Querido y admirado maestro Eduardo
Corría el otoño de 1972 y yo acababa de aterrizar en Londres para hacerme cargo de la corresponsalía de la Prensa y Radio del Movimiento Sociedad Anónima (Pyresa). Había acabado la carrera hacía algún tiempo y buscaba trabajo. No era difícil en aquel tiempo. Era la España una sociedad alegre y abierta. Tuve suerte. Que un currito como yo licenciado en Románicas y Periodismo fuese enviado de corresponsal a Londres (la corresponsalía en el extranjero era el mirlo blanco con el cual sueñan los estudiantes de Periodismo) no dejaba de tener su par de perendengues, un milagro que sólo podía ocurrir en aquella sociedad del Régimen de Franco de igualdad de oportunidades. No eran precisamente los ricos los que podían mandar a sus chicos a estudiar. La infraestructura del 18 de julio mantuvo un carácter social que por primera vez en nuestra hitaría favorecía a los de abajo.
Don Vicente Cebrián Carabias, de feliz memoria y padre de Juan Luis Cebrián, me llamó un día a su despacho en Castellana 142 y me dio carta blanca. Sólo me dijo una cosa: Parra, tú cuenta una historia. No recibí instrucción política alguna. Nunca a lo largo de mi dilatada vida periodística ─ más de medio siglo dándole a la tecla─ gocé de tanta libertad como en los años de la oprobiosa dictadura que dicen ellos y para mí fue un tiempo de esperanza y de libertad.
Jamás me caparon una crónica. Bueno, sí: una vez siendo corresponsal del Arriba en Nueva York que describí la caída de una satélite ruso en Canadá. Al poco de largar aquel despacho a Madrid recibí una llamada del Pentágono conminándome a que si no rectificaba la información tendría una semana para abandonar Norteamérica con mi familia. Rectifiqué, no faltaba más, pero aquel fue el notición, el gran scoop de mi carrera como corresponsal. Había dado en el clavo. Estaba a punto de comenzar la guerra de las galaxias. Los rusos perdían y los americanos ganaban.
El nombramiento de Andrés Segovia como doctor honoris causa por la universidad de Oxford fue el tema con que inauguré mi corresponsalía en Londres. Fue un acto en el paraninfo al que asistieron el rector, catedráticos y los tutores (dons) con sus capisayos, togas y birretes borlados. Hubo al final una recepción en que nos sirvieron té con pastas. En saliendo al final el acto y cuando daban las siete en el famoso cimbalillo de la torre de la iglesia de Fairfax traté de abordar don Salvador de Madariaga que estaba algo acatarrado. Nos soltó al corresponsal de Efe y a mí una taina: “Yo no hago entrevistas con fascistas”.
El colega y y nos quedamos de un aire. El insigne catedrático oxoniano se puso a hablar en un castellano entreverado de inglés, latín y gallego ─llevaba más de sesenta años fuera de España había sido fundador de la sociedad de Naciones de Ginebra y su ausencia se le notaba en la zafiedad de su locución; por eso sus enemigos le llamaban tonto en siete idiomas─ y su señora una inglesa de pelo blanco pequeñita y de nariz arremangada le tiraba de la capa y casi lo arrastraba para que no conferenciase con fascistas.
Entonces otro colega creo que fue Alfonso Barra el de ABC va y dice:
─Con la masonería hemos topado, Parra.
El reloj de Fairfax siguió marcando las horas. Los bosques de Oxford de regresa en el tren camino de Paddington se despojaban de sus librea otoñal. Empezaba a hacer frío. Saque un libro que llevaba en la mochila, y me embebí en su lectura, no lo dejé de las manos durante el trayecto del viaje de Oxford a Londres. Era “La ventana daba al rio” de Rafael García Serrano.
Su espontaneidad, su garbo, su donaire, el lenguaje soldadesco injerto en algún taco (no le pareció bien al primado de Toledo a aquel catalán gordo y calvo Pla y Daniel aquella jerga cuartelera y quiso empapelar por hereje y colocar en el índice de los libros vedados a los de tu padre, Eduardo, que era un bendito, católico apostólico y romano, a machamartillo… con la Iglesia hemos topado, Sancho) pero a mí me hizo reír y añorar la España de “Diccionario para un macuto” o “La Fiel infantería”, me hizo olvidar los desplantes del insigne polígrafo expatriado que había sido ministro de la República. Con los mandiles hemos topado, Parra.
Traté de seguir al pie de la letra el consejo de don Vicente. Tú cuenta una historia y ese es un poco el eje de marcha en torno al cual gira el tema de mi novela con ventanas que daban al rio de la fantasía, también la melancolía y el dolor. Me tocó narrar una época movidita.
Londres se convirtió en la corte de los milagros. Españoles de todos los pelajes, platajuntas, socialistas, comunistas, etarras y toda una patulea de lo más variopinto desfilaban por la corte de San Jaime.
Aquel panorama tan dispar y tan confuso vino a convencerme de que en Londres, al socaire de las indicaciones de los Rochild, se cocieron todos los panes de los hornos de nuestras discordias; la guerra civil de los liberales contra Fernando VII, el carlismo, el anarquismo de la Semana Trágica. Incluso nuestra guerra civil con el vuelo del “Dragón Rapide” se gestó a orillas del Támesis.
El caudillo Franco que siempre fue anglófilo y un admirador de la flema británica tuvo que suspender su clase de inglés para ponerse al frente de los legionarios melillenses.
Conté lo que supe y lo que pude pero mi punto de referencia era un consejo que escuché de labios de Emilio Romero cuando había trifulca en las redacciones: “Déjalos que se desahoguen”; todo cristo andaba por Madrid al copo y pegando voces haciendo lo que dicen los ingleses mountains of a moul hole (una montaña del terrero de un topillo) obviando los temas trascendentales e importantes que con frecuencia se nos escapan.
Por otra parte, siempre he tenido por costumbre retorcer los argumentos y poner las noticias del revés.
Esa era la labor del corresponsal diplomático la interpretación de los hechos que son sagrados, según PC Scott el editor del “Guardian” y las opiniones libres pero según y cómo. De esa forma servía a mis lectores y a los intereses de mi patria, algo de lo cual los periodistas hogaño se desentienden. Todos son la voz de su amo y la información se ha convertido en un repique de loritos.
Dicha norma me acarreó no pocos sinsabores y mucho fuego amigo que es el más mortífero.
Fraga tenía un pleito con el bunker de Antonio Izquierdo. Así que un servidor pagó el pato, él descargó sus furias en mí como corresponsal de ARRIBA y una crónica que publiqué yo criticando la apertura de la verja y el abandono de la política de Castiella le volvió loco. Por poco me vale la expulsión de la Corte de San Jaime.
“Parra, Gibraltar déjemelo usted a mí”; luego se le pasó la cólera. Cosas de don Manuel… que en paz descanse.
Yo quise hacer un periodismo de altura como el de los grandes corresponsales que tuvo la Prensa del Movimiento: Rafael García Serrano en Roma mandaba unas crónicas antológicas. Eugenio Suarez que fue testigo ocular del holocausto y de la ayuda de Franco a los judíos c corresponsal en Budapest. Ismael Herraiz, testigo ocular de la caída de Mussolini. Eugenio Montes. Enrique Laborde desde Paris. Celso Collazo fundador de la primera corresponsalía en Londres después de la guerra. El llorado Félix Ortega, mi colega y predecesor en la oficina de Pyresa en Nueva York. Cesar Santos desde Bonn. Y otros tantos.
Vicente Cebrián cesó de director y fue nombrado tu padre, Eduardo.
Para mí fue un tiempo de tranquilidad y de abundancia porque Rafael García Serrano me subió el sueldo. Todos mis amigos ingleses se quedaron de un aire cuando les enseñaba mis emolumentos.
Inglaterra con los laboristas se venía abajo, era un país pobre y nosotros éramos ricos. La novena potencia industrial de occidente. Los fines de semana Oxford Street, Harrods y los grandes almacenes de la capital se poblaban de españolitos que viajaban vuelo charter a la capital británica de compras. La peseta era valuta fuerte y la libra se hundía.
Es un poco de ese mundo el que traigo a colación en mi novela “Corresponsal en Londres”
La guerra de Yom Kippur cerró la espita del petróleo y acabó el tiempo de vacas gordas para nuestra economía.
Paralelamente empezaron las negociaciones con el Financial Times para la compra de os periódicos de la cadena. El hijo de Vicente Cebrián era el encargado de asumir aquellas negociaciones. Me cupo la amargura de presenciar aquel enjuague, un caso flagrante de corrupción que no se ha investigado lo suficiente pero vendimos allí los españoles nuestra alma al diablo.
Juan Luis cayó en la trampa del gran capitalismo del “I ll buy you out” (los “mandiles” lo compran todo quieren apoderarse de todo), ignorante de las consecuencias que depararían para la libertad de opinión y de información. Inocentemente cayó en la trampa y se convirtió con toda su buenísima voluntad y su gran categoría periodística nacida de Pueblo, a los pechos de Emilio Romero, el director del periódico de los sindicatos verticales, que perdura hasta hoy entre las izquierdas.
Un periodista sin periódico es un pelele. Es el drama que me tocó vivir a mi regreso del extranjero.
Nos convertimos en espantapájaros del sistema. Gracias a Dios que a los trabajadores de Pyresa se nos ofertó la opción de pasar a la administración para no hacer nada porque íbamos a trabajar para cubrir el expediente.
Fue, empero, el pan de nuestros hijos porque la Administración que montó Franco ha tardado más de veinte lustros en ser desmontada. Hoy esa administración sigue siendo el mayor empleador del país y el reclamo de los secuaces de Podemos y del camarada Pedro Sánchez, ávidos de pisar moqueta.
No perdamos la esperanza. España resucitará.
Seguiremos escribiendo y a la escucha los domingos por la noche en la Inter la radio que tu padre que en paz descanse quería tanto, ese programa fenomenal “usted qué opina” que conduces con un solercia y elocuencia que te hace divo de la radiodifusión en compañía del doctor García Nieto, hasta que Dios quiera e impasible el ademan.
Salutem plurimam, Eduardo, para ti y los tuyos. Te lo deseo de verdad.
FICHA DEL LIBRO:
CORRESPONSAL EN LONDRES POR ANTONIO PARRA GALINDO
Editorial Circulo Rojo 2016
226 PP
CUBIERTA EN PAPEL AGRAMADO ELEGANTE
PRECIO: 20€
Pedidos a LIBRERÍA HIJOS DE SANTIAGO RODRÍGUEZ
AVELLANOS 4
090003
BURGOS