El regreso de Rasputin
La noche del 11 de febrero de madrugada estaba yo leyendo un pasaje del Evangelio mientras escuchaba el canto del salterio que emiten por Internet los monjes de un lejano monasterio en Vologdá a través de la Red.
Suelo aprovechar la vigilia para escribir y leer cuando todo está en calma. El nocturno es un invitatorio a la reflexión.
De pronto percibo un ruido extraño como de campanas tocando a clamor. Mi celda se ilumina de una luz fogosa. Alzo los ojos del teclado de mi ordenador y veo detrás de mí asomándose por el montante que da al jardín de atrás a un hombre de rostro alargado unos ojos poderosísimos. Daba miedo mirarlos pues más que ojos parecían hierros candentes. Era como de mediana estatura los brazos muy largos y una mano carnosa como de campesino el pelo largo y partido por una raya en medio. Vestía la clásica sotana de los popes rusos ( r i a s a) de mangas anchas. En su pecho lucía la (p a n a g i a) o pectoral labrado en oro con una cruz inversa.
Sentí pavor porque el icono de san Nicolás de Radonezh que protege mi aposento de pronto se apagó. La mirada intensa como si tratara de escudriñar el alma del que mira me hizo temblar. Era Gregorio Efimovich que regresaba del infierno entre carcajadas y estruendo de cadenas que venía a darme un mensaje. Se inició entonces un dialogo entre los dos.
YO ¿Qué quieres de mí Padre Gregorio?
RASPUTIN Que no escribas mal de mí. A todos aquellos que hablan mal de mí les ocurre una desgracia.
YO: Precisamente, estaba leyendo las memorias del príncipe, el que acabó con la vida del pope, Yusupov el miembro de la familia imperial que te envenenó mediando cianuro en tu copa. El veneno no te hizo efecto y hubo de llamar al gran duque y a un agente del servicio secreto inglés. Ellos te acribillaron a balazos sin poder acabar contigo. Arrojaron tu cadáver al Neva.
El atestado de la policía dice que la muerte te vino por ahogamiento y no por las heridas de los disparos. Todo muy extraño, casi increíble
RASPUTIN: Soy un siberiano fuerte. Mi padre era cuatrero. Domé caballos antes de entrar en el convento.
Se santiguó con la mano izquierda y me lanzó una mirada horrorosa. Yo vi al demonio en aquellos ojos. Eran los ojos que hipnotizaban a las coquetas de Petrogrado y a las mujeres de la alta sociedad mi humilde aposento empezó a oler a azufre. Es el signo de la llegada del Malo.
Sonaban sarcásticas risotadas de los demonios por el pasillo que da al almacén de la librería. Acto seguido Grigory se santiguó al revés. Hizo un garabato y continuó su plática
RASPUTIN: Yusupov el oficial de la guardia era marica y cornudo. Yo fui a su palacio porque quería presentarme a su mujer que era sobrina de la emperatriz. Caí en la trampa. Me tendieron una emboscada. El servicio secreto inglés espiaba mis reacciones al vino y al cianuro en el cuarto de atrás. Si el oficial de la guardia estaba enamorado de mí. Había oído hablar de mi descomunal verga de casi treinta centímetros. Quiso probarla como la probaron las encopetadas damas de la corte imperial. Sucumbían a mis pidieres mágicos. Es la fuerza de la naturaleza. Eros y Baco dominan la tierra.
YO: Eres un fauno. Por lo que veo en Internet quieren canonizarte algunas mujeres y ponen la aureola de confesor en tu cabeza. Esto me parece un sacrilegio.
RASPUTIN: No desbarres, diacono. Aun quedan muchas discípulas mías. Son reliquias de mi secta de los "x i l i a c h i " (saltarines) bailábamos desnudáis en torno a una hoguera y luego copulábamos con las monjas. Estas danzas supusieron para mío estas heridas que llevo en la cabeza porque la compañera Gusseva la que mi compañera en Prokoskovie la aldea siberiana donde nací quiso asesinarme por haberla abandonado y liarme con una monja llamada Heliodora (me mostró la cicatriz aun luminosa a través de la luz del alba que iluminaba el sotabanco)
YO: tú eras un yurodivi, un peregrino ruso, un aventurero del mal cínico e hipócrita que te hacías pasar por santo y era un sátiro.
RASPUTIN:
tengo poderes. mira mis manos (me mostró sus enormes manazas de muyik) estas manos curaron al zarevich y acariciaron los senos alemanes de la emperatriz Alexandra Fiodorovna o Alice von Hessen
YO: Vade retro. Calumniador y blasfemo.
Al decir esto apreté el rosario que siempre llevo conmigo junto a mi pecho. Una estruendosa carcajada se esparció por el jardín central despertando vecinos que se disponían para comenzar su jornada laboral. Escuché el ruido de las persianas que se alzaban. Esta blasfemia era la mayor barbaridad que había escuchado en mucho tiempo. El zar Nicolás II era el mejor padre de familia el hombre más casto y mejor de la dinastía Romanov y aquel espectro diabólico se reía de los ríos de sangre de su profanación angustiosa que costaría ─ya lo profetizó Fedor Dostoyevski─ con los estertores de la revolución y las dos guerras mundiales que costaron a la patria millones de cadáveres.
RASPUTIN: El zar era casto, bueno, un gran tipo pero un ser sin voluntad. Estaba dominado por su mujer, diácono.
YO: ¿Por qué me llamas diácono?
RAPUTIN: sé que lo eres.
YO: Soy un diácono de la literatura. quizás esté luchando contra molinos de viento pero en proseguir mi demanda soy feliz.
RASPUTÍN: Andate con cuidado. Mis adoratrices te tienen fichado.
YO: ¿Es una amenaza? No me importa ser mártir. De algo hay que morir. Dime cómo llegaste a la corte tú que eras un fraile giróvago que recorrías las aldeas engañando a los campesinos y acostándote con sus mujeres.
RASPUTIN Con la carta de recomendación de un obispo al que curé de un cáncer. Fui el mandamás en Tsarkoe Selo. Yo nombraba y destituía ministro.
YO: ¿Quién estaba detrás?
RASPUTIN: el káiser y su tropa de judíos alemanes. Dineros judaicos suizos financiaron la revolución. y por supuesto las mujeres que traen hijos al mundo pero con su debilidad paren catástrofes. Ellas son el arma con que Rusia de nuevo será derribada. mira todas las putas que se asoman a las paginas de Internet y enseñan sus muslos sus tetas y sus coños. la mayor parte son jóvenes rusas. viejas las hay también. le sirven de arma arrojadiza al sionismo. trajeron el odio y la disgregación.
Por primera vez el monje giróvago creo que estaba diciendo la verdad. Yo alcé el crucifijo adjunto a la pantalla de mi ordenador lo alcé miré a los ojos terribles de Grigory hizo una mueca tan espantosa que soy incapaz de describirla y desapareció entre ruido de cadenas. Seguía oliendo a azufre en mi habitación. Conque dije "no izwavi nas ot lykavago = sed libéranos a malo". Señor libranos del mal y no nos dejes caer en tentación. El diablo es poderoso como nunca. Siembra alianzas y compinches por doquier pero nunca podrá contra la fuerza del Señor Jesucristo nuestro Dios.