sustituyendo el empeño de sueño mesiánico en la tierra que simboliza el águila de Patmos, elegida como representación de España, por la pesadilla en que viven nuestro país: los hombres y mujeres de bien. Su hermanastra el águila calva de las Rocosas nos amenaza. ¿Querrá consumar la tarea que empezó la masonería en 1898? Sus revoloteos en semicírculo ceñido sobre la geografía patria, disgregada por las autonomías y por la resurrección forzosa de lenguas regionales –regurgitación, más bien- olvidadas, que, en lugar de unir, separan, avisan de un ataque contra el orden católico. Quiere también esta ave rapaz a la SRI entre sus garras. Nos tenían ganas. Ya está visto. Por el momento es intensiva su labor de zapa en las cavas vaticanas. Nunca perdonarán tampoco a Teresa. Las visiones, una suerte de entrada en el mándala, el círculo blanco de los hindúes y en ese estado sobreviene el crepúsculo del pensamiento, y al que se extasía ya todo le da igual porque alcanzó las cumbres de la indiferencia, desasimiento, desapego, que tuvo la Santa a los no iniciados, les sonarán a extraña algarabía, porque estas cosas, al querer entablar una apologética de vivencias místicas, equivalen a un hacer la higa a la razón. Ellos dicen que vivimos en el mejor de los mundos posibles y más allá de lo que se ve se extiende el campo de la duda. Es decir: no hay nada. No entienden el lenguaje divino, como explica San Juan de Ávila en una carta personal a Teresa de Jesús:
No tienen razón los que por sólo esto descreen estas cosas, porque son muy altas y parece cosa increíble abajarse la majestad infinita a comunicación amorosa con una de sus criaturas. Y así he visto a muchos escandalizados de Dios en sus criaturas, y como están muy lejos, no piensan hace Dios con otros lo que con ellos no hace.
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Sin embargo, ella se interna en un inmenso laberinto de fenómenos paranormales, que constituyen casi una vivencia cotidiana, contada con la naturalidad y despejo que le fueron propios, como lo pudiera hacerlo un ama de casa que hace inventario de sus existencias en la alacena o parla de las enfermedades de sus críos. Esa era Teresa: una española que no se parece al resto, siendo toda ella tan españolaza, tan maternal, tan divina y tan humana y las cosas que dice son tan sabrosas que “no saben al entendimiento de mujer, que de ordinario suelen ser cosas rateras de poco tomo y sustancia”, agrega Yepes.
En este tiempo se consuma el matrimonio espiritual y ella navega a velas desplegadas por el océano del Verbo humanado, al que
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trata con la familiaridad de un buen marido. Cristo se le aparece en persona y le muestra un día el infierno y otro el purgatorio30. La meditación sobre los pasos de la Pasión representa para ella una fuente de delirios. ¿Realidad objetiva o proyección formal de nuestra personalidad atávica? Teresa en sus visiones corporales llega incluso a tocar con las manos los clavos y las espinas, palpa al tacto el haz de azotes o vérbera (látigos de clavos en las extremidades) conque fue flagelado el Salvador. Observa cómo comparece entre salivajos y abucheos en el pretorio. Experimenta cuantas sensaciones que tuvo aquella tarde del primer Viernes Santo en el Gólgota, escucha los diálogos de los soldados y ve al centurión nervioso, porque se hace tarde, y entiende las blasfemias en hebreo que pronunciaron los sayones. Percibe el clamor de la turba envalentonada y descreída, para, acto seguido, acudir a consolar a José Arimatea, que presencia las escenas del brutal deicidio desde lejos. Luego, en otra secuencia de milagros, cuenta con el privilegio de ver a Cristo resucitado y a los apóstoles los conoce por el nombre y por el rostro y pudo saber, mediante telequinesis mística, cómo era la fisonomía corporal de muchos santos. Entre ellos les había hermosos, guapos, feos, de aspecto horrible y “del montón”. Eran hombres y mujeres como los demás pero superdotados en voluntad para lleva a cabo su compromiso con lo que manda la escritura en grado heroico.
Hablaba por conducto del don de lenguas (glosolalia) recién otorgado con todos ellos, en arameo, en francés, en alemán, en griego o en italiano. Leía el Nuevo Testamento y hablaba en latín sin haberlo estudiado, sólo por encima. Desfilaron por su retina los diez mil mártires de la Legión Tebana. Pudo comunicarse con sus padres, don Alonso y doña Beatriz de Ahumada, que estaban en el cielo, y con su hermano Rodrigo - otro portento de bilocación-, al que ayudara a bien morir, estando a su lado en el lecho de muerte, cuando el valiente soldado don Rodrigo de Cepeda y Ahumada,
30 Hasta Catalina de Siena ningún padre de la Iglesia habla de este lugar cuya existencia se incorpora a la doctrina católica teniendo que vencer algún que otro obstáculo. Entre los ortodoxos nunca se menciona al Purgatorio.
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miembro de la expedición de Garay, expiraba en Buenos Aires, víctima de una flecha enherbolada disparada por un indio. ¡Cuánta fe!
Vivía en la amistad del Criador que invitaba a Teresa a su casa. Y a la Trinidad, siguiendo este orden de gracias particulares, pudo diquelarla. Se le apareció en forma de bello mancebo que le regaló su túnica llena de perlas, una de las cuales fue a parar a don Rodrigo Álvarez de Toledo, Duque de Alba, que la portó a manera de escapulario o detente bala en Flandes, durante sus campañas31.
El rocío celestial se desparramó por su vida y era como si llevase a Xto esculpido en sus senos. Teresa no queda libre de algunas demasías en que incurrieron no pocos alumbrados de aquella centuria que se jactaban de amar a Dios en el delirio del paroxismo de los desposorios místicos como si a un verdadero galán se tratara, hasta el punto de sentir celos de la Virgen María o de María Magdalena a la cual cumplió el honor de acariciar su cuerpo y de ungir sus pies. Eran celos piadosos, claro está, pero no por eso se desciñe toda esta atmósfera de un cálido vapor caliginoso, que causa extrañeza a un cristiano de nuestra época donde los sentimientos religiosos tienen resonancias diferentes o van por otros cauces.
Por ejemplo, cuesta entender bien aquello del purgatorio o el de las llamas del infierno, tema inagotable de los predicadores del siglo XVI, ora católicos, ora protestantes. Entonces se tenía a la divinidad acotada, para consumo propio, en uso exclusivo, encerrado en el Sagrario donde se reservaba el derecho de admisión. Ahora la horma es más intelectual, se siente de otro modo la presencia del Salvador en la historia aunque sin llegar al “enjesusamiento” de los reformistas que tuvieron sus precursores en los caterinati (32) y los jesnatos, movimientos místicos italianos del s. XIII. Algunos de ellos parecían locos a lo divino y proferían gritos entusiastas que hacía exclamar a algunas novicias en el coro “quiero tener un hijo tuyo” y en algunos conventos se sentían los jadeos del orgas31
La Casa de Alba es la gran mentora de la reforma descalza y secundó y pagó con dineros la rápida canonización de Teresa en 1621 contribuyendo entre los españoles a difundir el culto teresiano
32 alumbrados italianos que seguían a ka estigmatizada dominica santa Catalina de Siena
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mo místico y a otras, dominadas por pujos de celotipia espiritual, exclamaban ante una talla de la Virgen: “Tú eres su madre, yo soy su esposa”. Todo esto nos suena extraño, excesivo y de mal gusto al día de hoy. No se olvide, empero, que este es un tiempo donde la religión se mascaba e incluso las fregonas se ocupaban de disputas teológicas. Ella miraba para una de las santas mujeres con cierta prevención hasta que un día expresamente mandó a decirla Jesucristo en una de sus comunicaciones:
—A ésta la tuve de amiga cuando moré en la tierra, pero a ti te tengo de amiga viviendo en el cielo. Soy todo tuyo y tú toda mía. Yo me llamo Jesús de Teresa.
La colación o explicación de tales arrebatos parece que fue expurgada del Libro de Su Vida. Aun así, el Padre Yepes da cuenta de ellos, y comenta que el 24 de julio, fiesta de la famosa penitente, María Magdalena, siempre solía Teresa recibir gracias especiales.
A exabrupto suenan tales mociones a oídos contemporáneos, poco afinados para familiarizarse con estos agudos de la algarabía celeste. Por ello, se comprende el escandaloso impacto que debieron de provocar entre sus contemporáneos, puesto que, ya va dicho, la linea de frontera entre la aberración y la corrección se delimita mediante un muy delgado muro. A no ser por los buenos oficios de algunos prelados como Pedro de Alcántara, o del provincial de los dominicos, García de Toledo, o de san Juan de Ávila que supervisa algunas de estas visiones, o del Inquisidor Salazar, que fue lenible juez para con su persona, o el jesuita confesor suyo que la avala, o la ilustre Guiomar de Ulloa, de linajuda y piadosa casta, que la encubre, es muy probable que Teresa hubiese caído al otro lado de la cerca, o que no hubiese subido nunca a los altares, convirtiéndose en una de tantas “veoras” como había en aquellas décadas prodigiosas e iluministas de la centuria decimosexta española. Dios estaba con ella, a pesar de estos excesos. La obra de las fundaciones así lo demuestra. Fue un tejer y destejer el hilo de Ariadna, con la rueca siempre a punto, el crucifijo a mano para acometer la batalla contra una serie de dificultades de carácter diabólico y en
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cuya resolución vuelve a verse la intervención divina. Es durante la fundación de su primer monasterio cuando ha de vérselas con mayores resistencias,venidas de sus conterráneos. Se cumplió el axioma de ¿quién es tu enemigo?... el de tu oficio. Y que nadie es profeta en su tierra. Fueron los curas y los frailes (casi un centenar de instituciones religiosas había en Ávila en 1538 con una población de cerca de cinco mil personas consagradas) en comandita con un sector del pueblo los que trajeron a la Santa por la calle de la amargura. Cuando propuso a sus hermanas de la Encarnación la idea de volver a la pureza primigenia de la orden establecida por san Alberto en 1171, siguiendo el modelo de Hilarión y de Basilio, con una regla durísima que fue mitigada por Inocencio IV en 1431, algunas hermanas casi la tiran de los pelos. Iban diciendo por ahí que si estaba loca.
—Tiene ganas de figurar y recaudar las rentas de la fundación.
—Mira la beata ésta con sus arrobos.
—Eres embustera e hipócrita, tú, mosquita muerta.
Hubo de sufrir especies y puyas de esa índole. Teresa nunca perdía la calma. Una vez fue a escuchar un sermón pronunciado por un dominico en Santo Tomás. El predicador se despachó a su gusto y miraba con ojos fulminantes hacia ella, lanzando invectivas y andanadas contra aquellos que dicen ver a Dios y a la Virgen. Fingen raptos con ánimo de figurar. Traicionadas, por su soberbia, marginadas, serán anatema para la santa romana iglesia. “No se salvarán por muchos rosarios que recen. Sus súplicas serán en vano. No les servirán sus rezos de nada. Caridad es lo que han falta. Amor a los hermanos”. Suele acontecer que estos murmuradores farisaicos reclaman del otro una caridad que nunca practican ellos mismos, viendo sólo la paja en el ojo ajeno. El bueno del dominico parecía estarse predicando a sí mismo. Subía al púlpito para escucharse y, recomendando la caridad y el amor fraterno y otras virtudes de las que hablaba, seguramente no las ponía en práctica.
Una hermana de la Santa que la acompañaba a aquella novena se revolvía en su banqueta, cerca del hachero, enfurecida por las
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andanadas contra la profesa lanzadas por el fraile déspota, por no increpar al predicador, se levantó y salió de la iglesia. Sin embargo, la aludida escuchaba con atención y compostura, como si las invectivas y anatemas que lanzaba aquel energúmeno no fuesen con ella, aceptando con humildad el mortificante varapalo. La soberbia e impertinencia es mal arraigado que arranca de muy atrás y suele encaramarse a los púlpitos. Es liendre de las sacristías y polilla de los monasterios. También se cuela el viento diabólico por las rendijas de los confesionarios. Con el mismo tesón hoy que ayer y, para escándalo de fieles cristianos. Se percibe un cierto abuso de poder, falta de tacto en estos priostes echacuervos que más que ejercer su ministerio ostentan una poltrona. Peroran y catequizan sin ton ni son, émulos de Fray Gerundio de Campazas, parecen jatibes o imanes -los moros no sólo trajeron a España las jotas sino también los púlpitos a la religión- fundamentalistas... pero no del verdadero fervor cristiano sino que predican los derechos humanos, la filantropía y un materialismo táctico que ordena dar cobijo a los millones de desplazados de las guerras que organizan las fuerzas oscuras en paises como la desgarrada Siria que fue la primera nación catecúmena. Estos pobrecitos son las víctimas sacrificiales de las contiendas de Obama, en su apoyo incondicional al estado sionista. Hay en estos oradores una falta de decoro y una insolencia que tiene poco que ver, no sólo, con la doctrina sino con sus conveniencias, y, encaramados en el estrado, vociferan jupiterinas sentencias echando mano de la sociología y de los derechos humanos, que les hace semejantes a Zeus, tronitonante desde el Olimpo. Se empeñan en demostrar saberlo todo. ¡Si serán ignorantes!
A quien esto escribe, que es de siempre muy devoto del Rosario, le ocurrió una experiencia tan pesada como tuvo la Madre en 1571- esto era en la primavera del 2000- cuando un párroco que yo tenía por persona piadosa empezó a despacharse a su gusto contra el rosario:
—Aunque reces veinte rosarios al día no te vale nada- decía don Aniceto un cura de la nueva ola aunque ya no tan joven.
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Y yo quieto.
Él no rezaba ninguno porque lo había suprimido del culto por las tardes. Cerraba la iglesia. Decía que eso del rosario era cosa de beatas. Mucho me mortificó con su petulancia aquel cura, que jamás vestía de talar, y andaba por el pueblo con la boina, calzaba zuecos, como un labrantín más, y en las fiestas y romerías tomaba vasos de sidra y bailaba con las mozas. Por lo visto éste era el nuevo estilo del Concilio.
Un domingo de cuaresma dedicó más de cinco minutos de su homilía a ponerme como un trapo. ¡Trágame tierra! Yo no sabía cómo reaccionar, para dónde mirar, o dónde poner mis manos. Aquel Orlando furioso debía de haberse enterado a través de las mujercillas que le hacen corro, y don Aniceto por aquí y don Anselmo por allá, que dicen tiene buen cartel entre las vecinas y poco respeto por la mujer del prójimo, y declaró su disgusto al enterarse de que hay “uno por ahí que reparte rosarios de cuerda con sartas blancas que relucen por la noche que va a eso de las apariciones del Escorial” y eso no está aprobado por el obispo, no son benditos esos rosarios. Yo los suelo repartir entre los enfermos, y allí, donde barrunto algún peligro o añagaza del enemigo del género humano, pongo los dieces de esta sarta de cuentas maravillosas que tanto bien deparó para la humanidad. Le debió de molestar al Aniceto por creer que atentaba contra sus competencias de padrinazgo espiritual entre su grey y por eso echaba sapos aquella mañana en misa de doce. ¡Vaya por dios!
Estuve en un tris que no me levanto y abandono la asamblea en medio del Santo Sacrificio. Una fuerza me retuvo, aunque, al salir, me mojé bien los dedos y la frente en la pila del agua bendita, para espantar los malos pensamientos. Su dejadez o el poco tacto de estos nuevos predicadores de vereda echan a los feligreses de la iglesia. El maligno odia la práctica devota del Santo Rosario que salvó a la catolicidad de tantos peligros y que en muchas iglesias ya no se reza. Don Aniceto era medio tonto.
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Al igual que entonces, ahora, corren tiempos recios. El siglo XXI está pidiendo una reforma de raíz, acaso un nuevo concilio que ataje la desmesura y postración en que se encuentra la verdadera religión bajo la amenaza de sus enemigos seculares como el laicismo, la secularización y la falta de sacerdotes... Uno no puede por menos de añorar mejores tiempos cuando los fieles cristianos creíamos que nuestra religión, aunque fuésemos tibios creyentes, era la verdadera. Madre Teresa, estás de actualidad. Apiádate de la SRI e intercede por ella ante el Altísimo. Vela por tu España a la que como patrona celestial, proteges. Padeciste en tu propia carne las mismas dolencias que hoy soportamos. Estuviste sola y sin
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arrimos, pero Él estaba a la mira, velando por ti. Te guardaba. Esta protección de la divina Providencia es la que nos infunde, a muchos esperanza en esta hora difícil. Quizá tengamos que huir como tú al desierto carmelitano para encontrarnos con el rostro de Cristo. En dicha huida estuvo la clave del éxito de la Descalcez.
El demonio enredaba y la Encarnación estaba en pie de guerra contra la sor reformista. Corrían tiempos recios, insistimos, y el provincial Salazar deshoja la margarita sobre si conceder licencia de abrir una sucursal del Carmelo ciñéndose a las capitulaciones sinaíticas, o permitir una regla más relajada. María Ocampo, su sobrina, recién ingresada en el noviciado, estaba dispuesta a acompañarla en la empresa fundacional. Guiomar de Ulloa, dama principal, promete dineros. Luego se volverá atrás, cuando su confesor la niega la a absolución por andar en amistad con la monja rebelde.
Pero sigue escuchando la voz interior y ante la duda de a quién obedecer, si Dios, si a los hombres, se decide por la primera de las opciones. Guarda silencio y se somete a la obediencia de Salazar. Todo se vuelve inconvenientes y pegas. Incluso, un sobrinillo suyo, hijo de su hermana Juana y de nombre Gonzalo, recién llegado de Alba para rehabilitar una casa recién comprada para fundar, es enterrado entre los escombros del muro cuando están revocando la fachada y parte de los cimientos ceden. Lo sacan ya muerto. La madre grita desesperada y su padre, el cuñado de Teresa que es el que hace las obras, un albañil, experimentado, que había colocado las alidadas y rafas de ladrillo con buena mano, pega voces y culpa a Teresa de ser la responsable de la muerte del pequeño. Juan de Ovalle, ese era su nombre, que había venido expresamente desde Alba de Tormes, ostentaba el alarifazgo mayor para los duques. Ya era difícil que rafia por él entablada se viniese abajo. Esta claro que los diablos enredaban. Ella toma al chiquillo en los brazos, se aparta a una alcoba a rezar y al punto sale con él de la mano. El muerto había resucitado. Al poco rato empezó a jugar y hacer niñerías, según precisa el P. Yepes en su conmovedor relato. Esta anécdota no viene en otras biografías de Teresa. El fraile jerónimo en su
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biografía aduce, en cambio, que era imposible que la pared pudiera caerse, habiendo sida erigida por tapiador tan experto. Tuvo que haber intervención diabólica, pero Dios, dignándose enviar un signo a la incrédula ciudad de Ávila, demostró su cariño por la atribulada carmelita, a la que acusaban sus paisanos de ser víctima de alucinaciones patológicas. Lo que es obra de Dios perdura y perduró de forma inexplicable a ojos mundanos la obra de la santa reformista. Corrían rumores por el pueblo de que estaba embrujada y de que sus hablas con Dios y con los santos no estaban deparando sino mala suerte. Yacía al pie de la cruz de la murmuración y la calumnia, sin arrimos, pero el Señor suele andar a la mira en tales casos y sale en defensa de los débiles y humildes.
Voces tan autorizadas como las de san Luis Beltrán y san Juan de Ávila dieron sus avales y salvoconductos, certificando que los trances inexplicables no eran obra diabólica, sino signo divino, pero, en aquellos tiempos en que se cometían tantos desmanes en las calles y se hacían tantas ofensas a la religión, el que una frágil mujer se dispusiera a reformar su orden representaba una abominación para las mentes biempensantes. Mientras tanto, el Señor actuaba por otros conductos e intervino fortuitamente en la crisis de la manera más insospechada. Había fallecido en Toledo uno de los hombres más ricos de Castilla, Arias Pardo, protector eximio de la Orden y el provincial, Ángel de Salazar, le pidió a título de obediencia que acudiese allí para aliviar los duelos de su desconsolada viuda, doña Luisa de la Cerda. Es así como abandona Ávila, que estaba soliviantada contra su persona. La noticia del milagro que obró para justificarse a sí misma fue interpretada no bajo la mira de lo sobrenatural sino como un accidente y la pobre Teresa estaba afligidísima y sin saber qué determinación tomar. La mañana de Nochebuena de 1571 llega a la Ciudad del Tajo acompañada de una de sus beguinas como dama de compañía. Son recibidas ambas religiosas con no pocas atenciones. Sin embargo, la privanza que parece gozar de doña Luisa la hace ser envidiada por otros cortesanos de la casa ducal. No le gusta aquella atmósfera y piensa en la
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frase del Evangelio sobre la riqueza, el camello y el hilo de aguja. Los grandes señores no viven en libertad sino que son esclavos de sus cosas y parecen prisioneros de un círculo vicioso.
El mismo sentimiento de aversión asaltaría su alma noble y despreciativa para con las cosas del mundo en otra casa similar, la de los Duques de Medinaceli. Nunca pudo aguantar los caprichos de la princesa de Éboli. En Toledo conoce a otra colega, la beata María de Jesús, que abre sus ojos. A su parecer, la primitiva regla de san Alberto permitía a los primeros monasterios que fundaron los cruzados en Palestina ser establecidos sin renta ni dote. Es el eureka que le viene a sacar de atascos porque estaba fuera de sí buscando fondos y ése había sido el elemento de discordia que tuvo con el cabildo abulense. Los curas siempre le ponen pegas. Ocurrió en Medina donde los agustinos, miembros de la primera regla en la que ingresó a los veinte años, casi estuvieron a punto de apedrearla. Salvo en contadas ocasiones, como en Palencia, donde percibió una atmósfera de liberalidad y de falta de interés que le recordaba el desprendimiento de las cosas del mundo, sus monasterios tuvieron unos comienzos discutidos. También el dinero es necesario tanto para hacer la guerra — ya lo decía Napoleón— como para fundar conventos. Teresa cinco siglos después de su venida al mundo ha triunfado y su vida y su obra son algo más que una película de Concha Velasco. He ahí otro gran caballo de batalla. Hasta para inscribir a alguien en la nómina de los santos y ver su nombre en los altares se necesitan grandes desembolsos pues hay que pagar curiales. La formula mágica de Teresa para pechar con tales dificultades era el dios proveerá, y la fue bien. Se fiaba más de sus plegarias que de la bolsa. Además, iba sola por los caminos sin cuenta corriente ni tarjeta de crédito. Pero tenía una Visa poderosa en la cartera: la oración. Yepes expresa los reparos a la empresa quijotesca que ella encaraba, al dejar sus palomarcillos sin renta ni dote, esperando que el maná cayera del cielo, magistralmente, con el siguiente párrafo:
Comunicó con algunas personas graves su parecer y casi entre sus confesores y letrados no halló quien lo aprobase. Decíanle
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que era desatino, que estaba la caridad muy resfriada y diferente de otros tiempos, que habría pocas que la siguiesen en sus deseos, y que les costaría mucho procurar su sustento; que para gente cuya profesión es oración sería grave daño, porque los cuidados cuando son demasiados fácilmente ahogan el espíritu.
La cordura de Sancho Panza viene a recordar que los santos y las guerras sólo salen adelante con doblones. Por lo visto, los conventos y oratorios pobres y sin independencia económica degeneraban hasta convertirse en casas de mala nota. A la santa la convencían aquellas razones pero, cuando se prosternaba ante el sagrario, allí sonaban otras respuestas. El propio Xto le pedía que no tuviera más reparo y que fundase. Que desoyese los juiciosos desatinos de la impróvida razón. ¿Al fin y al cabo no estaba ella tasada como una loca a causa por Jesús? Únicamente del el cielo recababa la luz de inspiración y hallaba consuelo. Al contrario, “consideraba que la renta era madrasta de la penitencia, la sobornadora de regalos, y enemiga de la templanza, y veía los daños que en los monasterios han nacido de la superfluidad y abundancia: que sin duda eran a su parecer mayores que los que había engendrado la pobreza”. Escribe esto a raíz de las dificultades que encontró en Pastrana con la Princesa de Éboli. Sus concepciones sobre el monacato femenino eran revolucionarias. Hasta entonces, todos los conventos habían surgido de una donación, generalmente para encomendar a perpetuidad el alma de alguien rico, poderoso e importante. Los “palomares” teresianos surgen en primer lugar para la santificación de aquellas mujeres que tomen el escapulario del Carmen. En segundo lugar, para liberarlas de su condición de meros objetos para la transmisión de la especie como madres y esposas (santa Teresa en la vanguardia del feminismo opugnó la “cosificación” y esclavitud del sexo débil) sometidas a un marido que a veces no las trata con el decoro que debiera. Tercero: para pedir por los vivos, aplacando la cólera divina y atrayendo la clemencia y la bonanza del altísimo. Oración impetratoria, expiatoria, suplicante y gratificante… los conventos carmelitas son pararrayos que pararán golpes y derra93
marán favores a los necesitados sobre todo de orden espiritual. Son pequeñas antesalas del cielo dentro de nuestra tierra pecadora a la cual los humanos con nuestros crímenes transformamos en avernos. Esa fue su visión.
Fr. Pedro Ibáñez, presentado de la Orden Dominica, su antiguo valedor, aduciendo un pliego de cargos teológicos, ahora se llama a parte, y le disuade de su intención de fundar sin renta. Pedro de Alcántara, otro simpatizante, por aquellos días fue a posar en la misma casa de donde era huésped la Madre: en cá la señora marquesa, doña Luisa de la Cerda33. Fray Pedro alabó la opción. Le escribe una enjundiosa carta, maciza de sentencias y de razonamientos, a Toledo, en que la exhorta a seguir las indicaciones de la llamada interior, olvidándose de los hueros consejos de los letrados que tendrán mucha ciencia, pero poco amor de Dios. Y, entre otras cosas, dice:
El consejo de Dios no puede dejar de ser bueno, ni es dificultoso de guardar, sino es a los incrédulos, y a los que fían poco de Él, y a los que se guían de la prudencia humana. Porque quien dio el consejo dará el remedio... si V.M. quiere seguir el consejo de Xto de mayor perfección, sígalo; porque no se dio más a hombres que a mujeres, y hará que le vaya muy bien. Y, si quiere tomar el consejo de letrados sin espíritu, busque harta renta, a ver si le valen ellos. Que, si vemos faltas en monasterios pobres, es porque son pobres contra su voluntad, que yo no alabo simplemente la pobreza, sino la sufrida por amor a Cristo Señor nuestro, y mucho más la deseada y procurada con amor34...
33 En los palacios de la gente encumbrada era costumbre en determinadas ocasiones tener bufones de cámara y llamar a curas y monjas con fama de santos en caso de muerte o de enfermedad.
34 La relevancia de esta edición del Libro II de la vida de la bienaventurada Madre Teresa de Jesús tiene el aliciente de incluir este texto fechado en Ávila el 14 de abril de 1562. Precisamente san Pedro de Alcántara era aquél que había profetizado que la obra por ella comenzada daría mucha gloria a Dios.

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1) Suprimidas las ejecutorias de hidalguía.- 2) Un día de san Bartolomé de 1562. - 3) Quijotesco ideal: España por el rey, por el papa y por la utopía.- 4) Rufianes y místicos.- 5) Carros y carretas en un destino andariego.- 6) “La queremos y la amamos; Te Deum laudamus”.- 7) Tejer y destejer su pleita.- 8) El peral milagroso de Villanueva de la Jara.- 9) Recado de escribir por penitencia y le salieron a la Santa unos libros maravillosos.-10) Dos ciudades a palos por su causa.
El día de san Bartolomé de 1562, un 24 de agosto castellano anegado de brisas, olía a pan y a tamo de las rastrojizas, el verano ya de vencida. De mañanita una campana empezó a sonar, la de un convento recién labrado y estrenado, uniéndose al coro de voces de bronce que alegraban las alboradas de la villa; unas pocas gentes se habían congregado en el conventillo de San José para la toma de hábito de cuatro monjitas, todas pobres, huérfanas, sin dote: María de la Paz, Ursula de los Santos, María de Ávila, hermana de san Juan de Ávila, el Apóstol de Andalucía y Antonia de Enao, la portugueña.
Todas ellas deseaban seguir camino de perfección, habitando en riguroso encerramiento, detrás de la reja y entre cuatro paredes,
CAPÍTULO IV
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según la regla del Profeta Elías, dando puerta a los consuelos humanos, poniendo dique a los halagos de la carne y viviendo sólo para Dios. Las cuatro postulantes eran de raíz conversa, de origen oscuro. Doña Teresa de Ahumada, nombre al que respondía en sus primeros votos en la Encarnación, apeó su título de doña para ser Teresa a secas. No era meramente la reforma de una regla relajada lo que allí estaba en juego sino una verdadera metamorfosis de la estructura mental de los españoles. Ya no se les pedirá credenciales de linaje, certificando ser de sangre limpia, para ingresar en un noviciado como hasta entonces. El carmen descalzo al igual que los jesuitas no exige a sus candidatos al sacerdocio o a la profesión religiosa las consabidas ejecutorias de hidalguía. Se hablará de conversos (este sustantivo es un poco la clave de la historia que venimos contando) en sus centros pero nunca de freiras ni de beguinas. La ceremonia tuvo lugar de forma casi clandestina como las velaciones de segundas, y los funerales pobres, para no suscitar demasiadas sospechas en el vecindario. Teresa de Ahumada la sierva de Dios otra vez se había salido con la suya, dándoles higa a los diablos que tanto entorpecieron la llegada de aquel día. Su rostro aparecía radiante, como habitado por una luz celestial. Pese a sus 47 años era una mujer bien parecida, ojos negros bajo unas cejas bien definidas, buen talle, porte gentil, labios gruesos y dientes en su sitio, esbelta aunque algo metida en carnes pues siempre tuvo una tendencia a engordar, nadie diría que hubiera estado tan enferma en su juventud.
Pocos habían visto hasta entonces en Ávila madre abadesa ni monjitas tan guapas. Pero ya no se llamará madre abadesa sino priora. Al consagrarse al claustro, las cuatro jóvenes recibieron nombres de ángeles. A la puerta de San José habían de dejar cuanto les había pertenecido en el siglo, hasta el apellido nativo. Antonia sustituyó el de Enao, por el de Espíritu Santo; de la Paz, por la Cruz; sin embargo, sor Ursula de los Santos quedó como estaba. La hermanita de san Juan de Ávila empezó a atender por el de María de San José. Terminaba de este modo una lucha de clases que tenía
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por aquellas fechas puesto cerco a los muros de conventos y abadías. En adelante no habría ya distinciones entre cristianos viejos y nuevos ni entre doncellas pobres ni nobles novicias que llegaban al velo avaladas por una buena dote. El 1562, cuando Pío IV aprueba la orden carmelita descalza, resultó ser un año fatídico para la cristiandad. El turco se había apoderado de Chipre arrasando villas y aldeas, violando mujeres y matando niños y ancianos. A los pocos mancebos que sobrevivieron la matanza se los llevaron después de castrarlos a los serrallos de Estambul para eunucos. Alá es grande… y cruel.
El único monasterio católico que había en la isla siguió la misma suerte que los cenobios de rito griego. Era de la estricta observancia carmelita de la regla otorgada por san Alberto de Jerusalén. El papa Eugenio IV había mitigado sus constituciones que, como más abajo veremos, eran durísimas pero el chipriota se mantuvo aferrado a la antigua fórmula de santificación, hasta acabar pasto de las llamas de la morisma incendiaria.
Todos vieron en tales coincidencias y ocurrencias un signo enviado desde arriba como garantía de que la Orden no se extinguiera. Las cuatro profesas de san José recababan la antorcha y seguían una tradición de estricta observancia que había durado cuatro siglos. Sólo el Omnipotente puede hacer estas cosas. Que un exiguo palomar blanco convertido en casa de oración, gracias a la pericia de un maestro albañil, su cuñado, Juan de Ovalle, fuera eslabón de enganche a la vieja tradición contemplativa, acaso formaba parte del enigma carmelitano a través de los siglos. El oriente cristiano de Hilarión, Macario y Pagnufio y el occidente de san Agustín, san Bernardo y san Benito, entraban en contacto por medio de san Alberto, aquel noble inglés que se alistó en las cruzadas y murió, penitente, de obispo de Jerusalén. Carmelitas, templarios y cistercienses nacen de la misma rama: la conquista de la Ciudad de Dios mediante el deseo de soledad y de una vida apartada de los desengaños y vanidades del mundo. Sin embargo, como todo lo que es humano comporta imperfección, degaste, con el paso de los
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años, el ideal fue decayendo lo mismo que su fervor y los institutos fundados con entusiasmo fueron desbaratados por la rutina de la vida de comunidad. Los templarios desaparecieron, diz que víctimas del anhelo de riquezas, y de contubernios con la magia; otros se inclinaron por caminos laxos y su lujo, el desentendimiento de la clausura35, hace que en el siglo XIV, por ejemplo, Chaucer desgrane carcajadas en sus Cuentos de Cantorbery a costa de los carmelitas de Londres, casa instituida por Simón Stock, que habitaban en un monasterio puesto a todo tren cerca de Whitechapel y cuya conducta era motivo de no pocos escándalos. François Villon dedica a estos religiosos algunas de sus sonoras bufonadas en “Le Ballade des Pendus” (el canto de los ahorcados). En Francia, Reino Unido, Alemania y norte de Europa las reformas desamortizadoras de Enrique VIII, de Calvino y de Melachton significaron el cierre de la mayor parte de los monasterios de mala nota, en buena parte porque muchos habían dado en casas de perversión y de libertinaje. Es a la luz de estas consideraciones que se ha de encandilar el afán de la religiosa abulense de convertir los muros carmelitas en pared inexpugnable, echar con más fuerza el pestillo, parar la galantería del locutorio, colocar el almaizar36 o toca sobre el rostro de sus pupilas, quienes, al recibir el cordón de san Elías y de san Eliseo, se comprometían a una existencia apartada, cárcel en vida para ganar el cielo. Abrazaban a la hermana pobreza y se sometían a la rigurosa obediencia de la prelada. Comprometiéndose a una existencia de escasez y de apreturas en el congosto claustral, donde la fetidez y los piojos van a ser compañeros de cama. Estos molestos anima35
Bonifacio VIII, por una constitución aprobada en la sesión XV del Concilio de Trento, había mandado la clausura para las religiosas consagradas bajo la profesión de tres votos, pero dicha clausura no se observaba en tiempos de Pió V, que es el que aprueba la reforma carmelita. El pontífice mandó, so pena de excomunión mayor, no se permitiese salir del claustro a las religiosas, excepto en casos de incendio, lepra y peste. La bula “Regularum personarum” prohíbe a su vez la entrada y el visiteo de monjas en conventos masculinos. Tampoco los frailes podían poner pie dentro de la clausura monjil sin una autorización del obispo.
36 El almaizar es la toca morisca, algo diferente al griñón que con que cubrían el rostro las cristianas. Según Teresa, a la vista de cualquier hombre las religiosas tendrían la obligación de cubrirse la cara con dicha prenda...
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litos serían una de las primeras preocupaciones de la Santa. Tuvo que hacer un milagro san José para librar a las primeras carmelitas de este flagelo.
España va a comportarse de un modo diferente al resto de los cristianos septentrionales, postulando la contrarreforma. Fue una idea descabellada y quijotesca, si se examina el proyecto con los ojos de la razón, mas, a la luz del dictamen del espíritu, quizás sí que se acierte a entender el concepto por el que lucharon Teresa de Jesús, Iñigo de Loyola, José de Calasanz. Partiendo del supuesto de que la verdad y el error son incompatibles y de que no caben conciliaciones que valgan, sin embargo, si observamos la naturaleza de los hechos objetivos, y, sobre todo, en materias tan abstrusas como la teología, se da una intercadencia de contrarios. Lo que repugna a los hombres es grato al corazón de Dios.
Además, no es justo derramar sangre en su nombre. Por desgracia los seres humanos transforman la religión en banderín de enganche, porque ven en ella únicamente una prolongación de su seguridad, de sus propios deseos, algo que justifica sus propias acciones y la concepción del mundo autóctona, y del que se derivan ciertos planteamientos dinámicos o pretextos para convocar yihad, a pesar de que el quinto mandamiento sea el de no matar, cuyas cláusulas ni moros ni judíos, tampoco por desgracia los cristianos, respetaron.
En demostración de lo afirmado, un repaso a la historia o un vistazo a los titulares de la actualidad llenarían de melancolía a cualquier persona avisada. ¿Por qué permitió Dios los saqueos de los cruzados que encontraron una contrarréplica en la debelación otomana de 1562? Con ese código críptico se escriben las paradojas de nuestros anales, dominio del capricho, la casualidad o el absurdo. Unos nacen, otros mueren, y es preciso que el grano se hunda en la arena si quiere granar espiga. El Carmelo se renovaba bajo los auspicios de la expiación propiciatoria de la cruz, para pedir perdón por los pecados de los herejes que, allende los Pirineos, quemaban catedrales y dejaban convertidos en solares cabildos y ermitas. Era
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la furia de Armagedón. Había estallado el odio fratricida. En esa tormenta de cólera el inconformismo, la insumisión, la soberbia o la estupidez jugaron bazas definitivas. Renace el fantasma de la iconoclasia y España manda a sus hijos a pelear a las guerras de los Países Bajos. El duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo salía siempre a campaña llevando bajo la loriga un escapulario que le había confeccionado la Santa37.
Con respecto a las guerras de religión, Teresa nunca pudo entender el pensamiento ni la actitud de aquellas pobres almas descarriadas que profanaban los sagrarios y que, irremisiblemente, se condenaban. Por tal causa sufría pesadillas cada noche, al ver caer de cabeza tantas almas de herejes en el infierno. Esta visión del infierno la describe con acuidad y poder literario en varios de sus libros.
Sin embargo, en el ambiente en que vivía tales asuntos, veniales, para los protestantes, sobre la autoridad pontificia, la transustanciación, el culto a las imágenes, a este lado de los Pirineos constituían anatema. Y muchos estaban dispuestos a morir en defensa de sus creencias. Era devota de las Cuarenta Horas y manda erigir los monasterios para desagraviar las afrentas que se hacían en tierras protestantes. La primera ceremonia que se lleva a cabo al fundar un convento es hacer la reserva y colocar el. Hecha la Exposición del sacramento y la adoración de su custodia, con el canto del “Pange lingua”, se sueltan dos palomas mensajeras de la paz. Pero sobre todo la descalcez carmelitana tiene por hecho primordial de su regla la adoración eucarística, en expiación por los pecados e injurias que recibía Jesús sacramentado en los reinos cristianos. A lo largo de la jornada, las hermanas se prosternaban por turnos de una hora ante el Tabernáculo.
37 Los holandeses se habían rebelado contra la Iglesia y contra su monarca legítimo Felipe II. Pío V fue el primer papa que introdujo las medallas benditas, rosarios y los escapularios y concedió gracias especiales a sus portadores. Al mismo tiempo premió al Duque de Alba con la entrega de una espada (stocco) y un sombrero ancho cubierto de adornos (barettone.) Todos estos objetos habían sido bendecidos la noche de Navidad.
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Comen a su Dios, son unos antropófagos, dirán los moros escandalizados de ver comulgar a los cristianos, mientras en el norte se desnudaban los altares y se cerraban, por inservibles, los sagrarios, o echaban a la hoguera las custodias buriladas en oro. Los erasmistas alegaban que adorar una cruz es fetichismo, como convertir a dios en un palo y para colmo estaba el aquelarre del culto a las reliquias. Con las astillas de la cruz traídas desde Jerusalén se podía llenar un bosque bien arbolado. Una mayoría del clero no guardaba el celibato. Las abadías eran propiedades cargadas de riqueza. Tales escándalos darían pábulo a la reforma anglicana, calvinista o luterana. El agustino de Erfurt se alzó contra las Indulgencias y otras prácticas simoniacas de mayor o menor calado. Los obispos pasaban por ello sobre ascuas. La Capilla Sixtina fue labrada en razón de las limosnas que dejaron los sufragios por las Ánimas Benditas. La doctrina del Purgatorio nació de las visiones, un poco discutibles, de los “caterinati” de la Orden Tercera dominica y los jesnatos, fundados por Colombini de Siena, movimiento jesuitino que empezó predicando el desasimiento de las cosas terrenales y acabó fascinado por el becerro de oro. Las noticias que llegan de Alemania sobre profanaciones y mofas convierten a España en un perpetuo auto sacramental. La nación en peso se coloca de rodillas en acto de desagravio por las profanaciones de las que tiene noticia, y, ensimismada en sus iglesias, recanta y retracta de su pasado moruno o hebraico, para, posteriormente, sacar su fe a las calles en procesiones, convirtiendo la alegoría del dogma en algo sensible y palpable. Es el Dios humanado, la segunda persona de la Trinidad. Se le puede hablar de tú a tú, nos está esperando dentro del sagrario. El catolicismo converso carácter intimista y coloquial.
El convento de San José abrió sus puertas con sus inquilinas entonando el “Pange, lingua, gloriossi corporis mysterium” secuencia escrita por Sto. Tomás de Aquino antes de la reserva, y el “Tantum, ergo, Sacramentum” tras la bendición llenando la humilde capilla de vaharadas de incienso. Eran tan pobres las monjas que carecían de casullas y ornamentos para el culto y hubo que encar102
gar misales prestados a Toro. Pero la mañana era de una singular belleza tranquila con esa luz castellana con bríos de totalidad que desciende sobre los peñascos y parece que los transforma en flamas los días veraniegos. Ávila de los cantos. Hasta los berrocales que hay en las cuestas que derivan hacia la ribera del Adaja escoltada por una guardia de chopos parecían cantar el “Tantum ergo”, en calidad de éxtasis. No había muchos asistentes a la profesión de las cuatro mozas; todas, con excepción de Ursula de los Santos, que había sido una mujer atractiva, eran casi unas niñas. La entrega de los primeros velos se desarrolla en un ambiente clandestino, se hace casi a escondidas para no soliviantar los ánimos. A despecho de las dificultades, el Espíritu Santo se había salido con la suya, hágase su voluntad, por cuantas higas hubo de hacer la Madre, antes de aquel instante, un momento de bonanza en medio de la tempestad. Afuera rugía la marabunta, corrían tiempos recios. Los estrelleros detectaban señales apocalípticas, menudeaban las predicciones, los horóscopos y calendarios son de esta época, los augurios apuntando a una Segunda Venida. El Renacimiento descubrió la ciencia positiva y a los clásicos olvidados pero fue por igual responsable de un resurgir de la brujería. Por un lado volvía a rebullir el islam con la fuerza arrasadora que le es propia, fucilazo de medias lunas y de cimitarras; su influencia se hacía notar en Andalucía que fue la región de España que llegó la última a la fe católica. Quizá por ello no le gustó Sevilla ¿Detectaría Teresa este atisbo morisco indeleble que se atisba nada más descender Despeñaperros? En Córdoba y en Sevilla fue donde peor lo pasó. En la primera ciudad, emporio de la alumbrada Magdalena de la Cruz, la Inquisición tramó echarla el guante, en la segunda comprueba, para su disgusto, que en las iglesias son excesivos, cantan y bailan y dicen donaires a las macarenas, y a las mujeres que acuden al templo para ser vistas por sus galanes, más que a rezar. En el sur el sol pega más fuerte. Todo se vuelve descomunal. Allí gusta la hipérbole. Es riqueza Andalucía y es también pobreza en demasía.
La bestia es inexorable en sus planteamientos estratégicos, suele hacer la tenaza al embestir: el norte estaba copado por Calvino y
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otros heresiarcas y por el sur y por el este acechaba la morisma. Sólo al oeste quedaba Portugal. Los tercios de don Fernando de Toledo, mentor teresiano, cruzaban los Pirineos y, para detener la furia de las armas ofensivas del enemigo, se echaban al cuello un escapulario por defensa, que les bordaran a los soldados las hijas de Sta. Teresa, pero a los niños holandeses y belgas se les asustaba diciendo que viene el coco; ya está aquí el Duque de Alba. Guillermo de Orange tampoco era manco. No nos lo perdonan desde entonces. Nos están pasando factura a todas horas. El antihispanismo no es ni mucho menos un cuento chino sino algo real arraigado con mucha fuerza y cargado de prejuicios dentro de las esferas intelectualoides dirigidos por la masonería y el “NaziZionismo” la forma actual de tiranía totalitaria a escala global.
Todo era, sí, una quimera, pero los pueblos, que no se alimentan de sueños perecen, y la España quijotesca se batió por un ideal y por una religión que consideraba la verdadera. Que fue vehemente, y respondió a la provocación de la herejía con las armas en la mano, no hay que dudarlo pero esos bríos han formado parte de nuestra grandeza y, contra lo que se crean muchos malvados, éste es un solar liberal porque los inquisidores no tenían patente de corso para quemar con tanta alacridad como piensan algunos historiadores ingleses ni ninguna otra nación ha tenido esa rara habilidad que posee la literatura española para la compunción crítica y debeladora de su realidad, al socaire del género picaresco.
La mística es la sobrehaz del “Buscón” sin detrimento de que a causa dello, pues los extremos se tocan, presenten puntos de contacto. Los alumbrados se entregan a la evasión de ese mundo que les es hostil e ingrato al que denuestan, siendo así que es el que les da de comer, mientras Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache, El Estebanillo, El Buscón, La Niña de los Embustes, hacen inmersión pública en él y nos lo muestran tal cual es: crudo, recio, a veces divertido y favorable donde caben ciertos gozos pasajeros. El místico, más exigente, busca lo inacabable y tal vez lo inalcanzable.
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La novela picaresca es una versión relajada del tratado de Mística, sólo que al revés, mediante los ayunos, la resignación y la paciencia ante las desdichas y la mala suerte. Con sus convulsiones y espasmos el siglo XVI, en su aliento innovador, dando rotundos vuelcos la rueda de la fortuna, mucho va a tener que ver con el XXI. Haciendo valer la promesa de “estaré con vosotros hasta la Parusía”, el Jesús de Teresa, cuando todo se daba por perdido y los batallones de la infantería española se batían en retirada, después de la derrota de Rocroi, hizo florecer por la geografía patria aquellas humildes espadañas de las capillas carmelitas que se alzaban implorantes como lirios inmaculados, de sacrificio orante y expiación, para aplacar los pecados de los herejes que a la Santa le “partían el corazón”.
No había mucha gente en la ceremonia inaugural pero había venido Guiomar de Ulloa con un brial negro que lucía la pechera de brocado, el terciopelo realzaba la augusta belleza de su noble rostro. Estaba el maestro Daza, un clérigo que, por sus penitencias y ayunos, recordaba más un haz de sarmientos que el bulto de un ser humano. Los asistentes a la ceremonia de la profesión en San José no creyeron ver a un hombre sino a un espectro. Parecía un aparecido, todo hecho de raíces de olivo; venía acompañado por dos padres de la Compañía con un aire grave e inexpresivo bajo el gorro bisunto y la sotana ajustada por un ceñidor, ellos no usaban escapularios ni cordón ni estaban obligados a coro como el resto de las órdenes religiosas. Las innovaciones ignacianas representarían una verdadera revolución, y, a la legua se veía que, juntos pero no revueltos, ellos no querían ser frailes, eran a la vez activos y contemplativos, muy letrados e inquisitivos, iban por el mundo asistidos de su prudencia y sin fiarse de nadie. Bien cierto que esto les volvía algo orgullosos y distantes. En Roma empezaron a llamarles guardias de corps del dogma católico al frente de las vanguardias del Papa siempre en primera línea, como buenos soldados de elite. Cerca del presbiterio estaba la viuda de Arias Pardo, doña Luisa de la Cerda, de la Casa de Medinaceli, amiga y devota de Teresa.
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Todos se apretaban en la iglesia de muy exiguas proporciones. Sonaron los compases del “Veni, Creator”, las cuatro candidatas al velo negro y al manto blanco de la Virgen del Carmen se prosternaron. Fue un momento muy solemne cuando las novicias descubrieron sus testas, todas eran rubias, y las presentaron en ofrenda a Jesucristo. Significaba que antes de recibir el don renunciaban a toda vanidad incluso la instintiva de sus cuerpos de mujeres hechos para agradar, concebir y parir. Igual que la oveja reclina su cabeza ante la toza del matarife, ellas la ladearon ante un diácono que traía un estolón y unas tijeras, las rapó al cero en un esquilo demoledor y a la vez conmovedor, en medio de un silencio impresionante. Sólo se escuchaba el abrir y cerrar de las palancas de la podadera, alguna lágrima ahogada de los padres de las nuevas oblatas a Xto y el piar de las golondrinas sobre la ventana de la bóveda de luneto. Por el techo del lado de la epístola aparecía una gotera.
La tonsura es reclamo de la Iglesia a los que pretenden ingreso en su servicio. Más de alguno de los presentes a la vista de la escena recordaría con emoción el viejo romance que todos los que ya peinamos canas escuchamos cantar allá por la infancia en el corro o al juego de la comba por las calles y ciudades españolas y que interpreta el etnólogo Joaquín Díaz en alguno de sus más brillantes repertorios; era un hermoso canto de rueda:
“Yo me quería casar con un mocito barbero/ Mas, mis padres me querían monjita de monasterio/. Una tarde de verano me sacaron de paseo/ Al revolver de una esquina había un convento abierto, / Salieron todas las monjas, todas vestidas de negro/ Con un cirio en la mano que parecía un entierro/. Me sentaron en una silla y me cortaron el pelo/. Juntando sus blancas manos me rezaron un credo/. Zarcillitos de mi oreja, anillitos de mis dedos/ Lo que más sentía yo era mi mata de pelo... Era mi mata de pelo”.
Se percibiría entonces esa atmósfera mitad de júbilo y de tristeza que embarga las bodas y las profesiones religiosas, que son también verdaderos desposorios. Sonaron epitalamios y cantos de pedida. Acabada la liturgia, y, aunque el convento era pobre y la ceremonia
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se había realizado medio a escondidas, habría un pequeño agasajo en el que se serviría un poco de mazapán, alcorzas, y repostería hecha al horno por las novicias; para acompañar, algo de aloja. Asistirían las linajudas doña Guiomar de Ulloa38 y doña Luisa de la Cerda, los clérigos y los parientes de Teresa, que eran muy pobres y cargados de familia. Luego una campana anunciaría a la ciudad, como en todos los monasterios carmelitas, que Prima había sido dicha y sus moradores podrían hablar hasta la hora de Completas. Por ese cabo, las estipulaciones son algo más suaves que la de los cartujos pero, en contrapartida, se hayan obligados a ayunar a pan y agua excepto los domingos, desde la Fiesta de la Cruz, el 14 de septiembre, hasta Pascua de Flores. Bajo la Regla de san Alberto y san Elías también les constriñe la pobreza. No podrán tener cosa propia sino en común y su clausura, más rigurosa, les impide salir de su celda sin permiso del prior incluso para pasear. La campaneta avisaba que en San José se iba a volver a la vieja observancia de la Tebaida oriental. Los padres del yermo seguro que desde la Gloria sonreirían ante la intrepidez de su devota discípula, abonada a la renuncia, entregando sus vidas en oblada para que fueran un motete que nunca cesa de expiación e impetración; son los misterios del Cuerpo Místico y la interpolación de los tres estamentos eclesiales: militante, purgante y triunfante. El mundo estaba mal, corrían tiempos recios. Como siempre. Pero en estos monasterios se advierte la presencia de un pararrayos capaz de aplacar la cólera divina.
Acto seguido, todo el concurso se diseminó por las callejas intramuros de la Ciudad de las Murallas, angostillos y pasadizos. El aire parecía de cristal y pocos transeúntes se veía deambular, pero, como de costumbre, las tabernas estaban concurridas y los figones y posadas henchidas de una población trashumante. Era día de la Virgen de Agosto. Gran fiesta con el verano ya en declinación. Las mañanas empezaban a ser frías en Castilla. Agosto, frío en rostro. El sol se alzaba sobre el pináculo de Gredos, era casi el mediodía
38 Guiomar, al enviudar, profesaría en le Carmelo, y perseveró, contra la norma habitual en esta clase de damas linajudas. La Madre era refractaria a darles el hábito. La princesa de Éboli quiso profesar –fue ocasión de no pocas zozobras para la Santa– sin que cuajara en su vocación la veleidosa duquesa.
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y volvían reatas de carros de la era cargados de costales de cereal camino de sus pósitos o para guardar en los sobrados de las casas solariegas; la trilla estaba a punto de concluir, había sido un buen año de trigo. Unos arrieros bajaban hablando entre sí con grandes voces por la costanilla de Sonsoles, chiscaban sus trallas sobre los lomos de las caballerías de tiro y, al sonoro coloquio de los trajinantes en palabras bien dichas y como clavadas que dejaban en el aire un poso de moderación, ponía contrapunto el cantar de los cubos de los ejes de las carretas del país, alegres como un himno de resurrección.
Su presencia era un anticipo de lo que habría de venir porque Teresa sería una abonada a estos incómodos vehículos a los que se subiría para ir y venir en sus fundaciones. Sus huesos molidos se acostumbrarían al traqueteo de las ruedas y una vez en Córdoba tuvieron que bajarse todas y aserrar los pezones del cigüeñal para pasar la puente. En Sevilla se llevó al carro la corriente del Guadalquivir y acabaron varando en un arenal salvándose toda la dotación de puro milagro, otro prodigio celestial que obró el Señor en honor de Teresa.
Las golondrinas, alegres y dicharacheras, impregnaban el infinito de quiebros con sus revoloteos recortados. En la explanada cabe la ribera del río Adaja un grupo de soldados hacía la instrucción y realizaba evoluciones de esgrima sobre el pasto, algunos cargaban sus mochilas a punto de partir para Flandes, limpiando con grasa los sables y los mosquetes. Muchos de aquellos soldados del Rey bajo las ordenes de un capitán moreno, enteco, de buena voz de mando, un almete morisco y almilla de cuero, jubón y gorgueras, polainas, botas espoleadas, chambergo y valona de gala, los bigotes enhiestos y el aire a la vez valeroso y desafiante con maneras de donjuán, no regresaría a su tierra natal. Ni volvería a ver la luz de aquella ciudad. No hay otra en el mundo como la que dora el paisaje berroqueño de la ciudad más alta de la península ibérica. Pero los añafileros, honra y fama de los Tercios de Don Juan de Austria, seguían, como si nada, atacando sus tonadas marciales en preparación del desfile de despedida al redoble del tambor y el estruendo rimbombante de la caja.
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Ajenos a su suerte, los soldados bisoños de la última leva reían y jugaban bajo la vigilancia de los veteranos de piel curtida, y todos decían piropos a las mujeres que pasaban, sin importarles la edad ni el estado. Estaban entretenidos y descansando antes del alarde. Al fin y al cabo morirían por la religión defendiendo las banderas del emperador. Era una compañía entera con sus vistosos uniformes, el ala del almete de acero en media luna, ajustado talabarte sobre el coleto para ceñir la espada con pomo de ataujía tapando los pechos encendidos, las barbas puntiagudas, las trusas de colores a juego, el tahalí terciado y las bragas bien atacadas. Unos sacaban brillo al talabarte, otros embetunaban las botas. Se sabría por sus ademanes que eran gente recia y avezada a las fatigas y deleites de la aventura y la guerra. En los corros se jugaba a los naipes y hablaban los veteranos de las mancebías de Amberes y de soldadas. Del rumor de las conversaciones envalentonadas salían porfías y votos a bríos. La guarnición era mixta. Entre los españoles había suizos, alemanes, algún croata. El ordenanza del comandante era un calabrés por nombre Ciutti.
Entretanto y, pasada la puente, los arrieros, alcanzada la cima de la otra ladera, se detuvieron al cabo cerca de los Cuatro Postes. Se apeó el mayoral que inspeccionaba a la reata, a humo de pajas aunque con buen golpe de vista a fuerza de la costumbre y toda una vida entre carromatos y galeras onerarias, cerciorando la consistencia de los tentemozos y riostras, pegaba golpes sobre las teleras y comprobaba la solidez de las varas, pues era un largo camino hasta Salamanca y después Lisboa, que era entonces la capital de aquestos reinos, la primera ciudad 39española, e impartió la voz de mando:
— ¡So!
Toda la comitiva se detuvo. El sol había cruzado la vertical y en San Vicente sonaban avemarías, era la hora de yantar. En lo alto de la casa torreada de los Andrade había posado una caudatrémula buscando el alivio al bochorno del día. No lejos de allí, entre los rastrojos, cantaba una collalba. De la campiña regostada y seca venía un olor a almizcle entreverado con los efluvios del hinojo y el cantueso. Recio perfume. Antes de abandonar la ciudad era menester tomar pan y ha39
Villa por villa, Madrid en Castilla; ciudad por ciudad, Lisboa en Portugal, y tanto, por tanto, Medina del Campo (adagio popular)
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cer la parva colación de un poco de queso y cebolla, algún nabo. Los tientos a la bota a todos les vendrían bien, pues el vino abundó hogaño. Se había echado la tarde encima y hacía bastante calor. Luego, los recueros durmieron el mosto, trasegado en siesta, sobre los haces de una parva que hallaron a mano, cobrando así fuerzas para el camino bajo un calor agostero cuando el disco del astro mayor estaba en sus comedios torrando las trojes. El aire ardía. Parecía que tiraban fuego de arriba. Castilla se iba a sumir en calentura mística toda ella. Y hacía mucho calor. En el convento de Nuestra Señora de Gracia una tornera por nombre Margarita echaba una cabezada sobre un arcón antes de llamar a la comunidad al canto de Nona. Se había corrido la voz de que Teresa, que fue postulanta en aquel centro de Agustinos, estaba causando un verdadero cisma con los del paño. ¿Cisma o reformación? Verdaderamente, estaba dando la vuelta la tortilla; mucho habían cambiado los tiempos. Los goznes del torno giraron con pesadez lúgubre y detrás en el zaguán se escuchó la voz de un hombre cansado que se acercaba a la portería a pedir una limosna por el amor de Dios.
—Ave María Purísima.
—Sin pecado concebida—, maquinalmente le contestó sor Margarita, despertando de su siesta a escondidas
—Estas no son horas, hermano—, llaman a coro. Venga más tarde. Está cerrada la oficina.
Y el pedigüeño, un soldado bajo las banderas del Emperador, lisiado de una herida que recibió de un arcabuzazo en Namur, se alejó bufando maldiciendo su infortunio, a la tornera que dormitaba y a la madre que la parió.
—Por vida de Marte. No hay razones con el egoísmo de curas y monjas. Siempre la misma canción guerrera.
— Viene a deshora, se nos acabó el caldo, ya no hay sopa boba. A mí que he servido al rey y al Papa y, defendiendo sus estandartes, perdí una pierna ahora se me da con la puerta en los hocicos, malhayan los camándulas. ¿Dónde te has escondido, dulce Jesús? ¿Dónde estás que en tu nombre me despachan? Dios le ampare, vuelva otro día, y así en cada lugar—, exclamó el pobre mendigo con gesto contrariado e iracundo.
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Siempre, lo mismo; pero España aquella fiesta de san Bartolo era un horno como barruntando la tormenta que se avecinaba en los Países Bajos. Unos transigían con los erasmistas, otros se amoldaban a la nueva situación o cambiaban de bando como el rey de Francia musitando que París bien vale una misa y otros predicaban el integrismo. Allí mismo se había desencadenado una guerra civil entre dos bandos: el de las botas y chapines, y el de las alpargatas esparteras.
¿Y a todo esto la caridad donde la ponemos? ¿En qué arca se esconde la tela de la tolerancia, la compasión, la piedad? Fuego en el aire, llama en las casas, y los corazones eran un ascua en el tórrido verano de un siglo de sequías e inundaciones. Había subido el termómetro, hacía mucho calor. Lo hacía, lo hacía, era lo suyo.
Por aquella tierra siempre se habló de ardores del Día de san Lorenzo con sus noches cuajadas de meteoritos que llaman “lágrimas” y del fuego del Día de san Bartolo, y, en mitad de la canícula, cuatro monjas habían tomado el hábito.
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Los soldados de un regimiento de asiento que se preparaba para ir a la guerra en la explanada de la ribera que recuerda a la ciudad que Ávila no fue en su antigüedad más que un campamento romano, haciendo el petate, recogieron sus mochilas. El cabo de la compañía dio orden de marcha. Los músicos tocaron los pífanos y, entre sonidos de tambores, el grupo se perdió por un recodo del camino que serpentea por la ribera del Adaja.
— ¿Dónde van los soldaditos?
—Son las banderas del Rey Nuestro Señor. Encamínanse a Francia.
Una cuadrilla de muleros que iban de recua tomó dirección opuesta la ruta de Aragón, camino de otros reinos. La Ciudad de los Cantos y de los Santos se había convertido en lugar de paso; era villa de acarreo. Pero no era ya una de tantas entre las villas y ciudades castellanas. Aquel quince de agosto había ocurrido dentro de sus murallas un hecho importante.
Anochecía ya. Iban sonando lentas, voz cabal del bronce, las campanas de los carillones y el reloj de los conventos y cabildos catedrales, medidores exactos de los rezos, los cantos, las genuflexiones. Las hermosas invocaciones repetidas durante siglos en los templos oscuros donde el viento soplaba la melancolía del oficio de Vísperas, devanaban en febril tarea de levigación las motas de arena símbolo de los minutos y segundos resbaladizos por donde la vida se escapa corriendo hacia la muerte. Tempus fugit. A enemigo que huye puente de plata, pero este enemigo que hiere a cada hora y mata con la última estocada, sin sangre, y con espada de arrugas, nunca volverá. El tiempo es un dios que castiga sin piedra ni palo. Las hojas del almanaque se desleían poco a poco. San Juan de la Cruz tenía esa manía de las horas canónicas cuando salía de viaje. Siempre llevaba consigo un reloj de arena para todas y cada una de las estipulaciones del régimen de comunidad. El que se somete a la vida de campaña no puede pasar sin el toque de corneta. Pues lo mismo el monje sin campana ni “relox”. Para cumplir con las ordenanzas de la Regla.
El alhamel mayor fue el que primero bebió y luego le siguió toda la caterva en tragos largos y victoriosos. Trallazos y estrépito de fustas. Indiferencia y vino al pie de los Cuatro Postes, el monumento que
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recuerda a la salida de la monumental urbe castellana, el triunfo de las armas cristianas sobre las mahometanas, cerca de cuatrocientos años atrás. Yantados ya, y, habiendo echado una cabezada sobre el poyal del alfamar de camino, volvieron a enganchar y desparecieron entre una nube de polvo allá por donde se bifurca la senda iluminada y por los búcaros de cristal del aire se perfila en la lejanía el lomo de los montes de Gredos.
Nosotros no los veremos pero algún día volverán, si es que el vino no hace de las suyas y reciben un cuchillazo jifero40 de la chafra de cualquier matarife, cliente habitual de este tipo de establecimientos durante el medievo, en alguna venta de la ruta, o les vienen encima salteadores, o mueren pateados por alguna de sus acémilas, o le come el beriberi, o sucumben a la fiebre amarilla o al Fuego de san Antón.
El pueblo llano no lo pasaba bien, pero comía mejor que muchos hidalgos. El único camino que les quedaba a los pobres para su manumisión de la gregaria leva era la iglesia y el ejército o la escuadra. “Iglesia, Mar o Casa Real”. Y ello no sólo en España, que era el país más rico de Europa, sino en todos los rincones de la cristiandad. En Francia, Inglaterra y nada se diga de Irlanda, donde las cosechas de patata no estaban aseguradas jamás. En aquella época, la pobreza era vergonzante y casi general. África y América del Norte estaban en la edad de piedra. La irrupción del islam en el espacio, sujeto al yugo de Roma, sobre todo en la zona de Anatolia, Alejandría y Cartago, había representado un paso atrás en la senda del progreso.
Dejémosles, sin embargo, partir a los arrieros y volvamos a la ciudad. Hoy es un gran día, pero apenas se nota esta trascendencia. Todo sigue igual. Por la Travesía de san Segundo que desemboca en Muerte y Vida subía, muy acezado y cachazudo a la catedral a las Vísperas, un voluminoso canónigo moviendo su gran panza; abajo, por Las Losillas se paseaba meditabundo y como ensimismado en su ropilla un viejo hidalgo fruncido el ceño, el aire de melancolías, como no queriendo saber nada de nadie. Era alto, huesudo, debía de comer poco pero con sus paseos daba cuartos al pregonero, habiéndose espolvoreado los
40 Los jiferos solían descuartizar su res, orientándose hacia La Meca, por la quibla coránica. Era un oficio desempeñado en Castilla por hebreos y moriscos y su menester tenía algo de ritual. Para desangrarla, colgaban la pieza de un arnés con la intención de purificar de sangre los tejidos y hacer que la carne fuera trufa o “kosher”.
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hirsutos bigotes con migas de pan, para que todo el mundo en general conociera que acababa de hacer refección. Un tullido, mientras tanto, contaba sus hazañas allá por Mastrique y pedía limosna y compasión para sus heridas que le habían inferido luteranos, recitando la oración del Justo Juez. Este otro veterano de las guerras de Flandes- y había muchos en la ciudad al ser Ávila zona de reclutamiento de las levas imperiales- mostraba sus lamentables muñones tostados por el sol e imploraba la caridad de los viandantes con voz apenada y acuosa. De tarde en tarde pasaba por el atrio de Santo Tomás alguna señora de gran empaque y dejaba caer un ochavo. ¡Ay de los viejos soldados que padecieron en lucha por la patria, es mérito que pocos reconocen! Pero la vida sigue. Cerca de la casa fortaleza de los Aboín, hilaban comadres y en las eras de Abanto unos mozalbetes competían con partidas de aluche, el viejo deporte mozárabe, una manifestación de la lucha grecorromana. Y, por mejor pasar la tarde, se arrancaban por seguidillas los aperadores que aguantaban la canícula sobre el trillo.
El Adaja en su cauce de la hondonada discurría semiseco. Pronto, cuando el día fuese de vencida, empezarían las ranas a croar a la hora en que los gañanes volviesen de segar y las mozas fueran a llenar el cántaro a los caños de la fuente principal. En un portalón del alfoz de Santiago se vio pasar rauda la sombra de una tapada morisca. Iba a hacer un jofor en nombre de Alá. Aquel año de 1562 pontificaba en Roma Pio IV41, reinaba en España el católico y pru41
Juan Ángel de Medicis nació en Milán 31 marzo 1499 y tras graduarse en Bolonia llegó a Roma el 27 de diciembre de 1527 el año del saco, el mismo día y a misma hora en que 32 años adelante sería preconizado para la cátedra de san Pedro. Peleó en Hungría con las tropas italianas contra los protestantes y fue enviado como plenipotenciario papal para negociar con los turcos en Polonia. Fue elegido sucesor de Paulo IV por aclamación el día de nochebuena, con la venia de los cardenales Sforza, Farnesio y Caraffa. Se trata, por consiguiente, de un Médicis que había nacido el día de la Pascua, fue electo el de Navidad y coronado en la Epifanía en una corte pontificia llena de intrigas donde eran frecuente los parricidios y los envenenamientos y con la perenne guerra entre España y Francia sobre el horizonte. Nombró cardenal a su sobrino Carlos Borromeo a los 23 años, por lo que recibió acusaciones de nepotismo. Tuvo muchos problemas con el embajador del monarca español en el Vaticano, Claudio Vigil de Quiñones, que quería que su rey tuviera prelación sobre el francés, pero el papa Medicis era anglófilo y ambas partes litigaban sobre cuál de los dos reyes era más cristiano y más católico. A Pío IV le cupo el honor de ver terminado el concilio de Trento al cabo de XXV sesiones y 18 años de deliberaciones y discusiones. Fue víctima de una conjuración y a punto estuvo de morir asesinado por una familia rival, murió de tercianas el 10 de diciembre de 1565 a los 66 años. A él se debe la introducción en el Vaticano del índice de los libres prohibidos, estableció un ptochropium (hospicio de peregrinos) para pobres y, a instancias de su sobrino Carlos Borromeo, fundó un convento para mujeres arrepentidas que habían ejercido la prostitución y que se llamaba casa Pía, ptrocropio y xenodokio. Popularmente, las Oblatas.
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dentísimo rey Felipe II, era general de la orden carmelita fray Juan Bautista Rubeo de Ravena. Ávila augusta seguía como ensimismada, hoy igual que ayer, señora de la piedra blanca y gris en un tono de cromatismo que combinaba el malva con la jerapellina, jorfe amurallado, bastión inexpugnable, tolmo de devoción en medio del paisaje serrano, más cerca de Dios por su altitud que ninguna otra de España, recoleta en sus muradas de cubos enigmáticos y poternas de eximia traza, sin desceñirse jamás de la fíbula líquida del Adaja, meandro de serenidades, o pulso de inmortalidades. Dios, Dios. ¿Dónde está Dios? En el aire. En la linfa. En el mirar de una doncella. En el llanto de un niño. Si lo queréis encontrar, puede que lo encontréis cerca de Ávila. Como una saeta de fuego a punto de ser disparada al aire lamiendo el matacán de las murallas.
Teresa, a buen paso y echado el velo sobre la frente, cruzó la Candelada y, bordeando la catedral en cuya puerta cimbrada montaban guardia dos atlantes, luciendo en el pecho sus escamas y una adarga que a primera vista recuerda la alzada de una verga humana, se dirigió a su antiguo cenobio. Entró antes a hacer una santiguada. Dentro de la penumbra del templo catedralicio resonaba la melopea del cabildo y ella se arrodilló ante el altar de san Marcial y pidió a la Virgen que la amparara. Luego, a través de los soportales, orilla de la plaza porticada, descendería otra vez a la Encarnación, su alma máter. Nuevas batallas del espíritu en lontananza. No era la hija de un guerrero como Bernardo de Claraval ni estuvo en las mesnadas mercenarias del Duque de Nájera, al igual que Ignacio de Loyola. Su padre lo más probable que fuese un tendero o un cirujano, que había apeado del apellido el cognomen de Sánchez trocándolo por el de Cepeda para despistar a los sabuesos inquisitoriales en la caza de brujas. Se le acusaba de criptojudío y de pobreza de linaje. Pero las circunstancias de la vida la habían convertido en una amazona divina.
Los aires marciales y misioneros dominan su existencia de cruzada, una titánica pelea contra el mal. Corrían tiempos recios, vientos de guerra. A los diez años justos de la apertura de San José tuvo
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lugar, a instancias de Catalina de Medicis, sobrina del papa reinante, la terrible Noche de san Bartolomé. Teresa, caballera andante de la palabra, trata de convertirse en una Juana de Arco a la hispana sin otras prevenciones o parafernalias que los rezos de sus monjas. Quería cambiar el mundo y estaba segura de luchar por una causa que no era equivocada. Era una mujer alta, algo entrada en carnes, la piel muy blanca, poseía una hermosa voz y unos ojos vivos y penetrantes, y una disposición de lunares en la comisura de los labios embellecía un rostro, que fue muy galán en la mocedad, y a la vejez de una distinción enorme. Aquel día de agosto no fue más que una tregua en la guerra civil que había desencadenado su opción de apretar la regla a sus hermanas de la Encarnación. Sobre el cielo de un azul sin nubes se formaron nuevas borrascas y no faltaba quien murmuraba no con cierta sorna y su ápice de razón:
—Mas conventos... Aquí lo que sobran son rezos y nos falta bien común: hospitales, fábricas, tenerías y telares, médicos para combatir enfermedades, refugios, orfanatos. No nacen niños y muchas se meten monjas porque temen morir de sobreparto, como le ocurrió a doña Beatriz de Ahumada. La pobre tuvo once hijos. Su vida se limitó a una larga estancia en el paritorio. ¿Y eso Dios no lo ve? Buena vida la de las monjas.
—Aquí lo que necesitamos son armerías para no tener que pagar a precio de oro las dagas que nos suministran los genoveses y los venecianos. Todo el oro que traen los cargamentos de Indias se nos va en pagar estas condenadas guerras contra los herejes. Sobran monasterios y alcabalas y falta gente de labor.
Las críticas al ocio expansivo de los castellanos se escuchaban por doquier. Surgieron bandos como en el evangelio; unos a favor de Marta y otros de María. La encausada, como hay gente para todo y de gustos no hay nada escrito, fue blanco de invectivas. Los dichos y habladurías que corrían por la ciudad la señalaban de embustera e iluminada, pero ella ya de antemano (y Teresa era terca) había optado por la opción del amor contemplativo, aunque manda a sus monjas, y esa es una prueba más de las muchas contradic116
ciones que siembran su personalidad, que trabajen de mano, y que nunca estén ociosas.
España en el acmé de su esplendor se hallaba en bancarrota y a merced de los usureros de afuera. El papa romano trataba al monarca español con indiferencia. Era un Medicis. La pobre Teresa, lega en las viejas intrigas de la corte pontificia, desconocía que los pastores de aquella santa iglesia llevaban a veces vidas depravadas, y que para acabar con sus rivales no vacilaban en utilizar el veneno. Hubo uno, Eneas Picolomini, que había escrito una novela pornográfica. Cuando le coronaron Papa, Pio II (1444) mandó destruir todos los ejemplares de su Historia de dos amantes. Claro que aquél era el siglo del amor.
Había nuestra santa tratado de defender la independencia económica de sus fundaciones, para que no dependiesen de nadie, pero en Malagón y en Salamanca tuvo que aceptar la donación pro ánima según la costumbre medieval donde las familias pudientes dejaban su herencia a los frailes para que custodiasen de por vida el lugar de su enterramiento y dijesen misas gregorianas a perpetuidad sobre la tumba de los que hicieron las mandas.
A cambio, las comunidades enclaustradas podrían vivir con cierto desahogo. Sin embargo, eran menos independientes. La limosna de las Ánimas Benditas sirvió no ya meramente para lograr la remisión de almas del purgatorio sino para sacar de apuros a los monasterios. Paz por territorios. Plegarias por ofrendas. ¿Se podrá comprar la vida eterna?
Tales extravagancias formaban parte de su carácter a veces severo, otras, entusiasta y en muchos casos, sardónico, echando toda la ironía castellana en el asador, lleno de cambios bruscos. No quiere monjas muy instruidas pero a sus confesores los prefería letrados. No se fía tampoco de la condición femenina pues “muchas mujeres juntas son harto trabajo” y en la Encarnación estuvieron a punto de tirarla del moño unas desaprensivas, pero con halagos y promesas las trajo a su causa y cambiaron de parecer o, cuando menos, dejaron de incordiar.
— ¿Queréis a Teresa por abadesa?
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—La queremos y la amamos. Te Deum laudamus.
Esto decían unas, mientras otras gritaban como posesas, en contra de su bordón. A las del jovenado, no es que entrasen en trance, es que les daban vahídos. ¿Quién podrá contar los incidentes de una batalla campal dentro de un convento? La reforma teresiana recortaba algunos de los privilegios y derechos adquiridos. Y en eso son muy contumaces, y numantinos, en la defensa de sus fueros, de sus usos y costumbres, los españoles. Dios es conciencia pero hay que ir a Él con tiento y mano izquierda.
A veces no dudó en utilizar la violencia, si quiera verbal, o procedimientos tan expeditivos como el de su garrote de abadesa, lo esgrimió contra un galán inoportuno que rondaba la reja de las carmelitas del paño y traía muy alborotado el gallinero con sus locuras. No volvió a portar por el locutorio. Prefería que sus postulantes fuesen profesas, que no hubiese legas ni freilas, ni señoras de mucho viso, ni bachilleras, ni melancólicas. Un santo triste, dicen los manuales de ascética, es un triste santo. La santa las ponía de patitas en la calle sin contemplaciones porque era de armas y tomar. Ella era la vera efigie de la reciedumbre. Hay en su espiritualidad síntomas de un combate agonístico, acérrimo que luchaba contra sí misma para mantener a raya a los instintos. Esto no deja de ser un contrasentido para una religión que predica la mansedumbre y el perdón de las ofensas, y no la venganza de los enemigos, o alcanzar triunfos materiales en esta vida. Es aquí donde brota lo más puro de su alma judía. ¿Y quién que no se haya abismado en la lectura de los salmos, que son materia prima de la oración pública de la Iglesia, un préstamo de la Vieja Alianza a la Nueva, que no haya sentido estos mismo escrúpulos? La iglesia de Jesús hace sus suplicas por cartapacio, poniendo en labios de sus monjes plegarias que brotaron del corazón arrepentido de un judío pecador como fue el rey David o de un patriarca en desgracia como fue Job. Teresa venía de la recitación y del manejo constante de estas plegarias de la ley antigua. De niña debió de escuchar recitar la “Shemá”42 a su abuelo
42 Oración rabínica a la aurora y al ocaso
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que no había recibido de grado el bautismo y seguía practicando de incógnito los preceptos mosaicos.
“Una monja de Toledo apretada de melancolías y muy tocada (echaronla) del convento por melancólica y fue a dar cuenta al Santo Oficio de que las reformadas se confesaban unas con otras”.
Anduvo renuente a aceptar en su compañía a señoronas arrepentidas como la princesa de Éboli y a bachilleras43 y cultas latiniparlas. Otra contradicción. Ella era una intelectual a lo divino y muy ilustrada en cuestiones del Antiguo Testamento y de los Salmos, como demuestran sus escritos. Por inclinación innata y por atavismos de raza, pues en sus genes bullía el espíritu del Pueblo del Libro.
De un lado quiere que la pobreza de los centros que funda sea total, y se obstina contra los ordinarios de las diócesis por las que peregrina haciendo antesala y pidiendo audiencia ante las cátedras de los mitrados, y de no pocos de sus confesores, para suplicar que los descalzos no gozasen de una renta fija y que vivieran de la caridad y de su sudor, pero, para evitar que la pobreza en la cual han de sumergir su existencia sus carmelitas fuese vergonzante, se ve obligada a aceptar donaciones. Las doce fundaciones se hicieron, a excepción del primer convento de San José, con mandas y herencias pías. Había defendido con uñas y dientes la autarquía económica, propugnando entre sus pupilas que no comiesen a expensas de otros. Sin embargo, como en el caso de Ignacio de Loyola al que financiaron los sefardíes huidos a Ámsterdam y a Londres, son los ricos comerciantes de Medina del Campo, los que van a apostar por el instituto que surge de la nada como reacción a los Padres de la Mitigación o calzados.
Encarece el trabajo de manos, con tal que sea humilde y no pomposo. La aguja, la rueca y la azadilla para sallar patatas del poco de huerta y, sobre todo, para no estar nunca ociosas, al ser la ociosi43
En Toledo rechazó a una postulante muy piadosa que decía leer todos los días el Antiguo Testamento. “Guárdese su biblia, que aquí todas somos mujeres poco instruidas, no entendemos más que de la aguja, la rueca y la azadilla”. Con estos exabruptos oscurantistas ahuyentaba a la Inquisición.
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dad la puerta de ingreso a la tentación. Pues, como dice Casiano, el monje ocupado sólo recibe el asalto de un demonio, mientras el holgazán será vulnerable a todas las embestidas de las potencias infernales. Se cuenta que Pablo el Ermitaño tenía su cueva llena de cestos y espuertas de mimbres que entretejía todo el año y, como no había quien se las comprara, la noche de San Silvestre las quemaba. Teresa se aferró a las recomendaciones del “ora et labora” benedictino; las manualidades son la sal que preserva de corrupción nuestra vida. Pero, utilizándolo como medio no como fin ya que, según acota el Eclesiastés, el trabajo está hecho para el hombre, y no el hombre para el trabajo. “Era tan amiga del trabajo de manos que cuando sus prelados le mandaban escribir algún libro, lo sentía porque esta ocupación la alejaba del bastidor”.
En todos los conventos la dieta era vegetariana y comían de lo que daba la tierra. “Todo lo que no fuese Dios le era amargura, llegó a no comer más que hojas de las parras, de este modo trujo la carne sujeta al espíritu”. Los libros que escribió, por imposición de la obediencia, nunca por su vanagloria44, denotan una familiaridad de trato y de intimidad con la trascendencia, aun en las cosas más menudas, de una “flaca mujer y sin estudios”, que ya quisieran para sí los mejores memorialistas ingleses. Por sus confesiones conocemos detalles de la cotidianidad de entonces. Así: “La túnica interior gruesa la trocaron por una jerga; con la jerga criaron piojos, y hubo que volver a la estameña”.
En Villanueva de la Jara, un año de grandes hambres 1579, las madres tenían un peral que por milagro estuvo dando peras abundantísimas todo el año. Lo desfrutaban y al día siguiente, misteriosamente, el arbolejo ostentaba cargazón sorprendente de peras que denominan muslo de dama en el país, y tanto que servía para satisfacer las necesidades del monasterio y luego de la abundancia de banastas recogidas se repartían entre el pueblo para remediar el hambre de los lugareños y curar a los enfermos, que, probado el
44 A los consagrados a la vida monástica no se les permitía firmasen sus escritos. Por eso la mayor parte de la literatura que se escribe en los conventos es anónima como corresponde a personas que han renunciado a los halagos de la honra, están muertos para el mundo,
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fruto del frondoso peral milagroso, al punto sanaron de sus dolencias.
Y con las albaquías o restos de las repletas maconas en Villanueva de la Jara se fabricaba la mermelada en la que fue insigne aquella villa manchega. Y en otro convento al año siguiente, que fue de peste, cuando el universal catarro del que hablan los autores, no quedó más que un escriño de harina. Era tiempo de marzo y eso significaría que las monjas no tendrían para sus remedios hasta el otoño, pero la despensera tomaba harina cada semana para una cocedura y el cillero seguía sin merma.
Ninguna religiosa pereció de inanición y aun les bastaba para vender y dar a los desvalidos. La faldriquera divina es un saco sin fondo, su misericordia nunca se acaba. Otro milagro. Propulsora del encerramiento y la clausura inviolable, reunión de mujeres que huellan el mundo “poniendo debajo de los pies sus deleites y la gloria que él más estima”, la simpar Teresa siempre estuvo en danzas, en pleitos, con el cayado en la mano para partir, en circunstancias poco adecuadas, para religiosas recoletas, tarifando con recueros, venteros, gente del bronce, mozas de partido, algún fraile prófugo de su comunidad, clérigos poco recomendables, padeciendo la sed bajo el sol implacables del sol de Andalucía, los hielos de Segovia, las riadas de Burgos, perdiéndose con sus hermanas en lo más fragoso de Sierra Morena, y expuesta a los peligros de los del pico y pala y de los peraíles. A vueltas con los de la capa parda y los del capillo, compartiendo techo y a veces plato con capadores, alojeros, zurcidores, cedaceros, cuadrilleros del Santo Oficio, mangas verdes y galeotes. Toda la chusma. Cuando posaban en alguna venta del camino, la priora era muy escrupulosa de la Regla y ponía a Julián Dávila que le acompañaba en todos los viajes de centinela, y nombraba una tornera, para que todas las relaciones de la vida diaria con el grupo se hicieran por conducto de la demandadera habitual. Ni que decir tiene que las monjitas deberían ir dando tumbos bajo el toldo de las carretas del país sin eje de suspensión, escuchando los juramentos del aperador, cuando alguna que otra mula cerrera
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empinaba, se descuadraba un cubo, o una vara se partía. Un voto a bríos o un rugido de cólera, en tal momento, perforaría el firmamento pues buenos son los arrieros a la hora de pegar voces.
Entonces, no había mapas de carreteras ni una red de comunicaciones como la que pusieron en ejecución para holgura y provecho de los españoles don Miguel Primo de Rivera y don Francisco Franco. Aun quedaban más de cuatro siglos para que viniese al mundo aquel zamorano universal, el que motorizó a los españoles, y que se llamaba don Federico Silva Muñoz. Las rutas eran de herradura, siguiendo el trazado de las calzadas romanas, sin letreros de orientación, con bandoleros moriscos al acecho en las gargantas y desfiladeros despoblados. Con el deseo de alcorzar o abreviar la jornada, los viajeros poco avisados no ganaban nunca el atajo. Se despeñaban por los barrancos o sucumbían, presa de las alimañas.
Bien es cierto que contaba como palafrenero a aquel cura que era un bendito y que, haciendo el oficio de su guardaespaldas, la escoltaba en sus recorridos de turismo fundacional por las diversas regiones españolas45 pero su mejor espolique era el propio Dios, Su Divina Majestad, que se le aparecía en sus arrobos, indicando el camino a seguir. “Ya eres mía y Yo todo tuyo”, se le declaró un día Jesús, su verdadero amante. Luego probaría la saeta enherbolada y allegaría la visión del serafín que le deparo el don de las entrañas desgarradas por la transfixión mística. En el estilo literario de Teresa desgarbado y sin alifafes late eso que se da en llamar por la teología presencia, esencia y potencia divina, confusión del abismo insondable. Algunas páginas de las “Moradas” causan vértigo por su mucha doctrina y admirables escondrijos. El alma inmortal vive apenada en el saco terrero de la carne. Hay una mano que nunca la detiene en su ascensión hacia arriba. Pero al diablo no hay que perderlo nunca de vista, “pues en todo momento le dio gran batería y turbación”. De ahí sus intercadencias. La carne pesa, rastrera,
45 Julián Dávila, su escudero fiel, al que “tenía mucho amor”. Tal compañía despertó recelos en algunas partes como en Segovia, donde surgieron voces y conjuras, sospechas de amancebamiento. Sin embargo, por quien verdaderamente debió de sentir cariño, espiritual ciertamente, fue hacia el P. Gracián, al que por cierto no menciona Diego Yepes en esta hagiografía que comentamos a diferencia de otros biógrafos.
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con sus resabios de vanagloria, con sus dudas y congojas. Y esto lo sabemos porque un día su superior, el P. Salazar, a la vez provincial de los carmelitas e inquisidor general, la ordenó poner por escrito lo que sentía. Fue una penitencia pero de ese castigo, so color de reprensión por sus rebeldías, salió una escritura magnífica, prez de la lengua castellana, hasta tal punto que bien es cierto que “Dios escribe al derecho con letras torcidas”. A veces tenía que hacerse la tonta para despistar a los corchetes de la Inquisición que estuvieron muy cerca de apresarla y, si no lo hicieron, fue por compasión, o porque el Señor, que estaba a su lado, levantaba cortinas de humo en la polvareda, y la escabullía, poniéndola a cobro de tales embestidas. Se limitaron a destinarla, forzosa, al convento de San José de Toledo. Menos mal que tenía cabimiento o influencias, como ella misma declara, con el monarca, quien en última instancia fue el que paró algunos golpes, pero ya sabemos que Felipe II tenía una personalidad dubitativa y vacilante como la de la Santa, sujeta a los vaivenes de un carácter que oscila entre la exaltación más entusiasta y la desgana. Nunca comprendió la rebelión de sus posesiones en el norte y la desconexión que percibía en el Palacio de Letrán con sus proyectos de apuntalar a la cristiandad.
Los psiquiatras podrían explicar sus melancolías por el mismo proceso que experimentaron Loyola y Teresa de Ahumada en sus desengaños o desencuentros con las cosas del mundo.
Y en medio de esa inadecuación entre el mundo al que aspiramos y al que tenemos delante de los ojos, hizo lo que hacen la mayor parte de los españoles honrados, en el ejercicio de un cargo de autoridad cuando la aversión les roe los zancajos o su presencia física suscita animosidad, antipatías e incomprensiones: meterse a fraile. Felipe II vivió vida de asceta. Siempre vestía de negro y su capa aguadera y su ferreruelo asemejaban a la sotana de un cura o a la túnica talar de un fraile. Siempre de luto y semblante grave, no parecía por su humilde austeridad, el hombre más poderoso de su tiempo. Un místico. Sentimental. Melancólico con el corazón de piedra y el alma ardiente. Más temido que amado por sus súbditos. Cruel y celoso en ocasiones. La biografía del gran monarca
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tiene lados oscuros pero también aspectos triunfales por lo que a la expansión del reinado de Xto se refiere. Fue blanco de todas las calumnias. Sus inveterados enemigos, las serpientes retorcidas y sepulcros blanqueados de un sanedrín maligno, que ha hecho correr ríos de sangre por los valles de la historia lo han nombrado como el “demonio meridiano”. Tampoco conviene hacer caso de las lenguas viperinas. Ladran, luego cabalgamos, Sancho.
Asistía con la comunidad de jerónimos al canto o al rezo de las Horas y hasta interrumpía al hebdomadario si notaba que se había saltado una rúbrica o pronunciado mal una frase del reato del día. España quiso abarcar demasiado y, agotada, exánime y falta de fuerzas, sólo confía en el milagro. La mayor parte de sus asesores eran conversos: Arias Montano, Villacastín y el propio Yepes. El sueño de Felipe II era un proyecto mesiánico basado en la Ley de Gracia. Por eso, quizá, haya sido tan discutido y tan perseguido. No cabe duda que el Segundo de nuestros Felipes había nacido bajo el halda de una estrella polémica. Allá por donde iba suscitaba pasiones encontradas. Vidas paralelas. También a la Madre le llovieron ataques, insultos y contumelias, por su decisión de romper con la mitigación. Su encontronazo con Los del Paño enconó los ánimos. Los carmelitas de una y otra regla estuvieron al borde de la guerra civil. Paritariamente — los santos son siempre controvertidos y arman el taco por la tierra que pisan: “no vine a traer la paz sino la guerra”— no sólo en vida sino también muerte, la Santa provocó una verdadera lucha de castas que duró entre los albenses y los abulenses. Al poco de expirar y su cuerpo aún caliente, los de una y otra villa estuvieron a palos, disputándose pedazos de su cadáver milagroso y odorífero. En Alba de Tormes tuvieron que conformarse con un brazo tronzado; el resto fue devuelto a su ciudad natal, hasta que por un Breve pontificio -historia macabra de una truculencia incomprensible- se ordenó al concejo de Ávila que devolviese a Alba lo que le fue arrebatado con fuerza, esto es, el cuerpo del delito.
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1) Monja inquieta y andariega.-2) Sus prisiones.- 3)Pero una luz la habitaba que le hacía vivir en Dios.- 4) Intimidad con el Criador y sencillez.- 5) Los templarios y el Carmelo.- 6) Castigos corporales a los monjes relajados. 7) La ley del silencio.- 8) Ceñid vuestros lomos con la correa de castidad e induciros de la loriga de la justicia. -9) Importancia del trabajo manual.- 10) El siglo del amor.
A la luz de las fuerzas encontradas que por doquiera que iba suscitaba y de las opiniones contrarias, se comprende, aunque no se comparta, el dictamen que mereciera la Santa a su enemigo más encarnizado el nuncio Sega que la llamó “monja inquieta y andariega que por holgar se anda en devaneos bajo color de religión”. Y la ordenó que se recluyese tres años en Toledo donde estuvo arrinconada y maltratada en una celda en la que hubiese terminado sus días, a no ser por la protección regia. Luego el visitador Pedro Fernández explicaría que aquellas “contradicciones eran claras envidias y manifiestos de pechos ensañados”.
Hubo mucho alboroto, a veces grita, se alzaron enemigos contra su persona de debajo de la tierra, y hasta las piedras parece se volvieron contra ella, ni los púlpitos la perdonaron y fue blanco de
CAPÍTULO V
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todas las desdichas y enfermedades, pero sus dardos envenenados nunca la alcanzan y, uno a uno, fue desbaratando los contubernios y soflamas. Personalidad misteriosa. Una luz la habitaba, que la hacía vivir en Dios, impulso vehemente a una misión soteriológica por las almas que se condenaban. Vio el infierno en una ocasión y Jesucristo en persona le mostró el lugar que le aguardaba, de haber seguido la ruta de los devaneos, afeites y disipaciones. Por pecados contra el sexto mandamiento que hoy se considerarían pecadillos. Teresa es una contrarrevolucionaria en materia sexual. En su afán de colocar sobre sus monjas el velo, que recuerda al “gurka” de los talibán, en la actualidad sería blanco de las acrimonias feministas, que la tacharían de retrógrada e integrista, como lo hicieron ya en su día las 150 mujeres que vivían en el primer convento calzado que profesó.
Escribía de corrido con prosa eficaz y sin alifafes, ni un tachón se aprecia en sus entregas ológrafas. No hay en sus obras floreos estilísticos pero los pliegos que rellenó, cálamo en ristre, trasmudan a la posterioridad el espíritu de la época que le tocó vivir, así como esa intimidad con el Altísimo, que le permitió columbrar panoramas en las cumbres, que pueden sólo divisar unos pocos es127
cogidos. Por eso, sus asertos causan asombro e incredulidad a los hombres y mujeres que viven después de Freud y de Mary Quant, de Carnaby Street, y de las parejas de hecho. En las capitulaciones de san Alberto ob. de Jerusalén, otorgadas en San Juan de Acre al primer prior carmelita, que fue san Bracardo, se daba una regla dura, siguiendo las pautas trazadas por los anacoretas griegos y los latinos que, desertando del ambiente turbio de las Cruzadas, determinaron la renuncia del mundo. Algunos se fueron a vivir al Sinaí, otros al Carmelo. En esto vieron algunos un símbolo oculto de engarce entre los dos Testamentos porque el profeta Elías y Eliseo fueron arrebatados allí.
Los ermitaños pensaban que la perfección del ayuno y la abstinencia de la carne les volverían limpios a los ojos del Señor, en espera de su segunda llegada. El templario Adalberto redacta estas leyes de seguimiento que se basaban en la castidad, la obediencia, la vida en comunidad, pero sin tratos los unos con los otros, más que para el rezo de oficios y misas. Que la celda prioral esté a la entrada del cenobio para recibir las visitas. En origen eran cuevas, que la reforma de Inocencio IV, a mitad del XV, las transformó en camarillas de las que los moradores no podían entrar ni salir sin permiso del abad. El modelo era la Tebaida anacorética, siguiendo los pasos de Simón el Estilita, el cual estuvo veintiséis años subido a una columna, se le gangrenó una pierna por la que trepaban gusanos que caían al suelo de tan gordos y de tan buen año que el ayunador mismo, como si nada, les increpaba: “Comed, comed, animalitos, lo que el Señor os pone en el plato”.
La reforma papal impuso a todos el refectorio y el rezo en comunidad. Algunos dentro de la celda tenían una alcoba o cámara secreta. Allí pasaban la mayor parte de sus días. El domingo era preceptivo la misa conventual y la confesión pública de los pecados unos a otros. Los castigos eran corporales. Alberto recomienda que los infractores del reglamento fueran castigados con “caridad”. Y esta misma constitución es incoada por san Columbano en sus monasterios celtas, donde a los monjes dormilones se les castigaba a
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una porción de azotes con el famoso “birch”46 de abedul, si se descuidaban en el canto del Oficio Divino o llegaban tarde a maitines. Ningún otro instituto monástico seguía una dieta más estricta que ellos, puesto que habrían de ayunar todos los días excepto domingos desde la Exaltación de la Cruz hasta la Pascua, pero en la norma del silencio se les dejaba mayor holgura que a los cartujos que no pueden hablar sino el 6 de octubre fiesta de san Bruno. Los carmelitas han de guardarlo sólo desde la puesta del sol hasta la aurora del día siguiente, desde Completas hasta Prima.
El silencio, como método de perfección ascética, de subida al monte Carmelo, limpia el corazón, alejando del alma del contemplativo las pasiones. Bienaventurados los limpios. Porque ellos verán a Dios. “Sile et psalle” (guarda silencio y prorrumpe en alabanzas) era el aforismo que había colgado del dintel de la puerta de los viejos monasterios.
En cuanto al atuendo, los primitivos seguidores de san Elías iban vestidos de burda jerga, descalzos, y, por cama, dormían sobre un jergón de tablas, de cabezal una piedra, nunca lecho propiamente dicho. El paso del hombre sobre la tierra es breve y lleno de peligros y el que piadosamente quiere vivir la perfección recomendada por Jesucristo tendrá que mortificar sus sentidos. “Vuestro adversario- exhortan las constituciones carmelitanas por el plan viejo- anda de ronda, puesto que busca el medio de devoraros. Ceñid con el cinto de la castidad vuestros lomos, vestid la loriga de la justicia, fortaleced vuestros pechos con santos pensamientos, poner sobre los hombros la túnica blanca de la virtud porque está escrito: el pensamiento de Dios os guardará del fuego de las saetas de vuestros enemigos”. Encarece a los anacoretas el trabajo de manos para que el “demonio os encuentre siempre ocupados, si llega a visitaros, y no tenga entrada a vuestras almas por la puerta de la ociosidad”. Los monjes, trabajando en silencio, coman su pan. Luego san Alberto hace la loa del mutismo espiritual que depara quietud y calma, es
46 Una vara de madera flexible. En las famosas “public schools” británicas todavía se administra esta fórmula de disciplina inglesa, reminiscente de san Columbano.
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atavío y ornato de la justicia, que “en el mucho hablar no faltará pecado y quien habla sin consideración hallará mal y Dios nos pedirá cuentas de todas las palabras ociosas que pronunciamos”.
Como ya dijimos, la supererogación en la práctica hizo que la observancia padeciera el acoso de la rutina y que los monjes se volvieran laxos. Algunos monasterios, ante la presión islámica, quedaron abandonados y una gavilla de acontecimientos y de cismas lamentables en el seno de la cristiandad deparó mala fama a los padres del paño. La casa madre fue trasladada desde San Juan de Acre47, de donde fueron desplazados por los frailes menores, a Roma y luego tuvieron gran influjo en Italia y en particular en Inglaterra en tiempos de Simón Stock, erector del convento de Londres de los frailes pardos o “grey Friars” para distinguirlos de los “black Friars” (agustinos), el cual plantearía la vuelta a las constituciones antiguas sin conseguirlo. Teresa de Cepeda propone una cura de caballo: la vuelta a las normas originarias de la Orden de san Elías, sobreseídas en 1444 por un rescripto pontificio, que las tachaba de impracticables y aspérrimas. Su lenguaje místico suena pues a algarabía48. No estamos iniciados. Somos pecadores. No mires, Señor, nuestras culpas, sino la fe de tu iglesia. Por el camino de la virtud se necesita un guía que abra la trocha y desbaste la maraña de pensamientos y de sentimientos encontrados, para trepar por el husillo de los sueños, subir por la escala de Jacob con peldaños resplandecientes, que es como trepar hasta el Everest de la santidad.
La vida mística recuerda a un laberinto en forma de escalera de caracol. Teresa de Lisieux, una de las más excelsas rosas carmelitanas, sería el paradigma de santificación mediante el empequeñecimiento o la escalera infantil. Otra alumna aventajada de esta fórmula de camino hacia Dios fue Santa Maravillas, la monja carmelita que elevó un verdadero pararrayos de plegaria, que nos deparará clemencia a los españoles ante la cólera divina en el centro mismo de la Península Ibérica, el Cerro de los Ángeles.
47 Murió asesinado en Jerusalén por los árabes en 1214
48 De al haraviya, la lengua árabe, forma de hablar confusa e inteligible de los musulmanes.
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El profeta Jacob recorrió sus peldaños por vez primera. Hay que volver a la tetada, hacerse como niños, sumirse en el letargo, la posición alfa, o dejarse transportar en la nube del no saber, porque el misterio no quiere conocer, renunciando a la sabiduría del mundo a fin de ganar la divina, sintiéndose iluminado por un tercer ojo que le descubre paisajes desconocidos. Para poder crecer. Su idioma no es una fórmula de andar por casa, sino que se articula dentro de una jerga cargada de símbolos y señales extrañas para adentrarse el laberinto de cierto trasmundo, sin sujeción a las leyes del espacio y del tiempo. Por eso una norma de vida que exija la renuncia suena a coloquio de marcianos a los que viven según la carne.
La lujuria es estéril y el pueblo de Israel, con sus complicados cánones acerca del levirato, se reputa por pueblo fecundo. La castidad que reclama de sus mujeres le hizo poderoso. El judío ortodoxo no considera al sexo una fuente de placer sino un mal necesario para la trasmisión de la especie. Creced y multiplicaos. Quisiéramos tener cuerpos de ángeles para presentarnos ante Adonay con un corazón puro y agradable pero la sangre y el deseo nos vuelven inmundos. El cristianismo, por el contrario, no lucha contra la fuerza y la sangre sino contra los espíritus que se propagan por el aire. Hay que estar alerta. Es un paso más allá. Existen otras atingencias que revelan el origen judío de la Santa. Además del asco del semen y de toda la emanación corporal, no podía soportar la presencia de un cadáver, la sangre le producía nauseas. Estando la Noche de Difuntos de 1567 en Salamanca adonde había acudido con Ana de San Bartolomé para abrir un establecimiento carmelita, la casa destinada a convento se hallaba ocupada y sus inquilinos, todos estudiantes, al ser desahuciados por el corregidor, prometieron vengarse con una de las habituales cencerradas, disfrazándose de almas en pena, tapados con una sábana, y haciendo ruidos raros por las dependencias de la enorme mansión. Muertas de miedo, las dos monjitas se encerraron en una pieza resguardada por temor a los “espíritus” o a la gamberrada de los becarios, haciéndose pasar por fantasmas. Como ninguna de las dos era capaz de conciliar el sueño, Ana le dijo a sor Teresa:
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— ¿Qué haría V.M. si ahora mismo caigo muerta y se encuentra sola entre cuatro paredes al lado de un difunto?
—Callades, hija, callades; que yo sí que estoy muerta de miedo. Nunca he podido besar un cadáver en los velatorios. Los cuerpos fríos me aterran— confesó la abadesa a la novicia que le escoltaba en las fundaciones como dama de compañía.
Las dos religiosas, encendida una vela, empezaron a rezar el oficio de difuntos. Así y todo ni a Teresa ni a Ana se les pasó el pasmo. Aquella noche salmantina fue una verdadera noche toledana. La Madre se sentía horripilada por la posibilidad de sentir a su lado la presencia de un cuerpo mórbido, tenido por lo más impuro de la naturaleza entre los cabalistas. También le daban asco los perros y
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los ratones que los judíos consideran animales inmundos aunque no tan impuros como el cerdo o el marisco.
Amaba los libros y conocía la Biblia de corrido, algunos de suyos pasajes, sobre todo los del salterio, había escuchado salmodiar a sus mayores, en hebreo. No hacía alardes de conocer esa lengua y en cierta ocasión despida a una candidata al hábito por jactarse de tener un buen conocimiento de la Escritura. Este fue un gesto exterior, de puertas para afuera (judío fino no come tocino) pero exhibe varales de longaniza en la antojana de su vivienda y oculta en un arca o en la más recóndita alacena el paño de oración y las filacterias, era el caso: despistar y confundir a los inquisidores.
Las biblias protestantes eran quemadas en la plaza de Valladolid en los autos de fe. Cuando se caía el pan de la mesa, lo besaba. Todos los suyos, al expirar, volvieron la cara para la pared. Se confesaba muy devota del Rey David y de san José. No comía cerdo. Al rezar seguramente se balanceaba su cuerpo y no movía los labios apenas. Tenía algunos conocimientos de cirugía, sabía de hierbas y algunos clérigos que encontró por el camino sospecharon de su celo de conversa. Todo ese acervo de creencias que llevaba en la masa de la sangre, reflejos condicionados y adquiridos a lo largo del turbulento peregrinar del pueblo elegido por la tierra, formaba parte de sus genes, y se manifiestan en su espiritualidad de talante abierto, independiente y con ribetes mesiánicos. El Pueblo de Dios es asamblea de luz y de salvación, no de tinieblas y de destrucción como pretenden sus enemigos que cargan sobre sus espaldas el vituperio de deicidas, no siendo esto verdad, porque fue el sanedrín y los escribas y los fariseos (letrados) los que mandaron al madero al dulce Jesús49.
Su talante es hasta cierto punto feminista porque se proponía no solamente la neutralización de la herejía, sino también la liberación de la mujer, a la cual consideraban los antiguos como un ser inferior.
49 No se detecta en sus escritos ninguna alusión antisemita ni menoscabo de judíos, que fueron habituales entre los escritores apologéticos y pasionistas
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Teresa vivía para orar por la salvación de todos los infieles, y, a tal respecto, es significativo en su biografía el encuentro que tuvo con el padre Maldonado, un franciscano que, al regreso de México, fue a verla a la Ciudad de las Murallas, antes de emprender camino de Ágreda como visitador franciscano. Le dijo que eran muchísimos los pobres paganos que morían sin la luz de la fe y, por tanto, se condenaban. Los judíos sienten una responsabilidad, una especie de complejo de culpa por su salvación y las de los demás, ganas infinitas de luchar en pro del establecimiento del reino de Dios en la tierra, el progreso científico, la mejora de vida. Ella quería al establecer un Carmelo más riguroso mediante la morigeración de las costumbres monacales pero no era oscurantista sino, más bien, de ideas avanzadas, acaso una mujer abierta al futuro. “Vi cómo muchas religiosas caían en el infierno de cabeza por culpa de la lujuria”.
Ella exige la reforma de costumbres de su siglo denominado por los historiadores como la centuria lasciva. Hasta los Papas no se liberaban del erotismo imperante que formaba parte del Zeitgeist o espíritu epocal. Al siglo decimosexto lo llaman los historiadores el siglo del amor. Quiere liberar a las mujeres de las garras del varón que las oprime luego de seducirlas, transformándolas en esclavas sexuales. Esa es la razón de su defensa de la pureza de vida. La existencia de la condición femenina no ha sido nunca fácil, tampoco la cohabitación con el marido. Las españolas de su tiempo conocían de cerca la miseria y los dolores, el hambre, las preñeces, los palos y el lema de la pata quebrada y en casa del macho dominante. Había que forzar en cierto modo las leyes de la naturaleza. Quería Teresa guardarlas, y esta es otra de las contradicciones de su epónimo carácter, echándolas el velo, cerrando puertas. El yugo y la carga del Esposo celeste son más suaves que las arras de los maridos mundanos. Sus contemporáneas en aquel siglo de guerras, pestes y falta de condiciones higiénicas en aquellos burgos cerrados auténticos mechinales, no llegaban a los cuarenta. La vida era breve. Intensamente se vivía Por lo común pasaban las mujeres de
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mozas a viejas desdentadas, los úteros hinchados por las continua preñeces, y gran parte moría de parto; su madre, doña Beatriz de Ahumada a los treinta y tres. Para alcanzar edad provecta y tener el condumio asegurado, los castellanos y castellanas de aquella hora se metían en un convento donde tenían el condumio. La magra ración y la vegetariana dieta garantizaban longevidad. A esta existencia holgada se añadía la promesa de la vida eterna, podían gozar de gracias especiales y ganar merecida fama, nombradía y fortunio de santas (las famosas de la época aunque todavía no se publicaban revistas del corazón.)
Bastaba la condición de renunciar al mundo. Siempre es más higiénico, ayunar que atracarse. Ya encerradas, no corrían el riesgo de ser ultrajadas50 y quedaban exentas del baticoleo galante. Siempre dentro de lo que cabe, pues ya sabemos que los demonios libertinos no cejan y ponen con frecuencia sitio a los conventos, y al siglo que le tocó vivir lo llamaban el siglo del amor romancesco, porque, insistimos, es al pie de los monasterios donde nace el mito donjuanesco. Teresa quería exonerar a sus candidatas a la santidad de las ataduras que, ligándolas al varón, las subyugaban de por vida, aspira a algo mejor, a un amor que no fuese fungible, lejos del tálamo, la prole y la cocina. Al eterno amor. Todo su afán es esparcir por España harenes para que en ellos holgara solo el Esposo Místico, el único que emancipa a la condición femenina de su estigma de muerte y pecado. Se trata pues de una revolución feminista a lo divino. He aquí, pues, una más de las múltiples contradicciones de la bienaventurada abulense. Sus ansias de libertad y relaciones con Dios, de tú a tú, sin intermediarios establecen por primera vez sello de modernidad, algo que se percibe en el fondo de sus escritos: el deseo de manumisión de la condición femenina. Era obstinada y
50 El estupro y la violación eran males más frecuentes- la condición humana permanece invariable a lo largo de los años, los lustros y las décadas-. Lo mismo incluso que ahora, pero tampoco entonces las monjitas estaban a buen recaudo, ya que rondaban los conventos los famosos galanes de monjas, moscones de la reja y del cuchicheo e iban de locutorio en locutorio para enamorarlas. El propio rey Felipe IV “practicó” la costumbre. Así nació el Mito de Don Juan.
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lista, y de esa forma, mediante amaños y argados, despistó a los detractores; confundió a sus enemigos. Estamos ante un temple rebelde, no aceptaba las reglas del juego. A la chita callando, dio la vuelta a la tortilla, materializando de esa manera la revancha del converso, relegado y tenido en menos, anticipándose a la jugada, siempre desbordando, porque en todo, hasta en lo nimio, se muestra gallarda y excesiva.
Sus fundaciones siempre siguen una pauta común. Primero la inspiración divina. El celo por la honra de Dios, la salud del mundo y la conversión de la infidelidad, que le roía las entrañas:
—Quiero que fundes por amor a las almas…Estoy a tu lado, no algunas, sino todas las veces ¿Qué tienes? ¿Cuándo te he faltado? El mismo, que fui, soy, no te arredres. Ten fuerte, Teresa.
Fueron estas admoniciones interiores del Amado la fórmula de su matrimonio espiritual, el supremo grado de la vía unitiva. Hecho que ocurre en la Pascua de Pentecostés del año 1572. En adelante, habiendo dejado atrás un largo periodo de desgana y de sequía en la oración, continúa escuchando la voz del Señor que baja a consolarla a través de sus visiones. Y no sólo oye sino que también ve a la segunda persona de la Santísima Trinidad. Se le aparece Su divina Majestad. Afuera ruge la marabunta y arrecia la persecución contra la vidente del priorato de la Encarnación.
Toda Ávila está alborotada, la ciudad se alza contra ella en pie de guerra. El clero contempla el proyecto como una merma de sus prerrogativas, rentas y derechos adquiridos. En Medina eran los agustinos los que se oponen con uñas y dientes, en Salamanca los teatinos y en Segovia son los beneficiados del cabildo. En este lugar, aunque contaban el beneplácito del obispo, llega un provisor de madrugada, enviado por los canónigos de la catedral cercana, instando a que desalojen el edificio. En Sevilla el arzobispo impide que en el nuevo palomar carmelita se haga la reserva del Santísimo. Dificultades y trabas surgen a cada paso y curiosamente son los hermanos de vida consagrada y los curas los más reacios a sus propósitos fundacionales. Únicamente, en Palencia notó la largueza
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y generosidad de los primitivos tiempos de la iglesia, cuando sus miembros tenían comunidad de bienes, y estaba en vigor el mandato nuevo “que os améis los unos a los otros”. Allí, el canónigo Reinoso, el aristócrata don Suero de Vega, junto con doña Elvira Manrique, heredera del conde de Osorno, al que llamaban en la comarca “el padre de los pobres” a causa de la largueza y frecuencia de sus dádivas, acogieron en sus casas a las carmelitas peregrinas, no permitiendo que fueran a posar a ventas de mala fama, como era lo habitual. Dicha hospitalidad constituye una excepción a la norma de trato poco evangélico y dureza de corazón que se encontró la monja en sus andanzas por Castilla y por la Mancha. Palencia, siendo pobre, hizo honor a la fama de su noble linaje godo. En otras partes, donde la influencia conversa o morisca se dejaba detectar mejor, el comportamiento fue menos deferente. En Sevilla, siendo la ciudad más rica del reino, pasaron sus pupilas azares y baticores. En Segovia, emporio lanero, el cabildo le dio malón con sus impertinencias y en Toledo, villa de sus ancestros, estuvo encerrada por orden del nuncio Sega. Por Córdoba pasó de noche y por poco se ahoga en el Guadalquivir51, al perder los arrieros la maroma de la barca en que vadeaban la corriente; hubieron de llamar a un cerrajero para serrar los cubos del carruaje que se atolló en los guardacantones del puente. Y en la Roda de Villanueva de la Jara y Beas, que eran predios de Encomienda a la Orden militar de Santiago (cruz templaria), se oponían a que en aquel pueblo se erigiese convento sin dote, no querían los caballeros de la cruz roja al pecho renunciar ni a su jurisdicción ni a las prebendas. Una pragmática firmada por el rey anuló tales contradicciones. La propietaria que cedía los terrenos para fundar, una tal Catalina Codines, la cual había tenido algunas revelaciones místicas, y, luego de curar de hidropesía y de un zaratán al pecho, era tentada de gota artética y de ceática, males de garganta y zozobra, de los que sabara, decidió dedicar su existencia a Dios.
51“La barca iba sola sin remos a toda furia río abajo, todas daban voces, como vieran el peligro en que se hallaban y la muerte a ojo, pero la barca encalló en un arenal, y fue milagro” (Vida de la Bienaventurada Madre Teresa de Jesús por Diego de Yepes).
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Hubo de permanecer al pie de dos años largos en la Corte, hasta que llegó el permiso de Felipe II. Sólo la corona podía interferir en las competencias de las órdenes militares. Era la norma. ¿Quién es tu enemigo? El de tu oficio. ¿De que parte se levanta el viento del odio? De las tiendas donde pasan la noche de esta vida los de tu raza. Pasó ya con el Nazareno, a los que sus paisanos quisieron despeñar, escandalizados y rasgándose las vestiduras (pues ¿acaso no es éste el hijo del carpintero y su madre se llamaba María y su padre José?), tras haberle escuchado en la sinagoga. ¿No es ese el hijo del carpintero? ¿No conocemos a su madre María y Jacobo y Juan sus hermanos se llaman? Los que traten de seguir sus pasos encontrarán las mismas pegas, el encono visceral, y las trabas de la envidia que dicen que es verde como el pendón de Ahumar.
Arrostrarán oposición numantina a sus planes, resistencia feroz, movidas por la avaricia, la envidia o el mal querer. Un convento sin renta solía constituir una rémora para la diócesis. Pronto se da cuenta la Madre de que los maravedís y ducados constituyen la materia próxima con que se labran las casas de oración. Sin bolsa ni proventos, sin productos, sin el dictamen de lo crematístico y el sonido del vil metal, no hay obra de Dios que se sostenga. Que aquí nada viene de vénganos. La ley natural se superpone, cuando no contradice, por desgracia, a la recomendación evangélica. Este es otro de los enigmas a los cuales se enfrenta el creyente. Tiene que dar marcha atrás y replantearse el tema, aceptar donaciones. A veces las busca por todos los medios. Sin el patrocinio de la Casa de Alba o las limosnas de los Mendoza, la paloma mística no hubiera jamás alzado el vuelo.

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1) De muchas mujeres juntas líbrenos Dios.- 2) Un hospital para enfermos de fuego sacro en el Camino de Santiago.- 3) Nombra a la Virgen por priora al cabo de una agitadas elecciones.- 4) A chapinazos con la Madre Superiora.- 5) Perplejos de sus donaires.- 6) Prosopografía física que se corresponde con un temperamento castellano.- 7) Lo primero el Santísimo.- 8) Instrucciones muy concretas sobre el tocado, el peinado, la disposición de la celda por dentro y hasta la forma de cantar; manda que la “entonación no sea por punto sino por tono, lo más sencillas que quepa”.- 9) Oración vocal y oración mental.- 10) San José nunca le falla.
“De muchas mujeres juntas Dios nos libre; dan trabajo” y “a Dios rogando y con el mazo dando” son sentencias que ayudan a entender la psicología de esta mujer que por algún tiempo se convierte en dueña del alma quimérica de España, a caballo entre el señorío y el desinterés y la mezquindad. El carisma de los arrobos de la Santa se tercia con las referencias a la situación social. No todos vestían de brocado. Se comía mal, había plagas y los cuerpos enfermos eran almacenados en el hospital como aquel de la Concepción
CAPÍTULO VI
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de Burgos52 que pretendía acomodar para oratorio. “Era casa pobre, llena de enfermos, quejidos y malos olores, muchos ratones y sabandijas asquerosas”.
Hay circunstancias en que Teresa se manifiesta como el epítome del candor y la sencillez, para más tarde mostrar toda la sagacidad y la sorna cachazuda de hembra castellana, como, cuando instala en la sala capitular de la Encarnación una talla de la Virgen, proclamándola abadesa, a raíz de los tumultos por unas elecciones conventuales —entre españoles los comicios suelen derivar en bronca, que ya decía José Antonio que lo mejor que se puede hacer con las urnas es quebrarlas a garrotazos— para designar abadesa de la comunidad. Había dos partidos y las monjas no se ponían de acuerdo hasta el punto que las de una facción y las de otra llegaron a las manos.
— ¡Atención!— Sor Teresa agitó la campanilla y, señalando con el dedo la imagen de Nuestra Señora de Gracia dijo: De hoy en adelante, ella será vuestra priora.
Sed sagaces como serpientes y cándidos como paloma. Ese gesto venció la resistencia de todo un monasterio amotinado contra su persona. Y en medio de los rigores, cuando más arrecia la persecución, escucha la voz interior: “Teresa, ten fuerte”. Él le va mostrando el camino pero a veces parece que se alcorza o tuerce la senda, siente el coraje de los esfuerzos en balde, los pasos perdidos. El demonio no ceja. Transformándose en duda o en violencia. Como aquella vez en Toledo en que una beata a la cual había quitado un sitio junto al hachero durante la misa. Teresa y la beguina empezaron a discutir y acabaron tirándose de los pelos. Al punto, acudieron las hermanas, presas de una gran turbación, porque la lega había llamado a la Madre ladrona, dijo que le faltaba la toquilla y que una monja de las tapadas con el velo lo sustrajera. Teresa entonces no pudo dominar su coraje ante la afrenta, se descalzó un chapín y estuvo a punto de correr a chapinazos a la otra. La Madre Ana de San Bartolomé la sujetaba.
52 Está documentado como uno de los lazaretos de peregrinos en la ruta jacobea para tratamiento de enfermedades de la piel. Antes de llamarse de la Concepción estuvo avocado a san Roque.
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Sus aspiraciones artísticas parecen mínimas pero los filólogos andan aun investigando sus escritos al cabo de medio milenio, y siempre dan con algo nuevo, un detalle que se les pasó a los eruditos teresianos de generaciones anteriores. Así como la obra de san Juan de la Cruz es la más traducida a idiomas extranjeros después del Quijote, “Las Moradas” representan un reclamo habitual tanto para la psicología como la grafología y los especialistas en el Siglo Oro. Fuente de inspiración de dicho tratado fue la construcción del monasterio escurialense, con sus apartados, corredores, tránsitos y pasadizos secretos (materia próxima.) Además, debió de leer de joven “Cárcel de Amor” otro poeta converso en la corte de los Reyes Católicos, Diego de San Pedro. Para él toda la vida es cárcel y monasterio y existen en la prisión del amor, según explica, treinta aposentos. En la más alta morada se produce la fusión de amante y amada en una misma carne y en un mismo sentir. Teresa toma la frase de vivo sin vivir en mí y muero porque no muero precisamente de Diego de San Pedro. La vida mística es cárcel alegórica. Es más la vida y los libros de la Doctora Abulense de la Iglesia Universal son un pórtico que enlaza la alegoría con el esperpento. En esta lucha Jesucristo queda vencedor.
Se alzan bandos y surgen pareceres, disputan unos con otros y no se nos saca de dudas, porque el espíritu de Teresa deja a todos perplejos. Los libros salidos de su mano guardan una frescura, adobada de refranes y de esa cachaza de los castellanos, entusiasta y noble, pero con sus pliegues de cuquería. Decires y saberes del pueblo. Demosofía aplicada al cauce misterioso de las relaciones y trascendentes. Causticidad que en algunos oídos de los prelados suena, ras con ras, a herejía. No hay neurosis ni enfermedad mental ni desequilibrios nerviosos. Los santos son heroicos porque les domina una fuerza de voluntad que asombra.
Debió de ser muy hermosa, luego engordó y, aun entrada en carnes, todavía debió de seguir suscitando pasiones. A lo último le daba todo igual como bien expresa su poema en que exalta la indi142
ferencia santa del contemplativo53, una vuelta al rollo, a la infancia espiritual, a la tetada del lactante, dejar todas las potencias exteriores en estado alfa y conocer la paz y el sosiego que sólo puede alcanzarse por la puerta interior.
Queda una pintura suya salida de la paleta y los pinceles, no demasiado exquisitos, de fray Juan de la Miseria. La santa, que guarda todavía esa coquetería instintiva que la mujer siente hasta el fin de sus vidas (un detalle muy humano, por lo demás) se queja de que la haya sacado, al retratarla, poco favorecida.
En sus viajes, a lo primero en tartana, la acompañaban doce monjitas a las que hacía guardar la regla incluso en medio de las incomodidades de la ruta, ponía tornera, llevaba un reloj y una campanilla, instrumentos indispensables de la disciplina. Intentando atenerse a la clausura entre el traqueteo, los relinchos de los jumentos, los desvíos, extravíos y los gritos de los recueros exasperados que, en medio del campo, rompían a blasfemar, las angosturas e incomodidades de la travesía. Después y “como muchas mujeres juntas son un peligro, dan trabajos” se inclina por aviar con la impedimenta y las personas indispensables. El nudo de la oposición se va deshaciendo poco a poco. Dios escribe al derecho con letras torcidas, pero, de entrada, los prelados, como el arzobispo de Sevilla, Rojas, se muestran renuentes a dar la aquiescencia. Teresa, recién llegada a fundar, se desvive por que se exponga en el lugar el Santísimo Sacramento. Son crecientes y menguantes de la vida espiritual, ora con mimos y consuelos, ora con desarrimos y sequedades. Pero no hay que amilanarse ante las pegas sino tirar para delante y es así como completa la lista de sus 17 monasterios de la Virgen del Carmen (diecisiete monasterios que valen por diecisiete autonomías), que pronto ganaron fama de santidad, por su pobreza, rigor de la claustra, penitencias y cilicios, y atuendo diferente a los de la mitigación con arreglo a las instrucciones precisas de la Madre al respecto:
53 ¿Que mandáis, Señor hacer de mí?/ Dadme alegría o tristeza, dadme pobreza o riqueza/ Dadme infierno, dadme cielo/ Vida dulce, sol sin velo/ Pues del todo me rendí / ¿Qué mandáis, Señor, hacer de mí?
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El vestido sea de jerga de buriel sin tintura, el escapulario cuatro dedos más alto que el hábito; las tocas, de sedeña o lino hueso sin plisar. Túnicas de estameña y sábanas han de ser de lo mesmo; el calzado, alpargatas y, por honestidad, peales de sayal, y el jergón de paja con una antepuerta de alfamar para recato. Traigan el pelo cortado para no gastar dineros en peinado. Jamás habrá de haber en la celda espejo o cosa curiosa sino todo descuido de sí. Y que todas se entretengan en trabajo de manos54, no primoroso, que monje ocupado no es tentado, y el trabajo corporal es la sal que preserva de toda corrupción nuestra vida. Los hombres, que son varoniles, con el regalo reciben ánimo y condición de hembras... Manda comulgar sólo los domingos y fiestas de la Orden y el canto en el coro ha de ser sencillo, que nunca la entonación sea por punto sino por tono, a voces todas iguales... De dichas o cantadas Vísperas hasta Nona a la mañana siguiente habrá silencio general. Freilas55 y monjas de coro no habrá. Todas han de ser profesas para evitar distinciones y prerrogativas; a cada una le compita una tarea por turnos semanales en el desempeño de todas las funciones conventuales (cocina, sacristía, lavandería y corral) excepto la tornera que habrá de ser designada por el provincial y tendrá una demandadera de afuera a sus expensas.
El último tranco de la existencia carnal de la Santa sería un continuo delirio de portentos. A una de sus vírgenes la conforta en la hora de la muerte, viniendo desde otro convento muy lejano a despedirse; a otra, muy enferma, le asegura que no está para enterrar y su pronóstico se cumple. La fama de sus poderes y preeminencias hinchió los rincones de Castilla. El pueblo entretiene su ociosidad,
54 “En ello hizo mucha fuerza, puesto que la ociosidad y el regalo es la puerta de todos los vicios”. Era partidaria de esta independencia. . a sabiendas de que en los conventos con renta y bien provistos pronto se cuela el demonio del tedio; del tedio al ocio y luego, la parlera, el devaneo, los billetes “toda la disipación que hoy vemos en muchos locutorios con las enclaustradas todo el día ocupadas en hablas ociosas ante la reja”, (Yepes)
55 Las freilas en las ordenes militares eran religiosas que entraban al servicio de otras con más rango. Entre los benedictinos se llamaba así a los donados, los cuales estaban exentos de las obligaciones de coro y, como no sabían latín, sólo estaban obligados a la oración vocal. Se encargaban de las tareas domésticas.
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porque ya hemos dicho que la casta hidalga pedía ejecutorias para desentenderse de las labores manuales y vivir sin trabajar teniendo en menos los oficios manuales, como cosa de advenedizos. La opción eclesiástica es la que cuenta con más adeptos. La mayor parte de los clérigos abulenses con los que trata Teresa presentan la misma estirpe de cristianos nuevos: Alonso de Madrigal el Tostado, obispo de la sede de San Segundo y de Prisciliano en vida de la Madre; el cardenal de san Sixto, Diego Torquemada; el de Coria o el de Burgos, Pablo de Santa María que habiéndose rabí llegó a ser deán de Compostela y de obtener el capelo en Cartagena; el franciscano Diego de Osuna autor del Abcedario Espiritual También sus confesores jesuitas eran de extracción conversa. Otros, que aborrecen el arado y el bieldo, se alistan en la marina o el ejército siguiendo la tradición de los jóvenes en paro de aquella para los que regía el aforismo de Iglesia, Mar o Casa Real. Esta ociosidad, tan peculiar, redunda en pro del arte y la literatura. Nunca se escribió tanta ni tan buena prosa ni se escanciaron mejores versos. El humanismo trajo aparejado la preminencia de las cosas del espíritu sobre las cuestiones materiales.
El tomismo en las aulas magistrales pugna reñido duelo con el erasmismo. Salamanca y Alcalá se convierten en palenques o foros intelectuales de los que salieron a la procura de la excelencia, los seguidores de Platón y los del Estagirita, de san Agustín o de santo Tomás de Aquino “el ángel de las escuelas”. Las disputas teológicas que derivaban con frecuencia en serios encontronazos, como los derbis de hoy en día, entre equipos rivales, servían de deportivo solaz a los castellanos de aquel entonces. Hartos de silogismos y controversias de dómines, los que desean proseguir por la senda de la virtud se muestran consternados y aun confundidos ante el iluminismo de los que, aborreciendo al mundo, se recluyen en lugares apartados, para mejor seguir el evangelio, o se declaran abiertamente en pro de una reforma de la vida cristiana. Brotaron conventículos erasmistas y focos protestantes en Valladolid y en Sevilla. Se asoma por los Pirineos la brujería, y confesores y predicadores encaramados a sus púlpitos alegan que Carlos V es el anticristo. La
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oración mental toma el relevo a los ritos externos con merma del culto antiguo. Hay confusión y bandos y se perfila lo que parece una guerra por la hegemonía del poder sobre las conciencias. En España no se llegó a entender, tampoco se le explicaba al pueblo de Dios, lo que era un conflicto de intereses económicos, so capa de cosas de religión. Las aguas se estaban saliendo de madre. La corona española apostó por la defensa de la ortodoxia y la primacía de la sede Apostólica, aun a riesgo de comprometer el bienestar popular. Sobre las espaldas de los de abajo van a caer los gravámenes de la costosa guerra contra los protestantes. Sólo un milagro hubiera podido conjurar el derrumbe. Había comenzado la decadencia, pero este declive será un crepúsculo glorioso, en verdad, un tiempo admirable con el que España deslumbró a la Humanidad. Duraría dos siglos, desde el desembarco de Carlos V en Tazones, Asturias, en agosto de 1500 hasta la noche de Todos los Santos de 1700, cuando en una alcoba del alcázar de Madrid expiraba entre exorcismos y mejunjes el último vástago canijo de la Casa de Austria, Carlos II el Hechizado. Los historiadores sectarios se ensañan con este período de lucha alterna y grandes cambios. Algunos cronistas, mal avisados, al narrar el Siglo de Oro, toda vez que pasan por alto lo que acontecía en otras naciones del orbe cristiano, parecen caminar sobre ascuas. Siempre se echa la culpa de todos los males a España y a la corona española. Es una hispanofobia que detectamos a todos los niveles los que vivimos en amistad con los libros y que sólo encuentra parangón con otro hecho parecido: el antisemitismo.
Europa entera cruje bajo el peso de las aflicciones deparadas por las guerras de religión con su secuela de hambres y epidemias. Había cambiado todo, hasta la misma meteorología, en medio de las convulsiones sociales y económicas de la centuria decimosexta. Se produjo una nueva glaciación que transformó el clima benigno del medievo europeo en más riguroso y seco, como demuestran las numerosas inundaciones de las que dan cuenta los escritos teresianos. No pocos autores pensaron que se acercaba la hora suprema. Nostradamus y otros agoreros echaron mano de la bola de cristal para predecir calamidades.
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Al hilo de esto, cabe reflexionar sobre una conjetura: que el apocalipsis no fuera un espacio relativamente corto en el tiempo sino de resultas de un lento proceso que pudo empezar a quedar expedito con los cataclismos del cisma europeo. Una vidente alemana, Sta. Gertrudis56, al propalar la devoción cordimariana, se refirió a la escatología como un devenir lento, alentado por la rebelión de
56 Existen marcados paralelismo entre la trayectoria vital de esta mujer y la de la Mística Doctora. Desde su retiro de Eisleben, Gertrudis, fallecida en 1354 y de la que dijo Cristo “en el corazón de Gertrudis me encontraréis”, anunciaba en sus Revelaciones que la devoción al Corazón de Jesús sólo podría entenderse a la luz del acontecer de los últimos días del mundo, por ser el amor de Cristo la panacea contra el odio que se desencadenaría al final.
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Lutero y el renacer islámico lleno de amenazas y de virulencia para los cristianos que vuelve a brotar a día de hoy. Las condiciones de vida en la Francia asolada de huracanados vientos, en la nebulosa Albión o en la clara Toscana o la sombría Alemania, tierra de lansquenetes, eran aterradoras. Se comía poco aunque se holgara mucho, circunstancia desencadenante de la avariosis o mal gálico. Las pestilencias medievales se repitieron varias veces por la faz del orbe conocido, lo que condujo a interpretar a algunos moralistas tales flagelos a guisa de purgas que enviaba el Altísimo a la cristiandad enlodada en la lascivia. Los movimientos de reforma calvinista tienen una génesis puritana que no habrá que perder de vista y en parte eran similares a los mensajes que trataron de difundir los Carlos Borromeo, los Camilo de Lelis, los Juan de Ávila, los Luis Beltrán, o los Vicente de Paúl, los Juan de Dios. Eso, de puertas afuera. Por lo que hace a España, la sociedad estaba dividida por una mezcolanza de etnias y de creencias.
Los marranos y los conversos, incorporaciones tardías a la fe, aprontan su savia nueva. En aquel tiempo de inseguridades y de falta de fijeza en todo, únicamente dentro del seno de la iglesia, se vivía bien, con un buen pasar. Los sacerdotes podían llevar existencia tranquila y, además, estaban aforados. En caso de delito, no estaban sometidos a la jurisdicción. Comparecían ante un tribunal eclesiástico. Los candidatos al estado clerical podrían gozar de holgura y obtendrían el reconocimiento y privilegios; en una palabra, el poder y las rentas con las garantías que esta forma descansada de vida da para la pereza y el ocio creativo, que es el que siempre ha tenido la católica España, frente a otros pueblos protestantes que se toman la vida más en serio. Para un español que vive aterrorizado por el pensamiento de que hay que morir en el fondo nada es importante, ni la misma religión. Es gente fatalista y muy acostumbrada a fingir y a manifestar concejeramente lo que no es o no sienten. Este es otro de los resabios conversos.
No obstante, la Iglesia con sus aumentos y gajes, su inmunidad foral y fiscal, representa el nexo de unión en el vértice de los po148
deres. Sin embargo, aquella vez, por falta de previsión, y, dejada de la mano del Espíritu, y a causa de los malos ejemplos del alto y bajo clero, se encuentra en crisis. Siempre nos han tocado a los españoles vecinos incómodos. Pero donde más se notaba su falta de convergencia era en el ámbito internacional debido a los intereses de estado encontrados sobre todo de España y de Francia. Esta última, embalada hacia una política antihispana que en Madrid intentaban sofrenar los validos (Duque de Olivares, Duque de Lerma, Cisneros) con paños calientes: casamientos de las infantas con los herederos del trono de San Luis y pactos de familia. Paritariamente, las hijas de Santa Teresa abren casa en París con la recomendación expresa de que alumbren las infantas francesas casadas con españoles muchos retoños. Por desgracia, si visitamos el pudridero del Escorial, nos daremos cuenta de que, a pesar de las muchas plegarias de las carmelitas de Paris, aquellos vástagos de la Casa de Austria y la de Boix se morían nada más nacer. Francia no tiene amigos sino intereses. Su rey a la sazón Enrique IV alentaba sin ambages las rebeliones árabes en la Alpujarra y en el Reino de Valencia, mientras entabla relaciones bajo cuerda con Solimán para que dé carena a nuestra escuadra que defendían en el Mediterráneo la bandera del papa. ¡Vaya un comportamiento de monarca cristiano! Se dirá.
Los Reyes de Castilla poseían el don de expulsar demonios mientras los de la Casa de Blois curaban las almorranas. Así es: las relaciones entre los súbditos del “Cristianísimo” –título otorgado por el romano pontífice al rey francés- y la Majestad Católica de España, no están soldadas por el amor natural y la filantropía, sino que obedecen a intereses de estado, y a cuestiones menos altruistas. Y para más inri, durante todos los conclaves que se celebraron a últimos de aquel siglo y comienzos del siguiente, los cardenales a las órdenes de Richelieu son los que organizan los pucherazos en perjuicio casi siempre de los españoles sobre los que pesaba de antemano el veto. Era muy activa la corte de Versalles en la organi149
zación de redes de espionaje por el Viejo Continente. Supieron ser más inteligentes o más diplomáticos al comprar las voluntades de las eminencias de San Juan de Letrán y de esa forma controlar los acontecimientos en Europa. El pueblo llano, desconocedor de tales intríngulis, agachaba la cabeza, resignado. Se limita a morir heroicamente en Lepanto o derramar su sangre bajo las banderas de los tercios, o, en el mejor de los casos, pasar a Indias, donde encuentra campo a su inventiva, el deseo misional, la sed de aventuras y de ver mundo. Todo un continente se volvió mestizo o criollo en unas cuantas generaciones gracias a la idea mesiánica insuflada por los conversos en el talante castellanohablante. Está claro que nuestro destino no estuvo en Europa sino en África y en América.
Las clases altas se dedican a vivir de las rentas. Los señores del castillo a perseguir a las doncellas por los corredores y a tener hijos bastardos, mientras sus consortes, relegadas en el tálamo, se consuelan con el culto en los templos de Madrid, acudiendo a novenas, adoraciones nocturnas, sermones, triduos, procesiones, bendiciones, reservas.
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Teresa era una gran devota del casto José. En su intercesión este cariñoso varón de virtudes nunca le fallaba. Cosa que le pedía cosa que le daba: San José. El padre de NSJ le sacó de más de un apuro y resolvía todos sus conflictos con aparejadores, corchetes, alguaciles, fantasmas y nuncios. Varios de las casas, la primera y la última, en Ávila y en Burgos, las coloca bajo su vara milagrosa y siempre florecida, y tan taumaturgo fue, a tenor con lo que escribe la Santa, que mi persona fue salva. Hubo en el invierno de 1581 en Burgos, adonde llega empapada, y a punto de ahogarse, al vadear el Arlanzón, grandes avenidas a causa de diluvios, y ello invocó el nombre de San José. Al punto, las aguas lamieron la entrada de la nueva fundación, pero sin pasar adentro.
Castilla eleva los ojos al cielo, anhelante de agua, en medio de pertinaz sequía, provocada por un cambio de glaciación. El pueblo efectúa rogativas en espera del milagro. Tenía que haber una intervención celestial a la desesperada. Todo el mundo cree ver visiones, se olvida de la realidad diaria tan adversa, buscando consuelo e intervención directa desde “arriba”. Gusta de vigilias y procesiones. Triunfa la oratoria religiosa y los sermones revisten todo un acontecimiento social. A veces, no es sólo meramente fervor devoto el que le mueve a acudir presto a las iglesias. Como en el drama del “Burlador de Sevilla”, Mañara va más, por seguir a su dama que por oír las completas. Las mujeres solían estar encerradas en sus gineceos y apenas pisaban la calle si no era para acudir al templo. Galanes desaprensivos y poco escrupulosos con las cosas santas aguardaban “su” oportunidad. En cuanto abrían un locutorio, se presentaban allí los donjuanes. El diablo andaba también listo y hacía declaraciones amorosas “por el torno”. Era cosa notable cuando sonaba la campana de Nona en los conventos ver afluir hacia los locutorios a toda una turba de admiradores secretos acudiendo a las puertas de las casas de oración para requebrar de amores a su doña Inés, a sus Marfisas, o a su sor pascualilla. El hábito no hace al monje ni espantaba a los sacrílegos donjuanes. Con frecuencia ocurrían incidentes y lances a la puerta de los monasterios o en el
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interior de las iglesias. Un jueves santo Francisco de Quevedo dio muerte a un caballero que había abofeteado a una dama. Miguel de Cervantes por una trifulca de espadachines, estando la honra de por medio, con resultado de muerte cometió homicidio y esta fue la causa por la cual ha de huir a Italia refugiándose en casa del cardenal Silíceo.
El rey don Felipe IV era visitador de locutorios, como demuestran los sucesos 57acaecidos en la villa de Madrid que tuvieron como protagonista al candungo monarca y a las monjas del monasterio benedictino de San Plácido. En ese recinto, que debió ser guarida de alumbrados, de la noche a la mañana veintitantas monjas quedaron preñadas, por lo visto de mano de su capellán, hombre mozo y de muy pocos escrúpulos que predicaba el amor total y la entrega sin condiciones a Jesucristo en la persona de su representante en la tierra, el confesor y maestro espiritual. Se dijo que en aquel lío pudo estar metido el propio monarca, del que afirma Marañón que era hombre de una capacidad amorosa insaciable, casi femenina. Incombustible e insaciable en su ardor erótico. Un caso único. Echaron tierra al asunto aunque no se pudo evitar que la Inquisición abriera causa. Al culpable lo ahorcaron y a sus dirigendas las enviaron a la cárcel de Toledo. Los códices guardan silencio discretísimo sobre si llegaron a alumbrar lo que concibieron durante las pláticas pías y qué fue de los frutos múltiples de aquellos “sacrílegos” devaneos.
A la luz de esto se comprende por qué Teresa de Jesús no podía ver a las monjas de la Encarnación pelar la pava con extraños, y aunque no fuesen extraños sino parientes y conocidos, ante el rastrillo claustral. Conocía el percal y tendría sus motivos. Como ama de gobierno, Teresa era muy lista. Se desvivió por la clausura estricta. Felipe IV tenía con las monjas una verdadera fijación. En el dichoso San Plácido de una novicia estuvo tan enamorado que se citó con la religiosa en su celda pero la abadesa que estaba sobre aviso le urdió una encerrona. Ordenó a la novicia que se pusiera de
57 La muerte de Villamediana pudo venir como consecuencia de alguna de estas parcialidades
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cuerpo presente, fue introducida en un ataúd, y, cuando en la iglesia retumbaban las estrofas del Dies Irae y se rezaban los funerales por su alma, llegó el amante furtivo que no era otro que el rey oculto el rostro con un chambergo y embozado en su capa. Don Felipe al olor del humo de las velas y del incienso —viniste tarde, amor, la hora ya está cumplida— al escuchar el lamento de las estrofas del Dies Irae, puso pies en polvorosa.
Estos burladores58, azote de las congregaciones religiosas por aquellos días, sacaban de sus casillas a la Madre. A uno amenazó con salir detrás de él con el hurgón del fuego de la cocina y a otro de los regulares le mostró una badila si no dejaba en paz a una postulante. Le parecían tales sujetos más que los propios luteranos. Aducen los sexólogos que en los complicados mecanismos del ludo amoroso representa un papel notable el morbo. Lo prohibido es un grado. En un tiempo en que los burdeles y las casas de tapadillo eran innumerables en las ciudades y en villas, y hasta en los pueblos, los galanes de monjas, dejando las malas, esto es a las meretrices, optan por las buenas, esto es las vírgenes consagradas a Dios (traza diabólica). El deseo no respeta. Es sacrílego y en su curiosidad desemboca en la paidofilia, el fetichismo, la bestialidad, aberraciones que, si mirándolo bien presentan la demoniaca cara oculta de nuestra sociedad, forman parte de la condición humana, proclive a los vicios. La lujuria no sólo corrompe a las sociedades, desencadena tempestades de violencia y por donde pasa deja una estela de lágrimas.
Todas estas bizarrías que leemos en la gran prosa ascética de éste y de los siglos siguientes, tan abundante en las letras castellanas, y que a oídos profanos suenan a galimatías, entroncan comúnmente con el género caballeresco que sublima el amor profano confundiéndolo con el deseo de amor divino. Los avatares que cuenta Teresa recuerdan sucesos novelescos. Es la impulsora de la corriente mística, un venero en el cual se registran los mejores pulsos del ser nacional, y artesa donde se amasa el castellano como idioma
58 Burlador como sinónimo de violador
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universal. De su encuentro con Juan de Santo Matías, misacantano, con el cual traba conocimiento al poco de la fundación de Medina del Campo, la víspera de la Virgen de agosto, da cuenta Diego de Yepes pero abordando la cuestión de pasada, acaso barruntando la importancia que iba a tener en la vida de Teresa de Jesús aquel tocayo suyo, uno de los mayores escritores en español, en el siglo: Juan de Yepes, autor de “Llama de amor viva”:
“En este tiempo trajo el Señor a Medina a fray Juan de la Cruz, mancebo corto de estatura pero grande de espíritu y talento; y, como la Santa tuviese nuevas de su vida y religión, acordó también de hablarle, y en cuanto le habló, como buena lapidaria, conoció los quilates de aquella piedra preciosa, y parecía que lo era, que él solo bastaba para primera piedra del monasterio que quería labrar”.
La fundación de Medina donde recibió dineros y casa del mercader Blas de Medina, tratante de paños en Flandes —está por estudiar en qué grado y cómo las guerras del norte enriquecieron a los marranos lusos e hispanos que tenían abierta sinagoga en Ámsterdam y en Brujas, y fueron los únicos beneficiados de aquel conflicto en el que negociaron ventas de armas y contratas tanto para los españoles como para los flamencos, saliendo fiadores de jesuitas y carmelitas y financiando la Contrarreforma— tuvose por milagrosa.
En esta segunda donación acepta la dote de trescientos ducados de María Ocampo y los seiscientos de Isabel Ortega. La Madre era muy escrupulosa y legalista, jamás suele dar un paso en falso y sin el asesoramiento del escribano o del confesor. Tuvo muchos; a veces son ellos los que parecen que carean a la Santa pero otras veces es ella las que les hace investigación, adivina su vida y costumbres, o delata sus vicios. Como le ocurrió con el párroco de Becedas, o con un reverendo que asistía en la Encarnación y a quien vio al momento de dar comunión como el diablo lo tenían prendido y enredado entre los cuernos. Aquel oficiante se atrevía con sus manos indignas a portar al Señor y distribuir la comunión. En otro instante, Su Majestad le muestra el lugar que le tenía preparado en el infierno. Fue una visión fugacísima pero la impresión de aquella escena le quedaría grabada de por vida.
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Las confidencias siguen. En otra oportunidad, Cristo en persona vino a decirla que Bernardino de Mendoza no saldría del purgatorio hasta que no se dijese la primera misa en el Carmelo reformado de Valladolid. Fueran mentira o verdad, estas visiones o suposiciones imaginarias, lo cierto es que ella sabía, dueña de su fe y toda una madre coraje, barrer para casa.
A San José le tuvo siempre a mano. A la Magdalena, cuya fiesta celebraba con mucho rumbo, la vio en varias ocasiones y también vio a san Andrés y al apóstol Juan, que asistían como diáconos y subdiáconos a la misa celebrada por san Pedro de Alcántara.
Conocía no sólo por el nombre sino por la cara a santa Catalina de Siena. Santo Domingo que se le aparece en una cueva del convento de Santa Cruz de Segovia, y a san Benito y a santa Escolástica y a otros muchos santos de la corte celestial también los conoce de vista... Los jofores o vaticinios que vierte sobre algunas personas a las que presagia el fin de sus días, o el cese de una tribulación, se cumplieron a rajatabla. Resucitó a su sobrino Gonzalico Ovalle, el hijo de su cuñado el aparejador de Alba de Tormes y antiguo soldado a las órdenes del Duque, cuando se le vino una pared encima, aunque en la versión del milagro difieren los biógrafos. Efrén de la Madre de Dios dice que el niño cayó malo y fue encontrado muerto en la obra antes de que las rafas de ladrillo se derrumbasen y añade que su hermana, que estaba encinta, de la impresión de ver al pequeño muerto malparió. La Madre, cuando administraba al neófito las aguas de socorro, tuvo un trance y al cabo vino para su hermana, muy contenta, diciéndole que se alegrase porque acababa de presenciar la entrada de un angélico en el cielo.
Las monjas de San José criaron miseria, pues el sayal de velarte y el basto buriel pronto fueron reclamo y albergada de incómodos parásitos. Ya que lo supo, puso sus poderes en juego, apretando en la oración, para que no se les deparase semejante plaga. Dios la hizo caso y, de repente, la liendre desapareció. Los que visiten este lugar encontrarán allí un cristo de los ojos lindos al que se conoce por otra denominación: la del Cristo de los Piojos. Fue el que obró
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el milagro, además, con la garantía expresa otorgada por la fundadora de que de allí adelante ningún convento carmelita los tendría. A tan repugnantes parásitos se les niega la entrada y, desde que Teresa hizo este milagro, ya no hay liendre.
Si bien los ortópteros no representan una grave amenaza para el desenvolvimiento de la vida claustral, los cáncamos peores son y de otra calaña. Nada más temible que la roya humana. Las picaduras de la chinche son las más mortíferas. Porque el diablo gusta de disfrazarse de toca y griñón y se ciñe a lo mejor los cuadriles con un escapulario santo. Teresa tiene que librar cerrada batalla contra este personaje que se le aparece cuando menos se lo piensa. Y hasta le hizo una coplilla;
Pues nos dais vestido bueno, rey celestial, líbranos de mala gente este sayal.
El diablo son los otros, según Sartre. Anida en el espíritu de contradicción que nos es afín a los seres humanos. Esté donde esté, y fuere quien quisiere, el caso es que este personaje, Mefistófeles, o como tengan bien a nombrarlo, formó parte de su existencia, y puso no pocos estorbos en el camino de su santificación. Por lo pronto, ella tenía un carácter vivo que no toleraba réplica y lo trata de solucionar derrochando dosis de humildad y espíritu de obediencia pero el orgullo que llevaba dentro salía a flote.
No fue buen negocio traer una priora de la Encarnación a San José. Parece ser que la Santa y Teresa Cimbrón discutieron y ésta tuvo que regresar al primer monasterio. Es cierto: a veces el diablo y el infierno son los otros. Consciente de tal fragilidad procuró que en sus casas las profesas estuviesen el mayor tiempo con las manos ocupadas y a ser posible aisladas, en celdas separadas, con ermitas exentas del edificio matriz o con cámaras inaccesibles dentro de las propias habitaciones. Para estar en la nube del no saber. Para abstraerse. Como los morabitos mozárabes que se apartaban a un desván de la iglesia (cámara santa) o los anacoretas monotelitas escondidos en le helgadura de una roca. El caso es no tener comercio con las demás. Porque entonces surge la tentación, salta la chispa.
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Cada mochuelo a su olivo. Cada pájaro a su alcanda y cada penitente en su rahez. ¡Qué inteligente era santa Teresa! ¡Qué bien conocía el alma de las mujeres y la naturaleza humana esta santa tan castiza, tan nuestra!
No paro de sonreír para mis adentros con melancólica tristeza cuando acudo a Ávila y me paro a besar al Cristo de los Ojos Lindos por otro nombre el de los Piojos. Es contemporáneo de la última sesión del concilio de Trento: 1563. Después, a la que subo, tengo que alargar el paso por miedo a la liendre de los conventos, no sea cosa que me dé un pasmo o me aceche el peligro de un piojo mucho más peligroso. Es la envidia. Aquí la gente con iniciativa no es bien quista. Se ha de ser gregario y del montón. Si alzas un poco el gallo, te degüellan. ¡Qué bien lo sabía Teresa! Y con Ana Dávila que era mujer de temperamento discutió también. Por eso el Señor no para a veces de echarle reprimendas y encarecerla tuviese mano izquierda para manejar a sus discípulas y zarcear en medio de tantos peligros. Había cocodrilos con la boca abierta esperándola al borde de las charcas. Las curias siempre dieron albergada a este tipo de monstruos omnívoros. Los peores diablos son los que llevan sotana y alzacuellos según lo da a entender la mística doctora en su prosa clarividente y sencilla, por otro lado trufada de cordura y sensatez. Toda su obra despliega híper lucidez, clarividencia como buena escritora que fue. Lo supo por experiencia. Tuvo que bandearse por orillas viscosas y resbaladizas. Dios estaba con ella, desde luego. Si no, imposible entender su vida y los trances por los que atravesó, vadeando, indemne, un mar de peligros y dificultades.
Su muerte en Alba de Tormes conmueve, al igual que su personalidad, no ya meramente por toda la parafernalia que rodea al hecho, sino por la admirable serenidad que mantuvo. Se la gangrenó el zaratán –hoy dirían metástasis- de un pecho. Tenía 67 años. Le llega la última enfermedad con motivo del alumbramiento de la Duquesa de Alba. En aquel tiempo los grandes personajes, llegado un momento trascendente de la vida: alumbramientos, decesos, viudedades, salidas del esposo o de los hijos para la guerra, quieren
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contar con el valimiento o la intercesión de estas “santas” mitad parteras, ora plañideras, ora aliviadoras de los lutos, que deparan buena suerte, o arrimo contra el infortunio. Se las trata como de la familia, con derecho a alimonia y mantenencia pero sin soldada. Posaban en casa de la gente de viso, formando casta aparte en medio de la servidumbre de asiento, o flotante. Los lacayos de plantilla, los fijos, no solían mirarlas con buenos ojos, dentro de las cortes y los castillos medievales, pensando les hacían la competencia. Entre privados siempre hubo envidias. Las casas señoriales estaban bien abastadas de damas de compañía, bufones de aluvión, parientes pobres, paniaguados, y convidados, sin otra aspiración que el vivir de gorra. De origen medieval es la costumbre. Da origen al mecenazgo. Y sin esa hospitalidad no se hubiera entendido el gran arte y literatura de occidente
Al socaire de los príncipes magnánimos encuentran acogida y medran las leyendas, la paremiología, los juegos de manos y de cartas, los títeres, la magia y el propio teatro. Estos simposios o ágapes o reuniones en el castillo señorial son el origen del cuentacuentos y la literatura oral. De aquí surge esa potencia para narrar historias de las grandes literaturas europeas: apólogos, romances, sagas cantares de gesta, lais, etc.
Es como un despertar. Se abre la rosa de los vientos a nuevos rumbos. En los aposentos palaciegos, por otro lado, de las cortes ducales, como la de Alba, Lerma, Medinaceli, Medina Sidonia, Benavente, regentadas por los Fernández de Toledo, Guzmanes, Mendozas y esas cien grandes familias, muchas de origen converso pero que con habilidad entallan su origen oscuro al disfraz de los sonoros nombres godos, que se alzaron con la exclusiva de la riqueza que supuso para algunas arcas la llegada del oro americano, tuvo la Mística española casa propia.
Es un ir y venir que llaman acarrear. Es todo un ardiente penar a la sombra de la obediencia y bajo la amenaza de la coroza que se cierne sobre la cabeza del reformador, el cual escogió por norma vivir peligrosamente. Un paso más, y terminas en la herejía
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y atraes sobre ti el capirote del penitenciado por la Inquisición. En Segovia un provisor suspicaz la ordenó que quitara el Sacramento y mandó por conducto de los corchetes el corregidor auto de excomunión. Todas esas congojas hacen acto de presencia en sus obras y seguramente aceleraron su muerte. Sufrió mucho Teresa y parece ser que Dios se sirvió de los amparos que otorgaba el cabimiento de la Casa de Alba para evitar los alguaciles y el baldón del Santo Oficio. Tuvo que ir a visitar a la duquesa aunque ya venía mala. Meses antes de fundar en Burgos, debió de tener su entrevista con el monarca en San Lorenzo, un acontecimiento que silencian también sus biógrafos o lo abordan de pasada. El Escorial la inspiró la obra de “Las Moradas”: una fantástica alegoría de sus vivencias de oración en forma de símbolos. Tiene que echar mano de las impresiones que le causara su entrevista con el monarca, habitante del Escorial, un adusta interpretación en estilo gélido herreriano de la mística ciudad de Dios, con ventanas infinitas que encierran cámaras y claustras vacías donde retumba el eco de las puertas que se abaten mal cerradas o el gañir del viento huracanado que sopla desde el monte de las Machotas. El monasterio del Escorial, todavía en obras, le sirve de inspiración. Sosegaos. Ve a un rey burócrata, sedentario, inmovilista. Es la cólera del español sentado cuya mera presencia causa pavor. Ante el palacio y el hombre que lo habita, esclavo de su deber, una voz musita a los oídos de la monja que también viene cansada, pues trae dentro de las sandalias todo el cansancio de España, el polvo de sus caminos una advertencia:
—Sosegaos.
Parece que las piedras hielan la mirada mientras el alma se abrasa en aquel inmenso caserón con diseño de parrilla. No se permiten las manifestaciones espontaneas ni el memorialesco semblante que impregna otras narraciones sino un lenguaje sublime, apto en exclusiva para los iniciados. Este encuentro con El Escorial y lo que este monumento representa para la idiosincrasia de la época filipina debió de dejar una huella indeleble en aquel alma tan peculiar y tan contradictoria. Porque la Santa es una constante y sorprendente contradicción. Pues,
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Cuando dice, con iluminada cordura, que esta vida no es más que una mala noche en una mala posada, en esta frase vuelca su mala experiencia y el trajín de su quijotesca andadura. Nada más incómodo que los garitos en los que ha de pernoctar con sus monjas, como aquella venta en el Tiemblo donde vivió una pesadilla protagonizada por un capitán de los Tercios que, sintiéndose humillado, porque el mesonero, según protestaba el enfurecido soldado, le había dado una habitación peor que a las hermanas, tiró de alfanje y estuvo a punto de liarse a mandobles con toda la congregación.
A esta vida llena de soledad, privaciones y de peligros se viene a padecer befas, humillaciones, contratiempos, baldones, escarnios, incomprensión, descalabros. Pero, a cambio de tanto sacrificio, aguarda a los escogidos un cielo al que se llega por senda de abrojos. La puerta del paraíso es estrecha.
A regañadientes y sin el mayor entusiasmo, más que por complacer a la gran señora doña Beatriz, por pura obediencia, acude a confortarla en los instantes del alumbramiento. Algo así debió de hacer la Virgen María con su prima santa Isabel. Una confidencia celestial le anuncia, sin embargo, que su presencia no era necesaria pues la mujer hubiera ya parido. Teresa vuelve a Salamanca. Va a morir. Se encuentra muy cansada pero tiene que cumplir con su deber. En estas postineras señoras (Guiomar de Ulloa; Luisa de la Cerda; Ana de Mendoza, princesa de Éboli, “furiosa y terrible mujer”, esposa del valido del rey, don Ruy Gómez, de origen portugués, antojadiza e intransigente; Elvira Manrique) encuentra la buena faldriquera para fundar sus conventos de pobreza, que son sólo hacederos gracias a las rentas y donaciones de la nobleza. Pero su actitud hacia tales damas guarda cierta reserva a medias entre la suspicacia y el halago del converso que busca abrirse paso en la sociedad mediante la recomendación y el amparo de la alcurnia. Es por esto que su padre cambió el apellido manchado de Sánchez por el de Cepeda y Ahumada. Se observa que en la descalcez ya no tienen cabida los nombres rimbombantes que campeaban en la Encarnación: Quesada, Estrada, Arias, Quiñones, Andrades, Velascos y Quirogas. Predominan los nombres
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de siempre: las Catalinas Codinez, las Aldonzas, etc., que se transmudan en Anas de San Bartolomé, María de la Purificación, Blasa del Santísimo Sacramento.
Por el camino les sale al encuentro un heraldo para anunciarle la feliz novedad del alumbramiento de una niña. El parto fue corto. Ya no era necesaria su presencia pero decide seguir hasta la villa salmantina. Venía de Burgos donde el último cenobio que establece fue una larga secuencia de trabas a cargo de la curia y de engorros. Ésta y la de Sevilla le dieron harto quehacer, debemos recalcarlo. Entra en la capital burgalesa con el tiempo metido en agua; varias semanas que no paró de diluviar a mes de diciembre de 1581. Abandona Burgos en la primavera siguiente después de la gran riada que estuvo a punto de llevarse río abajo el barrio del Espolón. Casi un prodigio el que el nivel de las aguas del Arlanza no sobrepasara los zócalos del oratorio recién fundado por la Santa. Una placa sobre el frontis del muro de esta casa burgalesa que las carmelitas tienen en el barrio del Espolón sigue pregonando la intercesión milagrosa de san José en aquella avenida. Las riadas debieron de ser muy frecuentes en aquellos estíos tan calurosos del Siglo del Amor. Me remito a los famosos versos del romancero: “Bernardo estaba en el Carpio/ El moro en el Arapil59/ Como el Tormes venía crecido/ no se puede combatir”.
Ya barruntaba su próximo fin pero no ceja y vence con tesón las porfías del eclesiástico de turno, renuente a que en su jurisdicción se erigiera una comunidad monástica, sin las garantías de autonomía económica. En lo que el arzobispo daba su anuencia de apertura del recinto, tuvieron que irse a vivir con los apestados y moribundos del Hospital de la Concepción, que era un lazareto de peregrinos. La experiencia debió de ser traumática en aquella crujía del dolor. Los piojos verbeneaban a su antojo subiendo y bajando por las sábanas y cabezales; y entre los quejidos, malos olores y alimañas asquerosas, que las ratas campaban por sus respetos, las monjas no podían concentrarse en la oración. Para colmo a una
59 arapil, teso, meseta pequeña (Salamanca.)
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de ellas se le apareció el diablo. Era un mastinazo negro que se escondía por el tiro de la chimenea y se asomaba de vez en cuando al cocedero. Belcebú hace acto de presencia una y otra vez en la vida de los grandes penitentes, puesto que ni al propio Cristo ahorró tentaciones. Los cronistas se refieren a esta penuria de pasada pero aquí está la otra cara de la moneda de aquella España de esplendores donde sólo los frailes y los curas vivían a cuerpo de rey, comían a mesa puesta y para colmo se acostaban con quien les diese la gana, porque la emigración a América y las guerras europeas en contumaz leva de hombres y sangría de dineros habían dejado Castilla sin la presencia de varón. Los eclesiásticos podían holgar a sus anchas quebrantando todos los mandamientos eso sí con la mujer ajena, pues todos los maridos estaban o presos del turco o padeciendo trabajos en las campañas de Italia, o desbastando selvas. Hubo algunos frailes que alardeaban de su condición fáustica como aquel franciscano de Ocaña que insinuaba a todas las mujeres que topaba en el confesionario que era menester se acostasen con él, si querían engendrar a un profeta. Los alumbrados habían en muchas partes dejado verdaderas rafas de hijos naturales a cargo de sacerdotes concubinarios que trataban de mejorar la raza, por las buenas o por las malas, preñando a un monasterio de una sentada como pasó con las benedictinas de San Plácido en la Villa y Corte o aquel P. Chamizo de los emparedados de Llerena que encastó a veinticuatro incautas, o Magdalena de la Cruz, a la que llegaron a comparar sus detractores con Teresa, la cual se jactaba de haber portado en sus entrañas al Niño Jesús y que a veces recibía la visita de dos diablos incubos a los que El de arriba daba permiso para que hicieran cuanto quisieren de ella pero sin poderla dejar encinta porque un ángel bajaba del cielo y quemaba la semilla en su útero depositada. Macabro y realista detalle.
Presencia del diablo, delirios esperpénticos y, para colmo, todo acaba en la crujía de un hospital. La realidad no sólo eran aquellos cardenales enjaezados viajando por los pueblos en carroza para llevar a cabo su visita pastoral, o aquellos jesuitas y dominicos hen162
chidos de soberbia y de supuesta sabiduría que se enzarzaban en polémicas dialécticas que a veces terminaban en campal batalla. Se veía ir y venir por toda la península a lomos de mulas pardas a los nuncios y bulderos. La realidad era por igual la que ofrecía el espectáculo del desamparo de aquellos lazaretos para pobres apestados y vergonzantes. La sociedad, que tanto hablaba de amor a Dios, se olvidaba del prójimo en injusta y calamitosa situación. Los veteranos de las campañas imperiales o los cautivos cuya libertad fue comprada al precio de la generosidad de algún alfaqueque heroico como la de aquel Fray Juan Gil, mercedario de Arévalo, que rescató a Cervantes de los baños de Argel, venían a morir en la indigencia a estos centros. En compañía de hidalgos arruinados, rameras víctimas del mal francés con la carraca de san Lázaro a mano para impedir que nadie se les acercase por temor al contagio, o de niños sin padre. A tales centros de beneficencia se les llama de forma muy diferente. Unos eran “casas de sudores y de vapores contra el fuego sacro” como el de san Antón de Madrid que el vulgo conocía por la Sábana Blanca60, o el de la Refitolería segoviana que atendía a expósitos.
En otros, la especialidad era la de curar la sarna. Pero más abundantes eran los nosocomios pues el mal francés, la locura y las enfermedades mentales hacían estragos. Las advocaciones para estos refugios (Misericordia, Sancti Spiritus, La Piedad, San Antón) dan cuenta de la intención piadosa de ellos. Ni los libros de caballerías ni las súmulas escolásticas se detienen a contemplar estos antros de pobreza o engendros del vicio, pero la verdad sea dicha en el Siglo de las Bellotas como llaman, también de una forma menos agradable que el del Amor, los autores a esta centuria, hubo abundante cosecha de lupanares, tabernas y de conventos. Los Padres de la contrarreforma parece que se desentienden de los mismos; sin embargo, los relatos teresianos de forma subliminal son una referencia velada a los desvaríos del siglo amoroso. Los bucólicos
60 Mediante procedimientos diatérmicos o de talasoterapia, envolviendo a los pacientes en vapor, se trataba de remediar los estragos de la avariosis sifilítica de la cual estaba afectada media población,
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de la novela pastoril no tienen tiempo para echar un vistazo a tales miserias como corresponde a una literatura evasión, las comedias de capa y espada soslayan tan infausta realidad, lo feo no puede entrar tampoco en un auto sacramental destinado al ensalce sublime de la divinidad. Únicamente su presencia late en las hazañas de nuestros pícaros.
Exhala santa Teresa de Jesús el último aliento entre las ocho y media y las nueve de la noche del día de San Francisco de 1582, que como fue el siglo en el que mudaron los tiempos y el calendario juliano o cesáreo había sido sustituido por el gregoriano, correspondía al 14 de octubre. Antes de morir profirió una frase misteriosa. “Muero hija de la Iglesia” que acaso refleje sus luchas y dudas de conversa que no la dejaron hasta que exhaló el último aliento; eso sí, para recibir la eternidad se echó de costado y respiró por última vez mirando de cara a la pared, como dicen suele ser habitual entre los hebreos. Durante el tiempo en que estuvo aquejada del mal del sepulcro, la priora de Alba no fue nunca a verla. Debían de haber sostenido días antes una fuerte discusión que agravaría su fatiga, el mal de corazón o epilepsia, así como los síntomas de un proceso canceroso que debiera de datar de mucho antes. Se quejó años antes de haberla salido en el pecho un zaratán o bulto. Peleó hasta el final durante los 67 años de su vida acá en la tierra. En esa resistencia a la aceptación del destino que aguarda a todo mortal mostró que correosa y audaz de carácter, habituada a hablar de tú a tú con la divinidad, nunca se rindió. Tampoco al final.
Desde la primera biografía que publica el P. Calahorra en 1608 hasta hoy el teresianismo constituye tratado aparte, todo un género literario, como hemos visto al principio de este tomo, pero acaso la hagiografía más entusiasta fuera redactada por su capellán, Juan de Ávila al que copia casi en todo el P. Ripalda.

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1) Inseguridad y perseverancia.- 2) Una misteriosa frase al morir.- 3) Lados ocultos en su vida y en su obra.- 4) El barroco espiritual.- 5) Sus relaciones con los místicos alemanes del Círculo de Windscheim al cual pertenece Tomás de Kempis.- 6) ¿Es san Juan de la Cruz el primer poeta castellano? -7) El perrazo negro que vio descolgarse por la chimenea en el convento de Burgos.- 8) Hacia una nueva explicación de las claves escondidas.- 9) La exégesis de Américo Castro.- 10) El mundo futuro.
Américo Castro aduce su propia hermenéutica, mediante el procedimiento freudiano para explicar los trances místicos, que, según el polémico autor vienen determinados por la histeria y el desquiciamiento que propicia la vida tan artificial que se vive en los conventos, aplicándoles el psicoanálisis freudiano en su deseo de vulgarización. Don Américo desmitifica el mito de la unidad. Su obstruccionismo deconstructivista ha contado con no pocos adeptos, mas no por ello deja de ser venenosa la interpretación del mito teresiano. Ahí le duele. Sangra por la herida y con su encono parece ser que ha hecho bastante daño porque en su doctrina se basan, chutan, fusilan o refrita los cronistas de la perversidad hispanófoba que
CAPÍTULO VII
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van contra el cristianismo y contra la unidad de los reinos ibéricos abarcada por los Reyes Católicos. Lo peor es que ha dado pábulo a la nueva política de dar la vuelta al reloj de la historia hasta los taifas. Esa balcanización les viene bien a los aqueos que la respaldan por entero. Según ellos en el año 2000 terminó la era cristiana. Sostiene Castro que tanto Teresa como Juan de la Cruz evitan hablar de su linaje. En este último el atavismo era mucho más fuerte debido al conocimiento bíblico. Al parecer entonces los nombres eran importantes y de ahí la avidez por trocar los apellidos que revelaban oficios manuales o pueblos por cognómenes espirituales: Sacramento, Asunción, Santo Matías, Purificación, Dulce Rostro para conjurar sospechas. En su llaneza el converso se siente un advenedizo, finge lo que no es: el alma retorcida y atormentada de los cristianos nuevos a los que se le obliga cambiar no de grado sino de fuerza la religión, porque ella se sentía en cierta forma adscrita a un plano superior y trata, dende, de relacionarse con la alcurnia.
Juan de la Cruz por su parte intenta alejarse de la masa vulgar en beneficio de las elites y critica la religiosidad falsa de los eclesiásticos de la época. Agrega Castro que el misticismo español va a remolque de otros movimientos espirituales surgidos en Centroeuropa propiciadores de la vuelta al cristianismo en estado puro, sin aditamentos seculares, a través de la Vulgata, y del erasmismo.
De lo que se trata es de conservar la unidad que había sido conquistada a costa de muchos siglos de lucha. Era una teocracia. El poder civil y el espiritual eran todo uno y con la aparición de focos protestantes y los rescoldos del resquemor morisco así como el poder de los judíos siempre oculto y bajo cuerda que en la historia de España es un genio de índole trashumante, pues ellos han estado yendo viniendo, marchándose y volviendo pero sin irse del todo.
Gracias a los buenos oficios de los reformadores empezaron a tener un dominio importante de los asuntos eclesiásticos en las diócesis españolas, y en el Vaticano controlaron la curia los dineros de san Pedro. Es incongruente en resolución concluir que Teresa con
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todo lo que tenía detrás fuese una histérica. Ella es una auténtica convertida a Cristo y en los estertores agónicos cuando formula aquella frase de “muero hija de la Iglesia” demuestra que ese ha sido su propósito y su cometido aunque no estuviera de acuerdo con la forma de actuar de un sector de la jerarquía que siempre le fue hostil. Sus orígenes están ahí pero son una simple anécdota de manera que el pueblo de Dios recibe en ella la partitura de un cántico nuevo, una estirpe de savia forastera que, aceptando un cometido diferente al anterior, se encamina, conjurado por las misteriosas y secretas fuerzas que impulsan la historia, a un destino inédito.
Ella fue el mensaje y el medio a la vez. Erigida en profetisa de las rutas abiertas y, poseída de una euforia mistérica, bebe en los pezones mismos del manantial del idioma que en su pluma al igual que en la del otro alumbrado misterioso Juan de Yepes se transfor168
ma en vehículo de expresión de una serie de conceptos en los que no había ahondado cualquier otra lengua hasta entonces. Fray Luis de León elogia su austera espontaneidad y fray Luis de Granada se hace lenguas de su elegancia desafeitada y viril.
Américo Castro dice que llega tarde España a la mística. ¿Cómo va a ir a remolque de otras naciones europeas si es portadora de nuevos valores, si crea otro lenguaje (algo muy semejante a lo que está pasando ahora con la jerga global de Internet) y proyecta otra concepción del mundo? Viene el barroco y el pensamiento teresiano podría encontrar un símbolo en esa retorcida columna salomónica cargada de racimos de Corinto que trepa y ahoga la éntasis de las palmeras en los retablos churriguerescos. Se trata, por tanto, de una visión charra, recargada, que sólo puede acomodarse en alguien con una mente tan complicada como la del converso. Viene de una parcela confusa donde impera el equívoco y donde no hay un mando único sino lo que depara el caleidoscopio de la lente en perpetua distorsión. Muchos floripondios y arabescos, adornos en espiral y volutas de una firma a la que nunca se le palpa el trazo final que garabatea desde el lenguaje coloquial de una sociedad a punto de experimentar cambios traumáticos y de acabar con toda una era: los dos mil años de cristianismo. La inconsciencia y seguridad del poder salvador de Cristo que hace del medievo un mundo feliz y despreocupado se transforma en la inseguridad ácrata y sin valores mesiánicos de la época moderna. Los tiempos laicos nos deparan una angustia nueva, esa congoja que conoció la humanidad durante los terrores del milenario. De la mano de los nuevos heraldos del cambio tecnológico nos aguarda la tortura de la inseguridad existencial, de la concepción de la vida como un constante conflicto con nosotros mismos y con los demás. Es el resultado de la muerte de Dios que pregonaba Nietzsche. Que la obra de Teresa de Jesús, sin embargo, fuera de designio divino, lo demuestra el hecho de que en la actualidad se siga rezando, pidiendo clemencia e intercesión para un mundo en crisis, hasta el grado del heroísmo, a través de ella misma, que es patrona de España, o de la Madre Maravillas o
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de Teresita de Lisieux. Ellas ofrendaron sus vidas en holocausto por la salvación del género humano y su plegaria sigue elevándose al
Altísimo desde los 1.400 conventos de la Orden esparcidos por el mundo. Esa es la coronación de la gran empresa carmelitana. El Carmelo fue escuela de santos. Después de Teresa de Ávila la mayor es Therèse de Lisieux a mi juicio también orlada de los dones taumatúrgicos del Espíritu Santo. Teresa de Ávila es la patrona de España y su brazo y sus reliquias fueron veneradas por prestigiosos reyes y jefes de estado.
¿Orígenes de esta mística? Un buen antecedente de esta erótica y retórica celestes pudiera ser el franciscano mallorquín Raimundo Lulio, quien a su vez se inspira en los santones sufíes del ámbito muslímico. Pero la Mística católica aparece en el norte de Europa, con la pléyade de los “pequeños alemanes”, una gran cosecha que tiene por mentor y fundador a Ludolfo de Sajonia, “El Cartujano”, autor de una biografía de Cristo muy popular durante el siglo XV. Su lectura mientras convalecía de su herida en una pierna en el asalto a Pamplona dicen incidió en la conversión de aquel lansquenete a lo divino llamado Iñigo de Loyola. El libro es todo un punto de arranque para abordar la fe desde la perspectiva interiorizada y pietista a la manera de Eckhart, Kempis, Nicolás de Cusa. Por último Lutero; también encontró Lutero en el Cartujano su fuente de inspiración cuando, huyendo de sus perseguidores, se retiró al castillo de Warfurt donde estuvo escondido once meses. A esta fortaleza propiedad de los landgraves sajones y que había habitado santa Isabel de Hungría la llamaba el heresiarca mi “isla de Patmos” porque allí le vendría la inspiración para pergeñar su doctrina de justificación por la fe. Para salvarse no hacen falta las obras. El elegido no peca nunca, aunque quisiera, ya que Jesús, al morir por él, lo convirtió en justo a los ojos del Padre. Esto que parece una aberración tiene su miga. Martín Lutero lo entendió como una idea nueva pero es el concepto central que planea sobre la filosofía agustiniana y anteriormente fue el motivo por el cual fue condenado a morir ajusticiado el obispo de Ávila, Prisciliano, por orden del emperador Máximo.
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Sus discípulos trasladaron sus reliquias a Compostela. En esta tesis se va a basar la turbina de fuerza que mueve a todo la dinamo de la soteriología protestante. Cuando le vino a la cabeza este concepto, mientras leía las Epístolas de san Pablo, el monje agustino creyó ver en todo la inspiración del Espíritu Santo. Pero no hace sino beber en la tradición de los Maestros del Círculo de Windsheim que contó con importantes mentores, aparte de los ya citados: Taulero y otros muchos ascetas, cuyos puntos de vista, siguiendo las prédicas del Cartujano, se pasan de la raya de la obediencia al dogma. Es una entrega a la vida de la oración mediante la muerte del yo y la búsqueda de la trascendencia al modo intimista; Se atisba el deseo de hollar las riquezas con menoscabo de las glorias humanas; es un rechazo de la iglesia exterior para salir en defensa de la comunión de los santos, la iglesia real y esotérica, la que se vuelca sobre el Cuerpo Místico, a la que guía el Espíritu esbozando un proyecto de salvación adecuado al mandamiento nuevo, más allá de los intereses espurios y secundarios de la organización eclesiástica. Todos los bautizados participan del sacerdocio de Jesucristo. Para entrar en el cielo no hacen falta bulas papales ni rescriptos ni indulgencias. Los actos humanos no valen un ardite a ojos de Dios. La confesión auricular no sirve para otra cosa que para despertar apetitos desordenados o como psicoterapia y en la eucaristía, el único sacramento que admite Lutero junto con el bautismo, no hay transubstanciación sino memorial de la Cena. La idea posee una fuerza revolucionaria que conmueve a la iglesia hasta los cimientos.
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La onda expansiva del terremoto, provocado por este genio del mal que era Martín Lutero, influirá subliminalmente incluso en sus enemigos. Lutero quiere una iglesia desnuda de altares y sin santos ni ornamentos y Teresa de Ávila preconiza la descalcez. Pues le dan enojos y quebraderos de cabeza. Cambia sin cesar de confesores. Todo el Kempis es una demoledora diatriba contra el monacato de los “cucullati” (cogolludos) o freires relajados, los que en frase de Papini no hacían otra cosa que picotear en el refectorio y cacarear en el coro. Pero mientras erasmistas, anabaptistas y anglicanos acusan al Papa de secuestro del evangelio, Lutero iría más lejos al formular que éste era el anticristo. Los contrarreformistas hispanos se agarran a esta institución como a clavo ardiendo, por la trascendencia de sus propias funciones y apelan al pontífice romano en sus diferencias y tensiones con el Santo Oficio. Fue el caso de Bartolomé de Carranza reclamando la intervención de Roma para evitar la hoguera. Los españoles son los únicos católicos que han creído profundamente en la teología de la primacía lateranense o “Potestas clavium”. Para los franceses, algo chovinistas no se trata sino de una institución política que supieron utilizar a propia conveniencia los romanos en cuyos sacerdotes de la antigüedad se cimentaba el título de pontífices o mediadores entre el cielo y la tierra, y los italianos sólo ven en la silla de Pedro una fuente de divisas. Tomándose más a pecho y por eso aquí se dijo aquello de ser más papista que el papa, lo consideran zar celestial, el representante de Jesucristo, el primer vértice del triángulo gnéisico (altar, trono, tierra) de las potencias espirituales. Y esa especie de adoración o culto a la personalidad del papa y del rey ha llegado hasta nuestros días. La celebración del V centenario del nacimiento de la mística abulense debiera afianzarnos en la esperanza del porvenir un tiempo más lúcido y calmo que el de las tinieblas de la hora presente. Que la sede Apostólica siguiera ejerciendo su papel de árbitro de las catolicidades sin ser sometida a presiones o manipulaciones de las potencias invisibles. El vicario de Cristo para conservar su autoridad debería regresar a la independencia y soledad de los pasados
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siglos. Transformarlo en un político a la americana con viajes electorales alrededor del planeta implica el riesgo de la manipulación y el desgaste. Se trata nada más que el aspecto exotérico. Teresa de Jesús militaba en el encuadre más poderoso que es la parte mística de la Iglesia esotérica a la cual vivifica el rezo como arma de defensa y ataque contra los poderes del mal.

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1.- Revisionistas. 2.- Contrastes. 3.- la Biblia a palo seco. 4.- La lengua latina universalizaba a la catolicidad. 5.- Ginés de Sepúlveda. 6.- Otra vez el perro negro que a mí me salió al paso. 7.- Zwinglio, Calvino y otros heresiarcas.
Aplicando la norma de los contrastes a la corriente revisionista, seríamos capaces de detectar un paralelismo entre lo que acontece en el norte, pues indirectamente se va a seguir acá el grito de rebelión luterano con sus genialidades y sarcasmos. Pero allí se reclama una iglesia nacional, con lo que nace tanto en Inglaterra como en Alemania como en Suiza y nada se diga en la Francia hugonote una concepción interesada y austera de la devoción, vinculada al territorio y a los genes que permanece una noción tergiversada de las interpretaciones evangélicas como casta de salvación, nave de los elegidos. A los que estudian la Escritura les van bien los negocios, consiguen prestigio. Medran de acuerdo con el orden de valores protestantes marcados por el Antiguo Testamento. En el sur se busca a Dios no en las riquezas- Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos que traduce la Santa, que es una fuente de frases lapidarias que se han instalado en la pulpa misma del idioma castellano con su
CAPITULO VIII
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sentencia a Dios rogando y con el mazo dando – sino en el desasimiento dellas, y en el menoscabo de las cosas terrenas. “Sólo dios basta” (otro de sus aforismos) Si diéramos la vuelta a los argumentos y estudiáramos la norma teresiana del “sufrir y padecer” encontraremos subyacente una aspiración a llevar una vida virtuosa en conformidad con los preceptos del amor y del santo temor de Dios. Es en síntesis la esencia del matrimonio espiritual al cual se refiere la Madre a partir de 1572 dos lustros antes de su muerte. Velaciones con un Esposo que todo lo da sin reservas y es fiel a los que elige eternamente. Esta entrega a la que muy pocos llegan y parece privativo de la descalcez carmelitana con esos heroicos de ejemplaridad a los que aludimos — santa Teresita, la Madre Maravillas getafense, la beata Ana de Jesús— es el acmé de la unión con la divinidad. La criatura se zambulle en el océano de su Criador y deja de ser ella entrando en el alma de Dios vivo y eterno… vivo sin vivir en mí. La Iglesia tiene que ser un círculo de distinguidos, según la versión de la herejía. La frugalidad, la discreción, la astucia, el oportunismo, y la austeridad depararán a Calvino una buena corriente de ingresos en los bancos ginebrinos (así nació el capitalismo paritario a la conciencia nacional de los estados) mientras que a los místicos de la contrarreforma este menoscabo de las cosas terrenas y desapego a sus pompas y vanidades amortiza en el más allá un puesto de privilegio.
—De ¿qué te sirve ganar el mundo, si al fin pierdes tu alma?— Le insinuaba al oído Iñigo a Javier en un aula de la Sorbona después de haber asistido a las clases de la cátedra de Prima. Renuncia al mundo y poseerás la tierra. Tú eres un elegido.
Mientras el protestantismo cree haber encontrado un rostro de Cristo puritano, intolerante, severo, bíblico, particularista, la España católica se decanta por la universalidad. Sin letras escarlatas, sin baldones, sin nacionalismos. Cristo, el mejor amigo de los hombres, es un programa de vida total. Hieri, hodie, Semper. (Ayer, hoy, para siempre) y su evangelio es valedero para los hombres de todas las razas y de todos los tiempos Pero a diferencia de
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sus vecinos, los tartufos del norte, España e Italia, son pueblos más alegres, impelidos por una concepción humanista y estética de las cosas y no meramente por el deseo de acumular o por el “auri sacri fames” o fiebre del oro de los banqueros ginebrinos. El catolicismo está en las antípodas de tales particularismos egoístas, se reserva el derecho a la nacionalidad pero prefiriendo la universalidad. No era la Europa de las patrias sino la de los reinos cristianos el mundo en el que vivieron los místicos castellanos. Hasta la llegada de la Reforma el monarca inglés ostentaba el título de defensor de la fe, el francés de “rey cristianísimo” y el Austria era “su católica y leal majestad”. Ginés de Sepúlveda había defendido el cesaropapismo. Luego, Francisco Suárez tendría que dar marcha atrás, pero con esa aspiración se embarca en las carabelas rumbo al Nuevo Mundo. España baluarte de la fe católica. Triunfo absoluto de la alianza sacrosanta integrada por trono, altar y ejército. En Roma no se dejan llevar por tanto entusiasmo. Los papas convocan a la cruzada sólo en casos estrictamente indispensables a sabiendas que los cardenales galos y alemanes estaban a la mira y mantenían opiniones divergentes. La espiritualidad aberrante y desinteresada de los alumbrados españoles contrasta con el provincialismo cicatero de los herejes.
Zwinglio y Calvino esgrimían la biblia como fuente de autoridad, lo que no deja de ser una aberración porque de la divinización de una escritura se siguen demonios, lo que nunca hubiera jamás deseado el Inspirador del texto santo. Biblia a palo seco, “nuda escritura”, sólo la Palabra basta para salvarse. Fe sin obras, proclamaban los heresiarcas luteranos.
—Cierto que es la palabra de Dios. El libro de los libros.
— ¿Con qué se come eso?
—El infinito conversa con lo finito y lo acabadero. Dios y los hombres echan un pulso.
—Pero ¿dónde está Dios? ¿Por qué se esconde tan lejos y tan alto?
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Los jesuitas, al combatir las 98 tesis luteranas, clavadas sobre las puertas nieladas de la catedral de Wittemberg, iban desgranando, uno por uno, cada anatema echándole en cara al fraile agustino su desfachatez. Duro con él. Sin hermeneutas, sin exégesis, el Viejo Testamento puede convertirse en un libro de hazañas bélicas o en una novela rosa con historias picantes como en el “Cantar de los Cantares”. He aquí, además, una obra inmensa — de dieciséis tomos constaba la Políglota de Cisneros versión de 1515 — que dio lugar a que se declararan cruentas guerras. Hubo gente dispuesta a derramar sangre en nombre de Yahvé, noches de cuchillos largos, matanzas del día de san Bartolomé, cerrojos inquisitoriales y quemaderos. Santa Teresa en su visión del infierno contempló como se abrasaban en el tártaro infinidad de alamas por causa de guerras de religión. Flandes, Alemania, Suecia, Inglaterra y parte de Francia se perdieron para la fe bajo la férula hugonote. La reacción de la ortodoxia católica es no menos extremosa. Se prohíbe todo lo que huela a erasmismo. España se encastilla y se encasquilla. Sus monarcas llevan a cabo una política de tierra quemada estableciendo una zona de amortiguación que evite se propague la “peste bíblica”. Se alza una barrera en Pirineos y los primeros brotes protestantes que aparecen en Zamora y Valladolid o Sevilla son sofocados a sangre y fuego mediante autos de fe como el de 1558 presidido por Felipe II. Corrían tiempos recios. Es otra frase de Teresa. Chitón. Conviene guardar silencio. En boca cerrada no entran moscas. Del rey y de la inquisición chitón. Incluso el padre Astete, autor del catecismo que hemos aprendido de coro generaciones enteras de niños españoles de posguerra se encoge de hombres cuando se le formula una cuestión peliaguda de carácter teológico.
—Eso no me lo preguntéis a mí que soy inocente. Doctores tiene la Iglesia...
¿Vuelven aquellos tiempos recios ahora? Reclamaciones al maestro armero. Es otra frase hecha
Los libros sagrados fueron redactados conforme a un plan de diseño, una mentalidad, un contexto en que las palabras no valían
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lo mismo antes que ahora y los símiles del lenguaje han sacado de quicio los hermeneutas, al dar de lado la semántica perecedera, confundiendo lo sagrado con lo profano, lo temporal con lo eterno. Tal hizo la Madre con una postulanta de Toledo que decía era bachillera. “Aquí todas somas monjas ignorantes”. Le deniega el hábito y manda a la novicia para su casa, la echa, y todo por sabihonda, por tener un ejemplar del Antiguo Testamento. Ella, que se decía devota del Rey David, sabía de coro cuanto ponía aquel A.T, aunque mantenía su secreto, para acallar a los difamadores de su persona.
Ventura te de Dios hija que el saber no te hace falta, dijo la Celestina. La virtud está en el medio. Entre ambas intransigencias se ve claro la parte de razón que llevaba Lutero al señalar con el dedo a una clase clerical que vivía mucha más tranquila al frente de una grey ignorante y oscurantista. “Biblias, hija, no traigáis que no tenemos necesidad de vos”; estas prevenciones de la Fundadora ante una mujer que se había esforzado por saber un poco más, echando un jarro de agua fría sobre sus esperanzas, reflejan, a lo puro, indiscreción, ya que de la discusión nace la luz y sin discusión no cabe un grado de libertad. La ignorancia estorba a la sabiduría en su diseño activo y creación permanente del mundo. Nadie puede erguirse en exclusiva de la verdad, ninguno tiene la última palabra... La fe saldría fortalecida de las demasías de Prisciliano, aquel
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que había dicho que los elegidos no pecan nunca, o de la lucha arriana. El credo niceno viene a ser un colofón a la controversia entre monofisitas y monotelitas. Pero, en el siglo sexcentésimo, los bandos pugnan de muerte poniendo a Dios por testigo de sus enconos. El resultado: una ordalía de odio. No hay contemporización alguna. Por eso desde entonces se tiene como nota de mal gusto la costumbre en algunos países cualquier coloquio con tema religioso; ya la fe pasó a convertirse en creencia. Había comenzado el primer acto del drama universal. Se alzaba el telón del apocalipsis. Johannes Busch se llamaba el prior del monasterio en los Países Bajos donde se inicia la corriente pietista que da pábulo a los vientos de Reforma. Primero, es una brisa. Luego se desatan las furias eólicas que desparraman el huracán. Desde el claustro benedictino de Windsheim a través de propuestas inocentes y de exhortaciones parenéticas se insta a la reforma de costumbres. Pero siempre hay que echarse a temblar cuando alguien nos habla de reformas, ajustes finos y otras zarandajas porque ellos siempre serán la puerta de la exclusa que suelte la cascada. Ivan Busch será uno de los primeros en inocular el veneno y, en el “Cronicón Windesheimense”, se cita: “Aun cuando fundes mil conventos de tu mano, aun cuando alimentes con tus bienes a todos los pobres del mundo, no merecerás salvación si vives en pecado mortal”... El mastín negro que vio santa Teresa en el hospital de la Concepción y el abacero rubio del camino ruin que lleva a al pueblo del cura al que me he referido, y que se me presentó de repente interceptando el camino del ciclista que tuvo una avería, eran la misma cosa y hubo que salir corriendo. La huida es la mejor manera de esquivar su ságena que tiene buena almadraba para prender incautos dentro de sus redes. Si lo ves, escapa. A mí se me apareció donde menos lo esperaba. En un valle de ensueño. Pues allí estaba disfrazado de mecánico. “Vengo a arreglarte la bicicleta, te conviene hacer ejercicio, adelgazar, esparcirte un poco.” “No quiero”, repuse… Y o paré de correr hasta llegar a casa y subí la cuesta de las revueltas de Vetulia que parecía a Pegaso el de los pies alados. Se me habían erizado los cabellos y
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pasé tanto miedo que no puedo contar lo que vi porque la sola memoria de aquel espectro me produce grima. La presencia de Satanás en el mundo no es un sueño sino algo real.
La biografía de la Madre Teresa es, salvada la distancia, y modestia aparte, un poco el libro de mi vida. Me enfrasqué en la lectura de las Moradas y de las Fundaciones cuando tenía 17 años. Por unas pocas pesetas ahorradas de las sisas que me daba mi madre los domingos, adquirí toda su obra en rústica, editada primorosamente por la Austral en los 60. No entendí ni papa. Aun así, proseguí enfrascado en los tomos como si fuese una novela, subrayando palabras, marcando párrafos que me llamaban la atención. La narrativa y la descriptiva de nuestra Santa albergan observaciones profundas y arcanos del alma que nos recuerdan las inmersiones psicológicas de Dostoievski, el cual también buscaba a Dios en la literatura. Teresa la milagrosa, la divina y tan humana es la patrona de los escritores españoles, a cuya intercesión y bajo su escapulario todos nos acogemos. Tampoco podré olvidar aquella gracia de Dios que obró en mí mediante la intercesión de Teresa de Lisieux otra grandeza taumatúrgica de la Orden. Me sacó de las garras de la muerte ahogado en las gélidas aguas del Támesis cuando un día de Navidad sucumbía a la tentación de suicidarme. Estoy a mis queridas santas carmelitas profundamente agradecido. Creo que por testimonio de gratitud me he lanzado a la aventura de publicar este libro. Entonces yo tenía sólo veinte años y sabía muy poco de lo que es la vida. Emborronaba cuartillas porque quería ser escritor y ella era uno de mis paradigmas. Subrayaba frases. Percibía al detalle la nitidez musical de sus párrafos largos y elegantes aunque sin adorno y me parecía contemplarla a ella en su celda, cálamo currante, enristrando una pluma de ave sobre un cuaderno de basta estraza, reclinada sobre una tajuela y escribiendo de rodillas. Un rayo de sol penetrando por el ventanuco monjil permitía que una serie de átomos juguetones, descendiendo en oblicuos, iluminasen un rostro sereno y sonriente. La mística doctora parecía traspuesta en conversación con seres de otro mundo. Era el dardo de la trans182
verberación. Era la saeta de la inspiración. Un aura que bajaba del cielo. Escribía de corrido sin vacilaciones sin tachaduras, ortografía segura, pulso firme. Cada palabra era un hallazgo. Teresa fue siempre la vera efigie del candor, la claridad y lucidez sin dar de lado a una cierta sorna de realismo castellano en el cual envuelve sus tratados de Mística.
Pasaron los años. Vuelvo a releer el Libro de Su Vida o el de Las Fundaciones y, adentrándome en sus capítulos, me encuentro con una Teresa muy diferente a la que me imaginé en mis años mozos. Las experiencias amargas, el infortunio, sinsabores y fracasos me han dado el mensaje cabal que emitió la virgen abulense: “solo Dios basta”. Casi mejor que cuando de colegial bajábamos por la costanilla del Camino Nuevo al soto de la Fuencisla y sobre las peñas grajeras, mirando hacia arriba, a la altura de donde vuelan las águilas, columbrábamos la ermita de san Juan de la Cruz. Allí se recluía en retiro penitencial. Desde este balcón sobre el Eresma, se logra una visión espectacular del Alcázar de Segovia, la torre de la catedral y, al fondo, la sierra de Guadarrama. A la puerta de la
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ermita del autor de Cántico Espiritual crece un ciprés que plantó él de su mano una vez que la Fundadora fue a visitarlo. La llama de este ciprés encaramado sigue taladrando las nubes e ilumina tantas noches oscuras del alma. Es un proyectil que se dispara hacia el cielo. Marca la ruta de subida al monte Carmelo. La vida es una continua ascensión por senda de abrojos. Subimos, bajamos, tropezamos, caemos, volvemos a intentarlo. No desesperéis cuando os veáis colgados del abismo. El señor está cerca. Os echará una mano.
Y esa es, en resumidas cuentas, el compendio de la vida y la obra de santa Teresa de Jesús, patrona de los españoles, que somos medio judíos y medio moros o medio cristianos; medio creyentes y medio ateos, aunque siempre supersticiosos y displicentes; a ratos, tibios, a ratos, ardientes. Fríos y despectivos como témpanos (Castilla desprecia cuanto ignora) y calientes apasionados como el Vesubio. (Un repaso a nuestra situación política.) Sus escritos tocan una fibra muy sensible del modo de ser hispano. Un rayo de sol en medio de un mundo de tinieblas. Eso fue Teresa la iluminada castellana. La conversa.

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1) Liturgia en Jerusalén. 2) Nuevo canto a Teresa. 3) Los viajes de santa Egeria, peregrina a Tierra Santa, inspiraron a la reformadora. 4) El Monte Carmelo. 5) La liturgia, fuente de la vida espiritual. 6) El Coro y el rezo de las horas canónicas en comunidad.
De lo que debió de ser la vida en Jerusalén en las primeras centurias dan cuenta las relaciones de una monja peregrina de origen español llamada Egeria. En la iglesia de la Resurrección o Anastasía, los fieles se reunían toda la noche hasta el canto de los pollos (pullorum cantum) para asistir a las celebraciones presididas por el patriarca y toda su corte episcopal de presbíteros, diáconos y coros. Era una divina liturgia cantada a varias voces con la intervención solemne de las vírgenes o “parthenae” y los monjes de vida consagrada. Se observa que el nacimiento de la liturgia, que en griego significa servicio público, va aparejado con el monacato. La castidad era un aditamento para los pueblos de origen sincretista, un adorno de la perfección personal. No ocurre lo mismo a este respecto con los judíos quienes a diferencia de los griegos y los romanos veían la esterilidad como una maldición de Dios. Estamos abocados al círculo místico y sin una explicación preternatural naEPÍLOGO
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die podrá salir del laberinto. La fe nos conduce siempre al símbolo en un intento por conciliarse con la razón. Para explicar nuestras creencias hemos de acudir a lo inefable. Por eso la religión, que nos ata a lo desconocido, tiene que ver con las fuerzas misteriosas de la vida. Una de ellas será la música y el arte del canto. Para que estas reuniones del ágape durasen desde la salida de la luna hasta la aurora algún acicate debería de haber para sostener el fervor y el interés de los congregantes. La magia vendría dada por algo que ha sido privativo de la iglesia primitiva instituida por Jesús, adorno del que adolecen sus hermanas, la mezquita y la sinagoga, el Cristos músicos, el sueño de la belleza eterna que baja a la tierra y permite al hombre participar de la dicha perenne. Desde los primeros siglos los ojos cristianos tornaron a oriente de donde toda luz nace. Así la salmodia cristiana tiene que ver en su simplicidad con los versos áureos que repetían mecánicamente los pitagóricos y los vedas hindúes, sin comprender su significación. Los monjes se sabían de memoria y repetían como papagayos las palabras pero esta simplicidad hacía más efectiva la plegaria porque obraba maravillas en los que practicaban este tipo de oración: la vuelta al centro, sentirse en presencia de Dios, comunicarse con ese testigo que todos llevamos inscrito en algún repliegue de nuestra psique. Es en Jerusalén donde se origina toda esperanza. Hacia allí el alma del orante revierte. El nihilismo se ha encargado mediante las guerras que todos conocemos de echar a pique esa esperanza utópica en un mundo mejor mediante el amor y la caridad, desplazando a los cristianos de sus sedes y haciendo que la Ciudad Santa sea una cuestión sangrienta entre árabes y judíos, entre Mahoma y Moisés. Nunca del Hijo de Dios que padeció allí muerte de cruz. La cruzada lanzada por los jerarcas de Absterburgo, muy bien preparada y orquestada de antemano con múltiples mentiras, no tiene por objetivo el islam sino más bien apunta a la supresión del cristianismo. Está claro que quieren borrar la memoria de alguien que les estorba. Pero por mucho que se empeñen y estén tratando de dar vuelta a los libros santos, borrando aquellos pasajes bíblicos que les sean impropicios,
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se cumplirán los dictámenes de Isaías que advierten a los secuaces del Gran Cofrade: “Dominus ex ligno regnabit” (el Señor imperará desde el leño). No se frustrarán a pesar de todo nuestras esperanzas porque lo que está pasando en la Jerusalén de 2015, ocurría ya durante el mandato del Tetrarca que mandó degollar a los inocentes, y su comportamiento ratifica la profecía cristiana de “no vine a traer la paz sino la guerra”. Las matanzas y demoliciones que observamos de palestinos y de sus propiedades a cargo de tanques y excavadoras israelíes son un corolario al comportamiento de Herodes. El odio a Jesús sigue vivo. Se está estrechando el círculo. Se acaba el tiempo. Estaba escrito. Convendría, por tanto, enfrascarse en la lectura de aquel primer reportaje de lo que acontecía en Palestina en el siglo IV narrado por esta peregrina española, una sosias de monja andariega e inquieta al estilo de Teresa de Cepeda y Ahumada con diez siglos de antelación que acude a los pies del Santo Sepulcro atraída por esa cruz de Constantino que había aparecido con engastes de piedras preciosas y que pudo conocer también santa Teresa en una de sus visiones en los terraplenes del Calvario. El emblema del dolor y de la ignominia se convierte así en presea de salvación. El Señor reinará desde el leño, símbolo de nuestra fe. Cristo sacerdote se alza en triunfo sobre las colinas y sus discípulos a lo largo de los siglos irán buscando sus huellas.
Sabemos que triunfó sobre el mundo, el dolor y la muerte y que ese triunfo y esa presencia se materializan todos los días en la eucaristía. No convendría, por tanto, perder de vista esta preeminencia. La liturgia es símbolo en el cual convergen la tradición y el dogma, así como los tres niveles del Cuerpo Místico que desde la aurora hasta el ocaso y de forma ininterrumpida a lo largo de las cinco partes del orbe se concelebra con los ojos puestos en el lugar de la tumba vacía. La iglesia de la Resurrección jerosolimitana sea nuestra quibla. El punto de orientación referencial de los que siguen esta creencia. Existe una interacción entre esta iglesia peregrina y la Jerusalén celeste. Todas las manos se juntan en la misa el rito de iniciación de los elegidos. En contra de los supuestos que se
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manejan ahora mismo por el diablismo que nos envuelve. Quizá, la oración litúrgica debe de ser mucho más agradable a los oídos del todopoderoso que la que nace del fervor individual y subjetivo porque se hace confesión pública, es testimonio de adoración general y posee un carácter colectivo que une a los habitantes de este mundo con los vecinos de esa Ciudad de Dios a la cual aspiran los devotos. Allá se dirá una misa que nunca se acaba. Ya estarán de más los testimonios y martirios. El recuerdo de esta presencia físicas de los primeros fieles que vio santa Egeria hace revivir las enseñas de la Panagia o asambleas de todas la noche a lo largo de los cuatro cuadrantes en que dividían el tiempo los romanos desde la puesta del sol hasta los clarores del alba matutina: vísperas, prima vigilia, media noche, alectorias (canto del gallo). Cuando escuchaban el grito rompedor del primer masto, los bautizados se apresuraban hacia el ara de la confesión, en reminiscencia de la apostasía del pueblo judío que por boca de san Pedro en el pretorio negó al Mesías prometido.
—No conozco a ese galileo.
El eco de semejante traición seguirá esparciendo sus vibraciones sonoras a lo largo de las profundidades de la noche de la historia. Es el síndrome de la casa vacía. Cuando canta el gallo, el primer discípulo por miedo a los del sanedrín, llevado de miras interesadas o tratando de salvar el pellejo, volvió sus espaldas al maestro. Ese pecado se rememora cada madrugada. Durante muchos siglos los monjes que han sido y serán abandonan el lecho y se alzan para honrar a Dios y rogarle se apiade de aquel primer pecado. He aquí el sentido de la primera de las horas canónicas: maitines. Lavar la culpa de aquella primera negación, reconociendo que con san Pedro todos hemos cometido falta. La Iglesia durante dos milenios ha estado rindiendo culto de alabanza, impetración y expiación al Verbo Encarnado. Sus voces han santificado la media noche, que es la hora bruja, la de los grandes fantasmas. Vigilad y orad. De esa forma nos hemos sacudido el yugo del tentador. En algunos ritos como el sirio caldeo a este primer canto de los pollos se le
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reconoce como el “galinycion”, pero en la tradición occidental se le puso otro nombre: el lucernario, un oficio que se divide en siete nocturnos o lecciones a su vez. Pero la tarde de Viernes Santo se denomina “tenebrario”. Es la única vez en que se apagaban todas las luces, lucernas, del templo, para recordar la hora en que el Ungido expiró en el palo. La jornada se establecía conforme a la clepsidra griega en cuatro etapas: prima, con la fresca, tercia con el sol en sus comedios, sexta o luminosa, nona al empezar la tarde. Con lo que se suman ocho partes entre diurnas y nocturnas. Así separaban los romanos sus días. El origen de este vocablo viene de Διες (dios) y el Dios eminente para la concepción olímpica grecolatina era Júpiter tonante, Zeus, el autor de la luz y el que separaba la claridad de la sombra. El cristianismo hereda esta disposición heliocéntrica y el heliotropismo del Breviario Romano es cosa notable. Sus más hermosas composiciones son aquellas que cantan a la luminaria triunfante (Iam lucis orto sidere Deum deprecemur supplices ut in diurnis actibus, etc.) y se compara a Cristo con Zeus y a su símbolo, la cruz, con sus rayos que esparcen calor y vida al género humano.
Estamos, pues, ante una religión estaurocéntrica (61) o solar- el judaísmo y el mahometismo son lunares- que nos recuerda a las divinidades zoroástricas para diferenciarlas de las selenitas. La gran diferencia entre el judaísmo y el cristianismo es que la primera computa el tiempo por la luna y la segunda tiene un carácter febeo. Tal matiz las diferencia en todo. Los sarracenos copian de los judíos esta inclinación por la libración sicigia. Fascinados por la erección del disco plateado que han convertido en enseña de su credo han hecho bandera del engaño, la equivocación y el error. El islam camina bajo el halo de la luz refleja de la casta Selene. Volviendo a la raíz de las palabras, no olvidemos que selenosis vale en castellano tanto como mancha, mentira y falso testimonio. Talmúdicos y sarracenos son pueblos, pues, selenógrafos. No miran a la luz cara a cara sino a través del espejo. Éste es otro de los grandes dramas de la historia universal pero no nos vamos a detener a meditar61
stavros = cruz (gr.)
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lo nuevamente pues doctores tiene la Iglesia y esto así nos parece caiga quien caiga: la verdad no puede hacer buenas migas con la falsía ni se pueden uncir los antípodas sin contratiempo. Aunque hay quienes se empeñan en dar coces al aguijón e ir contra lo que resplandece bajo el meridiano de Greenwich.
Teresa por su parte hace su reforma pensando en Jerusalén, la ciudad de la que vinieron sus padres y a la que ella desea volver enarbolando la bandera de las vírgenes prudentes tras las huellas del Esposo. Quiere regresar a una tradición eremítica que se remontaba al Antiguo Testamento al pie del Sinaí cerca de la fuente donde fueron arrebatados en carne mortal Elías y su discípulo Enoc. Eran las veras esencias del yermo donde las dos tradiciones, la mosaica y la cristiana, se ayuntan. Proponía un regreso a las veras esencias para proclamar la fe en asamblea con cítolas y péñolas, en concento de voces bien acordadas, de la que salgan alabanzas día y
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noche. Conserva la regla de coro de los primeros solitarios de estos cenobios de Cesárea y la Tebaida y promulga que el oficio divino sea celebrado en comunidad pero “sin mucho regalo” y que la salmodia fuese sencilla y “por entonación, no por puntos”, pues pretendía que sus discípulas suprimieran todo lo externo y superfluo para ganar profundidad y simplicidad. La liturgia que se cantaba en Jerusalén debió de ser un regalo de los sentidos hasta el punto de que pudo caber la sospecha entre los rigoristas que su gran belleza corría riesgo de convertirse en fin, no en el medio de entonar loores. No era del todo cierta esa suposición pero Teresa la adopta. De todo aquello queda todavía algo en los largos oficios de Pascua del rito eslavónico bizantino.
Hoy por ejemplo nos sigue extasiando a los que hemos percibido alguna vez ese aroma y esplendor del Ungido los “troparios” y acordes del ceremonial griego. Sin embargo, no nos dice nada por ejemplo un Mozart, con ser sus partituras insuperables o cualquier concierto de esos que ahora utilizan a las iglesias por teatro. Se trata de composiciones perfectas pero les falta eso que anima lo que estaba dentro y que era la emanación del Cristo mismo.
Abundando en esto, diremos que nos parece que hay melodía más sublime, a pesar de su sencillez melódica, que la narración cantada que se hacía de la Pasión según san Mateo en las iglesias medievales a tres voces. Los puericantores de Viena, muy bien, pero sin sacramento, sin celebración eucarística, el mensaje queda tronzado y a medio gas. La Santa, insistimos, guarda la norma del coro en comunidad, algo que otras ordenes que surgen en la contrarreforma, como los jesuitas, suprimen, pero manda que el oficio sea rezado y cantado pocas veces para no dar puerta a la tentación de la vanidad.
Quiso que se salmodiara pero sin demasiados requilorios ni el entusiasmo del querubín del que hablan los padre griegos y prohibió de sus conventos las antífonas y los estribillos. La mayor parte de las profesas desconocía el latín. Se enseñaban de memoria el salterio y repetían sus dípticos una y otra vez. Pero la mística doctora
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lo hablaba y escribía perfectamente, como demuestran sus escritos. Antífona significa oposición de dos voces. Cuando san Basilio en el 317 funda su primer eremitorio introduce en su regla el oficio en común de las horas canónicas (prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, maitines y laudes) y establece un canon litúrgico que había de repetirse en las asambleas de la comunicad a lo largo de los doce meses del año. Fue este santo varón, gran artista, el autor de la mayor parte de las partituras de las misas de medianoche, herederas del ágape romano y de los banquetes funerarios.
Este culto público, con algunas variantes, puesto que cada monasterio tenía motu propio, irradia de Antioquia, Bitinia, Siria la Siria de san Efrén hoy tan castigada y mártir, Cilicia y Cesarea donde estaba la provincia de Jerusalén particularmente. De este epicentro se esparcen ondas de circunvalación ecológica del naciente al ocaso. Es la fe viva, llama perenne, como la de aquellos fanales de mecha incombustible que iluminaban como si fuera de día las paredes del templo del Santo Sepulcro. Es la antorcha que por mucho que azote el viento jamás se apaga, candela incandescente. Es el resplandor que imparte el pregón pascual al grito del diácono que encabeza la procesión en la noche de Sábado Santo repitiendo bajo el hachero la eterna consigna del Resucitado: “Lumen Christi”. “Ad lucem per crucem”. Hasta la luz a través de la cruz. No hay devoción mayor ni oficio divino mejor cantado, apto para estos tiempos de tinieblas que nos embargan que el que se imparte en esa noche santa. El diácono que lleva el cirio en la procesión es también el que porta las claves. Potestas clavium. El cielo y la tierra pasarán pero mi palabra no pasará. Consigna mayor no puede haber ya. La vida cristiana consiste en una vigilia perenne. Hay que estar preparado porque la segunda venida puede acontecer en cualquier instante. Que nunca se extinga el pabilo de esa palmatoria que aunque tenue encandila la noche de la fe. Como si la noria de la historia hubiese perdido el compás o nos deslizáramos a lomos de un trineo sin riendas por el tobogán loco, todo parece sujeto a la gravitación de un vértigo misterioso. ¿Sonará la trompeta? No
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sopléis contra la candela; podréis quemaros. Que seáis faro que guía. Confortables candelabros que envíen rayos y no fauces lóbregas del precipicio. Los centinelas no han de bajar la guardia. Vigilate et orate ut not intretis in tentationem. Estas recomendaciones del Salvador marcan el origen del monacato en lo que tiene de rigor y de parsimonia, de renuncia a la voluntad propia para acatar la común. Las Horas eran las diosas del Olimpo, hijas de Temis y de Júpiter rectoras de los cuatro elementos secantes de la divisoria del cómputo del tiempo. Algo inasible es el tiempo computable, inaprensible que sólo se puede entender, parcelándolo. El tiempo no existe porque es el eco del movimiento perpetuo y de la fuga perenne. Sólo se concibe dentro del convencionalismo. En un hablar por hablar. En un decir amen. Las hijas de Zeus imperaban sobre las agujas monacales del horologium, administraban cada una de las partículas y gotas de la clepsidra y del reloj de arena y señoras del Olimpo administraban la economía de las cuatro estaciones. Hay en todo esto algo agrario, telúrico, ancestral. Ellas presidían los ciclos de la fecundidad o llevaban a Eolo del ronzal airado permitiéndole soplar cuando haga falta.
—“Hic apellant lykinion quod nos dicimus lucernas” (62) — nos informa la piadosa peregrina Egeria.
Las Horas son también emperatrices del dietario eclesial. A cada una de ellas corresponde un himno, una antífona, un salmo y el conjunto de rezos que corresponde a un día lo llaman reato. Al que estaban obligados todos los miembros de la iglesia desde el último subdiácono hasta el papa bajo pena grave. Es como una rueda. La oración constante de la que habla san Pablo y que propugnaban los menologios. El Breviario, al igual que el reloj y las inclinaciones del equinoccio, constaba de cuatro mitades: Berna, estivo, autumnales y hiemales. (Primavera, estío, otoño, invierno) Es un ciclo con cuatro secantes. Movimiento binario estricto en sus intercadencias de rotación y traslación. No hay aguas pandas en el lago místico; antes bien, evolución sin tasa, agitación constante, lucha y
62 Los griegos denominan la hora del gallo lo que nosotros decimos lucernarios
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guerra perpetua. Un curso o periplo que asume el alma cristiana en el camino de perfección.
El iniciado o adepto trata de imitar evoluciones y revoluciones de la misma naturaleza. El carro nunca para aunque lo parezca y esto es señal de bienaventuranza. Las Horas eran doce diosas mitológicas. Cada una de ellas tenía una misión cumplir en el orden cronológico. Pero las horas canónicas se reducen a ocho. Aquí otra vez el número áureo de cabalística intención y a cada una de ellas le corresponde una plegaria diferente para cada uno de los instantes de las 24 horas del día, dentro de los 365 del año. Estamos ante un curso de instrucción y de crecimiento cara al sol pero sin perder tampoco las lunaciones de cuyo cómputo se calibra la fecha de la pascua. Es todo un programa de lectura bíblica, de adoctrinamiento parenético sin que falten los esponjamientos líricos. La Iglesia ha querido abrir su alma a Dios a través de David o de Job. Presta la voz del pueblo de Israel para elevar su plegaria. En su peregrinación por los valles y los oteros del tiempo irá, peregrina, percibiendo en su caminar los ecos de estas antífonas que tanto impresionaron a la monja Egeria en su visita a los Santos Lugares que preludia la de la monja inquieta y andariega por los caminos de Castilla y Andalucía. Se escucha el rumor de las olas de un océano que ataca el concento y el concierto de un pueblo entero que se expresa en latín pero tomando sus pericopas del hebreo con un solo corazón y una sola boca a los pies de la cancela del Santo Sepulcro, el primer sagrario, la verja del primer iconostasio. La melodía resuena alegre, o grave y profunda, a través de las bóvedas de las catedrales góticas empinándose por las columnas flamígeras entre nubes de incienso a la hora de alzar o coincidiendo con la fracción del pan. Unas veces rugirá como un estampido y otras tendrá la dulzura de un motete. Sin el hervor de los coros que se perciben ahora, a tiempo parcial, y será un anticipo de la sonoridad que viene, la entonación de la vida perdurable, nada se hubiera hecho en la cultura occidental. Los maestros de capilla, chantres, precentores y sochantres, apóstoles del buen gusto y que tanto contribuyeron a la difusión de la fe como
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los mismos misioneros y a la hegemonía y preeminencia de nuestra religión, con sus sinfonías y motetes, regalo de los sentidos, son un acicate para seguir viviendo. He aquí una demostración que el cristianismo rindió desde siempre pleitesía a la belleza. No es una filosofía de carácter utilitario. El David de Miguel Ángel no vale para nada y la Capilla Sixtina a muchas generaciones habrá aterrorizado y confundido pero está ahí como emblema supremo de que el artista cristiano tiene a gala ser émulo del Primer Gran Artífice. La arquitectura y la estatuaria están cargadas de tantos símbolos que constituyen de por sí una segunda lectura de la biblia con versiones casi inimaginables y capaces de diseñar nuestro destino de manera profética. Las artes plásticas designan nuestra trayectoria vital esculpida sobre la roca del hado a fuerza de machacar con la gubia y el buril. Esta existencia que Dios nos da es única pero a veces no sabemos entenderla del todo. Por eso no la vivimos bien. Hay que buscar esa verdad noemática y poética siguiendo los pasos de los primeros pitagóricos sin perderse jamás en el laberinto de estímulos y de símbolos. El noema implica un doble lenguaje pero es la jerga en la cual se expresa la misma vida llena de contradicciones y de contraindicaciones.
Una supererogación total. Por eso nos sentimos ahora mismo muchos sobrantes y perplejos. Volvamos al supuesto cero que es el que se comprime dentro del misterio de la redención. Al contrario que en la sabiduría mundanal la sapiencia de lo imperecedero nos remite a las esencias más que a los accidentes y las esencias se esconden detrás de esos símbolos. Iconos los llama el nuevo lenguaje cibernético. Cuyas claves habían sido ya divulgadas por la Biblia. Es un lenguaje que apenas se percibe pero que circunda el ámbito sonoro. Que con su sutilidad refracta e infringe las normas de la perspectiva. El arte románico es una enciclopedia viviente encaminada a ilustrar a una población mayoritariamente analfabeta. Sin embargo, esto no es del todo cabal. Muchos sí que sabían leer y escribir y estaban familiarizados con la gnosis que utiliza siempre vehículos de expresión críptica que únicamente sabían interpretar
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y captar los iniciados. Para los gnósticos de Cesárea la escala de Jacob constaba de 24 escalones correspondientes a las franjas del horario diurno y nocturno. Mediante el rezo de las Horas la pléyade de escogidos, al levantarse a medianoche, se alza, vigilante contra el poder de las tinieblas, en súplica impetratoria, para rendir un holocausto de expiación: la propia vida del anacoreta. Oración sustitutoria. Este fue el sentido que quiso dar Teresa a la descalcez como movimiento de plegaria ininterrumpida reivindicando de esta forma la vuelta a los orígenes de la primera observancia carmelita. Le espantan las profanaciones que realizan en Alemania los herejes. Quiere pedir por los sacerdotes y por los misioneros. Previene un ejército muy poderoso de humildes que ganan la batalla sin disparar un solo tiro o descalzar un mandoble, sólo pasando los dedos por las cuentas de su rosario.
Es la fuerza de la fe que mueve montañas y esto es muy grande. Entrar en el alma de Teresa es ir a la búsqueda y el descubrimiento que sendas ocultas e inefables que guarda la vida del espíritu y todas nos remiten a esa potencia formidable de la contemplación en sus tres vías purgativa, iluminativa y unitiva o matrimonio espiritual. A todos los grandes santos de la Iglesia los encontramos prosternados o de rodillas la cara vuelta hacia Jerusalén. Así san Jerónimo recomienda a su discípula Leta que ore hasta la madrugada para mantenerse vigilante como buena guerrera de Xto. Hay que estar preparados ante el primer dilúculo y al postrero, subir a la atalaya para catalogar todo lo que nos viene de arriba. De esta forma el monacato se concibe como un servicio público, un cuerpo de elite, un grupo de choque dentro del ejército en que militan los combatientes de la Cruz.
El verdadero monje reza sin interrupción. Nunca se quiebra el nudo que le ata a la fuerza emanante de arriba y nada le perturba ni le hace perder la presencia de Dios. Así nos lo enseñan los monologuistas del desierto que practican el hesicasmo, con un antiquísimo feed back que nos acerca a la sencillez, cordón umbilical que une al cielo con la tierra. Incluso cuando se duerme no hay que parar de
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rezar. La vida consagrada es oración perenne. Se abandonan al huso del sueño que da vueltas. Teresa de Lisieux una de las mayores almas contemplativas que hayan existido lo definía como “la escalera”; era una infancia espiritual, un volver al estado alfa. Acontece en ese trance una suerte del crepúsculo del pensamiento. La verdadera noesis. Este abandono espiritual causa en los que lo padecen verdadero deleite. Es el huso del ensueño. El ascensor. La escalera. Un saberse dependiente y abstraído en otro ser más poderoso y fuerte y con semejante inmersión en el centro místico se alcanza la totalidad. La rueda que no cesa. La rueca que pega tumbos por los canales del éxtasis. Entramos en los principios del mándala. O círculo blanco que irradia el poderoso saber de la gnosis. Todo ello resulta incomprensible para los que no hayan experimentado ese gozo interior que no puede ser tasado con instrumentos de medir materiales ni verse con ojos de la carne. La inteligencia del usuario se desciñe de todo lo temporal, se desconecta y atraviesa algo muy parecido a un tonel, el que describen algunos agonizantes que estuvieron a un paso de la muerte física. Se han hecho experiencias con el bulbo raquídeo de los encausados y notan que las pupilas se agrandan, los músculos se distienden y el organismo ingresa en estado de languidez y de sopor semejante al de la embriaguez. Hay un acendramiento de la capacidad de concentración. La mente se vuelve selectiva y se bloquea para todo aquello que no tiene que ver con lo que está ocasionando el arrobo. En ese estado se alcanza la anestesia. No sienten el dolor ni reaccionan al hielo, al fuego o a la aguja que taladra la planta de los pies. Todo ello depara un estado de euforia que no deja resquicios a intrusos corporales. Hay una disminución de las pulsaciones, perdida de la noción del tiempo y del espacio que rompe la barrera de las leyes de la gravitación universal. Son excepcionen pero se han dado circunstancias en el que el cuerpo extático se alza, levita o se escinde pudiendo ocupar dos sitios físicos a la vez (levitaciones, bilocaciones, telequinesia.) Es un desapego o desasimiento de todo, una dejadez infinita (dexados). Se nota una indiferencia al dolor semejante a la padecida por
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los esquizoides ante el propio destino o apatía de novísimos porque se ve el alma rodeada y protegida por el abrazo de Dios que se hace omnipresente tanto fuera como dentro. El alma del rotario consagrado sabe ver la mano divina en todo. El mundo le da vueltas como a los derviches muslímicos pero no se marea y es feliz en él. Flota en la nube del no saber, del no querer, del no existir. Es un rezo que no se acaba nunca. Se ha alcanzado el matrimonio espiritual. Esto es la vía unitiva conclusión inmediata del proceso purgatorio e iluminativo. No deshacen este nexo ni la vigilia ni el sueño ni el trabajo de manos. El afortunado que recaba semejantes mercedes espirituales ha tocado techo. Este es el sentido de la sentencia teresiana “Entre los pucheros también anda el Señor” en su infatigable defensa del trabajo de manos como vínculo de acercamiento a la presencia divina. Que no se acaba la noche, que no paren los cantos. ¡Eya velar! Vigilia perpetua. La estrofa principal del nuevo canto a Teresa. La entrega del consagrado asemeja a una batería cuyas pilas están puestas en serie y jamás se desconectan. Sin orantes no habrá Iglesia. Así lo entendieron los antiguos. Por tanto, dieron tanta importancia al monacato. Todas las grandes ciudades cristianas estaban rodeadas como si se tratase de adarves de defensa o de pararrayos de un aro de monasterios dispuestos en círculos. En Moscú era el “anillo de oro” y Roma presenta toda una hilera de templos o “fana” que iba desde el Aventino y el Aquilino al Monte Celio. Felipe II establece su corte en el Escorial que es un enorme cenobio para así granjearse el favor de Dios para su gobierno. Los Borbones en Paris contaban con el Port Royal y en ningún otro lugar de la cristiandad hubo tantos conventos abiertos y en erección para pedir por la prosperidad de la monarquía inglesa como en las riberas del Támesis hasta la venida cismática de Enrique VIII. Fue precisamente en Cantorbery donde se entroniza el Oficio Romano que ya había sido aprobado en el Concilio de Whitby. Así mismo, York, la Évora romana, aparecía rodeada de cenobios cistercienses en la línea de ballesta que traza el río Ouse al bañar a la ciudad. En la antigua capital del condado de Yorkshire, dichosamente cristiana en otro tiempo, yo viví y fui vecino y puedo dar testimonio. Allí
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encontramos como una raya de fuerza que activa la energía positiva y que seguramente se debe al gran voltaje de las muchas plegarias que se desgranaron por aquellos rincones de la Inglaterra Feliz.
De Nueva York no se podría decir lo mismo y allí también moré tres años pero ésta es una ciudad judía donde me pasaron cosas terribles como he tratado de explicar en alguno de mis tomos, pues carece de esa vibración positiva. Antes bien, se pueden detectar bajando de las nubes de sus rascacielos hacia las calles que son como simas subyacentes del desfiladero cascadas de malevolencia. Un ángel negro batía las alas y allí no te podías sentir a gusto. Ni estar con aplomo. Era la capital del mundo ajeno. Un verdadero cristiano lo notará nada más llegar allí. Ese mismo proceso lo está viviendo ahora mismo Jerusalén a la que se pretende descristianizar a marchas forzadas. A la luz de estas consideraciones se podría inferir que el enemigo de los hombres nos ha ganado la partida. Habría que pensar que la nueva era acaba de empezar bajo el signo de un cambio que anuncia la fatalidad del fin del tiempo. Todas aquellas ideas por las cuales luchó, vivió y padeció Teresa se baten en retirada. Aparentemente. Sólo aparentemente. La realidad hoy es capciosa. No debemos caer en el pesimismo. El Amado de esta santa virgen no podrá dejarnos solos.

Este libro se terminó de imprimir
en Almería durante el mes de junio de 2015

I LIVED IN HULL LIKE ROBINSON CRUSOE BUT I FOUNF LOVE EN LA CIUDAD MÁSS FEA DEL NORTE INGLÉS ENCONTRÉ AL AMOR DE MI VIDA. SUSANNE MORIRÉ PENSANDO EN ELLA

Posted: 21 Jul 2019 06:55 AM PDT
















Prologo

HULL 66 Y KAFKA. PRÓLOGO

 EN LA PATRIA DE ROBINSÓN CRUSOE

Antonio Parra
Hull era una ciudad del norte inglés destartalada, industrial, con pocos horizontes cuando yo la conocí, a la vera del Humbery mirando para el océano. Los arrabales de la bocana de un puerto con mucho abrigo que los prácticos conocían bien desde los navegantes ingleses hasta los U boats del almirante Canaris, debieron de inspirar a T.S Elliot su Wasteland. En el año 66 todavía algunos hangares y edificios del malecón mostraban las dentelladas y zarpazos de la Luftwaffe. Aquellos farallones ahumados eran reliquias de antiguos bombardeos, tarjetas de visita que dejaron los alemanes a lo largo de la batalla de Inglaterra.  Hull, sin embargo, tuvo siempre algo de ciudad germánica y anseática emparentada con Hamburgo y con Copenhague al otro lado del Mar del Norte.
Tenían fama sus dársenas de ser una de las zonas más peligrosas y sucias del planeta. Allí dirigí yo mis pasos en el otoño del 66 con mis veintidós años, recién acabados los estudios de Filología Inglesa y de la carrera de Periodismo, con ganas de comerme el mundo. Quería ser escritor. Recuerdo que cuando me giraron el primer dinero de la beca me compré una máquina de escribir sin eñes en un chamarilero de la calle Beverley  especialista en antigüedades que tenía a la puerta una pieza de artillería del once de la Guerra de los Boers. Tuve que tirarla. A lo largo de mi vida dactilógrafa y mecanógrafa  y de fascinación por las veinticuatro redondas blancas amé para después aborrecerlas por el uso, pues la cachimba quemada sabe mal y la máquina de escribir, bataqueada, los tipos se juntan y se montan con nefastos resultados, tanto las máquinas de escribir como las pipas.  Usar y tirar, pues en esta vida todo tiene un límite. Tal vez fumar y escribir sean actos tan compulsivos como correlativos. Las circunvalaciones del humo del tabaco  guardan un misterioso parentesco con las pesquisas que conducen al hallazgo de la frase y la palabra. La pipa, la estilográfica y la maquina de escribir  son cosas de uso personal; no se prestan nunca  a nadie al igual que la mujer. Cierto. Pero algunas aburren y otras cansan. ¿Todos los días potaje?  Pues sí de vez en cuando habrá que darse un paseo por las instituciones.
—El hombre es animal de costumbres.
—También es verdad. Lejos de mi “Olivetti” soy un hombre al agua. Me planto al ordenador y no me sale palabra. Yo tengo que sentir el ruido del teclado que ametralla el papel. Sin la pulsión de un contrincante la inspiración no acude a la cita bienaventurada. En España por lo que dijo don Miguel de contra esto y aquello, siempre estamos escribiendo contra alguien. La vida del escritor asemeja a la del púgil. Nulla dies sine línea pudiera traducirse como ningún día sin pelea. Mis gritos y mis angustias mi desolación mi esperanza eran celadas por aquella estrepitosa caja de música de las veinticuatro redondas blancas, inescrutables y misteriosas como los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Por eso en esta profesión de sufridores abundan con frecuencia los matasietes. A Valle Inclán le dejaron una mano inútil en una trifulca de colegas.  Fue por una discusión tonta con un colega de Granada, que se llamaba Manuel Bueno y que de bueno debía de tener bastante poco, por lo menos el día que sacó el estilete contra  don Ramón, el de las “barbas de chivo”. Pushkin murió en un duelo y yo vi una vez a un colega en Londres por quítame allá esa crónica arrimarle un botellazo al pobre corresponsal de “Rodena Fichas” que ya llevaba en el cuerpo media de Johny Walker. Menos mal que le sujetamos entre otro y yo  que si no lo esguardamilla. Hombre a un borracho jamás se le pega. Tampoco es para ponerse así, pero este oficio es la bimba. Ahora aquel matasiete está muy instalado y en la pomada en la Prensa del Meneo. Le supo bailar el agua a don Walamboso el Tramposo, como antes se lo bailó a otros. 
Abundan los espadachines en esta noble profesión donde la vida es un desafío. La pluma sin la espada y somos de sangre caliente. Quevedo, por ejemplo, manejaba con tanta soltura el idioma como el florete.
De cachimbas, estilográficas y bolis tuve un harén. Mecanográficas, una colección. Hasta que llegaron los ordenadores. El teclado de una máquina de escribir es singular como el alma de una mujer.
Todas son diferentes y todas acaban cansándote. Empiezan entusiasmándote. Luego las detestas. Amores de quita y pon. Las teclas echaban humo. El hombre tiene que vencer a la máquina pero también las maquinas de escribir dan de sí todo lo que tienen que dar, se agotan, se extenúan y dejan de ser, machacados los tipos, fuente de inspiración. Ya no sirven para nada. Cuando dejan de cantar las veinticuatro redondas blancas es como si muriera un ruiseñor. Las pipas quemadas saben mal. Y son como las horas de los relojes Omnes caedunt; última necat  (todas hieren, la última mata).
Hacia Hull, la patria de Daniel Defoe (los hados me estaban condenando a un robinsonismo literario y aquel destino era anuncio del porvenir) dirigí mis pasos al final de aquel verano del 66 cuando Inglaterra le robó el mundial a Argentina en Wembley por culpa de los árbitros que barrieron para casa. Se cumplían tres siglos del gran incendio de Londres y otros tres de la profecía proferida de Milton de que se iba a acabar el mundo. Lo había vaticinado en 1666. Vaya fechecita, guarismo de “anosmia” apocalíptico.
Yo quería aprender inglés a toda costa y creo que lo aprendí demasiado bien hasta el punto de que es un idioma que me aburre. Algunos dicen que parece que escribo en inglés, un idioma muy suple y contractivo en el que caben toda suerte de combinaciones, pero sigo pensando en español. La primera máquina de escribir de segunda mano que compré en la ciudad donde nació el padre de Robinsón Crusoe, Daniel Defoe, y me inicié en los estudios de Franz Kafka, carecía de eñes. Una terrible merma y fatal augurio. Soy hombre de eñes. Podré escribir en la lengua de Shakespeare correctamente pero en mis anglofilias nunca cometeré la tontería de renunciar a mi estirpe. Ese es un síndrome en la cultura española actual. Se escribe en español pero se piensa en la lengua del imperio. Para confirmar tales supuestos me remito al mundo de los bestsellers, al lenguaje, a los giros, al contoneo de las tops por la catasta, a la forma de pensar de la gente, a los hijos de don Quirite Marugán,  todos en nómina, el sector de la publicidad y de la imagen en sus manos, sólo es noticia, sólo es novela, lo que a ellos les apetece. Perfectos “hacedores de reyes” designan escritores y nombran y derriban gobiernos a dedo.  El arte se supedita a un lanzamiento mercurial, a ciertas sutilidades, manipulaciones y trampantojos. Es la política del doble lenguaje, el doble juego. Turbios manejos de trastienda que permite que en nombre de la libertad se cometan toda suerte de torpezas y tiranías. A mí, que soy transparente, me ocurre todo lo contrario. Escribiendo en inglés siempre me saldrá el hombre de Arévalo en la papela.
Esta transposición es un caldo de cultivo para la mediocridad imperante. Han traído sus propios chistes. Hablan de humor pero les falta ángel. Manejan el insulto que no veas y parecen haber inventado a una rama de la literatura que debería llamarse octoscania  pues han institucionalizado la blasfemia. Tampoco es como para pedirle peras al olmo.  El hombre en Londres del “Eco Guanche” hoy un señor  con vara alta, pero que hace cuarenta años lampaba e iba por Fleet Street con una gran bolsa negra y le llamaban el “polisario” porque su señorito era aquel independista por nombre Cubillo que quería devolver a los moros las islas Afortunadas, en las instituciones (échale guindas al canario) hoy se queja del insulto como arma  arrojadiza pero ellos pasaron el rodillo y nos difamaron y escarnecieron a modo y todo lo que quisieron. Hoy vivimos entre la queja la desilusión y el asco, como extranjeros en nuestro país e incluso en nuestro idioma. Mirando bien las cosas casi es un honor permanecer inédito, intonso y casi virgen y mártir de los tórculos con los tiempos que corren. Tampoco creí nunca en eso de los premios literarios ni en los comités de lectura. Tomemos el caso de un importante magnate de los negocios en el mundo de la edición española de cuyo nombre no quiero acordarme. Es un isleño que llegó a Londres lleno de odio hacia los peninsulares no sé por qué y al que veíamos andar siempre por Oxford street portando una cartera negra de cuero. En esa cartera no sabemos qué llevaba  si un kalashnikov, una máquina de retratar o una tienda de campaña dadas sus procedencias no sé si guanches o árabes aunque siempre sí un poco nómadas del sujeto. Se jactaba de haber nacido en una jaima. Hoy es otro instalado. Le llamábamos el polisario pues era muy de izquierda pero a Montesinos le bailaba el agua.  Con ser don Gaspar tan de derechas. Hacía por lo visto a pelo y a pluma, pues el personal anda a la que salta.
Pues bien,  que semejante tuercebotas, aquel palmero-sube-a-la palma, aquel arribista de la perilla negra y capruna, y que tiene una vocecita de eunuco -es hoy un señor que manda mucho en el mundo de las letras, está asomado a la ventana de los que reparten el bacalao de la literatura,  todo un jaque de los mandamases de la pirámide informativa y de la literaria- te rechace los manuscritos, uno por uno, lejos de ser un baldón, es un timbre de gloria. Cosas veredes. ¿Y ese Borràs, gran preboste de los paneles de lectura?
 Que se lo lleve el diantre.
 ¿Con acento grave y diacrítico en catalán? En castellano no se usa.
Ya pero vivimos bajo la férula de lo cursi.
En aquella ciudad, Hull, con nombre de casco de barco, y bastante descuadernada, compré mi primera máquina de escribir y conocí el amor que pasa por la vida del hombre como un soplo, como una sombra. Sicut nubes, velut umbra, ut naves, que diría el clásico. Es talismán efímero. Su destino va íntimamente unido al de la literatura. El amor y el tiempo son algo que el hombre es incapaz de asir ¿Qué fue de aquella mujer de cabellos dorados y de mirada de madona, el rostro perfecto como un camafeo, piel blanca adornada de efélides? ¿Qué sombras ahora la escoltan, qué nubes la contemplan en qué barco viaja y con qué rumbo? Sólo puedo responder a esta interrogante con un poema  que Chesterton dedicara a la Virgen. Lady, Lady.  Altos muros del Endsleigh College que ella habitaba y que yo escalaba, cual Romeo empecinado, han sido derribados. Sólo siguen tiesos en el paisaje de la memoria. En la vida real son farallones, lienzos de adarve del olvido. Precisamente en un lugar tan a trasmano y donde Mahoma perdió las pantuflas iba a transcurrir uno de los años más importantes y traumáticos de mi existencia. En mí se produjo una verdadero despertar, una auténtica epifanía. Los propios ingleses hacían befa de este lugar habitado por las gentes más rudas del rudo Yorkshire y que parecían hablar a voces como animales en un dialecto que se derivaba del vikingo y emparentaba con el norso. Eboracum (York) con su catedral y sus baños romanos estaban cerca. Pero a mí siempre me fascinó Whitbypor sus ascendencias danesas. Hubo allá una cristiandad procedente de la estirpe celta evangelizada por st. Columbano, base del monaquismo occidental del cual llegaría a tener un conocimiento más profundo merced a los legendarios de fr. Justo que describe esta zona mítica con emoción y belleza en sus calendarios. Los inhóspitos pagos del yermo Yorkshire fueron sede de una de las más importantes tebaidas. Los monasterios formaban un verdadero anillo de oro en torno a la capital, York. Eran centros de oración pero también baluartes contra las invasiones de normandos y de escoceses. Para defenderse del acoso de los belicosos “picti” ya los romanos habían levantado la Muralla de Adriano, en el condado un poco más arriba, el de Northumberland. En compañía de mi amiga Nicole, aquella francesa de los cabellos de oro y a bordo de un mini hicimos a lo largo y lo ancho de esta tierra amor y geografía visitando las ruinas de los viejos conventos demolidos durante las guerras de religión y las consecutivas desamortizaciones. En nombre de Dios y con la Biblia en ristre los puritanos de Cromwellacabaron con todo. Desde entonces siempre tomo mis precauciones ante el Libro Sagrado prevenido por lo que decía san Agustín que no es lícito basarse en la letra desnuda de ambos Testamento sin un mínimo de bagaje iniciativo. Hasta hace poco en todos los hoteles del ámbito anglosajón siempre había una y a mí me inspiraba cierto temor al pensar en las barbaridades que cometieron los protestantes. Ninguno de estos textos supera a la Vulgata con todo lo que diga don Críspulo Capón y sus luteranos al respecto. Perdimos demasiados hombres en defensa del Papa y de la verdadera fe en tiempos de la Contrarreforma como cambiar ahora de camisa. No somos culebras. Esta zona del arzobispado de York fue una de las más refractarias a renunciar a la tradición romana. En fin, por aquel tiempo en la radio del coche sonaba la música de los Beatles y el incansable hit parade que emita veinticuatro horas al día una radio pirata instalada en un barco surto en la Bahía de Scarborough. Se llamaba Radio 707. Tenía nombre de película y su `principal pinchadiscos era Tony Blackburn. Lo conocían todas las quinceañeras del Reino Unido. Dos canciones muy pegadizas y que aprendí de coro me traen memorias de aquel invierno: Lying in the sunny afternoon” de los Kinks No milk today, cose my love is far away. Hoy no dejes botellas – se pedía al lechero- en el alfeizar pues mi amor está lejos. Sin embargo, la letra de aquella canción no era para mí. Mi amor no estaba lejos sino cercas. En  los labios de Nicole, toda la cerveza de la Old Merry England y el vino de la Dulce Francia me bebí. Tenía un cuerpo de diosa pagana y unos ojos de dulce y claro esplendor y largo mirar. Aquella mujer se cruzó por mis horizontes como un viento de tragedia y libertad. Amor que pasa una sola vez y te deja marcado. Los vientos del 68 soplaban a modo. Lo decía otra canción de Joan BáezFlying in the wind. Íbamos al volante del viejo buga por los derroteros de los Yorkshire Moors, mundo onírico de veleidades y de sentimientos bajo controlada que contaran y cantaran las Hermanas Brontë. Paisaje sin árboles. Los barcos fueron talados para prevenir la escuadra. Por el invierno hace un frío que pela. El cierzo soplaba con ganas por aquellas desoladas parameras. Té y simpatía. Marchábamos a toda velocidad, sentados a la trasera del viento. Nicole, ¿qué ha sido de ti? Seguramente serás una viuda rica que con un ojo llora y otro repica o la barragana de un canónigo de Reims. En los pueblecitos olvidados de paredes blancas y techumbres de bálago tal como pallozas en plena campiña inglesa siempre había una vieja taberna con mucha historia. En las de York bebía Guy el Conspirador, en las de Grimsby los bucaneros de Sir Francis. El mundo yacía a nuestros pies. Íbamos a ser perennemente jóvenes y bailábamos el twist en bailongos de altavoces psicodélicos y focos foboscópicos. Noticias en la BBC a las cinco y a silbar por la vía. Blowing in the wind but we couldn´t care less. Había que apurar el cáliz de la felicidad de la vida hasta las heces. El viento del norte se llevó nuestra juventud camino de las estrellas y ¿qué fue de aquellos besos? Andan todos rodando por las estrellas. El amor es la fuerza que mueve el universo. El odio lo para y aquellos tiempos eran los tiempos de la flor al ritmo de canciones que aconsejan hacer el amor y no la guerra. No había necesidad de emprenderla a martillazos contra la estatua de un general subido a un caballo de bronce. ¿Cómo es posible que ahora la enredadera del odio trepe por las paredes de nuestras casas? ¡Tanta inquina, tanta vesania cuando creíamos haber alcanzado el nirvana de la reconciliación!. Se me apareció la belleza en Hull aquella ciudad destartalada. Entre el hollín y el carbón y el beso gris de la lluvia sonó mi hora cero. Nunca fui tan feliz como aquel año en la patria de Robinsón Crusoe. Desde aquélla he venido practicando una suerte de robinsonismo intelectual. Me gusta la insularidad. Yo solo en mi isla y que me dejen en paz. Tuve un casero judío que se llamaba Frederick Weil que venía de Alemania y era un superviviente de Auschwitz. Era un judío ortodoxo que me hacía lavarme no sé cuantas veces cada vez que le iba a pagar la renta y se enfurecía cuando subía a mi novia a la habitación. Pues era muy ortodoxo y muy buena persona. Miraba al mundo con esa típica castidad judía obsesionada por la limpieza del cuerpo y por la del alma. Sin embargo, en punto a dineros no se casaba con nadie. Todavía estoy recordando la sobrecarga de ternura y afectación con que pronunciaba la palabra “property”. En aquella pensión regentada por el exilado  me familiaricé con Kafka al que empecé a leer para aprender un poco de alemán. Me acabó enganchando. En su Metamorfosis veo yo retratado una semblanza del mundo actual. Esta sociedad que nos aliena y nos domina. Al final todos acabaremos convirtiéndonos en cucaracha. La vida viene del huevo. La muerte no sé. Sin embargo, la obra del judío de Praga, lo mismo que me contaba Mr Weil, mi casero judío, sobre su experiencia en los campos de exterminio (“los peores enemigos no eran los guardianes alemanes sino los de tu propia raza que te delataban y trabajaban para el espionaje nazi”)  fue toda una propedéutica. Eso está pasando ahora mismo. San Franz fue un escritor químicamente puro que escribía sólo para el cajón. Sus manuscritos se salvaron de la hoguera gracias a su albacea Max Brod. No todos los escritores tendrán  esa suerte. Para mí Kafka es un santo laico o profeta, heraldo del tiempo que se acerca. Su “Metamorfosis” lo mismo que “1984” de Orwell o “Un mundo feliz” de Huxleyes una utopía en que se narran las aspiraciones y fracasos del hombre gregario del mañana. Sus libros son una semblanza del “homo domesticus”, sometido a su mujer, bajo la bota del jefe en el trabajo, subyugado y contrito al que de vez en cuando le duelen los colmillos o que siente cierto malestar en la barriga. No será nada. Ya se me pasará. Me he visto muchas veces a mí mismo reflejado en la persona de Gregorio Samsa. Igual que a él me gusta la carpintería y el bricolaje, hacer crucigramas, dar cuerda al reloj de pared los fines de semana. Me pesa la incertidumbre. Me aburre la política con sus afanes inanes.  Por la metamorfosis o el embrutecimiento del presente me puedo convertir en gusano – vermis sum et non homo- del mañana. Franz Kafka da vuelta a los textos de Isaías. Sus libros constituyen el de evangelio al revés. El jefe siempre es el jefe. Tiene siempre razón. Me levanto todas las mañanas para ir a la oficina y al mediodía acabo derrengado en el sillón. Soy pasto de habladurías y víctima de confidencias de vecinos y compañeros. Veo que al mundo lo rige una mano invisible y sacrílega. Vivimos en ascuas, vamos por la vida pisando lumbre pero a nosotros lo que nos importa es nuestra propia tranquilidad. Nos hemos vuelto egoístas. Los periódicos nos dan las mismas noticias. Para matar el gusanillo vamos camino de la nevera. Pero no tenemos hambre, sólo angustia y tal vez hastío. Por mucho que nos afanemos nunca saldremos del círculo vicioso. Eso es el gueto. Estamos acorralados y un poco perdidos. Esta metamorfosis que nada tiene que ver con el hilomorfismo platónico que dignificó y dio trascendencia a la vida humana (el judío de Praga nos baja un poco los humos de la filosofía griega), su obra es como el descenso de un pedestal que anticipa los desmanes de la II GM; es una parábola actualidad, un thriller de la modernidad, una novela sin solución, una “morality” del anodino anonimato del hombre del siglo XXI.  Hoy te echas a dormir persona y mañana de te levantas cucaracha.
 Eso le pasaba a Kafka por ser un pobre diablo.
 Un mal bicho que tuvo la suerte de encontrarse con un patrocinador, el rico judío, Max Brod que le publicó todos sus libros.
 No todos podemos vivir en la plaza. Pero el símil me gusta. San Franz Kafka encarna la idea de san Jorge que vence al dragón. Ganó las batallas después de muerto. Es la imagen del vencedor vencido, del fracasado que triunfó. De todas las formas toda la obra de este escritor checo que escribía una alemán aceptable la cambiaría por una noche con Nicole.  El arte no es más que un pálido reflejo de la vida. Primum vivere deinde philosophare.
 Pues sí. Por eso se acuerda usted con tanto fervor del tiempo de vino y rosas.
  Ars longa, vita brevis.
 Cierto, el arte y el recuerdo son nuestro consuelo. Pero a Hull la ciudad desvencijada volvería mañana mismo. Allí dejé algo de mi sangre y en Wilberfoss fue donde nació mi hija, nuestra hija y allí construimos nuestro nido de amor.
—No me venga con romanticismos. No se ponga sentimental. Aparte tales chorradas y abandone su campana de cristal. Sí, volvamos a la cruel realidad. Al anodino san Franz. No importa que sea un autor sobrevalorado. El fin es el medio, no el mensaje. Aquí lo que vale es la imagen. Aparentar. Vivimos y nos fiamos de las apariencias.
Esas a veces engañan. Cierto pero que nos quiten lo bailado.  
 


Capítulo I











DESCENSO A LA HURA

Cuando regresó a la hura Remigio Bermejo sabía cual era su destino: vida de topo y un tragaluz pero, feliz y contento, estaba orgulloso de su vida porque profesionalmente, gracias a un milagro, tuvo la suerte de haber alcanzado la meta en su vida fabulosa de ensoñaciones utópicas, vino, periodismo, buscaba las sendas borradas a través de su globo de papel, rimeros de textos mecanografiados, manuscritos y, cuando Guillermito Puertas ese genio mesiánico como buen judío, al ordenador porque un ordenador personal viene a ser el paraíso de los que sueñan y galeotes de la escritura redactan uncidos al banco del cía y cía de la galera bajo la mirada del comitre y el rebenque del esparavel. Como en la canción del Pirata de Espronceda…  amarrado al duro banco de una galera turquesa no surca el mar sino vuela etc…Delantero de diligencia o curulero de proa él bogó sin parar por los océanos inmensos de la literatura. Se sentía un elegido de los dioses a redropelo de émulos y calumniador. La libertad fue su aguja de marear incautos y envidiosos… que se jodan. Remigio Bermejo periodista sin redención hizo lo que le vino en gana, escribía sin cortapisas. A la hura de Roland Gardens subsiguió un rascacielos de Manhattan y al cabo de muchos dimes y diretes porque, ya setentón, no se le había acabado la mecha, el bunker de Brunete. Ráfagas de ametralladora iluminaban la llanura de campas de Villafranca con encinares, espartales y tierras de labor a la sombra de un castillo del siglo XIV donde dicen que nació el pirata Barbarroja. Durante la guerra del 36 aquella fortaleza en lo alto de un mogote cambió de manos varias veces pero allí resistieron los tiradores del Rif la embestida del ejército de maniobra. La historia se repite. Todo como en la reconquista. El castillo del Aulencia fue el campo de Agramante de moros y cristianos. Ahora sus piedras que miraban desoladas hacia la dehesa boyal y las caballerizas donde cazaba el rey Enrique IV llorando la ausencia de tiempos mejores. Remigio Bermejo se sentía heredero de aquellos esforzados caballeros contendientes prevenidos en frontera los aportillados de Sacramenia que empujaron a los musulmanes de tierra Madrid. Él tuvo más suerte que todos aquellos que cayeron en el perpetuo batallar. Seguía siendo un tipo peligroso cerca de un teclado de máquina de escribir. La historia es una batalla perpetua una eterna conspiración. Después de tiempos vienen tiempos cantaba el romancero y él era un juglar que lanzaba al aire sus proclamas y pliegos de cordel porque bebía en el hontanar de la buena información y por sus manos pasaron datos que otros desdeñaban o no sabían. La información es poder. Cuando se convierte en propaganda no cabe otro remedio al que tenga buen pulso que desenvainar la espada.
Se había estado dando un paseo por la historia de Inglaterra. Tuvo ciertas aprehensiones de machacar en hierro frío, quiero y no puedo. Escuchaba voces interiores que aludían a la vanidad  elusiva de sus compulsivos afanes. Nora nunca  escribiría. No la volvería a ver. La buscaría por todo Londres. Recorrió sus barrios alargadas de planta baja que se alineaban a lo largo de avenidas sin confín, como Chicago o Buenos Aires. Bebió en su literatura. Leyó a insignes novelistas plomizos como Chesterton, las Brontë, George Elliot, la Austen quien en su Abadía de Northanger predirijo el destino de nuestro personaje: Bermejo iría a parar a las parameras del condado más al norte. Descubrió los tesoros que acumula en su obra blasfema pero genial George Barrow, hombre contradictorio y singular, que vendía Testamentos por la península y en desguisa de misionero de la Biblia era un espía,, y tuvo por padre e inspirador de su literatura a Eric Blair. Iría por la vida buscando posada embutido en su gabardina blanca y el bombín oscuro londinense. El hijodalgo castellano quiere ser un gentilhombre aunque le faltaba un poco de flema y se sobraba espíritu de rebelión por todas partes porque era un tipo difícil y nada acomodadizos.
La buscaría por todo el mundo. Toda una vida. Estaba amando a una mujer que no existía que vivió en su imaginación donde representaba El Dorado del Amor que nadie alcanzaba. Inglaterra era etérea e inasible. Su reloj, por otra parte, debido a sus románticos prejuicios, se había parado en el tiempo de los Tudor. La vida seguía. Aspiraba a la utopía, tan engañosa y escurridiza que se le escapaba de las manos cuando estaba a punto de atraparla. Plagado de contradicciones, albergaba dentro de sí un Kant en su afán de lo bello, lo sublime y lo útil, un Mefistófeles, un místico castellano y un Falstaff comilón que jamás se saciaba porque el hambre física tampoco era real sino que representaba el cordial sustitutorio de la inmensidad de Dios, ese dios que dicen que comemos en la eucaristía, pan de los ángeles y de los sacrificios, pan de la proposición y de todo lo supositicio. ¿Dios o los dioses? ¿No habría que escribir en minúsculas la palabra “dios? Al final del camino se había vuelto más moderado y tolerante al descubrir que el arca santa estaba vacía que en sepulcro compostelano no estaba enterrado Boanerges el hermano de Juan predilecto discípulo del Maestro sino un hereje prisciliano el obispo abulense que quiso compaginar el culto a las deidades romanas con la buena nueva que esparcieron por el mundo unos pocos judíos helenistas y en el propio evangelio descubrió contradicciones sinópticas porque todo está como muy resumido y como traído por los dedos. ¿El Papa, según George Barrow o Don Jorgito el inglés, ejercía como vicario de Jesús o era un adelantado del reino de Satanás envuelto en los ropajes de los arúspices y de los sacerdotes de Júpiter al uso pagano? ¿No era la curia un revoltijo de monseñores torrezneros y barrigudos calafateados de seda púrpura o armiño, abatanados de morado o de rojo que hacían pensar en aquella copla que cantaban en su ciudad los niños en España? “Lucifer tiene muermo, Satanás almorranas y el diablo ladillas, su mujer se las rapa con las tenacillas”. ¡Vaya usted a saber! Los años en Inglaterra, empapados de protestantismo, habían derramado sobre su alma ciertas prevenciones y bastante escepticismo contra el papismo, pero tampoco su anglicismo llegó al punto de convertirse en un adorador de la Biblia, ese libro sagrado que se encontraba en las mesillas de noche de todos los hoteles, porque en sus páginas se encuentra un revoltijo del fanatismo protestante. Un manual de hazañas bélicas donde siempre ganan los buenos y elegidos envuelto en esa nube sicalíptica del alma judía. A despecho de tales reparos acerca de la escritura, de los frailes y de los pontífices, Inglaterra desde el sufrimiento y el gozo, le ayudó a recuperar la fe en Jesucristo de castellano viejo en una época de vertiginosos laicismo.
Las catedrales normandas se habían convertido en salas de concierto. Allí moraban hombres extraños que se decían ministros y saludaban a la clientela al final de los servicios estola sobre los hombros roquete hasta por bajo las rodillas la raya en medio y una sonrisa. Puro formalismo, y ya no entonaban los canónigos el oficio de vísperas transformado en Evening song con los himnos que mandó establecer Cromwell y cantar puritanamente de pie y en vernácula, por el odio chauvinista que sentía hacia los papistas que rezaban en latín. Era aquel anglicanismo una religión a palo seco, no exento de un admirable fervor y aquellos himnos congregantes sonaban a marchas militares.
—You soldier on[1].
Los cantorales y los libros becerro sustituidos por un libro de oraciones en inglés muy sucintos, casi en estilo jesuítico, el “Common Prayer Book[2]que desterró los antiguos misales y borró casi todos los nombres del martirologio desnudando altares y cerrando las capillas de los santos. Suprimir la devoción a María constituía una de las mermas del anglicanismo, un estilo de vida que para un anglófilo como él no dejaba de poseer su encanto porque el catolicismo en las Islas de extracción inglesa era otro tipo de catolicismo diferente al que él había mamado. El nacionalismo movió la rueda del cisma y ya no era todo lo mismo. Estaba Remigio abrazado a una noción errónea de las cosas. El mundo es muy grande y diferente de como a él había recibido en los años de formación eclesial. Al haber recibido una educación silogística trufada de dogmas, corolarios, deducciones y conclusiones irreversibles, tuvo que darse cuenta de que los herejes eran culpables pero el papado tenía también parte de la culpa. Preocupado por cuestiones de carácter religioso vivió la angustia vital de los nuevos tiempos agnósticos. ¡Cuántos trompazos, ¡cuántas retóricas costaladas! Su destino era la hura. Le condenaron a leer y a leer. “Por ese cabo ya estoy cumplido y ojalá los costales fueran tales” pensaba. Por otro lado, ¿para qué tantos libros? Te equivocaste de papel. Aquí el papel no es aquel que tú veneras sino el papel moneda. Viviría rodeado  de liviandad, chabacanería y de ignorancia, caminando en medio de analfabetos que desconfiaban de la santidad de la literatura. Era un energúmeno de la duda y el escrúpulo. Rose, que lo conocía bien, aunque no hubiera leído nunca Unamuno la pobre mujer, le había dicho; “No pareces español”. Bermejo consideró un insulto aquel juicio de su ex pero la frase le daba constantemente vueltas a la cabeza. Quizá la culpa de todo aquel embotamiento la tuvieran las jícaras de cerveza y que andaba un poco al estricote viviendo la garzonía de aquellos años 60. tiempo de cortejar. Era la década del vino y las rosas. Apurando la copa ansiosamente de la juventud que nunca vuelve a sabiendas de que se acercaban lustros muy diferentes para la humanidad.
Tenía los pies hinchados de caminar la tarde entera subiendo y bajando a los autobuses que iban al extrarradio. Varias veces se equivocó de línea. El metro de Londres era un galimatías. Si lo sacaban de la Línea Circular acababa extraviándose. Y no sería cuestión de regar de piedrecillas en el camino para regresar a casa como Pulgarcito.
Fue desde Hounslow hasta Mile End. No encontró la casa. Se hallaba en un estado de enervación. Había fumado harto y el tabaco se le agarraba a la garganta. El tabaco, no obstante le ayudaba a vivir, lo utilizaba como acicate contra la indolencia y su postración deprimente. Le parecía que coartaba sus inseguridades, le daba el empujón, sacándole del pozo de su indecisión y de sus complejos.  Aquellos puritos “panatelas” que compraba al tendero judío de la esquina espoleaban su inspiración. Dicen que el humo es abogado de las musas, paliaba sus inseguridades, y era capaz de escribir la crónica. Muchas tardes sólo hinchaba el perro. Otras, daba en la  diana de la exclusiva y a sus rivales que no enemigos de la corresponsalía española en Londres les hacía mover el culo y  exclamar:
― Jodó. El de Los Fasces nos ha pegado un pisotón.
Remigio entonces se fumaba una panatela con satisfacción. Y como en esta vida donde las dan las toman sucedía lo contrario. Al pronto vomitaba el telex una bronca de su redactor jefe Julio Merino un excelente profesional del periodismo de la tierra de Lucano que escribía libros sin parar, un josé antoniano de pro al que tenía Emilio Romero como hombre de confianza. Ya se sabía que la redacción del vespertino “Pueblo” donde nació el butanitismo informativo trabajaba bien el scoop o la exclusiva. Lo que con frecuencia derivaba en una grillera y las exclusivas podían volverse bofetadas. El gran Emilio Romero le daba un consejo para hacer frente al furor de la carrera de los cien metros lisos:
― Déjales que se desahoguen, Julito
Desde muy joven gastaba dentadura postiza lo cual era motivo de su acojonamiento y aunque los dentistas hoy hacen maravillas siempre odió a aquel sacamuelas que le extrajo el primer colmillo cuando sólo contaba catorce años. Era un médico militar la bata blanca impregnada de sangre qué daño cuando le clavó la aguja en la encía y aquella estrella amarilla de cinco puntas ostentando su graduación de comandante sobre la escarcela cuadrada de color rojo. Sus maneras eran las de cirujano de la Legión o un veterinario del Regimiento de Caballería del Villaviciosa XIV. Trataba a sus pacientes como los acemileros a sus mulos. Las panatelas aquellos puritos suaves pero que escocían la garganta que adquiría en la tienda de Mr. Simón en la tienda de la esquina de Fulham Road frente al cine Odeón paliaba sus complejos y le infundía una cierta euforia para escribir la crónica. Había sido condenado a la maldición del humo y eso en cierto modo no dejaba de ser una bendición. Clodoaldo Montarelo aquel cachorro de SP al que llamaban el “Niño”-no le había cerrado la barba cuando entró en la redacción a los 17 años- fue la única voz que se alzó en contra del ukase de ZP que prohibía fumar dentro de los edificios en _España. Causa perdida pero la arbitrariedad de todos aquellos que demonizan a la venganza de los indios como el principal causante de las muertes en Europa bien merecía que Ramón quebrase una lanza a favor de la tolerancia de los intolerantes que obvian la contaminación atmosférica el humo de los tubos de escape los aditivos de la comida basura que nos envenenan, la pornografía y el hedonismo, semblante impasible del pensamiento único y otros trágalas con que se confabula el nuevo fascismo a lo demócrata. Los enojos y ese sin vivir en mí que se despeña por los telediarios y las tertulias son la causa de la multitud de suicidios de los que hablan los diarios y son incentivos del infarto y del cáncer en mayor grado que el daño que puedan causar las hojas del tabaco. Un ataque al corazón se llevó a aquel redactor rebelde y mofletudo rostro de niño que era Clodoaldo Montarelo acabaría con su vida. Bienaventurados los limpios de corazón porque entre vedijas de tabaco verán con ojos puros la llegada de la utopía y en una nube subirán al cielo. Aquella Inglaterra una tarde de primavera de 1973 poco tenía que ver con aquella otra de las descripciones que impartía Jack Tressey White en sus clases maravillosas de inglés que eran verdaderas lecciones magistrales tuvieran poco que ver, ya digo, con la que él describía entusiasmando al alumnado y Remigio Bermejo comprobó, gozó y sufrió en sus carnes. A Mr. White lo dimos tierra una tarde de san Antón del año 92. Fue mi mejor profesor de inglés
Al descender por las escaleras de su habitáculo del sótano que habitaba volvió a ver a los espectros que bajaban y subían por el husillo al igual que las brujas de Puente Perín encaramadas al puente de Fuensaldaña donde les vio el cheposo, les pidió que le quitaran la chepa y regresó al pueblo derecho como un huso pero un compañero de fatigas que padecía desvío de columna no tuvo esa suerte y regresó a Funsaldaña con dos jorobas, fue por lana y vino trasquilado. Las brujas del puente se enfadaron mucho porque les interrumpía la tenida con sus requisitorias, no acertó a formular como corresponde el abracadabra el número siete:
―Lunes y martes miércoles tres jueves y viernes sábado seis.
―Y domingo siete― exclamó el tullido
―¿Eh? Pero qué dices, hombre, ¿qué dices?, gritó la saludadora maesa.
―Lo que dijo que dijese mi amigo a quien librasteis del mal.
―Pues la chepa del otro ponérsela a ese. Anda con dios que en este puente no se te ha perdido nada.
―Paciencia, resignación, no todos podemos vivir en la plaza ni yo he tenido la misma suerte― dijo el pobre jorobado que volvió para su casa con las orejas gachas.
¿El conde Kelly? Éste era un monje templario que había participado en las Cruzadas. Algunas noches lo sentía trastear en la cocina cantando canciones en griego y en latín. Llevaba en la cabeza un casco de acero y una cota de malla. A la espalda una cruz roja. Tintineaban sus espuelas de oro al pasar por las habitaciones. Le sonreía y sus ojos azules parecían contar historias inefables de la toma de Jerusalén como compañero de Lancelote del Lago Godofredo de Bouillon y los freires de la orden teutónica. Los fantasmas forman parte de la existencia esotérica de los castillos escoceses y de muchas casas inglesas. Nunca llegó a oír su voz sólo sus gestos, era un mudo fantasma. Remigio, qué cosas te pasan, mucho tienes en la cabeza y no paras de darle al magín. Tal vez hayas leído infinidad de libros de caballería. Eres muy noble pero un gilipollas y no es recomendable ir con la verdad por delante en esta vida. Pegas palos de ciego te estrellas contra un frontón invisible no hay red a tus pies pero eres el espejo de la estupidez y de la mansedumbre. Tú eres tu mismo rival “you are your own enemy” se lo había dicho la Suzi una de sus amantes. “Telarañas en la cabeza. Sí, muchas telarás en la cabeza. La Suzi era una de sus amantes. No se podía comparar con Nora, ni con Diana Percival aquella judía irania era fuego en la cama. Diana Percival vivía en Golders Green y había nacido en Persia y Remigio Bermejo moro celoso en parte la despreciaba porque años atrás había tenido amoríos con un santanderino fruto de cuya relación fue Ximena. Y en Santander en un hotel cerca del Piquío tú fuiste hecha, Olquinjelen como llamaba él a su hija a la que bautizó con el nombre de Alquín Helén en honor al venerable polígrafo de York escriba de la corte de Carlomagno que se carteaba con el Beato de Liébana tambien monje hispano visigodo. Ambos lucharon contra la herejía de Elipando de Toledo. Allí yo te engendré. No digas eso. Tienes demasiadas cosas en la cabeza. A Bermejo le dolían los recuerdos de pensar en aquel tiempo que se fue. Asesinaste a Cupido de un botellazo, cerraste la puerta al amor. Por otra la hura de South Kensington era su jardín de las Hespérides su refugio y madriguera. La casamata intelectual formaba parte del lote que le había sido encomendado por el Creador y él lo asumía. La guerra hay que hacerla siempre desde un parapeto. Hay que tener las espaldas cubiertas. Lo malo es el fuego amigo.
—No eres más que un esperpento. Soñabas en amores con una virgen que te diera de mamar cerveza negra en el pub. Tu vida ha sido tabernas, francachelas y vino. Tus manos están vacías. Hiciste mucho mal. Tiraste por la borda tu futuro.
Quedó amostazado en  su refugio. Todo estaba en orden. En el espejo de las cornucopias ya no se reflejaba el rostro amable de su otro inquilino el fantasma invisible, caballero de la Tabla Redonda. El sofá de cómodos brazos donde tanto le gustaba leer el Times mientras se fumaba su pipa le aguardaba solícito pero notaba una presencia. Allí acababa de haberse sentado alguien. Tal vez sólo fueran quizá tan solo exhumaciones de su mente en ebullición. Tenía que echar balones fuera, disculparse. En cambio el dolor de atrición le resultaba difícil.
—Vamos a ver; tú la mataste, tú fuiste el asesino. No tienes derecho a quejarte, atente a las consecuencias.
―¿A quien?
―A Rosalyn.
―Creo que vive ahora en Epping Forest.
―Su muerte no fue física sino virtual. Estrangulaste el amor.
―Pero ella curó del cáncer de tiroides. Los bultos desaparecieron, se la hincharon los párpados. Creo que fue un milagro de santa Teresa del Niño Jesús. Que bien fui yo a peregrinar a Bretaña pidiendo su curación y ofreciendo mi propia vida. Gracias a la “pequeña flor” Rose se salvó.
―Esa es suposición tuya. Ni Rosalyn ni Alquín ya creen en Dios.
 ―Rosalyn me mandó el retrato de nuestra hija cuando hizo la primera comunión
El Numen le decía que había matado a Rosalyn pero el uxoricidio ocurrió de manera entendida o supositicia. Homicidio en efigie sin muerte real como quemaban a los herejes fallecidos exhumando sus restos en la época medieval. Ella fue la víctima de todo aquel afán destructivo intolerante celoso católico feo y sentimental de tu inadecuada formación. El egoísmo jesuítico pudo transfórmate en asesino.
―No digas eso, maldito gusanillo de la conciencia. ¡A qué me atormentas a todas horas con remordimientos!
—La vida no es un tema de buenos y malos o de estratificaciones jerárquicas sino de intermediarios. No estabas en tus cabales. Eras el pasagonzalo, el go-between, un golpe de atención en la nariz  o un tirón de orejas. Te comportaste como un terrorista del amor.
 —Creo que te equivocas. No estamos en una jerarquía sino en una anarquía y acá el que más chifla, capador.
—Eres un iluso, no vales nada. Por eso te desesperaste entregándote al alcohol porque tu fe no era firme.
El aguijón de su conciencia a través de estos denuestos o soliloquios entre su mente y el Numen lo lancinaba de reproches. Tardaría bastante en comprenderlos. En menudo lío se metió por actuar de manera irresponsable. La bajada a su hura tan confortable refugio le parecía un descenso a los infiernos y estuvo a punto de huir. Tenía el alma incendiada. Hubiera podido inmolarse a lo bonzo.

Capítulo II


Vi volando, cuando me disfracé de Diablo Cojuelo y trabé contubernio con don Cleofás y sus infernales potestades por los tejados de la urbe global madrileña que nada tiene que ver con aquel pueblo manchego del agua va de los emboscados y las tapadas las callejuelas adoquinadas donde había duelos por una dama como en las comedias de capa y espada de los tiempos de Maricastaña y picarescos pues no hay tiempo ni espacio para los espíritus puros y los cuerpos gloriosos y transparentes. El hombre está destinado a ser ángel pero se estaba acabando aquella concepción angélica del universo en la cual sería instruido. Serán como música y yo soy su Numen. Fui testigo de no pocas cavilaciones suposiciones altercados cárceles denuncias grescas insultos postergaciones y pretericiones de Bermejo que sin haber llegado a nada en la vida a sus setenta abriles cumplidos se sentía un hombre realizado que podía mirar a su pasado con nostalgia pero sin ira. Desde su hura ahíta de papeles y de libros viejos radios cintas magnetofonías y un ventanuco que daba al jardín central desde donde se escuchaba el murmullo hondo del zureo de los palomos en tiempo de celo y la garzonía de los gatos que arman escándalos por los tejados en enero, las voces de los niños y las carcajadas de los vecinos que en verano se bañaban en la piscina. En su apacible vida de jubilado daba paseos por los encinares del noroeste de la provincia de Madrid armado de su cachava que le recordaba el bordón del peregrino. Su existencia se había vuelto peripatética. No soy más que un peregrino con las sandalias gastadas y el bordón castigado por los cierzos. Pues de la danza sale la panza. Aficionado a las novedades pues no era misoneísta y le gustaba la vida y el progreso, la llegada de Internet supuso una revolución sociológica y psicológica porque el mundo se había convertido en un patio de luces pueblerino informativamente casi como un tebeo de hazañas bélicas como las historietas que compraba a veinticinco céntimos a la señora Isabel la zabarcera segoviana, con el constante ir y venir de asesinatos, crisis, amenazas, y es zamarreo constante de los informativos. Surgió Podemos. Yes we can. Las nuevas generaciones ansias de pisar moqueta y de hacerse ricos con las políticas estaban llamando a la puerta sin decir “se puede” pero es un hecho; pedían paso. El título del nuevo movimiento se lo debía de haber puesto el enemigo como una consigna de agitación social y los instalados estaban que no les llegaba la camisa al cuerpo, temerosos de perder el momio. Un poco como en los tiempos del Generalísimo. Porque aquí fusilan y chupan del bote siempre los mismos. Gracias a la Red las gentes están mejor comunicadas pero son menos comunicativos y el ordenador era una nueva adición como la buena mesa, el vino bueno, y el fumeteo de su cachimba. Cosaco de la literatura que siempre había escotero y por su cuenta por los caminos podía pasarse sin comer ni beber pero nunca sin su pipa. La maldición de la nicotina constituía un incordio para Remigio Bermejo. Quería más a su pipa que a su mujer. Era un hombre de la estepa y quería arrear sus corceles de la imaginación con el látigo encendido de su pluma. No era más que un pobre soñador. Se resistía a comulgar con ruedas de molino, a pasar por el aro. Así le iba. Semejante actitud le deparó no pocos contratiempos. “If you think you have problems” era un programa de la BBC que él escuchaba en su transistor gris el Fidelity adquirido con las primeras libras que ganó en la escuela de Doncaster. Si piensas que tienes problemas llámanos. Era una emisión para suicidas y divorciados. Quería zafarse de aquella afición a la Web y su intoxicación psicológica. Los blogs a cuyas paginas subía las entradas que le daban la gana quizás fueran un desahogo, el paraíso de todo escribidor, desde recetas de cocina, insultos al centinela hasta poemas sublimes de amor, pero también una herramienta de control la red era un encerrona porque asno de mucho lo lobos se lo comen. ¡Cuidado, el Gran Hermano te vigila! Él producía al cabo del día entre bocanadas de humo y visitas al frigorífico porque la escritura le producía hambres caninas, cientos de páginas. Estampaba sus remordimientos e inquietudes contra el muro mecanógrafo de su teclado, testigos únicos de su furor las veintiocho redondas blancas. Cuanto más gritaba, el mundo callaba. Cuanto más rezaba sentía más lejos a dios. Fue una de las razones de su dipsomanía. Tuvo la desgracia de darse al alcohol. Erifos su gran confidente de las tardes silenciosas y las vigilias vacías era un asesino. Él se esforzaba por la excelencia. Plus ultra, Sursum corda. No seáis cutres pero nadaba en un mar de vulgaridades de anonimatos y mezquindades, la tela de araña en que se teje la cotidianeidad. Desdeñaba la chapuza y sus entregas habían mejorado con el tiempo. Y estos no eran más que pujos de sus reminiscencias jesuitas. A mayor gloria de dios, sí, pero ¿donde se encuentra él? Mis preces son un monólogo.
—Todo en tanto en cuanto, hijo mío, — le decía un santo desde la hornacina, era Iñigo de Loyola que bajaba el pobre desde el cielo cojeando al verle tan desnortado— y un ojo en el cielo y otro en el suelo. Una vela a dios y otra al diablo.
—Eso es del Talmud, padre mío.
—Qué más da. El fin justifica los medios.
El Numen le hablaba en jesuita con ese mensaje mesiánico del anagrama JHS. Almas para dios. Hay que salvar almas… almas. Cuantas más salves entrarás más alto en los cielos que se te han preparado cuando vayas  al paraíso.
—No tengo fuerzas. Somos débiles. ¿Dónde están las almas? Las gentes con las que me encuentro arrastran problemas. No tienen empleo, los han echado del piso. Su mujer se ha fugado. Me topo con la infelicidad de los alcohólicos, la desesperación de los presos y encarcelados, el dolor de los enfermos. Los humillados y ofendidos de la tierra vienen a mi encuentro.
El Numen guardó silencio. Iñigo de Loyola se volvió arrastrando la pata mala desde que se la destrozaron en Pamplona con un arcabuzazo. Había interrogado a la esfinge y tales respuestas las puede dar dios. La mente humana es incapaz de penetrar en los designios de tal arcano que forma parte del misterio de la vida.
—Pero tú estás bien. Llama y se abrirá. Pedid y se os dará—escuchó la voz celestial. Era de nuevo san Ignacio que volvía a darle la vara.
La red había hecho de él un buen escritor, se había perfeccionado mucho, ganó en oficio y ahí se las diesen todas. El libertario ex corresponsal se reía de los que le envidiaron y persiguieron con una saña sorda y atroz. Conservaba su fe pero desdeñaba las intrigas y muermos eclesiales a cargo de los curas incultos de misa y olla, sangraba por la herida de su arrogancia jesuítica, él no podía ser como los otros ¡qué bah! Él pertenecería a la elite. Formaría parte de los escuadrones de la guardia noble del pontífice. EL Papa por encima del Rey y de roque. El cuarto voto. Un mundo para Jesús salvador de los hombres. Un cierto mesianismo. Las dos banderas. ¿Y de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?
Curiosamente habían sido dineros españoles los que costearon los mantos de seda de la curia, los capelos cardenalicios, el oro, las perlas ónices y las ágatas de los báculos y  pectorales o la pedrería de los vasos sagrados, durante siglos pues hasta no hace mucho en los templos de Madrid se mostraba un cepillo de limosnas para la conservación de los Santos Lugares. Roma no hubiera podido existir como la cabeza de la catolicidad sin los sufragios de la corona española. En su piedad a machamartillo de cristiano viejo creció en él la fe y el desprecio a los pomposos jerarcas. Pero como había recabado órdenes menores y mayores y no era un simple cucarro sus aficiones a la especulación teológica perduraban lo mismo que su pasión por la liturgia de rito antiguo. Así que en las profundidades de su hura madrileña colocaba velas a los santos rezaba el oficio y le gustaba recitar el canon de la misa de san Pío V. todo volverá. No perdamos la esperanza. Pero la religión para que sea veraz ha de ser un sentimiento personal y más en los tiempos de colonización ideológica en que vivimos, pensaba. Por todo esto y por mucho se sentía orgulloso de sí mismo y estaba listo para el día que dios lo llamase.

El 18 de abril de 1963 amaneció tranquilo puso la cadena Ser, Radio Madrid, Unión Radio cuando la república para entenderse y allá estaba la voz de fumador empedernido del  bendito padre Sopeña con sus comentarios religiosos antes de las noticias. Como era domingo se fue a misa a la Ciudad Universitaria a la campilla de Santo Tomás. Estaba abarrotada de estudiantes. Iba algunos domingos pero él prefería los capuchinos de Bravo Murillo, al lado del Cine Europa donde habló una vez José Antonio, porque allí se honraba un santo de la veneración de nuestro protagonista: el taumaturgo de Padua. Iba a cantarle los pajaritos y predicaba a los peces y a las avutardas que le quisieran oír. Era la emisora más popular y castiza de aquel Madrid que transmitía el “Larguero” de Joaquín Marco, los caballitos de Quilache y los programas de “Lo que nunca muere” y “Matilde, Perico y Periquín”. Era la radio de los viejos republicanos, no lo sabía. A él le gustaba porque Remigio siempre fue de ideas un tanto comuneras. Le gustaba ir a su aire y Radio Madrid, la otra cara de la moneda de Radio Nacional donde campeaba las tardes de domingo la voz también algo estropajosa del P. Venancio Marcos con sus consultorios morales (azul) era el cenáculo  rojos de aquel abate de aires un tanto volteriano buen músico confesor de manga ancha pues decía que era vocación tardía conocía el mundo y era muy comprensible con lo del sexto mandamiento que traía a los jóvenes de aquel entonces de cabeza. Hasta decían que dejó a la novia una tal María Luisa para casarse pero a don Federico que era ya talludito porque había hecha la guerra con la república le entró una crisis y se metió al seminario de victoria. Mi mesa mi misa y mi María Luisa, no te digo. Esta –es una historia bastante curiosa- se casó pero le guardaba una cierta ausencia platónica y hablaba por teléfono con ella todas las noches en largas conferencias. Cuando le hicieron director del Museo del Prado iba de paisano pero por lo general no se quitó la sotana que siempre en España fue un símbolo de poder. Tenía buenas aldabas enchufe con el Papa Montini que le hizo prelado domestico cuando dirigía el colegio español de Roma. Había que estar al santo y a la limosna. La iglesia católica siempre ha sido poder. A Remigio le parecía un tipo sospechoso de los que se sitúan debajo del árbol que dé mejor sombra. El cura progresista de color rojo debió de padecer un terrible desencanto cuando llegaron los suyos o los que creía que eran los suyos. Javier Solana le mandó el motorista con un brocárdico lapidario (su vida estaba llena de sentencias y refranes, axiomas que no servían para nada) que se hizo famoso “señor cura, ¿aún cree usted en dios?”. Amigo del sobrino de Azaña Rivas Cherif cuando la republica y luego del príncipe, creía Sopeña estar situado cuando llegara la hora de la muerte del dictador mas ni por esas. Las expectativas de los viejos republicanos quedaron en nada. El enemigo al que habían combatido con las armas en la mano los perdonó y hasta les enchufó en la administración pero los psoatas hicieron mangas y capirotes de semejante ponderación cuando Felipe González alias El Gran Filipo rompió con la vieja guardia en Solesmes. Eran socialistas pasados por las turmas de la embajada norteamericana. La historia de España es una perpetua conspiración Formó círculo – aquí estamos siempre en las mismas y los que mandan son todos iguales, la casta poderosa de las cien familias- con Aranguren al que llaman Amargurenun profesor de Ética feo como el demonio quien le suspendió en la cátedra de Filosofía y tuvo que repetir aunque era del mismo curso y amigo de su hija, con Laín, con Dionisio Ridruejo el divisionario de la Azul que se hizo socialdemócrata y el gran Laín Entralgo. Ah cuando vengan los míos fue el grito y todo quedaría en agua de borrajas. Las misas del P. Sopeña y Jesús Aguirre eran contestatarias. Empezaba el rollo de los cristianos de base. Cambiar todo para que todo siga lo mismo. Se aburría porque para él la misa tiene que comportar la magia de la eucaristía y los modos eran zafios y personeros. Era una misa cantada en lengua vernácula. Este aborrecimiento del latín a Remigio Bermejo le resultaba sospechoso. Sopeña oficiaba de preste asistido por el padre Jesús Aguirre de diácono y el padre Abel de subdiácono. En la homilía se habló de política del cambio. Aquello era una romería y el estado mayor desde donde se lanzaban consignas para la lucha estudiantil. Del templo salían algunos energúmenos derechos a tirar piedras a los grises.
Luego venían las carreras, las reivindicaciones, la agitación propagandista. Algunos de aquellos sacerdotes se decían marxistas.
A la salida se encontró con el padre Abel al que conocía de Comillas.
—¿Tú por aquí?
—Pues sí
—Te creía muy lejos. ¿No te ibas a ir a misiones, Remigio?
—No me probaba.
El padre Abel, excelente poeta, eximio periodista que escribiría en “YA” era un soriano muy seco, pero buena persona que también fumaba tabaco negro y tenía la voz tomada. Se olía la tostada. Los curas se hacían socialistas y luego pasó lo que pasó. A Sopeña lo destituyó precisamente uno  de aquellos cachorrillos de la militancia de base quienes por entonces no habían dejado de ir los domingos a misa, y en la Universitaria por supuesto. Cuando se hicieron grandes se transformaron en tigres de Bengala, cría cuervos. Pero ustedes los curas todavía creen en dios, le escribió en una nota que le llegó con el cese del motorista. El padre Sopeña según cuentan se quedó de un aire, nunca sospechaba que aquel jovencito barbitaheño sobrino de don Salvador de Madariaga andando el tiempo se convertiría en el ideólogo del gobierno del Gran Filipo y posteriormente el jefe de los guardias de la OTAN acabando en el “carnicero de Belgrado”. Joder con los pasotas. ¡Qué dureza! Claro que de raza le venía al galgo, la proclamación de Madariaga como doctor honoris causa por Oxford sería uno de sus primeros reportajes. Lo fotografió en los claustros y bajo la torre del reloj de Fairfaix. Era un viejecito con lentes de montura de plata la nariz acaballada, la toga algo remendada y una bufanda negra que le curaba el catarro, y el chambergo doctoral que era mayor que su persona pues era muy bajito y su mujer que le tiraba de la sotana para que no hablara con españoles franquistas. Era proverbial el odio hacia Francisco Franco de este autor historiador. Le habían encumbrado tan alto que el personaje en aquel vis a vis en la tarde de otoño del 72 le pareció algo ridículo. Dentro de la universidad famosa de Oxford debía de ser uno más y no se le daba tanta importancia como entre los hispanos. Dios te libre de los liberales. A Voltaire también lo mandaron a la guillotina sus propios discípulos. Estas historias se sabe cómo empiezan. Nunca como terminan. Dejémonos de aparcerías y de chismorreo baratos. Hay que enjalbegar el alma perdonando a nuestros enemigos y eso cuesta
—No hay que hablar con herejes y engañadores. Tú a lo tuyo, sigue tu camino y no mires para atrás—había vuelto a escuchar la voz del Numen.
La tarde era plácida. Luscinia el ruiseñor del véspero trinaba su canción eterna en la copa de una Acacia en la Plaza de Santa María Micaela. Él estaba en su cuarto del sexto piso de la calle presidente Carmona preparando un parcial de historia, consultando los apuntes garabateados con letra nerviosa durante el primer trimestre en los bancos de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras. Había sido un día tranquilo. Había visto a Marta. Su presencia había llenado la clase de perfume, usaba una colonia única especial, y de sonrisa. Se quedó embobado y casi pierde los apuntes y los papeles. La amaba en secreto en un amor platónico a distancia. Pero ya se ponía el sol. Luscinia dejó de cantar en la cima de la acacia. Él no era más que un estudiante pobre hijo de un militar de baja graduación que escuchaba al padre Sopeña en los minutos religiosos antes de las noticias de las ocho en la Ser, tomaba apuntes y daba clases particulares de latín para ayudar en casa.  Le encantaba escribir en el ir y venir de su pluma viajes en autobús a ninguna parte. Te montas en el F en la glorieta de Cuatro Caminos te apretujas contra las carnes de una monja y bajas en la última parada con los libros bajo el brazo. Tomaba apuntes de la historia de España del mundo de la prosodia latina de las epístolas de san Pablo o de san Juan Crisóstomo al dictado de las clases de los profesores. Todo aquel humanismo ¿para qué? Para nada. Todos aquellos tomos formarían parte del rátigo amontonado en las casetas de Moyano caladero de inservibles y fracasados pero quien escribe nunca fracasa. Es un acto heroico la escritura. Remigio amaba la vida y la estampaba en aquellos cuadernos verdes de apuntaciones donde entre col y col florecía una lechuga: un poema de amor a sus adelas y de sus marías. Las mañanitas de abril eran dulces de dormir. Su madre le preparaba el café de puchero con una tostada o una torrija.
—A ver si no te dejas nada que eres un zaleo.
Los domingos se quedaba en la cama hasta las tantas escuchando Radio Madrid en aquel viejo receptor que habían comprado a plazos en Segovia a un cura que entendía de electrónica y daba matemáticas en el seminario: Don Víctor villa. El aparato como en un trono y con faldillas como si fuera un sagrario presidía la salita. La escucha tenía un nosequé de acto de fe porque por los altavoces salía la retransmisión de la santa misa para los enfermos o las charlas del P. Venancio Marcos o las conferencias del P. Sopeña talante más liberal y cercano voz un poco afónica. Ondas hercianas misteriosas que permitían el tránsito de la voz desde puntos lejanos y desconocidos el ojo mágico de Marconi. Vivimos en un mundo maravilloso ¿por qué idolatrar el pasado, aborrecer el presente y despreciar el porvenir? Los vientos de cambio trajeron la lavadora el hornillo de gas y la manta eléctrica. De estas nuevas realidades nada se decía en los librotes que machacaba y subrayaba en la facultad. Como si nuestros dioses tutelares impidiendo ver su cara oculta velaban al hombre de la calle lo que se les venía encima. Su madre tenía encendida la radio todo el día. Con el calentamiento alguna lámpara se fundía y había que encargar repuestos a Alemania. A ella le gustaba la Intercontinental cuya sintonía un golpe de gong (tin tonk) de esta estación cuyo sonido a Remigio le recordaba el tinto de verano y las tardes interminables en la piscina del Parque Sindical o de la de Santiago apóstol sita en la calle de Méjico. En Santiago Apóstol no dejaban entrar señoritas en biquini en el parque sindical o charco del obrero sí. Eran más mesocráticos. La radio era el invento mágico de Marilyn hasta que llegó la televisión el ordenador el guasap la tableta mágica y el teléfono de bolsillo. Todo se lo debemos a Marconi el inventor de las ondas sonoras
—Ding dong, aquí radio intercontinental, Madrid. Son las cuatro en punto de la tarde.
Voz sudorosa veranos en la piscina era dulce y a veces cansino andar por cuatro caminos o gran vía que olía a sobacos y a melones a carne joven. Alguna vez pasaba por la calle Espronceda o por Modesto la Fuente entraba a hacer una visita al Santísimo en la parroquia de Iglesia que era una iglesia larga y oscura polvo junto a la verja llegaba el olor a fritanga de los bares que expendían una de calamares. Es tarde de domingo y yo no tengo amor ¿Quién me va a querer a mí? Ya vendrá alguna siempre habrá alguna. El hambre física  mitigaba con bocatas de tortilla pero la sexual era otra cosa una obsesión de aquellos veranos tórridos ve a bailar a las Palmeras de Quevedo allí a lo mejor encuentras ligue. Hacía la ronda por la pista se ajustaba la chaqueta y pronunciaba con voz alquitarada lo de señorita baila y en el baile de las chachas medraba la desconfianza y la expectativa te palpaban las manos si no las tenías callosas no colmabas la medida y recibía infinidad de calabazas y plantones de las criadas de servir. No eres un bailón tampoco un guaperas te domina un aire petulante hay que concretar y tú andas por las ramas, hijo.
—¿Baila usted señorita?
—Estoy ocupada. Ahora no.
O en todo caso le decían que al otro pero esa segunda pieza nunca llegaba a colmo o algún listo se le adelantaba. Eso de ir a los bailongos (él no llegó a conocer la “Bombilla” ni los buenos tiempos del “Pasapoga”) era como salir de caza. Nunca sabías lo que te ibas a encontrar. Cuando uno menos se lo espera salta la liebre pero en aquellas mozas recién venidas del pueblo se detectaba un ambiente de incredulidad y de sospecha. Odió de por vida los bailes de salón. Pero su primo Agustín que se ganaba la vida cuando vino de una aldea de Segovia haciendo portes  en su motocarro marca Trimak a ese se le daban bien las hembras y no era tan alto como Remigio pero encontraba el punto conocía las reglas del ligue. Siempre quedaba con alguna para el jueves o para el domingo. Dingdong la sintonía de Modesto la fuente. La Inter de Ruede la Bola y de Salto a la Fama de Uribarri y de Carlos Echenique. Tórrido verano fue el del 63 y más los del año siguiente cuando él contaba tan solo veinte primaveras y vivía dominado por los apuntes los escrúpulos de los pecados impuros. Siempre lo mismo. Las hormonas en ebullición no podía contener aquel torrente. La cabeza a pájaros y el corazón lleno de inseguridades y de telarañas. No me quieren las chicas ¿Qué tendré yo? Seré un anormal. Modesto la Fuente 37 grados a la sombra y en el Parque Sindical a algunas bañistas se les veía “todo”. Desde el borde un batallón de mirones las veían nadar haciendo evoluciones a mariposa o braza en las aguas llenas de cloro del charco del obrero. Las de la Piscina del apóstol eran más modestas traje de baño antiguo y había segregación. Los chicos se zambullían en una pileta y las chicas en otro. Hambre sexual. ¿Quién será la que me quiera a mí? Era su disco preferido en la tanda de peticiones del oyente. Para mi novio que está en Sidi Ifni con todo cariño y para mi abuelita que últimamente tiene mucha tos para que se reponga. Marconi trajo la rebelión de las masas. La humanidad viviría desde entonces rodeada de aparatos y de conexiones. La Ser era un poco menos chabacana y las charlas de don Federico Sopeña, puesto que tiraba con bala, había asumido el Zeitgeist y sabía qué rumbo marcaba la rosa de los vientos de la historia, llegaban al alma de los jóvenes. Era un tiempo de confesiones confesionarios procesiones partidos de fútbol Puskas y Gento Abelardo y las palomitas de Pazos el portero del Atlético de Madrid pero quien será la que me quiera a mí. Solo siempre solo. Eres un lobo solitario. Boggio una Donna gritaba desesperado de amor el loco de la colina en una película italiana que e subió a un árbol en la mayor de las desesperación mandaron a una hermanita de caridad pequeña y coja y con la toca como un avión y el loco parece que se calmó. Hay que ver lo bueno que estaba la Sofía Loren. La sesión de tarde en el cine Montija el cristal o a veces del Europa programas dobles eran vaporosas se escuchaban suspiros jadeos y besos que estallaban en la oscuridad de tarde en tarde una bofetada no más. ¿Padre me acuso de haber besado a mi novio en el cine quedaré en cinta? Las consultas al padre Venancio Marcos tampoco tenían desperdicio siempre más de los mismo… eso depende tú veras ¿ustedes vieron la película? Ni nos enteramos reverendo padre… es un pecado gordísimo su novio no pudo parar a tiempo y por las trazas poco la respetaba. Claro haz lo que yo predico y no hagas lo que yo hago aquellos dos curas del consultorio sentimental de las tardes al pie de la radio en los largos domingos del nacional catolicismo eran dos puntos filipinos. El uno murió en el tajo como dicen los ingleses lo encontraron pajarito en un 1500 y a su acompañante y Sopeña vocación tardía  llamaba todas las noches a su ex novia que se llamaba María Luisa. No colgó los hábitos pero Solana un mataduras lo echó del museo del Prado. Palabras contra el muro utópicas reseñas confrontaciones y alternancias. El celibato viene a ser un poco la leyenda urbana de las diez mil vírgenes. ¿Hay diez mil vírgenes? Habrá que ser santos. Pero ¿tantos? Yo no he visto en la calle a ninguno. Sólo los encuentro subidos a la hornacina estatuas  con la cabeza de medio lado con roquete almidonado m meliflua sonrisa de escayola el rostro arrebolado de coloretes y los ojos vacíos queriendo transmitir un mohín bondadoso. Tongo. Aquí hay tongo. Que pasen los del padre Federico sopeña. Nos sentábamos en la capilla de san Miguel de la Universitaria. Misas que no eran misas. Eran mítines. A Remigio Bermejo le aburría aquel rollo de las misas postconciliares. Faltaba la magia el misterio. Dejó de ir a misa pero nunca aborreció la santa costumbre de rezar por las noches el Jesusito de mi vida ni las tres avemarías y el porlá oraciones que aprendió de la boca de su madre. Renunció al examen de conciencia a los puntos de la meditación del siguiente día y de la composición de lugar como es tradicional en el tirocinio jesuítico. Quiso ser jesuita pero no le probaba. Le hubiera gustado ser misionero en la Urss y su preparador espiritual lo entrenaba para ir al Rusicum el colegio que tiene la Compañía al lado de la casa del Yesú. Pero no le probaba. Tampoco era apto. Iría por la vida arrastrando y soltando lastres de acuerdo con la disciplina ignaciana de las dos coronas la ambivalencia de las dos miradas una en el cielo y otra en el suelo. Sería manso y rebelde dulce y arisco compasivo y cruel. Los padres le habían cortado un traje a la medida que le vendría grande. Ser contemplativo y activo resulta una meta poco al alcance de su indolencia y pasividad connaturales. Había que hacerse violencia contra uno mismo colocarse como braguero un cilicio de pinchos y de ceñidor un hatillo de orillo para magullar sus cuadriles dominar el caballo de las pasiones meter en brida la mente llevar siempre los ojos bajos la mejor guerra que puede el hombre ganar es aquella que nos hacemos a nosotros mismos. Iñigo de Loyola eres un Hércules divino, pero no puedo seguir tus pasos. Me flaquean las fuerzas. Las dos banderas el desprecio de las cosas del mundo y el tanto en cuanto fueron normativas que no impidieron a la compañía ser una de las empresas coloniales más opulentas del mundo sobre todo en Brasil y en Paraguay. Quisieron ir a su aire. Desobedecían a los obispos. Eran diferentes. Los guardias de corps del pontífice los pretorianos espirituales del papado. Mucho poder que consiguieron predicando precisamente la bajeza y el abrimiento. Todo un contraste. Pura contradicción a lo divino. No es un instituto retrogrado. Se proyecta hacia el futuro puesto que copió toda su inherente sabiduría de la filosofía del Talmud. El Papa negro en contraste con el papa blanco es una especie de gran rabino que somete a la iglesia a su control. Los jesuitas son la cabeza invisible de la iglesia de Roma. Los papas, tan solo lo visible.


Vi volando por los tejados de la urbe global madrileña que nada tiene que ver con aquel pueblo manchego del agua va de los emboscados y las tapadas las callejuelas adoquinadas donde había duelos por una dama como en las comedias de capa y espada de los tiempos de Maricastaña y picarescos pues no hay tiempo ni espacio para los espíritus puros y los cuerpos gloriosos y transparentes. El hombre está destinado a ser ángel. Serán como música y yo soy su Numen. Fui testigo de no pocas cavilaciones suposiciones altercados cárceles denuncias grescas insultos postergaciones y pretericiones de Bermejo que sin haber llegado a nada en la vida a sus setenta abriles cumplidos se sentía un hombre realizado que podía mirar a su pasado con nostalgia pero sin ira. Desde su hura ahíta de papeles y de libros viejos radios cintas magnetofonías y un ventanuco que daba al jardín central desde donde se escuchaba el murmullo hondo del zureo de los palomos en tiempo de celo las voces de los niños y las carcajadas de los vecinos que en verano se bañaban en la piscina. En su apacible vida de jubilado daba paseos por los encinares del noroeste de la provincia de Madrid armado de su cachava que le recordaba el bordón del peregrino. Su existencia se había vuelto peripatética. No soy más que un peregrino siempre en danza. Pues de la danza sale la panza. Aficionado a las novedades pues no era misoneísta y le gustaba la vida y el progreso. La llegada de Internet supuso una revolución sociológica y psicológica.  El mundo se había convertido en un patio de luces pueblerino informativamente hablando para que nos entendamos, casi como un tebeo de hazañas bélicas como aquellos tebeos que él compraba a veinticinco céntimos a la señora Isabel la zabarcera segoviana, con el constante ir y venir de asesinatos, crisis, amenazas, y es zamarreo constante de los informativos. Surgió Podemos. Yes we can. Las nuevas generaciones ansias de pisar moqueta y de hacerse ricos con las políticas estaban llamando a la puerta sin decir “se puede”. El título del nuevo movimiento se lo debía de haber puesto el enemigo como una consigna de agitación social y los instalados estaban que no les llegaba la camisa al cuerpo, temerosos de perder el momio. Un poco como en los tiempos del Generalísimo. Porque aquí fusilan y chupan del bote siempre los mismos. Gracias a la Red las gentes están mejor comunicadas pero son menos comunicativos y el ordenador era una nueva adición como la buena mesa el vino bueno y el fumeteo de su cachimba. Cosaco de la literatura que siempre había escotero y por su cuenta por los caminos podía pasarse sin comer ni beber pero nunca sin su pipa. La maldición de la nicotina constituía un incordio para Remigio Bermejo. Quería más a su pipa que a su mujer. Era un hombre de la estepa y quería arrear sus corceles de la imaginación con el látigo encendido de su pluma. No era más que un pobre soñador. Se resistía a comulgar con ruedas de molino, a pasar por el aro. Así le iba. Semejante actitud le deparó no pocos contratiempos. “If you think you have problems” era un programa de la BBC que él escuchaba en su transistor gris el Fidelity adquirido con las primeras libras que ganó en la escuela de Doncaster. Si piensas que tienes problemas llámanos. Era una emisión para suicidas y divorciados. Quería zafarse de aquella afición a la Web y su intoxicación psicológica. Los blogs a cuyas paginas subía las entradas que le daban la gana quizás fueran un desahogo, el paraíso de todo escribidor, desde recetas de cocina, insultos al centinela hasta poemas sublimes de amor, pero también una herramienta de control. ¡Cuidado, el Gran Hermano te vigila! Él producía al cabo del día entre bocanadas de humo y visitas al frigorífico porque la escritura le producía hambres caninas, cientos de páginas. Estampaba sus remordimientos e inquietudes contra el muro mecanógrafo de su teclado, testigos únicos de su furor las veintiocho redondas blancas. Cuanto más gritaba el mundo callaba. Cuanto más rezaba sentía más lejos a dios. Fue una de las razones de su dipsomanía. Tuvo la desgracia de darse al alcohol. Erifos su gran confidente de las tardes silenciosas y las vigilias vacías era un asesino. Él se esforzaba por la excelencia. Plus ultra, Sursum corda. No seáis cutres pero nadaba en un mar de vulgaridades de anonimatos y gentes anodinas. Desdeñaba la chapuza y sus entregas habían mejorado con el tiempo. Y estos no eran más que pujos de sus reminiscencias jesuitas. A mayor gloria de dios, sí, pero ¿donde se encuentra él? Mis preces son un monólogo.
—Todo en tanto en cuanto, hijo mío, — le decía un santo desde la hornacina, era Iñigo de Loyola que bajaba el pobre desde el cielo cojeando al verle tan desnortado— y un ojo en el cielo y otro en el suelo. Una vela a dios y otra al diablo.
—Eso es del Talmud, padre mío.
—Qué más da. El fin justifica los medios.
El Numen le hablaba en jesuita con ese mensaje mesiánico del anagrama JHS. Almas para dios. Hay que salvar almas… almas. Cuantas más salves entrarás más alto en los cielos que se te han preparado en el paraíso.
—No tengo fuerzas. Somos débiles. ¿Dónde están las almas? Las gentes con las que me encuentro arrastran problemas. No tienen empleo, los han echado del piso. Su mujer se ha fugado. Me topo con la infelicidad de los alcohólicos, la desesperación de los presos y encarcelados, el dolor de los enfermos. Los humillados y ofendidos de la tierra vienen a mi encuentro.
El Numen guardó silencio. Iñigo de Loyola se volvió arrastrando la pata mala desde que se la destrozaron en Pamplona con un arcabuzazo. Había interrogado a la esfinge y tales respuestas las puede dar dios. La mente humana es incapaz de penetrar en los designios de tal arcano que forma parte del misterio de la vida.
—Pero tú estás bien. Llama y se abrirá. Pedid y se os dará—escuchó la voz celestial. Era san Ignacio.
La red había hecho de él un buen escritor, se había perfeccionado mucho, ganó en oficio y ahí se las diesen todas. El libertario ex corresponsal se reía de los que le envidiaron y persiguieron con una saña sorda y atroz. Conservaba su fe pero desdeñaba las intrigas y muermos eclesiales a cargo de los curas incultos de misa y olla mi olla mi misa y mi Mariluisa, sangraba por la herida de su arrogancia jesuítica, él no podía ser como los otros ¡qué bah! Él pertenecería a la elite. Formaría parte de los escuadrones de la guardia noble del pontífice. EL Papa por encima del Rey y de roque. El cuarto voto. Un mundo para Jesús salvador de los hombres. Un cierto mesianismo. Las dos banderas. ¿Y de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?
Curiosamente habían sido dineros españoles los que costearon los mantos de seda de la curia, los capelos cardenalicios, el oro, las perlas ónices y las ágatas de los báculos y  pectorales o la pedrería de los vasos sagrados, durante siglos pues hasta no hace mucho en los templos de Madrid se mostraba un cepillo de limosnas para la conservación de los Santos Lugares. Roma no hubiera podido existir como la cabeza de la catolicidad sin los sufragios de la corona española. En su piedad a machamartillo de cristiano viejo creció en él la fe y el desprecio a los pomposos jerarcas. Pero como había recabado órdenes menores y mayores y no era un simple cucarro sus aficiones a la especulación teológica perduraban lo mismo que su pasión por la liturgia de rito antiguo. Así que en las profundidades de su hura madrileña colocaba velas a los santos rezaba el oficio y le gustaba recitar el canon de la misa de san Pío V. todo volverá. No perdamos la esperanza. Pero la religión para que sea veraz ha de ser un sentimiento personal y más en los tiempos de colonización ideológica en que vivimos, pensaba. Por todo esto y por mucho se sentía orgulloso de sí mismo y estaba listo para el día que dios lo llamase.





Clodoaldo Montarelo

domingo, 22 de marzo de 2015

Falleció  un infarto se fue a Canarias con los del Inserso recién jubilado cuando uno se jubila se siente uno casi un misacantano libre para hacer lo que quieras con  la absoluta en el bolsillo te sientes como un guripa con el licenciamiento y te vas con los viejos a gozar de los momios de los del Inserso sol playa y hotel buffet tres comidas vino a las comidas y por las noches karaoke los viejos pasodobles de Manolo escobar ahí nos las den todas que bien vivimos que bien estamos de qué nos puedes quejar. Las amorosas señoras en estas sesiones de baile, confortables y multitudinarias; no sé por qué le gusta tanto la danza a las españoles ya talluditas y provectas quizás porque les recuerde los bailongos de su juventud  cuando se hincharon de dar calabazas y buscar un chico guapo bueno y trabajador. Bailes en línea. La pieza que más le gustaba a Remigio Bermejo corresponsal en Londres en Washington cientos de artículos escribidor incombustible era la del gallo que echa el polvete y luego se sacude las plumas. Disfrutaba de una alegre y joven senectud. Tenía todo el día para hacer lo que le diera la gana fuera de los horarios los jefes las intrigas y los rumores de los trepas los jóvenes que venían a pedir trabajo y no había y prometían hacerse del bando de Podemos. ¿Qué será lo que tiene el gallo viejo? Al gallo viejo le gustan las pollitas pero con frecuencia salen desplumados como el de Morón en ese negocio. A la vejez viruelas. Y a las gallinas viejas que ya no cloquean al revés: se privan con los mastos de brillantes plumas multicolores buena cresta roja papada y ojos encendidos casi eléctricos. Pero a veces llega Paco con la rebaja y sucede que a los vacacionistas les da un yuyo. Un infarto fulminante. Concho otro que la palma -pensó- y se ha ido a morir a las Islas Afortunadas, ¿quién será el siguiente? Se ha muerto en Canarias. Remigio Bermejo aquella mañana de marzo que supo la triste noticia recordaba con nostalgia los viejos tiempos de la redacción de la calle Urquijo y de la calle Santiago Cordero sedes de la revista y del periódico SP donde aquel falangista algo pirado pero que escribía como los ángeles y era el hombres más bueno y generoso que había conocido Remigio Bermejo (en esta profesión canallesca ya no hay tipos elegantes verdaderos caballeros como era él) A Clodoaldo Montarelo no lo trató y lo conocía de vista. Le llamaban el “niño” porque entró a trabajar cuando aun no le había cerrado la barba algo lampiño y con unas poderosas narices de tender la ropa buena pelambrera y ojos de miel. Todos decían que era una buena persona aunque algo rojete. Poco importan las ideas alturas. Le dio por el Rock y por el teatro. Desde su hura de Brunete Bermejo tan voluntarioso y documentado él con la jubilación se le había puesto cara de juez y pesaba en la balanza de la justicia sus buenas obras y escribía poniendo los pecados cometidos en el platillo de la izquierda y en el de la derecha las virtudes y los buenos actos la mano tendida al prójimo pues a muchos ayudó sin que se lo agradecieran o los días de lucidez y de gracia que era una casamata que había pertenecido al ejercito republicano y que estaba en el jardín de la caja daba atrás a la manivela del tiempo. Por la tronera rectangular se veían los alcores de Majadahonda paisaje de encinas que él amaba tanto y donde yacían sepultados miles de combatientes que encontraron la muerte en la Batalla de la Sed aquellas mortíferas tres semanas de julio de 1937, habiendo colocado su inseparable máquina de escribir y su cachimba cerca del ojos de buey de la arpillera. Había noches que escuchaba los gritos fantasmales de los que perecieron en el fragor del combate. Todos habían olvidado pero él recordaba a Clodoaldo Montarelo con su cara mofletuda y aniñada de guripa del Quinto Regimiento para quien la maquina de escribir era una ametralladora Hotchkins servidor de pieza de una revolución de terciopelo. Que entren los del 68 e inundaron Madrid con sus castañuelas 70 y la movida de Malasaña. Había que estar al loro. Ramón el niño de aquella redacción fervorosamente ingenua y juvenil formaba parte de una cuadrilla de redactores insignes. Herrero, Miguel Ángel Gózalo primo de mi amigo Santo, Félix Ortega el mejor corresponsal que tuvo la prensa española en Washington, Andrés Kramer, los hermanos Rioboo, Juan Carlos Perreta, Luis Gaziño, Botín y aquel padre jesuita que confeccionaba el periódico y luego colgaría la sotana, Artero. Dulce y su hermana, Cristóbal Páez el papá de otro Cristóbal Páez implicado en los dineros de Barcena y hombre del PP, Calvino y otros. La mayor parte eran de izquierda. Les abrió la puerta del periodismo un falangista revolucionario ex divisionario de la Azul al que se le congeló un pie en Novgorod. Esa generosidad y entrega ese fiarse de los jóvenes son virtudes que hoy no se encuentran. Porque volvemos al circuito cerrado “closed shop” y al circulo rojo. Que pasen los del padre Sopeña y se queden los otros. ¿Por qué? No están en la nómina de las cien familias que junto con la jerarquía eclesiástica fueron los mandamases de este país. Ramón en el día de su muerte evoca para mí tiempos terribles pero también gloriosos porque no es tarea fácil trepar por la cucaña de una profesión hoy enrarecida y dificilísima aunque tanta gente quiera ser escritor y periodista y ocupar cacho en la rampa. Clodo Montarelo era un freelance que iba por el mundo con su ametralladora montada y a cara descubierta. Tuvo la suerte de vivir por libre. Ahora ese mundo se acabó. Tuvo el coraje de decir lo que muchos sentían pero no se atrevieron ni a discutirlo sobre esperanza Aguirre esa chica de las bragas de oro, la hija del ganadero, que a mí me mandó al paro y como ministra de Educación introdujo el inglés en los parvularios en detrimento del castellano. Por eso hoy muchos chicos no saben ni hablar ni escribir español. Pertenecen a la órbita de la generación Nini, pero son los pijoflautas los hijos de los señoritos que buscan con el de la coleta un lugar al sol. No hay trabajadores con las manos manchadas de grasa. Algunos exhiben plumas de pavo real y van por las empresas exhibiendo sus masteres y hablando un inglés aceptable que no les vale para nada si tienen que emigrar a Alemania que es donde hay curro. Otra metedura de pata de la chica de las bragas de oro. Estaría mejor de corista en el Martín que haciendo la carrera política. No compartía Remigio Bermejo algunos puntos de vista del Niño de SP pero siempre admiró su coraje. Creo que era hijo de un pescadero de la calle del Pez que estudió en los maristas de Segovia, una ciudad que le subyugó, entró en él y se fue a vivir cerca de la alhóndiga. Desde allí seguía con sus colaboraciones en la SER y lanzaba sus panfletos. Bermejo aquella mañana de marzo sentado en su casamata de Brunete el viejo bunker republicano construido por  los zapadores del general Pozas y que ahora una caseta en su jardín donde él encontraba asilo para darle a la cometa de sus recuerdos sentado en un banco de cemento mientras esperaba la visita de las musas sentía la tristeza y el orgullo de quien ha visto pasar el desfile de una época. Era preciso dar testimonio.
― Siéntate a la ametralladora, Remigio
― Apunten, disparen, fuego
― ¿Pero qué hacéis?
― Estamos fusilando a una época pero detrás de tiempos vienen tiempos, claro está.

23 de marzo 2015: Remigio Bermejo desde su conejera de Brunete veía caer la mansa lluvia sobre las tierras grises. Era un húmedo cendal de ceniza y veía su pasado envuelto en los cendales de la nube que descargaban promesas de fecundidad y de futuro. El agua al caer levantaba murmullos que eran besos y dirges. Pensaba que tal vez había sido víctima de una mala educación sentimental. Lo habían equivocado sus padres maestros con lecturas espirituales jaculatorias martillos de conciencia. Le habían robado la infancia. Su adolescencia consistió en una pesadilla pero tenía que revivir sus antiguos pasos ejercicio fútil casi masturbatorio. No te atormentes pero es mejor así. Pon blanco sobre negro lo que se te ocurra y “bugger expenses”. Nadie te lee. Nadie te escucha. Él había matado a Rosalyn. El uxoricidio había sido un crimen virtual en efigie. Aquella hermosa mujer fue la victima de su afán destructivo. Todo lo jodes, guapo. Te persigue la cigua. Debieras hacerte una limpieza con agua bendita. No quiero exorcismos. Para eso está el padre Perea ese alojero de rostro diabólico que escribe cosas muy raras en sus posts y debe de ser un poco marica. Tú fuiste el resultado de tu pésima educación pero yo no quiero conjuros ni exorcismos. No es bueno creer en agüeros ni siquiera sentir aprensiones siniestras cuando te cruzas por la calle con un gato negro o se te viene encima una escalera. No es bueno pasar por debajo de una escalera. Clastomanía deletrea y cura de odio esa era la norma de su escritura. Esta lucha no es cuestión de buenos y malos sino de los dos frentes a la vez. En tus tiempos los preparadores místicos aquellos staretz con el cuello de medio lado aspirantes a una hornacina eran verdaderos terroristas mentales, sádicos, impostores. La vida no es jerárquica sino anárquica. Nada está planeado ni se ajusta a un diseño en este totum revolutum. Tú no vales para nada. Eres un iluso. El aguijón de la conciencia lancinaba el alma de Remigio Bermejo con recuerdos dolorosos. No entendía lo de Rosalyn el hada que se esfumó. Baja a los infiernos revuélcate en el fuego de las calderas de Pedro Botero. Ya he descendido al aveno de mi hura. Hura e ira dos palabras que se confunden. Vinieron los flagelantes y a rebencazos se magullaban las espaldas que se llenaron de sangre. Ignis fuego. El bajo de Roland Gardens en el SW/ barrio elegante de South Kensington. Sintió la presencia del Numen que se paseaba por el comedor con pasos alígeros de caballero templario. El conde Kelly fue el inquilino que vivió en la hura de la liebre periodística.
― ¿No se me perdonará? ¿Me daréis otra oportunidad?
― Depende de ti. Aplacaremos tu sed. Tienes el corazón incendiado. En tu cabeza duermen boca abajo los murciélagos.
― Ya. Me hablas de la reconversión. Reconvertirse o morir. No se puede combatir al sistema con sus propias armas. Has de elegir otro campo. Y lo tuyo es la elusividad: escaparte por la tangente. No busques a la mujer fuerte. Ese afán echó a perder tu existencia.
Yo sabía que Rosalyn vivía en Hornchurch. Essex. Se cambió de residencia colocó el teléfono en la lista secreta de la telefónica y desapareció. No quería seguir aquella traumática relación. Era como si hubiera muerto para él. Remigio Bermejo no se conformaba con aquella huida.
― Déjalo estar. No es más que una obsesión.
― Una obsesión que me vivifica
La hura de Roland Gardens y la hura de Brunete su destino de topo jugaban al escondite por los rincones de su memoria. Pero escribir aquella novela no era un juego de niños. Dolían bastante algunas cosas. La hura de South  Kensington con sus noches blancas con los parlamentos del fantasma y la cuba del télex que tamborileaba párrafos en aquella cilla o bodega que él llamaba la caverna de Liverpool. Allí bailaban los Beatles los ritmos de “Michelle ma Belle” y “Yesterday”. Vino un tiempo divino en el cual para estar a bien con dios no había que ir a misa sólo entregarse sin reservas ni dispendios al mandamiento del amor. Fue Korín la australiana que vivía en Earls Court y una de sus visitadoras la que le abrió las templas del santuario el sancta sanctorum algo que no revelaría a nadie. Alto secreto. Los padres jesuitas se habían convertido en gnomos lascivos enanitos que sonreían macabros junto a la gruta del jardín privado de la duquesa de Avispón. La dulce y elegante señora que vivía arriba atiborrándose de gin and tonics y suspirando por el hijo aviador al que mataron en Dresde el último día de la guerra. Con la ametralladora de su teletipo antediluviano artilugio de la era de la robótica él consumía cigarros puros para convocar la inspiración. Puff puff una cláusula… puff… puff otra. Es que sin fumar no me concentro. La maquina echaba humo. Metía un ruido infernal. Los muertos de aquella caverna donde vivieron tantas buenas gentes durante la era imperial alzaban la cresta. El sonido de la máquina de escribir era todo un reclamo de atención para que los dioses volviesen la cara. A uno de los nichos de la antigua bodega. La condesa Avispón guardaba en aquella habitación sin vanos el mejor vino y el mejor champán francés. Se alzaban como mariposas sorprendidas los espectros y puede que de vivir en la hura se le quedase de por vida aquella inclinación al tintorro. El conde Kelly trajo de Tierra Santa el mejor   vega Sicilia y le dijo:
― Hermano bebe, Vita est brevis
Los dos se arrollidaron y profirieron a dúo las estrofas de la Salve a la Virgen María que cantaban los reitres templarios antes de ponerse al frente de sus mesnadas para cortar cabezas de sarracenos. Una ranura en la parte izquierda de aquella maquina de escribir que era el teletipo escupan una cinta blanca taladrada de puntitos. Él no comprendía el lenguaje de la perforadora, le parecía misterioso y procaz pero las frases de su mensaje eran traducidos en Madrid al minuto y allí el jefe de teletipos un tal Tomas Cerro los distribuía por toda la cadena. Su ametralladora disparaba en lugar de balas frases entradillas y titulares de vez en cuando alguna entrevista como con la concedió Sir Alec Douglas Hume en la Cámara de los Lores. La controversia sobre Gibraltar también sería un tema recurrente. Borracho de periodismo y en la cresta de la ola (todos los estudiantes de las facultades de periodismo se hubieran dejado cortar un brazo por conseguir un puesto como el suyo y eso le acojonaba) desde el salpicadero de aquel automóvil o nave espacial que viajaba por el mundo sin moverse desde la bodega de la casa de la Duquesa de Avispón en el 41 de los Jardines de rolando pegaba brincos la noticia, surgían como gamos, titulares. Su aspiración era por el momento copar las primeras páginas de los periódicos de provincias y que en el Fasces uno de los mejores rotativos en hueco que hubiera el periodismo español a lo largo de sus cerca de dos siglos y medio de historia se hicieran cruces y dijera el redactor jefe:
― Bermejo. Hay que ver lo bien que escribe este chico. Lo audaz que es.
Los diarios de la competencia con esa mala uva que caracteriza a los herederos de los godos todos desde entonces padecemos del dichoso morbo visigótico apostillarían:
― Es un fascista. Sabe mucho y lo que no lo sabe se lo inventa.
Apud nos, existe la funesta costumbre de mentar siempre a la madre del contrincante. Miquelarena qué país. Sus rivales de corresponsalía se morían de envidia por saber hablar bien el inglés lo cual se convertirán en un trauma para Bermejo. Pero éste pisaba fuerte. Emilio Romero y sus muchachos le habían enseñado la técnica del “pisotón” (cucharón) y él la practicaba con frecuencia levantando ampollas entre los fariseos y saduceos del sanedrín londinense que venía a ser una especie de tribunal de cuentas del periodismo. No te acerques a ellos. Tienen la cara pintada de verde y el verde dicen ser el color de la envidia.
Todas las tentativas de contacto con su ex resultaron fallidas. Tampoco sabía nada de su niña. Únicamente una tarde que nevaba tomó el metro y en hora y media se presentó en Hornchurch. Rondó la calle donde vivía Rosalyn con sus padres peinó todo el perímetro. Y nada. En cambio, en la intersección entre Romford Road y Harrow Drive acertó a ver un Ford Cortina metalizado. En la trasera viajaba su hija. Olquínjelén tendría como dos años y saltaba en los asientos. Llevaba una faldita escocesa y su pelo era rojizo como el de Bermejo cuando era crío (bien hacía honor a su apellido) y el de su padre al que llamaban en el pueblo el “pinto”. Esta visión fugaz fue la última que retuvo Olguín. Ya no la volvería a ver más. Había pasado casi medio siglo pero él la veía evolucionar entre los asientos del Ford cortina y subirse a los columpios de la misma manera que ahora cuando llevaba a sus nietas al parque de Brunete las contemplaba. Mucho padeció por este motivo y quizá la decepción seria el desencadenante de su entrega a Erifos pero el hijo de Cronos no lo venció en su pugna el periodista ex seminarista y el jesuita salió airoso contra tártagos y furores. Quiso ser un pescador de almas y se convirtió en un guaperas provocador irresistible a las inglesas cual Casanova. Vagabundeaba en sus noches incombustibles por los lugares de alterne: la Valbone, Picadilly y los garitos de Holborn al pie de la gran torre de Comunicaciones del Post Office. Fueron muy fríos y ahítos de cerveza y desesperación aquellos inviernos. Sentía la atracción del abismo el caminar al borde del abismo percibir el centelleo mórbido del filo de la navaja. Estaba desafiando a los dioses pese a esa cremnofobia o pavidez de las alturas que fue uno de sus lastres y mermas infantiles. En las excursiones los superiores le privaban de subir a las montañas. Tampoco eran las escaleras herramientas de su devoción. Sin embargo, desafió a los dioses, saltó sobre la pértiga. Salió airoso. Vivía y había quedado para contarlo a los 71 años. Sus enemigos se esfumaron como la niebla de marzo. Había vencido al vértigo. Los del Olimpo castigaron su osadía de robar el fuego sagrado con el exilio interior.
― Y eso, ¡qué más tiene! Tú sigue escribiendo rellenando papel y pásaselo por los bigotes y que pidan árnica.














Capitulo II

 VENTOLERA DE HURACÁN. LLEGA EL EMBAJADOR

Las nubes se habían aborregado como de costumbre para dar acolada al embajador, poblado el ambiente grises panza de burro: el clásico puré de guisantes de las plomizas amanecidas londinenses. Era una mañana de noviembre de 1973; a él, con todo y eso, le gustaba aquel color del firmamento inglés con su silencio de lluvia, le permitía reconcentrarse, ir al encuentro de sí mismo y acogerse en esa intimidad que los británicos llaman “coziness” (palabra intraducible algo así como calor de hogar  o el equivalente del “gemutlichkeit” alemán). Paradójicamente en aquella ciudad se había transformado en un extrovertido. Las nieblas de Londres coadyuvaron a lograr una fuerte vida interior en medio de las turbulencias juveniles. El hervor de la sangre pujaba, pero ahora yo soy más yo. Oh lucky man, eres un tío con suerte. Remigio Bermejo se daba con un canto en los dientes. Nunca se lo había pasado tan en grande ni conocido tantas mujeres como las que encontraba noches de aventuras locas en bailongos de la movida como el “Empire” o la “Valbone”. Mary Quant había rebajado la falda a las inglesas descubriendo sus hermosas piernas. Las bibliotecas fueron suplantadas por las discotecas, donde bailábamos suelto y “agarrao” hasta la madrugada y los jueves por la tarde radiaban por la BBC los noventa principales con Jimmy Savile aquel guru de las melenas blancas el habano en la boca casacas de lentejuelas y cuyo sonido de imitación era un rebuzno, un tipo muy solidario que donaba parte de sus ganancias a los hospitales de Leeds y luego resultó un asno de la lujuria pues aprovechaba estas visitas hospitalarias para violar a niñas de diez años a punto de ser operadas de apendicitis. Londres era una fiesta y los ingleses vendían al mundo su m mercancía a gogó. La represión victoriana sería desbancada y los cuatro magníficos de Liverpool ponían música de Rock a un tiempo diferente al anterior, en las postrimerías de la guerra fría. Moraba en Downing Street un viejo caballero de porte gentil que había descubierto para los ingleses la sociedad del bienestar motorizando el país con aquellos elegantes Austin Morris luego vendría el mini y las vacaciones en Costa del Sol, pleno empleo, se acabaron las cartillas de racionamiento que duraron en las Islas hasta el año 59. El escándalo Profumo acabó con el gobierno de aquel superhombre de la política que se llamaba Haroldo y había llegado a la política desde los negocios de la edición la poderosa casa de publicaciones MacMillan. Aquel mundo de ensueños se vino abajo por culpa de una pelirroja Cristina Keeller que volvió loco al Ministro de la Guerra John Profumo al tiempo que se acostaba con el embajador soviético un tal Ivanov. Total orgías en la embajada de la Urss baños desnudos en la piscina y los podencos del M15 y del KGB armando el cisco. “You never had it so good” (nunca lo tuvisteis tan a huevo) dijo el premier dimisionario al resignar su cargo en los Comunes. La frase de Super-Mac se acuñó como el salvoconducto de un tiempo de libertad. El mundo quería vivir cambiando cañones por mantequilla, olvidar la bomba atómica, dar por terminada una época bailando el can-can en las cavas existencialistas de la orilla izquierda del Sena y leer a Sartre y a Camus. Habían subido a la pasarela las gogogirls. Pero nos estaban vendiendo el viento en cápsulas. Aquello era una engañifa
El joven corresponsal del diario “El Yugo y las Fasces”, como hombre de su tiempo, daba gracias al Altísimo por haberle  permitido testificar para sus lectores aquel paso de la hoja del libro de crónicas. Todo iba a ser de otra manera. “Recedant vetera, nova sint omnia: corda voces et opera” (sobreseído el tiempo viejo, sean nuevas las cosas, los corazones las obras y las acciones); Virgilio nuca falla y al corresponsal veterano latinista le gustaba con frecuencia consultar sus clásicos. Se acordó de la frase mientras conducía su automóvil. El cambio, con todo y eso, sería relativo y no tan dichoso como profetizaban los optimistas. Estábamos en los pródromos donde el cambio tecnológico mandaría al paro a millones de seres. Íbamos a ser más felices con el cambio, el desarrollo, el aggiornamiento del que hablaban los curas sin parar. Y de remate nos quedaríamos sin curro. Tendríamos que escribir gratis y vivir controlados y acogotados bajo las garras de un estado macrocéfalo y global. Lo digital en vez de los analógico y por el este y por el sur volvería a alzar su cimitarra con nuevas yihads y yillahs, invasiones y otras lilailas  del Islam con las que el nazi sionismo nos amarga la vida a los cristianos. Al Manssur cabalgaba hacia Europa en su caballo blanco y el del apóstol no aparecía por ninguna parte. No había cojones. Cundiría el desencanto y el miedo. Estaríamos todos al cabo de la calle amarrados en blanca por los nuevos aparatos de detección. En la era de la comunicación surgiría paradójicamente el fantasma de la incomunicación. Dejaríamos de ser personas humanos para convertirnos en contribuyentes y ciudadanos. Una época de confusión, encanallamiento y embrutecimiento se acercaba. Quizá, una nueva edad media. Remigio Bermejo, un entusiasta de Eric Blair y lector de sus novelas desde hacía tiempo escuchaba ya rugir la marabunta orwellina en un mundo feliz y anodino a lo Aldous Huxley aunque por aquellos días 1984 quedara todavía un poco lejos. El gran trauma acontecería en 1989. George Orwell sólo se equivocó en un lustro. El joven reportero escuchaba voces y aquella mañana gris cantó la Sibila una copla obscena pero que a él le causaba risa y también miedo:
Aquí, aquí
Quiquiriquí
Gibraltar me lo dejen a mí
Con el nabo no

Con la verga sí

Aquí aquí
Quiquiriquí
Gibraltar déjeseme a mí. Menudos humos traía el embajador… venía a pedirle Gibraltar a los británicos. ¿Pondrían oídos de tratante, como siempre o esta vez sí? ¿Nos devolverían la Roca Calpense que detentaban mediante argucias y expolios desde 1714? Quiquiriquí. A Jimmy Savile el disk jockey del “Top of the Pops”[3]que Roger traducía “top of the cocks”[4]– emisión vespertina de los jueves- le enterraron con honores militares en Leeds el año 2010 pero cuando se supo que era un pederasta peligroso con sus casacas de lamé y pareciendo ante las cámara rodeada de chavalas y fumándose un puro, entregado a las obras de beneficencia y promotor de campañas a favor del cinturón de seguridad en el automóvil con un titular que se hizo famoso en los 70 “clack click every trip”[5]y el rebuzno de aviso (uuuuuu) cuando se descubrió el fardel y se supo que no era un benefactor de la infancia sino un asaltacunas repugnante, desenterraron su sepultura le arrancaron las medallas y esparcieron sus huesos. Menudos son los brits para casos como el de aquel rutilante presentador afamado y rodeado de “odaliscas fanáticas que les seguían a todas partes” de perversión sexual. Aquel fulano no era un “yorkshireman”[6]sino el mismísimo diablo disfrazado de Barbazul.

La mayor parte  de las inglesas con las que ligaba en los bailongos el corresponsal eran rubias de bote con la piel nacarada y se expresaban en esa jerga castiza de los barrios, que no es de buen tono, cuando se alterna en sociedad.  La liberación de la mujer empezó por la eliminación de los tabúes sexuales. Después, cuando destruyeron clavándoles el aguijón a los zánganos de sus colmenas y caparon al palomo, el mundo se alobaba, pero tampoco mucho. Había que seguir la fuerza de la manada. Las mujeres probaron las primeras la fruta del árbol prohibido, querían ser como dios. Sonó el estampido de la lucha de géneros, los hogares se incendiaron y el tálamo conyugal se transformó en lecho de Procusto. El embajador traía, sin saberlo, cambios sociales en la maleta. La hoja de ruta del Gran Diseño. Íbamos a empezar el viaje hacia un mundo feliz sin jefes sin potestades patriarcales en el zurrón con el culo al aire y los pechos al viento como las “Fem” que se despelotaban ante el sagrario del  Santísimo e interrumpían las liturgias solemnes. Dios no existe. Todo está permitido.  Equilicuatro. Todo es posible. En España cuarenta años después todos los días mataban a una los maridos locos por el celo o por los miedos a perder sus, quedando por los suelos la prerrogativa del paterfamilias. La parte por el todo. El todo era la cultura pop y tú no eras más que un currito.
Él vivía bien en su buhardilla de soltero. Winston Place era el aseladero y el picadero. Los cuernos se iban solos con el soplo de un mal pensamiento. Cuando se cansan de portar la cuerna el ciervo se refocila en el escodadero. Allí dentro escucha sonar la trompa del cazador y ni caso. Él está fuera y yo estoy dentro. Hablen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías ande yo caliente ríase la gente. Se estaba, sin embargo, cerrando el círculo.
Los ingleses tienen un oído exquisito para eso de las jergas. Nada más abrir el pico, te catalogan, saben ellos de donde eres, por donde vives, a quien votas, con quien andas y, si tu locución suena barriobajera, tu filiación  se engloba dentro del marco del escaso decoro. Entrabas en el circulo de los de abajo y te condenan a ser siervo de la gleba. Los de arriba constituían la casta privilegiada. Sólo  necesitaban para medrar, ora gozar de buenas conexiones o reeducarse a lo “May fair lady” y nada de palabras de cuatro letras, ni bloodis ni fucks” y “never explain never complain” “I am alright, Jack” “ keep a chip on your shoulder, mate. Si aciertas a pronunciar las vocales largas y hacer la sílaba redondas de un trabalenguas: “the rain in Spain falls mainly in the plain”, es que fuiste a Oxford o Cambridge, ya puedes llevar a tu novia a las carreras para que luzcan palmito pamelas en Ascott, si metes en tu prosodia la gama de vocales cortas y largas que caracterizan a la fonética del idioma inglés, conseguirás codearte con la crema de la alta sociedad que asiste a esos eventos con traje de chaqueta y ridículos chapeos. Té y simpatía, coziness qué cojones. Viva la diferencia y oyes Honorato apaguemos la tele un rato. A lo mejor un día Remigio Bermejo sería un invitado más a Buckingham Palace para tomar el té con la reina. Todo se andará. Por soñar que no quede pero cuidado, Remigio, con esa fascinación “British” que atenazaba por dichas calendas a los occidentales, se sentía ya un poco súbdito de Su Graciosa Majestad; a la gente de su generación les entró la decimotercera crisis nerviosa con eso de aprender la lengua de Shakespeare. Él lo había conseguido. Por eso le nombraron corresponsal en Londres de su agencia. Por más que no sea oro todo lo que reluce: Hitler era un apasionado anglófilo, era un forofo de las carreras de caballos, amaba a los animales; en menoscabo de los seres humanos prefería a sus perros lobos, el buen tono de las conversaciones intrascendentes donde se prohíbe hablar de religión o política, se pifiaba por el té de las cinco y acabó bombardeando la City con sus estucas  el muy mamón, llevado por su anglofilia, que derivó a rabia y remata en complejo de inferioridad pues amor y odio son términos colindantes.
Hubiera deseado haber nacido inglés pero vino al mundo en una ciudad de Castilla la Vieja. No era precisamente el fuerte del Führer el “understament” la ironía y las frases de doble sentido y acabó pegando voces el muy gritón en sus discursos apocalípticos ante las multitudes de Nuremberg. No sabía el pobre cabo austriaco que los ingleses son leche de cabra, no mezclan con nada, van a su aire y sienten un patriotismo profundo pero muy diferente al  pueblo alemán, que no se plasma en ideologías sino en la tradición y cosas practicas tomando siempre la barra del puerto seguro del “sentido común”. Que su pragmatismo carece de leyes, pudiendo en su acomodo, según cada caso, acabar en brutalidad. Un imperio no se construye con una lluvia de rosas sino a cañonazos, a fuerza de azotes y de invocar el derecho de pernada y de despojo. Saben mirar a las demás naciones por encima del hombro que es lo que significa la frase de tener una astilla cerca de la oreja. En todo diferentes; desde conducir por la izquierda hasta carecer de constitución escrita, así como una justicia impecable y un parlamento donde  en la Cámara de los Lores se tiraban pedos sin componer el gesto, sin que el Speaker les llamase al orden por falta de decoro. Manejan fórmula secreta para reírse de sí mismos y pedir perdón a todas horas. Oh I am sorry… awfully sorryY ventosidad va y ventosidad viene. Yo conocía a uno que se iba peyendo por la acera Kings Road exhibiendo una Union Jack y pidiendo perdón a los viandantes el muy guarro. Oh sorry, I am sorry. Es la palabra que más se escuchaba por aquel entonces en cuanto desembarcabas en Dover. La vida londinense era romántica equidistante e incitaba a la melancolía, no embargante el peculiar sentido del humor de aquellas islas.
En el trayecto desde South Ken hasta el aeropuerto de Heathrow a los mandos de su mini color guinda iba volando por la Talgarth Road Remigio Bermejo con la aparatosidad de un español en la corte del Rey Arturo.  Había que darse aires. Se sentía el rey del Mambo Aquel pequeño utilitario lo quería el joven más que a la niña de sus ojos. Le salvó la vida en varias ocasiones una noche que se quedó dormido en las inacabables rectas de las landas francesas desde Paris a Hendaya y en otra ocasión, que se le vino encima un autobús escolar que habiendo derrapado inundó la calzada, salvó por chiripa. El mini-cupe, que había inventado un griego de la  Casa Morris, era un coche versátil, todo un proyectil en carretera, y maniobrero igual que las naves de Francis Drake que echaron a pique los inmensos galeones altos de castillo y bien artillados pero con escasa maniobra de la Invencible. No mandó Felipe II a luchar contra los elementos pero las naves inglesas eran mejores. Inglaterra siempre  gana porque practica una política práctica, carece de amigos, sólo tiene intereses.
Aunque de escasa alzada, en aquel utilitario cabía mucho y pasaron muchas cosas. Lo había comprado de segunda mano en Hull por quinientas esterlinas. En la trasera viajaba dormidita su niña Olquínjelén cuando bajaban los fines de semana desde Doncaster a Hornchurch a ver a los abuelos y, pese a sus reducidas dimensiones, el habitáculo era cómodo, el salpicadero, de lujo, y fácil de aparcar; con un portamaletas que era todo el baúl de la abuela. Un  joven español  de la generación del 68 cuando se echa coche al menos era lo que se pensaba en tal época se sentía como un triunfador en la vida. Remigio estaba tan orgulloso de su mini como del ”seilla” que compró por navidades del año en que empezó el gran despegue económico que trajo don Laureano López Rodó, aquel catalán universal de feliz memoria con la primera paga extraordinaria, cuando empezó a trabajar en el Diario Novedades.
Aquella mañana venía don  Gaspar Montesinos destinado a la embajada en la corte de San Jaime. No se  sabía si aquel honroso cargo, ocupado por predecesores tan insignes como Pérez de Ayala o  el marqués de Gondomar, había sido una promoción o un destierro. En el siglo XVI la legación hispana equivalía por su importancia a lo que es hoy la embajada norteamericana en Madrid. Era un centro de poder  visitado por gentes de viso en aquella época. Como fray Bartolomé de las Casas y el obispo Carranza que vinieron en el sequito de Felipe II cuando marchó a Inglaterra a casarse con María Estuardo. En contra la opinión generalizada entre sus colegas que decían que el eminente profesor de Lugo al que homenajeaban como el próximo presidente de gobierno, él creía que el ascenso era una trampa. Sus suposiciones que luego se confirmaron como ciertas en aquel momento iban a redropelo y contra la creencia de todas aquellas plumas galanas. Bermejo sabía leer los labios y el pensamiento intrigante y complicado de los británicos que, gracias a su prestigio, tuvieron siempre vara alta en la política internacional y en la española por ese papanatismo ingenuo que nos hace menoscabar lo propio halagando todo lo extranjero, a lo largo de los siglos. Después de lo de la Armada Invencible encontraron su desquite en las guerras peninsulares y más tarde con el aluvión de emigrados, tanto absolutistas como liberales. El alzamiento del 36 se debió a la mano experta de los agentes del FO que secundaron el vuelo del Dragon Rapidsecundando a Franco y al gobierno de la Republica. Jugando a dos cartas,  pues sabían hacer a pelo y a pluma, Inglaterra quedaba siempre encima y victoriosa, muñidora de enredos “guerra-mongueras”. Esta es táctica aprendida en la sabiduría del Talmud. Ahora en aquella corte se cocía la “transición”. Tiempo de platajuntas de tirios y troyanos, venía el consenso y el disenso. La embajada española se había transformado en objetivo de peregrinación, todos al santo y a la limosna. Estaban hartos de franquismo de la verticalidad azul y en Londres ya se cocían los caldos de la nueva sopa de letras y de las vociferantes platajuntas... aquel ir y venir de mamoncetes y masonzotes pescadores a río revuelto, gente itinerante que venían a preguntar sobre “qué hay de lo mío”. En suma, el río revuelto significaba el cultivo de prósperos negocios.
Ocurría tal ajetreo en todas las revoluciones, vicalvaradas, asonadas, cesantías, pronunciamientos  y proclamas del tormentoso siglo decimonónico. El exilio londinense fue muy nutrido cuando lo de Fernando VII: Blanco White, Quintana, Espartero, Lista, etc., la nómina de expatriados era tan triste como larga. Ganaban en estas trifulcas entre liberales y absolutistas, izquierdas y derechas, rojos y azules, siempre los mismos y perdían los de siempre, los que se jugaban el tipo, los exaltados, los guerrilleros, los “patriotas” dando la cara que no les había entrado en la mollera aquella recomendación del Libro de la Sabiduría: “A la guerra marcha el último para que vuelvas el primero”. Al cura Merino héroe de la guerra de la Independencia lo dieron garrote vil  por haber intentado matar a tiros a Isabel II en las Eras del Mico cerca de la plaza de Bilbao de Madrid al igual que a Juan Martín que lo agarrotaron en Roa. Se alzarán con el santo y la limosna los Mendizábal, los Isturiz, O´Donell. Ganan los que están al cabo de la calle después de la revuelta. Con el cambio político, pensaban los pragmáticos ingleses, estaríamos más entretenidos y  estos incultos nos dejarían de dar la lata con el tema de Gibraltar.  Los españoles indotados para las lenguas tendrían que aprender inglés de grado a la fuerza. Oh Britannia rule the waves ¡Que dolce trágala! Doña Nadia Torrubia tan castiza y tan retrechera ella fumándose un purito,  y tan rubia, aunque sólo fuera de bote impuso la enseñanza de este idioma en el parvulario. Cuando era flecha en los fuegos de campamento Remigio en medio de la exaltación patriota se cantaba lo de “Gibraltar español” y a los catalanes se les conminaba hablar la lengua del imperio y había carteles por todas las partes incluso en los retretes con taxativas consignas como “no habléis inglés, es el idioma del enemigo”. En el colegio se daba alemán y francés. Cuando Hitler perdió la guerra, quedó como ama del campo educativo la lengua de Moliere. Imposible pronunciar aquella ü. Yo tenía un profesor que para expeler  el sonido que cuadraba nos metía los dedazos en la lengua; mas, ni por esas. Era un canónigo. ¿Se acabaría el complejo de inferioridad de los españoles con respecto a la Pérfida Albión?. La Roca calpense es como una sombra siniestra alzando su cresta, aureolada de niebla, vigilante sobre el rabo de la Piel de Toro, es el periscopio de un submarino de piedra que coarta la independencia de la nación. Es una profecía escrita sobre le testamento de la Reina Católica. Hasta que no regrese a nuestras manos nunca seremos libres. Este concepto del que estaba convencido le costaría más de un disgusto y muchos reproches,
El Nueva York Times a través de su corresponsal Mateos decía que don Gaspar era todo un intelecto, un sabio profesor y ministro de Información pero que profesaba un estilo rudo de sargento mayor, toda una eminencia intelectual; era un empollón pues se sabía el Quijote y el Código Civil de memoria.
Hablaba mucho atropellando frases, tenía que limar esas asperezas, evolucionando a planteamientos más circunspectos y sibilinos, según el corresponsal neoyorquino. Era todo una mente privilegiada, un memorión pero poco creativo. Las fuerzas ocultas, y él sin saberlo, a base de darle coba, le estaban segando la hierba bajo los pies. Kissinger fue el gran muñidor de la nueva situación española. Para él  nuestro eminente legado en la corte de San Jaime jugaba pocas bazas, por representar la continuidad dentro de la apertura del antiguo régimen, y el país necesitaba un cambio una revolución transversal que no la conociese ni la madre que la parió. Teníamos que regresar al parlamentarismo decimonónico para que mandasen los tíos del dinero… siempre los mismos, no te digo mira tú.
El corresponsal de Las Fasces  pronto adquirió de fama por su extravagancia; ideológicamente se resistía a convertirse en borrego del redil. Y no se equivocaba, con todo y eso, en su diagnosis. El embajador era aclamado en triunfo por la corte de aduladores. Los del “Rodena”, “Fichas y Fechas”, “Cetro y Corona” “Avanzada” etc. e incluso Dulcidio Tarna del que se decía ser militante del comunismo, habiendo profesado con los hábitos como fraile de san Vicente Paúl, le hacían el rendibú, cuando otros le hacían la petaca. ¡Pobre don Gaspar Montesinos nuevo embajador en Londres que venía a destituir al Duque de Alba! Era una excelente persona pese a sus  fragorosos exabruptos. Al fin y a la postre “ni don Juan ni don Manuel que se me jodió el cordel”. Tenía buen corazón pero le fallaba un poco el pronto; dentro de su estilo de intemperancias y brusquedades se ocultaba un alma tierna de español hecho a sí mismo, así como un estilo austero y laborioso de hijo de emigrantes gallegos pleno de nobleza honradez y buena crianza. El elegante edificio, sede de la embajada, de estilo georgiano dentro del estilóbato de Belgravia Square se convirtió en la corte de los milagros, punto de recalada de arribistas y de logreros todos a la que salta y con un proyecto de futuro en el morral. Qué hay de lo mío. Cambiaba la guardia y ya no es que se fuesen los de Arrese y entrasen los de Solís como se decía durante las crisis ministeriales cuando la Oprobiosa, sino que el Régimen entero iba a hacer haraquiri y todos a tomar por culo. Don Gaspar Montesinos, haciendo honor a su hospitalidad galaica, invitaba a sus comensales a queimadas. Dentro de la sede diplomática se escuchaba el canto de muñeiras, todos templábamos y tocábamos gaitas pero el himno que se interpretaba no era una alegre tonada de las romerías de san Benitiño, sino un verdadero réquiem. Fue el eminente jurisconsulto y profesor el resultado del mesocrático principio impuesto por el franquismo de la igualdad de oportunidades. Sólo llegó a ser jefe de la “leal oposición” como él la llamaba echando mano de un anglicismo abroncado por los rojos “la calle es mía” cuando fue en aquel tiempo difícil del gabinete de Sisenando Mantecas, ministro de la gobernación y por los azules que le acusaban de vendepatrias y traidor. Sabía yo que se le venía encima una temporada muy dura. Antonio Izquierdo el director del diario falangista y abanderado de los inmovilistas del bunker se había enredado en una controversia con el  ex ministro de Información. El edificio de la Castellana 142 era un baluarte o un blocao retrogrado. Tesifonte Candás digamos don Torcuato, el Rey y Agapito Arévalo digamos Adolfo Suárez estaban preparando la jugada en la cual el eminente, ex ministro de Información y autor de la Ley de Prensa que inició los pasos del aperturismo, se tiraría de la terna.  Le echaban en cara lo de la censura pero para censura la que hay ahora, queridos mío. ¡ Pobre don Gaspar: Castilla hace los hombres y los deshace aunque no sean castellanos sino gallegos! Tesifonte Candás era un melifluo gijonés que tomaba sidra a las comidas, nunca vino. La sidra ablanda el carácter. Es algo borracha pero menos bronca y más cantarina que el áspero tintorro. La llaman la bebida olímpica que tomaban los dioses como ambrosía para vivir eternamente. Lo malo de las espichas era la resaca del día siguiente. Dicen que aclara la vista y don Tesifonte, supremo jurista y profesor de Derecho, uno de los mejores junto con el granadino don Adelino Trijueque, lector de Maquiavelo, tenía mucha vista y bastante mano izquierda. En su calidad de preceptor del Heredero junto con aquel gran medievalista catalán, Martín Riquer, quien sabía mucho latín, descabalgaron a Montesinos de la terna. Los españoles se inclinaron por la mantequilla en menoscabo del jamón serrano y el pote de grelos. Era el nuevo espíritu del 12 de febrero. La cosa estaba que echaba chispas y él sin enterarse. No pudo el príncipe contar con mejores arrimos. Sus ayos fueron entresacados de entre lo mejorcito de la docencia universitaria. La crême de la crême. Una pena que el Heredero que entró a reinar con el nombre de Oriol V (por aquel dicho taurino de que no hay quinto malo) bajo la formula del rey reina y no gobierna pero mangonea y borbonea que tú no veas que saliera tan golfo. Se dedicó a cazar elefantes en Botsuana, a sus motos y a sus salidas de palacio de incógnito. Tal vez imbuido de los principios cardinales de la monarquía española desde los godos que es procrear y expulsar demonios. Caros les salieron a los curritos de abajo sus exorcismos y éste no vino a echar demonios sino a meternos más en casa. El ejercicio de poder y sus amistades con los banqueros catalanes lo convirtieron en uno de los hombres más ricos de la tierra. Se aforó y abdicó. Nadie pudo pedirle cuentas. Con notable diferencia de los monarcas franceses, cuya virtud, de acuerdo con una vieja tradición, se centra en curar almorranas. Esto teniendo en cuenta al cristianismo rey galo le fue mucho mejor o peor que Su Majestad Católica. Unos vivieron en el palacio de Bois y otros en el alcázar madrileño aunque tampoco habría que perder de vista a los Tudor. Un pontífice español Alejandro VI, un Borja, que se lo montaba muy bien en el palacio de San Juan de Letrán, concedió a Enrique VIII el título de Defensor de la Fe y la orden de la Jarretera que llevan siempre sobre el cetro los monarcas de Inglaterra. Buckingham, la Bastilla, el palacio de Carlos V en Toledo tres dinastías cristianas que se pasaron los siglos haciéndose la guerra unos a otros. Tampoco se comprenden pero deben de ser cosas de los intereses y de la política un arma de futuro. Esta escopeta por lo visto la carga siempre el diablo. Por ende, de esta rancia rivalidad histórica Londres-Madrid- París se pueden hacer bastantes cábalas y extraer algunas conclusiones. Mientras la monarquía gala feneció en la guillotina, la mayor parte de nuestros reyes murieron en la cama o en el exilio. Ninguno subió los peldaños del cadalso. ¿Es esto un indicio de superioridad o una desventaja, Numen? Más preguntas a la esfinge
—Todo se andará. No hagas tantas preguntas a la esfinge, Remigio, que te puedes convertir en estatua de sal.
—Es una maldita costumbre mía: mirar para atrás.
—El que venga atrás que arree.
Al joven corresponsal le bastaba con saber que el ultimo sucesor de Recaredo llevaba el camino de convertirse en un nuevo Witiza asediado por el espectro de don Opas y de don Julián porque lo que juró perjuró. Oriol V por la gracia de Dios se dedicó a sus motos a sus salidas de incógnito y a la cinegética más diversa en el más amplio sentido de la palabra. Émulo de Felipe IV el que no podía parar y hasta llegó a ser galán de monjas y rondar novicias del convento de san Plácido, a su sucesor se le rindieron mujeres bellísimas como aquella murciana cuyo marido montó un circo, apetitosa y carnal, mujer muy inteligente, sandía que no salió badea de los marjales de la huerta del Segura. Tambien hubo cantantes, marquesas, duquesas, mujeres de rumbo que brillaban en los escenarios o en las tribunas de la política (se dijo que la retrechera doña Nadia Torrubia figuró en el padrón de sus adoradas) cupletistas e incluso tataranietas de Von Bismark. El rey Oriol debió de ser un canciller de hierro todo un toro bravo en la cama. Fue un monarca constitucional, eso sí, yendo con pie derecho por el carril de Fernando VI. Vayamos todos y yo el primero por la senda de la constitución. Gracias, Majestad, por traernos las libertades aunque anduviera vuesa merced con malas compañías. Tranquilo, Yordi, tranquilo. Su voz sonó por teléfono la noche de los cuchillos largos. Fue un golpe de opereta exquisitamente planeado por sus mentores de Supraba. Los súbditos del rey que rabió no sabían que acabarían siendo más pobres y menos libres en Samarcanda que dejó de ser el país en que cada uno pudiera hacer lo que le diese la gana, pensar con su cuenta y tener trabajo, un bien que escaseaba cuando abdicó la corona a favor de su primogénito. El Caganet que  en temporada de esquí iba a entrevistarse con el monarca en zapatos  se le veía en el telesilla meneando los pinrreles, cuando todos iban en traje de faena para esquí y botas ferradas, cantaba muy bien el Virolay y que cuando era alférez de la IPS franquista hacía senderismo y escalaba montañas nevadas por las cumbres Montserrat, también nos salió rana. Enjuagues, sobornos, estelionatos, pufos, gatuperios, ese meter mano en la caja en incesante metisaca, que el que mucho quita y nada pon pronto alcanza el hondón, tuvo en España muchos adeptos. Y maletines de dinero camino de Andorra y de Suiza. Todo por la patria. Visca Cataluña y España nos roba, una frase que obtuvo todas las garantías de curso legal en el rugir de la jauría. El rumor empezó a circular por Barcelona: España nos roba. ¿No será al revés? La pela es la pela. Madrid les hizo más concesiones a los catalinos –Jotapedos  les permitió a los de la Generalidad el 20 por ciento de lo recaudado por la hacienda pública, don Alex Jaguarzo un tío con bigote  y don Jovito Tineo que regentaba una cuadra de asturcones, otro cacique, mejoraron la norma a un 40 por ciento- que ningún otro gobierno de la esfera occidental hubiese permitido pero aquello resultó una verdadera cacería una verdadera corte de los milagros en pleno siglo XX. Cualquier otro estado federal con una policía propia e incluso con un ejército propio como pretendía don More-or-less, el que nunca estaba conforme, nunca se saciaba, pedía más. A los catalanes les hizo la boca un fraile. Crecido como estaba por los muñidores internacionales y los centros de poder estratégico y del dinero sionista. Remigio Bermejo, ya septuagenario y añorando sus años londinenses, mirando desconsolado como Quevedo para los muros de la patria suya, se preguntaba si el conflicto de los Balcanes y el de Ucrania no se repetiría en la Piel de Toro ¿Quo vadis, Hispania? Cataluña, ¿adonde vas?
Agapito Arévalo un abulense voluntarioso oscuro falangista pero dotado de cierta audacia y simpatía, y lleno de juventud y buenas intenciones, por más que el infierno se halle empedrado de buenos propósitos, fue el elegido en despecho de sus ignorantes detractores. Arévalo era un caballero cabal, políticamente no demasiado instruido, pero intuitivo y de un gran olfato. Nunca robó ni utilizó la función pública para forrarse. No como otros que también se decían del partido único: don Maromo Quintanar,  Severiano Mañas, los hermanos Quiegre y otros grandes epígonos del ámbito de la información, radiofonistas millonarios el Cantarranas, el Bombas, don Ramiro Enalmagrado y otros muchos más, todos gente ruin que no pensaba más que en el dinero y se hicieron millonarios con el consenso. Austero, ático, hético, pues hubo una época que se alimentaba de café y huevos fritos y ético porque nunca llevó sus dedos a la caja, simpático, guapo, les caía muy bien a las señoras, lo cual es muy importante, por su buena percha y su afable sonrisa. Le dejaron solo como a Romero Robledo y el monarca lo traicionó o mejor dicho lo traicionó. Oriol Quinto nunca se distinguió por su generosidad, tampoco por su agradecimiento, con gran disgusto de su paisano Vitorino Moraña la mejor pluma que había en España por aquellas calendas, haciendo honor a su apellido y a su origen las Morañas que decía Lope de Vega que daba el mejor trigo de España. Volteriano algo maquiavélico buen periodista y bien dotado para el bello sexo don Vitorino figuró entre sus asesores en el tardo franquismo con sus “Cartas al Príncipe” Y cuando fue coronado el tan deseado príncipe de las libertades y la democracia no le hizo caso. Don Vitorino se murió de despecho en su piso del barrio de Salamanca, echando pestes contra los dinastas, él que era tan fino y poseía aquella labia.
Muchos de los que honramos su memoria acudíamos a O´Donell 24 segundo piso, llamamos al timbre, abría la criada que nos convidaba a güisqui y nos presentaba al fantasma del insigne escritor, rehecho y elegante que al andar echaba la cabeza para atrás,  con  la displicencia, señorío y desplante de un gallo de corral, la boca grande, una lengüeta de pelo escaso como remate a su frente despejada, las gafas grandes pues le gustaban las tetonas y los lentes poderosas y la boca grande como su risa mefistofélica, que Vitorino nunca sería un bocazas sino un mecenas de las nuevas remesas de estudiantes que al periodismo llegaban.
El fantasma de don Vitorino que hablaba pausadamente y mucho recochineo chipendi como los de Arévalo debía de pensar ya estan aquí otra vez estos, llamaba a su mayordomo y exclamaba:
—Trae algo de beber y recado de escribir. Déjalos que se desahoguen, Julito.
Inmediatamente se presentaba su redactor jefe de noche, Julio Merino, aquel insigne cordobés de la patria de Lucano que tenía maneras siempre en la redacción de sargento de semana y gritaba a voz en grito:
—Venga, ¿está esa pagina?
El confeccionador acudía con el diagrama diseñado de la maqueta de la edición de mañana y una botella de Johny Walker. Entraban como una exhalación Raúl del Pozo, Jesús Hermida, Cristóbal Páez, Chus Amilibia,  y aquel santanderino que nunca paraba la maquina que escribía de deportes y al que llamaban Kubala, y una nube de fotógrafos de los que el inmortal Santiso era el edecán (donde ponía el ojo de su objetivo saltaba un titular) con mirífica sonrisa de adulación “sí señor, director” y por supuesto Rosana al que seguía cabizbajo y cegatón como un borrego rezagado Jacinto Antón, especialista en criminales nazis. Déjales que se desahogue, Julito, que en el infierno descansarán. A última hora y ya a punto de cerrar la edición entraba casi habiendo perdido el abrigo y el bofe en el montacargas Julito Camarero que traía una serie de reportajes sobre la muerte de Gary Chesman en la silla eléctrica.  
Nada es lo que parece. Por desgracia vivimos en una era virtual bajo el dominio de la apariencia. Prepondera el accidente sobre la sustancia y el hecho consumado sobre la causa real. Nuestras mentes son albergue de esa ficción supositicia de mensajes subliminales en que se basa la nueva religión de la propaganda y la publicidad.
—¿No fue siempre así?
—Tal vez sí. Lo que ocurre es que con los medios de masas y la noticia instantánea la cosa parece más grave.
 —No sé yo-replicó Remigio a las explicaciones del Numen- para mí la noticia es sólo aquello que yo quiera considerar como tal. Sólo puede ocurrir lo que a mí me dé la gana que pase.
Bermejo estaba hecho un brazo de mar ante semejantes tejemanejes comineros de la mentalidad política española, todos se creían el ombligo del mundo, hablaban y hablaban pero nadie escuchaba. Se estaba preparando un guirigay que pudo acabar como el rosario de la aurora. Al final, por suerte, la época de las grandes expectativas se diluyó en un período de consternación y resignación. Los españoles vivirían de las rentas y dentro de la impotente burbuja de la queja. Tener trabajo habría de ser un lujo.  Las masas universitarias acabarían en el paro, otros, funcionarios, descornándose a empollar para sacar  una oposición, o, redundantes condenados a comer el pan amargo de las cesantías, los jóvenes se verían en la necesidad de coger la maleta e irse a Alemania como hicieron sus abuelos. Vendría después la generación Nini y la cultura del botellón. El único empleo redituable era la política, herencia de la picaresca, pues a la mayor parte de nuestros tribunos no les guía un afán redentorista de los males patrios o fines altruistas sino que suben al estrado por la pela. Había tortas porque era un coto cerrado por el cual solo podían  cazar los mismos. España fue el coto cerrado de las eminencias grises del tardo franquismo. En la nómina se encabezaba Don Alex Jaguarzo por otro nombre  Bigotitos y su señora doña Caneca, amiga del alma  de doña  Nadia Torrubia alias la Castiza. A esta la llamaban la hija del ganadero, que consideraba al país una finca de su propiedad. Para ella la democracia era un baño de publicidad. Cuando era ministra de la cosa encargaba a su jefe de prensa le preparase un documento contabilizando el minutaje de sus comparecencias televisivos y que le insertasen en el boletín todos los recortes de prensa alusivos a ella. Debía de creer doña Expectativa que el parlamento una tienta. La apodaban la retrechera la que mandaba a los periodistas a tomar por culo. Con una sonrisa entre tímida y prepotente como perdonando a todo quisque la vida estaba claro que la ínclita toreaba de salón. El personal impostaba la voz y se comportaba de una forma poco genuina. El pensamiento único en desbandada trajo consigo la mimesis, la imitación. Señores y señoras dedicadas a la cosa pública que parecían cortados por un mismo patrón. Parecían el resultado de una fecundación en vidrio o el producto de una clonación. Todo al estilo de los Estados Unidos. 
Por último y en el partido de enfrente don Armando Grescas alias Friegue  arco toral del sistema que trajo al mundo don Severiano Mañas, todos los de la escuela sevillana, que estaban en la Ejecutiva, se expresaban con los mismos giros retóricos. Para rematar acabamos en el desastre  del Cejas Circunflejas o don Maudillo Jotapedos que por poco nos lleva al barranco del lobo de la suspensión de pagos. Fue el que entregó los tratos de matar a don Tancredo dos elecciones derrotado pero yo sigo en el lenguaje político de un español no existe la palabra dimisión. Yo sigo  El colofón o la retahíla o la rechifla del periodo que se iniciaba aquella gris y voluptuosa mañana del otoño londinenses de 73 y del que fue testigo de cargo serían los brocárdicos del librero sevillano que mostraba un interés desmesurado por los atrabiliarios versos de Antonio Machado:
—A España no la va a conocer ni la madre que la parió.
Todos los procónsules de la Bética no eran ni obreros ni campesinos sino hijos de militares: los Quiegre se criaron en una colonia de suboficiales siendo su padre maestro armero. Don Casto Reventadero, de un brigada de infantería. Don Severiano Mañas, de un alojero montañés que en Sevilla puso una vaquería. Todos ellos tenían mucha labia y ganas de enriquecerse por más que en su empeño hubieran de pisar los cadáveres de los históricos del socialismo de Pablo Iglesias
Si no hubo tiros fue porque Dios no lo quiso o porque asistíamos al crepúsculo de las ideologías y con tal de tener la nevera llena y el 600 a la puerta con gasolina para las excursiones al Valle los Caídos, había que dejar de pensar y vivir aunque dentro de la cultura de la queja pero se impuso el lema de hay que ir tirando.
Apasionado de la historia de los pueblos y de la literatura, Remigio era de los que pensaba profundo y en alta voz haciendo suya la máxima de los puritanos de Milton “think highly and live thriftly”. Actitud proteica le ocasionó no poso berrinches Verdaderamente estaba angustiado. Acababa de obtener un puesto de prestigio muy goloso entre los que acababan la carrera de periodismo y eso le creaba un cierto grado de angustia y de miedo. Sería bueno haber nacido inglés, tener un empleo menos preocupante y residir en un adosado con un bohío rustico en Cornualles para ir algún fin de semana y dejarse de preocupaciones, empaparse de la magnifica televisión pionera de la BBC cuando el gran David Frost era un oráculo y los programas cómicos y un tanto blasfemos de Alf Garnett ( este diciembre navidades suprimidas… y¿  eso? Pues sencillamente la Virgen María toma la píldora hacían reír a todos los habitantes de las Islas que se atiborraban de elegantes seriales, muy bien hechos y sin “sobreactuar”  porque aquí algunos hay que cenan y zahoran después, todo lo contrario de Cuéntame, una mala imitación de “Coronación Street” y de soap opera. Soñaba algunas veces en las pomaradas de Kent, escuchar el grito de las ocas del corral de Cromwell viajar hacia el Oeste a la Compostela inglesa del Lands End donde los padres peregrinos se embarcaron para el nuevo mundo a bordo del Mayflower. Soñaba despierto. Como siempre. La libertad era un juego, la política una futilidad y la literatura una futilidad pero había que arrojar demonios fuera. Un exorcismo contra viento y marea pero por favor no llaméis ni a la veedora de Prado Nuevo ni al exorcista de Alcalá. El uno está haciendo la tesis en Roma y la vidente en los infiernos.

Iba a cumplir los treinta, su pecho era estrecho y las espaldas cargadas anchas caderas malos dientes pero una salud de hierro sin ser enteriza. Tenía buen apetito y a todas horas ganas de fumar. Sus ilusiones y esperanza los garabateaba en cuadernos escolares “jotters” y toda clase de prontuarios. Manías suyas; vivía rodeado de papeles algún día sería un escritor famoso, obtendría el premio Nadal luego el Nóbel; al cucarro que fue lo consagrarían obispo para recordar la mañana de su clerical tonsura. Dejaba caer el lápiz con anotaciones al desgaire sobre  mil hojas volanderas. Tenía grandes tragaderas buena sensibilidad y registros muy complicados para percibir el mundo que le rodeaba para luego huir de él. Se cegaron algunos caminos, fueron abiertos otros ante él un amor perdido y un pendiente divorcio. Tales contradicciones y mermas las mitigaba un hecho glorioso: haber sido designado corresponsal en Londres.
Le dio a la manivela de la puerta del conductor que no era automática entonces, bajó la ventanilla lateral. Los pulmones se le llenaron del perfume de la campiña inglesa. Su olfato quedó impregnado del aliento primaveral de los vientos ábregos. Ancha es Castilla y hermosa la rubia Albión con los siete condados que conforman la faja prestigiosa que rodean el perímetro londinense, ciudad inmensa. Aquella carretera moría en Cornualles con sus castañares en un paisaje llano y escueto que desembocaba en los blancos acantilados de Dover. El verano acababa de morir. Aceleró. La aguja del cuenta kilómetros marcaba 140 Km.  hora. Rugía la carcasa, brincaba aquejado de un parkinson metálico toda la arboladura del minicooper 850, date prisa.  Hurry up.[7]Tienes que estar en la sala VIP antes de las once.

Linda Barnes era madre de tres hijos de diferentes padres y ahora llevaba el suyo porque el resultado de aquellas efusiones veraniegas y retozos en la hura de Roland Gardens no se hizo esperar. El hijo no es mío. Alf, es tuyo y bien tuyo, no me jorobes. Como le resultaba muy difícil a aquella simpática inglesa decir su nombre de pila cargado de erres le llamaba Alf un nombre muchos más fácil y santas pascuas. Linda era una cockney de buen corazón. Alf,  ¿me prestas cinco libras,  el sábado te las devuelvo? Tengo que comprarle a Brian unos pantalones. Siempre se las daba. Por pascua le regaló una de sus primeras pagas casi enterita y desde entonces era muy amigo de los hijos de su amiga que empezaron a llamarle “dad”. Aquella moza le daba suerte. Frecuentaba su piso al otro lado del río en Kenington un barrio lleno de jamaicanos. A Linda no le gustaban los negros. ¿Por qué no te vienes a casa? No lo permitiría tu patrona esa viuda que se pasa los días asomada a la ventana de la planta noble del edificio acompañada de su gato de Ancora vestida de bata de cola y cargada de güisqui o de ginebra and tonic. Creo que lo sabes la ginebra con agua de quinina es la fórmula secreta de la longevidad, medicina de inglesas carcamales. Siguen el ejemplo de la Reina Madre. They go on forever. Nunca se les acaba el gas. Linda tenía un cuerpo de diosa. Una sonrisa picarona y una melena platino. Cuando se desnudaba recordaba a las esculturas grecorromanas que adornan los jardines del Louvre o era el vivo retrato de Baodicea guiando un carro tirado por leones que surcaba el gario de la fortuna en ristre y portando a mano izquierda el broquel de la castidad y avanzando por el medio del océano. ¡Oh Britannia rule the waves! Era una mujer que lo había rescatado de su naufragio sentimental infundiéndole nuevas ganas de vivir de reír de luchar de escribir. En sus visitas hallaba la ternura que nunca había encontrado entre los suyos. La conoció en un bailongo del Soho, flechazo a primera vista. Your place, my place. Recién llegado para hacerse cargo de la corresponsalía que abandonaba Manolo Adrio que quería volverse a España para cuidar de su padre enfermo de parkinson y escribir de tenis en el ABC, había alquilado una chambra al rabino Herr Weil en Winston Place justo detrás de Marble Arch. Cuando subía a pagarle la renta del mes aquel piadoso judío le hacía lavarse las manos varias veces antes de entrar a su despacho. Creyó al principio que era un pagano (goim) pero cuando Bermejo empezó a hablarle de sus ancestros de Medina del Campo la cosa cambió. Ya no le traía tantas veces la palangana de los pediluvios y las abluciones caseras y casi lo miraba como un elegido. Empezó a sentir afecto por aquel pequeño señor que enseñaba debajo del chaleco arropándole los cuadriles una faja de oración orlada que sonreía dulcemente y se jactaba de haber sobrevivido a los horrores de Auschwitz. Un pedazo de pan, el hombre más tolerante del mundo. En lo único que no era tolerante era con el dinero. Con esas cosas no se juega. Cada poco subía los precios y no perdonaba a los inquilinos un penique.

Había embotellamientos en la Talgarth Road. Acaban de cantar los mirlos y doquiera estallaban besos y abrazos de despedida… see you, love… ta… ta. Humeaba la cafetera. Silbaba el calentador de agua. Londres se despertaba. Millones de personas estarán haciendo lo mismo. Era la “rush hour” y yo estoy aquí bloqueado en medio de un embotellamiento. Mi mente también anda un poco bloqueada. Dicen que el embajador trae a todo un gabinete de prensa y habrá cambios pues es eficaz como el solo. Es un huracán. Entró en el ministerio de Información y Turismo como un elefante en una cacharrería. La calle es mía, pachasco. La falta de sosiego matritense contrastaba con aquel reposo rebozado en puré de guisante y flema londinense. Estos tíos no se asustan por nada. Son duros como demonios. Por eso tuvieron un imperio. Las madres echaban el primer cigarrillo mañanero que es que mejor sabe mientras los maridos, camino del “tubo”, abandonaban el hogar para acudir a la oficina con su paraguas su cartera y un ejemplar del Times bajo el brazo, el aire impávido de “conmuteres!. A su vera circulaban camiones chatos los típicos juggernauts articulados  de morro encajado y muchas toneladas guiados por estibadores y mozos de cuerda y sin teleras. Al volante de estos mastodontes iban mocetones rubios de mejillas coloradas que recordaban por sus rostros exóticos los dibujos de Hogarth. Cien años de revolución industrial habían dejado una huella indeleble tanto en la fisonomía como la moral o la actitud ante la vida. Los ingleses son la gente más fea del mundo –decía su suegro Graham Cox- y para demostrárselo le llevaba al mercadillo de Romford que se celebraba los sábados en la mañana. Por allí pululaban tipos originales y rostros inolvidables que denotaban la peculiaridad de la raza sajona. Mister Cox el padre de Nora trabajaba en una oficina de la City para una empresa dedicada a la importación de madera sueca la teca con que se hacían muebles. Era un señor muy discreto, de su trabajo no hablaba nunca. De esas serrerías escandinava fue representante tambien en Estocolmo el escritor Graham Green. Mr Cox su suegro y el famoso escritor tenían un elegante parecido. Si la obra literaria del autor de “England made me” no le convenció del todo aunque siempre admiró su capacidad de trabajo a redropelo de la inspiración (dos mil palabras al día) la bondad de su suegro quien le perdonó haber cancelado su compromiso matrimonial con Rosalyn en el último momento por presiones familiares a Remigio que trataré de desmenuzar aquí, mas sin entender el absurdo y cruel comportamiento del español, le maravilló.
Inglaterra era un país serio y como Dios manda. En el suyo prevalecía la picaresca y la chapuza. Con todo y eso, no había renunciado al patriotismo. España era para Bermejo la nación perfecta y un buen lugar para vivir. No era un misoneístas, creía en el progreso desde el amor a la religión católica desde un marco crítico y sin cortapisa para la libertad como valor supremo. Y tan abstraído guiaba el auto en estas consideraciones que por poco se choca contra un bolardo de la autovía. Desde la carlinga de un camión lechero asomó la gaita un forzudo y melenudo chofer rubiales y con las patillas de boca de echa. Escupió un insulto. “You mother fucker” invectiva a la que contestó el corresponsal haciendo la peineta seguido de una retahíla de interjecciones del mismo rigor pronunciado con buen acento y manejando un repertorio copioso y barriobajero abundante en el idioma del Cisne de Avon. Él nunca se achantaba y, por tanto, hizo un alarde de la lexicografía de choque al uso con riesgo de su pelleja porque el camionero preso de cólera daba muestras de acelerar su armatoste y engullir al mini entre sus ruedas. Dio un volantazo pisó gas y escapó. Aquel incidente en la autopista  lo tendría siempre como un mal presagio. Siempre se salvaba por los pelos. Se había columpiado sobre el filo de la navaja. Notó sobre sus carnes el miedo al abismo pero al fin había un poder invisible que le sacaba del atolladero y de los líos en que se metía. Tal hecho representaba una constante en su palmarés. Fuck off. Tanto se había identificado con la lengua inglesa que a veces algunos amigos le preguntaban si era irlandés. También pasaba por judío. Había en su habla esa gangosidad precisión y paladeo de palabras que es común a los hebreos de Golders Green. Bermejo no era del pueblo elegido aunque seguramente que en pasado castellano habría algún hijo de Israel al que quemaron en la aljama de Burgos en 1348 cuando los disturbios en aquella ciudad el año de la gran peste. Sus tatarabuelos tomaron las de Villadiego y se fueron a Peñafiel en los campos ródenos de las arribes del Duero. Tampoco parecía el clásico fenotipo español, detestaba el flamenco, no era moreno y con la sorpresa de alguna moza en algunas noches de concupiscencia al pasarle la mano por la tetilla descubría su carencia de vello escapular. No era un pecho lobo. Toda una decepción para aquellas amantes de quita y pon que miraban a España con ideas preconcebidas del “typical Spanish” y la semanita de juerga en la Costa del Sol. Él provenía de la mezcla de sangre del mestizaje, hijo de muchas leches y salpicón de razas al de por junto, ni el mismo en sus contradicciones sabía lo que era, adonde iba o de qué guindo se había caído.
Cercano el gran aeródromo internacional, los aviones pasaban en vuelo casi rasante sobre su cabalgadura de hierro. El mini tiraba millas empeñado en esquivar la furia del viento y el rebufo de los aviones que acometían la aproximación a la llanura de Onslow espantando a las golondrinas con el ruido de sus motores. Abierta la caja de los truenos, se lanzaban salvas de honor al nuevo embajador de España arribando a la corte de san Jaimito. Don Rodrigo era la furia del futuro el tambor de las libertades. Ran rataplan. A mí Sabino que me los como. Allá voy traigo en mis maletas las claves del cambio y del consenso. El General ya no iba a cazar como solía. Se había pegado un tiro en un dedo y comparecía en las fotos oficiales con la mano vendada rielándole mucho el pulso a causa del parkinson. Barruntaban el cambio. Subían y bajaban los correveidiles pululando. Al gobierno le crecían los enanos.
Alfonso Barra vivía en un semiadosado en el barrio de Onslow. La casa olía a queroseno pero aquel tufo de incendiara gasolina no impedía las reuniones de los corresponsales.  Jenny, la mujer del eximio periodista el decano de todos muy hospitalaria y muy estricta en la educación de sus tres chavales y que había sido azafata de la British Airways les servía té con pasta y una tarta por su cumpleaños. Aquel hogar en el que se suspiraba por el regreso de la monarquía era el mentidero oficial la casa de acogida a un estamento que gozaba de gran prestigio entre la clase periodística: Augusto Assía, Julio Camba, Pérez de Ayala, Cifuentes y demás. Allí se rifaba el paraguas rojo de Azorín, se hacían cábalas porque la generosidad de Alfonso y su bella esposa ofertaba un buen mentidero. Las reuniones, pudiendo concluir en tenidas, habida cuenta del ambiente de conspiración, resultaban vocingleras y acogedoras. El espíritu del 12 de febrero trajo un nuevo gobierno y en el “reshuffle [8]salió elegido don Fernando Piedras Blancas dígase Arias Navarro prestigioso abogado que había sido juez en Andalucía. Raúl del Pozo, escritor de garra y que acabaría escribiendo columnas antológicas en El Mundo hizo este comentario en la linea comunista:
-Ostias ha salido el carnicero de Málaga.
Para Pepe Meléndez el delegado de EFE, un sevillano con mucha gracia y un cronista taurino al estilo de Díaz Cañabate una pluma galana y un gran periodista que firmaba como Pepe Hillo se limitó:
-Tenemos la mantequilla Arias que no es precisamente la del Primer Tango en Paris.
La película que había sido prohibida por la censura en España. Desde Madrid se flotaban aviones enteros a Londres o al sur de Francia para ver el filme en que Marlon Brando como compañero de una jovencita algo morenuca, y unas esplendorosas piernas lo bordaba. Muchos salían decepcionados porque al fin y al cabo lo de la mantequilla no era para  tanto.
Todo se quedaron un poco acojonados pero seguían esperando el advenimiento del nuevo Mesías El Deseado. Moisés Lozano se presentaba en las reuniones en su calidad de representante del órgano dinasta “Cetro y Corona” luciendo su hermosa calva y ojos penetrantes detrás de una montura negra de concha en los que brillaba la chispa de la inteligencia y la ironía. Embutido en su gabardina de Marcs & Spencer y su porte distinguido de militar (venía de una familia castrense de alto rango   que se distinguió en la campaña de Marruecos) Lozano perfilaba crónicas magistrales en el órgano monárquico ironizaba sobre su señorito Juan Tómbolo que le tenía como chico de los recados y se presentaba cualquier fin de semana a hacer turismo por Londres. Una vez le pidieron un diafragma anticonceptivo desde Madrid y el paquete no llegó a su destino. Pepe Meléndez, Pepe Hillo, con su gracejo andaluz comentó:
-No te preocupes, Fonsito, a lo mejor se lo ha puesto la mujer del de Correos.
Meléndez era toda una institución en la pequeña redacción  de su agencia en Bouverie Street, una bocacalle de Fleet Street, rodeada de tabernas en una famosa la del Cedar en Cheese decían que habían enterrado de pie y mirando para Jerusalén al doctor Johnson, y declaraba con su peculiar dicción algo tartaja para el que lo quisiese oír que él hacía el amor todos los días.
-¿Y si un día fallas?
-Al día siguiente echo dos

CONSENTIMIENTOS, ASENSOS Y PROFECÍAS

Heathrow Airport era como el empalme de Venta de Baños pero a lo bestia. Sin estufas y sin puertas carreteras, ni puertas de cuarterón, sólo puertas automáticas que se abrían y cerraban mediante dispositivos de detección, lleno de circuitos cerrados de los edificios inteligentes, aislados de la atmósfera exterior, el aeródromo con mayor densidad de tráfico del planeta era algo más que un punto de encuentro bisectriz y secante de muchas trayectorias vitales (somos muchos millones en el mundo), nos hemos convertido en un número. Él vivía obsesionado por la bomba atómica de la demografía. Este sentimiento se experimenta donde más en un aeropuerto internacional como el de Londres máximo exponente del anonimato global que devora lágrimas y sonrisas. Sobre grandes paneles negros se barajaban fichas con la indicación de los vuelos. Los cuales, al moverse, alzaban un estallido agradable como el cortar de una baraja. Tú das, tú vienes, tu vas. Que te vaya bonito, goodbye to all that.[9] Se anunciaba la llegada de los cerebros electrónicos. Con la inteligencia artificial no habría vuelta de hoja. Un dedo invisible accionaba la palanca de los tableros-índice en movimiento incesante. Heathrow era el templo de las lágrimas y de las sonrisas de encuentros y despedidas. Lleno de sordo bullicio del ajetreo de maletas ¡qué lejos estaba la humanidad del templo de Volutia! Durante cuatro años frecuentó aquel lugar pues tenía una moza en Oviedo Adosinda. Y la cortejaba en plan aeronauta cada fin de semana a golpe de jet y de conferencias telefónicas porque no se había inventado el teléfono celular.
         Conferencia con Bozón. Aquí Londres.
         A ver.
         ¿Está Adosinda?
         Marchó.
         Vaya por Dios.
Así salió la cosa. Amor por correspondencia o a través del cable axial instalado en la profundidad del álveo atlántico abstenerse. Porque para torear y casarse preciso es arrimarse y el que lejos de su lugar quiere casar o va engañado o va a engañado. El refranero era muy preciso para esas situaciones. Bozón la cuenca minera. La telefonista escuchaba aquel absurdo pegar la pava a cientos de millas de distancia y claro luego Adosinda y su corresponsal cuyas crónicas aparecían en el diario de la provincia se convirtieron en la comidilla general pueblo chico infierno grande. El cura que tambien andaba tras la moza estaba al tanto. No hay quien pueda con ellos. El Vaticano esparce sus redes de espionaje dicen que las mejores del mundo conocido y los clérigos se enteran de todo y no sólo a golpe de confesionario.
 ¿Qué fue de ella? Le dijeron que había muerto de un cáncer de pecho, fue uno de sus amores en la universidad. Era una muchacha elegante. Venía a clase con trajes de corte y guantes de cabritilla. Parecía una modelo. La llevó a bailar un par de veces al rancho criollo en el 600. Hablaba poco desde su introversión y su belleza de la cuenca minera. Dado su semblante, podría pasar por la pasiega en traje regional que anunciaba Anís de la Asturiana y aquella canción que ponían en el descanso de los partidos de fútbol de primera regional: “Ay, mamá Juana, yo no me siento feliz sin una copita de anís de la asturiana”. A Remigio, perdido como andaba en estas cosas del amor, le recordaba a Dulcinea del Toboso una situación en que uno amaba por dos caballero de la triste figura un desastre absoluto. Aquella relación no tenía ni pies ni cabeza. El sagaz reportero no sabía que se había enamorado de una desconocida. Adosinda con su nombre de reina únicamente podía existir dentro de los predios de su imaginación. Heathrow le recordaba aquel amor absurdo que intentó sostener a golpes de reactor. Uno y otro se autodestruyeron mutuamente. Recordarlo le producía una cierta quemazón interior en el que se confundían la rabia el arrepentimiento y el sonoro que dio en aquella noche toledana o más bien ovetense cabe los arces y robles del parque San Francisco testigos de sus lágrimas en la noche más triste de su vida. ¡Maldito Erifos! Se veía en la sala de espera aguardando el embarque en la puerta de Iberia leyendo novelas de Chejov de Clarín y de Graham Green. En uno de aquellos viajes de fin de semana se leyó “Travels with my aunt”. Aquella novela fue un libro funesto. Adosinda de buenas a primeras rompió el compromiso matrimonial. Todo acabó como el rosario que bien lo anunciaba aquel libro “Viajes con mi tía” Por lo visto se lo pensó bien Adosinda y comprobó que no era Remigio su partido. Un cura amigo había avisado a  la chica que se había casado por la iglesia y aunque el matrimonio hubiese sido anulado por la Rota aquello pesaba como un estigma. No hubo boda. Mejor así pero el desaire le dolió intensamente y recordaría durante toda la su vida  aquella noche de septiembre de 1974 en el parque de San Francisco un locus amoenus de sus ensueños literarios. Por sus sendas que condicen al ábside del primer convento franciscano fundado por el Pobrecito de Asís había paseado Ripamilán el chantre de la Regenta y lo frecuentaba algunas tardes Polifemo aquel militar erguido y tieso siempre acompañado por su mastín el King.  A partir de entonces no volvió a tocar ningún libro de Graham Green. Su escritura estaba gafada por una fuerza oscura el espiritu de las tinieblas. Clarín y Palacio Valdés le habían metido muchos pájaros en la cabeza con su proyección romántica de la existencia. Regresó maltrecho y con el corazón apuñalado a su hura de Londres a su esconce bajaba, al escodadero, la guarida de los renos donde se pegan golpes con la cornamenta, se lamen las heridas y mudan la cuerna. Historias de cuernos. Muy aptas para cornudos son tales residencias. Asimismo su concepto sobre los curas y la iglesia romana sin detrimento de su profunda fe se hizo más suspicaz, nada es lo que parece. Por dentro, sin embargo, iban las heridas. Adosinda  y su cura hicieron la del escudero de Guadalajara de lo que te dije esta noche a la mañana no hay nada. Esta es toda la cera que arde en el cirio Convirtió a todo esto su hura londinense en un picadero. De alguna manera tenía que vengarse de aquellos estropicios sentimentales. Nada de romanticismos y poemas juglarescos.  Las mujeres carne y agua, un entramado de desagües y de cañerías. A veces el imbornal se atora y esta congestión se transforma en la raíz de muchos males. Venus naciendo de la espuma trajo la vida y la muerte al mundo. Rose se encastilló en su mansión Tudor de Hornchurch. Paquita Valdepielagos sólo quería casarse y antes de probar el tarro de miel había que pasar por la vicaría, Adosinda no sabía lo que quería, deshojaba la margarita con aquel párroco de las montañas. Sólo encontró el amor real en Doris transfigurada en una nueva diana cazadora. La carne el sexo y el vino.
En los grandes aeropuertos nos vigila el gran hermano y eso que todavía no se había puesto de moda en GB la instalación de cámaras. Tiempo adelante el espionaje electrónico se apoderaría de las calles las plazas las oficinas los hospitales y los templos como antídoto contra el terrorismo. El hombre moderno es un ser transparente para las autoridades. Entretanto la gente iba y venía. En los setenta dieron comienzo las grandes migraciones. Acudían a las islas oleadas de personas de todos los continentes. La rubia Albión empezaba a dejar de ser aria. A él le traía al pairo aquel mestizaje que aterrorizaba a algunos plumas de Flete Street sobre todo a los directores del Daily Express, cuyo icono de identificación era un caballero templario armado de pavés en el que exhibía una cruz blanca. El amarillismo sensacionalista esparcía la angustia de vivir con la preocupación de ser arrollado dando origen a la xenofobia que por otra parte estaba prohibida por la ley. Esa angustia que lejos de preocupar a las clases dirigentes que vivían encastillados en su burbuja antes bien los consideraba en su poder por aquello de que el miedo guarda la viña, era el agobio de las clases populares. Caminamos hacia la aldea global. Inglaterra desde los vikingos y desde los normandos nunca había sido invadida. Los isleños contuvieron a los españoles de la Invencible, William Pîtt contuvo a Napoleón y los alemanes salieron escaldadas en su lucha por el aire con los pilotos de la RAF.
Al margen de tales consideraciones lo importante es que aquella mañana llegaba el embajador un hecho que cambiaría su vida y él no acertaba en su nerviosismo y confusión a dar con la puerta de embarque en aquel inmenso aeródromo. Andaba un poco perdido como siempre pero rezó un padrenuestro a san Antonio y al instante dio con la sala. Allí le aguardaba toda la tribu. Los corresponsales hacían fila o corrillos con los agregados de embajada algunos miembros del FO y un buen grupo de azafatas y de secretarias. Al verlo llegar Dulcidio Tarna lanzó un vítor con su voz de sochantre de la catedral de Cuenca porque aunque se las daba de comunista no acababa de desasirse de su pelo de la dehesa y sus ocho años de seminario y él le ganaba en dos hasta segundo de Teología órdenes menores un cucarro para que nos entendamos. Todo un acontecimiento social la mayor parte de los políticos los abogados y los profesores y maestros la intelectualidad en suma había cursado estudios eclesiásticos durante la Oprobiosa:
 —Hombre, ya está aquí el que faltaba… qué, ¿se te pegaron las sabanas, Remigio… a saber dónde te metiste la noche pasada
—Me perdí, no encontraba el camino. Esto es inmenso.
Con su porte, mitad  actor de cine mitad gañán, Dulcidio era un representante de la España real un personaje que había aterrizado en la capital británica desde las páginas de alguna novela picaresca. Su prosa era radiante y se movía bien en las alturas de los clásicos y entre  los albañales de la briba, conocía el lenguaje de la cárcel y la gacería de los manguis y los troneros. Pese a su fama de anarco comunista sabría bailarles el agua a los políticos, les caía bien a las marquesas e incluso circuló por Madrid el bulo de que se había acostado con la gran duquesa. Amigo de actores y de actrices, se parecía en lo físico a Paco Rabal. Era el reportero más brillante del vespertino Vértice, la mano derecha de Victorino Morañas que lo envió primero a Moscú donde debió de tener líos con el KGB a causa de su adhesión a Santiago Carrillo. Sus ojos eran socarrones, su sonrisa mórbida y se le reputaba como la mejor pluma de Madrid el ojito derecho de Morañas y el sucesor de Cela. Mucha conjunción adversativa. Interminables batallas y controversias. El que venía, sin embargo, don Gaspar Montesinos era un fin de raza el último de una estirpe un estadista con sustancia. Los que vendrían detrás todos chicos listos guapos cuidadores de la imagen y la línea pero cantaros sin agua. Arrollarían las rubias de bote y los líderes de la ejecutiva y todos muy encantados de haberse conocido. Otro mundo diferente aguardaba bajo el toque de las apariencias y sin sustancia. Los aires globales nos volverían a todos más desconfiados. Muy bien informados pero perfectamente desinformados a expensas de los lavados de cerebro y la frenética actividad de la propaganda. La literatura española se reduciría a García Lorca y un poco de Cervantes al que ya nadie leía y la pintura sólo se llamaba Pablo Picasso. Los vencedores de la guerra civil serían los malos y los vencidos los buenos. Mudaban las formas, cambiaban las tornas. Gaspar Montesinos quería convertirse en un premier a la inglesa entregado a su sueño de restablecer el turno de partidos Canovas Sagasta que tuvo para el país connotaciones trágicas. Había que volver al escondedero y encovarse y no decir ni mu porque el rodillo acabaría aplastando la cresta del gallo. Estaban tocando a misa mayor en la gran catedral de la confusión y el nuevo orden se denominaba Consenso. Dulcidio Tarna añorando sus tiempos de Moscú y de Lisboa en Londres el gran donjuán el periodista con fama de play mozo no se comía una rosca. Decía que aquello era un campo de concentración. Pero allá por los años sesenta una vez que se lo encontró en el Café Cajón de los Cojenes lo encontró transformado en un buen chico de derechas con loas al Zigotitos y su esposa doña Caneca. Era un especialista en panegíricos. Citaba a Shakespeare y lamentaba su merma de no poder escribir en inglés. ¿A qué se debía tal viraje? … Inconsistencias de la vida española. Asi que Londres un campo de concentración pues ahora sí que estamos buenos. Vayamos todos y yo el primero por la senda de la constitución que dijo Fernando VII. Compartía, sin embargo, Bermejo con su colega y, sin embargo, amigo la retranca seminarista y ese afán por la elegancia que siempre distinguió al gran reportero de “Vértice” pues en él todo era vertical desde el sindicato a las chavalas, no debía de entender la línea curva. Lo suyo eran las grandes rectas.
Fumaron juntos el segundo pitllo negro de la mañana que es el que sabe mal. Los colegas habían puesto a uno el mote de “mariscal” al representante de “Fasces y cumbres nevadas” y al otro “Carrozas”. El avión de Iberia venía con retraso. Niebla sobre el Támesis o acaso de la demora tuvieran la culpa las meigas los elfos la ondina y culebras que rondan los ríos revueltos de la política. Pero al fin se presentó el deseado con un aire de prisas la frente despejada y el pelo corto a lo militar una insinuación de barriga la mirada noble y aires de mando. Andaba con un ligero balanceo insinuantes de una incipiente artrosis que acabaría en  paso de bamboleo de bergantín con mar rizada de sus tiempos finales. El embajador orzaba al caminar con el movimiento pendular de un galeón español. Pobre don Gaspar Montesinos el fundador de aquel partido de derechas que acabaría en guirigay. Él fue el apóstol del asenso y el asenso rodeado de una cohorte de pijoflautas y asesores. Lo tuvo claro.
—A trabajar, vengo a trabajar- dijo con su voz de comandante
—Os va a poner a todos firmes – dijo el Agregado naval, un general de derechas, volcando la mirada sobre los periodistas que asistieron contritos y afanosos a la primera rueda de prensa.
Se escucha el rasguño de los bolis y el rodar de las cintas de las grabadoras de bolsillas repitiendo una única consigna vengo a trabajar. Vengo a trabajar. Todos firmes… ar. Les estaba poniendo firmes a unos y a otros a los chicos de la prensa al cónsul a los agregados laborales y militares, a las secretarias mini falderas que iban y venían con un aire de expectación en el semblante y a los topos del M15 que rondaban por allí embutidos en sus gabardinas y sonotones. Hacía en la sala demasiado calor

Winston place estaba en un bajo de la vivienda estilo rey Jorge del que era propietario Herr Weil (con qué unción y acento alemán pronunciaba aquel hombre la palabra “property” y “premises” que tienen un aura sagrada en el idioma inglés) el casero le sacaba los ojos con una renta altísima más de medio sueldo. Su rapacidad  carecía de mesura pero cuanto lucraba mediante el ahorro y la usura no lo quería para sí. Mandaba todo lo que ganaba a Jerusalén pues vivía en la austeridad en el piso de arriba. Aquel superviviente de los campos suscitaba en él sentimientos encontrados. Al principio le pareció no más que un ser repugnante, un usurero, pero acabaría encariñándose con mister Weil casero típico londinense que brujuleaba entre la mística, la observancia de las leyes Kosher, las visitas a la sinagoga y la guarda de los 666 mandamientos y la constante lectura del Talmud que debía de saberse de memoria. Mitad hombre de negocios y mitad místico. En su rostro se reflejaba la correosidad y el afán de supervivencia de una raza tan odiada y perseguida que acabara dominando el mundo. Tolerante y fanático. Inamovible en sus principios pero lleno de dulzura. Casualmente, el joven reportero reparó en un hecho misterioso y es que en sus andanzas por el mundo siempre encontraba cobijo bajo un techo judío. En Nueva York también se encontraba, al llegar, perdido, y dio con un casero hebreo de origen ruso que le proporcionó habitáculo. De fianza le entregó las diez mil pesetas que llevaba en el bolsillo. Lo engañaron pero no tenía otra alternativa. Aquellos hombres del kaftán que vestían a lo talar igual que en la edad media fueron su sino ejerciendo de samaritanos. Conocían los resortes de la economía y estaban en el secreto de la historia acumulando las ganancias inmobiliarias. La clave estaba en el control del “real state” y la palabra “property”, un sustantivo que a su huésped propietario se le iluminaba el rostro Había que comenzar a despachar las crónicas al día siguiente de su predecesor Manolo Adrio que se iba a jugar al tenis a Madrid, escribir en ABC y cuidar de su padre con Alzheimer. Para él el trabajo fue lo primero y procuró instalarse con rapidez. En aquella pocilga donde se las apañó venciendo la resistencia del huésped a instalar un teles – Weil sospechaba que su inquilino era un espía de Franco- estuvo hasta las navidades del 72, le ocurrieron algunas aventuras y llamó varias veces a su ex ofreciéndole la casa y el trabajo tengo un empleo podremos empezar una nueva vida ya no somos pobres pero sus intentos fallidos se medio desesperó e hizo lo que nunca debía hacer atiborrarse de pintas de cerveza en las tabernas de Picadilly. Compró en Portobello una mesa de segunda mano y allí colocó una estampa de san Antonio su protector un diccionario Sopeña el reloj la grapadora, la Olivetti. El gran invento de los ingenieros italianos, su compañera de fatigas por esos mundos y su cachimba a la que se agarraba con bocanadas de humo que conjuraban los malos espíritus y atraían la inspiración. Devoto de aquel franciscano de Padua al que los cromos pintaban siempre joven y barbilampiño, el cual nunca le había negado  y le sacaba de sus extravíos perdidizos haciéndole volver por la gracia de Dios al buen camino, pensaba que aquella estampa con el Niño Jesús en brazos será la mejor contraseña para pasar el rubicón periodístico que acababa de acometer casi a bragas enjutas aunque quien no se arriesga no pasa la mar. La máquina de escribir constituía un tótem. Como instrumento de perfección u de sufrimiento al tener que enfrentarse cada día con aquel panel de las 24 redondas blancas. “Nulla linea sine linea” la escritura formaba parte de su sino. Fuerza terrible. Impulso irrefrenable. El archivo de sus escritos se fue pareciendo al nido de la urraca porque todo lo guardaba sin que después acertara a encontrarlo. La cosa empezó en Winston Place para seguir ganando proporción en su hura de Brunete. Montañas de papel, apuntes, textos literarios, guiones de proyectos abandonados novelas y poemas hojas taladradas y luego amontonabas en gruesos archivadores de arillas y portafolios. Recortes de periódicos con sus entrevistas y reportajes. Prontuarios y manuscritos derramados a lo largo de aquella caligrafía nerviosa y contráctil que únicamente Remigio sería capaz de entender. Nunca ganó un duro con la escritura pero aquel alijo inédito en buena parte sería el legado que dejaba a la posterioridad como testimonio de su paso por la tierra. Confieso que he vivido. Eran testimonio fehaciente de su comezón literario. Ese afán de búsqueda. El estallido ruidoso de su “Pluma 22” aquel artilugio mágico que instaló como una diosa sobre la mesa de segunda mano adquirirá en el mercadillo sería música a sus oídos. Mediante el mismo ametrallaba sus ideas. Disparaba a todo lo que se mueve. Tú eres un tío muy peligroso detrás del tablero de una mecanográfica le dijo en cierta ocasión su amigo Alfredo Somo. El traqueteo de la Olivetti cuando advino el nuevo Mesías Guillermito Puertas que cambió la faz del mundo analógico a lo digital fue sustituido por el bisbiseo confidente y silencioso del PC una herramienta de trabajo que multiplicó por mil la capacidad de trabajo, el mundo entero comenzó a escribir en la pared mane tzel fares. Esto se acaba. Todos escribían pocos leían. Todos gritaban nadie escuchaba, se había acelerado la historia. Todo fluía más rápido. Los inéditos que acumulaba el hombre en los altillos y armarios de su escondite eran el testimonio de su búsqueda. Odiaba los convencionalismos y las ideas a priori, pocos dogmas ideas claras nunca fijas eran parte de su obsesión. Anhelo de un alma libérrima que escudriñaba los secretos de la existencia. ¿Cómo? Relacionado, colacionando, comparando, inquiriendo. En esta búsqueda y en su correosidad, en ese no dar nada por descontado, no hay que rendirse nunca, otros vendrán detrás de ti, se sentía un hijo de Israel, un elegido. El pueblo hebreo habla siempre en primera persona del nos colectivo y mayestático sin importarle un ardite el yo individual. Es la colectividad no el sujeto la que boga la nave de la historia. El todo predomina sobre la parte lo que viene determinado por una relación estrecha o vinculo sagrado con la deidad. La Providencia le había dotado de esa resiliencia característica del Vaso de la elección. El de Arriba los escoge sólo para el dolor. Tienen que avanzar con la cruz a cuestas aunque su casero que consideraba al crucificado un impostor y la cruz patente de corso para toda clase de aberraciones y violencias no entendiera tal extremo. Acaso lo intuía aceptando con una media sonrisa los reparos de su inquilino al Sacrificio Ritual  en el que ninguno de los dos creía. Lo daba la raza. Eran unos excelentes propagandistas, expertos en palabras mayores. Sin embargo, los campos meterían mucha bulla durante las generaciones siguientes. ¿Demostrarían que los evangelios eran una impostura y la crónica de la pasión puro teatro, una historia de buenos y malos trufada de fanatismo? De manera que sobre las cuartillas blancas derramaba a diario el cáliz de su sangre y de su dolor. Tú es Vas Electionis. Al remate cuando andaba perdido y se hallaba de bruces sobre el abismo una mano invisible le libraba de las mismas fauces del dragón. Le parecía lamentable que aquella incesante labor de redacción periodística y de creación no hubiera sido reconocida por sus semejantes. Tal vez cuando te mueras, Remigio. No me vengas con caxagalinas. Tú sigue. Yo sigo. Inasequible al desaliento. Le parecía reconocer su esconce de Winston Place. Gloucester Road era un nombre que sonaba familiar a sus oídos. Tal vez hubiera habitado en una vida anterior. Es el duende de muchas casas inglesas. Un buen fantasma aumenta el precio de mercado porque allí el espiritismo no se cotiza a la baja. Por los corredores circulaba un viento frío de melancolía y en los espetones de la verja de acceso se posaba un pájaro negro graznando con voz desagradable. ¿Presencia inexplicable de algún inquilino condenado por Mercurio santo patrón del dinero y los negocios a reencarnarse en un cuervo? ¿Era uno de aquellos vecinos de la inmensa ciudad que las aburridas tardes del sábado leen la Biblia dan cuerda al reloj y cantan salmos? El mozo madrileño había detectado de presencias espiritistas en toda el área de Marble Arch. Era el ánima de los viejos marinos de la escuadra, buhoneros de Kent y un buen grupo de meretrices que hicieron la carrera por Hyde Park. Los londinenses estan acostumbrados a estas representaciones imaginarias del más allá. En Londres los muertos viven y los cementerios bajo la luna se situaban en el perímetro de las iglesias muy cercas de los lugares de diversión. Los muertos viven adheridos a las piedras que amaron o a la corteza de los robles que besaron donde dejaron escritos los nombres de sus adoradas atravesando un círculo con el dardo de Cupido. Podían escucharse los dirges o cantos fúnebres de las sibilas recordando la peste negra de 1348 y que diezmó la población a través del susurro de las hojas de los arces. Un duendecillo posaba sobre el vaso de su pinta cuando cansado por el trabajo se acercaba a tomar una cerveza a la taberna de la esquina El Caballo Blanco. El gnomo le hacía momos, le sacaba la lengua, se burlaba de Remigio. ¿Cómo te llamas? Punk. Vengo a decirte que tu hija se encuentra bien. Ayer la vi cantar con los niños de la guardería. Es algo pelirroja como esa perilla que tienes tú. ¿Dónde vive? En las conurbaciones del Este. ¿La veré? Anda dímelo Punk que para eso eres un espíritu puro tienes el don de la bilocación y la ciencia infusa. La cosa está peliaguda. Fuiste malo. Celoso desconfiado, crucificaste a Rose. Eres un calderoniano. ¿Entonces? No te aflijas vive tu vida echa en el olvido tus furores que son tus traumas personales y vuelcas en la búsqueda de la pequeña Alucina. No te obsesiones. Tómatelo con soda y los inventos con gaseosa. Ya sé espiritu lo que me dices. Tendré que tomar otra copa. No hay más remedio. Sí beber para olvidar y en diciendo esto Punk se esfumó como si fuera un personaje de un drama de Shakeapeare esparciendo los latidos fantasmales de una noche de verano a su alrededor. La niebla se hizo cockney. Las viejas cocheras habían sido reconvertidas a viviendas unifamiliares donde moraban viejecitas, a la puerta verde de estas casas  se veían tiestos de geranios y macizos de flores en el umbral la indefectible botella de leche y una copia del Times. Londres era el paraíso perdido de los vagabundos melancólicos cuya iconoclasia y su rebeldía temperamental batía el forme de las sendas adoquinadas. No era una ciudad diseñada en linea recta. El mapa hacía muchas caprichosas parábolas evolventes y envolventes hasta que llegas al creciente de una plaza triunfal y al callejear por la ciudad puede sorprenderte lo inefable. Una noche de diciembre al volver al esconce de Winston Place desde el Caballo Blanco (había tomado unas cuantas pero no creía estar bebido) le ocurrió un accidente difícil explicar y que tenía que ver con el ambiente paranormal de los habitáculos de aquella ciudad. Una rubia de curvas insinuantes la maja desnuda le esperaba y le sonreía sentado sobre el confidente donde él acostumbraba a mirar la tele y leer los periódicos de la mañana. Era una mujer de ojos azules la melena desbordante sobre los hombros y un gesto displicente e invitatorio como diciendo ven a mis brazos, querido. Yo sé cuanto has sufrido por esa mujer. Sus gestos eran los de una diosa que apiadada de los mortales había bajado desde el Olimpo hasta el barrio de Marble Arch. No estaba borracho aunque creía ser victima de una alucinación. Demasiado café muchas cigarros varios tanques de cerveza. De pronto, sonó el teléfono ring ring y escuchó la voz profunda del casero que venía como de ultratumba
—¿Hay alguien ahí con usted? Me parece que he visto a alguien. ¿Tiene compañía, mister Bermejo
—Nadie. Aquí no hay nadie, Herr. Weil.
Pues acabo yo de ver descender por la escalera a una de esas buscones que azotan Gloucester Rd el día y la noche. No se puede introducir mujeres en su habitación. Va contra las reglas del establecimiento. No en mis premisas— recalcó el propietario
         Quizá fuese un espejismo, una ilusión óptica por su parte, Herr Weil. Esto no es Alemania. Hitler la espichó. Somos libres en la dulce Inglaterra.
         Pero si yo he visto con mis propios ojos a esa furcia.
         Se habrá colado por las paredes. A lo mejor es un espíritu. ¿Quién cree que soy yo? Jack el destripador.
La rubia en el sofá se mondaba de risa. Come on darling, five quid for a quickie. Remigio colgó el teléfono tambien muerto de risa. Aquel fantasma hacía bien el amor. Y no salió caro el asunto… diez libras cinco por el servicio y cinco de propina. Le quedó el cuerpo como un reloj. Y como vino la rubia desapareció dama de la noche. Fue de esta forma como conoció a Doris que sería en adelante la chica de su vida, le barrió la mente de las telarañas del romanticismo de su mala educación sentimental. Los trasgos londinenses tienen la virtud de los espíritus puros atravesar paredes endebles de fórmica y cristales esmerilados. Son las sombras que se acercan en la noche y enjugan el rostro afligido de los vagabundos como modernas verónicas y la culpa de aquel merodeo la tenían los caseros con su avaricia en su afán de transformar las habitaciones de las casas de los señorones victorianos en cubicuelos rentables. Querían troquelar billetes demasiado deprisa. Las mercenarias del amor atravesaban las paredes de cartón y se introducían a través de los umbrales en sombra espectros fantasmales con cuerpos de mujer que lo hacían de balde siguiendo el ejemplo de santa Nefixa. Las samaritanas de la hora undécima que enjugaban las lágrimas de los vagabundos y desesperados en nombre de la caridad y por amor al redentor. Al día siguiente tuvo la primera agarrada con el huésped:
—La próxima ocasión ponga una tranca en su vivienda, coloque un alamud en los travesaños y alquile una casa en condiciones.
Señor Weil le llamaba varias veces durante el día dando órdenes por teléfono. Haga esto haga lo otro. Había colocado papelitos en el hall de la entrada escribiendo notas y avisos que metía con frecuencia por debajo de la puerta de los inquilinos. Money… money… money. El piadoso rabino se había transformado en un maniático de la seguridad y de los pagos a toca teja. Un violinista sobre el tejado en el piso de arriba. Estaba seguro de que lo espiaba auscultando sus movimientos. Tal vez esta desconfianza era la resultante de su tiempo en los Campos. Se estableció entre los dos una relación de amor y odio y Remigio se temía que de continuar en aquel piso muchos días iba a desarrollar el síndrome de Estocolmo. Auschwitz la Gestapo. Pensaba que el joven extranjero organizaba bacanales en el cuarto de su propiedad.
Property. This is my property and those are my premises[10].
Con qué unción pronunciaba Weil aquellos dos sustantivos que junto con el Almud eran el eje de su existencia. Pero en aquella leonera no había más que papeles, una maquina de taladrar cintas, sus grapadoras sus libros y el cromo de san Antonio y la imagen de la patrona de su pueblo. El telex le servía para mandar sus crónicas a Madrid, los cromos de los santos imágenes ante las cuales se arrodillaba aquel pobre pecador. La verdad era que la máquina que le puso el servicio de Correos era un armatoste que casi ocupaba media habitación, metía un ruido infernal y no es de extrañar que al casero le pareciese un artilugio diabólico. Era el robot de aquellos tiempos. Vendrían después los ordenadores silenciosos. En el bajo de Winston Place donde que creía que se escondían pistolas cruces gamadas y bombas de mano o propaganda antisemita (una tarde llamó a Scotland Yard para que efectuaran un registro) el sorprendente rabino sólo pudieron encontrar los polizontes una estatua de la Virgen de Lourdes fosforescentes y un cristo que le regaló su madre antes de partir. Este crucifijo debió de aterrizar a Herr Weil. El corresponsal en Londres no creía en la cultura de la muerte sino en la vida, el amor, en los despampanantes senos de su amiga Doris y otra visitadoras a las que pagaba religiosamente por sus servicios muy diferente al casero que la buhardilla tenía montado un harén de esclavas sexuales que le preparaban su comida kosher y le lavaban la ropa. Eran musulmanes. Las trajo a todas desde Irán. Unas chicas muy guapas que al verte se escondían o tapaban su rostro con el velo.
Ring ring. Frederick Weil speaking
—¿Qué pasa ahora?
—Estoy preocupado por su seguridad.
—Pues no se preocupe tanto ya soy mayorcito. Además, cuento con la protección del arcángel Miguel baluarte de iglesia y sinagoga.
Al escuchar aquello el rabino prorrumpió en una solemne carcajada. Era evidente que al casero le divertían las excentricidades y salidas de tono de su inquilino.
OBSESIONES

Eso de los judíos era una de las obsesiones del joven periodista quien en momentos de peligros aducía como salvaguarda su condición de descendiente de los elegidos. Por más que Bermejo de judío poco, a no ser el complejo de culpa, sus fatídicas alucines sobre el sexo por algo tan semita como es la pureza de la raza saber quien es el padre y que tu mujer haya tenido un rollo con el lechero y tú en vez de padre seas el padrino que paga el bautizo. Este sentimiento es tan fuerte como la muerte entre los hijos de Abraham. ¿Ser hijo de Abrahán? ¿Para que qué? Valiente blasón. Yo puedo hacer mil hijos de Abraham de estas piedras, dijo Jesús una vez y no le creyeron. Su nariz ganchuda y poderosa pudiera hacerle pasar por tal. Pero su pabellón nasal  vasco con el RH en condiciones o de linajes godos. El que hubiera nacido en un pueblo morañero cerca de Medina tambien pudiera avalar tal suposición; con todo y eso, procedía de labradores, gente del campo que consideran que mediante los estudios y un poco de infustria se puede abandonar la mancera del arado y el trillo. Le gustaba leer ciertamente y sabía muchísimo desbordadamente y sin reglas. El muy bribón citaba sus cuestionables antecedentes mosaicos cuando estaba en peligro. No se trataba sino de un recurso. Quería engañar a una clase de gente que no se deja engañar y engañan a todos, por su resistencia a los embates y su capacidad de disimulo. En realidad sentía un profundo despecho hacia el casero que auscultaba sus entradas y salidas y le exigía por el alquiler una suma desmesurada. En su trayectoria vital se había encontrado con muchos ex presidiarios de los KZ. Si tantos habían sobrevivido ¿dónde estaban los muertos?, se preguntaba. Mediante el control de las prensas y de las cámaras con las nuevas técnicas de propaganda y de espionaje habían transformado su holocausto particular en un dogma de fe general. Quien lo negara iría a la cárcel. Tal embeleco le parecía repugnante. Era una idea fija el afrecho que llevaban los poderosos nazi sionistas al afrecho televisivo al mundo de la comunicación y de la literatura. Vivía acuciado hasta el empacho y la fatiga por aquella manía persecutora. Ellos habían conseguido cambiar la religión cristiana desde arriba infiltrando desde su fondo de reptiles en las covachuelas vaticanas. De hecho uno de los pasajes que más le había entusiasmado de la literatura español es aquel del Estebanillo en el cual un gallego huyendo de galeras engaña a la comunidad sefardita de Rouen diciendo que portaba en su escarcela el polvo de los huesos santos de tres conversos que habían sido quemados por la Inquisición. Era una trola gracias a la cual el rabino de Ruán le da cien ducados para que continúe viaje hasta Paris y dice el comentarista: “muy ufano se sintió Esteban de aquella traza porque pudo engañar a los que engañan a todo el mundo y no se dejan engañar por nadie”. Todo era un montaje. El Gran Hacedor es una proyección de la mente humana causante de guerras y de violencias. Mucha sangre derramada en nombre de la religión. Dios llaméese Jehová o Alá pide sacrificios humanos y oferta sangre a los creyentes en nombre de la pureza de la fe. Zeus Júpiter Belona no eran sino una manifestación de Moloch: La divinidad sanguinaria. Desde luego, admiraba en el pueblo deicida su tenacidad y su capacidad de supervivencia. Para ellos la historia es una pertinaz conspiración que no acabaría hasta el regreso de la gran grey a la tierra de las promesas. Antes de eso pondrían al mundo de rodillas y Europa se convertiría en una de aquellas esclavas iraníes que le lavaban la ropa al huésped, le planchaban, le cosían y se la chupaban
—Más de 300 libras por esta pocilga ¿Tú de qué vas, Federico?
Tuvieron una agarrada. El español se desahogó diciendo lo que pensaba de los de su casta y el otro se puso blanco. Por fin le rebajó veinte talegos y firmaron pacto de no-agresión. Mucho sabes, Bermejo ¿dónde lo has aprendido? Más de lo que me han enseñado. Tengo un olfato finísimo para ventear a los estafadores pero el alma de toda aquella trulla ha sido el chantaje. Con todo, Remigio se sintió importante casi un mártir por haberlos plantado cara al salir en defensa del crucificado. Weil se estaba quitando la máscara. Dicen que el destino del hombre va escrito en las estrellas. Puede que el mío se titulara escrito en tinta simpática en aquella lóbrega pared húmeda donde aparecían junto a letras extrañas rostros de seres desconocidos acaso antiguos inquilinos del chamizo de Winston Place. Él entendía su lenguaje, lo llamaba, por la noche escuchaba entre ruidos de cadenas sus gemidos. Las fotos de mi niña colgaban de una alcayata junto a la estampa de san Antonio el cristo y una imagen fosforescente de Lourdes que le dio su madre antes de partirse en aquella aventura. Nunca la veré. Entablé conversaciones con una abogada judía por nombre Alise y presentamos en Old Bailey una demanda contra mi ex para ganar poder ver a la hija. Perdimos el juicio. Un juez con una peluca blanca que le llegaba hasta los hombros todo vestido de negro qué aspecto más ridículo declaró a Alcuine bajo la tutela de la corte “ward of Court”. Remigio Bermejo durante el juicio se levantó y dio unas cuantas voces pero el tribunal puso a sus requisitorias oídos de mercader, no entendían español. Rosalyn en los bancos de atrás de la sala sentada junto a su abogado enrojecía. Fue la última vez que la vio. Quiso hablarla oída la sentencia pero el rábula que la acompañaba se opuso y salieron por la puerta gótica de los juzgados. Old Bailey estaba al final de Flete Street. Había amarrado su bicicleta junto a una farola y regresó a casa pedaleando con rabia saltándose los discos rojos. Pero esa había sido su táctica saltarse cuantas normas era preciso. Para él no existía la palabra “forbidden” ni “verboten” ni interdit. Para este no hay leyes decía su madre que lo conocía bien. Sin embargo, al final había una mano misericordiosa que le sacaba de los peligros. Se había metido en muchos charcos en la vida la verdad y dios sabe cómo pudo haber salido. Al llegar a su buhardilla se tumbó de bruces sobre el camastro y lloró. Acabado el llanto, salió hacia un “off sales” mercó una botella de güisqui y se la bebió en dos horas. Por poco se muere. Se derrumbó ante la tele blanca y menos donde vomitó toda su amargura empapada de alcohol. Cayó de bruces de cupito prono y se hubiera sido la postura de cupito supino se hubiera ahogado con la vomitona. You are a lucky man. Eres un tío con suerte. Y Rose que le conocía igual de bien decía “siempre caes de pie”. Yo era un iniciado, me sentía un elegido, un seguidor del crucificado al que Weil y su jarca maldecía.
Un viernes santo hubo una tenida en el piso de arriba. La sinagoga compró un cerdito y lo introdujeron entre gruñidos en la vivienda. Lo subieron por la escalera entre quince o veinte tíos. Tipos muy extraños casi todos con gafas cortos de vista pues según los oftalmólogos- la presbicia es endémica entre ellos de tanto leer el Talmud y de afanarse ante la Escritura- tipos altos morenos todos tocados con un sombrero de antes de la guerra del mismo color de la dulleta negra aunque la camisa era blanca algunos llevaban coletas y tirabuzones que les daba un aspecto anticuado y ridículo vuelta a la edad media todo el gueto de Golders Green parecía haberse dado cita en la casa del rabí. A Bermejo le daban escalofríos al escuchar el estremecedor gañir del gorrino. Parecían casi humanos aquellos gruñidos. Para sofocar los alaridos del gemebundo animal inmundo uno de los congregantes le metió entre las fauces todo un ejemplar del Nueva York Times y el rito sacrificial prosiguió a cencerros tapados para no alarmar a la población que medio Londres se estaba asomando a las ventanas y una paisana desde una corrala les lanzó un orinal al grito de agua va. Ni se inmutaron los verdugos que aguantaban el chaparrón.
Seguían clavando cuchillos y pegando voces. Fueran siete tajos a lo largo del cuello y uno por entre los ijares, el que hacía las veces de diacono con una solercia propia del matarife acostumbrado a segar prepucios a voluntad cortó de un tajo el rabo del marranillo. Consumado el sacrificio desde la toza lo elevó, después de abierto en canal (los entresijos y mondongos quedaron a la vista y a estas artes cisorias la llamaban el oficio de retajar), izáronlo sobre dos maderos entrelazados y entre carcajadas y gritos conminaban a la res a que resucitara. “Si eres hijo de dios baja de esa cruz”. Mas, el cerdo, quieto. Lo habían aspado como a san Andrés. Los de la tenida se desternillaban de risa o proferían conjuras y alabanzas a Jehová. Los veinte siglos que median entre la muerte de Cristo y los otros veinte desde su Resurrección hasta nuestros días debieran de aparecer indignados ante semejante ultraje. Las carcajadas de aquellos esbirros retumbarán siempre entre nuestra memoria. Yo me preguntaba si estábamos en un país de Europa o retrocediendo mas de mil años en la clepsidra de la historia habíamos vuelto a los autos de fe y las ordalías medievales. A Remigio que observaba indignado estos hechos desde el montante de su escondrijo no le llegaba la camisa al cuerpo. Tuvo el presentimiento de que el encono no era acabado y la civilización volvía a batir sus espadas en el campo de batalla de la religión. El casero, el efod o estola ritual sobre los hombros y un garrote en la mano de punta ovalada diseñado conforme a un proyectil balístico intercontinental, entonaba oraciones amenazantes que se sabía de memoria y profería de forma rutinaria y fatídica. Toda la congregación parecía poseída de un fervor místico. Se les ponían de punta los pocos pelos de la calva a los más viejos y a los jóvenes se les erizaban los aladares de los tirabuzones. A todos se les salían los ojos de las órbitas. La crucifixión del marrano era un anticipo de lo que volverían a hacer con muchos con los incautos con los tibios y con los crédulos. De pronto la boca del oficiante se hizo tan grande que se podía jugar a la rana dentro de su persona. Todo el corral era un río de sangre igual que la vivienda. No hicieron calduchos ni mondongos. A una indicación del superviviente de los campos bajaron las criadas iraníes que Herr Weil ocultaba en el piso de arriba donde tenía su harén y sus libros de rezo con cubos mopas y escobas y dejaron el césped impoluto. A una de aquellas mozas que se hacía la roncera y no podía disimular su asco le hizo limpiar los charcos de la matanza con la lengua. Al escuchar los ruidos se acercó un policía con sus típicos andares despistados de “bobby” y toda la flema de Scotland Yard:
  Hello hello what is going on in here[11].
Tenía unos zapatos descomunales según la norma y el numero que calza Scotland Yard pero el silenciero que vigilaba la puerta del local dijo que se trataba de un guateque con música de baile. El guardia siguió su ronda arrastrando sus enormes zapatos y su flema tradicional. Quemaron posteriormente a la res y no quedaron ni los huesos. Encendieron el brasero con un material fulminante una bomba de neutrones anticipo de la desolación que habría de venir. Una extraña llama azul gigantesca iluminó el recinto. Me pareció que en lugar de un pacifico jardín trasero del barrio de Marble Arch nos hubiéramos trasladado a un campo de pruebas de la NASA o una base de pruebas nucleares como la de Alma Gordo. Pero la cosa no paró ahí porque al poco rato se produjo un pequeño terremoto y el sol a causa de un eclipse no quiso emitir sus rayos para no alumbrar escena tan pavorosa. A la mañana siguiente la prensa habló de este extraño suceso refiriendo cómo algunos testigos vieron abrirse grietas en los muros del parlamento de Westminster y una de las campanas de la catedral de san Pablo la más gorda la del segundo templo mayor de la cristiandad se rajó. Dejé a Remigio que cablegrafiara a Madrid – era el tema del día- el portento de aquel viernes santo pero en la redacción se lo tomaron a broma. Le preguntaron a mi pobre colega si había bebido. “Oye, Remigio, que hoy es Viernes Santo. No el día de Inocentes. Menos lucubraciones literarias, no hay que hinchar el perro y hay que ir al grano”. Nos cabreamos mucho con aquella salida de pata de banco de nuestro redactor jefe y optamos por mojar en cerveza nuestro desaliento. Pero como era viernes santo uno de los pocos días en que en Inglaterra no abren los pubs nos fuimos a dar un garbeo por la esquina de los oradores de Hyde Park. Precisamente uno de los predicadores laicos subido a una escalera anunciaba el fin del mundo y llevaba sobre las espaldas un cartel que decía: “The end is at hand”. Los que le escuchaban también se reían y tomaban a chirigotas aquellas advertencias apocalípticas que nosotros acabábamos de experimentar tras el conciliábulo de la matanza del animal más impuro. Será todo lo impuro que quieras pero que ricas estan las criadillas. ¿Y la zambomba? Vale para jugar a la pelota. Oh generación incrédula e inicua. Nunca llegue a sospechar que pudiera albergarse tanto odio y tanto afán de revancha en aquellos supervivientes de los campos que querían acelerar la llegada de la humanidad al valle de Josafat. Por navidades vino a visitarle su hermano Favilo y le dijo que aquel casero era un chupasangres. Y que lo digas, hermano. Es un chupasangres con todas las de la ley. Asi que el día de Nochebuena abandonamos Winston Place para no volver allí nunca más. Cambiamos de hospedaje pero no de condición porque la nueva huespeda una vieja aristócrata que le alquiló la hura de los Jardines de Roland le dijo que en el subterráneo habitaba un fantasma. La mayor parte de las residencias de la parte antigua contaban con la presencia de un espiritu. Y muchos alquileres se cotizaban al alza por este motivo

 

Verano del 66

El verano del 66 no fue un verano como los demás en Madrid mucho más ardiente que de costumbre. Hubo seca el personal se duchaba poco y en la línea uno el perfume de los sobacos olía que tú no veas pero Bermejo nunca estuvo tan contento; había acabado periodismo y estaba en quinto de carrera en Románicas, entró de prácticas en RN. Confeccionaba con otro que se llamaba Albeniz (el pobre acabó loco y se suicidó)el programa gaceta de los deportes y lo hizo bien. Estaban los jefes contentos con su trabajo y al final de las prácticas le ofrecieron quedarse fijo, una oportunidad que despreció en la vida porque quería marcharse a Inglaterra a mejorar su inglés. Con su primea paga se compró a plazos un 600 en el que salía con sus primeras novias a dar paseos, a misa al cristo del pardo y luego a los mesones. Remigio Bermejo era un fulano con suerte. Oh lucky man aunque ingenuo e ignorante de la vida. Empezó a olvidar sus traumas a fumar de su tabaco (celtas cortos y celtas largos luego se pasó al canario con boquilla nunca al rubio puro sabor americano que manía eso del fumeque; fue aquel tiempo unos años de humo de vino y rusos y besos furtivos en el Paseo de rosales. También con el jornal que ganaba pudo comprarse sus propios libros sin necesidad de tener que acudir a una biblioteca publica que había en la avenida de José antonio hoy Gran Vía. Se extasiaba ante el escaparate de la Casa del Libro y barajaba nombres Delibes Cela Gironella Carmen Laforet, Dolores Medio, Tomás Salvador. Un día sería como ellos. Con un poco de suerte ganaría el premio Nadal o al menos quedaría finalista. Conseguir aquel galardón literario que se daba la Noche de Epifanía en Barcelona era su sueño dorado, la razón primordial de su existencia. Por ese cabo todo serían decepciones. La suerte le volvió la espalda pero él seguiría persiguiendo la mariposa encantada a lo largo de su vida. Una grafomanía sin límites era la manifestación de su fuerte convicción. Empezó a acumular papel que en el transcurso de los años se convirtió en una troje considerable casi un silo hojas volanderas de la ilusión que porta el viento. Su obra ingente se esparcía por cientos de cuadernos y textos mecanografiados en largas noches de incesante quehacer dormían el sueño de los justos sin perder la virginidad y ver la luz de los tórculos. A ese fenómeno le denominaban los profesionales el duende de las imprentas y dentro de su persona ese duende o comezón de la cuartilla en blanco en los que daba besos al mundo, suspiraba versos por sus amadas o plasmaba su desgarro alentaba muy vivo. Demasiado denuedo para tan poco éxito. Con la gacetilla nunca vio un duro aunque consiguió vivir de la pluma mediante el oficio periodístico. Aquello fue el parto de los montes. “Parierunt montes raquiticus mus". ¿Cómo pudo ser tal fracaso? Tal vez sería su malage o su sino, tampoco le importaba demasiado este desabrimiento de las musas. Él seguía amarrado al duro banco que le hacía crecer las posaderas y amontonaba lardas de grasa en los cuadriles llenando su cabeza de humo. Él seguía redactando persiguiendo a sus propios sueños. ¿Era un iluso? Tal vez sí y tal vez no. Tantos caracteres, tantas oraciones, tantas sílabas, cuantas oraciones subordinadas y principales, el acervo crecía con el paso al tiempo que su figura se volvía más rechoncha y aumentaban los kilos. ¿Y tanto esfuerzo para qué? Si ya no leía nadie y por todas las partes las campanas del orbe tocaban a clamor anunciando la muerte de ka divina literatura. Tales dudas serían un trauma. Pero la única cura contra semejante flagelo era continuar dándole a las veinticuatro redondas blancas.


HULL OREANDA

21/07/2019

El día de san marcos de 1945 comenzó el asalto final soviético a Berlín. Remigio Bermejo desde su hura en Oreanda que se había convertido en un hermoso ventanal desde donde se divisaba la Sierra del viento y los altos majestuosos de las Siete Bellotas cubiertos de pinares eucaliptos castañares y alisos en sus humedales y hondonadas recordaba la fecha fatídica hojeando sus papeles y escuchando sus misas en ruso. Había progresado en la vida porque ya no eran sotabancos ni buhardillas sus residencias ni tenía que vérselas con propietarios tan desagradables como aquel Weil, los Lilly de Falmouth Street la huespeda polaca de Pearson Park o los renteros de los rascacielos neoyorquinos. Era propietario de una casita de campo cerca de la accidentada playa del litoral cantábrico. Desde el mirador de Oreanda se veían los ancones y radas que conforman el trazado pintoresco de la costa. Precisamente vivía a pocos metros de la ensenada desde donde zarparon los galeones de los descubridores de Norteamérica. Un lauredal protegía la casa de los nordestes y había plantado en el jardín varios manzanos, un avellano, un peral, un niso y un cerezo y tres ciruelos de ramas extendidas y esplendentes; uno daba la jugosa diaprea jaspeada; otro oruelas, duras y salutíferas, y el otro, claudias. Una limonero que crecía al lado del muro de la alquería de los quinteros también rendía copioso fruto por entreaño.
Al amor del fuego de la chimenea donde ardían tueros de mimosa y de castaño se sentía un viejo feliz que coacervaba sus recuerdos, confrontaba sus diarios y rumiaba sus vivencias el antiguo corresponsal de Franco en Londres y en Nueva York. La senectud estaba representando para él la plenitud y la edad dorada de su vida. Se sentía orgulloso por de más de no haber cometido felonía contra ninguno de sus principios ni renunciados a sus creencias cuando todo en rededor suyo parecía que se movía. Al acercarse al final de sus días creía haber alcanzado si quiera con la punta de los dedos el objetivo de la aurea mediocritas en la que tanto insisten los autores de nuestro Siglo de Oro, la descansada vida del que huye del mundanal, impera sobre sus instintos y renuncia a las riquezas o al amor carnal que no es más que una palabra del diccionario. Buscándolo en sus devaneos que ahora le causaban melancolía e hilaridad había consumido demasiada energía. Se acodaba de Alcuine y no había olvidado a Rosalyn a la cul felicitaba por su cumpleaños el día de santa Martina pero de su segundo matrimonio obtuvo cierta quietud y si no la felicidad plena porque eso en el mundo no existe al menos un periodo de conllevancia o tolerancia. Hizo el bobo demasiado tiempo vivió al estricote pero pasaron aquellos días de disipación. No así sus preocupaciones políticas. Continuaba erre que erre con el monotema de la conspiración. Se había muerto Gunter Grass un novelista que admiraba la víspera de san Marcos precisamente en el septuagésimo aniversario del último y feroz ataque de los rusos a Berlín.
Después de leer el “Tambor de Hojalata” se dedicó a estudiar la lengua de Goethe compró manuales de gramática diccionarios y se matriculó en la universidad Complutense. Allí topó con un profesor indeseable que por orden de arriba le suspendía en todos los exámenes y hubo de abandonar el empeño. Fue a finales de los 80. gracias a su radio de onda corta grababa las emisiones de la Deutsche Welle y de Radio Berlín. Estaba escuchando dicha estación cuando cayó el Muro. No progresó mucho pero al cabo de esfuerzos podía leer alemán casi sin necesidad de diccionario. Gunter Grass le pareció uno de los grandes escritores del siglo XX por encima incluso de Thomas Mann o Bertoldo Btrcht. Fue el impulsor de la “Trummer Literatur”. En su visión nos ha ayudado a entender lo que ocurre detrás de la cortina de la actualidad un mundo tecnológicamente avanzado pero cultural y moralmente en ruinas. Al cumplirse el LXX aniversario de lo que los rusos denominan la guerra patria y celebran con todo el triunfalismo convendría recordar la ferocidad de aquel Armaggedon: diez millones de desplazados de la Prusia oriental, mujeres violadas, cientos de alemanes fusilados. Las hordas del primer envite contra la capital del Reich eran calmucos, ubztecos, georgianos, afganos, mongoles y tenían por normar forzar a todas las alemanas que se encontraban en el camino desde ancianas de 80 años hasta niñas de cinco. El robo y la pecorea de la soldadesca fue bestial. El caballo de Atila pisó los arcos de la puerta de Brandenburgo, se llevaban de las casas allanadas la porcelana de Sajonia los relojes de cuco un reloj de pulsera valía un dineral para aquellos hunos y hasta los grifos de los lavabos arrancaban y se los llevaban a cuestas. Nunca habían visto un retrete ni sabían para que sirviera una ducha. Los aliados tampoco se quedaron atrás en la pecorea y el estupro. Las fuerzas de choque de la 82 división aerotransportada casi todos eran negros (la carne de cañón de la primera avalancha de todas las guerras) y se acostaban con las valkirias alemanas bajo la consigna de pisotear los principios de la superioridad aria de los hitlerianos. La propia madre de Gunter Grass fue violada tres veces por un pelotón de soviéticos y el propio escritor dados sus rasgos mongoles asumió que pudiera ser la consecuencia de uno de aquellos actos salvajes. Su ciudad cambió el nombre germano de Danzig de  por el de Kaliningrado ruso y ahora es Gdansk en polaco.
A lo largo de su obra escrita en un elegante alto alemán que recuerda un poco los párrafos elevados de Lutero no deja de recordarnos la salvajada que supuso el Día de la Victoria… Povieda… ¿muerte, donde está tu victoria? El autor del Tambor de Hojalata que los grandes industriales del Rhur de la Bayer y de la casa Mercedes, los Krupp los Flick, los Farben, los Thyssen eran de ascendencia hebrea. Utilizaron al “cabo austriaco” como cimbel o azagaya en su proyecto de dominio universal. En el  bando de los comunistas llevaban la estrella roja en el chapeo y todos los líderes de la revolución bolchevique presentan el mismo origen. De ahí las suspicacias de Grass hacia Israel que lo convirtieron en un escritor maldito pero en sus libros resuena el tamboril de hojalata. El holocausto nazi por supuesto pero pocos se acuerdan del bombardeo de Dresde un martes de carnaval 13 de febrero de 1945. el fósforo de las fortalezas volantes de bandera inglesa primero y más tarde de los “amis” arrasó la Florencia del Norte. Más de un millón de muertos porque en estadísticas siguen sin ponerse de acuerdo los autores. Nunca se sabrá porque aparte de los residentes Dresde, la Florencia del Elba, era lugar de acogida de miles de desplazados del Este que venían huyendo de los rusos en la esperanza de obtener un trato más humanitario de las democracias. Entre los fallecidos se encontraron los cuerpos destrozados que disfrazados de máscaras salieron, ajenos a la guerra, a celebrar la Fastnacht martes de carnaval. El horror volvió a repetirse en Colonia y en Hamburgo. La guerra estaba ganada pero había que ofrecer más vidas inocentes a Moloch.
Bermejo que hasta aquel día había simpatizado con los rusos abrió los ojos recordando a aquel gospodín Ivanov que siempre que volvía de la Unión Soviética le convidaba a cenar en los mejores restaurantes de Londres, le traía vino fe Georgia e incluso le invitó un día a su casa. Le preguntaba cuestiones sobre España y la gente de la embajada pero él confundiendo nombres y dando pistas falsas consiguió salir airoso de tales trampas que le tendía el KGB. Esta organización policíaca es inescrutable como impenetrable en cierto modo orgulloso y antipático es el pensamiento ruso de la clase dirigente. Actúa en círculos concéntricos cada uno de ellos independientes. Si pasas la primera arilla te queda una tercera y una cuarta y hasta una décima. También decrecieron un tanto sus entusiasmos hacia la ortodoxia rusa en la que vio la salvación de su fe cristiana. El patriarcado moscovita opera como organización subsidiaria del KGB. El alma rusa es como una matrioska. Empiezas a desenfundar muñecas superpuestas una dentro de otra y no se alcanza nunca el final. Bermejo aparte de hacer bastante el tonto y caer en no pocas contradicciones reparó – y ese era el título de una novela de Gunter Grass- que había pasado demasiado tiempo pelando la cebolla dando vueltas al laberinto. Preguntaba constantemente a la esfinge. Ésta hacía la estatua embutida en su mutismo, mitad humana mitad animal, cabeza de vestal y cuerpo de leona aposentada y circunspecta en lo alto de un pedestal. Pero en eso consiste la vida de un intelectual perdido en el dédalo de las preguntas sin respuestas. Seguiría rezando el padrenuestro en ruso y cantando las maravillosas letanías del rito eslavónico. Al fin y al cabo no era más que un Robinsón de la casta sacerdotal huyendo del mundo que sólo le había deparado desengaños y fracasos. Nada es lo que parece. Tampoco Putin y aquellos rusos ferocísimos que izaron la bandera roja con la hoz y el martillo en lo alto de la Chancillería. Poco más. Siempre sería un extranjero en aquella religión que no era la de sus padres la que mamó de niño pero que enriqueció en cierto modo su fe cristiana y daba gracias al Señor. Se mantendría firme en sus principios de desenmascarar a la bestia que reptadora de escondrijos para engañar a los incautos o el león rapante buscando a quien devorar. Oreanda era su Arcadia y su Tebaida particular. Veía TV por el satélite en especial emisoras alemanas desdeñando la producción nacional integrada por el peripsema (mentemos lo en griego; mierda y basura moral) de las estaciones patrias avaladas por los herederos de aquellos que organizaron el gran zurriburri de la segunda conflagración apoyando a los dos bandos y soltando chorros de dinero los conspiradores de siempre sin que Roosevelt ni Churchill y menos aun Stalin moviera  a la sazón un músculo por los hebreos perseguidos carne de KZ y cuyos simiescos propagandistas del doctor Goebbels inundan las ondas hertzianas de propaganda anticristiana y están secundando las nuevas razzias mahometanas contra Europa. La sangre de los crucificados parece que los engorda. Alientan el odio pues viven el esperpento de la eterna memoria de la mentira y la confusión. El septuagenario ex corresponsal vivía alejado de los periódicos locales en los que rara vez aparecía su firma. Además, los demócratas han dejado de pagar las colaboraciones. Bermejo no estaba por la labor de escribir gratis en aquellos libelos cuya catadura profesional era inferior a las antiguas hojas parroquiales. Su alejamiento del mundanal ruido era un plus porque en aquella democracia vigilada por menos de nada podías caer en manos de la justicia. La cosa no había llegado a los interrogatorios del hierro candente el potro la gota fría la cámara de hielo o el foco cegador delante de los ojos. Ero utilizaban el garfio de la imputación y del miedo como nuevo método de tortura. Eran muy listos: golpeaban el alma de sus reos hasta dejarlos paralíticos con la toalla mojada para que no dejara marcas maguer las lesiones que causaban en la psique no eran nada desdeñables.
Sus días eran tranquilos. Partía leña para el fogón riéndose para sus adentros de aquel dicho de que cuando partes leña y pegas un leñazo siempre saltan astillas y nada en esta vida queda impune. Paseaba por el bosque, montaba en bicicleta, bajaba a la playa, a orear sus pulmones con la brisa de los cabos, fumaba en pipa, leía un poco y veía la programación de las estaciones alemanas que entendía casi perfectamente con los subtítulos. Grass le había abierto los ojos liberándole en parte de la angustia de la propaganda y del morbo de los chigres malolientes. Que es casi la única diversión en Betulia  donde creyó encontrar refugio cuando la persecución contumaz 




























[1]Vayamos al combate. Es el lema de la Compañía de Jesús
[2]Libro de Horas en la Iglesia anglicana
[3]Los discos más vendidos, la cima de los populares
[4]La punta de los nabos
[5]Haga clic cuando se ponga al volante. Amarre la cincha
[6]Hombre del condado de York, palurdo
[7]Date prisa
[8]Reajuste del gabinete ministerial
[9]Adiós a todo aquello
[10]Esta es la finca de mi propiedad
[11]Hola qué hay a ver qué está pasando acá




segun el mirror america teme a la bomba atómica. trump ¿desea desen cadenar una guerra nuclear?

Posted: 21 Jul 2019 06:48 AM PDT

Last text of man who died digging secret nuclear bunker for paranoid millionaire

Millionaire Daniel Beckwitt, 27, thought his life was in danger, but his obsession with conspiracies killed Askia Khafra, an innocent man desperate for a better life
NEWS ALERT AS MAN DIES DIGGING SECRET NUCLEAR BUNKER FOR PARANOID MILLIONAIRE
Having a brilliant mind opened up a lot of doors for Daniel Beckwitt.
The computer expert made millions of dollars as a stockbroker.
He also fuelled his thirst for knowledge by spending a great deal of time on the internet – Daniel was a skilled hacker and often got into trouble accessing information he wasn’t supposed to.
It had won him a fanbase.
In 2016, he spoke at a hacker convention using the alias ‘3AlarmLampscooter’, wearing a fire-resistant suit and visor that obscured his face.
Daniel talked about conspiracies and went to great lengths to hide his identity – he believed he knew more than most people and it was making him mistrustful of everyone.
With a great mind, came extreme paranoia. 
Daniel would shut himself away in his upmarket home in Bethesda, Maryland.
Millionaire Daniel Beckwitt, 27, thought his life was in danger
Daniel Beckwitt was a millionaire computer expert, skilled hacker – and paranoid conspiracy theorist
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Money had never been a problem for him because of his job, and a sizeable inheritance from his parents.
Inside the house, he lived like a hoarder.
There were huge piles of clutter, including rubbish, in every room.
You could only navigate through the home via maze-like sets of pathways that cut through the toppling stacks of belongings.
It was a sign of just how preoccupied Daniel had got with his thoughts.
Millionaire Beckwitt in the secret tunnel network under his home
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He had become obsessed with what he believed was increasing international tensions between the US and North Korea and was fearful of an attack.
He’d convinced himself the risk of nuclear war was so high that he needed to prepare somewhere safe and secure in the event of missile attacks.
Daniel came up with an elaborate plan to build a series of tunnels underneath his house and, in doing so, he’d create a secret nuclear bunker.
Beckwitt's cluttered home hid a secret maze of tunnels below
He managed to bore a hole in the concrete basement of his two-storey home to access underneath.
After hiring a few people to start the project, he needed someone he could trust to see it through to the end.
Daniel had met a man online called Askia Khafra, 21, and thought he would be perfect.
Askia was young and keen to make something of his life, and Daniel offered to invest money to get his online business off the ground – but he wanted something in return.
Daniel said he’d help with an investment in exchange for Askia carving out hundreds of feet of tunnels.
Askia agreed.
Askia Khafra, 21, agreed to build the underground bunker in secret, because he wanted a better life (Image: CNN)
He believed it was the best way to get the cash he needed to make his dream happen.
But paranoid Daniel didn’t make it easy for him.
From the summer of 2017, Daniel would pick Askia up from where he lived with his parents in Silver Spring, then make him wear blackout glasses so he couldn’t see where he was going.
Daniel would take an extra long route to his house, so Askia would think he was working on a house in Virginia.
Daniel even used internet ‘spoofing’ to make Askia’s mobile believe it was in Virginia.
It was gruelling work, and Askia’s parents tried to persuade him not to do it, but their son was determined to be a success.
Askia would post pictures of himself on social media wearing a helmet, breathing apparatus and ear protection, toiling away in the toughest of environments.
Askia would work in the tunnels for days at a time, eating and sleeping down there as he carved out deeper pathways.
They were accessed by a hole in the floor of the house and then, after a drop of around 20ft, the tunnels would lead out in several directions, spanning roughly 200ft.
There were lights, an air circulation system and a heater, but it was far from high-tech.
Askia used a bucket for a toilet, a pickaxe for digging and there was a basic pully system to get the excavated dirt out of the tunnels.
In order to supply the electricity needed, there was a ‘haphazard daisy chain’ of extension cords and plug extenders.
The neighbours hadn’t a clue what was going on at the house – it’s unknown how much Askia knew either.
But as testament to his dedication, he continued the relentless work, driven by the desire for a better life.
 
Askia Khafra worked relentlessly in horrific conditions, eating, sleeping and living in the bunker (Image: MONTGOMERY COUNTY COURT) 

Died trying to escape

On September 10, Askia had been working for seven days on the digging.
He messaged Daniel to say he thought there was a problem. ‘I def smell smoke down here,’ he texted from the tunnels.
It would take Daniel several hours to respond.
Daniel tried flipping a circuit breaker then admitted to Askia there had been an electrical failure.
He said he’d switched it all over to another circuit and Askia carried on working, reassured that the problem had been fixed.
Later that day, Daniel’s neighbours called 911 to report a fire.
Askia Khafra died after a fire broke out in the house (Image: MONTGOMERY COUNTY COURT)
Smoke was pouring out of the windows of his home where it had crept up from the secret lair.
When firefighters and police arrived, they found Daniel shirtless, covered in dirt, stumbling from the house.
He had inhaled smoke, but was otherwise unharmed.
It took a while for firefighters to figure out what was going on, especially with the jumble of items in the home.
They were stunned to come across the hole in the floor, and the series of tunnels.
They were even more shocked to find Askia’s naked and charred body just steps away from the exit.
He’d died trying to escape.
An autopsy revealed that the cause of death was smoke inhalation and thermal injuries.
Daniel insisted he’d tried to reach him but was beaten back by the fire.
Investigators concluded the blaze started from a defective electrical outlet in the basement.
Daniel’s secret was out – and a man was dead.
Investigators knew there was negligence at the scene.
Askia was working in terrible conditions and the piles of rubbish in the home made any escape route incredibly difficult.
The messages showed that Askia had alerted Daniel to the smell of smoke hours before the blaze had broken out and, despite knowing it was dangerous, Daniel hadn’t stopped him working.

Home was a death trap

In May 2018, Daniel was charged with second-degree murder and involuntary manslaughter.
It was deemed he’d put Askia at risk and that was negligent.
On the year anniversary of their son’s death, Askia’s parents also filed a wrongful-death lawsuit against Daniel.
They wanted justice and were haunted by thoughts of their son’s final desperate moments.
At the trial this year, the prosecution said Daniel’s home was a ‘death trap’.
Daniel’s quest for secrecy had overridden any thought of safety protocols.
Askia had been a few steps from an exit but couldn’t make it because of the piles of rubbish.
Daniel Beckwitt's cluttered basement

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Posted: 21 Jul 2019 06:24 AM PDT


















VIRES ACQUISIVIT EUNDO LA MUERTE DE CICERÓN

Volver a los clásicos. Se me quedó grabada esta frase de Cornelio Nepote biógrafo de Cicerón. La fuerza de los pies la hace el camino o sease haciendo y deshaciendo va el niño aprendiendo. Los españoles y los alemanes somos gente de mucha teoría y poca practica y eso se nota muy en política con esos discursos de don Tancredo el Mariano Rajoy con su retórica apaniguada del finiseculo.
Si fracasa esta política es por falta de quórum o por la carestía de políticos. Un pueblo tan ingenioso como éste permanece en dique seco. No nos duelan prendas el decirlo aunque el camino se hace al andar. Nos han prohibido el paso a muchos.  Pronto habrá que ir a cuentas.
De momento conformémonos con la sarta de sandeces. La diosa Diké se encargue de ellos, luego tendremos a Némesis o Nemesia. Satis est vixisse, decía Cicerón cansado de tanta estupidez como rodeaba la vida de Roma y siempre lo mismo. Catalina acechaba y el elocuente orador que tenía un grano en las napias y oro en el pico, grita desgarrado en el foro, estoy de este fulano hasta los mismísimos. Quosque tandem Catalina. Pero tuvo una terrible muerte Marco Tulio. Su inveterado enemigo Antonio le cortó la cabeza, luego las manos y no conforme con eso la emperatriz Fulvia que debía de ser buena pécora tomó la cabeza del tribuna ensangrentada y colocándola en sus rodillas le sacó la lengua y luego atravesada en una aguja lo expuso a la vista de la plebe. Con un cartel que decía por hablar más de la cuenta. Bárbaras costumbres romanas que mandaban degollar a los bufones o scurrae pero Cicero no era un bufón aunque muy dicaz. En sus discursos se reía hasta de su sombra. En sus ratos libres y por la noche salía al campo a cazar cercetas. Venció su pánico escénico ejercitándose con una patata en el paladar. Era algo tartamudo. Tenía muy mala leche.
13/03/2011

sermón del patriarca Cirilo en la fiesta del icono de la Madre del ConsueloПроповедь Патриарха в праздник иконы Божией Матери «Всех скорбящих Радость»

Posted: 21 Jul 2019 04:08 AM PDT

Posted: 21 Jul 2019 03:57 AM PDT


 CONEXIONES ETARRAS EN LONDRES

El mundo es un pañuelo.  Resulta que el dueño de aquel restaurante español en la londinense Fulham Road frente al hospital general de San Esteban y un poco más allá del cine ABC al que iba yo con bastante frecuencia y una noche me topé de manos a boca con el terrorista Wilson el que supuestamente puso la bomba en la calle Claudio Coello que haría volar al Dodge Darth del almirante era o resultó ser el asesino más buscado por la policía español y que cayó este verano en Portugal.  Me refiero a Jaime Jiménez Arbe alias el Solitario.
Entonces le llamaban Jimmy y tenía un restaurante o mesón cutre donde se servía una paella infame que cocinaba un canario.  Decíame era de Burgos y hablaba o simulaba hablar con un pronunciado acento vasco.
Ahora al cabo de tanto tiempo creo que mi estancia frente de aquella corresponsalía en la Ciudad del Támesis fueron años decisivos.  Me ayudó a conocer el mundo amar y sentir pena por mi patria y conocer un poco la psicología  de los españoles  que son gente de una mentalidad complicada y difícil.
Algunas veces a la salida de misa he tomado el vermut en esa barra que servía Yimy que entonces era un tipo simpático algo rubiales con una risa estentórea.  No era un tabernero típico sino de los de alubión.  Aquella generación marchó a la capital inglesa a la aventura y acababa casi siempre fregando platos.  Jaime tuvo suerte. Yo me pregunto de dónde saldría el dinero.  En Inglaterra abrir un pub por aquellas fechas era bastante caro y había que ir acorazado con muchos papeles y  licencias.

El local lo frecuentaban muchos vascos.  Entre ellos estaba un tal Jesús Echeverría refugiado político que hacía un bacalao al pil pil para chuparse los dedos estaba y  casado con la Juanita una aprendiz de escritorasin demasiada fortuna .  La hija sin embargo es esa Lucía Echeverría novelista que creo que se ha llevado un Nadal o un Planeta.  Me alegro pues el tesón que supo su madre por abrirse paso en esta ardua profesión ha llegado mediante el triunfo y consagración de la hija de aquellos refugiados vascos.  Jesús hablaba con orgullo de haber lucido el uniforme y los correajes de los gudaris.  Eran muy amigos de los Aboín y mis vecinos y como no había español de paso por Londres que no aterrizase en aquella casa yo subía veces a tomar café.  Visitantes habituales aparte de los Echeverría eran Joaquín Merino y el padre de Aitana Sánchez Gijón periodista y ex jesuita.
Algunos de aquellos personajes que yo conseguí ver viajando a Londres que era la tierra prometida de lo que se nos venía dispuestos a la escalada luego harían carrera.  En el caso Arbe por razones muy tristes.  Las fama alcanzó atracando bancos.  Ahora es un personaje.  Nefasto pero no personaje que no coincide con aquel chaval rubiales algo carilleno con un chiste a punto y una palabra de amistad al que yo vi detrás de la barra de aquel chamizo de Fulham Road y donde paraban a beber los hinchas del Chelsea los sábados de partido. Stamford Bridge quedaba al final de la calle.  En un libro escrito por Matías Antolín se declara una especie de grapo por lo libre.  En el siglo XVII hubiese sido uno de los soldados de Cortés o de Pizarro.  En Inglaterra un Robin Hood.  Simpático mujeriego.  Un tío.  Es la imagen que recuerdo de él e incluso una vez a raíz de los sucesos del 20 de diciembre en que por desesperación o desencanto libé más de la cuenta uno de los camareros del tupis me condujo hasta casa.
Londres ya digo era por aquellas fechas la corte de los milagros.  Toda la España política acudía en peregrinación y se pasaba por la embajada de Fraga y el Instituto Español de alonso Gamo.  Carrillo.  Pepín Beneyto.  Nacho de día y Nacho de noche o los que no venían de compras a las rebajas.

Desde mi chiscón donde tenía instalado el telex asistí a la gran movida.  El gran desfile.  En Londres e cocinó nuestra guerra civil y la transición.  Los servicios secretos ingleses arropaban a los sanguinarios de ETA que allí en aquel mesón de Fulham Road en el barrio de South Kensigton en la linde con Hammersmith tenían los etarras su abrevadero y su escondrijo.  Wilson  lo recuerdo con la cara aniñada y rizos de adolescente. no me pareció el personaje más indicado para perpetrar un magnicidio. ¿O le echaron las culpas a él y luego los ingleses le dieron asilo?  Nunca se sabrá.  Aquel asesinato que desmontó el regimen franquista será uno de los enigmas del siglo XX como el de Kennedy o como el de Alí Bhutto que acaba de suceder.  Entiendo lo que dice Jaime que él nunca mató a los dos guardias .  Exacto.  Desde la barra de aquel tugurio a mi me pareció un tipo de los servicio de contraespionaje o por lo menos de los que hacía la ronda o el chaperron. muy del estilo de Yimmy es lo que confiesa en su relato al periodista del Mundo: “comparado con ese el que mató a los tricornios un marsellés yo soy la dama de las camelias .  Una expresión muy de Yimi con su voz de bóveda buen gusto musical y cantaba en un grupo.  Hizo su correspondiente peregrinación a Londres para acabar la carrera en una cárcel lusitana su rocambolesca existencia a lo Bobby & Clyde.  Una gran cabeza, yo soy periodista no juez y no condono ni condeno los supuestos crímenes y asesinatos que haya podido cometer mi amigote o conocencia de aquellos años de Londres.  Una existencia de pelicula.  Tiene derech a defenderse y hasta que klis triminales no dicten sentencia vale la pena la presunción de inocencia.  Abbomina el delito y compadecete del delincuiente. amigo de Rafi Escobedo y de Gamboa y de Chelis.  El conquistador de continentes me le imagino formando cuadrilla con la expedición de almagro ha acabado en bandolero, dice que odia los bancos y a los chupasangres.  Emulo de las andanzas del Pernales y José Mar´ñia el Temnpranillo sus atgaque a llos bancos eran la forma de demostrar su rebeldía contra las injusticias del sistemn pero claro está velay la falacia que culpa tuvieron los pobres bancarios y los cajeros acojonados al verlo entrar en sus intalaciones con su peluca su frialdad de tempano y la recortada.  Dolo grave que ha de penar.  Conduictas nada ejemplares que forman parte de la carnaza del espectaculo.  El morbo vende y los hay periodistas poco escrupulosos que hacen astillas del arbol caído.  Agotado el filón de la pantera rosa y la prfensa del cufro y la alchuetería los joralistas de turno baten el campo del delito.  Crime doesnt pay decían antes los jrusitas britanico pero en el hic et nunc en que vivimos es el todo vale.  A Yimy ya le han colocado la F de famoso.  Tristemente famoso y es un nombre que se añade a la triste nómina del Jarabo que murió a garrote vil del Lute que es hoy jurisconsulñto aunque parece ser que le ha salido el quinqui que lleva dentro sacudiendiole a la parienta y del Medrano que fue habido y muerto a tiros - ¿le aplicaron la ley de fugas?- por la Benemerita..  Y del Wilson ¿qué sería?  Pues segun mis referencias abreva chascolí y chiquistos más de la cuenta por la orilla izquierda de la ría.  Ciertamente el crimen no paga intereses aunque de él se desprendan algunas pobres migajas de la hogaza de la fama.  Deplorable nombradío.  Miro con nostalgia a aquellos tiempos de mi pisito de soltero en los Jardines de Rolan cunado iba al pub de Fulham Road donde servían una paella inedible y un vino personero que dejaba unas resacas imponentes al que los ingleses denominaban plunk

ay cuando yo iba a asturias a ver la novia y en León me daban ganas de mear comer conejo. Visitas al barrio húmedo en los trascoros de la Pulcra

Posted: 21 Jul 2019 03:44 AM PDT


ZAPATERO COMUNERO. HISTORIAS DE LEÓN



Antonio Parra

Con mi quiñón de León

Di a España su mayor blasón
Mucho me prestaba a mí León de mozo. Tenía yo una novia en las Asturias de Oviedo. Se llamaba María y era mi “Dulcinea del Sotrondio”. Cuando cortejaba, íbala a ver –oh dulcísimos y enamorados viajes del amor que se fue y no vino- pero casi nunca alcanzaba mi objetivo, bien porque se me escacharraba el 600, aquel coche también era un amor, y mi cuñada Malena luego le llamaba el “Cupido”, bien porque hubiera nieve en los puertos, y allí un culín por la Robla, más allá un carajillo pasado la Vid que es pueblo ferroviario donde los haya hasta el punto de que la calle real corre en línea recta con la catenaria del tren, o porque en Arbás, emplazamiento mágico y atalaya de grandiosos paisajes amenos prados para la contemplación  recostado en el espaldar de un gollizo, y convento de cistercienses, paraba a cantarle una salve a la Virgen Negra, Alma Redentoris Mater.
Y  a lo mejor entraba en “éxtasis”, y ya no quedaba yo en condiciones para acometer, las revueltas del Pajares y bajar por el paso honroso.
 Así que tuve que hacer el amor por correspondencia, cosa poco aconsejable toda vez que para torear y casarse hay que arrimarse dice el refrán. Y así salió todo. Pobre mi señora Dulcinea del Sotrondio, sigo siendo tu caballero andante. Ella también monta guardia junto a los luceros. Ya no es más que el recuerdo: unas cartas amarillas y una fotografía en que aparece – era guapísima: una sobrina suya que es clavadita a ella se ha convertido en la modelo más cotizada de España- sentada de pantalón rojo de tergal y rebeca blanca en un chimorrete del alto de Tarna. Esperame en el cielo. Hasta el memento, el lugar y el talante de María Martínez Zapico no puede ser más sugerente y misterioso.
Pero muy particularmente me perdía por los humerales del viejo reino y al llegar a Toral de los Guzmanes me entraban ganas de tomar vino y de comer conejo. Luego me disipaba por los andurriales del Barrio Húmedo presentando armas a san Marcelo Centurión, aquel bravo soldado romano que por renunciar a incensar a los ídolos y lanzar al fuego sus condecoraciones de oficial de la Legio VII Gemina Felix Decia fue pasado por la espada en Tagaste. Y honores también rendías, Toñete, que eres un irresponsable, a Genarín otro santo tutelar de la querida capital de los reyes godos que una noche después de darle mucho al cristal fue atropellado por un camión barrendero y aquello si que no fue paso honroso como el de don Suero de Quiñones pues murió mientras al hombre le dio un apretón y fue a tirar de los pantalones, culo a un postigo de la famosa muralla y no le vio el chofer. Se lo llevó por delante.
 Se le honra todos los jueves santos. Sus cofrades elevan oraciones por su descanso eterno y desde la Hermandad del Pimple Soplen y Marchen  oran preces a san Marcelo, su capitán y luego van a recorrer monumentos que siempre tuvo buenas tascas León y las mejores están a la sombra de la Pulchra.
 Yo pecador me confieso a Dios que también caí en la debilidad de hacer recorridos infaustos por estas estaciones al pie de los adarves de la muralla romana que derribó Almanzor un mal día del verano del 907 (se cumplen mil cien años) en que llegó el moro en razzia incendiando campos violando dueñas e imponiendo el ignominioso tributo de las cien doncellas. Que desde entonces a miramamolín como se le conoce bien no es que se le quiera mucho por estos pagos, aunque ahora toca alianza de civilizaciones, pero la gran muralla volvió a ponerse en planta otra vez, sin los mampuestos de jaspes y mármol latino sino con el barro y el adobe morisco de estos rojizos hontanares riberas del Órbigo; los clérigos a cantar la misa, los canónigos a salmodiar en el coro, la dueña a su rueca, el cantero a sus rocas.
Y los mozos por San Froilán pasado veranos a concertar justas de aluche, un deporte de lucha grecorromana con el que se divertían los legionarios romanos francos de servicio probando sus fuerzas en la lucha personal, y los discípulos de Genarín pues a lo de siempre: seguir sus rondas por las bodegas donde iban a merendar las cuadrillas con el laurel dovelando la entrada en loor del dios Baco. Todo vuelve.
 La vida es catarsis. No se puede ingresar en el templo de Afrodita sin haber atravesado el laberinto de Dionisos. Y es que ¡oh misteriosos caminos del Señor! la virtud y el vicio andan paredaños. Las canonjías fueron construidas al lado de las casas de tolerancia. Total que yo me desaprovechaba por aquellos colmados.
 Ahora al cabo de los años no me queda otro remedio que entonar un confiteor. No pasaba nunca de la Venta la Tuerta donde empezaba el Rabizo y donde parece que hasta las hojas de los rebollos dimanan una energía especial y allí me tenía que quedar a hacer noche. Esta posada famosa en la España trajinante era el encuarte de todas las diligencias que hacían el relevo y uncían caballos de refresco en el trayecto Gijón-Madrid que duraban tres días (lean a Jovellanos, a Clarín y al mismo Larra)
 En fin que mi novia se cansó de mí pero yo nunca me he cansado de León, una ciudad misteriosa y con alma y espíritu en la que descubro siempre algo nuevo cada vez que se la visita. Y su espíritu es comunero. Nuestro presidente Rodríguez Zapatero creo que en su carisma recoge en su persona algo de ese no sé qué libertario que se palpa al resguardo de las espiras de su catedral gótica.
Allí todo el cabildo se sublevó contra los atropellos forales de Carlos de Gante y su camarilla de extranjeros (con decir que su valido Adriano de Utrecht quien después llegaría a papa nombró a un niño de doce años para la mitra de Toledo, Guillermo de Croy, a lo que se añadían los tejemanejes corruptos del privado Chevres quien designa a un flamenco canciller de Castilla, un tal Sauvage) y sobre todo fue una rebelión contra los banqueros del emperador, los Fucares, de origen converso y venecianos alemanes mayormente.
El pueblo vivía bajo el peso de las gabelas y exacciones fiscales, fastos, lujos, y regocijos de los señores con derecho de pernada. El “Estabanillo”, autor anónimo y seguramente un gallego, describía el esquilmo de la vieja nación española con mucha retranca: “Sí. Si, coser y cantar, cantar, coser aquí y cantar en la iglesia; cargar en Castilla para descargar en Flandes”.
 Y los leoneses son los más españoles de todo, más mesocráticos e igualitarios que los mismos castellanos pues León fue la primera en adoptar las convenciones del Fuero Juzgo. Sin haber sido demasiado mosca cojonera para los banqueros, los Fucares de nuestra España actual no disparan sus dardos envenenados desde Almagro donde tenían la sede estos banqueros sino desde los micrófonos de una derecha ersatz  envenenada. Porque en España todo es sucedáneo y nada es lo que parece
 En fin, a rey muerto rey puesto pero aquí nada es lo que parece, nada es lo que parece. Sucedáneos de en mi nombre no y ZP creo que tiene un espíritu tan patriótico como equitativo y busca la paz tratando de salvarnos de la debacle sin importarle demasiado los ducados que vienen a ser el móvil de esta gente que pide revanchita y quiere regresar al poder a toda cosa aunque sea con un líder de la oposición  que tiene cara de Juan Simón, parece el enterrador,  o de una doña Espe que no deja de ser una chica Telva todo imagen. Mucho ruido y pocas nueces. Zapatero sin embargo, es todo enjundia. Tiene el carisma del enigma.
 Me fascina pues este garbo y esta leche comunera de nuestro primer mandatario legionense al que insultan y calumnian a placer.
 Son los mismos de siempre. El espíritu de los Fucares que vuelve. Aquellos hablaban alemán. Estos hablan inglés y mas papistas que el papa llevan estampadas la estrellas y las barras e en el forro de los gayumbos pero oiga vamos a ver un poco de recato. Este gobierno no parlamenta con los terroristas. Suelta caña y amarra cuerda que es el lema o debe ser de todo buen político y con los catalinos parlamenta. ¿Estan ustedes dispuestos a enviar a los milites de la Legio sétima Gemina contra los díscolos de Guernica o volver a expulsar a todos los judíos que se mueven detrás del call de Rovira y de la Caixa para acabar con la situación catalana? ¿No, verdad? Pues entonces dejen hacer. La política es el arte de lo posible no el santo Niño del Remedio, señores quejicas y que la cultura de la queja tanto practican. Vuelve el tema comunero: los usos y costumbres de las ciudades pisoteados y sus derechos conculcados ante la llegada del gran hermano. Otra vez el imperio. La idea mesiánica pero el español es de talante y de talento, es sangre municipal y espesa, quiere vivir su vida que le dejen de monsergas de grandes proyectos mesiánicos de salvación universal.
Esta era la idea de Carlos V: el sueño de una España imperial, el sueño que nunca vino que costó mucha sangre y no pocos sufrimientos. Un trono. Un altar. La globalización.
 Pero los canónigos se quejaban de que les mermaban las rentas. Que el papa confiscaba algunas de las prestameras catedralicias. En Toledo ocurrieron tumultos en tiempos de Cisneros y en León un jueves santo de 1520 – como fui niño de coro siempre me gusta el escudriño de los papeles viejos y antiguos tumbos catedralicios y voy a acabar mi vida  laboral de archivero- después del Oficio de Tinieblas se preparó un tumulto en el seno del cabildo entre regalistas y comuneros. Eran los dos bandos y la lucha se entabló con lo primero que tenían a mano, unos acogotar con la cruz y los ciriales. Se acometían unos a otros con los encendidos blandones y los acetres. Hubo forcejeos, los bonetes por el aire, se rasgaron roquetes y capas pluviales. Sonaron los ultrajes y el tú más de todas las broncas. Un austero dominico, fray Pablo de Villegas, insigne comunero la emprendió a hisopazos contra Diego de Valderas mítico arcediano trabucaire partidario de las bulas papales y que secundaba la causa de Adrián de Utrecht y lo corrió hasta la puerta del rosetón con la vara que le dejó el canónigo pertiguero.
-       Dele, dele. Atícele bien Su Reverencia. En el bandullo. A por él.
 En aquel preciso momento ingresaba en la catedral la procesión de los disciplinantes. Los penitentes se liaron a golpes con las cruces y las disciplinas con que se auto flagelaban las espaldas les sirvieron de armas ofensivas contra los odiosos imperiales. Huían las beatas despavoridas. A los claustrales más viejos les daban sincopes. Aquello acabó verdaderamente como el rosario de la aurora.
-       Y tú más.
-       Y tú más.
 El de Valderas pudo ponerse en fuga. A la puerta le esperaba uno de su facción teniendo a la brida una montura. Salió el clérigo a uña de caballo, cosa que estaba prohibido a los capellanes  que solo podían ir en mulas hacaneas y burros alquilones, capados, en señal de penitencia y humildad pero España estaba inflamada con el tema de las Comunidades - ¿les suena verdad? Parecía un tiempo de elecciones, clima de guerra civil- y los abates se pasaban con frecuencia los cánones episcopales y los breves pontificios por el forro de los compañones y se tiraban al monte como lo hizo aquel tonsurado Diego de Valderas personaje singular, un cabecilla, un guerrillero digno antecesor del cura Merino y otros clérigos trabucaires. ¡Ay León me gusta tu sangre municipal y espesa! Que fue venero en el que han bebido grandes escritores: el padre Isla, Gil y Carrasco, Julio Llamazares,  Pepín Cavero, mi redactor jefe de Pyresa, Astudillo, que en paz descanse, Jesús Torbado el mejor novelista de nuestra generación que fue la del 98(otros le tienen envidia por no llegarle a los zancajos al de Gordaliza del Pino), o grandes periodistas como José Luis Gutiérrez alias El Lobo, un autentico coyote de la información, fue director de Cambio 16 y de SP y ahora su columna brevísima en el Mundo bajo la firma de Erasmo, es muy influyente; Felipe Sahagún al que yo conocí en Nueva York cargado de masteres como Felipe Maraña. Cambió el nombre. O radiofonistas como don Luis del Olmo [el del Bierzo es uno de los pocos periodistas que ha logrado hacer dinero en esta profesión que es la de Larra, sus méritos tendrá] y no sigue la lista porque sería el colmo y alguno se me va a quedar en el tintero.  Gran gente de pluma ha producido León una escuela que sólo encuentra rival con la ovetense.
 Yo mismo publiqué mucho en Proa que era un periódico falangista de corte jonsista donde se recordaba con admiración al pobre Genarín y al bravo Durruti. Yo también tengo sangre comunera y en Segovia nuestro Juan Bravo hizo causa común con Juan de Padilla y Maldonado nuestros lideres nuestros cabecillas al que respaldaba el cabildo de la Pulchra leonina desde aquellos versos en el mainel prismático un epígrafe en el parteluz del pórtico catedralicio que leía: Sint licet Hispanis ditissima pulcharaque templa. Hoc tamen egregiis arte prius(Abundan por lo general en España los templos sagrados más hermosos del mundo pero este de León aventaja a todos); por este letrero llamamos la pulcra leonina a la catedral de León.
Siempre que voy a León me pierdo por su torreado recinto a la sombra de los palacios de los Guzmanes y de los Luna. Puerta de Cores abierta en el 907 y junto a ellas otras siete más que se llamaban la del Burgo, Santa Ana, la de San Marcial, Fajeras. Rúas y tabernas donde se escancia buen vino y se come mejor botillo y dicen los asturianos que pué más el guello que el butielloy es lo que me pasaba a mí en aquellos altos cerca de la Virgen del Camino. Que no cruzaba el Pajares, y no pasaba de la Robla, cuando iba a ver a la novia que se me murió.
Este verano, si Dios quiere, haré con los debidos permisos y bulas otorgadas otra de aquellas peregrinaciones de hace cuarenta años. Rezaré a la Virgen Blanca, gótica, a la que le inunda la hermosa cara la luz que de atardecido entra por el rosetón, calidoscopio de colores y luego me prosternaré ante la Virgen Negra de Arbás, románica, – si no nos la han robado los piratas de las obras de arte de nuestro patrimonio- y luego iré a Avilés y en la Carriona depositaré un ramo de guirnaldas ante la tumba de Demetria y,  con las mismas, pa Langreo, a la cuenca minera. Que allí está la sepultura  donde me aguarda y duerme el último sueño mi Demetria, mi ex amada, dulcinea del Sotrondio. Caminante no hay camino se hace camino al andar. “Con mi quiñón de León di a España mi mejor blasón”. Los que vapulean a discreción a este legionense, José Luis Rodríguez Zapatero, víctima de los gusanos goebbelsianos, de los rencorosos, los envidiosos, de los injustos que van de buenos por la vida, que a mí me parece un español de pro no sólo cometen ligereza de villanos cobardicas sino que no saben de la misa a la media de la historia de España.
Por estos ignorantes vesánicos y fanáticos siempre somos aquí  inclinados a tropezar en la misma piedra a cometer los errores del pasado. ¡Oh María mujer de luz yo te amé! ¿Y ahora por donde andarás? Virgen Santa del Camino, sé mi escudo y protección contra tan mala baba, tanta hiel.





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