2020-05-04


PADRE NUESTRO, CELA, QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

La encerrona de Sánchez nos ha servido a algunos para revisar viejos cuadernos y desfacer entuertos. Camilo aguanta el paso del tiempo como el gran malabarista del idioma de mirar compasivo y escéptico. Su obra es un valor cristiano españolísimo como la sombra de ese olivo que da sombra a su sepultura en Iria Flavia, un sitio de peregrinación para mí y para todos aquellos que en literatura admiramos el arte estético y renegamos de los valores proteicos que se estilan ahora por los prosistas del duerno. Con unción me pronuncio y lo celebro “Padre nuestro Cela que estás en los cielos vénganos el tu reino, sácanos de este limbo en el cual estamos inversos”
En mi libro “CJC el café Gijón y yo” analicé profusamente la inmensa obra del escritor padronés: “Viaje a la Alcarria, Judíos Moros y Cristianos, La Colmena” etc. A día de hoy he descubierto “Café de artistas” que es una novelita en la que reseña sus recuerdos tan duros de su llegada a Madrid y el ambiente del famoso establecimiento de recoletos fundado por un indiano asturiano y que fue refugio de las capillas literarias de posguerra. Las puertas volvederas por las que se accedía remataban en una escobilla para barrer los zapatos sucios pero servían también para que no pasase el aire ni se escapase la inspiración de las poetisas, nos dice. Sus mesas fueron casa de acogida del tedio y de los que aun albergaban sueños de trepar por la cucaña de la de la literatura. Una copita de ojen y un café con leche y vas que chutas. El marco es el hambre y la estrechez pero también la ilusión de aquellos años cuando la escritura no daba a lo mejor para comer pero daba para merendar y para ir tirando a base de unas cuantas colaboraciones en periódicos y revistas. Cela se hizo escritor mandando artículos para los diarios de provincia n la prensa del movimiento. Nos habla de los manfloritas o travestidos, perseguidos y para los cuales también el viejo café fue refugio, pues allí no había derecho de admisión ni se vetaba la entrada a nadie. Se hablaba de aquellos músicos que tocaban el violín de la música serena y por todas las mesas se esparcía el silencio de los ángeles que bajaban del cielo a consolar a los poetas tristes, a los poetas muertos. Y los abejorros que se colaban por las ventanales franceses del establecimiento cantaban el oficio de difuntos con voz de bajo. La vida era una escuela de gladiadores en la que se aprende a pelear y a convivir. Cela se nos muestra como un grandísimo poeta. De hecho, es el único español que vierte en sus libros poesía disfrazada de prosa. Padre nuestro Camilo que andarás por los cielos. Fueron duros sus comienzos. En una carta a Ricardo León le cuenta cómo se siente desolado y le dice que pasa hambre. Del “Pascual Duarte” no se llegaron a vender ni cincuenta ejemplares en 1947. Hoy es todo un referente. Cela s y acaso sea el gallego que mejor escribía en castellano el pasado siglo XX. Al recordarlo y sumergirse en sus deliciosos libros, a él los escritores de las nuevas generaciones han de encomendarse.

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