EL HOLOCAUSTO DEL
CASTELLANO
Esa fea ministra Celáa, millonaria y tiesa va caminando que no le cabe un piñón por el ano, es de ideas fijas; se ha sacado de la manga una pragmática si se quiere un dictad que a mí me hace llorar y crujir los dientes.
Supone ni más ni menos que la derogación de la lengua castellana... un verdadero holocausto cultural, un asesinato. LO QUE IMPLICA ES acabar con aquello que yo más amé: mi lengua franca y la de cerca de seiscientos millones de habitantes de este planeta.
Me gusta pasear por el diccionario y desenterrar palabras olvidadas que oí en boca de mis mayores. Mis amigos me achacan, y con razón, que elaboro a veces textos rebuscados, y yo me alegra, pues les hago consultar el diccionario.
Nuestra lexicografía es portentosa y nutridísima, cuajada de matices.
Ayer por ejemplo mi mujer me reprendió porque llamé a mi nieta “perillana"·. Un vocablo que a mí me llamaba mi padre, cuando andaba tirando varetas por los berrocales de Segovia ay perillán, perillán.
Sin embargo mi mujer creía que estaba insultando a Carla con una palabrota.
Significa perillán: picardioso un tanto díscolo y amante de ir a su aire sin importarle un bledo lo que digan los demás.
La lengua me ha dado de comer y de escribir hasta que
llegaron los del contubernio, que determinó que escribiéramos gratis que nos callásemos
y que nos cretinizáramos a la vez que nos desespañolicemos y dejáramos de ser
cristianos, haciéndonos comulgar con ruedas de molino y obligándonos a decir que
habíamos visto un buey volar; que el castúo extremeño era una lengua culta y no
un mero dialecto de las Hurdes, como el bable, el mirandés, o la gacería de los trilleros segovianos.
Los idiotismos o
hablas regionales enriquecen un idioma y las jergas que doña Celáa quiere
meternos por sus conductos excretorios nos empobrecen y confunden.
Tratan de crear entre
nosotros la confusión de Babel. Quieren dividirnos, cuartearnos.
Fue un grito de viva
Cartagena el de la Constitución del 78 por lo general para engañar a los españoles y barajarnos.
La cosa viene de largo: con Billy Gates, que ha sido el terror de este milenario.
La serpiente no tiene
prisa, se arrastra lentamente. Es gestión a plazo largo.
El holocausto del castellano con miles de voces yendo a la hoguera de nuestra lengua bendita es una táctica ya ensayada por el contubernio en Rusia.
Lenin quiso cambiar el idioma eslavo y arrinconar a Dostoievski y a Gogol suprimiendo varias letras del abecedario ruso, palabras que sonaban mal a oídos de los marxistas.
La Iglesia
ortodoxa sigue empleando esa vieja escritura cirílica y el eslavófilo en el oficio
divino.
Se ha resistido gracias a Dios a seguir los pasos del Vaticano que introdujo las lenguas vernáculas y suprimió el latín so pretexto de que el vulgo no lo entendía.
¿Entendemos entonces el lenguaje de Dios? yo
me pregunto.
Cuanto más misterioso
es un idioma más se acerca a las incógnitas impenetrables de nuestra existencia:
de dónde venimos y adónde vamos, para lo cual no hay una respuesta clara como la procesión trinitaria o la resurrección de la carne.
Por ejemplo el término
que identifica a la divinidad (bog) o
“kolokol” (campana) el soviet
integrado por judíos en su mayor parte fracasó, porque los rusos
suspiran a todas horas con un ay Dios mío (bozhe
moi), y las campanas volvieron a sonar en las torres de las iglesias con
Jeltsin.
Aunque no sé por cuánto
tiempo porque Rusia ha vuelto a ser un hervidero de prostitución.
Durante la revolución
francesa Robespierre, de la mano de los enciclopédicos, mandó a la guillotina
vocablos del antiguo régimen.
En 1945 Alemania también cambió su idioma. Dejó
de utilizarse la ortografía gótica. Se quemaron todos los periódicos nazis que
utilizaban esa escritura rúnica y se mandó al cadalso toda memoria que aludiese
a cruces gamadas.
Se prohibió la palabra
“fraulein” (señorita) por su carácter
sexista. A pesar del cambio, los alemanes no dejaron de ser románticos y continuaron
cantando sus “Lieder” y musitando al oído
de sus amadas:
─Ich liebe dich, meine suss fraulein (estoy hasta las cachas por ti, mi dulce
Elsa)
Cambiar un idioma por decreto es querer ponerle puertas al campo porque los idiomas andan por sí solos.
En una lengua no manda nadie.
A
mí Camilo José Cela me dijo una vez que la lengua no sigue nunca la huella marcada
por el BOE, pero la Celáa y sus parciales se han adueñado de la estafeta oficial.
Así
que esa señora vasca millonaria, que anda muy tiesa pues debe de padecer
almorranas, pisando fuerte al caminar, toda orgullosa y prepotente, con esa
arrogancia de los israelitas, y su califa el Pedro Sánchez, el de la cabeza
gorda, lo tienen crudo.
Claro
que detrás de este califa que detenta la Moncloa hay otros califas mayores del
poder oculto ─Perico no es más que un monago o si se quiere un sátrapa de esa
siniestra mano que mueve la cuna─ dictaminó ordenes para dar paso al holocausto
de España vetándonos nuestra lengua franca, nuestro idioma común.
Nos
quieren robar el alma.
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