2024-08-26

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 PRESENTACIÓN

Antonio Parra Galindo (Segovia 1944) en NABOS EN

ADVIENTO. EL SEMINARIO VACÍO. LA PUERTA

CERRADA MEMORIAS DE UNA INFANCIA

SEGOVIANA presenta la vida en los seminarios españoles

hace medio siglo, hoy vacíos, entonces repletos, en medio de

una iglesia que ha desparecido, con sus luces y sus sombras,

siguiendo una tradición y un filón novelístico- el de los curas

rebotados- cultivado por plumas tan señaladas como Pérez de

Ayala, Castillo Puche, Jesús Torbado y otros, hoy en contexto de

actualidad con los casos de paidofilia y las mala educación

sentimental en aquellos centros, sin ánimo de zaherir a la SRI,

pero dentro de un afán de búsqueda y de purificación a tenor

con las normas del Evangelio. Muchos de los personajes que se

presentan en estas páginas con nombres cambiados o con baile

de apellidos,- está hecho todo de propósito porque lo

importante es el rostro y es el rostro no los nombres de aquellos

buenos clérigos lo que intenté dibujar-, han bajado al sepulcro,

por lo que sería vano pedirles cuentas. Sin embargo, de todo

aquello, hoy fenecido y por lo que la Iglesia nunca nos pidió

perdón sólo queda el amor, el bien, y un poco el sentido del

humor, el marco en el que se aborda el asunto. Es la crónica de

un fracaso pero, como bien puede suceder, los perdedores de

entonces ahora son ganadores. Todo lo que sube baja. Para

todos, para los buenos, para los malos, paz y perdón

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LIBRO PRIMERO

NOS ENCONTRAMOS DESPUÉS DE MEDIO SIGLO

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llí estaban todos los de la lista, pero aquel día el prefecto don Eloy no

pasaría lista. Estaba criando malvas, y hacía medio siglo que había sonado

la gran desbandada. Pero los nombres seguían retumbando en la memoria,

lo mismo que las voces, renuentes a envejecer, mientras el tiempo había

borrado sus caras. Los apellidos traían el eco de la infancia y allí estaban

Prelatus, Tirso, Heliodoro, Domiciano, Alarico, Zósimo. Eutimio, Cansino,

Segundo, el Flemas, Filemón (el que olía mal), junto con Publio que había

venido con su señora, y el más alto de todos, el gastador del curso, un tal

Pulido, nuestro pívot, que era del pueblo de los dulzaineros, y tan alto saltó

que hizo canasta y llegó a cura. Me contaba éste casi con lágrimas en los

ojos que le había ordenado Fray Daniel uno de los últimos grandes obispos

que tuvo aquella heptarquía visigótica. Estaban también Flavio, Fonseca,

Liborio, Constantino, Fuentetaja y Rigoberto Remiendos (que siempre estaba

de luto pues un año se le moría su padre otro un hermano y al siguiente un

tío cura, total que siempre con la banda en la bocamanga o en la solapa y

el gesto compungido de no somos nadie, que en el cielo lo veamos, y

resignación, ¡qué se le va a hacer!… salud para encomendarle… eso se

decía. El Elías (nos la lías, que para unos era el Morritos por su labio belfo, y

para otros, el Morgueras o Berretes, y que era de por ahí, de hacia los

castros; de Castrojimeno, Castro de Fuentidueña, o Castro Sarracín, no lo

podría en este momento decir, lo que sí puedo afirmar es que tenía los labios

muy gruesos y al hablarte siempre a voces entornaba un poco los ojos, y

levantaba un poco la nariz respingona. Pues éste se enseñó a leer él solo

cuando andaba con las ovejas, lo que tiene su mérito, oiga. La lista sigue

con Velasco y todos: Lovingos, Frumales, Porreros, Aldeorrio, éste vestido de

cleriman, muy en plan capullo y del Opus, y al que yo cobré cierta tirria,

desde que arreó un castañazo al pobre Quevedillo que por poco lo

desloma y debía ser uno de esos curas violentos que se lían a patadas

contra los monagos en la sacristía y que enseñaban el catecismo a

testarazos. Venía después un tal Viseras, muy pundonoroso y muy guapo con

el pelo blanco que había llegado a jefe de un banco pero era del pueblo

los trillos y de los tratantes; esto es Cantalejo, que una vez le dije a mi abuelo

que quería irme a los frailes a estudiar y él me contestó:

- Hijo, te alabo el gusto pero no has de estudiar para tener sino para

ser y para que no te engañen los cantalejanos que algunos son muy

zaínos.

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-Como el tío Antonino, por ejemplo.

-Pues claro. Ese pájaro le vendió a tu abuela Leonides un mulo viejo

por muleto y encima era cojo.

-Es que el tío Antonino era un poco feriante y mira que usted nos dio

guerra con lo de la mala venta todo el santo año.

¿No le miró a los dientes ni le metió el puño por los ijares como hacen

siempre los gitanos? Yo pasé largos ratos de mi infancia hablando con el

padre de mi madre, y aprendí mucho de caminos y de alcores, de cómo el

trigo encaña, y de viñas, de piedras y de ermitas románicas, en un halo de

palabras viejas que ya no se pronuncian en Castilla. A mí abuelo le llamaban

el Andao o entenado porque era fruto de un matrimonio en segundas

nupcias. Se ufanaba de ser quinto del Rey Alfonso XIII, y me contó más de

una vez cómo quisieron casarle con una que a él no le gustaba, porque

entonces los matrimonios se ajustaban como los agosteros, y se vino a pie a

Madrid y trabajó excavando los túneles del metro a pico y pala. Él fue mi

mejor maestro de gramática parda y sabiduría de calle, era adusto y

axiomático como un adagio latino y tenía la testa grande como un tribuno

romano. Un sabio era mi abuelo pero aun bueno y justo como los rancios

castellanos. Y se me quedó muy grabado lo de estudiar para que no te

engañen los tratantes. Muleteros y trilleros. A la astucia se la vence con sus

mismas artes; con la astucia. Era un pueblo que deba muchos curas mas

casi todos se salieron. Se hicieron maestros, catedráticos y algunos militares.

Los de Torreadrada ni van a misa ni dan cebada porque se les hundió la

iglesia y cerraron todas las casas. Buenos chorizos Cantimpalos daba.

Membibre para molinos. En Frumales, pejugales, en Lovingos, un respingo, y

en Valtiendas (para que me entiendas) Fresno de Cantespino (el pueblo del

nombre más excelso o bonito por el nombre que por lo demás era uno de

tantos, en todo Castilla), pero aun, cuando paso por allí escucho los trinos de

los jilgueros por las obradas. “Cantespino, canta en las ramas del espino… el

ruiseñor se oculta entre las ramas de pinchos del escaramujo y también trina

en las tardes largas. Cantespino es el nombre de mi lugar bello”. Faltaban los

de Campaspero que son de aquí te espero. En Cabezuela para botijos y en

Fuenterrebollo como su propio nombre indica para maimones y bollos. A

Tejares no subas por san Mamerto que lo mismo te cantean. De allí venía un

zapatero que era cojo y que nunca faltaba a las fiestas y funerales a

merendar con los señores curas que menudas juergas se corrían de puertas

adentro, según mi tío el sacristán me contaba. Tenía el zapatero de Tejares,

que de primeras era republicano y luego se hizo de la Falange, un burro

yeguato que se espantaba cuando cambiaba el aire que atendía por

nombre tan pretencioso como Impiger al que el cojo, que era muy grandón,

le pegaba muchos palos cuando subía muy tieso de merendar en las

bodegas con el clero. De Tejares ni los peales, decíamos los de Valdebriga

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que está en un hoyo y los del anejo en un cotarro muy empinado que allí

parece que les da bien el aire, y está claro que con los de mi pueblo no se

llevaban bien. Por las fiestas salíamos a palos y, dicho esto, creo haber

hecho la ronda de los treinta lugares de la comunidad de villa y tierra.

Habían venido todos en representación de los pueblos de la diócesis, una de

las más antiguas de la cristiandad y que dentro de la Iglesia española

conservaría su personalidad, el sello propio. Pero a lo mejor las prevenciones

que hago referentes a todo aquello quizás se salgan de contexto y yo riegue

fuera del tiesto al escribir con cincuenta años de retraso aquellos

acontecimientos, porque con las glorias se nos fueron las memorias. No

encontraba ni me reconocía en los rostros de aquellos viejos que crecieron

en mi compañía y fuimos niños a la vez. Éramos los curillas, con nuestro

bonete, la abolla y la sotana que cortó Blas Carpintero, cada uno con

nuestros propios nombres y nuestros motes que no habían de ser tomados en

un sentido ofensivo sino que había que aceptarlos con paciencia y con

sornas; como una caricia verbal en el seno de la aguerrida estirpe de los

arevacos. Elías- nos la lías- tenía una cara antigua de púber romano pintado

en las catacumbas de san Calixto, el pelo hirsuto, como prosa sin peinar, los

dientes largos. A la legua se notaba que procedíamos de los romanos que

no pudieron domarnos pero nos dieron una lengua y una cultura. Filemón

siempre lo recuerdo corriendo con sus albarcas por el patio. Veníamos a que

nos desasnaran y no sé si lo consiguieron aquellos buenos sacerdotes

operarios diocesanos. A mí me llamaban Accipiter, el gavilán en romano y

los que me pusieron ese nombre en verdad acertaron con las cejas

arqueadas y como circunflejas el perfil en pico y un poco como la corneja

era el semblante de algunos de mi familia. Esta ave de presa gusta de las

soledades y cazar en solitario, vivir a sus anchas sin que nadie le mande y su

vuelo por lo general es altanero y majestuoso aunque sin el empaque del

buitre y el águila. No es carroñero el gavilán. Ni ataca en manada. Vive y

deja vivir tomando de la naturaleza sólo aquello que necesita para su

sustento: múridos, serpientes, alguna gallina. A mí también me ha gustado

planear silencioso por las soledades, ir a mi aire. Unos dicen que tengo

mucha personalidad pero otros no soy más que un gilipollas, poco

oportunista, que nada contra corriente, pero voy a ser por una vez el

cronista de tales anales de mi infancia perdida de una seminario vacío, la

puerta cerrada, y de una iglesia y de una España que no los conoce ni la

madre que los parió. El Berretes no vino a la convocatoria y yo tenía ganas

de darle un abrazo. ¿Ondi andará? Unos dijeron que se había muerto. Otros

que marchó misionero al Congo, casó con una negra o con varias negras,

pues se convirtió al Islam, que le dieron una tribu de hijos, algunos de ellos

cuarterones, mulatillos o entreverados. La mayor parte de los que optaron

por esa decisión misional como Lovingos que partió a la Argentina se

secularizaron. Allí contrajo matrimonio con una monja del país. Mira, todo

queda en casa. Hacía un viaje a España todos los años y era uno de los

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veinticuatro. Me impresionó por su presencia de animo esto es tranquilidad

y por el pelo negro mazorral sin una cana. Era la cabeza más bella del

grupo. A todos los demás se les había caído el pelo. Por ejemplo, Remiendos

lucía una perfecta y bien trazada calva de padre de la iglesia. Su pelona

era profética pero estaba podrido de millones el tío porque había caído el

gordo en su pueblo y él era uno de los agraciados. Se las daba de ser muy

franco y sincero pero aquel extremo de su fortuna en el juego de la lotería

no se compadecía a carta cabal con su personalidad. Doble lenguaje y

doble rasero. Fue el que dijo Accipiter escribe en un blog franquista y se lo

comunicó al grupo de comensales. Fue un poco desagradable: yo no me

esperaba tal puñalada. Pero en aquel caserón nos enseñaron bien a fingir y

a hacer la maula.

-Bueno y ¡qué! Sólo he tratado de reuniros que volviéramos a ver hic et

nunc y no esperar al Valle de Josafat.Illic et tunc (1)

-Sigues siendo igual, el mismo idealista de aquellas veces y mira los

tiempos han cambiado o por lo menos son diferentes.

- Alguien tendrá que poner el cascabel al gato. Uno habrá de dar el

paso al frente – adsum, (presente)- y proclamar la verdad.

Todos se quedaron de un aire y me miraron incrédulos esbozando una

sonrisa de autosuficiencia compasiva. Fue muy extraño pero el vino no era

malo y opté por echarme a los brazos, pecador de mí, del cruel y traicionero

Erifos. Porque Aldeorrillo estuvo muy pugnaz cuando le fui a dar la mano:

-Mira éste. Tiene miedo.

-Yo ¿miedo?

Y me di la vuelta no sea que provocase un sonoro y fuésemos a tenerla pero,

ya digo, el vinillo era bueno y pasaba bien con el tostón que por la comida,

que pagamos por barba 30€ lo que tampoco estaba mal, pero en conjunto

el concilio fue una especie de fiasco. Tal vez me hubiera hecho demasiadas

ilusiones.

-¿Quieres te pegue otra ostia como antaño cuando le cutiste al pobre

Quevedillo el más pequeño del curso, un renacuajo? Sigues como

siempre un abusón, “Cambea”. Si quieres que echemos un pulso...

No dijo ni sí, ni no.

Se marchó antes del café haciendo gala el presbítero de la mala educación

–ay, esa soberbia de los curones émulos de los viejos inquisidores que

siempre creen llevar razón a golpes con su lema de sostenella y no

enmendalla- desde que cambió las albarcas y la cayada por el bonete y la

sotana. El incidente contribuyó al ambiente tan enrarecido en el que

transcurrió nuestro concilio y todo por culpa de aquel antipático cura del

Opus que era de los más torpes del grupo y al que don Ciro había bautizado

con el apodo de Haedus o cabrillo pero que para mí seria para siempre el

Cambea. ¿Qué habrás hecho en todo este tiempo, perillán, aparte de

1 Juego de palabras con el aquí y ahora y el allá y entonces (proverbio latino)

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berrear en el coro y picotear en el refectorio yendo las mañanas al banco

después de decir tu misa y desayunar? Haedus se fue a su majada y por

poco me amurca pero Publio se sentó al órgano y nos interpretó una fuga

de Bach. Era el músico del grupo, capaz de solfear al revés. No cambiamos,

vamos. Nada cambea. Traté de trabar conversación con el bueno de Publio

pero imposible. Su mujer contestaba por él. ¿Mulierem fortem quis

inveniet?… (2)

Todos estábamos ya jubilatas. Próxima parada: Clases Pasivas, estación en

curva. No introducir el pie entre coche y andén, esto es con el pié ya casi en

el estribo. Éramos una buena cuadrilla, supervivientes todos de la guadaña

de la muerte, del rincón de las clases pasivas. Llegábamos con los ojos

cansados de ver el mundo, buscar la vida, de soportar persecuciones,

adversidades y de pasarlo bien, a ratos, porque sería una tontería no admitir

que guarda momentos gratos la existencia. Este es el mejor de los mundos

posibles. Otro no conocemos. Alguno tuvo que pasar por el dolor terrible de

ver a su hijo en el tanatorio como fue el caso de Remiendos. Pero allí

estábamos los supervivientes del Alzamiento Cibernético después de cantar

en alto hasta la desesperación no el Volverán banderas victoriosas, sino el

himno de Acción Católica que era mucho menos peligroso. Allí estábamos

luciendo sonrisas de media legua y palmaditas en la espalda.

- Hombre, Accipiter, qué bien te conservas.

- Tampoco te puedes tú quejar, Bolaños.

Aquella voz que me hablaba pronto la reconocí como la del cantamañanas

que se chivaba a don Ciro si copiaba la traducción de latín de la clave (3).

Al llegar a la sacristía del viejo convento herreriano tuve la sensación de que

éramos los últimos mohicanos, the last of a breed (4), un fin de raza. Los

últimos curas a la antigua usanza, los últimos párrocos. Luego de nos, todos

pastores protestantes y rabinos judíos. El que venga atrás que arree. El

destino nos había reunido allí o tal vez fuera la misericordia de ese Dios

misterioso de nuestra infancia, cuyos designios imprevisibles se alzan por

encima de las flaquezas de la carne, la malicia o la protervia de los

hombres. Esta fuerza recóndita es un argumento para creer en Él. Los

hombres se equivocan y la Iglesia integrada por hombres yerra de tarde en

tarde. A veces se mete en un cul-de-sac, un callejón sin salida pero luego

sale adelante, encuentra evasiva a su propio laberinto, que es nuestro

laberinto, aunque tal y conforme están los tiempos tengamos nuestras dudas

sobre la frase “y las puertas del infierno etc.”. La santidad divina, inexorable,

pero los hombres nos equivocamos, nos revolcamos en el barro, haciendo

honor a nuestra condición pecadora. Dios nunca se equivoca. Esta idea en

2 Quien encontrará a la mujer fuerte, frase del Libro de la Sabiduría.

3 Clave o libro maestro del profesor

4 Los últimos de la lechigada, el fin de una raza

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la que palpitan enterrados los pecios de un desastre, el naufragio de mi

vocación nunca de mi fe, que se vio reforzada al ingresar en la Ortodoxia,

me anima a no desesperar de mi empresa pues yo los convoqué. Ya que

bajo los rescoldos de una hoguera aparentemente apagada puede crepitar

todavía la llama de la fe. Una derrota puede de pronto, puesto que no hay

imposibles para la divinidad, transformarse en una victoria. La victoria de la

resurrección. La cuerda a ratos está demasiado tensa. Hay que laxarla y

después podemos hacer una lazada. Excusen todas estas cavilaciones de

un escritor impenitente que se huelga en sus propias sátiras. Los golpes y

testarazos no me han hecho perder el sentido del humor. ¡Es tan humano!

Rigoberto Remiendos me miró desde la cresta de su gran calva; ésta era

reluciente y bien cuadrada, una calva de Padre de la iglesia. Venía de

negro riguroso:

- ¿Estás de luto?

- El mes pasado dimos tierra a mi hermana Sabina.

- Hombre, te acompaño en el sentimiento.

Nadie escapa a su destino. Es ley de vida, pensé y le vi por una rendija del

tiempo coloradote y de muy sana color, haciendo malabarismos con un

balón de reglamento. Jugaba como defensa titular del equipo del curso, el

Atlético Gurriatos. Entre velorio y velorio él marcaba goles con chutes desde

medio campo. Era su destino. Rigoberto o Mig-16 porque era rápido con el

balón como un avión ruso de combate- así le llamábamos- entró en el cupo

de seleccionados para formar con el juvenil de la Arandina. Él era el

encargado de inflar los balones con una bomba, aquellos cueros de la

posguerra que llevaban cordones como si se tratase de un par de buenos

zapatos y luego le aceitaba con tocino para que rodase suave por el

césped, bueno lo del césped es un decir porque para los campos de

primera regional no se había descubierto el césped por aquel entonces, que

jugábamos a pelo sobre campos de tierra. Aquel balón de reglamento olía

muy bien sobre todo para los que tenían instinto de gol. Madera de triunfar,

una cualidad y un olfato que a mí siempre me falló. Instinto de gol. Madera

de santo. Vivíamos de ideales y empezamos a fumar Ideales por otro

nombre Mataquintos, con perdón. No éramos ingleses. Aunque se le moría

un pariente a cada poco, Rig era un optimista y un hombre hábil. Se le iban

a dar bien las relaciones públicas. Era el as del equipo. Si no lo alineaban a

él nuestros eternos rivales que eran los del Real Galápagos nos daban una

buena tunda en aquellos encuentros en los descampados entre piedras y

peñascos de las afueras de la urbe cerca del campo de tiro a las tres de la

tarde que llamaban Baterías. A veces hacía una rasca que tú no veas y el

viento huracanado se llevaba los balones en volandas y hasta las sotanas

porque hasta comienzos de los sesenta no estaba prohibido el chándal y el

pantalón de deporte – un hecho que tendría una cierta trascendencia por

lo que a mi vida sexual respecta por lo que aclararé más adelante- por ser

considerado una falta contra la modestia. Una vez, con las apreturas

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agradables del slip, yo noté una tumefacción agradable por allá abajo, un

enervamiento inexplicable. Debajo

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