KAPUTT
Los filólogos sabemos que la
creación depende de la palabra. En el principio era el verbo y el nombre
precede a la cosa. Creo que era la forma de actuar de Yahvé. Y ahora cuando
resuenan por todas las partes una palabra “Kaput” el título de una de las grandes
novelas del siglo XX de Curzio Malapaparte, un judío italiano como Umberto Eco,
al que dimos tierra hoy (Dios se apiade de los justos de Israel) que fue testigo
de la caída del fascismo y de los dioses de la Walhalla, resulta que esta
palabra que suena a nazis y holocaustos no es raíz alemana sino hebrea.
En la vieja lengua de la biblia kaputlein significa arruinar, caer, ser víctima
de algo. Ved pues como todos nos podemos convertir de verdugos en víctimas y al
revés. Es grande el dios de Israel. No conviene por lo tanto perder de vista a
la filología.
Las palabras nos liberan del odio
pero llegan los grillos cebolleros y lo joden. Al menos no son presuntuosas. ¿Europa
kaput. España kaput?
Sin embargo no es bueno tampoco
emborracharse con la palabra. Que es lo que les pasó a los pobres apóstoles en
el cenáculo. Que de tanto pensar y de tanto venerar a los vocablos andaban
haciendo eses. Talamantes, andando a gatas. Nada es importante. Sólo dios
basta.
Lloro por Siria pero mi llanto es
por Israel. ¿Kaput? Nada de nada. La vida sigue. El amor es la palabra. Sueño
con un largo día del Perdón para la Humanidad. Enciendo la tele y me desanimo
pero tú conoces mis caminos, señor.
Kaput. No.
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