En 1976 Estados Unidos necesitaba un cambio. El escándalo Watergate no solo le había costado a Nixon la presidencia. También había sembrado en el ciudadano medio la desconfianza hacia la clase política de Washington.
El republicano Gerald Ford, que había sustituido a Nixon tras su dimisión, intentó introducir nuevos aires en la Casa Blanca, pero nunca consiguió desvincularse totalmente de su antecesor.
El escenario era más favorable para Jimmy Carter, el candidato demócrata. Un hombre del Sur más profundo, encajaba mejor con la imagen de alguien alejado de los pasillos y despachos del poder, y más próximo a las preocupaciones reales de la calle.
Con su pasado como oficial de la Armada, próspero granjero y finalmente gobernador de Georgia, además de patriotismo y cercanía, Carter aportaba experiencia de gestión y de gobierno.
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