2024-08-26












 SHAKESPEARE UN CATÓLICO ANTIVATICANISTA   (IV)

Ardores del farragosto, voy pasando las hojas de un libro cuyas páginas guardan el perfume de los dedos de mi amada, alguna anotación al margen.

Se estampan en él los recuerdos de cuando fuimos los dos estudiantes en la ciudad de Hull una de las ciudades más feas del Reino pero que fue escenario de un gran amor. Recuerdos de 441 Beverley Road. She is now an old lady and me poor decrepit Spaniard living with a woman who yells at me etc.

 Pero me estoy desviando del tema. Hoy voy a hablar de los valores cristianos de Shakespeare. Quizás fuese un católico oculto, sutil, imperceptible a toda la farándula que merodeaba por The Globe londinense.

El dramaturgo no podía ser papista. Popery es un término repugnante a todo buen inglés que considera que a Dios no hay que mezclar con la política. Ello se revela en sus coloquios, salta a la vista en el respeto que siente hacia la antigua liturgia, las epactas, los misales, los santos del calendario cristiano.

 Le tocó vivir en una Inglaterra profundamente religiosa en tiempos cambiantes y a diferencia de los escritores españoles casi todos de origen converso busca más su inspiración en personajes de la mitología clásica. No en la Biblia.

Era un humanista que honra a la orden seráfica en la persona de fray Lorenzo el humilde franciscano experto en hierbas oficinales y que casa a los dos amantes de oculto en su celda. Romeo acude a él para pedirle consejo para que cure sus angustias: se ha enamorado de una Capuleto. Se ha metido en un buen lío. ¿Habrá algún remedio para eso? Creí que venías a hablarme de Rosalín.

 No hay Rosalyn, padre mío. 

Pero ¿donde estuviste toda la noche baranda?

Otro personaje descrito a las mil maravillas según el código de valores católico donde la fe convive con lo picaresco y lo celestinesco es el ama de cría de Julieta.

Con sus sabrosos parlamentos pone en escena a la Old Merry England de Chaucer y toda la poesía medieval. Sus párrafos chispeantes son acogidos por Mercucho con cierto escepticismo y palabras de recio calibre:

Bawd, bawd (ramera, ramera)

En el siglo XVI abundaban en toda Europa las ejercitantes del oficio más antiguo.

Claro que aquel fue el siglo del amor como demuestro en mi libro “La Lozana Andaluza”.

 Trotaconventos cerca de los cuarteles, prostíbulos  puerta con puerta con las catedrales en los barrios húmedos y soldaderas que regresaban a la dulce Albión después de haber contaminado a multitud de lansquenetes en el Saco de Roma o en el Cerco de Viena contra el Turco.

A todo eso hace hacen referencias las obras de Shakespeare: a las bubas del mal francés y a los militares que regresaban de las campañas de Flandes.

 El léxico es casi infinito en idioma inglés: hare (liebre) whore, tarts, broads, wenches, boars, harlots etc. Puede que el ama de Julieta entrada en años y en carnes pero todavía de buen ver fuese del cupo de esta pléyade infinita de saludadoras.

 Sin embargo, su marido Peter, todo un caballero, está a punto de tirar de daga cuando oye los improperios de Marcucho contra su esposa. Ella en el acto tercero sale a escena para decir que acaba de hablar con fray Lorenzo y el buen franciscano los casará en su celda a la mañana siguiente.

 La boda fue clandestina como fue la nuestra una tarde de otoño de 1969 en Hornchurch. 

Suzanne estaba bellísima. No éramos ni Romeo ni Julieta pero nos sentíamos la pareja más feliz del mundo.

Dos rebeldes heridos por el dardo de Cupido en la era hippy inconscientes y alocados haciendo caso omiso de las convenciones sociales. Bien que añoro 54 años después.

 Suzanne Hugh, la muchacha más linda de Inglaterra, se merecía. Una boda por todo lo alto. Lloro y me arrepiento del gran pecado de mi vida, de aquel desastre y desacato de mi alocada juventud, pero ya las cosas no tienen remedio

 

 

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