HAMBRES DE HULL
El hambre, los gritos de la señora Siniewski, que estaba enferma de cáncer, la morriña de la tierra de España, las nieblas de Hull y la falta de alimentos, me convirtieron en un ser distinto. El ayuno siempre resulta favorable y me curaba en salud, adelgazaba. Yo era un personaje hético y delgaducho que soñaba a la tarde con el pastel de manzana. Sencillamente me abstenía de alimento, pues me gasté los dineros de la beca de un trimestre en la compra de un automóvil.
Bernardino, por su lado, sólo tenía otra clase de problema: las chicas. Era de los que pueden pasarse sin ingerir nada semanas enteras. Vivía inmerso en una eucaristía mística de los tiempos nuevos, pegado a las ondas de mi transistor que emitía música pop desde un barco fantasma surto en la bahía del Humber cuya estrella en la parrilla de programación era un tal Jimmy Sevilla, ídolo de todas las jovencitas del barrio, el cual rebuznaba por los micrófonos y decía tantas tonterías que provocaban carcajada en las audiencias. También hacía otras cosas peores como beneficiarse a todas las chicas del condado de York. Tenía una debilidad morbosa por las enfermas y hasta hizo el amor con una chica a la que en un hospital de Scunthorpe iban a operar de apendicitis. Bernardino, tan crédulo él, ignoraba que aquel fantasmagórico personaje, que aparecía rodeado de bellezas, ostentando camisas chillonas de lamé, siempre fumando un puro y una sonrisa sería una asaltacunas. Después de su muerte al principio de siglo XXI fueron descubiertos los atropellos y violaciones de niñas y niños de Jimmy. Fue un escándalo que conmovió a Inglaterra. La tumba del pinchadiscos de Radio 070 en Leeds fue execrada y sus huesos desparramados. Se le despojó de la orden del imperio británico. Infausto fin para una de las carreras más famosas en el mundo del espectáculo. El tipo aparentemente tan avuncular y simpático que popularizó en Gran Bretaña el cinturón de seguridad al volante con un anuncio que decía clack click every trip pero no el cinturón de castidad, no sería más que un Barba Azul, rapista, que levantaba todas las faldas de sus fans, un insaciable perverso sexual, todo un Jack el Destripador a la vera del Humber. Mas, no adelantemos acontecimientos, dejemos sonar la música de la noche de aquel día. Las gruñís seguían a los Kinks era la revolución sexual que venía una monedita al aire y esta tarde en tu casa o en la mía y con todo y eso mi alma estaba aterida, llena de escrúpulos fantasmales y de obsesiones sexuales.
Aquello no era precisamente lo que a mí me enseñaron los buenos frailes paúles. La carne tiraba hacia abajo y yo había perdido el rumbo después de quebrar la vasija donde guardaba los tesoros de todas las dulcineas del Toboso que en el mundo han sido.
Vivimos todos nosotros al de por junto capítulos de novela de Kafka y Dostoievski. Inane vida literaria. Tampoco sabía lo que me depararía el destino en este duro menester de juntar palabras ni al demonio que había yo metido en casa. El dios de la literatura está únicamente en tu mente. Es tan atroz como irresoluto y liba incienso a la diosa Megara.
Deliraba en busca de la gloria y de la fama, quise aprender ruso pero se me daba muy mal. El alemán me parecía una lengua compacta pero inextricable. Lucubraba, me enredaba en infinidad de proyectos que al poco de comenzar se derrumbaban. Planes elaboraba sin llegar a materializarlos jamás. Me sentí flotando en una nube de capas dehiscentes constituidas por “alter egos”. Me citaba con mis propios desvaríos. ¿Estaba enfermo? Me dolía la barriga ¿tendría un cáncer?
La lectura de los Hermanos Karamazov en libros prestados en una biblioteca publica de Cuatro Caminos que olía a mugre, señalaba cuál sería mi destino en dictamen inapelable. Era mi hoja de ruta. Serás un fracasado, marcharás por la vida con tus libros a cuestas. Ese será tu castigo.
Mi vida tenía algo de la lobreguez del padre Zósimo el que interroga al cristo y éste no contesta. Gracias a las descripciones de don Fedor, había vivido la cochambre de los patios interiores de Petersburgo, había vestido el uniforme de los húsares del regimiento zarista Preobrayenski, me había enamorado con amores perdidizos e imposibles de Tania, de Anastasia o de Nadia y otras muchas, porque el corazón de un poeta es una casa huéspedes.
Paseaba de la mano de Antón Chejov por el jardín de los cerezos y ya escuchaba los hachazos del leñador que talaría la encina familiar junto al estanque.
O bien, había sido un funcionario encerrado en su covachuela respectiva que trabajaba de nueve a dos, con manguitos, pegando pólizas o copiando expedientes en alguno de los ministerios de la administración imperial. Todo era papel mojado. Habitaría en una buhardilla escondida entre el ramaje de los robles del Parque Pearson. Abajo en la cocina silbaba la tetera del samovar llena de mugre.
Las bocas de fuego como gárgolas metálicas escupirían chorros de agua caliente y vertían té de Ceilán. La cafeína solía ser una fuente de inspiración. Me aficioné en la juventud a los alcaloides.
Durante un mes me sostuve a fuer de tazas de té y de tostadas con mantequilla; Nunca, sin embargo, había sido tan feliz ni me había sentido tan libre la verdad. Me animaba a mí mismo con tales pensamientos, con el objeto de neutralizar los deseos que me daban de echarlo todo a rodar, tomar el primer tren con destino Dover y regresar a casa. He de tirar por lo menos un curso. No puedes volverte ahora con las orejas gachas.
El aprendizaje del inglés una lengua relativamente fácil a mí como a muchos españoles me traía por la calle de la amargura. Quería aprender y vivir y luego plasmar mis nuevas experiencias sobre las cuartillas. La voluntad de acabar de escritor me ayudaba a vencer el hambre y a soportar el desdén de cuantos me rodeaban. Sin embargo, el mundo no era como yo lo imaginaba. La realidad era superada por la ficción.
De vez en cuando subían desde el piso inferior gritos en polaco cuando la señora Siniewski reñía a alguna de sus seis hijas los domingos por la mañana cuando la familia se disponía para asistir a misa de doce. La leal Polonia -semper fidelis- practica un catolicismo rancio y contundente que tiene algo de liberación nacional y de exaltado nacionalismo anti ruso. Se parecen un poco a los católicos del Eire que parece que van a misa sólo para joder a los ingleses.
Dios, visto de tal manera, se le presentaba a Bernardino como el mago de Oz luciendo una capa verde rematada por un cucurucho como el de los capuchones de Semana Santa con un cartel en la frente que pone: Yo soy el que soy. Bernardino se imaginaba aquel Dios bíblico, barbudo y luciendo buen pelo con un ojo triangular de cíclope, como un señor de la guerra, empeñado en salvar exclusivamente a sus elegidos. O como un Moloch sediento de sangre. Las blasfemias en polaco un idioma que nunca aprendería, sonaban más fuertes que en ruso. Era un idioma eslavo algo salvaje y norteño que tenía casi todas las desinencias acabadas en “ego” o por “oski”. Me recordaban un poco a los nocturnos de Chopín; no así a Bernardino ni a Remigio Bermejo, el cual más complaciente, pensaba convidar a tomar una copa a una de las hijas de la mesonera.
Le molestaba a la madame que yo escuchase la radio y me mandaba apagar el transistor recién comprado a grandes voces:
—Turn that radio off please
La pobre señora, viuda de guerra, el marido murió en un campo de concentración ruso, salía al pasillo medio congelada, envuelta en una piel de oso que trajo de Cracovia. Por los gritos que pegaba en la oscuridad colegí que debía de tener fortísimos dolores a causa del cáncer óseo. Tenía los pómulos salientes y los ojos azules rasgados. Parecía rusa y debió de ser muy hermosa en su juventud. Bernardino muy obediente se levantaba de la cama y cerraba el conmutador. Yo no tenía alientos ni para rebullirme en el lecho. La inedia me había dejado esquelético.
Tengo por costumbre dormirme con la radio de pilas encendida y el ruido le molestaba por lo visto a Mrs. Siniewski. Entonces me arrullaba en la música en las palabras de los disqueros Tony Blackburn y Jimmy Sevilla halándome desde la lejanía de un barco pirata surto en el abra de Scarborough.
En aquel país los inviernos son fríos los días soleados escasos pero las noches cortas, atardecía a las dos de la tarde, pero la luz se prolongaba inacabable por el buen tiempo.
Los dioses trataron con delicadeza a la Pérfida Albión procurando que los encuentros casuales se conviertan en besamanos. Los ingleses no tienen clima solamente weather, y el weather, o meteorología, es un tema de conversación inagotable.
La cosa tenía su gracia vendo mi reino por un plato de lentejas. Fue cuando conocí a la Sibila Mole, la de Leeds una gorda que se dejaba meter mano en cualquier callejón del barrio de Cottingham y aledaños. Estudiaba segundo de magisterio en la Residencia del Endsleigh. En la ciudad aquellas chicas tenían fama de algo locas. Permitía tocamientos dentro de las bragas bajábase los leotardos y venga; se quedaba con los blancos muslos al aire pero “hacerlo” del todo no. Eso sí que no.
—Not the whole way, please
Al día siguiente, Bernardino que era algo escrupuloso para estas cosas, por haber formado parte de los cuadros de honor de las congregaciones marianas, me obligaba a confesarme con un capuchino irlandés que tenía una voz profunda de bajo, ronca a causa del tabaco y poseía una barba color de azafrán que volvía locas a las feligresas. Father Shannon ostentaba el cerquillo de su tonsura cuidado con esmero y te daba golpecitos en la espalda, ala vamos, desembucha, para animarte a descargar el saco y decía qué más, hijo, qué más.
Imponía a sus reos espirituales sentencias reprobables como dormir sin calzoncillos con un cilicio terciado en la entrepierna, recorrer las enormes distancias del muelle de Hull plagado de tabernas y chiringuitos de dudosa reputación renunciando a entrar en alguno de estos colmados donde se expendía la sabrosa cerveza negra del país. Debía de ser muy popular entre las mujeres porque estas hacían cola ante la rejilla del reclinatorio. Y no lo soltaban ni a sol ni a sombra, y acudían a visitarlo al convento incluso de madrugada pues decían que obraba milagros y había pertenecido a la comunidad del padre Pio.
Más que un santo a mí aquel fraile me parecía a la sazón un elegante tenorio. Ahora me da igual pues pienso que eso de perdonar los pecados, musitar cuestiones personales por la rejilla, formaba parte del gran servicio de espionaje con que siempre ha contado la iglesia latina; o bien era una formula secreta para ciertos desahogos carnales en aquellos cajones de madera que debió de inventar Sigmundo Freud el psicoanálisis.
Sin embargo, ¡qué remordimientos más tontos me aquejaban por entonces¡ siempre he padecido de escrúpulos e inseguridades, y qué de telarañas me metieron en la cabeza aquellos curas fiscalizadores, algo salidos. Querían saberlo todo. Pero no fui yo solo. El trauma lo padecería toda mi generación. Querían volvernos insanos, anormales y no sé cómo no acabamos en abanderados de la bujarronería o víctimas de las más retorcidas perversiones sexuales.
No se puede educar a unos niños con el terror del infierno y las calderas de Pedro Botero. Eso no lo manda Dios pero lo ponían en práctica aquellos sicarios del alma humana. a Bernardino le salió en Inglaterra el judío converso que llevaba dentro y pese a su apostasía no podía remediarlo: era un místico castellano obsesionado con un trato con el Altísimo directamente y sin intermediarios. Los curas y la curia romana ¿para que? Su otra obsesión eran los traumas sexuales que arrastraba desde la niñez. Remigio por su parte se habúa echado una novia gibraltareña. Se llamaba Gladis era morena y tenía unos ojos grandes y una nariz aguileña. Era sobrina del primer ministro sir Yosua Hassan. Los llanitos por aquel entonces cerrada la verja porque la doctrina Castiella les apretaba por donde duele proferían maldiciones contra España. La chica era una mal educada y una estrecha. Le hablabas en castellano y te contestaba en inglés con acento andaluz. A Remigio no se le daba bien y quiso pasársela a su colega. “Tú que eres judio mira a ver si puedes hacer gavilla de ella” u el joven machacante de la literatura montó en cólera ante la propuesta de su amigo. Odiaba al estado sionista y al lobby judío de Norteamérica.
—No me hagas comulgar con ruedas de molino. Gibraltar español. Y esa Gladis es una estrecha que te está sacando los cuartos, colega. Seguro que trabaja para los ingleses y andate con cuidado que por menos de nada vienen los Inmigración te dicen a ver los papeles y te echan del país…
—Bueno, vale, lo que tú me digas.
La dio el pasaporte a la sobrina del ministro principal pero seguía sin comerse una rosca. Cuando iba a bailar al Locarno la gran sala de fiestas de la city bautizada con el nombre de una batalla de la primera gran guerra sólo recibía calabazas.
—Bailas, nena?
—No
llegaba otro pelanas y la interfecta se lanzaba a la pista de cabeza y eso le cabreaba mucho al Bermejo. Una vez promovió una escandalo en el dancing halla. Su propuesta de mover el esqueleto no fue aceptada y al ser la chica solicitada por otro y acceder fue detrás de ello y le dio un golpecito en el hombro al maromo y le espetó a la chica en sus jodidos morros una frosería:
—¿Qué? ¿Acaso este chaval la tiene más larga que yo? Aquí todos venimos a lo mismo a arrimar material.
Desde aquel instante odié los bailongos pero en aquella cutre saka de fiestas iba a encontrar a Rose la mujer que cambiaría el curso de mi existencia. El Bernarnido aunque se ñas diera de irresistible donjuan tampoco triunfaba. Sys maneras eran clericales y tenía pinta de un rabino reobotado al que expulsaon de la sinagoga. Pedriño un coruñes que llevaba en Inglaterra más de dos décadas y trabajaba en un geriátrico le aleccionaba en las artes de la seducción:
—Tú cuando salgas con una chica nada de profundidad filosófica, háblala de cosas intrascendentes. Todas son lo mismo; cañerías, su registro viene de la tierra. Todas desean lo mismo que te las pases por la piedra.
Gladis la sobrina del ministro principal (los llanitos son gente muy lista mandaban a sus hijas a estudiar en los colegios de monjas católicas) era una estrecha. Mais toujours cherchez la femme. Quien sera la que me quiera a mí. Remigio no tenía suerte con las mujeres. En el Locarno iba a encontrar a la mujer fatal. Bernardino maldecá a los judíos detestaba a los americanos zionistas y se limpiaba el culo con la foto de Disraeli. Había elegido el camino de la contestación y la miseria andaba por sendas proféticas yirtando varetas coceando contra el aguijón y remando contra corriente mala cosa pero aseguraba que cuando estaba en apuros siempre se le aparecía el angel de Tobías que le recomducía a la sinagoga.
Estando un día sin techo porque no tenía suficiente para un hotel cuando azotaba las calles del Strand decidió recorrer a pie las siete millas que separan Picadilly de Golders Green y fue a ver al rabino que lo acogió en su casa por tres noches lo lavó y lo vistió al despedirlo le puso un billete de conco libras pero él se lo gastó en una fgrancachela con una chica del Soho. Quiso hacer lo mismo ogtra vez con un cura católico un jesuita el padre Gómez que tenía fama de santo y hablaban glorias de sus caridades y socorros con los pobres de Marylabone a quien trató de calmárselo diciendo que había nacido en Arévalo un lugar en Avila donde san Ignacio había establecido la primera casa de la compañía. El buen padre no tragaba, se mostró receloso, hasta agresivo. Le explicó su situación de rodillas ante el confesionario.
—Padre Gómez ayúdeme, estoy en la la calle
—Yo también soy pobre. Tengo voto de pobreza castidad y obediencia además de un cuarto voto el de obediencia al Papa.
—¿No me podría dar unas monedas para comer caliente?
—Dios ayuda a los que se ayudan a si mismo. ¿Qué más? ¿No habías venido a confesarte? Pues confiesa tus pecados. Esto no es una oficina de empleo ni una casa de acogida.
—pero padre me muero de hambre
El cura le dio las señas del Ejercito de Salvación y salió corriendo del confesonario reclamado por sus obligaciones de humildad pobreza castizad y obediencia. A Remigio el hermano portero casi lo echa a patadas del convento cuando se lió a pegar voces:
—¿Es esta la manera como los jesuitas entienden la caridad?
—Fuera— No se puede quitar de la boca el pan de los hijos para echárselo a los perros dijo el humilde fámulo con mala leche que por el acento y por las concordancias vizcaínas de su locución coligió que debía de ser vascongado
Dijo el de la portería:
—Si estaría el Rector en casa algunas limosna tendríamos mutil pero nuestro padre marchó a Roma a capitulo hace una semana o así.
Remigio tomó el olivo lleno de furor pensando que la recomendación del mandamiento nuevo evangélico sonaba a bromas o aquellos que se decían personas consagradas. El amor paulino mirad como se aman unos a otros le pareció un chiste. Para remate, en un semáforo de Marylabone se detuvo junto a él un haiga. Dentro iba el padre Gómez fumándose un puro y acompañado de una rubia. Voto de pobreza. Voto de castidad.
La diosa Megara en lo alto de la Torre del Post Office empezó a emitir señales y a pegar voces. Yo tendría que cambiar el chip y convencerme de una voz por todas de que había recibido una educación bastarda- que los judíos podían ser unos cabrones pero se ayudaban unos a otros y cumplían el mandato bíblico. Eran mis cabrones. Los católicos mientras tanto se odiaban claramente y se hacían la guerra. La limusina que conducía el Reverendo Padre y su barragana arrancó y desapareció a toda velocidad perdida entre los atascos del trafico londinense. Vaya una panda de tarados sexuales y de hipócritas.
Hull acabaría por cortarme las alas y rebajarme los humos pero allí todos nosotros empezamos a aprender a vivir y a razonar por nuestra cuenta. Era una ciudad destartalada y sin ningún atractivo. Muchos de sus edificios mostraban las mellas de los bombardeos alemanes. A la puerta del Guildhall o ayuntamiento había una estatua de Daniel Defoe su hijo más ilustre. El artista lo esculpió mirando al océano fumando con tranquilidad una cachimba larga. Desde su pedestal oteaba el horizonte. El nos enseñó la austeridad del robinsonismo literario. El esplendoroso aislamiento y la aurea mediocritas. Teníamos que aprender por nosotros mismos y mostrar indiferencia ante los avatares y contingencias que nos depare la vida. Entretanto culateábamos el arcabuz cargábamos la pipa a sabiendas de que la juventud no vuelve y que las ilusiones nuestras quedarían diluidas. Teníamos los ojos muy abiertos, todo nos entusiasmaba nada nos aburría. Pero este idealismo puede resultar fatal para un muchacho que se inicia en las tareas del periodismo. No nos decían que la existencia y la escritura siguen rutas diferentes y que la vida de todo escritor está abocada al fracaso, a la incomprensión, la pobreza y con frecuencia a la cárcel. La mayoría sucumben al realizar el salto mortal. Caen por el precipicio. Nuestros libros no serían editados en elegantes ediciones ni adornarían los escaparates libreros luciendo encuadernaciones piel de Rusia. Robinson vivía en su isla y nosotros nos desparramos por rimeros de papel donde sudábamos en sangre nuestros anhelos de conjurar a los vestiglos de la mente negro sobre blanco. Hay que darle a la imaginativa. La loca de la casa es una yegua ruana que pega brincos. Difícil de domar es este corcel. ¿Es que os dieron cuerda o qué? Yo era in literato mezcla de escritor y amanuense (escribir para dejar de fumar, alejar las enfermedades o la tristeza) me estaba vedada la entrada los doctos paraninfos. Era un hijo de la piedra que había venido a Londres la gran Babilonia al encuentro de mi ego huyendo de los inquisidores de mi país. Era un extranjero que cada día celebraba sus fiestas diasias con mujeres vino y rosas. Debía mi trabajo al General y Londres era un gran saturnal.. Tenía que ser un estómago agradecido no quedaba otro remedio. Trataba de ser discreto. Mas, amor y viento nunca tuvieron buen cimiento y una venda me tapaba los ojos