AGUSTIN GALINDO ALONSO 1943-2007 ERA DE
FUENTESOTO DE FUNETIDUEÑA MI PRIMO HERMANO MI AMIGO DE LA INFANCIA DIOS LO
TENGA EN SU REINO. ESCRIBO ESTE BELLO ARTICULO EN SU MEMORIA Y SE LO DEDICO AL
PUEBLO DE FUENTESOTO QUE NO FUE BUENO NI CON ÉL NI CONMIGO POR LO QUE AQUÍ
RAZONO
AQUI
ESTAMOS SUBIDS A UN CABALLO DE CARRTON EN LAS FIESTAS DE FUENTESOTO
MI PRIMO AGUSTÍN FALLECIÓ
Antonio
Parra
Hoy estoy
un poco cabreado con Dios. La naturaleza se cobró su estipendio y avasalló,
triunfal, la muerte los despojos de mi primo carnal verdadero hermano Agustín.
Hoy se me ha muerto algo de mi propia alma y cuerpo que lo vi horrible y
macabro en ese rostro arropado en un sudario blanco cuando los del crematorio
destaparon el féretro y apareció pavoroso y desencajado incipiente aviso de
calavera - como me ves te verás; como tú eres yo fui- la orlada de los ojos profundos
como socavones exvoto de la cera todavía con manchones de la sangre que se
congestionó en una agonía que fue tormento y purgatorio. Demasiado.
¿Qué
crimen pudo cometer mi primo para haber tenido que aguantar dos años esta
crucifixión de un melanoma en un pie? No entiendo. Pongo doble contra sencillo
y los ojos de la carne me llevan a la obscuridad de la nada al final macabro y
absurdo de la vida de un recio castellano de 63 años. Venciendo mi repugnancia
estampé un beso sobre la frente lívida y le hice sobre las labios la señal de
la cruz deseando vivamente que esta persignación fuera fiducia de salvoconducto
del viaje a la eternidad. Para los cristianos la cruz de dolores persecuciones
desacatos humillaciones insultos contumelias enfermedades y otras crueles
realidades es la moneda que todos llevamos prendida entre los dientes para
pagar al barquero y sacar pasaje en la misteriosa nave de Queronte. Conviene no
escupirla jamás y tenerle bien agarrada en el mandibular.
Es como
si dijésemos que así atenazáramos inmovilizándole por los mismísimos a un púgil
que siempre acecha, siempre hostiga y acabamos tirándola en la parva como en
aquellas luchas que nos echábamos en la era las tardes de trilla y brega cuando
éramos niños a ver quien era el más fuerte y tú Agustín aunque más bajo que yo
me tirabas contra las cuerdas. Al caer de espaldas recuerdo que me aterrizaba
el vacío y esta mañana al cabo de tantos años he vuelto a sentir aquel vértigo
de caer de espaldas no a una mullida parva de espigas tiernas sino a las aguas
salobres y tenebrosas del lago de la eternidad. Murmuré un réquiem por lo bajo
que parecía un mutis y luego en alta voz dije ante sus despojos una frase:
-Agustín,
siempre fuiste un valiente. le supiste echar un par de cojones a la vida. El
cáncer te ha vencido pero estoy seguro de que tú buscarás revancha en la
resurrección de cristo. Hasta luego.
Todos
estábamos aterrados en aquella cámara fría y desnuda que en el tanatorio llaman
la Sala de la Despedida. A ella nos llevó a los del triste cortejo aunque para
disimular ibamos hablando de nuestras cosas tratando de dar un aire de
familiaridad a ese momento tan trascendente una azafata de talle fino y guantes
blancos. Los ojos de la fe avezados a calzar las antiparras de la teología el
dogma y los viejos conceptos me llevan a la seguridad de que él está cerca de
Ti, Señor. A tu lado y que le preparaste a Agustín una morada en tu reino, allá
en lo alto, o donde sea.
Que
habrán acudido a recibirle en la gloria los Ángeles y ese serafín de los
prefacios al que entonaba su melodía al armonio su padre mi tío Pedro que era
el sacristán de Fuentesoto en aquellas multitudinarias misas de Angelis y que
su madre, la Juana, a la que él llamó a voces antes de expirar Madre...madre.
Madre y santa María y san Pedro y san Gregorio y todos los justos de mi pueblo
y todos los pueblos habrán prestado acogida en los prados amenos de la
eternidad. Según dijimos en la recomendación del alma que me cupo el honor de
leerte en tu lecho de muerte a la cabecera de aquella cama del 12 de octubre
tan impersonal y tan fría para ti que eras entusiasmo puro y carcajada viva que
no merecieras reclinases tu cabeza para exhalar el último.
Otro
absurdo que me llena de angustias y de dudas pero no te preocupes, Agus, lo
superaré. Mi fe es más vieja y recia que todas esas cantinelas con los que nos
sorprende el pateta siempre tan oportuno y tan poderoso que lo llaman el señor
que preside los designios pero lo derrotamos y vencimos con aquellas oraciones
tan inspiradas del misal latino y luego yo te escuché que decías Jesús José y
María valedme en mi ultima agonía y llamabas a tu madre, la Juana a la que yo
siempre tuve por santa y a la que tu hermana Lidia acude al cementerio de
Fuentesoto a llevar flores y a suplicar su intercesión para pedir algún favor o
cuando la aflige una necesidad. Estoy seguro de que ella también estaba allí.
Con Jesús María y todos nuestros patronos tutelares. ¿Recuerdas cuando ibamos a
coger botijos de agua a la fuente grande? A trillar, beldar, arrancar hieros o
algarrobas a Las Suertes Viejas que estaban a casi cuatro horas de camino,
cerca de Valdezate y que para ir a labrarlas había que uncir el carro a las
cuatro de la mañana. O las moras que cogíamos en un bote por la fiesta de
Nuestra Señora.
Con
azúcar o algo de arrope sabían buenas. Estaban superiores. Aquel mundo que
dejamos atrás no era ni mejor ni peor que el que vivimos ahora pero ya no es.
Se apagó el fuego y quedan los rescoldos y los rencores que aquel pueblo del
que salimos eran muy envidiosos y quejados de esa enfermedad tan norteamericana
del “keep up with the Jones”. De aquella tierna etapa de la infancia datan las
primeras crueldades.
Pueblo de
cristianos viejos o acaso nuevo pero de catolicismo y de cristiandad poco,
personajes que no te daban una hogaza o te invitaban a comer asado el día de la
fiesta si no estaban ciertos de que iban a recibir diez. Muy mirados y muy a lo
suyo y, según tú decías, Agustín, muy zorros. Pero estas menudencias y
trastornos tales mezquindades no pertenecen al corpus dogmático, son materiales
para la casuística. Pero hay que hacer balance sub especie Aeternitatis y llegan
el momento de las verdades.
Castilla
dio de sí todo lo que tenía que dar y se ha venido abajo por el mal de siempre:
el morbo visigótico, la ignorancia de los fetiches, las suspicacias y
desplantes entre unos y otros. Siempre busqué el viejo espíritu pero sólo
encontré ruinas y mezquinos destripaterrones.
Los
hispanos de los que decía un papa Deus aspicit benignus- ¡qué
ironía!- nos vigilamos unos a otros en vez de querernos y de perdonarnos que es
lo que cumpliría. Ese y yo más porque nos hemos hecho supremamente
materialistas y en este tiempo y en aquel y siempre estaba el tanto tienes
tanto vales. Los había que querían un sitio preeminente en la tribuna de la
iglesia y aunque más malos que Judas pérfidos y traidores colmaban la iglesia
de bodigos para ser invitados a las comilonas en la rectoral.
Reunión
de pastores oveja muerta y ya se sabe el mejor cuarto asado y el cobro de
diezmas en especie que los reverendos se comían en carne pellizcando el culo de
la mejor moza y siendo piedra de escándalo para el feligrés. Algunos no eran
muy evangélicos. Querían mandar. Pecados de sexo, bueno pues por ese cabo todos
somos pecadores y no tenía importancia al cabo del tiempo y cuando tantas aguas
han llovido que lo que contaba tu padre el sacristán que en aquellos sanpedros
del ayer el cura de Valtiendas se bebía una cántara y luego no acertaba,
arremangada la sotana, a los pedales de su bicicleta para subir la Cuesta Los
Carros o el de Pecharromán que en cada fiesta le hacía un chico a una moza del
arciprestazgo. O el de Cuevas que se masturbaba en las eras coram pópulo que
tío mas guarro para que le viésemos todos los chicos. El peor pecado eran la
soberbia, la envidia y la falta de caridad, el querer ser los mandamases y
caciques del pueblo y eso que a sí mismo se llamaban discípulos de Jesucristo.
Todo pasó y de aquello quien se acuerda. La vida fue evolucionando. Éramos
pobres y felices. Pero la vida tenía cierto sabor y yo ando la querencia de
aquellas horas, de aquellas rosas, de aquel tiempo de amistad en que éramos
como más libres y desinhibidos, de aquellas chanzas inocentes, de aquel vino.
En una fotografía en que comparecemos tú y yo retratados por un fotógrafo de
feria a lomos de un caballo de cartón se nos ven los vientres abultados.
Hambre. Hambre a secas. Gazuza de posguerra y es que no había, hijo. Cuando tu
madre mi tía Juana que era una santa le daba sopillas para merendar a tu
hermano el pequeño que no sé si era Pedrito o Salva nos poníamos todos en corro
o sentados sobre los bancos de la cocina y éramos felices si nos daba a probar
una cucharada y como pajarinos abriendo el pico. Hambre y no había. Por eso se
nos inflaban las panzas como a los niños de Biafra.
Vivencias
comunes del pobreza en compañía deba de dejar una huella indeleble como aquella
luz de nuestro pueblo, los olores del establo, el sudor fuerte y perfumado de
las caballerizas, el aroma de estoraque al pasar cerca de la fuente en la cerca
del médico, las esquilas de los astros en reata del molinero de la Villa que
preparaban unos escándalos de aquí te espero cuando barruntaban una yegua con
hipómanes, o las del burro yeguato del tío Aquilino grande de alzada y
esquelético como su dueño que bajaba para las pobedas la chaqueta al hombro a
regar su cerca la azada al hombro tieso más que un huso, la mala leche de la
Tía Maricruz Nuestra Señora de los siete tobillos la única en el pueblo que se
echaba polvos en la cara y luego supimos que otros polvos también echaba y a ti
te preguntaba muy interesada:
-
¿Tú eres el chico del sacristán?
-
Sí, señora, para lo que Vd quiera mandar.
-
¿Y donde anda tu padre?
-
A las tierras. A labrar.
-
Hogaño le veo poco, hijo.
-
Tía Maricruz ni falta que hace
A ti te
tenía buen concepto. Por algo será, asumí. Y recuerdo las impresiones que
marcan para toda la vida: las tardes de invierno en el callejón que para
calentarnos jugaban los mozos al chito y nosotros al zorro pico zaino que era
un divertimiento muy antiguo y español. Y los bailes de candil por san Pedro
cuando le mangábamos al Bigote las garrapiñadas y los perillos al hortelano del
Valle de Tabardillo cuando venía a vender y se quedaba en las bodegas, bebía
más de la cuenta y luego le pasaba lo que al cura de Calabazas que no
encontraba el camino y nosotros aprovechando que andaba el hombre un poco chispa
le hurtábamos algún perillo.
O cuando
la noche de Ánimas nos mandaba tu padre a tocar las campanas y allí estábamos
acurrucados en el campanario muerto de miedo los dos. Alguna paloma sorprendida
en su nido al vernos levantaba el vuelo y a nosotros se nos erizaban los
cabellos pues creíamos fuera un ánima. Las castañas y nueces de Nochebuena. Y
los filandones de San Andrés. Correr el gallo por las Candelas. Los cantes de
ronda cuando se iban los quintos y al Irineo le tocó a África. O poner la
enramada después de la Minerva y el Corpus. Felices éramos a nuestro modo.
Ayudábamos a misa al cura Saturnino que nos daba una perra chica o una patada
en el culo si nos equivocábamos en el confiteor. La escuela de doña Catalina la
esposa de don Tomás aquel maestro que según decían era de ideas y se libro de
ir a la cárcel alegando que estaba loco y lo internaron en el manicomio de
Quitapesares. ¡Dios mío, al cabo de los años comprendimos la tremenda
injusticia que supone el emparedar a un maestro tildándole de débil mental por
pensar por su cuenta! Aquella puta guerra, la guerra, y lo peor las revanchas.
Por lo general el personal se escudaba en la religión y la política para dar
rienda suelta a sus instintos inferiores, pero a mí siempre me pareció que don
Tomás sí entendía de política. Los demás no. Era un buen maestro.
Volviendo
la vista atrás uno tiene que volverse cínico o un hipócrita. Todo aquello de
entonces ahora sale por lo visto. Pero a mí los malos ejemplos clericales no
estorbaron mi fe en la religión. Ahora bien como yo no quería ser un cura de
misa y olla como aquellos que bajaban a nuestro pueblo en la bicicleta con la
sotana arremangada que enseñaban los pantalones negros y a nosotros nos
sorprendía que llevasen pantalones como los demás pues me salí. No quise saber
nada. Pero continúo en aquellos valores del Evangelio y en la piedad y en el
amor de Nuestro Señor Jesucristo.
Luego
vino la emigración o evasión del campo a la ciudad. Recuerdo aquellas vísperas
de San Silvestre que nos presentamos en la plaza con tu motocarro una Trimak
recién comprada cómo nos miraba tu hermano Maudillo que quería venirse con
nosotros para Madrid pero no había plaza en aquel triciclo con el que empezaste
a trabajar, el primero de la saga de una flota de camiones. En el puerto de los
leones se planta nevar y no teníamos cadenas. Hubimos de poner nuestros abrigo
y nuestras chaquetas debajo de las ruedas para el agarre en la nieva y no sé ni
como coronamos la montaña. A fuerza de tesón, que tú siempre le echaste a la
vida muchos cojones. Los dos tiramos para adelante enderezando nuestras propias
rutas.
Algunos
domingos salíamos juntos a alternar o nos metíamos en un bailorro a asustar a
algunas chachas y yo un poco bisoño te pedía consejo sobre cómo había que hacer
para que las chavales te diesen baile y tú decías mira te has de comportar
normal decirle cosas agradables que no vean que te azaras. A las mujeres les
gusta saber que tú mandas. Buen consejo, mas ni por esas. Hasta tomé complejo
de que nunca tendría novia de que nadie me querría. Hay que ver, Agustín que
cosas se le meten a uno en la cabeza. Y pensaba en aquellos recuerdos
agradables tratando de espantar la sensación horrible de mi beso de despedida,
ese olor a cadaverina, espeso y dulce de los muertos cuando empieza el heder y
la descomposición de la carne y de la sangre. Estaba como zombie. Desde el
tanatorio sur hasta la Almudena donde iban a hacerte polvo y ceniza había un
atasco infinito. Nos perdimos un pare de veces en una de las incorporaciones,
casi me choco contra un taxi. Estaba como alelado.
La
noticia de tu muerte me dejó frío y todavía no me lo creo que puedas estar
muerto. ¿Adonde te has ido? ¿Cómo será el cielo? ¿Cómo habrá sido tu entrada en
el Paradiso? Cavilar sobre estos misterios me saca de quicio, siento como una
desazón un cosquilleo en el estomago y es que la eternidad me da vértigo y
quiero suponer -y este es mi único razonamiento- que de la misma manera que en
tantos azares y peligros sentimos una especie de protección y misteriosamente
nos vemos salvados de las acechanzas y trampas de la existencia, en la hora de
la muerte Él seguirá ahí a pie de obra. Al menos es lo que ponía en la oración
diaconal de la recomendación del alma que te leía cuando estaba en los
estertores de la agonía. Mas una cosa es predicar y otra dar trigo.
Yo
también tengo dudas y un miedo infinito. A ese vacío de tus ojos cerrados que
dejaban de ser ojos para volverse cuencos de calavera... A esa sonrisa macabra
que vi en tu cadáver. Bien es cierto que no eras tú sino tus despojos en la
hora del hic jacet mas no por tales reparos deja de activarse mi congoja. Por
eso iba recordando con tu hermano Pedrito los buenos momentos de cuando éramos
chavales. Bromeando haciendo nuestros planes ilusionados con el vivir. Bien es
cierto que era un subterfugio. Una escapatoria. No entiendo nada. Tengo la
mente en blanco esta mañana hermosa de verano cuando la circulación en la M 30
es caótica y por la mañana la tele retransmitía el encierro de san Fermín. Otro
breve responso y más lloros de los deudos de un curita joven capellán del
cementerio cuando llegamos después de perdernos otra vez por las aleas de la inmensa
necrópolis. A mi me hubiera gustado entonar el Libérame me Domine de Morte
Aeterna y musitar el a porte inferi o el dies irae pero recité estas secuencias
de los viejos funerales para mí mismo.
Había
mucha gente y allí estaban tus hermanas Rosario Lidia Salva y Pedrito mi
escolta de poca talla pero de corazón grande el que más se parece a ti. Me
impresionó la dulzura de tu nuera Esperanza que me dio a besar a tu nieta y yo
la bendije. Esta niña es clavadita a ti. Y ese pensamiento me confortó un poco.
Porque en esos ojos almendrados se posaba tu luz por ese milagro de los genes y
tu cuadratura. Y el amor que vencerá a la muerte, en esta megapolis
superhabitada de fantasmas donde todo es difícil e impersonal hasta morir los
ojos un poco asustados me alejaron del cabreo que siento esta mañana de sol con
Dios - uno puede a veces estar enfadado a veces con lo que más quiere ¿no?- me
dio cierta tranquilidad e hicimos las paces. Él está cerca de Ti, Señor. Lo sé.
Le habrás preparado esa morada que se merece tras su crucifixión del cáncer de
piel y la muerte que Tú quisiste compartir con Agustín, conmigo, con todos,
pero Te pido no me des tan dura prueba como la suya que no sé si lo
resistiré. Vermis sum et non homo, miserere mei, digo
con el Santo Job.
Al regresar
de la Almudena a mí me pareció que entre los ruidos del tráfico de la calle
impersonal los cláxones de los automóviles entonaban un Miserere. Y luego el
aleluya de la Resurrección en Jesús. Aparqué en una de las zonas más bonitas de
Madrid Alcalá con Goya y entré a cortarme el pelo en una barbería. La vida
sigue. Muerte, ¿dónde está tu victoria? Volví a inquirir sólo para mi capote.
La verdad es que no entiendo nada pero acepto la muerte como una parte esencial
de mi condición humana. Que hoy me embargan la melancolía y acepto resignado el
fin de esta persona tan querida como acepto el mío propio. Más que nunca hoy
recuerdo la frase del Prefacio de Difuntos: Vita mutatur non tollitur.
(La vida se transforma, no se nos arrebata)
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