SHAKESPEARE UN CATÓLICO ANTIVATICANISTA (IV)
Ardores del
farragosto, voy pasando las hojas de un libro cuyas páginas guardan el perfume
de los dedos de mi amada, alguna anotación al margen.
Se estampan en él los
recuerdos de cuando fuimos los dos estudiantes en la ciudad de Hull una de las
ciudades más feas del Reino pero que fue escenario de un gran amor. Recuerdos de 441 Beverley Road. She is now an old lady and me poor decrepit Spaniard living with a
woman who yells at me etc.
Pero me estoy
desviando del tema. Hoy voy a hablar de los valores cristianos de Shakespeare. Quizás
fuese un católico oculto, sutil, imperceptible a toda la farándula que merodeaba
por The Globe londinense.
El dramaturgo no podía
ser papista. Popery es un término
repugnante a todo buen inglés que considera que a Dios no hay que mezclar con
la política. Ello se revela en sus coloquios, salta a la vista en el respeto
que siente hacia la antigua liturgia, las epactas, los misales, los santos del
calendario cristiano.
Le tocó vivir en una Inglaterra profundamente
religiosa en tiempos cambiantes y a diferencia de los escritores españoles casi
todos de origen converso busca más su inspiración en personajes de la mitología
clásica. No en la Biblia.
Era un humanista que honra
a la orden seráfica en la persona de fray Lorenzo el humilde franciscano
experto en hierbas oficinales y que casa a los dos amantes de oculto en su
celda. Romeo acude a él para pedirle consejo para que cure sus angustias: se ha
enamorado de una Capuleto. Se ha metido en un buen lío. ¿Habrá algún remedio
para eso? Creí que venías a hablarme de Rosalín.
No hay Rosalyn, padre mío.
Pero ¿donde
estuviste toda la noche baranda?
Otro personaje
descrito a las mil maravillas según el código de valores católico donde la fe
convive con lo picaresco y lo celestinesco es el ama de cría de Julieta.
Con sus sabrosos
parlamentos pone en escena a la Old Merry England de Chaucer y toda la poesía
medieval. Sus párrafos chispeantes son acogidos por Mercucho con cierto
escepticismo y palabras de recio calibre:
─ Bawd, bawd (ramera, ramera)
En el siglo XVI
abundaban en toda Europa las ejercitantes del oficio más antiguo.
Claro que aquel fue el siglo del amor como demuestro en mi libro “La Lozana Andaluza”.
Trotaconventos cerca
de los cuarteles, prostíbulos puerta con
puerta con las catedrales en los barrios húmedos y soldaderas que regresaban a
la dulce Albión después de haber contaminado a multitud de lansquenetes en el
Saco de Roma o en el Cerco de Viena contra el Turco.
A todo eso hace hacen
referencias las obras de Shakespeare: a las bubas del mal francés y a los
militares que regresaban de las campañas de Flandes.
El léxico es casi infinito en idioma inglés: hare (liebre) whore, tarts, broads, wenches,
boars, harlots etc. Puede que el ama de Julieta entrada en años y en carnes
pero todavía de buen ver fuese del cupo de esta pléyade infinita de saludadoras.
Sin embargo, su marido Peter, todo un
caballero, está a punto de tirar de daga cuando oye los improperios de Marcucho
contra su esposa. Ella en el acto tercero sale a escena para decir que acaba de
hablar con fray Lorenzo y el buen franciscano los casará en su celda a la mañana
siguiente.
La boda fue clandestina como fue la nuestra una tarde de otoño de 1969 en Hornchurch.
Suzanne estaba bellísima. No éramos
ni Romeo ni Julieta pero nos sentíamos la pareja más feliz del mundo.
Dos rebeldes heridos por el dardo de Cupido en la era hippy inconscientes y alocados haciendo caso omiso de las convenciones sociales. Bien que añoro 54 años después.
Suzanne Hugh, la muchacha más linda de Inglaterra, se merecía. Una boda por todo lo alto. Lloro
y me arrepiento del gran pecado de mi vida, de aquel desastre y desacato de mi
alocada juventud, pero ya las cosas no tienen remedio
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