PADRE NUESTRO, CELA, QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
La encerrona de Sánchez nos ha servido a
algunos para revisar viejos cuadernos y desfacer entuertos. Camilo aguanta el
paso del tiempo como el gran malabarista del idioma de mirar compasivo y
escéptico. Su obra es un valor cristiano españolísimo como la sombra de ese
olivo que da sombra a su sepultura en Iria Flavia, un sitio de peregrinación
para mí y para todos aquellos que en literatura admiramos el arte estético y
renegamos de los valores proteicos que se estilan ahora por los prosistas del
duerno. Con unción me pronuncio y lo celebro “Padre nuestro Cela que estás en
los cielos vénganos el tu reino, sácanos de este limbo en el cual estamos
inversos”
En mi libro “CJC el café Gijón y yo”
analicé profusamente la inmensa obra del escritor padronés: “Viaje a la Alcarria, Judíos Moros y Cristianos, La Colmena” etc. A día de hoy he
descubierto “Café de artistas” que es una novelita en la que reseña sus
recuerdos tan duros de su llegada a Madrid y el ambiente del famoso
establecimiento de recoletos fundado por un indiano asturiano y que fue refugio
de las capillas literarias de posguerra. Las puertas volvederas por las que se
accedía remataban en una escobilla para barrer los zapatos sucios pero servían también
para que no pasase el aire ni se escapase la inspiración de las poetisas, nos
dice. Sus mesas fueron casa de acogida del tedio y de los que aun albergaban
sueños de trepar por la cucaña de la de la literatura. Una copita de ojen y un
café con leche y vas que chutas. El marco es el hambre y la estrechez pero también
la ilusión de aquellos años cuando la escritura no daba a lo mejor para comer
pero daba para merendar y para ir tirando a base de unas cuantas colaboraciones
en periódicos y revistas. Cela se hizo escritor mandando artículos para los
diarios de provincia n la prensa del movimiento. Nos habla de los manfloritas o
travestidos, perseguidos y para los cuales también el viejo café fue refugio,
pues allí no había derecho de admisión ni se vetaba la entrada a nadie. Se hablaba
de aquellos músicos que tocaban el violín de la música serena y por todas las
mesas se esparcía el silencio de los ángeles que bajaban del cielo a consolar a
los poetas tristes, a los poetas muertos. Y los abejorros que se colaban por las
ventanales franceses del establecimiento cantaban el oficio de difuntos con voz
de bajo. La vida era una escuela de gladiadores en la que se aprende a pelear y
a convivir. Cela se nos muestra como un grandísimo poeta. De hecho, es el único
español que vierte en sus libros poesía disfrazada de prosa. Padre nuestro Camilo
que andarás por los cielos. Fueron duros sus comienzos. En una carta a Ricardo
León le cuenta cómo se siente desolado y le dice que pasa hambre. Del “Pascual
Duarte” no se llegaron a vender ni cincuenta ejemplares en 1947. Hoy es todo un
referente. Cela s y acaso sea el gallego que mejor escribía en castellano el
pasado siglo XX. Al recordarlo y sumergirse en sus deliciosos libros, a él los
escritores de las nuevas generaciones han de encomendarse.
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