28 de mayo de 2000
UN ROSTRO
DE YESO
Su rostro
era hermético, ni un rictus ni una mueca, asomándose a aquella sonrisa como
hemipléjica, una frialdad de acero en los ojos como témpanos. Era un caballero
que siempre vestía de gris. Máscara de yeso, un hombre aljez, sin revoques.
Hablaba un
castellano de prosapia rancia que nada tiene que ver con la frase hecha tan al
uso, adusto y apodíctico en sus expresiones este dramaturgo. Manejaba a gusto,
pero sin afectación algunas, don Glabro los mutis por el foro. Eran más
elocuentes sus silencios que sus textos: lo que decía, siempre a medio gas y
con ese hilo de voz apagada, en frases entrecortadas implicaba exactos
sobrentendidos, y, cuando se le preguntaba la razón de eso, alegaba que porque
estuvo acostumbrado durante los cuarenta fatídicos años con la censura; sin
embargo, que Dios nos libre de los liberales, que los demócratas fueron ya de
por sí autócratas, y al revés, en este laberinto. Desencantado por lo que
suspiraba - el fatídico advenimiento macabro-, se volvió atrabiliario como
tantos otros.
El idioma hay que saberlo manejar, si llega el
caso, con muleta y con espada. No conviene cargar la suerte. La literatura, como el toreo, ha de ser
ceñido; siempre, lo justo.
Tenía una
efigie de perfiles numismáticos, el rostro algo ovalado, nariz heráldica, casi
biselada, corte perfecto, algo cargado
de espaldas y de blasones, lambeles de su casta. Su cara parecía justamente
para ser vaciada en bronce.
La color de
su tez, algo quebrada a causa de una dolencia que arrastraba desde sus años de
confinamiento, era cadavérica, blanca como un espectro.
A don
Glabro, un monstruo del teatro, lo fui a ver una ardiente tarde del tórrido
verano del 72, tras haber concertado una entrevista de forma un tanto
atropellada días antes. Era un hombre gris, nada jacarandoso, muy filosófico.
Con Cela, una delicia entrevistarlo, uno se lo pasaba mejor. Por nada del mundo
el maestro interrumpía su siesta y yo tuve la osadía de telefonear a una hora intempestiva
de nona en pleno agosto. Profané el santo de los santos, desbaraté su yoga
ibérico.
Se puso al
aparato y me habló con voz entre asustada y
atenazada por el tedio, pero rebosando cortesía, en lo que denotaba su
buena crianza y la indulgencia para con los pecados ajenos. Era de gustos
noctámbulos y le hería la cruda luz del día. Porque tal vez su mundo no fuera
diáfano.
La vida le
había zurrado de veras. Y hubo un tiempo en que llegó a ser un joven altivo y
dinámico, consecuente con sus ideas. Los avatares existenciales hicieron que
descendiera de aquel pedestal.
Y nada más
verle, lo que a primera vista saltaba era el carácter teatral. Su rostro me
hizo pensar en una máscara de albayalde, aquellas manos blancos y caras como
paredes de yeso con que los personajes femeninos eran interpretados por actores
disfrazados.
Entonces,
las mujeres no podían salir a escena, carecían de alma y en consecuencia no
estaban facultadas a ser personas stricto sensu, que en griego quiere decir
resonante. Ellas estaban un poco
alejadas de los dioses. Hechas para recibir, no podían dar. Así se las
postergaba en el arte de Talía. Su amorfía epicena las trasminaba en
inasequibles a la escena. Así como el carnero amorece a la oveja y el garañón
madrigado cubre a la yegua y los mamíferos sueltan flujo, cuando entran en
celo, así los dioses en aras de la vital impureza del celo, y de ahí que la
Biblia diga que el ser humano sea concebido en un cabildo de iniquidad, el
útero materno. Y los romanos establecieron por preceptivas las fiestas
lustrales o de purificación cada cinco años, vedaron a la mujer las tablas. Eso
fue inamovible, que quede claro hasta que llegó la revolución feminista que
cubrió el mundo de cólera y llanto, Marx de cara feroz se ha puesto minifalda.
Se acabó el amor. Bajad el telón. No hay teatro. El gran hermano vigila
vuestras deposiciones a través de la red interdigital. Es la infurción que
hayáis de pagar en estipendio a los dioses internautas por mancharos la mirada
contemplando cada noche al enano. La cámara hace cámaras, nunca mejor dicho
ante tanta mierda, controla e incoa los initus(echar
un polvo en latín) coinquinado,
no os paséis el día y la noche copulando, un cuarto de hora de descargas.
El edificio
donde el maestro vivía carecía de elevador y de escalera de servicio. Se pasó
muchos subiendo y bajando escaleras, y ellas aparecían de repente en su teatro.
Sabía de peldaños y descansillos. Las montaba con toda una tramoya de andamios
y despidientes. A todos los poetas les había dado por los social. Un viento
solano preñado de nubes terrales se barruntaba en lontananza. Iban a echarse
sobre nuestras cabezas una multitud abigarrada de impostores y sicofantas.
Os advierto que vuestra inobservancia os
sumirá a todos en el infierno de insumes descalabros. Nos aburre tanta maruja
pedorreando cotilleos inguinarios. ¡Viva la Ejidos, su hija, y la manta que a
las dos hembras las cobija! No las aguanto. Ahora comprendo por qué don Glabro,
pese a su aspecto de ruso blanco, en lo político vistió de rojo toda la vida.
Su honestidad estuvo en toda instancia a prueba de bomba. No era un tarambana.
No había
alcanzado la cultura por entonces el prospecto gineceo céntrico de esta hora.
No se había abatido sobre nosotros esa obsesión fálica que ve en el varón una especie
de zángano para usar y tirar. Además, Arzalluz(¡ cuidado con la “z” de Zion y
la de nazi!) creo que por aquellas fechas sólo era un seminarista comido de
escrúpulos jesuíticos, que se masturbaba, siempre a vueltas con la carne, en un
convento de Alemania. Decía jaculatorias algo cutres cuando le cercaba la
tentación: “antes morir que pecar, Dios mío”. ¡Señor bendito, lo que han
cambiado las cosas! Pero eso es otra historia, ya irreversible. Aquí ya sólo se
habla de hechos consumados. Pusieron a la nación del revés y a ver quien lo
levanta.
Quedamos en que las mujeres no tienen alma.
Eso lo dijo Aristóteles porque era un poco de la cáscara amarga.
Cualquiera
sale ahora con tal descarga.
Al día de
hoy es a la inversa. Estamos bajo el halda y el poder de la super mamaria, que
parece que al personal lo echaron picapica. No sé si seremos más libres ni
mejor informados. Entonces eramos un poco más progresistas y menos agresivos.
Hoy nos hemos convertido unos fatuos hasta haciendo pis. Leer a Trapiello es un
acto bochornoso. Han irrumpido como digo los hoplitas del odio.
Había una
tragedia dentro de sí y para disimular su verdadero rostro se escondía detrás
de la carátula de yeso. Se escudaba en el mimo.
Su casa,
modesta, habitaciones en penumbra y paredes cargadas de libros, estaba situada
al lado de un mercado popular en pleno barrio de Salamanca. Era un bloque de
viviendas de renta antigua, sin ascensor, al menos hasta lo que alcanza mi
retrospectiva. Para acceder hasta el piso había que acometer una escalera con
peldaños de madera de pino y pasamanos coronando los caracolillos de una verja
de hierro; en el rellano mis zapatones emitían un sonido entre trágico y
sarcástico mientras escuchaba el latir azorado de un corazón acelerado por el esfuerzo de subir y por la emoción de
ir a saludar a uno de los monstruos sagrados de aquel momento.
A sendos
lados del descansillo se alzaban los batientes de una serie de puertas lúgubres
con mirillas de bronce, imágenes del Corazón de Jesús o un llamador en forma de
mano de hierro empuñando un globo terráqueo, herencia esotérica que nos legaron
los moros. La mano de Fátima, aldabonazo a la conciencia dormida de un pueblo,
resulta como muy española.
Esa aldaba
apoyada en el yunque es la mano de Alá que franquea a los creyentes las
cancelas del merecido jardín a sus guerreros. Yo era por entonces un joven
audaz, que sabía abrirme camino a fuerza de agílibus. Golpeaba en todos los llamadores. Algunos me
daban con la puertas en las narices, otras se me abrían.
Olía a
pimientos morrones que se estaban friendo en alguno de los cuartos, en aquella
hora de modorra con el sol pegando de firme. El mercurio había subido hasta los
cuarenta y siete grados.
El recuerdo
de aquel gran autor vino asociado a uno de los días más tórridos de mi vida. Ya
por aquellas fechas era su nombre una leyenda mítica para los jóvenes de
nuestra generación. Sin embargo, el hombre de letras vivía con decoro pero sin
alardes de riqueza en una manzana de casas que eran el decorado donde se
inspiró su drama más conocido “El Sardinel”, que como una casa de muñecas presentaba muchos
compartimientos estancos, misteriosa y replegada sobre sí misma, donde cada
interior es un bastión dando a un patio de luces, verdadero foso de leones
encadenados. No hay puertas al campo, sino grandes dosis de disimulo y taimada
actitud del que mira para otro lado si oye asaltar el bastión de su vecino. Me
dijo:
-Tú vas a
vivir en un chiscón. A los malos poetas se los encierra en una torre de marfil,
y los literatos implicados en la lucha contra la movida tendrán que conformarse
con las cuatro paredes de un alcahaz.
-¡Ay, sí!-
contesté por decir algo, sin dar demasiado crédito a sus presagios.
El maestro
tenía buen ojo clínico. Me miró de arriba abajo y no se equivocó un adarme.
Vivimos
protegidos por una muralla erizada de almenas. Nos gusta lavar nuestros trapos
sucios de incógnito. Lo dije en el
reportaje y no le gustó mucho. Sin embargo, creo haber captado el ambiente que
rodeaba al maestro para explicar de esa forma su obra, entreverada de
nostalgias y contradicciones, como cuadra al inmenso laberinto español.
Fumaba
tabaco negro. Hasta me atrevería a precisar la marca: “Rumbo”, aquella hebra
guanche con la piel dulce. Contestaba a mis preguntas con una sencillez y
precisión pasmosa de viejo lobo de mar que se sabe al frente de un navío que
navega en ceñida por una mar encrespado de borrascas. De mozo fue un experto
nauta, capaz de cinglar
la nave, cuando un rayo de Jupiter le partió sus remos.
Pocos
hablaban un castellano tan sonoro y limpio como el suyo. Daba gusto escucharle.
Así y todo no era ampuloso sino la vera efigie de la llaneza de los labrantines
alcarreños. Uno se lo imaginaba de
gorguera y con golilla el mostacho de guías y así saldría un personaje
de una comedia de capa y espada. Con Lope, la verdad, se traía un aire. La vida
lo había tratado sin contemplaciones, pera esa aspereza era oculta tras la
máscara impasible del mimo.
Un padre
militar de Estado Mayor que pensaba pasarse a los sublevados. Sería su propio
hijo el que diera el delación al general Casado. Lo prendieron y acabó el
oficial rebelde ante un paredón de la Cárcel Modelo. El joven militante de
izquierdas nunca se arrepintió de la delación sintiéndose consecuente cons sus
ideas. Pero un parricidio puede ser una coyuntura propicia para marcar de drama
una vida. Don Glabro era una trágico.
Luego, cuando llegaron los vencedores se
volvieron las tornas, le fue formado consejo de guerra y estuvo a punto de ser
fusilado. Indultado en el último momento dio con sus huesos en el penal de
Chinchilla donde se hizo amigo del poeta de las églogas, reo también de la
máxima pena y absuelto en las mismas condiciones. ¿Era tan fiero el león como
ahora le pintan?
Fallecería de una hemoptisis, aunque siga
corriendo todavía el bulo de que fuera pasado por las armas a causa de sus
ideas marxistas. La gente se pone a garlar, cuenta y no acaba.
¿Eran los
remordimientos por el parricidio la razón de su pigricia? ¿Qué le dolía a
nuestro personaje? El alma por los ijares.
El teatro
de Glabro Hariola no hubiera sido agible
lejos de una España sin ánimo de reconciliación. Los vencedores fueron
magnánimos. Ahora sucede que los vencidos siguen en sus trece revanchistas. Un
anhelo de escribir la historia de otra forma, con un fondo de revancha donde
hay un gran encerado y en la pizarra una palabra latina, para siempre incólume
y que jamás se deroga pues dice taxativa: “inobliterata”, esto no se
borra jamás, como si el destino les hubiese injuriado, late en estos juegos florales de hecatombes sin
sustancia, todo literatura al revés. Se
nos tiran al cuello. El rencor, de esta forma, no tendrá fin en este país. Así
no vale. Sin embargo, Hariola representa un caso de exquisita honradez
personal, transmitiendo la idea de que se intentó perdonar y comprender, correr
turno, y olvidar la vida pasada. Los que creíamos en esa hacedera avenencia
eramos unos ilusos. Para seres tan execrables como ese estilista y estilita,
Raro Cagüén, recordador perpetuo de monsergas el pasado está más presente que
nunca.
Fuimos
deslumbrados por el espejismo. Toda su obra dramática tenida por máxima en
calidad y eximia durante los años posteriores a la guerra, a partir de las
muerte del almocadén quedó obsoleta. Debió de herirle en lo más vivo al maestro
semejante relegación: la vida entera suspirando por la venida de los suyos, y
éstos, cuando entraron, no lo recibieron ni lo reconocieron. Glabro Hariola dejó de estrenar. Había sonado
la hora de los oportunistas y de los revanchistas.
Antes del
75 sus inauguraciones constituían un acontecimiento social. Cabe recordar
aquella “Partitura por un músico ciego”; el ambiente de expectación que creara.
Adicto a la máxima del “festina lente” ovidiano, estructuraba y dialogaba
sañuda y concienzudamente sus dramas, con parsimonia monacal y perfección de
abeja ática. Borraba mucho y su quehacer literario era lento por más que tenaz.
Se le podrá
acusar de hosco, retraído y hasta implacable, pero era un hombre consecuente
con sus ideas.
Estaba
amalgamado de una pasta cuyo gluten, ese adhesivo que unce los conceptos o los
deforma, se pegaba a los dedos como la miel de la Alcarria que lo viera nacer.
Pero él vivía en su propio Helicón, una región que funde almas en ese molde
duro que los avatares de la existencia cuartean.
Aquel revolucionario
furibundo que por una idea fue capaz de vender a su padre no tenía nada que ver
con aquel burgués en bata y zapatilla de felpa que se echaba todas las tardes
unas siestas de pijama y orinal, que fumaba en pipa y pasaba todos los años
quince días en la sierra. Ello debía de ser porque el hombre es un pozo sin
fondo, una caja de sorpresa. En su rostro bifronte había el buen funcionario
acomodadizo y el iconoclasta revolucionario. Las dos Españas parecían morar en
él compatibilizándolas.
Pero, cuando
lo conocía en persona, llegue a la conclusión de que don Glabro a quien se parecía era a Hamlet. Su vida y su obra
conjuraban el embeleso de Puco y de los duendes juguetones del “Sueño de una Noche de Verano”. Tenía una
cara oculta y era bueno al mus. El naipe al revés que el ajedrez depende de
situaciones aleatorias y combinaciones viscerales. No es cerebral ni una
ciencia exacta como el ajedrez. En las
cartas la fecial(el rey de armas del destino) es el que envida, da julepe. Es
el triunfo principal en el tute y en la brisca.
Correcto,
pero nada atrabiliario, se comportaba como un ateo de buena voluntad. Quiso ver
a Dios por el ojo emblemático de un tragaluz. En parte sus producciones entran
en vibración con una virulenta preocupación teologal. Su teatro recuerda al de
Calderón en clave existencialista, horro de dogmas y pleno de esencias vitales.
Era este lado místico la faceta más importante del hombre que escribía en la
penumbra de su apartamento rodeado de la cruz negra de Goya y con los caprichos
de la razón a la vista en la ardiente oscuridad de un velado sol, el dramaturgo
con la faz gipsífera.
-¿Qué hace
ahí tan solo, creador?
-Poniendole
el cascabel al gato. Aquí me tienes, ya ves.
-No se
encuentra, no hay cascabel. Esto es un
ciempiés.
-Pse.
Me parece
que nuestro hombre no tuvo razón de queja por el trato que le deparó la vida
durante los oscuros años del almocadén, referencia inequívoca de la actualidad
que nos domina, una actualidad que asemeja a un tiempo en rebelión contra el de
entonces.
Me parece
que se trataba de un místico a la antigua usanza que aparejaba su alma para
recibir al Señor, intentando controlar las intemperancias de la loca
imaginación. Pulía dentro de su recámara el diamante. Sufría adversidades, tuvo algún que otro arrobo.
¡Ah, en cuanto llegasen los suyos! No sabía el pobre escritor que se
precipitaría sobre el planeta un tiempo ilusorio. Con el retorno de los
fantasmas del pasado serían alzados sobre el pedestal los viejos dioses.
“Vigilavi et factus sum sicut passer solitarius in tecto”.
- La
bendición, hijo. La bendición.
-No, padre;
esa sí que no.
Se tomaba
sus huelgos. Espaciaba sus obras. Apuraba las más de las veces por la herida de
su asombro, pero negaba la resurrección. Encontró solaz en el inefable tesoro escondido
del sufrimiento. Era un monje laico y el monje es la perfección del ideal, la
idea maestra de la santidad. Si el protestantismo luterano derribó catedrales y
destronó imágenes de santos, el consumo sin disparar un sólo tiro ni encender
una sola tea hizo venirse abajo toda seña de religión. Nos llevó al huerto a
todos. Distribuyó grandes superficies por las ciudades estableciendo una
alcaicería de su cuño y letra por donde sólo entran aquellas mercancías con su
propio santo y seña, los famosos códigos de barras. Don Glabro, que era brujo,
parecía presentirlo. Se desató contra él una tempestad de odio y de bajas
pasiones. Puede que fuese un señor en cierto modo perdonado, pero asimismo
discutido. Sus escrito perspiran, sin embargo, ese anhelo de salvación y de
compasión hacia la humanidad que sirve de piedra de toque a todos los genios.
Algunas de sus comedias son como una bola de fuego que se alza sobre las
cúpulas. Luz que reina en el ápice de las torres.
-¿Madre o
madrastra, qué dice tú?
-Madre siempre.
Su teatro
posee un diseño arquitectónico, con poco de tablazón filosofal. Son un edificio
para perdurar con muros color perla que con el paso del tiempo en los ocasos
amaranto adquirirán una imbricación malva. En ese sentido, su obra adquiere
relieve de matices purificadores de mansión áurea. Dicen que en su agonía
hablaba con un interlocutor desconocido que sólo él veía con sus ojos flavos
vidriosos por el glaucoma.
Sabía que
cada cincuenta años cambia todo. Ahora, con la aceleración de los tiempos, el
cupo se ha restringido, verdad. Por ahí en eso están los caduceos haciendo
trampas. Tuvo en su frente las postreras lumbres de la vida hidalga. Uno le
hubiera pensado caballero armado velando las armas en la noche de san Juan.
Quizá pensase que no ha de embotar la ciencia el fierro de la lanza.
España ya
estaba dividida desde los altos tiempos medievales en abades santiaguistas y
calatravos. Y don Glabro, noble portento, entró en Madrid con su pavés por la
Puerta de Guadalajara esgrimiendo en su blasón mazos, sierpes, calderones,
roeles, aguilas y penachos de las viejas casas solariegas, porque era la vera
efigie de la alcurnia espejada en nombres de recia prosapia, gajos de la cepa
de los Ceballos, los Mazón, los Pita, Velasco, Velarde, Quirós - de los que se
dijo: “Antes de que Dios fuese Dios y el sol diera en los peñascos, los Quirós
eran Quirós y los Velascos, Velascos”- junto con los Villavicencio o los
Barreda. De sus runflantes escudos salieron donosos libros enmascarados de
poesía social, tragedia de zaguán, entretenimiento de tinelo y de cuarto de
estar. Bien se conoce que su padre era militar, porque se presentó a mi vista
como soldado injerto en letrado, a sabiendas que en los forros franela de la
vida y de la muerte no hay sino sarcasmo y lo plasma en su teatro cuajado de paregorías o lenitivos contra el dolor
moral en el que al nacer se nos encajona. La prosa dialogada fluye como de una
fuente virginal. Una novela, una tragedia, un mimo se gestan en los hontanares
de la imaginación. Don Glabro manejaba una fina aguja para suturar los
costurones de la existencia. Desde el primer acto concede su derrota y ello no
merma interés a sus obras.
-Pero luego
pasa el veneno por un atanor. Eso no vale. Es hacer trampa.
-Desde
luego. Tripas mueven pies.
-No
acucies, no exageres, ni disminuyas. Ciñete a la banda. Lo preciso, lo justo
siempre.
-Alcése el
telón, abrase el batiente del alaroz y entraremos todos en rampa.
-No me
vengas con tus melancolía históricas y con tus palabras raras. Acaba ya de
ascender todos los peldaños de una escalera.
Le gustaba
entretenerse con entretalladuras y arabescos de la misma forma que a Unamuno le
relajaban las pajaritas de papel.
-Ya están
ahí los anglo-cabrones. No nos dejarán vivir, ni escribir, ni resollar. Traen
su propia inquisición, sus cuadernos de campo, sus perros de presa. A Paco Alamina acabarán
por expulsarlo de los verdes campos del edén. Le darán un finiquito con este
lacónico pretexto: Bretaña no paga traidores.
- Se le
vendrá abajo la contera del bastón.
-Arda su
cachava. Vuelvase plomo la goma del regatón.
-Parece que
la historia no parece sino una tele-pasión de amores nefandos. El bujarrón le
es desleal con otro a su bardaje, éste se encanalla y he ahí que tenemos un
crimen pasional. Uno añora, por ende, los claustros sosegados, el aire puro y
los coros de los malvises y los jilgueros runflantes sobre la horcajadura de
los robles, los campos mullidos de la montaña, el sel de cencida yerba, la
llosa y la ería, lejos del ruido y los avatares de esta prosa malsana del
periodismo canalla sufragado por las fuerzas oscuras de los que hacen bisojo a
Satanás dormido a la vera de un magnolio y que se publican con una obsesión
permanente, porque dicen que los lacayos de Satanás son de ideas fijas: la
destrucción de España, mantener un estado de inquietud permanente.
Añora mi
oído el meloso y cantarín acento astur, el de la praviana cadencia, que halaga
las orejas y uno se pierde en sensaciones de recuerdos de efluvios de menta,
manzanilla y retama, añora la cama de helechos en el monte para dormir la
siesta, y a la sombra de un castaño hablar con la luna y las estrellas,
mientras por los labios, que muerden una brizna de hierba, mana un aire del Presi, ese sí que
cantaba, ese sí que era un tío, ensalzando sus amores en las cinco Polas, un
estallido de unión mística con la España tramontada de nieblas y de vericuetos.
Sólo podía cantar de esa manera quien había nacido en una casa cuartel de la
Guardia Civil. La recia y poderosa garganta de aquel ruiseñor del país luchaba
a fuerza de melodía contra los tentáculos de la fuerza oculta, el monstruo
heterocéfalo, que esparce su veneno encendiendo hogueras dispersando fuegos; es
ese que llaman el monstruo de la razón tan malvado como incongruente.
-Era hijo
de un cabo primero de la Benemérita, don Sindo.
-Aquí no
hay más cera que la arde. De gota serena nos ha amanecido. Que estos son los
bueyes que habrá que llevar a la besana.
Aquellos
personajes se habían escapado de un escenario que en verdad era una jaula
escrita por Glabro Hariola y se perdían en sus circunloquios. Ante su propia
desgracia eran españoles que se sentían espectadores dentro de su propio drama.
Teatro dentro del teatro, se alegará. Cuando se cansaban de arreglar el mundo
aquellos Rui, Nuño, Alda y Gumersinda se ponían en cuclillas y jugaban al herrón muy despreocupadamente
intentando acertar con el aro de hierro buscando la vertical del hincón o
corrían por entre los jaramagos organizando una partida de malla.
La boca de
la rama tragaldabas o el orificio del gua eran la puerta de entrada a ese
laberinto inhóspito de contumelias y de venganzas. Es de lo que vive esa gente
barbara y errante. Mientras tanto, en
las apacibles vísperas de un domingo de primavera, al otro lado del pueblo
donde los mozos se entretenían con una partida de chisto o de la rana, las
mujeres a la salida del rosario hacían tertulia sentadas sobre tajuelas de
madera de aliso y sillas de mimbre. A sus espaldas, en el centro de una
corralada, subido a la cumbre de una barda un hermoso gallo con las plumas de
almeza con franjas de oro y pavoneado por el centro, roja la cresta de orgullo
y desafiando a la luz del sol que se hundía por occidente, en impertérrito
gesto alectórico, entonaba Completas. Hay en esta ave triunfal algo litúrgico
que habla de los giros estacionales, de los días que crecen y menguan entre
raudales de luz ámbar del ocaso. Sus cantos describen la caída y la evolución
de la ola.
-Ya fenece
triste la raza heroica, don Glabro. Se secaron las frondas de antaño.
-Pues sí,
¡qué se le va a hacer!
De mañana
escuchaba el recio cloquear de las almadreñas sobre los morrillos de la calle o
las lajas de los portalones y eran los golpes de estos andares paisanos tan
rimbombantes como el repique de los nobles apellidos. El mar estampaba sus
bramidos contra los cantiles del arrecife y uno escuchaba en el aullar
metafórico del viento subiendo y bajando por los riscos y por los valles la
letanía de personajes de registro épico. Yo no sé vivir sino a la orilla de los
cantares de gesta.
-Ven, Tagle.
Acá, Velarde, el que la
sierpe mató y con la infanta mató.
Hacían caso
de mi llamada y presentaban armas en la antojana de mi casa asomada a los
riscos. Se presentaban ante mi vista con la hermosura de la piedra de una
colegiata, de estatura prócer, el yelmo y la loriga esgrimiendo la desenvainada
adarga y a punto de proferir el grito de combate. Sant Yago cierra España. Las mozas me tiraban ramos
desde las donosas balconadas de macetas florecidas y las doveladas puertas de
arquería se abrían francas para brindarme su hospitalidad.
-Es que,
¿sabe? Mi querencia solariega reside en esta franja tras los costillares y
vertebras de esa conglomeración de montañas que separa el septentrión de la
meseta. Lucho contra el endriago. Allí tenga yo mis manes.
Sus polos
me atraen con los caballos de frisia que son los puertos con sus columnas
envidadas, los lambrequines rozagantes de penachos al viento, noble catadura de
la Castilla a la que sostienen sendos leones tenantes a guisa de columnas de
Hércules. Arriba, el vértice del escapulario entado de la Virgen del Carmen.
Allí los sinoples, azures, sables, gules, bureles, aspas, escusones, los veros
y contraveros. Allí, las águilas, la nave, el árbol, el as de corazones. Fue
donde engendré a todos mis hijos. Helen, la inglesa, es santanderina por los
cuatro costados.
-Dejémonos
de quimeras. No permitáis que la muerte ronde nuestras huellas.
Mi
imaginación seguía encastillada en los suyo jugando al corro con las mejores
espadas de la Reconquista, alternando con los Ceballos y con los Villa, los Daoíz y los
Bustamante, monstruos todos del capitel historiado de una portada románica. Amé
a Fronilde la dueña de
mis pensamientos.
-Permitid,
Dios Santo, Señor de lo visible y lo invisible, que la recia vid de mi parra
hunda sus serpas en los contrafuertes de la abadía donde cantarán maitines
hasta la eternidad un coro inmortal de monjes:
Te besó el agua
el pie excelso;
hízose la ola
médano
en el tibio
regazo de la duna.
Eres querencia
de valvas
que encuentro
de atardecer
en esta playa
convertida
en cantadero de
sirenas.
Tesoro
escondido.
Eres la espuma
de juguetona onda fragmentaria,
festón de
espuma
de ola que vino
hacia mí
y un día me
besó gozosa.
Luego murió en
la arena.
Triunfante el
carcaj sonoro
del carro de tu
nombre
todas las
estrellas de esta noche
se llamarán
Suzanne
mecidas en la
marea de tu luz,
Artedo
vivo.
Vísperas de
mucho, vísperas de nada.
Proelium. Languidecerás entre libros leyendo a los poetas
muertos y escogiendo flores de crisantemos. Aquí, siempre los mismos. Los
vencidos se erigieron en vencedores desde un primer momento. El exilio, me
dirás. Y venga ostracismo para los de adentro. A los demiurgos se les alargaba
la nariz de tanta mentira. Fueron derrotados pero triunfaron en las lides
propagandísticas hasta dar con todos nosotros en el espanto del osario del
olvido. Se llamaban Fieldmanner o Jacobs y vinieron con los batallones de la
Lincoln. En Brunete y en el Ebro les dimos palpelo pero como se inventaron a
Faulkner y a Hemingway gracias a ellos nos hemos enterado de lo que cuestan los
peines, amigo, cátale ahí.
De
abyección nos toca a diario parte alícuota. Las plañideras cantan el oficio
perpetuo de la recordación. Tienen mejor voz estas Euménides, Sr. Glabro que
sus coristas, o, al menos, son de porte más sañudo. Nos ha salido a todos un
grano y ese grano se volverá rezón, a ver si me entiendes.
Nunca pudo
este escritor consumar su deseo que con el paso de los días se trocaría en
suprema aspiración de trepar por todo lo alto del husillo y encaramarse a la
escalera de caracol. El tiro de esta
pendiente nos llevará al laberinto de Creta.
Era un
iniciado en la sabiduría tártrica y le gustaba hacer solitarios de baraja
embutido en la bata de su albornoz. Y todo aquello fue el predicado de un
genitivo que nos envuelve como un sudario. El maestro Glabro Hariola se inventó
sus propios sueños y en todos ellos, hasta en los más dispersos, creía. Luego
quedaría todo aquella en agua de borrajas con el advenimiento del desencanto.
Aquel
estado de cosas fue el genitivo instante que ha parido todo esto que nos
envuelve como un sudario, porque ha habido gentes de las letras a las que la
democracia tan chismosa, propalada, de la España obsesa, nos ha caído como una
mortaja. ¿Era esta la mortal camisa de fuerza que me agarrotaría de pies y
manos, el alcahaz o conejera donde me meterían en la cija mis enemigos, sepultura para vivos que me
auguró en aquella entrevista de una
tórrida tarde de agosto el maestro, que ahora está de cuerpo presente hace
muchos años?
Me llegan
los aires de la vida y el canto de los mirlos del jardín central a través de un
tragaluz, precisamente ese ojo de buey que él eligió como símbolo para
personificar el exilio interior. Apartado de la vorágine de pasiones políticas,
tan virulentas y viscerales, haciendome pasar por loco o eremita, me libro del
quemadero, porque cerca de donde yo vivo discurre ignífero la corriente fluvial
del Flagetón, río de los espacios infernales, que no mana agua, sólo llamas.
Hay que ir con pies de plomo, y ojos de Argos. No desearía ser yesca en sus
manos inicuas.
Por aquel
tiempo, la única estrella que rutilaba en nuestro teatro era la de este genio
como apocado y con sempiterno dolor de estómago. Hasta con un segundo Lope lo
comparaban. Era el nuevo fénix de los ingenios al que en novela don Équus -así
lo llamaban por haber entrado en el espacio vedado de la narrativa como un
elefante en una cacharrería- no le hacía mucha sombra con su famoso “Avispero”. Destilaba
humor negro. Aquella escena de la viuda que se entrega a su querido detrás de
las tapias del cementerio al poco de dar tierra a su difunto quedó como un poco
fuerte, pero la censura la dejó pasar en vista de las prendas morales del
personaje, un buen candidato al garrote vil. Muy tremendista pero el gusto del populacho
finca por esos predios. Los jóvenes de la primavera del 2000 se pasan las horas
muertas encandecidas por el morbo del “Gran Hermano”.
En
filosofía asistíamos a la conferencias de don Publio Cencerro, un señor de
Valladolid que había sido pasante en la cátedra de Ortega, muy redicho, amigo
de Israel y de los americanos. Pero sus charlas con lenguaje críptico aburrían
a los muertos, porque el mentado profesor Cencerro se explayaba por los
paraninfos sobre cosas tan obtusas como el “ser en sí, más allá de”.
Los
krausistas, amen de insensatos, no supieron traducir el alemán. Ya lo dejó
dicho Clarín, el simpar crítico ovetense con pluma docta y alborozado gracejo.
A los filósofos españoles cuando se ponen a imitar a Kant no hay por donde
cogerlos. Detrás de tanto bombo y platillo se alza el peto ampara mediocres.
Un rayo de
sol entró por el tragaluz y don Glabro también arremete contra esos filósofos
subidos a un guindo. Su traza era un tanto existencialista, pero un
existencialismo puesto a secar en Móstoles sin valquirias ni cerveza, huevos
fritos al ajo arriero y una jícara de morapio peleón.
Al
“Avispero” de Équus- y no le viene mal el nombre porque es de jeta alargada y
caballuna- ofrece un panorama tremendista y cachondo, de abejas que se
desparraman por un agujero negro de sordidez edulcorada con cierta cadencia de
estilo musical que rasga las cuerdas sinfónicas de un idioma con nueve siglos
de hacer a sus espaldas.
Cuando al
autor le da por brescarlas alguna vez,
haciendo que salgan afuera los zánganos, va listo.
Yo nunca
olvidaré el heroísmo del bueno de Hariola sometiendose al bombardeo de
preguntas de un entrevistador novel en un mediodía de canícula. Eso tiene
bastante mérito, las cosas como son: franquearse así con un caloyo de la
escritura recién llegado de Londres, anglófilo hasta cierto punto, pero al que
perdieron los garitos de Madrid, y que lápiz y cámara fotográfica en ristre
interviuvaba a todo lo que se movía. Tuve siempre un instinto de cazador, pero,
probado el morbo de las imprentas, como el plomo de las balas o el olor a
sangre de los parapetos, ya no te desenganchas fácilmente. colgado como estaba
por este oficio noble ahora convertido en comidilla de lupanar de lujo, donde
afrechan cerdos de la envergadura del Casquiñas-Camuñas, tú me
camelas, y de la rubia horrible, yo amaba y concebía mi profesión como una
alberca de ideas donde se ensayan nuevas formas de convivencia y de bien común.
Un buen informador ha de parecerse a san Cristóbal el que lleva el atlas a los
hombros.
Era mucho
pedir y no tardó en llegar Paco con la rebaja. La democracia no nos quiere
libres como Dios nos crió sino algo alquitarados, morbosos, perros de presa de
su rehala, pero no muy leídos y con pocos libros. Las ruedas del carro de la
Historia se pusieron de pino. El mundo dejó de girar y las estrellas se
quedaron fijas dentro de una urna matriz.
Poco a poco
comenzó el legrado de memoria, mientras a las dueñas se las cerró la vulva,
menudas pájaras.
A Cafrune,
el pobre, al que derribaron de su cabalgadura. ¿Fue accidente o acto
premeditado? Recuerdo su oronda humanidad y su pelo recio, el rostro barbudo
invitandome en el camerino del María Guerrero a tomar mate.
El maestro
Hariola se inventó sus propios sueños; en todos ellos creía. Luego se desharía
todo en agua de cerrajas con el advenimiento del desencanto. Las Mamariantes -
ay sí-, las vírgenes de las selvas pasaron de largo sin venir a nuestro
encuentro. Mirábamos para las golondrinas con su vuelo rasgado de alas que
tiemblan al quiebro. Ya ha llovido. Pitas, pitas, dejarlas pasar. Ten calma.
Los pájaros de aquellas primaveras se fueron, pero han dejado colgados de los
nidos vacíos una breza de sueños. La nieve cubre nuestras sienes doradas por el sol de antaño. Se escucha el
clamor de los aristarcos y catones, precisamente los que trajeron este caos
coronado, realizando el trasvase del movimiento a la movida, gritando
enfurecidos:
-No es
esto. No es esto.
Yo he visto
algunas tardes mientras me asomo al balcón de nuestra casa de Arguelles
-ominoso presagio- levantar por encima del cuadrante del reloj del edificio de
Telefónica la Hidra de Lezna. Los farautes del sistema muestran encanallados
sus puños contra el automedonte invisible, mientras el papa allá en Roma se
dedica a bendecir a las hordas de los nuevos hunos que nos invaden. Más que
cardona sabe ese polaco.
-Sacadme de
este avispero, cojones, - exclamo agarrotadas las cuerdas vocales por fiebres y
pavuras- que yo me quiero ir, que no participo.
Entonces va
una de las pupilas del Tele Sarao, que trabaja en el Canal de los Prostíbulos, la rubia de
bote de la voz ronca, la que “entrevista”, la cara dura de fango, los desamores
de la Hija del Espada con el Danzante, y me dice mientras mete espuela a la
cola de la hidra:
-¡Que te lo
crees tú eso! Ya no te podrás largar. Vuelvéte jigote dentro del fanal. Te
hemos encerrado para siempre bajo la tapa de un tarro. Pudrete entre tus tomos,
lleno de reconcomios.
Tengo los
huesos molidos y sin andar ni un hectómetro me duelen a reventar los tobillos.
El albarelo al que me
destinaron los dioses era una jaula de oro, repleta de libros, con confortables
sillones, varias maquinas de escribir, mi chibalete electrónico, sueño de todo
escritor, aparatos de alta fidelidad, un verdadero Helicón, templo de las
musas, pero arriba una claraboya por cuyo montante entraba una luz escasa.
-De
reconcomios-repuse- carezco, guapa. Yo sólo tengo sueños. Los que ustedes me
tronzaron.
-Soy
periodista. Yo tengo mi carrera- me reconvino la rubia con toda la cólera de la
que es capaz una española mientra corta trajes al alimón con otras
remienda-virgos de su calaña: el ínclito Casquiñas- Camuñas, maricón perdido, el poeta
hondo con sus ojos negros y el pelo atado atrás en cola de cerdo, su bardaje,
haciendo pareja de bujarrones en comandita con una tortillera y la comadre con
cara de furcia, la esposa infiel de un amigo mío, el columnista que se perdió
por un ataque de celos “Yo tengo mi carrera de periodismo, soy una profesional”
alegaba la muy puta. ¿Profesional de qué? Ah, ya. Pues ya me entiendes.
-¿Qué
carrera? ¿La del galgo, hija? Ja. Ja. Ja.
Me dieron
ganas cuando soltó tales despropósitos mi colega, que ofenden mi deontología,
de liarme a cantazos, quebrar sus tarros, empezar a tiro limpio, pero comprendí
mi decisión ser del todo inane, porque el Consenso había propiciado ese cúmulo
de fórmulas irrevocables. Sería, pensé, como escupir al cielo y empaparte de
tus propios gargajos. Dejemos que la rubia y sus comparsas del tribunal
vergonzante sea ministra de su propio canto, lluvia dorada que cae sobre el
infierno. El búcaro es frágil. España se irá a la mierda. Pero no por culpa
mía, desde luego. Os lo vengo anunciando.
En
resolución, don Glabro Hariola llevaba más razón que un santo por lo que ha
optado por morirse, más que a causa de la enfermedad que minaba su organismo,
de aburrimiento. Aquellos tiempos de los que tanto se quejan los que andan
subidos al carro (a los españoles nos gusta dar coces contra nuestra sombra y
de esa manera aborreciendo el pasado convertimos el presente en un infierno)
fueron el doble de éticos. Ya se sabía de antemano donde estaba cada cual y del
pie que cojeara, pero había un pacto de silencio que pretendía sellar las
viejas heridas mediante el ungüento del olvido.
A Hariola,
como era de los otros, de los que perdieron, se le dejaba hacer. Estrenaba y
publicaba cuanto quería. No se puede decir lo mismo de los vencidos cuando
tuvieron otra vez la sartén por el mango. Nos atizaron a todos revancha. Versos
disparados desde los nidos de las ametralladoras vencidos. Ráfagas de versos de
García Lorca, Machado y Alberti por un tubo, cojones.
El mundo,
ya digo, se mueve a velocidad de vértigo; las estrellas quedan fijas. Aquel
verano yo escribía como un descosido revistas y reportajes. Mis hombres buenos
fueron Cafrune, el guitarrista argentino, al que sus enemigos hicieron
“desaparecer” cuando iba en mula camino de Buenos Aires; el pobre Álvaro de la
Iglesia, Evaristo Acevedo, las ruinas de Numancia. Hasta conseguí entrevistarme
con un espíritu puro, puesto que fui a ver la tumba donde se guarda el cuerpo
incorrupto de sor María de Ágreda. Así como otros personajes y cosas de
actualidad en aquel verano crucial de 72, a los que coloqué delante del
objetivo de mi cámara “Pentax”, adquirida a plazos y por el precio de cien
libras a un óptico de York llamado Dixon.
Cuanto tenía de inexperiencia y de mermas en el conocimiento trataba de
compensarlo con audacia, un ardor sin límites y una vocación aquilatada. Nada
se me ponía por delante. No dejo de
reconocer que metí muchas veces la pata, pero los años venían buenos y los
pobres nunca tuvimos la suerte de sentirnos tan libres.
La cara de
espátula de aquel autor que vivía en un cuarto alquilado del Barrio Salamanca,
y que andaba algo delicado del estómago, me hizo concebir vanas esperanzas
sobre la posibilidad de que a lo mejor cualquier día era posible la
reconciliación entre españoles.
No era más
que una presunción poco antes de volver a reinar los Borbones, aquella dinastía
extranjera, que puso a muchos españoles en la calle. Fue el regreso de los
quitate tú que me pongo yo. Se hizo en silencio sangre pero sin sangre
aparentemente el traspaso de poderes. Trocamos las conquistas y mejoras
sociales por los contratos temporales. El trabajo se volvió precario.
A la inestabilidad
en el empleo se unió el reconcomio a domicilio, la comunicación interactiva, la
vida en titulares de las primera páginas, el hombre anuncio, la exaltación del
estribillo y los lemas comerciales. Tenemos una ahitera de datos y, sin
embargo, estamos pez en ese arte fundamental de llevarnos bien unos a otros.
Los cuartos de estar son caudriláteros de boxeo, cuando no campos de batalla.
Mientras las voces electrónicas garlan a través del cazadero de imágenes,
perecen familias enteras de enojo, frustración y reconcomios que terminan en
tragedia. Brutales casos de mujeres apaleadas, historias cotidianas de
violaciones y de cuernos:
-La maté
porque era mía ¿no me comprendes?
-Este es el
mundo feliz que os anunciaron. Es el
sistema que habéis escogido.
-Que nos
han impuesto, dirás. Esto es el tragala de llevarse todos a matar.
Las
feministas desde sus gineceos encaramados coreaban cada víctima:
-Y van
cien... Y van doscientas.
Y así
sucesivamente.
A mí este
señor que acaba de morirse en lo que me hacía pensar era en la igualdad de
oportunidades. Escribía un teatro para pensar, apto para llevar a esa novia que
luego nos salió rana a los estrenos.
-¿Y esa
luz, señorito?
En una de
ellas el personaje central se entretiene ocupando sus ocios con papiroflexia.
Se estaba quedando ciego pero su obsesión era el ventano justo encima de la
mesa camilla. Esperaba ver la luz de los suyos, pero los suyos nunca vendrían.
El viejo hacía pajaritas de papel o solitarios. Por la lucerna que daba a la
acera de la calle columbraba el ir y venir de un bosque de piernas. Recordaba
sus días mejores.
El haz de
rayos que iluminaba el montante del vano se fue extinguiendo poco a poco a la
vez que descendía el telón; simbolizaba esta oclusión la fugacidad de las
cosas. La existencia humano es un espectáculo con muchos entreactos, un drama
sin argumento en el que no hay más que una sola representación. Ahora comprendo
por qué Hariola era un trágico. El hombre del albornoz que hacía solitarios y
pajaritas de papel junto al brasero se queda tieso junto al brasero. Al
revolver la badila se alborotó el cisco y el mismo tufo acabó con la vida del
héroe. Muerte infausta.
A Llana Glorianter, mi novia, a
la que llamaban “
Marga Colodra Ésula”, le gustó
bastante la obra. Recuerdo el óvalo perfecto de su rostro aquella tarde del 68
iluminando la sala de un teatro oblongo cuando cayó el telón. El escenario era
azul. Marga se había presentado tan elegante con un traje de chaqueta. Era una
santanderina esbelta. Todo un figurín. Salimos un par de veces, pero lo más
importante fueron las cartas y los poemas que le escribí. Fue mi musa primera y
ya de antemano yo presentía que sería un amor imposible. La sola visión de su
rostro me turbaba y me enardecía. Ahora me parece todo aquello una estupidez. La
sombra del gnomon de aquel reloj de sol se ha quedado herrumbroso como la aguja
estilográfica que computaba el paso de las épocas.
No
comprendo al destino ni por qué el primer amor pudo ser tan desesperadamente
violento. Alguna tara que debo yo de arrastrar de infancia. Ciertos complejos
como por ejemplo el aborrecimiento hacia mi persona que empezó a fraguarse ya
en el claustro materno, origen de todas mis misoginias. Ella, la madre, nunca
me quiso y en venganza yo tampoco pude querer a nadie. Presentarme ante una
mujer me daba pavor al tiempo que me sentía poderosamente atraído por el sexo.
Una vez la
llevé al baile de parejas después de un banquete de promiscuación y Llana
Glorianter Marga Colodra Ésula me miró con ojos aterrados de ternerita:
-¿Que hacemos
aquí? Vayámonos.
-¿No te
gusta la verbena?
Le asustaba
la ramplonería. Era una mujer exquisita. Se los dije a mis amigos. Jacinto Regleta me
preguntó:
-¿No te se
da bien?
-No. Es que
estoy enamorado.
-Tú ataca, Sindo. No seas
primavera. A la mujeres en el fondo lo que les gusta es que las metan mano.
Seguía, sin
embargo, subido a mi guindo particular tiznado de visiones idealistas perdido
en el bosque de la literatura suspirando a medio gas entre la poesía de Bécquer
y las ménsulas de piedra que traían gárgolas pintadas y damas medievales con
cara de monjas tocadas del flameo que realzaba su perfil. Me sentía feudatario
de un cúmulo de creencias provenidas del acervo literario. La dama de mis
pensamientos habría de ser dulcinea, un ser intangible e inalcanzable. Angélico
amor cortés, que categorizan los psicólogos como un resabio de pasiones
epicenas en el cruce de caminos entre la infancia y la adolescencia.
Producto de
tres culturas, como muchos de mis compatriotas, viviría de por vida aquejado
por esa dicotomía espiritual o mestizaje que hace de nosotros seres
complicados, cuando no abstrusos. Somos moros, cristianos y judíos, de acuerdo,
pero ¿qué somos? El poema épico de la tierra de Álvar González parece querer
responder:
“Van días y
vienen días./ Por la fiesta de san Juan/en que moros y cristianos/hacen gran
solemnidad/ los moros esparcen juncias/ los cristianos arrayán/ y los judíos
aneas / por la fiesta más honrar.”
Es decir,
que vivimos con una mezcla vegetal en el cuerpo de juncias, aneas y arrayán. De
la cinta al pretal somos una
mezcolanza irreconciliable. Ni yo mismo me entiendo. Me duele España.
La
Odygitria guíe el camino a los patojos como yo, que soy un escribidor enfermo,
escribo en el mismo libro, porque mi vida no es más que un acto de recordación
del niño que fui y de los amores que me asaltaron antes de cumplir mi primer
cuarto de siglo. A esa corraliza a la que conduce mi añoranza camino a
trompicones por el camino seguido de juntar palabras y hacer su enjarje en las
bóvedas de la imaginación bañandolas de azogue, luego fulgen los espejos, sólo
hay espacio; el tiempo está de sobra.
De las
ojivas se produce una precipitación del cielo en caída libre. Eso es la poesía,
una lluvia del cielo.
Llana
Glorianter “La Colodra” fue mi primer amor, la mujer fatal que me destruyó y me
puso a su vez en movimiento. Creo que jugaba conmigo, que se reía de mí. Me
llamaba no sé si cariñosamente o a refitoleo su Muharra. Pese a su cognomen,
que evocaba tardes de siega y alborozos aldeanos, pues qué es la colodra sino una zapico con el que se
afila el dalle en un acto que recuerda las notas del diapasón sinfónico en las
tardes de primavera allá en el norte, era una Melisa de labios de rubí que
irrumpió en mi vida como una aparición, pero esgrimía una guadaña en su mano
diestra. Una centella que de pronto rasgó la oscuridad en la que estaba sumido.
La hice mi Cava Florinda. Desde que la vi me he vuelto monocorde y el epímone
de sus palabras se ha convertido en referencia constante de mi hecho literario,
si es que aquí puede haber alguno. ¿Cómo podré yo escribir después de haberte
contemplado? El arte no es sino pálido reflejo de tu hermosura. He aquí que
aspirando a residencias angélicas me he convertido en moharracho de todo lo que
mi obra representa. He acabado mal al convertirme en caricatura de mí mismo.
A mí este
señor que acaba de morirse en lo que me hacía creer era en la igualdad de
oportunidades, en un teatro para pensar que dignificaba al hombre, muy lejos de
la basura como espectáculo y las groserías interactivas del Gran Sobrestante preconizado
por Orwell en su obra Animales en la Granja. El sueño sobre una sociedad manipulada ha rebasado
la realidad y no es precisamente un sistema comunista en el que vivimos sino
capitalismo puro y duro. Ese super cofrade o gran hermano no sería sino el
capataz o porquero de la idiotez de un establo.
Era un
teatro apto para hacerse ver y llevar a la novia a los estrenos.
-¿Qué es
esa luz, señorito?
Un viejo
arropado en su albornoz se interrogaba a sí mismo sobre el sentido de la
existencia mientras tajaba una baraja pringosa. Estaba sólo aguardando a la
muerte. Ocupado en su abúlico menester pasaba la tarde de fiesta, mientras a la
luz de la lucerna del sotabanco en el que se desarrolla el drama observa el bullir
de un bosque de piernas que vienen y van y que no son sino el tráfago del
mundo. Recordaba el pobre anciano tiempos mejores.
La faz
lumínica se vuelve cadavérica. Se hace de noche en la calle, cesa el
movimiento. El protagonista inclina la cabeza sobre la mesa camilla y muere al
amor del brasero. Cae el telón.
-¿Te ha
gustado la obra, Colodra?
-Mucho,
pero la encuentro un poco triste ¿no?
Tus ojos
eran grandes, airosos los andares, el óvalo facial, un círculo de perfección.
Te vi por vez primera y el carro de la vida volcó de repente. Estaba delante de una diosa. Después de
aquello, pasados tantos años, creo que no fuiste una mujer de carne y hueso,
sino un fantasma. Dejame los apuntes, me espetaste a bocajarro en la clase de
historia. La bruma del norte con toda la poesía soñada des esteros, acantilados
y de olas, de prados verdes y una casa en las montanas, se me vino encima.
Sobre mi cabeza se abatieron cientos de estrellas fijas.
Me sentí
como un diestro que recibe arrodillado a su enemigo-toro del triunfo o de la
muerte- arrodillado ante chiqueros a puerta gayola.
Yo era
bastante poca cosa. Arrojo tenía y un tesón a prueba de bomba que alzaba la
cabeza sobre el vértice de la onda para contrarrestar mi voluntad enfermizo.
Los psiquiatras luego me explicaron la secreta razón de aquella tendencia hacia
ti; supuso la reacción a mis muchos complejos. Yo a mí mismo no me gustaba.
Tampoco estaba seguro de nada. Siempre esa falta de determinación. Siempre
descolocado. A trasmano, a deshora.
Una mujer
no es una arracada de oro y brillantes ni una escalera para trepar a lo alto,
pero nos enseñaron a idealizaros. Los pedestales cayeron derribados por falta
de dominio. Mi mente retorcida no te merecía. Fuiste la primera víctima de mis
traumas, un conejo de Indias de este funesto complejo de Edipo que azota y
desgarra mis índoles. Galerías soterrañas que desembocan en malas salidas. Con todo y eso, no me enzarcé en el charco
del barro ni de la sangre merced a un valimiento especial que Melisa Darlington, la verdadera
que no tuvo nada de espejismo, que decía que siempre caigo de pie, lo atribuía
a mi buena estrella.
No sé
siquiera ni cómo estoy vivo. ¿Por qué no habré acabado yo en la cárcel o dando
de puñaladas a un tío habiendo pingado
sobre el abismo? Me ha gustado rozar de vez en cuando el filo de la navaja.
Seguramente esa predisposición a la ceguera estribe en la formación católica y
lírica que nos dieran. Pardiez que hice el canelo. Ahora el hervor de los
antiguos pecados no puede por menos de dejar un poso en el cual me regosto de
melancolía. Aquella manzana fresca de las pomaradas del norte había saltado a
mi titubeante existencia con una magia de xana, los volantines de un culiebre, la frescura de un bosque umbrío, los oteros y
recuestos del valle al que me encaminaba, porque uno no es más que un peregrino
dando tumbos. Sin embargo, luego analizas y ves que la fortuna no es del todo
ciega, que hay un orden congruo. En tu nerviosismo, en el desencanto de tus
ojos, en los rechazos múltiples y en los cientos de cartas que me escribiste y
que en un arranque de cólera quemé nada más regresar a un sotabanco de alquiler
que tenía alquilado en Paddington, cuando me diste calabazas a la puerta de la
iglesia, estaba ya prefijada esa ruta. El amor es lo que más se parece a la
literatura. Es uno y múltiple. Son voces que se transfunden y variadas las
caras y los cuerpos que abrazamos cuando creemos poseer a uno. Mirando hacia
atrás contemplo todo aquel desastre que hizo que me encarrilara por la senda y
me convenzo que de nuestras imperfecciones lía la paciencia divina una cierta
perfección, congruencia irrevocable. Tu imagen viene reflejada sobre un fondo
de hortensias las que tengo yo en mi huerta de la encartación maravillosa,
bendito sea Dios. Lo demás son gestos y retahílas. Sólo los que hemos conocido
el amor hermoso seremos capaces de decirlo. No te vi como un ser humano sino
como la encarnación de una irrealidad legendaria, continuación de innúmeras
lecturas de mis autores preferidos. Desde ese punto de vista yo sea un
fantasma, pero una sombra con bocas y diente, una lengua viperina y puños
hercúleos. Las relaciones platónicas suelen acabar en la comisaría. Todavía me
duele aquel espanto de una bella noche calmada de septiembre. De nada me
servisteis, Clarín, Palacio Valdés, Pereda,
P. Lujín y Pérez de Ayala. Leíste demasiados libros y hete aquí que se
te ha secado el cerebro.
-No sé si
los tengo completas, pero, por si acaso, pregunta a alguna de las “vascas”- te
dije
Las
“vascas” era un grupo que se sentaba en los primeros bancos. No perdían ripio.
Eran muy inteligentes y esforzadas, hijas o parientas de significados
personajes del p.n.v. apenas se
relacionaban con el resto de la clase a las que miraban por encima del hombro,
por lo visto tenían un factor erre hache más decantado y purísimo que los demás
(sepas, sin embargo, que toda sangre es colorada hidalguillo) los cabellos muy
morenos, los ojos grandes y con rasgos faciales muy acusados. Se comunicaban entre sí en euskera, aunque a
veces chapurreaban el inglés como
praxis. Listas como ellas solas y ávidas de sobresalientes, pero antipáticas y
separatistas.
Hice mucho
el tonto a lo largo de mis días, pero aquella vez, cuando por primera vez
escuché tu voz cantarina y me encendí
como la grana a tus ojos debí de parecer como consumado majadero. Aquel
encuentro fue en la clase de Historia. Un profesor canario, tan elocuente como
bien parecido - hasta creo que tuvo más de un lío con varias niñas pese a la
diferencia de edad- hablaba sobre los indios agotes. Comenzó a latirme el
corazón tan fuerte que amenazaba con salirseme del regazo. Ardían las lámparas
fúnebres de noviembre y yo esperaba tu
llegada a clase siempre tarde, espiaba con el rabillo del ojo tus gestos. ¿Qué
haces ahí, doctrino, mirando para ella con ojos de carnero degollado? Los
cielos cinerarios de Moncloa ponían colofón a un verano de idas y venidas en
seiscientos, de lecturas al borde del agua, cartas y postales enviadas a los
compañeros de curso. Desengañate, tienes un problema de relacionarte con la
gente, pero no eres tonto, no; en el amor siempre te han gustado las mejores.
Ahora quieres zamparte ese bombón, todo un figurín, una hija de familia. Su
hermana es modelo y tendrá una sobrina que andando el tiempo se convertirá en
una de las top más cotizadas de la catasta. Hombre de Dios, apuntas demasiado
alto, mucho arroz para un pollo. Yo no quiero comerme ese bombón, quiero
casarme con ella, tener hijos, formar una familia. Ser feliz. No me vengas con
monsergas. Todos los platónicos sois unos cursis. Os enamoráis de Dulcinea y
acabáis cepillándoos a una chacha en un baile de candil. Amén de ilusos,
hipócritas; ¡oh, la condición humana no tiene remedio! Baja el diapasón, hijo
mío. Ese ángel vuela muy alto y, amén de todo eso, no será para ti.
El héroe
del campeonato mundial que ganó Inglaterra tuvo un nombre Uve Seller. Su nombre
quedó grabado en letras de oro para los anales futbolísticos junto con el de
Banks, Ratín, Maza (le pegué un poco fuerte, che, no más; pero, Jesús que
patadón, lo expulsaron) y Nobby Stiles bailando por la cencida yerba de Wembley
con la copa a cuestas mostrando para millones de espectadores su sonrisa
desdentada de bufón de la acometividad. El fútbol, la nueva religión de las
masas, transmitido en vivo y en directo por la televisión planetaria, incentivo
de las honras patrias. No habían hecho acto de aparición los gamberros
motilones de cara pintada enarbolando la bandera británica, ahítos de cerveza
en jarras, y bocazas. No había surgido todavía la cintura poderosa de Zidane
sentando defensas en el área, ni la escuadra azul de los italianos, como una
partida de hijos de Aplolo en descenso del Olimpo, se mancornaba uncidos por el
brazo, mientras sonaba el himno de Garibaldi por la megafonía del estadio de
Rotterdam. Aquel 66 el fútbol no toleraba mariconadas. Era todo virilidad y
goles de cabeza, tiros a puerta desde medio campo a los Bobby Charlton. Y todo
aquello ya pasó. ¿Dónde están los héroes ya desvanecidos ?
Volvíamos
muy ilusionados para empezar un nuevo curso. Las estrellas del futuro empezaban
a parpadear para algunos de nosotros señalando una parte del camino, la otra
quedaría para siempre a oscuras. Privilegiados hubo que se permitían el lujo de
acudir a las clases en seiscientos o en cuatro- cuatro poniendo al personal con
dientes largos. Sería desde entonces de imperiosa necesidad motorizarnos.
Faltaban aún treinta y cuatro años para que Alfonso, un guripa que saltó los
parapetos de la fiel infantería que por saber morir sabrá vencer, marcó aquel
histórico a Yugoslavia en el postrer minuto. Una pica en Flandes, un milagro
que sabe hacer España cuando las cosas se tuercen y nos jugamos la fortuna a
cara de perro. Estaban las sabuesas ladrando desde lo alto de las barandillas.
Estoy loco,
eh. No di la talla. Ya entonces observé en mi conducta rarezas como tendencia a
la soledad. Me gustaban las tardes de domingo pasadas en mi cuarto escuchando
las retransmisiones deportivas, escribiendo poemas a La Glorianter y
acariciando la idea de poder algún día invitarla a salir. Esa sed de amar a los
veintidós años trataba de encauzarlos hacia un enamoramiento sin ton ni
son. Sabría luego de primera mano que
otros noviazgos iniciados en las aulas acabarían mal.
Evoco ahora
la hermosura de aquel otoño: las aleyas de la Universitaria, con sus edificios
rectángulos de ladrillo rojo, surgidos sobre los plintos de trincheras y
casamatas, vestigio de los combates de la guerra civil. Eran bellas las
arboledas con sus chopos y castaños de Indias, algún magnolio en las
rinconeras. Pero era en especial bello el entusiasmo. El culto a la belleza
plasmado en las catedrales góticas, las naves vacías, el susurrar de cantata
del órgano, la tristeza de los rosarios rezados con voz sibilante y el canto de
vísperas nos revertía a la Edad de Oro, a Garcilaso, a Fray Luis. Aquella
ciencia y aquella cultura nos parecía algo esplendoroso, sin embargo, no era
más que el canto del cisne. Estábamos viviendo sus postreros días. El pobre Petassus Bigorra, mi
profesor de Latín. subido en la gran tarima, la calva nevada de tiza y aquel
traje gris que no se cambiaba en todo el curso, y que con tanto denuedo
explicaba las raigambres indoeuropeas del latín desconocía que aquellas
maravillosas lecciones en las que se rozaba una especie de inspiración sublime,
así pasasen diez años, acabarían junto con sus libros elocuentes y magistrales
de los que ya nadie habla, pignoradas en la venta al rátigo y al menudeo en la
Cuesta de Moyano. La madre del cordero estuvo al hacer la misma Iglesia el
haraquiri descastandose de sus orígenes con el aborrecimiento de la lengua de
Virgilio. Las monadas kantianas han acabado en letra muerta entre el plomo de
los antiguos chibaletes. Señor cuanto ha cambiado todo y qué cambio más
maravilloso.
Por el
Parque del Oeste Madrid se amagaba a unos horizontes en los que se barrunta la
presencia del jabalí. Paisajes de égloga, de encinares, tamizados por el perfil
de la sierra celado de verde oscuro. Arriba, los cielos hialinos. Nuestras
promociones se destacaron por la singularidad de que los pobres llegaban por
primera vez a la universidad. Poetas enfrentados a lechuzas, impotencia y
locura, clases pasivas y opositores de por vida, pero en todo instante la sed
de saber. Fuimos la generación del canto y la palabra, cotarro de advenedizos,
la lava de un volcán.
Pasé por
fin a la Glorianter mis apuntes. Cuando me los devolvió al cabo de siete días,
me armé de valor y le pedí que saliera conmigo:
-Tengo que
estudiar. Los exámenes se acercan.
Estaba
enamorado perdido y me declaré. Mientras yo más enamorado que un ternero
estallaba en explosiones de elocuencia erótica, la dueña de mis pensamientos
mascaba chicle como una descosida. Ni puto caso. Era de esa damiselas que saben
elegir pareja con regla de cálculo. ¿Y qué? Ahora no se lo reprocho; todo en
esta vida escálculo. No embargante lo cual, me dio las señas de su casa en
Santillana del Mar y la abrumé de correspondencia. Cartas me fueron venidas.
Cartas iban y cartas llegaban. Glandífera cosecha de mis extravagancias. Hay
una fuerza memorialista en mí. Comunicaciones a la Glorianter y a Melisa Darlington, pero esa es
otra historia cuyos lejanos reflejos del espejo aquel que dejé a la orilla del
camino me arponean todavía. Contra lo que hubiera podido conjeturar no encontré
disfavor. No la enamoré yo, perdió su albedrío en mi escritura. Aquellas
epístolas largas que le remití desde todos los lugares adonde clavaba mis
pobres huesos, ora desde el foso de los leones que es Madrid, ora desde Paris
donde iba a trabajar todos los veranos, o desde Londres al que me encaminé para
aprender mi inglés y tener las primeras experiencias amorosas, no parecían
desagradarla.
-Escribes
muy bien, pero tienes la cabeza a pájaros. Me pides relaciones, pero yo no
estoy madura.
Era
precisamente su inseguridad y aquel tenerme en vilo deshojando la margarita lo
que me volvía loco. Pero fui malo, Señor. Pecador y egoísta.
No era una
mujer de la que yo me hubiera prendado sino todo un sistema de ajaracas en el
empino de mi bóveda mental. Soy el producto de los prejuicios mentales de mis
antepasados. Complicados arabescos. No pocos alifafes. Había caído en las redes
de todo un proyecto de vida otorgado desde las cumbres de un paisaje al otro
lado de los cerros que la aquistaba la benignidad azarosa de unos dioses
habitantes de las montañas hespéridas. Era de esta forma me daba su hospedaje.
Al salirme
al encuentro aquella moza cántabra pude comprobar que tendría que realizar no
pocas renunciaciones. Los mares y las cumbres de Artedo se cimbraban en su
talle y su voz de sirena, miel a los oídos, me susurraba un mensaje que siempre
me abarcaría como una presencia sonoro de un más allá telúrico. Mis manes
estaban en otra parte. No tenía, pues,
delante a una mujer ni a una compañera de aula, sino a un concepto variante;
era otra forma de sentir e interpretar la grandeza de España. Mi alma se puso
en camino y vagaba ya hacia aquella provincia de espuma y de manzanos, remanso
de sueños y de consejas narradas junto a la lumbre. Llares, trébedes, morillos
y el chisporroteo de un leño en el llar.
Para
sobrevivir hemos de sentirnos fascinados alguna vez por un cuento de viejas.
No
obstante, la ruta estaba marcada por innumerables obstáculos, desafectos,
malquerencias. Estaban a punto de regresar del infierno nuestros dioses
domésticos con su escolta de mujeres falsas, eruditos de aluvión y literatos de
acarreo, que por mis predios fue la gente a su avío y es mal que bien
inadvertida. Mis amores en general fueron uvas hebenes de las que nunca se
hacen pasas. Por dinero baila el perro. Y virginidades y libertades se aquistan y profanan
con doblones. Río yo de tus decantadas fraternidades y ojito con la familia
cristiana que se ha vuelto deplorable manada de lobos odiándose hasta las
cachas, cazadero de apólogos en el cuarto de estar, besugos sin sustancia. He
aquí que viene una nueva imago mundi. Nos fallan los gastados estereotipos de antaño. Esto
es un duerno para dar el afrecho a los cerdos, recordar a Orwell y su Animal Farm, la mujer infidel y las hijas
al retortero, el chico, respondón y maleante, ese es el paradigmático futuro
que las multinacionales nos pretenden vender a crédito. Acudid a venerar la
estatua de Mercurio que nos almonedea a crédito y al interés compuesto. Unos se
la cogen con papel de fumar y otros juntan palabras una detrás de otra para
dejar el vicio. Es lo único para lo que vale la caligrafía para enmendar los
renglones torcidos de Dios. Todo es susceptible de mejora, incluso el paraíso.
Yo no quiero convertirme en vulgar fámulo de las sociedades secretas. Nada de
cheques en blanco ni un proyecto basado en el Gran Hermano.
-Cierto eso
que dices: andamos muy a la greña.
-Por no
decir a palos.
Se me
advirtió de que mi nombre andaría en lenguas. “Eres cruel como buen católico”,
y con ese pretexto me dejaría plantado a la puerta de la iglesia.
Por
entonces yo creía en la buena voluntad de las gentes y en la Justicia. Hube de
ceñir sobre los lomos la clámide del llanto, echarme la capucha de fraile
menor, humillarme como un cordelero y aguantar el chaparrón. Desde aquella
fecha no ha parado de llover. Sosiégate, hombre. Al cabo llegaron los matarifes
con una brazada de criadillas en la mano. Acabamos de pasar por la piedra a una
piara, me dijeron. yo no era consciente ni consintiente. Despanzurraron
mondongos delante de mí, oye. Les pregunté: ¿y vosotros quien sois? Por toda
respuesta entonaron aquel himno que proclama las excelencias de un peregrinaje,
cuánta alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor.
En la
segunda ola se vio venir a los deshollinadores y en la tercera los capadores
del Tercer Reto, esos que se ponen a hinchar zambombas del prójimo cara al
pueblo, que si manganato se acuesta con zutano, que el príncipe no se nos casa,
que parió la hija de la Campos morena clara y sin cantos de la parida ni candelas
ni fiestas del purín a los pocos días ya estaba otra vez en el tajo. No fuera
que viniese la competencia a quitarla el puesto. Que si Rocíito y Antonio
David, titulares permanente de la prensa crural y venal que algunos denominan
peripróctico pericríptica y de
percicnemia, todo lo relacionando con el ano, la tibia, el peroné y la
entrepierna. La honra por la pasta. Vale ya de marranadas. He ahí una sociedad
corrompida. Queden los puercos revolcándose en el cuchitril.
Irrumpió Quique Casquiñas Camuñas pletórico
de confidencias íntimas con su cara de barbo al que le trincan o trinca.
Vanidad de vanidades, exclusivas y chorradas. Oye, mira, que no, que de lo
dicho, nada. Muy fuerte eso. A ver si enmiendas. Prefiero estos cuchicheos a
las imágenes ensangrentadas que vienen de Chechena o las lucubraciones de la
fantasía política de los cálamos delante del espigón. Despatárrate, Genara.
¿Otra vez? El hampa etarra campa por sus fueros. Sus pistoleros bailan la
ezpatadanza de las libertades pisoteadas, un zortzico acribillado de sangre,
ominosa freza de asesinatos por la espalda. Aezalluz, un aldeano muy chulo,
cura inculto y demagogo, es un nazi. ¿Cuántos van? ¿Abel dónde está tu hermano?
No me lo
puedo creer. Espanto tras espanto vamos camino del abismo. El hurgón de la
memoria revuelve las cenizas del fuego fatuo. No me echéis tanta carnaza,
hermanos. Alzo mi copa por el fuero. Por el fuero y por el huevo, ay sí. Mucho
vestido blanco, mucha parola y el puchero en la lumbre con agua sola. Tanto
hablar de sexo y de política y tenéis desatendidos los deberes conyugales.
-¿Cumpliste
con la señora? ¿Diste cuerda al reloj?
-Eso tiene
fecha fija. Cuando toque.
El sol de
agosto en la dehesa afilaba los cuernos de los miuras. Ya está bien de
embelecos y de mohatras.
Cavilaba
sin parar. Mas mi desazón interior no daba tregua. Me sentía preso en las
faramallas de la inmensa red de la burocracia, machacaba en hierro frío. La
Glorianter me condenaba a las horcas caudinas del incesante azud de noria que
nunca sacará agua de las tierras de secano. Temblando, en un estertor estético,
me sentí por un momento fugitivo de la vida, inmerso estaba en mi propio
vértigo y la visión de un espacio infinito me cegaba. Me di cuenta que mis
manos eran buenas para hundirlas en el barro pero nunca para atrapar el aire.
De esa hartura de parodias me vinieron los deliquios místicos, las orgías
espirituales.
No es más
que el pavor de lo incierto lo que me hace sentarme ante la máquina de
escribir, el chiticalla de las medios mentiras y las medio verdades, espejo
mágico que no nos concede la luz de la
vida, únicamente la refracta en clave de espejismo. Siempre ofusca nuestra
mirada una brillazón.
Aquella
consonancia de las esferas celestes que unen a las almas en una especie de
mandorla mística estaba condenada a la asonancia de los cuerpos y de la
materia; cielo y tierra vienen a ser incompatibles. El amor al igual que la
vida precisa equilibrio, el contrapeso de las fuerzas opuestas. Con una nota
exclusiva no se pondrá componer una sinfonía y desde su origen en aquella
pasión estética no existían elementos para ser conjugados. Buscaba yo el frío
relente de extrañas auroras. Mi pasión por Glorianter, una proyección de mi
propio ego hermafrodita, sólo pulsaba una nota monocorde. Quería acariciar las
blancas tocas de los montes cántabros que forjó Hércules a sabiendas de que
detrás, bajando la cuesta entre veneros escondidos florecían las rosas. Todo
aquello en conjunto formaba parte de la sangre goda de la cual me sentía
partícipe y querencioso. Viajaba con las alas de la imaginación hacia las
regiones donde el borní enrasa su vuelo y, llegado San Juan, las dos Asturias
es una perpetua fiesta. Cada noche en el valle resuenan voladores y el
melancólico eco de las canciones de los bailes con orquesta. Toda la provincia
se convierte en excelsa romería, un tiovivo de colores resonante de tambor y
gaita.
Pero en
medio del holgorio la malquerencia enarca sus cejas de desaprobación, sopla
entonces un viento que hiela la sangre, tiemblan dentro de la faja los puñales.
Estalla el disparo de una escopeta, el herido cae exánime, una moza que llora
detrás de un almendro y un hombre al que se lleva la pareja. La orquesta para
entonces en seco.
-Jesús, lo
ha dejado tieso.
-¿Cuestión
de amores? ¿ Fue por celos? Estamos hasta las cejas de la violencia doméstica.
Me amostaza lo mucho que este tipo de sucesos encandilan al morbo nacional.
-Ni por
pienso. En este caso tuvo la culpa el negocio: una linde. Por un hito que el
interfecto corrió una noche aciaga robandole unos metros a la propiedad del
asesino y también por malos quereres que vienen de antaño.
En Madrid
durante la guerra civil al calor de la vesania cainita las brigadas del
amanecer adiestradas por el vigolero García Artadell, aquel carnífice de la checa que mandaba
las fatídicas Brigadas del Amanecer, cuando se ordenaba saca de conventos,
había violación sistemática de las monjas que una a una pasaban por el boche de
los instintos animales de sus esbirros. Profesas y novicias eran arrancadas de
sus oratorios- y un alarido terrible se extendía por las celdas- arrastradas de
las sayas. Las religiosas eran acogotadas con sus propios rosarios y profanadas
en el ara del altar mayor o en el interior de los confesonarios. Consumado el
sacrilegio, los verdugos las empalaban introduciendo crucifijos, palmatorias y
hasta un cirio por el seno o la verija de las que se habían velado con Cristo.
Aquellos
verdugos lo pagaron caro. Serían para siempre maldecidos y sus vidas se
hundieron en las sombras. No te sea lícito derramar sangre deliberadamente,
dijo el Señor.
El noble
pueblo madrileño está visto y comprobado que cuando las cosas pasan a mayores
le gusta el aguafuerte. Nada más
apetitoso para su gusto que una corrida de rejones o una hecatombe como la del
dos de mayo. Dios te ponga a cobro de la furia del populacho desmandado en
turbia sanguinaria.
García
Artadell, el comisario de las Brigadas del Amanecer y comilitón del Hermano Yago de Sarrió el que
sigue fumando todavía cigarrillos de Virginia desafiando todas las advertencias
en cajetilla de que fumar es malo, provoca cáncer, para él no, era uno de los chequistas más sanguinarios del
Madrid rojo, pues tenía inclinaciones sádicas. Un psicópata al estilo
neroniano. Con pájaros de esa cuenta hay que tener mucho cuidado. Las dos
Españas están plagadas de estos tipos, pues aquí casi siempre y no importa a
qué vertiente política esté orientado el paredón los reos y los sayones se
confunden; son siempre los mismos. Dieron el finiquito del debe y el haber de
la memoria. Ya no se acuerda nadie de aquellas clarisas torturadas hasta la
muerte y que expiraron en medio de la infamia de su virginidad horadada y
terribles tormentos físicos perdonando a sus enemigos. Otra vez los cielos de
la patria se iluminaron con la palma verde de los laureados con el martirio.
No se puede
hacer tabla rasa de ese pasado. Habrá que tener a la memoria presente. Sin
embargo, hay algunos que sólo se acuerda de lo que les importa mientras
desdeñan la memoria objetiva. Son parciales y sólo cuentan su verdad,
confundiendo los sacrosantos hechos con un alud de mohatras y de falsos
testimonios. Es bueno saber que las novicias murieron con una jaculatoria a
flor de labios y profesando su fe sin que el destino les ahorrase suplicios.
Me
proyectaba con mi mundo antiguo y con mis recuerdos en aquel otro espacio
nuevo, dédalo impenetrable de la psique a través de poemas tremendistas:
Mi muerte
vendrá subida y bajada en un ascensor. Me elevará a los cielos Tanatos en una
caja metálica.
A los
diecinueve años yo no era capaz de escribir otra cosa. La grafomanía dio
principio por los apuntes tomados en clase que destrozaron mi caligrafía,
siguió con una aliteración de versos poco menos que aceptable. Cultura de aula
magna y de ideas generales, fraguada a base de frases al oído y de
convencionalismos tomados por los pelos. Desde la composición de aquel poema
los elevadores eléctricos me dan mala espina. Sin embargo, incorregible y
díscolo declarado en perpetua rebeldía, porque no parezco aceptar el mundo tal
cual es, me empecino en la escritura. Ya soy un fumador empedernido (el único
que queda después de quitarse del vicio es Rostral Acotillo, autor de novelas
góticas) y un maniaco de juntar palabras. Garabatear parece liberarme de la
neurastenia, aunque puede que a medida que pasa el tiempo me muestre más
desesperado.
Escribo
como vivo. Al desgaire. Quiero descubrir nuevas trochas del arte. ¿Soy un
iluso?
-Compulsa
registros - volvió a sonar la voz interior- porque hay ahora mismo una moza
cantando en la escalera. Un llanto quiebra la noche. Uxoricidas vengan su
honra. Hay embarazos no deseados, viudas sin pan, norteafricanos que llegan
hambrientos e indocumentados a bordo de chalupas aleves a nuestras costas. La
gente se siente indefensa y defraudada mientras se abre una enorme brecha en el
egoísmo de Europa. Los hijos crecen y piden pelas, acaban la carrera y se
encuentran sin trabajo o se ponen de recaderos en una pizzería subempleándose
de marmitones en cualquier chigre de mala muerte, las mujeres faltan al respeto
a sus maridos, les llaman calzonazos o pegan gritos plañideros que escucha a
entera barriada. “Maldita la hora que te conocí!”. Una cotorra amarrada a la alcanda del patio
del vecino no para en sus silbidos y de repetir palabras inconexas. A cada hora
un boletín trágico: dos guardias civiles heroicos que perecen sumidos bajo las
aguas de una riada por los desfiladeros de Montserrat en acto de servicio que
ojalá agradezca la Generalidad. Hay un atraco a la argentina en titulares. Toda
una chapuza. Parejas hacen el amor por los desmontes. No vayas por el parque
del Oeste, ni se te ocurra cruzar por la Casa Campo. Se han convertido en
acaballadero de negras. Y a todas horas hay un cura que se emborracha o que
extendiendo los brazos nos dice con voz compungida: “hermanos”. El tabaco mata.
Pero no al verdugo. Don Yago de Sarrió sigue fumando.
A juzgar por lo que canta la sibila no hay
una solución redentorista. Los pecados mandan. Ahora mismo las nubes del cielo
viajan aterradas como rebaño en desbandada; también los cúmulos, estratos y
cirros, montañas de masa gaseosa que escoltan nuestros días por el mundo, van a
lo suyo, empujados por el cayado del huracán. A la sombra del volcán nos
lavaremos los calcaños en pediluvios de ceniza. Una profesa carmelita transita
los caminos polvorientos de Castilla a lomos de una hacanea en jamugas. Besa su
escapulario que luce una semblanza del Carmelo y el escudo en sinople con los
bordes entados bajo las tres estrellas de la orden que iluminan la escotadura
del excelso monte. Cerca del camino bala la res que perdió el cordero recién
parida. Es el llanto de la pobre artuña. Te advierto que me estás acezando con tus
melancolías. Mirábamos entonces para la mujer a la que se le ocluyó la vulva.
Sonaron tres tiros secos. Otra víctima de la celotipia. Días antes había
ocurrido en Valencia un caso parecido pero al revés. El de una malcasada que
acabó con la vida de su desavenido esposo envenenandolo a pequeñas dosis. Por
la mañana le metía un poción mínima de acónito en el café con leche del
desayuno. A la cena mezclaba un extracto de rejalgar y por la noche en una tisana de
hierbas arsénico.¡Qué arpía! Lo descubrieron al hacer la autopsia. La Gran Vía
de obscurecido se convierte en lazareto de menesterosos juntándose al borde de
sus aceras la mugre de los cinco continentes. Hemos abierto una brecha de
vergüenza en las carnes egoístas y bien alimentadas de Europa. Madrid, cornijal
de mendigos rompeolas de África sedienta. El comercio de esclavos se reanuda.
He aquí el espectáculo de derrelictos durmiendo bajo la helada por único abrigo
cajas del embalaje, todo un grito a nuestro corazón de cartón piedra. Allá van
a parar las ancianas itinerantes portando en una bolsa de plástico sus
pertenencias donde cabe sólo miseria, los jóvenes sin trabajo y los maridos a
los que echó de casa la parienta y se fue a jugar al bingo, que se amparan
debajo de una cesta. Democracia. Esto es democracia. Que caigan las fronteras.
Palos y pedradas rompan nuestras quijadas. Una partida de chinos asfixiada dentro
de un camión cisterna que desembarcaba en Dover. Se quedaron pajaritos dentro
del contenedor frigorífico. ¿a quién pedir responsabilidades por estas
cincuenta corambres? Bah, eran chinos. Sobre gente. habrá más encartes. Y
siguen llegando chinos y chinitos. Esto es el cuento del nunca acabar. Nos
darán julepe de cadáveres en los boletines de noticias. Corrimientos de
población, terremotos humanos. Llega la ola. Dejad que la gente guapa se
divierta en las discotecas. seguid discutiendo los amores de Rocíito, las
infidelidades de Antonio David, el capricho de las circes y mesalinas del
Madrid la noche. Los turbios contubernios vigilantes y acaparantes. Arda la
lámpara sagrada de las sediciones. Aquí sólo trabaja la Guardia Civil. Crujan
mis quijadas.
Un ex
soldado de Dublín sale de la turba de desharrapados. Tiene la nariz rojiza, los
tobillos hinchados y una voz gorda y aguardentosa. Acapta algunas monedas en
una cajita de puros usada y se acaparra del relente de la noche en el soportal de una tienda de ordenadores.
La tecnología punta no va con su catadura de arambeles y de jirones del manto
flavedo cuyo tinte amarillento preconiza decadencias, pero este guiñapo humano
fue un día todo coraje con su teresiana amarrada a la barbilla por barboquejo,
la camisa y la sahariana abierta en gran escote, las patillas de boca de hacha
y el escudo legionario en los bolsos de la cuartelera, los correajes, las ocho
cartucheras con la munición, accenso que hacía la guerra en cualquier blocao tierra adentro en cotas por tierra de
nadie que se llamaban Dar Accoba, Der Salem, Alhucemas. Los símbolos de su
denuedo se resumían en aquella pica de Flandes, la ballesta, y pico y pala,
ardor anónimo de un infante sirviendo a la corona en la lucha contra los
agarenos. Soy un superviviente de Xauen la Sagrada y la perra suerte me ha aparcado en este
escaparate donde hay diseminados por sus luna unos carteles de rebajas. Su
grafía me parece estremecedora. Es el alef-beys, abecedario sangriento. El dedo
fatídico ha empezado a escribir en la pared. Can you spare a
copper, brother? Lord, have mercy. Have mercy upon me. Here you are; all I
have. Thanks a lot.
Le di al
veterano de Sidi Ifni, el de la cara congestionada bajo la luz caparrosa de las
farolas del neón. Ya no leo. Antes era muy estudioso. Estuve en los cursos para
sargento. Pero una mala mujer, you know. Era la mujer del teniente del batallón
. El marido engañado se enteró y quiso vengar la afrenta. Yo fui más rápido con
el machete, no más hombre, pero más audaz y contundente. Estos duelos se ganan al primer golpe. Pero
tus tobillos están hinchados, buddy. Ando mucho
en la noche. Así espanto el frío y los malos recuerdos.
Tenía la
cara que parecía le había dado un congestión y no era sólo la litrona en
cartones tetrabik; eran además los
cierzos que enrasan desde las cumbres guadarrameñas y entran en Madrid
colándose con preferencia en los fondillos de la chaqueta de los vagabundos,
los pobres andan desguarnecidos y sin defensa. Crudos fríos, perversas noches,
los malos sueños de la borrachera y resacas dantescas de delirios. No pensaba
yo que este sería mi destino cuando servía al Rey en la Cuarta Bandera del
Tercio. Era la de Cristo y la Virgen. Eramos en el batallón muchos andaluces y
gallegos, algún irlandés. Ahora el aguardiente me ayuda a concluir el trecho
que me quede. Son dolorosas las heridas, se me mueve la metralla y hay noches
que escucho el crujir de mis huesos bajo el arisco y hermoso cielo estrellado
de España.
Militante
de tres guerras coloniales - el puto teniente aquel el de la mujer calentona-,
ablación de un brazo hasta el codo y los treinta y tres puntos por donde
agujereó la metralla de una Lafitte desde la garganta al pubis. Estas jodías
bombas no tienen ninguna consideración. Dar-er-Salem, la trinchera de la
muerte. No se llevaba a bien con sus
recuerdos. ¡A ver! Una infancia en Dublín, y el rostro nacarado de una mujer
que al tajar la baraja de sus recuerdos salía siempre como una carta
inexorable. Estar de plantón en las guardias de la posición, las orgías en los
serrallos, los besos comprados a las ardientes rifeñas, el vino perrillo a una
gorda el chato que embeoda y otorga salvoconducto a la cirrosis, y aquella
monserga como una letanía en los asaltos del Coronel de Hierro: “cinco tiros en
el cuerpo y avanzando”. El mal del bled y las pájaras que llevaban al alma en
forma de desvalimiento con una palabra en inglés. Fading. All soldiers
never die, only fade away. Just remember.
Pero no es
así; cuando sopla el siroco, uno se cae con todo el equipo. Deserta, comete
locuras y se lía a tiros con los sargentos. No hay vida gloriosa más que en los
anales y los libros de texto. La
historia se desarrolla de otra manera.
Luego
estaban las paradas desfilando al trote cochinero detrás de la mascota, la mala
ubre de los cabos, los pescozones de los sargentos, y, por contera, el saco
terrero. Con todo y eso, muy contento de servir al rey. Los buenos pierden, los
malos ganan. La inocencia se va a tomar por rasca. Si Satanás hace un guiño a
la mujer caliente empieza el baile de máscaras. ¿Dónde están los que se
fueron? Don Glabro nos lo adelanta -
parece que es profeta, tío- en muchos de sus dramas. Toque la orquesta. Que
toque sus fárfaras y muja de nuevo la voz de semental africano, Barry White.
Un guripa
abandonado en los brazos de la fatalidad se quedó plantado al relente en una
calle de la gran ciudad. se convirtió en su féretro una tienda de
electrodomésticos. Fue la garita de su último relevo. Cantando el himno de mi
bandera se fue a hacer guardia junto a los luceros. Lo descubrieron a la mañana
siguiente unos barrenderos abrazado a una botella de anís del Mono con esa
galantería con que los accensos de las levas legionarias saben acariciar el
mosquete. no tuvo picos, palas ni azadones, una cruz de piedra en el desierto
junto a las chumberas de Alcazarquivir, sino la morgue de los pobres y más
tarde la fosa común.
Al saber de
su triste suerte que comentaron los periódicos - lo leí en la página de sucesos
mientras me aliviaba de las flatulencias y cefaleas de la resaca con
bicarbonato y una taza de café- me vinieron a la mente las palabras del salmo:
“Quia melior es una dies in atriis tuis super millia” (mejor que ninguna otra
cosa mil veces un día viendo la cara del Señor).
Den escolta
a su ataúd las cumbres misteriosas del Atlas, lloren por él las impresionantes
cuestas que surgen en el camino hacia Xauen, la ciudad que parece que se
columpia en lo alto del cielo.
Gracias,
hermano, por la limosna. Moriré contento. Que me entierren arropado a la
bandera blanca de la legión con la cruz de borgoña. Sea su honor por el que
dieron la vida tantos mi divisa. Viva el tercio. El vagabundo prorrumpió en un
grito de guerra. Los gurriatos que dormían bajo los aleros se despertaron y
parecían comprender la contraseña de combate. A todos nos temblaba la barba.
Vinieron unos guardia municipales. Baja el diapasón, buddy. Vas a despertar a
los vecinos. Callate, borracho. No nos aturdas con tus monsergas. Pero siete
libras de golpe así por las buenas es mucha limosna, compañero , que no cogen
en el plato. Sólo lo da gente alegre y generosa, como tú, que sabe lo que vale
un peine. Ya no quedan hombres. Esta ciudad es una zarabanda de guiris y de
lipendis haciendo la jerosis ( todo es sequedad), teósofos de chicha y nabo y
enanos concurrentes. Están por doquier. Se han apoderado del micrófono y no lo
sueltan. Los aires de España están plagados de sus intemperancias e
incongruencias, cuando no blasfemias, día y noche. Locutores que hinchan el
perro, que impostan la voz, se auto-escuchan, nos incordian, nos aburren. Dios
los perdone. Sin embargo, tú, accenso de los tercios, un derrotado que andas
como Jesucristo disfrazado de pobre, dice cosas sabias.
El veterano
de la Bandera de Cristo y la Virgen había cambiado su inglés por un andaluz
acolchado de consonantes vertiginosas y de vocales tardías, un tropel locutorio
en el que se trompicaban los tonos de los rapsodas de la Verde Erín. A mí la
legión, exclamé. Soy de los tuyos. Arriba el Alejandro de Farnesio y el Duque
de Alba. Si vas repitiendo esos nombres por Europa seguro que los flamencos
ponen tachas. Pero París bien vale una misa y ya no habrá necesidad de
enterradores. Salíamos con el Cristo del Cachorro en andas la noche de Jueves
Santos. ¿Recuerdas el perfume de la brisa marina allá en Málaga?
Miré para
el derrelicto. En sus ojos estallaban las luces de las señales heliográficas,
un Morse lumínico, el S.O.S de las salvaciones multitudinarias. Alegre
recibirlas cuando estábamos copados en la posición. Vamos en vuestro auxilio. A
mi la legión. Siempre os quedará la fiel infantería que por saber morir sabrá
vencer. Todo el monte Gurugú era un hormiguero de chilabas. Los punteros de las
mejalas escondidos entre las pitas, las chumberas fantasmales incluso metidos
debajo de las peñas; yo también vi morir a muchos entre mis brazos, recuerdo
sus nombres: Egidio, Massip, Topete, Zaplanas. Al capitán Müller, al corneta
O´Callagham, a Pierre el parisino y a Gaziño, de Puente Deume. Novios de la
Muerte, ésta que es mujer y fementida les tomó entonces por las palabras y se
los llevó a un lugar de memoria perenne, donde el cielo se ilumina, el incienso
se esfuma y quedan eternas para siempre grabadas las palabras.
Nos pusimos
a silbar a coro, el irlandés como no tenía dientes con más dificultades que yo,
que he la fortuna de lucir sonrisa profiláctica, el himno legionario, una
hermosa canción y nada fúnebre, contra lo que algunos piensan, por ser un canto
a la vida y un reclamo del valor. ¿Habrá algo más dichoso que morir para que
otros sigan alentando?
Con la
emoción de esta pregunta que nos mantiene a los legionarios de pechos sobre el
ventanal de los recuerdos furtivos nos dimos el adiós, un taconazo que hizo
temblar los estípites que sostienen las cariátides del Banco Central, próximo
lugar al que pernoctaba el veterano de las guerras de África con escasa
fortuna, pero era uno más. “Con todas esas rubias- me dijo a manera de saludo-
en cuanto que abran los garlitos de la Calle la Cruz me voy a dar un homenaje:
aguardiente de absintia que recoge el vientre. Llevo unas semanas que me voy de
vareta. ¿Tendré el sida ? Me habrán pegado la sífilis. Me escuecen los
compañones de un aspecto enorme como si estuvieran hinchados, la piel se seca
por ahí formando escaras y han aparecido pequeños tumores en forma de racimo de
uva albilla. Señor, pequé. Beberé y moriré, si es preciso, a tu salud,
camarada. Que, por cierto, en qué bandera te encuadraron? en la Primera, la de
los Jabalíes. Tampoco era mala, pero la que primero aprontaban en los zurridos
y, claro está, la que soltaba más bajas. En comparanza con vosotros nosotros
llevábamos vida de señoritos.
Buena
guardia, pues, O´Duffy. Del fading ni del viento del desierto con sus
zangarrianas y cancamurrias de parapeto ni te acuerdes, calate las tiras de
lona debajo de la teresiana, no te dé el sol en el cogote. la milicia
legionario es una religión, imprime carácter, es un modo de ser. Nosotros
aprendimos en África a aguantar el sol y la sed, pero sobre todo a convivir. un
legionario nunca podrá ser un antisemita. Amamos al hebreo siempre detrás de
nosotros en la retaguardia con sus cantimploras y alcarrazas de agua fresca o
llenas de vino de la Mancha de la misma forma que un marroquí ama a las moscas
sobre la barbilla. Sabemos siempre estar a la altura de las circunstancias.
Cristo y la Virgen. Santiago, cierra a España.
Buena
guardia, y, ya digo, soporta el plantón del relente. Compra la priva pero no te la bebas toda de
golpe. No te acuerdes de la madre del capitán cuando te echen el saco terrero a
los lomos. ¿Qué le vas a decir tú, caballero legionario, al hijo de un
estibador del puerto de Dublín que se ahogó a causa de una borrachera en las
aguas traicioneras del Liffey?
Nunca le
pregunté por su nombre. Por lo general, los alistados en esas banderas no tenemos
ni nombre ni vida propia. El vino y las balas nos lo dan al llegar al banderín
de reenganche a los novios de la muerte por único ajuar. Sin embargo, creo que
le conocían con el sobrehúsa del Panocha, aunque se inscribió con el de Patricio O´Duffy en la
bandera. De buena gana lo hubiese llevado a mi casa y darle cobijo, pero, quita
allá. Tal y conforme están las cosas en mi matrimonio desarreglado, los gritos
de la parienta se hubiesen escuchado en el Alto Los Leones. No estaba mi cuerpo
por la labor de que me diera otra paliza en honor a mi heterograsis etílica
-llevaba dos botellas de vino y tres carajillos ya entre pecho y espalda, sufro
y bebo para salir del infierno portátil y la herramienta de muerte que puso en
mis manos el azar aciago- y de que mi colega y yo acabásemos a la luna de
Valencia.
Había
cerrado el metro y no había autobuses. De modo que regresé al barrio como pude
en monólogo con las farolas y dando besos a las acacias de Velázquez, y a los
pinos enanos del paseo de la Puerta Toledo, a los que vi crecer. Madrid en el
recorrido de sus tabernas indefectibles encierra el embrujo de ciudad gata y
tolerante. la imaginación galopaba por tejados y buhardillas. Ser y no ser. No
me aturdáis, diablos cojuelos. Daba trompicones con los bordillos. Me caí un
par de veces. Ya rehecho de mis sorpresas, escuché a mis espaldas la voz de un
castizo chicoleandose de mis andares zigzag
-Mirále.
Parece que va a colocar banderillas.
-A tu puta
madre- contesté, más sobrio que un juez.
Porque la borrachera la tenía yo en el alma.
Los hombres
de honor, los bravos soldados del Tercio, terminan de azotacalles, durmiendo al
relente, mendigando en las plazas. Tampoco su reino es de este mundo. Sólo no
les detesta el frío relente de las madrugadas.
Recorría el
bulevar de Recoletos huyendo de la apolexia circundante [cuando ya nada nos quede la decrepitud
heraldo de la muerte tornará inseguro nuestro andar, el pulso de la mano dejará
de ser firme] y pensaban que cabalgaban sobre mi ciudad los siete jinetes del
apocalipsis. Porque la apolexia conduce a la apogamia o pérdida de la facultad
de reproducirse. La semblanza que ofrece Madrid es bien triste. Parece una estampa de la tercera edad. Las
primeras páginas de la maquinaria propagandística occidental venían saturadas
de amenazas por los clangores bélicos en Yugoslavia que mandó tronar el hético
Zambrana que tuvo un tío en Oxford, pero es como el que tuvo un tío en Alcalá.
Los bombardeos de los B52 en los lejanos Balkanes se compensaban con los
muertos en casa, donde el carnicero Arzalluz tanto manda. Un tiro en la nuca y
a escardar. El teaosisec[1]
vasco ( eso del lendakari no es más que un plagio de Irlanda) repartía el
bacalao y conciencia ciudadana. Acaparaba la actualidad. Se creía el ombligo
del mundo y no era nadie. Les ocurre a todos los paletos. Hacía declaraciones,
repartía proclamas incendiarias y otras menudencias mientra una jarifa, con
cara de seta y pinta de porno a través de Cuernos Entenados, consorcio
propagandístico se quitaba las bragas
cara al tendido. Conducía el radio concurso de sexo por lo legal. Y a los
viejos les hacía cada preguntaba que temblaba el miedo, a las que ellos
respondían muy ufanos los cabroncetes refocilándose ante las preguntas al
larguero de La Jarifa entenada.
Mientras,
una inmensa flotilla de zataras con carga inmensa de espaldas mojadas, pues se
había empezado a contrabandear con la carne humana en vivo, según decían,
cruzando el Estrecho, arribaba a nuestras playas. Vengan moros. Palos y patadas
quiebren mis quijadas.
-¿Y tú
cuántas veces, Nicanor?
-Cinco.
-Hala. No
me lo puedo creer- hacía un mohín de desconfianza irónica la nueva conductora
de los espacios que había ido de cabeza al plató directamente desde la
mancebía.
-Voy como
un reloj, señorita desde que me adosaron la prótesis. Me lo monto con
inyecciones de absenta.
-¿Y de
viagra?
-Yo sólo
aporreo el tambor.
Bien por
don Nicanor. Seguían las preguntas a tumba abierta. La Jarifa, una cachonda
mental, refocilaba a las audiencia de sus matinées sicalípticas con más de los
mismo. Nunca se agotaba el guión. Parecía que la plebeyez se había apoderado
del planeta. Habrá agua en Marte. lo acaban de descubrir los americanos, pero
de tejas abajo la decrepitud y el mal gusto se apodera. Este es el reptar de la
sierpe. Todo estaba atado y bien atado: libertad sexual de la cuna a la
sepultura.
Por
aquellos día fue cuando Anacleto Brigola, librero de lance, se puso más borde que de
costumbre. A ver si te echan los toros al corral. ¿Me deseas mala suerte? sí.
No estás muy trabajado, amigo mío.¡Qué bien vives! Dicen que era confidente de
la policía. Madrid es una ciudad donde las paredes oyen. Anacleto Brigola era
el epítome de la desfachatez y de la desvergüenza, mi verdugo con blusa y
mandilón, enterrador de nuestros sueños, tumba de las bibliotecas con libros
hermosos como cantorales, bullones de rejería y escudos de oro por los filetes,
ex libris en el frontis, lujosas encuadernaciones que pignoraba el bibliopola
infame como aquel que lanza detritus de la sutil imaginación humana a los
cerdos como si fuera bazofia al grito de agua va. Esto no se puede
aguantar.¿Cómo está el patio? Parecía un rey de armas sentado en el trono de su
casita gris, un palacio de papel. Con
los enterradores y los libreros a montón-uno tiene que ir por la vida pisando
huesos- nunca terminé de sentirme a gusto. Parece que huelo a la legua el tufo
de la carroña; la profanación de estos animales muertos de la Literatura lo
tengo por sacrilegio.
Pero, no
cantes victoria, barbián que extiendes tu dominio por la tierra, heraldo de la
esclavitud, contra ti lucho. Mis armas, un arsenal de palabras, que voy sacando
del carcaj de los vencidos. Son dardos que hacen pupa. Por supuesto, sé que a
los demagogos se les desenmascara con letanías. Chínchate, Mefistófeles: las
palabras desperdigadas en los papeles volanderos escritos por mano desconocida
e incierta son forma de hombre en su pugna contra Leviatán porque al volver a
unos labios la letra antes muerta luego resucita. En sus brazos la potencia del
Verbo vuelve a la vida.
Un buen
libro es eterno, para que te enteres y uno malo, pues también. Los ilusos que
habían delegado a los libreros de viejo
de pignorar las extravagancias y fantasías del pensamiento de hombre en sus
tenderetes poniendo al retortero la inteligencia con todos sus recursos de
ironía, sutilidad, evocaciones, y toda esa belleza oculta que late entre las
páginas de tanta encuadernación que nos abruma, pronto tendrán que darse con un
canto en los dientes. Es una parcela fuera del límite dominante del Gran
Cofrade. Sólo los lectores empedernidos conocemos el regate por el que es
posible driblar la defensa ciclópea de los lacayos cibernéticos.
Puede que,
en contra de lo que se decía, un libro ya no ayude a triunfar pero da garantías
por poco dinero de abstracción y de vivir una vida diferente a la tuya. Son los
libros escalera del cielo, postigo liberador, aunque a veces sean la trampilla
excusada que al pisar algún incauto cae de patitas en el pozo de los leones.
Inquisidores
los hubo siempre a dos bandas. Hacen a pelo y a pluma. Ya no hay autos de fe ni
se envían a los tratados peligrosos a la pira del fuego en la plaza pública,
pero todo autor o aspirante a novelista o ensayista que se precie ha de pasar
por el fielato de la aduana que defiende los valores estrictamente
democráticos, donde se sienta un temible funcionario con la gorra de plato, que
mete en el Índice al que se atreve a poner en tela de juicio el tingladillo de
la globalización, haga reparos al holocausto, no sea un vaticanista que cumplimente
la primacía - cumpla y mienta - del pontífice romano.
Más
elegantes los capataces que vigilan las obras de la casa del futuro en
construcción y con métodos a su alcance más subrepticios pero no menos
contundente que el garfio, la uña de hierro, el potro o la parrilla de los
pretores de Roma, meten en vereda a los contestatarios del sistema de valores,
e incluso les hacen correr la baqueta, les emparedan con los procedimientos
sibilinos de la censura previa, el quién es quién relapso de herejía llevan a
rajatabla, y las cargas de profundidad a estos intrépidos nautas de la rebelión
que se hacen a la vela en el mare nostrum, mar suyo, lago total de sus
intereses, coto total de los que cotizan en bolsa, se suceden una tras otra. La
frágil barquilla mía se vino abajo.
-Muerte
civil a ese proscrito.
-Podríamos
pasearlo, mi teniente o incendiar con gasolina su cocedero.
-No
procede. La muerte civil es hoy más temible que la trena, hagame caso.
Después de
alguna conversación como ésta en la covachuela de un ministerio o sobre las
alfombras de un despacho oficial, ya no existes. Nadie sabrá cuáles son tus
obras. Si tienes la suerte de encontrar editor habrán de ir a la cizalla
trituradora, o las tengas que malvender por ahí en los azoguejos. Deberíais de
daros con un canto en los dientes, pero siempre os estáis lamentando estando
como estáis instalados en la cultura de la queja. Venga ya. Vivís en España, el
país de la cultura perfecta. Los mejores paisajes de Europa, la exuberancia de
los bosques sagrados de las catedrales, el mayor número de libros publicados.
Os deberías de dar con un canto en los dientes. Mas, no hay manera; a todas
horas gimiendo igual que plañideras.
-Este es un
valle de lágrimas.
-En casa me
maltrata la mujer, que me pegó una extraña enfermedad venérea. Los hijos me
pegan. Mi madre me aborreció de niño. No tengo trabajo. De todas partes me
echan. ¿Qué hacer sino venir a zurrarle la badana un poco a Gutenberg?
-Él tendrá
la culpa de que te quedes ciego de tanto leer. Los ojos se te volvieron
vidriosos, te saldrán cataratas.
El
bibliopola me veía llegar escudriñandome de arriba abajo las mañanas de sol, no
fuera que la razón fuera de mi desaliño una de los frecuentes homenajes que me
daba a mí mismo en Rodríguez, un restaurante económico donde se come la mejor
paella casera de todo Madrid y unas frascas de dos cuartillos de Valdepeñas que
fueron la felicidad de mis mediodías hiemales.
Tengo que
confesar que en sus modestos manteles, siempre tan relimpios, encontré desahogo
a mis pujos alcohólicos, porque, como llevo dicho, de muy atrás me arrancan mis
más y mis menos con Erifos, el traidor dios del vino, al que debo haber hecho
tantas veces el ridículo, que me hizo derrotar por los malolientes tugurios
como una barco a la deriva (al cabo de unas copas no soy yo mismo, ni sé dónde
estoy, cuando Erifos me arrebata entre sus zarpas) y haber encallado más de una
noche en las comisarías de todo el territorio nacional. Tengo ficha de
dipsómano.
Milagrosamente
he ido saliendo de mis estragos y desafueros. España, pese a nuestros lamentos,
tiene algo de Tierra Prometida, el Paraíso, aunque a cuenta de nuestra
incultura e intolerancia hayamos hecho un infierno de esta nación, que es a mi
modo de ver la más hermosa. Y salí gracias a la misericordia de los guardias de
asalto, la piedad de los jueces, y la conmiseración de aquellos que encontré en
el camino y a los que vine a perjudicar con mis excesos y canallescas zambras
etílicas cuando Erifos, la deidad insolente y delirante, hace lo que quiere de
mí; enajenada la voluntad, no soy ya más que un guiñapo.
Sin
embargo, el librero no se andaba con contemplaciones ni le valían maulas.
Alguna palabra dije, algo observó en mí que desde un primer instante no le caía
bien y me tomó ojeriza.
Era un tipo
de los que ven crecer la yerba, difícil de engañar. Me buscaba los puntos para
entrar en redondo con su lanceta fatídica sobre mis pobres mondongos.
-¿Qué, ya
trabajaste? Mucho vago hay por acá.
Sabía que
yo era un cesante. La envidia, la
ojeriza le acezaban, no perdía ocasión para mortificarme. Me rindo. No soy más
que un escritor sin fortuna. Un perdedor. Me gusta la sombra de los chopos y el
olor insinuante de los baratillos. Te advierto que no estoy por la labor de
darte un guantazo.
Pero él
duro que te pego no me dejaba a sol ni a sombra como si tuviese una fijación
maligna con este pobre pecador. Una llamada al orden, cáspita, que no te pases.
Mucho vago hay por estas lindes. A mí me lo dices que he sido un trabajadorón
toda mi vida. Mi mente no para de hacer fabulaciones ni mis dedos de darle a la
tecla. Lo reconozco. Fracasé. Canastos,
cómo lo llevas hoy.
Anacleto
paso corto y vista larga y maneras de polizonte estaba en segundas nupciales
casado mira por donde con la hija de Juan Simón. Nunca he visto chica más
lúgubre, pero era ella la que hablaba con las ardillas poniendo en su locución
un acento de mucha ternura. Se llamaba Antera y creo que estaba bastante
compenetrada con su marido a quien aguantaba las neuras. Lo que la una vendía
caro el otro lo regalaba. El chiringuito de la señora de Brigola estaba montado
algunos puestos más arriba, mas ella no vendía una rosca, lo que demostraba que
el secreto de la venta de los libros casuales, que es un arte, se centra en la
baratura. Por eso, cuando Anacleto se metía las manos en los fondillos de
guardapolvos de menestral para devolver el cambio era costumbre verle sacar en
el puño un buen fajo de billetes. Nunca le habían atracado, escucha, ni le
había metido un meneo en pago a sus intemperancias y constantes salidas de tono
ningún cliente. Mientras su señora se
dedicaba a apostrofar a los animalotes de Dios, él recogía el dinero a
espuertas. A veinte duros el ejemplar poquito a poco iba recabando montón.
Eran cosas
de su amantísimo es poco aunque lo de amantísimo no sea más que un decir. Sus modales eran los de un cuatrero para
aquellos que le caían mal o de los que tenía mal concepto. Sin embargo, se
derretía por el contrario a la vista de aquellos que representaban la autoridad
o estaban en el ajo de lo favorable. Sabía ser cordial cruz y raya este ángel exterminador de la
buena letra, tratante de libros al por mayor, genio de la venta al montón.
Abatido e incluso servil con el encumbrado y con el desollado un verdadero
matarife. Era una experto en el manejo de la adulación y el látigo. En él se
cumplía la máxima que pregona “al amigo el culo, al enemigo por él, y para con
el indiferente, se le aplique la legislación vigente”.
A uno que
arrastraba las erres y que llegó a tener en sus manos la cartera de Gracia y
Justicia - largo camino recorrido desde el chital, Adonai lo bendiga-, cuando
venía al puesto casi se escuchaba desde la misma estación de Atocha el crujir
de las vertebras de Anacleto prosternándose ante él. De éste cabría decirse que
le caía bien. Hay que ver cómo Tambor del Bruch (era el mote, el alias con que se tarjaba a este
recio carácter en la Cuesta) le bailaba el agua. Pero, canastos, hay que ver lo
pelotilla que eres, me das asco, tan mirado para otras cosas, y he aquí que te
derrites ante un cuarterón, me das asco. Que ese hombre manda mucho, que es el consejero delegado del poder
invisible, la Rosa Roja de Oro puro, de acuerdo, pero te achantas y haces el
ridículo. En cambio, yo no he recibido otra cosa de ti que exabruptos. Se han
clavado en mis carnes tus dientes de comadreja. ¡Qué es eso de tanta
prosopopeya y luego darle la mercancía gratis! En mí no manda nadie, hago de mi
capa un sayo, pero no es eso, amigo mío.
No eres lo
que se dice mi regalo, aunque he sido tu mejor cliente, ingrato. Me has llenado
de kilos, vendiendo al peso y de erudición, tunante, y luego mi mujer levanta
el tejado con sus voces diciendo que merco la polilla a casa, pues mucho peor
son los que tratan blancas o los camellos que hacen polvo a las nuevas levas sembrando
el dolor, la miseria y el hambre en las familias con cocaina. Diréis que la
literatura es una droga, pues bendita eucaristía gracias a la cual uno entra en
comunicación con las ideas vivificantes -algunas más felices que otras- que
tuvo la imaginación humano. Durante mis frecuentaciones a lo largo de los años
de atrás de estos galpones pintados de gris, una invención que los rácanos de
la prensa pesebrera atribuye a la República como si Largo Caballero hubiese
leído un solo ejemplar o Sagasta y tenía a orgullo su ignorancia, el del tupé
que anunciara nuestro desastre más garrafal cuyas consecuencias no han acabado,
porque aquel fracaso tuvo un largo recorrido y no sabemos en qué parará la
cosa, pues, como digo, se lo ponen a los repúblicos y no señor. Esta fue una
idea de la cual nos lucramos tantos y yo me huelgo muy personalmente de aquel
gran español que se llamó Marqués de Estella. Como las carreteras, como el
monopolio de la gasolina que le costó al pobre Calvo Sotelo la cabeza. Vengo
aquí porque el espíritu de los grandes españoles, el genio de la raza se me
aparece de forma callada disfrazado de libro amigo, que libro y amigo viejo
quiero yo en mis lares y un añoso leño con el que calentarme.
Sin
embargo, a los marchosos y a los escritores sin porvenir les declaraba personas
non gratae y le arrojaba poco menos que a patadas de su tenderete, con lo que
perdían el favor de los dioses y el crédito de las nueve musas. Se quedaban sin
entrada como me quedé yo para ingresar en el Helicón. “Fuera del Helicón por
maricón, reservado derecho de admisión”, decías, perro, y yo sin decir esta
boca es mía, que todo lo aguantaba por amor a esta afición despendolada que se
ha trocado en vicio. Un lector es como el manso cordero que va a la toza del
matarife sin un balido. Me entrabas a degüello, me insultabas. Paso, que voy.
¿Es que estorbo? Sí. La calle es de todos, que yo sepa.
En más de
una ocasión, energúmeno, me trataste de aplicar la ley de vagos y de maleantes.
Y mis amigos no se cansaban de repetirme que no hiciera el menos caso, que eran
cosas del “Tambor del Bruch” el día que se levantaba con el pie izquierdo. Pues
bueno. Que vale. Quedate con tus libros y con tu mujer de rostro arrugado,
siguele haciendo reverencias al fámulo de los rosas rojas, esa familia a la que
tanto dolor, tantas traiciones y tanto progreso le debe la historia. Hablale
con voz meliflua de clarisa. Haz lo que te dé la gana. Trenos y gallitos como
aquella conversación que escuché en el puesto, bibliopola, con estas orejas que
se han de manducar los gusanos:
-Pero qué
ocurrencias tiene usted, don Elías. Cuantas ganas tengo de que le hagan
ministro y verle metiendo caña pisando las alfombras del planta noble.
-Todo se
andará- decía el fideicomiso de los Rosas rojas, más orondo que un pavo, a
punto de tirar el puño y el capullo a la basura (invenciones de mitómanos y de
editorialistas sesudos) como otrora se dio hachazo al yugo y las flechas, pero
he ahí que los rojos no perdonan. Cuando se ponen a jugar la pelota son
terribles, nadie les trilla la parva, no dejan hacer baza aunque después cuando
llegan las claras del alba de la verdad tienen que plañir su derrota. Hay en
esa gente que manipula y maquilla la actualidad algo del plomizo llanto de
Boabdil el Chico. Adamados fuisteis, cuadrilla, y hubisteis de llorar como gallina por aquello
que no supisteis defender con las armas en la mano. Siempre os ocurre. Parece
que os coge la negra cuando os vienen las prisas. Pero tenéis suerte de no
encontrar la horma de vuestro zapato. haceis facecias por la radio, escribis en
los matutinos editoriales plúmbeos. Escurrís el bulto para terminar encaramados
a la columna diaria del maligno Don Cagüen al que voy a mandar un negro un día
de estos, si no fuera porque no quiero mancharme las manos de gallinácea
arrancándole a ese pollo la cresta. Pues no va y dice ahora el maromo que un
día vistió la camisa azul esa sabandija, que pronto será risa de todos.
-Haga usted
caso de lo que yo le digo, don Elías. Cambie de partido. Vuelven las derechas.
-Hombre,
Anacleto. En ello estamos.
Extremaba
con aquel individuo de la Organización Mundialista, que tenía más poder del que
se supone, las cortesías y deferencias; con otros era grosero, insultante,
déspota.
Elías tomó
cuenta de los consejos del tratante y en el siguiente gabinete tras las
elecciones generales ganadas por el Partido del Tupé, que desbancara en las idus de marzo por mayoría
absoluto al Partido Calvo, obtuvo el
nombramiento de ombudsdam ministerio sin cartera. Fue lo mejor que pudo hacer:
chaquetear, dar la vuelta a los forros de su abrigo de felpa. Deshojó el
capullo y tiró la rosa a la papelera aunque en el fondo él siempre fuera rosa y
una rosa muy encarnada, carnosa, sin espinas, pomo de las esencias del dinero y
de la fuerza. Rosa Cruz. Un tío muy listo era. Una vez elegido y ostentando las
preeminencias del coche oficial, dejó de portar por la Cuesta, sus obligaciones
se lo impedían.
Tenía toda
la pinta de rabí (la gran papada, una panza surtida que trataba de combatir con
regímenes de adelgazamiento que se venían abajo cuando el estrés hace de las
suyas porque los gordos están gordos por comer, y yo sé bastante de ese tema,
sino por los nervios y la angustia) el pelo crespo, la nariz, una lamia a la
inversa, los ojos encendidos y ardorosos como la almeza. No acertaba a dominar
las erres. Al pronunciar esa letra parecía hacer gorgoritos. No era fetichista;
más bien lector contumaz y amante de la ciencia. Misoneísmos aparte, sucede que
leyendo un judío se bautiza y los incircuncisos se tornan a la Tora en pequeñas
dosis y terminan por abrazar la preceptiva talmúdica. Los sueños se interpolan,
las vidas se combinan. Unos y otros terminan haciendo encajes de bolillos.
Es lo bueno
de la lectura que torna a los hombres más comprensivos, que no necesariamente
más cultos. Los elegidos pertenecen al último grado de invitados al gran
banquete de las delicias.
Yo amaba y
odiaba al mismo tiempo al bueno de Tambor del Bruch y sentía compasión por su
mujer Antera la incomprendida, la que en por las tardes daba de comer a los
roedores de cola roja, como un pompón retráctil sobre la rama, manises con la
flor de la mano. Traté de perdonarle en gracia a que él me suministraba un
material que fue durante años y años las vitaminas espirituales que mitigaban
la anemia de mi desconsuelo, pero siempre me soltaba alguna andanada o
respondía con destemplanzas a mis observaciones sobre la vida y la muerte,
porque la Cuesta es uno de los lugares que me volvía reflexivo y filosofo. Era
el prado del Beatus Ille y del Ubi sunt horacianos, varadero de los barcos
embarrancados o pecios que escupieron a la costa de los galeones de la poesía.
Mira que haber pretendido ser un famoso escritor y acabar en esto, delante de
este galpón administrado por un cómitre de la galera más lóbrega, malhablado
que te suelta de repente improperios, te habla con segundas y te llama vago a
mí que he sido un trabajadorón toda mi vida. Mala suerte si el roble se vuelve
ceniza entre mis dedos o si la fortuna me ha herido mortalmente. Yo no tengo la
culpa.
Lo que
menos me gustaba eran sus calambures y corbetas en alusión a mi flojera.
-¿Qué? ¿Ya
has trabajado hoy?
-Mira que
no me calientes, Tambor del Bruch.
Agachaba la
cabeza y no contestaba a su equívoca pregunta cargada de intenciones malignas.
Sin embargo, una tarde que venía de yantar en Casa Rodríguez bien repleta la
andorga y el humor enardecido por las libaciones del excelente vinillo que en
ese figón suele servirme Luisito hicele cara mecagúen un vagón de señoritas.
Estaba dispuesto a dar cuenta de sus ofensas.
-Te vas a
tragar lo que has dicho. Se me ha agotado la paciencia.
El vozarrón
con que machacaba el tratante a los escritores fracasados y a los cesantes se
tornó en la vocecilla de las adulaciones para los altos cargos como don Elías.
Tiré adelante, me fajé con él. Del primer golpe le hice añicos las gafas y a la
segunda puñada rodó por los suelos con su oronda humanidad ilustrada. Y a la
tercera ya estaba pidiendo árnica.
-Hombre no
es para ponerse así - dijo mientras ayudaba a levantarse y con un pañuelo
blanco se restregaba el polvo de la pernera. Vi en sus ojos no el brillo de
rabia de los toros bravos sino el pánico del gamo perseguido por el ballestero
junto a la fuente Castalia. Pese a sus ínfulas resultó un cobardón. Así suele
suceder con los que mucho hablan, se les va la fuerza por la boca. Vino su
mujer alarmada.
-Pero qué
pasa, qué pasa. Ay, Señor, que me lo matan.
-Por esta
vez no, señora Antera, pero a la próxima...
Yo sólo me
acordaba entonces de un grandullón que zurré en mi barrio porque me hizo trampa
a las canicas
Otros
libreros de lance se presenciaban el desarrollo de la pelea en plan expectante
asomados como conejos a la entrada de la madriguera sobre el quicio de las
puertas pintadas de gris. No me había durado Tambor del Bruch ni un asalto.
-Que hemos
tenido una palabras éste y yo. Nada grave- intenté de justificarme ante aquel
concurso.
Pero el
coro de libreros de lance asomando la jeta por la boca del garlito movían la
cabeza en gesto de desaprobación. Me estaban llamando violento con la mirada.
No creo que le haya pillado desprevenido. Mira
que se lo he dicho: no me faltes y él duro que te pego con sus exabruptos. Y
que conste que esto no fue más que una caricia. A la próxima irá en serio.
No llamaron
a la policía. Mi oponente se lamió las heridas como mejor pudo. Yo no volví a
portar por el chiscón, aunque siga echando de menos las ventas de los sábados,
esas adquisiciones increíbles a dos reales. Lo ves. Deberías de haberte hecho
el longuis. Es que no puedo, no puedo. Además, no la había tomado sólo conmigo.
También con Antera a la que llamó delante de mis barbas una vez mentirosa y
falsa.
La librera
tuvo depresiones como consecuencia de los malos tratos psíquicos y hasta tuvo
una crisis menopáusica de la que curó gracias a sus coloquios de árbol a árbol
y de rama a rama con las ardillas. Tenía la cara arrugada y los ojos tiernos de
tanto llorar. Sólo curaba de sus despechos maritales la ceba franciscana de los
bichejos de Dios descendiendo de las acacias y de los castaños de Indias para
comer en su regazo. A cada una de las ardillas esta santa Clara de la Cuesta
les llamaba por su nombre y les hacía cariños.
-Bruja más
que bruja, ¿por qué no bajas a darme un beso, anda?
Sus
interpelaciones y amorosos relumbros alcanzaron su acmé estático al saber que
una de las hembras de esta especie “Sciurus” sexualmente tímidas había tenido
una gran camada de gazapillos. Era cosa de ver cómo aquella pobre mujer
acercaba cada mañana al árbol por donde se descolgaban los roedores una escudilla
llena de leche, la solicitud con que andaba todo el día expectante descuidando
incluso las ventas por ver si el macho hacía acto de aparición. Se lo había
comunicado un guarda del botánico:
-He visto
una lechigada escondida entre los atochares de mi sección.
Y dijo el
nombre correcto con que la fitología conoce a estos arbustos: tenacíssima
Stipa. Muy corriente en las hondonadas someras del último curso del Manzanares
y adorno de sus riberas, al igual que la fragante ginesta cuya suavidad
odorífera contrasta con su aspecto híspido exorna las lindes que separan las
hazas en los caminos.
Cuando supo
que sus amigas había desaparecido de su guarida una madrugada Bursa - que era
otro alias por que conocíamos a Antera la Librera- la pobre estuvo
descorazonada y compungídisima. El garduño del veneno acabó con ellas.
De esa
forma desparecerán sin dejar rastro nuestras bibliotecas mediante un auto de fe
subrepticio. Dejad que los niños vengan a mí y que los libros se mueran de
asco. ¡Tanto afán de saber y de acaparar papel para que un día venga el Tambor
del Bruch y le diga a vuestros herederos:
-A ver lo
que os doy por la librería de vuestro señor padre. El pobre leyó tanto que no
le aprovechó nada. Ya supe que el pobre andaba mal de la cabeza.
Aquel
palacio de la inteligencia y de los sueños se remató en cinco mil duros. Compró
pues a una tasa inferior al precio en peso de papel. Así, claro, ya se puede vender libros a
cuarenta reales y así y todo convertirse en millonario. Por lo que digo no voy
descaminado cuando dije que los libros a los que consideré razón de vida, mi
anchura y longura, mi profundidad y mi alteza, sólo fueron un lastre en mi
vuelo hacia las alturas. Pesaban
demasiado cuando quise alzar el vuelo. S
Vivo por
otra parte en una tierra en la cual los que escriben libros a ojos de los se
convierten en sospechosos cuando no cómplices de la infamia. Si dices que eres
escritor te miran por encima del hombro, como si estuvieseis loco o algo así.
Escribir y leer me llenaron de melancolías porque el que sabe sufre pero
también montando por estas ataguías de las páginas de un libro se puede sentir
el silbido vivificante de la libertad
Eran siete y sólo sobrevivió uno de la prole.
La geología
-algunos parecen que lo olvidan- es una parte de la zoología. El que se
encariña de los animales no puede ser cruel ni tampoco tener mal corazón.
Aquellos exquisitos apóstrofes tiernos de la librera a los roedores hambrientos
servían de marcado contrapunto a aquel ambiente abstruso y poco expansivo del
mundo de las ideas o las extravagancias de la política que también socaban cual
carcoma la tablazón de las casetas de la Cuesta.
A tanto
como a dar un beso a su protectora no llegaron los s ya que debían de estar
imbuidas las ardillas de un sentido estético y no querrían comulgar con ruedas
de molino teniendo que ir a hacer el amor a la mujer fea, pues Antera era fea
como un diablo.
De repente
un buen día desaparecieron las ardillas de la cuesta diz que las envenenaron o
algún desaprensivo que les había echado a su cazuela, como desaparecí yo de
aquel encante donde me habían querido poner las banderillas negras y yo me
defendí como gato panza arriba. Nunca volví a ver al librero que ni me retó a
duelo, ni me llevó a juicio por aquella agresión. Calibrando seguramente para
su fuero interior que se lo tenía bien merecido.
A mí los
libros me alzaron hasta los confines sublimes del séptimo cielo o me subieron
en los fangos abisales de la ignominia y el desprecio. Ningún pueblo como el
español donde se haya escrito tanto y tan bueno cálamo currente y ocurrente y
donde se registre en alguna. Mi paso por la vida resulta incierto a causa de
mis melopeas, unas de vino y otras de literatura. Erifos y las Nueve Musas
hicieron, cada uno por su parte, su obra deletérea y a la vez colocaron los
cimientos de esa torre encantada de la que me ha costado salir. uno encuentra
consuelo en la filosofía y en el vino y la cerveza libado en tascas y
cuchitriles de medio mundo anodino a mis zozobras. Son las andaderas con las
que me tengo en pie.
Los cálidos
apóstrofes de Antera la Bursa a las ardillas y los tejones del Buen Retiro
valían tanto como cien súmulas apologéticas. En ellos ponía la mujer toda la
ternura de la que era capaz. Por el niño que nunca pudo arrullar, el hijo de
las entrañas al que no le cupo la suerte cantar nada y por la maternidad que no
se dio en su vientre. Había tenido una niña al año de casada pero se murió de
tos ferina.
Mírese por
donde se mire y dígase lo que pluguiere, el vino fue mi báculo, cadena de
condena y alas liberadoras, en tan amargos instantes cuando se me estaban
cerrando todos los horizontes, cuando, por remate a un largo episodio de malos
tratos y recriminaciones, tuve que huir de casa, porque había descubierto las
infidelidades de mi mujer, y mis hijos abusaban de mí o me maltrataban, fue mi
báculo. Haría las veces de paño de lágrimas en este romeraje por el que he
venido transitando a lo largo de mi existencia menguada por los sobresaltos,
los absurdos, el desconsuelo y el eterno llanto. La dulce Señora también tuvo
piedad de mí. Esta convicción secreta que no puedo demostrar con pruebas
palpables pero de la que estoy seguro fue también sostén en lo aciago.
Ha sido
larga la peregrinación. Los próximos años que cumpla serán sesenta y resulta
que parece fue ayer. Me daba la impresión de estar a la vista de un nuevo mundo
cuando nos refugiamos en la calabrina- albergue de aquel montañés en una
excursión que hicimos a los Lagos de Covadonga, todo el horizonte para
nosotros, el mar y la tierra a nuestras plantas, pero no era cierto. Aquel
paralaje nos costaría muy caro a los dos. Nos equivocábamos. Disfrazado en
traje de pastor con boina y cayado se nos apareció aquella tarde de septiembre
el maldito diablo.
No era la
primera vez que recibí su visita. Reincidía. Nunca me mostró sus pezuñas en
Londres pero en España y, sobre todo, en aquella Asturias del alma a la que
tanto quiero porque representó siempre para mí un vividero de todas las
potencias del alma, la presencia del monstruo el que pone la trabilla y separa
a unos corazones diseminando la cizaña de la sospecha y del recelo su cita fue
de lo más inoportuno. El besamanos y el proyecto de boda acabó de una forma
terrible, en vómito, la detención en la comisaría, los insultos, las recias
palabras y aquel policía de la Social que me encañonó con la pistola en el bar
del hotel.¿Amargos recuerdos que pesan en la memoria, seré capaz de olvidaros?
¡Feliz
manera de cortejar, vaya un bodorrio! Todo empezó y terminó en Covadonga en
aquella excursión fatídica. Nos perdimos. El cura aquel siempre al rabo gafaba
siempre nuestros encuentros. Me pareció estar viviendo experiencias que había
registrado en la Regenta. Creía que iba a encontrarme con un ángel y lo que
abracé fue un sapo. Sin embargo, la Santina hizo un milagro.
¿Qué
hubiese sido de mí sin su mediación propiciatoria? Ahora me pesa de haberte
conocido porque me apartasete del camino recto que conducía a la cima per ardua
et per áspera acabando entre los matorrales del abajadero. Yo decía aina, aina,
y tú me contestabas ayuso, ayuso. En
este forcejeo del so y del arre no sé quien perdería más si tú o yo, pero por
lo que a mí respecta el golpe fue durísimo.
Encontrarte
en aquel caserón de ladrillo rojo fue como dejarme seducir por los cantos de
sirena que emitían sobre mi sensibilidad en barbecho y ávida de sensaciones
nuevas el “sonus epulantis” del birimbao davídico, los cantos esotéricos, pero
no obtuve ay de mí el beneplácito de los dioses y sucedió que serían las
lágrimas mi pan día y noche y los impíos se reían de mí preguntandome con fisga
dónde estaba mi Dios. Esta desazón, esa falta de quietud que hace que nunca
sosiegue lo atribuyo yo a un suceso que ocurrió en mi infancia. Cierta tarde,
próxima a la Navidad durante la fiesta del obispillo que en mi ciudad levítica
se celebraba por san Nicolás, un tiempo en que la rigurosidad del ambiente se
relaja con la proximidad del nacimiento del Salvador que nosotros atisbábamos
en nuestros caletres como algo que no había que tomar al pie de la letra porque
Jesucristo nace y muere sólo de mentirijillas o por así decirlo sobre el papel,
nos divertíamos en el recinto claustral unos cuantos monaguillos después de un
funeral.
Era tal
nuestro ímpetu que pusimos la sacristía
boca abajo en aquella tarde oscura de lluvia. Hurgamos en las cajoneras,
desparramábamos el incienso, bebíamos el vino de las vinajeras y nos
atracábamos a hostias y obleas de la ofrenda, gateábamos por el mástil de las
cruces alzadas y hubo uno que se encaramó en lo alto de la pértiga de un
blandón de difuntos, cuando en esto entró el capellán.
Don
Evaristo, pequeño, per listo como un rayo, y malo le parta, por más señas
“rompetechos” le tuvo que hacer el sastre una capa pluvial a su medida para
oficiar los sepelios y cabía en el sobrepelliz de un niño de coro, creo que no
medía más allá del metro y medio, pero estaba dotado de fuerzas descomunales.
Se puso al vernos como una fiera. Bramaba como un toro recién salido de
chiqueros entrando en tromba contra nosotros. A uno de un empellón casi lo
eleva del brazo de una cornucopia, a otro lo subió a lo alto de una cajonera.
Pero yo fui el que llevé la peor parte.
Llovieron sobre mí cachetes, puntapiés, coscorrones y sopapos en el
culo, las costillas y las nalgas. El fementido capellán no sabía dónde daba y
en el paroxismo de su arrebato cogió un hisopo del calderil y empezó a
“rociarme de agua bendita”. Parecía fuera de sí. Estaba como endemoniado. El
astil era de hierro y yo lo caté en toda
su contundencia porque me abrió una brecha en la cabeza que dejaría secuelas
inquietantes de por vida.
A
consecuencia de la descarga que me provocó un vómito devolví el vino y las
hostias. Estuve sin sentido varios minutos y todos me creyeron por muerto.
Tendido en el suelo y sin conocimiento yo sentía el aliento del capellán que no
era precisamente agua de colonia porque olía a tabaco y a dientes podridos y
seguía escuchando las maldiciones de aquel loco:
-No se
puede hacer carrera de vosotros, majaderos. No tenéis respeto a nada ni a
nadie. Yo os enseñaré para que otra vez os portéis con más decoro como
corresponde a unos dignos acólitos de la Santa Madre Iglesia. Vais a acabar con
mi hacienda, fementidos. Si se entera el señor obispo me quitan el beneficio y las anatas. Una sacristía no
es una lonja. Quiero que os enteréis, modorros.
Y agitaba
en el aire el caduceo. La vara de Mercurios cayó sobre nosotros, todo el peso
de la ley. ¡Dios y qué aquel ogro pudiera haber ungido con el oleo bendito, que
aquel enano fuera clérigo!
La
desproporción de aquella reacción furibunda me volvió muy crítico con algunas
cosas aunque seguí por mucho tiempo amando a la Iglesia. Nunca a sus indignos
ministros. También de las adherencias de aquel golpe he padecido toda la vida
dolores de cabeza. Cierto naturista me aseguró que a la larga me vendría un tumor cerebral.
Mis
relaciones con la Cántabra y la forma sórdida y desastroso en que acabó todo me
recordaron aquel hisopazo de las honras del Obispillo. Un grupo de niños
inocentes enfrentados a un ogro feroz vestido de sotana y un enamorado crédulo
que llega a celebrar su boda y horas antes de la ceremonia ésta le deja
plantado al pie del altar. Los dos- el capellán y esa mujer- me hicieron mucho
daño. Respiro aun por ambas heridas. Durante los años en que estuve
vagabundeando por la ciudad y arrastrando mis pies cansados por las aceras o
durmiendo en los soportales y viviendo a salto de mata mediante la venta
ambulante de libros usados tendiendo en la vía publica mi alfamar las mientes
de aquel hombre y de aquella mujer cobran proyecciones terribles que me llenan
de espanto la memoria. Son el haz y el contrahaz del rostro de Jano, la
encarnación de Saturno que devora los frutos de sus entrañas. Uno fue un golpe
moral y el otro físico. El moral me hizo más daño. Aquello me sigue doliendo.
Me dolerá toda la vida.
Antera,
amiga de las ardillas, volcaba su afectividad por los hijos que no amamantó
cebandolos entre hojas verdes y libros apolillados. Al escucharla yo perdoné.
Tuve que perdonar las injusticias, los agravios, las malevolencias y fracasos
de mi existencia encadenada, aceptando el yugo y el barzón, metiendo la testuz
de buey solidario y como dios manda. Los presagios del Hombre de Yeso me
uncieron a esa canga impostergable. Un ictus yámbico cayó sobre mi cara. Te
pasará esto y esto. Está escrito en el libro de la vida. Luchar contra el
destino no se puede; contra esto que te digo no valen maulas.
Te echan al
mundo predeterminado por un genoma.
-¿No hay
voluntad liberadora?
-El cauce
que eliges es irremisible.
-Pues ahora
sí que nos ha dejado tiesos. Yo creía hasta ahora en el libre albedrío.
-No. Los
cromosomas tienen sus propias reglas. Nadie podrá zafarse a la férula de sus
dictámenes inexorables.
-Hablas
como un canonista.
-En
realidad de verdad yo antes era un libertario igual que tú.
Don Glabro
era un iluminado. Me miró con aquellos sus ojos caladores que buscaban siempre
la profundidad de sus personajes y no decían paridas como los de Alfonso Paso.
Se produjo en la nave de la catedral sombría un fucilazo cuyo estruendo sonoro
y su potencia lumínica desgarraron el velo del Templo. Iluminóse el cielo nublo
con el titilar centelleante del véspero.
-No labres
mi destino, poeta.
Sin
embargo, no se dignó escuchar mis quejas. Venía embalado de profecías y se
acercó hasta mi rostro con sus ojos rígidos, envarados en la distancia, los
pómulos gipsíferos. Venía con la absoluta. Las palabras que pronunció sobre mis
oídos sonaron irremediables. El horizonte oscuro parece que se iluminó. Tal vez
me había tomado por alguno de sus atrabiliarios héroes de papel que él lanzaba
a los escenarios al cabo de una producción lenta y esmerada, como consecuencia
de un laborioso proceso de atanor y de vaso graduado, antes de arrojarlos sobre
un escenario. Nací de aquella alquitara. Era hijo de su alambique, un monstruo
como Hamlet. Crucé por el mundo como la sombra de Fausto.
Primero, el
día diáfano; luego, la ardiente oscuridad. Prometeo encadenado a un matrimonio
de torturas. El cuervo bajaba y me roía las entrañas al amanecer. Al ocaso
volvían a crecerme mondongos y tripas que serían pasto de aquel pájaro glotón
que nunca se saciaba. Padecí de siempre hambres extrañas y devoradoras. Me
lanzaron a las tinieblas exteriores de un casorio sin amor ni perspectiva
aparejado a la deshonra, la deyección social, la privación del puesto de
trabajo, ignominia mayor, porque un hombre sin colación se convierte a ojos de
los demás y de sí propio en un pintamonas. ¿Qué tengo yo que hacer ahora?
-Suicídate.
-Pues no
estoy por la labor. No les voy a dar ese gusto. Seguiré escribiendo.
Me quitaron
al amor hermoso, ese que pasa tan sólo una vez en nuestra vida y no nos damos
cuenta de su trascendencia porque al reaccionar ya es tarde. Me expulsaron del
Paraíso. Aquella tarde de agosto le hice levantarle de su siesta pero vino a
cascarme verdades como puños. Dio vista a mi futuro columbrando el
desmoronamiento de mi existencia paso a paso. Tenía ojos de lince y una visión
futurista. Era un mago. Gozaba de esa proyección escatológica del demiurgo,
patrimonio exclusivo del autor genial. Tremendo, ¿no?
Ya las
cosas no tienen vuelta de hoja. Si fuese posible borrar las huellas del pasado,
yo no hubiese tomado aquel avión en Heathrow ni hubiera escalado las trochas
que llevan a la montaña de Covadonga. No pertenezco a la herencia de los santificados.
Diversos acontecimientos de mi vida irregular me m arcaban. Yo era carne de
cañón, un precito, un condenado. Pero la Virgen me salvó. Ya se hace
irrealizable el proyecto de volver sobre los pasos pero, cubierto el rostro de
ceniza entonando el Miserere por la vía de la expiación impetrar la perdonanza
de ese Dios de misericordia y de compasión.
He de traer
aquí a colación como prueba testifical de que hay ocasiones que Cristo se
encarna en nuestro dolor y paga el rescate de nuestro dolor y todo ese tributo
de la carne empecinada en el mal y en lo irreparable de las leyes físicas a
través de la mujer que le dio su carne (María es el antídoto a la flaqueza
humana) interviene y media, resguardandonos debajo del arnés de Dios. Tal
arbitraje sobrenatural se produce múltiples veces en nuestra existencia unas
veces sin que nos demos cuenta los interesados y otras siendo nosotros
consientes. Son estados latentes de una conciencia ineluctable.
La augusta
Señora bajada del Cielo, cuando los esbirros del obispado, alanos
encalabrinados, podencos balduendos que habían aventado el olor a sangre iban
tras mis zancajos, azuzados por aquel infame arcipreste, el cual me había
condenado a muerte por despeñamiento, evitó mi defenestración desde aquel risco
desde donde don Pelayo frenara al agareno. Tendió su manto y mi cuerpo, lejos
de despanzurrarse contra los hincones del congosto, fue a resbalar entre las
ramas de un nogal frondoso. La Mujer vino desde el Mar Amargo y me acogió en su
regazo. Sé de la dulzura de aquel velo. Aún estoy vivo. Ya entonaban el réquiem
muy compungidos aquellas camándulas que rampearon hasta el abajadero.
-Se nos ha
tirado. Es un suicidio.
-No.
Resbaló simplemente.
-Alguien lo
empujó.
-Qué cosas
tiene Su Ilustrísima. Ha sido un accidente. El Señor no ha permitido que se
casara con esa mujer para hacerla una desgraciada. Tiene antecedentes penales.
Es un psicópata.
-Pues, sí.
Tendremos que trocar el traje de boda por el del sepelio. Así es la vida.
Cuál no
sería la sorpresa cuando los guardas y los señores curas que se habían echado
al monte, guiados por un espolique, en busca de mis despojos me encontraron
tumbado cerca de una cambronera fumandome un veguero. Sólo unos rasguños. Me
habían empujado al vacío, pero yo no quise decir nada ni presentar denuncia. Al
verlos acercarse por la ladera me puse a cantar el “Salve Regina”. No salían de
su asombro y no hacían sino repetir la palabra milagro. En el “Mercedes” del
sr. Cardenal conducido por un fámulo me acercaron a mi hotel en Cangas de Onís.
A la mañana siguiente desde el aeropuerto de Ranón tomé el primer avión para
Inglaterra.
Todavía
parece que veo el velo de la Virgen flotando sobre la hondonada frenando el
peso de mi cuerpo, toda mi obra muerta pecadora, como un cendal santo que paró
en volandas mi caída libre sin que llegase a tocar el fondo rocoso de la
hondonada donde zampuzaban las aguas burbujeantes de un río bravo. Iba rezando
avemarías. Me escuchaba a mí mismo y me veía ya camino de las estrellas. Hasta
aquí hemos llegado. Alcé la vista y vi enrasar en círculo su vuelo al
alfaqueque manero por cima de mis cabellos. Las palomas zuritas huían del
gavilán. Flotaba ya la brisa en calma sobre los ásperos cuchillares de aquella
montaña. Me acordé de la Virgen porque nací en la tierra de aquella pobre judía
despeñada a la que llamaban María del Salto. Esto es el fin, pensé. Alguna vez
tienen que pasar estas cosas. Sin embargo, tuve la misma suerte que mi paisana
condenada a muerte por el sanedrín local: un coro de ángeles nos estaba aguardando
en el foso.
Digo estas
cosas para que conste como testimonio de que no estamos solos en nuestra lucha
contra los avatares del mal. María, medianera de todas las gracias, es el único
puerto seguro del pecador atormentado por la culpa. La vi allí con su manto
zurcido en estrellas, su corona de reina global, sus ojos misericordiosos
vueltos a mí librandome del acoso de los fementidos clérigos y de mi novia
inicua, la que atrajo con su reptar y sus maneras sinuosas de serpiente de
cascabel a los sayones de sotana.
-No me has
cogido esta vez. No te saliste con la tuya, Gunteroda Golianter.
Todos los
nombres tenía y tantos le dije.
Se me
aparecieron dos monstruos de continente horrendo y cuerpos desformados en el
foramen del horno. Me maldecían, me escupían, blandían los puños, se mesaban
los cabellos al darse cuenta de que habían fracasado en el sabotaje. Contra
Dios y su Bendita Madre no les valieron sus maulas. Yo les dejaba desgañitarse
y seguí fumandome el Farias.
Ahora
pienso que el hisopazo que me diera en el cráneo aquel gnomo tonsurado por las
fiestas del Obispillo y la traición de aquel arcipreste de Cangas de Onís, el
cual, según lo que luego supe, se estaba beneficiando a Gunteroda el muy
canalla (cuernos de cura sabrán siempre a cuerno quemado) eran dos hechos
eslabonados. Zurriagazo y tente tieso, y un retruque como el que no quiere la
cosa y a volar. Pero resultaron fallidos. Ahora están fuera de contexto. Me
valió entonces y me vale ahora el regazo de la Mujer fuerte.
El Dios de
Israel - y esta es una idea teológica que crepita sobre las páginas bíblicas,
según la escuela midrásica de Hillel- inclina siempre el fiel de la balanza del
lado del desvalido. Protege la inocencia. Es un gran misterio que seguirá hasta
el fin del mundo pero que tendremos que aceptar.
Puedo decir
entonces con el Apóstol, que, encadenado por el Espíritu, subo yo también hacia
Jerusalén y en nada reputo mi vida porque sé que Dios está detrás.
Pocos
podrán entender el calado de esta afirmación fideísta pero de los polos clave
que toda la soteriología. La salvación se da gratis a todos que llevaren la
marca de la tau en la frente. “No matéis a los que sean portadores de este
signo”, advierte el Libro del Apocalipsis. De suerte que, por de más
vilipendiado, escarnecido y siempre haciéndome a un lado a un lado para que
pase el cortejo me siento un afortunado al formar parte de la herencia de los
marcados con un signo de bienandanza en mis temporales. Formo pare de la
heredad de los elegidos por la gracia.
He dado
pasos inciertos por mullidas alfombras, pisé el parqué de las plantas nobles,
tuve un despacho soleado para mí solo, un sueldo a fin de mes. Todo lo tiré por
la borda o más bien fui lanzado al vacío como aquella vez en que quisieron
despeñarme una tarde maravillosa en la víspera misma de mis esponsales y desde
el balcón mismo de la Santa Cueva, pero al precipitarme sobre el acantilado
grité una frase terrible:
-Vuelve don
Opas el que abrirá la puerta al sarracena. Guardaros de los malos pastores y
del pastor que no apacienta sino que destrona.
Cristo me
envió a sus guardias y puso un poyal de hojarasca para que no hiciera daño y
ahora está aquí esta esterilla donde reclino mis libros y me prosterno en
adoración a su augusta persona. Con ella bajo el brazo acudo a los gazofilacios,
encantes y azoguejos de los mercadillos en las villas, ciudades y pueblos.
Parecen ídolos de barro estos libros míos pero un día volverán a resucitar
cuerpos gloriosos con la lozanía que un de un día gozaron. siempre huyendo de
los golpes, temiendo la llegada de los municipales que me incautaron el alijo y
me pusieron multas en repetidas ocasiones. A vueltas con el desden y con la
ignorancia de mis compatriotas que han escogido el camino de la condena,
rehuyen la luz y se aferran a las tinieblas. Qué desesperanzas no me habrá
afligido, qué batiboleos, en todo este tiempo!
Pero
resuenan todavía en mis orejas los requiebros de Antera en sus amorosos
convocatorias a las ardillas y a los gorriones. Le recordaron el silbo del Buen
Pastor que busca la artuña descarriada y que al igual que ella sabría
distinguir el recental que ha perdido entre todos los que triscan en el redil
bajo las panda de sus madres las conoce a todas y sabe llamarlas por su nombre.
-Bruja. Más
que bruja. A que andas por ahí. Venga, baja. ¿Donde te has metido amada y me
dejaste con gemido?
Escuché una
palabra misteriosa que decía:
- Vuelve la
telera, Gumersindo, y no
hagas caso, que mi amor te aguarda en el aprisco. No sé lo que me quieres
decir. todo el mal y el bien se encierran en el útero de la parturienta.
Comprenderás la razón de por qué a muchas de vuestras mujeres se las ha cerrado
la vulva.
-Ya
quisiera más de una que se las hiciera un favor.
-En quien
estas pensando.
En esa
enana deforme que opina en los programas de la Campos y hoy acaba de decir una
frase terrible “delenda est Hispania”.
Al proclamar esa sentencia ponía cara de hidra, parecía mismamente una rana.
Nos hemos dado al espíritu de la fornicación que se yergue fatídico sobre los
pueblos, la espada de la esterilidad amenaza. Envía a tu exterminador. El
Hombre de yeso como perdió la guerra hablaba como un resentido. No sé si llegó
a poner la camisa azul como Pravo Cagüen,-el cohen de los columneros, Zoilo de mala espina-
lo que sí que decir es que cambió de chaqueta. Respiran otra vez por la herida
los vencidos. Tuvo Glabro un triste fin. Lo acaba de arrasar la muerte con la
que luchaba desde hacía tiempo, pero sus dotes de clarividencia para conmigo no
los niego. Comprendió la poción que me reservaban mis días futuros. Habrás de
apurar el cazo. Bruja. Más que bruja. Unos en misa y otros repicando. Las dos
cosas no puede ser.
Se había
cruzado por mi alcorce la sombra siniestra de un espejismo. El ángel malo vino
a expulsarme de los aposentos de Eventhorpe. Un allanamiento de morada, un
desahucio. Tomé mis bártulos una mañana en que Favonio soplaba a conciencia por
las rampas de aquel páramo, cargué en la maleta todos mis libros y la biblia
que me había regalado Aunti Eileen junto con aquellos maravillosos baedeckers sobre
la ciudad de York donde Alcuino proyectaba su sombra erudita que fueron el
pasto espiritual de monjes reencarnados, cerré mi casa y coloqué la guitarra
entre los libros. La locura y el exilio me aguardaban.
Era Aquilón
el que soplaba, el viento de la desgracia, que quiso establecer su trono en el
mundo para parecerse al Altísimo. Esparcía por el mundo a sus delegados y
fideicomisos que adoptaban los disfraces más impensables para llevar adelante
su tarea de seducción. En aquella ocasión era un arcipreste muy barbihecho y
lampiño y un señor obispo con capa magna cuya cola cubría media parte de la
catedral. Largate. Que te marches. No queremos. Exhalas mal humor, hijo de
todas las maldiciones. ¿Y eso dijo tu madre? Sí, lo dijo. Pues ahora sí que
estamos apañados. Hube de largarme por la puerta de atrás. Yo que había hecho
mi entrada en irrupción triunfal en la barbacana. Fue una madrugada aquella que
viví en Cangas de Onís. Palpé mis huesos. Estaban enterizos tras aquella rodada
por el perfil de la garganta más empinada de Asturias. ¿Y no te has hecho daño?
Ni el menor rasguño. Nada. Sin embargo, me quedó para siempre un cardenal en el
alma. Los barrenderos con una familiaridad municipal del agua cariñosa,
purificadora y exacta, habían sacado las mangas de hierro. Regaban ajenos a mi
drama personal bautizando al nuevo día que llegaba.
No tenía
que haber sido así, pero estaba escrito en un libro, y cada libro posee su
propio hado para gobernar las cosas humanas, los encuentros, los desencuentros
de las casualidades. Besos y disparos bajan de una misma rienda. Al mal y al
bien lo sirve un único acueducto. La mueca burlona de la gárgola iba
evolucionando a risa. El grito quedóse en carcajada del bestiario. Conté los
dientes dentro de sus fauces. Treinta y tres tenía: cabeza de zorro, alas de
buitre, escamas de sierpe y emasculado al igual que el castor, pero despalmaba
enorme y berrendo como la verga del mulo. Hacía un escorzo de ilusiones
hermafroditas. La esfinge estaba allá saludando a los visitantes, a la vez
hierática y estática a la entrada de la plaza donde la más feliz compostura
arquitectónica ensamblaba el más bello de los conjuntos. Marco dorado y
perfecto de ciudad medieval. Se podría representar a Hamlet allí mismo.
Un conjunto
escalonado de estatuas, ábsides y arcos de medio punto nos llevaba a un postigo
enmarcado bajo la simetría de un guardapolvos exornado de boceles. En lo alto
de la casa fortaleza, dos ventanales geminados como cuévanos. Medían el aire
las golondrinas con su vuelo inimitable. La cigüeña machacaba el ajo.
De pronto
me sorprendió el mirar del basilisco que me dijo:
-¿Dónde vas
con tanta palabras a cuestas?
-Busco por
estas escalinatas un duro de plata que perdí de niño.
Echaba
fuego por los ojos el basilisco. Nunca hubiera llegado a imaginar que una
criatura tan pequeña, pues apenas llegaba a los 40 centímetros tuviera tanto
poder. Exhalaba azufre por las fauces.
-Rindéte ya
de una vez.
-Ni por
pienso -, exclamé.
A la vista
de mi determinación, el fabuloso animal siguió su camino. El dragón venía
siguiendole los talones agitando su poderosa cola capaz de derribar con uno de
sus meneos a toda una constelación.
No quiso
causar pánico porque era un dragón voluntarioso, ajeno a preparar escándalo
alguno, pidió a un cantero muy experto y mañero con la gubia que le ayudase a
transformarse en gárgola, cosa que hizo el hombre avezado a estas lides de
transformar las lucubraciones especulativas de los cartularios y de los
becerros en granito.
Hecho
gárgola el basilisco, el maestro de obras lo insertó debajo de un pináculo.
Desde ese instante se transformó en roca parlante que conseguía maravillar a
los turistas con sus disertaciones teológicas sobre el bien y el mal, los
Novísimos. Dejaba caer sobre el infinito de las tardes sus parrafadas silentes,
clepsidra que computa el lento discurrir de los días, mirando al firmamento
diáfano, estilo ingrávido de reloj de sol.
Taladraba
el silencio vespertino de las callejas con múltiples recovecos y pasadizos del
barrio de la muralla el bordoneo melancólico de la salmodia de los canónigos.
En secreto, yo había acariciado eternamente la idea de un puesto en la gran
sillería del coro de la iglesia mayor de mi ciudad. Mi imaginación rondaba los
asientos de una misericordia tallada en madera de nogal. Estaría leyendo en
cantorales de becerro que daban vueltas sobre los cuatro puntos cardinales y
los cuatro elementos de la Naturaleza el oficio divino.
Saldría
alguna vez en mi vida el sol de Cristo, haz de rayos, emanación mística que
desciende del cielo, oficiando a manera de escala de Jacob que comunica lo
visible con lo invisible, lo ancho con lo largo, lo alto con lo profundo. A un
lado, por encima del esbelto cancel - una armadura de quince metros casi-
estaba el icono de la Madre de Dios, la excelsa Theotokos, socorro del pobre,
refugio del pecador, alfamar que cubre las carnes del desguarnecido, consuelo
del preso, alfaneque del cautivo, puerta del Cielo y clave del arco formero de
la santa iglesia catedral de mi pueblo, la más aireada y esbelta de la pléyade
de torres excelsas que alzara la fe de Castilla.
Pensé en
cierto episodio de la Leyenda Áurea. Según un antiguo cuento ruso, la Virgen
descendió a los infiernos en en compañía del Hijo para libertar a los
condenados. Este viaje se titula en las hermosas narraciones simbólicas que
tienen a la Señora por tema marco “Xoshdenie Bogorotitse po mukam”. Cualidad esencial de la que muestra el camino son
los dedos apuntando en bendición de los cuadros hagiográficos bizantinos. Una
lluvia de consagradas alabanzas.
La catedral
era el vértice. Invisibles los angeles en trayecto de ida y vuelta, se
mostraban muy atareados igual que los sacristanes en día de procesión, acezando
por las filas, subiendo plegarias y bajando favores. Muestrános, Señora, el
camino. El incienso, elevándose en la plenitud de la misa pontifical de la
fiesta más grande de la Virgen, la de la Dormición, el sermón de campanillas,
el magistral arrastrando los manteos por los enlosados donde estaban las
lápidas de los lucillos y de las laudas funerarias.
El Viaje de
Nuestra Señora a la tierra del dolor. Ella bajó también a los infiernos. A rain
of blessings. Tormenta de bendiciones, muestrános el camino.
Un recuerdo
para las fiestas grandes. Anunciaban los añafileros la llegada del prelado a su
cátedra. Oficié de acólito y cuando portaba la capa magna de seda roja, escuché
a Su Ilustrísima dirigirse a uno de los beneficiados.
-Como yo
piso ahora a estos, otros me pisarán.
Aquella vía
enrejada que conectaba la forja del coro con la del altar mayor se denominaba
el osario y desde los primeros tiempos de la fundación del edificio en la
segunda mitad del s. XVI venía funcionando para enterramiento de los
capitulares. Eran losas de granito, no demasiado gastado, puesto que se podían
apreciar los epígrafes latinos y los escudos de armas de los obispos con
apellidos de recia prosapia castellana (Velasco, Pita, Órbigo, Quiñones,
Regatillo, etc) legibles aún.
-Pero ¡qué
cosas tiene usted, señor obispo, quién piensa en eso! - trató de tranquilizarle
su fámulo y ayuda de cámara, llamado Resines.
-Ay, sí.
Aquí también pondrán mis restos.
A la legua
se notaba que el pobre patriarca no podía echar de la mente sus fúnebres
pensamientos. En esto habían llegado ante el baldaquino los canónigos
pertigueros. Yo le ayudé a desprenderse de la capa magna y el organista Celso
atronó las naves con la Marcha Real. Al poco el coro atacó el “Asperges me,
Domine, hysopo et mundabor” y dio comienzo la misa de pontifical que según las
liturgia del quince de Agosto es puro jolgorio. Nuestra Madre también venció a
la muerte. se durmió y en ese estado fue transportada al Paraíso.
Después del
introito y los kyries, el sermón de campanillas, una oración sagrada en la cual
el Magistral echaba los restos y rizaba el rizo. Le veíamos verse con despejo
en lo alto del ambón, aquel púlpito de jaspes con labra de narraciones
historiadas del Antiguo Testamento, agitando la muceta y moviendo sobre
nuestras cabezas los entorchados de encaje sobre un vuelto rojo. Las ramas del
árbol de Jetsé transformadas en columnas se alzaban hasta el cielo.
Aquellos
sermones comenzaban con un versículo de la Biblia o una sentencia de san
Bernardo o del Crisóstomo en latín; a renglón seguido, el apostrofe ya tantas
veces escuchado: “Amadísimos hermanos en Cristo Jesús, como dice el salmista,
etc”. Concluyendo con el colofón apoteósico de la peroración final. Don
Dionisio se agitaba igual que una pluma agitada por el viento con gran meneo de
manteos y de capisayos. Era el epítome de la elocuencia. Parecía desmandado.
Sin embargo, sus gestos estaban estudiadísimos. Trataba de conmover a su
auditorio. Lo conseguía la mayor parte de las veces.
En
ocasiones señaladas como los triduos y novenarios de gran solemnidad en aquella
ciudad levítica amante de las procesiones y en la cual el obispo mandaba tanto
o más que la autoridad civil, solían contratarse predicadores forasteros. En
estos alardes de labia doctoral resultaban tan contundentes como efectivos los
frailes dominicos, aunque los jesuitas tampoco se quedaban atrás.
Era un
sistema de valores bien definido y sin término
medio, una huida hacia adelante bajo el tornavoz de blanco mármol de
Carrara de cuyo techo colgaba una paloma de patas rojas y una herida en el
buche. El púlpito de estilo imperial al que se subía por dos trayectorias, una
escalera de caracol que daba vuelta al responsión de carga de la impresionante
nave mayor hacía juego con aquella representación simbólica del Paraíso.
1 de julio de 2000
Yo me
perdía en el álgebra misógina de toda aquella parafernalia de claves secretas y
de inversión de signos. Cada piedra señalaba un camino diferente. En uno de los capiteles de la girola la gubia
bufa y descarada de un laborero anónimo no resistió la tentación de plasmar la
cabeza gorda y febrígena de una hiena. Estaba claro que semejante hecho no era
fruto de la casualidad sino de la intención ambigua, porque la fusca es uno de
los mamíferos más repugnantes y el que mejor imita la voz humana, se aparea por
la grupa y a reculas - el macho cubre a
la hembra sin montarla quedando ligados ambos durante un cierto tiempo- y sus
costumbres se parecen y difieren a las del lobo y a las del perro. Sus órganos
reproductores, muy abultados, son sin embargo imprecisos por lo que atañe a un
comportamiento sexual sin definir, lo que determina ciertas inclinaciones
hermafroditas. El macho se amadama y la mujer se viriliza. Ello es síntoma de
degeneración de la raza. Plasmada en aquella escultura de uno de los capiteles
del claustro catedralicio, selva palúdica de una imaginación volcánica porque
al lado se abrazaban arpías y centauros y hacían burla a los hombres un grupo
de cuadrúmanos que en sus tentaciones obscenas plasmaban mejor que nadie las
tentaciones y los vicios y avivaban la presencia del maligno en el interior de aquel
recinto sagrado. Un fraile menor con cogolla, hábito y cordón embutidos en un
cuerpo y una cabeza de azor predicaba a una congregación de pollos que le
escuchaba aterrorizado. Las molduras de los bajorrelieves de las misericordias
justo donde los canónigos regulares cantaban, calentaban el culo, aliviaban el
picor de almorranas que escocían los siglos y hacían la digestión plasmaba
mejor que nada y que nadie la grandeza de aquel mandamiento nuevo del que se
hablaba con tanto entusiasmo y a todas horas pero en el que pocos creían.
Las
esculturas y las pinturas medievales cumplían un papel didáctico. Eran por
decirlo de alguna manera nuestros primeros dibujos animados. De su misión
catequística y profética se holgarán los siglos. Proclamaban la lección del
tiempo futuro. Estaban cantando aquellos monigotes la epístola del avenir.
Todo ello
era un símbolo del acontecer que se nos echaba encima. Creo que aprendí la
lección de la glíptica escultórica que colocaba a Simón el pobre en el paraíso
y mandaba a los curas malos, a los obispos y a los papas indignos al báratro.
Vi cantar el himno de los bienaventurados a los tres niños en el foramen del
horno babilónico y rabiaban los perros en la corte de la dinastía alóctona. Un
principe deseado no llegó a reinar por culpa de nuestros pecados. Pobres reyes
que dejaron el reino perdido y su corte donde dejó de fumar Gabriel Arna un
acaballadero donde montaba el burro padre a todas las yeguas del concejo.
Cada una de
aquellas piedras sagradas tenía su propia lectura. Gabrielito Arna pedía
árnica. Mira que vas a reventar como el lagarto de Jaén. Dejó de fumar un mes y
paró la tos. Cada especie zoomórfica del abigarrado bestiario claustral era una
iniciación a la hermenéutica. Las cartas anunciaban la llegada de tiempos de
depravación. Un profesor del quinto de Gramática nos explicó todo aquel cosmos
esencial. Ya entonces me entusiasmé con el beluario cristiano. Saqué
provechosas enseñanzas y tuve la seguridad aquel quince de agosto, cuando
escoltaba como paje a aquel santo obispo, don Diego Horcate, que viviría los turbulentos
días del Apocalipsis. Fue una gracia de iluminación que tuve aquel 15 de
agosto, el día de la fiesta del Tránsito. En la distancia escuché el piafar de
los caballos, al cuervo crascitar y a una loba vieja metamorfosearse en mujer
de bandera a la que perseguían los reporteros pijos de la revistas de la crija
y los lobos encamados de la Entena Treinta Tres. Las arpías propalaban el llanto y el miedo. Se
derramaba el vitriolo en los vasos sagrados. Cada día cometían un sacrilegio
los convergentes oficiando misas negras.
La virgen
bizantina, puerto de holgura, faro luminoso, presidía las celebraciones
litúrgicas. Cuatro siglos estuvo en aquella tribuna de la nave del transepto.
Me miró con sus ojos claros y habló palabras en griego que al principio no
entendía. Luego, sí. Aquella mirada, aquellos ojos panópticos, parecían
comprenderlo todo, perdonarlo todo, sin exigir, sin perorar, sin increpar y sin
pedir nada a cambio. Su altar en lo alto del triforio figuraba como el puesto
de los primeros socorros. ¡Cuanto debieron de ver aquellos ojos misericordioso,
cuántas lagrimas escucharon, y cuantas ternuras derramaron aquellos labios.
Llevará para siempre su voz grabada en mi memoria. Al descender a los infiernos
pagó el rescate de mis locuras y en una madrugada de vino y hiel desvió la bala
asesina de uno que me disparó, suceso desgraciado que sólo he de rememorar en
gloria de Su Dulce Nombre, María, estrella del mar. Mi alma ansiaba aquellas
masas de agua luminosas de eternidad y, disparada hacia los cumbrales de
aquellos empinos abovedados, trepaba en busca de una armonía y una
imposibilidad ausente de la naturaleza de las cosas. En este mundo todo es fayanca, inestabilidad,
desequilibrio.
Sonaban
entonces gratificantes los requiebros amorosos de Antera, bruja más bruja,
baja, ¿estás ahí?, en los que quiso comprimir cuanto amor capacitaban sus
entrañas hacia los hijos que no la nacieron. tales interpelaciones eran un
grito de llamada del buen pastor a la oveja que se descarría. Sindo, vuelve al
redil, parece que me decía. El gesto amoroso y la librera me instaba a las
cosas altas, al optimismo, deja de leer periódicos airados, no tomen cuentas
tus oídos los boletines envenenados que llevan en su seno un cargazón de
muerte. Me acordé del famoso poema de
Wordsworth Turn up the
tables. Bruja más que bruja, ¿estás ahí? Aspira toda esa
fragancia del Jardín Botánico. Colige las rosas. Tú no puedes entrar en esa
manada de malditos hitlerianos. Eres del cornijal de Israel, depón el odio,
entra en el arca del amor y del perdón de los elegidos. Apartate de ese
ambiente execrable. Todo el mal y todo el bien de este mundo arriban a través
del vientre de una mujer. Una nos llenó de desolación y la otra de dicha. Don
Glabro estaba en la verdad. Comprendía la poción de llanto para mí reservada en
la alcancía de la fatalidad. Por eso, sólo por eso, perdoné y me prosterné a
los pies de Tambor del Bruch.
-El otro
día estuve grosero y agresivo contigo contigo, hermano. Quizás somos de esa
manera esta generación porque fuimos educado en el odio, la violencia y el
resentimiento.
-No pasa
nada - dijo-.Espero que no vuelva a suceder.
-No habrá
próxima vez, te lo prometo.
Y también
perdoné a la Mujer, la que me hizo tanto daño cuando me clavó el aguijón la
avispa. Tuve muchos años su punzón en la piel, y no manaba sangre sino vino de
la herida. Aquel golpe brutal me arrebató el deseo de vivir convirtiendome en
un cadáver ambulante, la madre que me parió, fue una loba, ay sí, nada que ver con
un ser humano. Pero ¿por qué se cruzó en mi camino la sombra siniestra? ¿Por
qué nací del vientre de aquélla que me aborreció? Ya desde los primeros
pañales, cuando excreté el primer alhorre, por mi malaventura, renegó de mí.
Desde aquel omen, por mis orejas tantas veces escuchado en el crujir de dientes
y llanto de las tinieblas exteriores he devenido réprobo y malsín, gandul,
apático, maltrabaja. En el colmo de mi iniquidad voy y echo la culpa a los
judíos. Eya velar. Cuando es una virgen hebrea la que me salva, por una de esa
contradicciones, por unos de esas antilogías de la naturaleza. Basta ya. Dejate
de contemplarte en el espejo curvo.
Pero ¿por
qué me mordió la víbora inoculando el veneno de la iniquidad con el que
deambulo por la tierra? Creía posible en esta tierra la satisfacción del ideal,
un orden de vida, la satisfacción de unos objetivos, echo sin embargo la vista
atrás y únicamente contemplo perjurios, pecados, infamias. Hay que emplear el
lítote y la metáfora para no describir en su cruda verdad la esencia de mi
derrotar. He pasado por el mundo haciendo daño. Aspiraba a la culminación de
unas aspiraciones altruistas: la verdad, la belleza, la patria, la tranquilidad
hogareña, el beatus ille, la respectabilidad catedrática. Pero vino la diabla y
encendió en mi almaun fogaril jamás extinto. Era Semiramis a cuya deletéreo
aldaba fui encadenado.
-Ese
pescuezo dentro de la canga. Gemirás bajo el yugo por tus pecados- gritó
funesto.
Unos dedos
de uñas afiladas introdujeron pinchos y cristales debajo de la collera. Había
un bichero acechando en mi vida y yo no lo sabía, disfrazado de mujer.
-Me haces
daño, hombre.
El auriga
sembró el suelo de gargajos y manchó las nubes de blasfemias. Tuve en aquel
instante conciencia de lo que es y lo que significa ser malo.
-Si pesa
mucho y lacera no rechistes, piensa en otros que conducen peor carga.
-No me
quejo de mis quebrantos, señor amo.
-Ah, me has
llamado dueño y señor de tus destinos y es lo que soy. Andarás desde ahora a
golpe de rebenque, sentirán en el maslo el arpón de mi aguijada. Habrás de
volver la otra mejilla ¿es que no eres cristiano?
16 de junio
de 1998
Aderita
Merino Redondo:
León
Querida Amerita:
Paz y Bien.
Muchísimas gracias por sus dos postales, sobre todo, la del Pantocrátor
Tetramorfos de la bóveda de la iglesia
de San Isidoro, una de las más antiguas de la cristiandad y donde se oficiaba
en rito mozárabe, que es el que yo, preferentemente, sigo. Y gracias por
acordarse de mí en el día de mi santo, pues que San Antonio Bendito - así se lo
pido con denuedo yo, pobre pecador- les ilumine y haga el milagro de la
curación de Eusebio.
Pues me
había tenido con el alma en vilo, porque no entendí muy bien a la sra. Tina,
que me dijo que se había “ muerto su cuñada “ que me dejó muy preocupado,
porque yo no tenía noticia de que Pilar, una mujer relativamente joven y sin
noticia de haber estado enferma, no me cabía en la cabeza que su hermano
hubiese habido poder quedado viudo de buenas a primeras el pobrecito, y yo duro
llamar a su casa, pero no cogían el teléfono, pero cuando he recibido sus
bonitas postales, ya sosegué, al saber que la difunta era una tía mayor de su
cuñada, pues que Dios la tenga en su gloria y Dios nos dé salud para
encomendarla muchos años, como se solía decir por mi tierra.
También
tenía noticia de que ud marchaba por estas fechas de Pentecostés, como suele
hacer todos los años a Sahagún de Campos a hacer la recolección de un huerto
que tiene allí. ¿Qué tal los alcachofales? Pues ese es un fruto que yo conozco
poco, porque por mi tierra segoviana no se tenía costumbre de sembrar, aunque
los alcachofales son muy saludables y mi madre las ponía con carne de cordero y
estaba muy rica.
Ay con lo
bien que se debe de estar ahora en el pueblo, en esa bendita tierra leonesa,
con este campo tan maravilloso que nos ha regalado el Señor. Este año por toda
España debe de haber un cosechón. Si su hermano se determinase acoger el volante
e ir a pasar unos días a su pueblo, pues vendría nuevo, pero el pobrecito tiene
esas congojas inexplicables. A lo mejor la ausencia de su esposa le ha servido
para recapacitar, y usted le cuida, Deci. Que buena persona y qué leal es
usted, y qué elegante.
El último
sábado me ocurrió en El Escorial un caso, que todavía estoy dandole gracias a
la Señora. Tendí como todos los primero sábados, pero recogí pronto, porque no
se vendía nada, sobre todo de los libros que yo he editado, que nadie los
compra y es casi por lo que voy. Me fui a rezar el rosario al cerco. En esto me
vino un francés, que debería de estar borracho, y me quería pegar porque dijo
no sé qué que yo había dicho de Amparo Cuevas y yo dije que Dios me libre, Al
entrar en el prado de repente se le pasó la neura y cambió totalmente. Luego
despareció entre el gentío y no lo he vuelto a ver más a tan extraño personaje.
Yo creo que era el Maligno.
En El
Escorial pueden ocurrir cosas muy raras.
Pero no
quedó ahí la cosa. Al regreso, veo que la guardia civil estaba tomando los
datos, nombre, filiación y licencia de vendedor ambulante a todos los
compañeros que venden allí estampas y rosarios. De buena me libré. Pobre gente.
Les cayó una multa de cien mil pesetas. Por lo visto, los de la Fundación nos
habían denunciado porque se les hace la competencia o piensan ellos que les
hacemos la competencia. Me sentí muy triste porque esa artimaña me parece
anticristiana, pero recuerdo que el primer sábado de mayo yo había escuchado
una voz dentro de mí que me había advertido: “ no vuelvas”. Yo no hice caso o
desobedecí ese mandato, pero Nuestro Señor, que sabe mi rectitud de intención,
que no voy allí a ganar dinero, sino que el tenderete es ocasión para hacer
apostolado y comunicarme con la gente, se apiadó de mí.
Pero le
participo, Amerita, que estoy muy desconsolado y sin saber a qué atenerme.
Rueguele a Dios que me ilumine sobre qué debo hacer. Como sacerdote, odio la
superstición y allí hay bastante superstición en especial entre los que manejan
ese cotarro que es una fabrica de acuñar moneda y una mina de oro. En teología
la vana observancia y la adoración de fetiches y de árboles es un pecado muy
grave contra el primer mandamiento de la ley de Dios y, si luego, dices que
tienes mensajes y no hay mensajes es una impostura blasfema y una mentira - se
peca por partida doble - y son materia
muy grave de condenación por parte de la supuesta vidente o veedora, que no
aparece por la pradera y se dirige a sus seguidores por interpuesto. Eso es una
solemne estafa por la cual tendrá que dar cuenta a Dios y burlarse de su Santa
Madre.
Otro signo
muy pernicioso para mí ha sido la muerte del pobre Don Ángel, ese sacerdote de
Astorga, al que han encontrado tieso en su piso. El último primer sábado de
mayo yo alcancé a verle y a charlar con él unos instantes. Hablamos del oficio
parvo y de la Santísima Virgen. Pues qué muerte más terrible ha tenido el
pobre. No se sabe si ha sido muerte natural o un asesinato.
Recuerdo
que en la conversación a solas que sostuvimos - volvimos a hacer hincapié en la
necesidad de que allí se dijese a una misa - él expresaba ciertas reticencias
acerca de la vidente y de todo el tinglado que han montado allá el Julián y los
otros ¿ Conocía al pobre P. Ángel? Iba de sotana con una carterilla deslucida
en la cual portaba el breviario y vestía muy pobremente.
Bueno,
Deri, le ruego que guarde absoluto sigilo sobre estas cosas que le digo. Yo por
mi parte voy a dejar de ir ya definitivamente al Escorial. Tampoco saldré a
vender libros. Dios me llama ahora por el camino de la oración y del
recogimiento. Se ha acabado una etapa en mi vida y empieza una nueva. No
obstante, le doy al señor muchas gracias por haberla conocido a usted en Prado
Nuevo y mi consejo es que continúe yendo, pero a los de la fundación ni una
perra. Son unos timadores y carecen de entrañas porque no les importa el
prójimo.
Me dan
miedo.
Bueno, Deri
maja, usted no se preocupe, porque Dios no nos dejará de su mano. Estoy seguro
de que Eusebio de pondrá mejor. Teresita nunca falla. Además, el mero hecho de
que vaya tirando en medio de los espasmos de una enfermedad tan traidora y poco
llevadera como la que tiene es un signo de garantía y un aval de curación sino
total, al menos parcial. Así podrá vivir muchos años. Quiera Dios que la tenga
a usted a su lado, así como a su esposa.
Queden
todos con Dios. Aquí le mando estas coplillas.
RESPONSORIO DE
SAN ANTONIO DE LISBOA
Si buscas
milagros, mira muerte y error desterrados; miseria y demonios huídos; leprosos
y enfermos sanos. // El mar sosiega su ira, redimánse encarcelados, miembros y
bienes perdidos recobran mozos y ancianos// El peligro se retira, los pobres
van remediados; cuéntenlo los socorridos, digánlo los paduanos// El mar sosiega
su ira... etc. // Gloria al Padre. Gloria al Hijo. Gloria al Hijos. Gloria al
Espíritu Santo// Ruega a Cristo por nosotros Antonio divino y santo, para que
dignos así de sus promesas seamos. Amen.
ORACIÓN:-
Haced, Oh Señor, que la intercesión de vuestro confesor Antonio llene de
alegría a vuestra Iglesia para que siempre sea protegida con los auxilios
espirituales y merezca alcanzar los eternos gozos (cien días de indulgencia
cada vez que se reza y una plenaria si se reza todos los días durante un mes).
Le rogaría,
Deri, que al menos una vez al día rece esta oración a San Antonio a ver si
tenemos suerte en la intención que nos convoca. Un fuerte abrazo y PAZ Y BIEN
para usted y los suyos.
Antonio
16 de junio de
1998
Eva María López
del Valle,
Horno del
Vidrio 20, Bajos 2ª
08800 Vilanova
i Geltrú,
Barcelona.
My dearest Eva
María:
Thank you very
much for your setter and the photo in which you look beautiful. You have a deep
set eyes very expressive and stern and well cut face with very nice features,
and intense staring, which reveals intelligence and selfcontrol. First of all,
I would like to send greeting on your birthday, the fourth July. Eres
verdaderamente una hermosa mujer de caracter o de gobierno. I hope that this
letter reaches before that date and before you leave for England.
Many happy
returns on youy seventeenth birthday. In the company of your parents , brothers
and sisters and the people you really like. I presume that probably you have a
boy friend or novio
I am sure you
are going to have a nice sejourn in Nottingham. It is an industrial town of the
north, drab and flat in the county of Lancashire. The people from the North are
renown for its friendship. They are outspoken. At the beggining you will not
understand a word they say because the northern accent is very close. However,try
to listen to the radio, and watch TV and read as much as you can. Always a
dictionary at hand. Carry with yourself a notebook and write down all the words
you pick up for the first time and learn by heart ddifferent expressions.
At first, you
will find strange the food. People in England ususally make only a meal a day,
dinner, but they have a good breakfast. Eva María, perhaps you will miss home,
but you have to get over it. To learn and speak English fluently is essential
in order to get a good job. I am sure you will realize that and you will end up
talking in the language of Shakespeare like you speak Catalan or Castilian.
I pray God that
everything goes smoothly for you there. These
are my advices:
1) Don´t grumble over the food. Take
with yourself some chorizo or butifarra because in the first day you will
starve. Also take a bottle of brandy or anis for your landlord or landy , since
liquors and wine is England quite appreciated
2) Travel as much as you can while you
are there. I suggest spots like York or
the Bronte country which is beautiful. This is the first time you leave home
for a long sojourn abroad away from your parents, birthers and sisters.
Sometime you will perhaps feel homesick and like crying but it does not matter;
we have gone through that all of us.
3) If you go to a party, do not accept
lifts from strangers. Arrange before
hand all the particulars of transportation. No te metas en un coche con un
desconocido si no vas acompañada de un amigo o de una amiga
I assume that you will stay as a guest in a
house living with a family. English families are usually very nice. There is a
bond very strange among English
families. If you make yourself friend of someone in England , you will have a
friend for life. It is like in Catalunya.
I am sure that
you will like England and you will fancy return back one day. It will be a rich
and unforgettable experience.
I spent in that country ten years of my life.
In a way I am more British than Spanish. It is a place where I was happy. It
was hard at the beginning.
Now I am
writing in English to you. It is because this was the language of my first and
true love. In English I think many a time especially the most tender feelings.
I consider you, Eva María like my daughter. I did not have opportunity to write
to her much, but I am writing to you now. The idea brings good memories of
tenderness. Affection, compassion. It
is as thought as if I went back to my youth, and to those good all days in
York.
I am sure that
at schools went well and that you passed COU. Please, in your next letter, if
you have time, tell me abaot the whole thing. I am just your pen pal, a pen pal
who feels for you something very special. Sometimes I think you are my Helen ,
the daughter I lost and who has come to my life under the name of Eva María
from Vilanova i Geltrú. Don´t worry about me, dear. I am alright. I feel a lot
of affection for you, and in fact I find your letters fascinating, but I am an
old man who happens to be very fond of Eva María but in a platonic way The more
pure the realtionships are the more durable. Sex to a certain extent destroys
everything but creates un undeleble bond between two people; without it,
neither you and me will be here . Sex with the person you really are in love with
is the most delightful thing that life can afford to men and women.But it is
something holy. Like a sacrament.I dissaprove people jumping into bed easily
and that is wrong but I may be antiquated and full of taboos. So much sex in
television bores me to death. However, I know that the new generations are more
genuine y less hypocritical than we were. Certainly you do not suck the finger.
You know what I mean.
I may sound old
fashioned but I feel very tolerant in that respect. Try to keep your self for
the man you are going to share your life with. But that is a personal decission You have three
dads. Daniel, your daddy in Albacete and poor old me to whom you can talk, and
perhaps will be ablo to give you some advice. Although I can see that you have
grown up fast and life has taught you a lot. You are a very sensible and
responsible girl.
At 17 you have
reached a point of maturity. What you say about taht idea that the more you
know the more you suffer it is true. According to an old Latin saying Scientia dolorem
fertur ( el conocimiento allega dolor ). To be happy the best thing is not to know.
However, the animals also suffer. In the other hand , as the old Greeks used to
say knowledge and the thirst for knowledgre prolong life. In order to live
longer people ought to do less physical exercise in favour of mental work and
learn how to cope with their shortcomings.
Because mind is the best gift God to mankind and also the best regulator
of health. We can be our own doctor and our own healers.
If they want to keep fit men and women ought
to use their rational attributes rather than the physical in order to improve
themseleves. The human soul is created to high things. Such as Beauty and
Truth. Without Beauty and Truth there is not Love ,and without Love happiness
doesn´t exist. You know why our cities
are full of walking corpses and of living dead, Eva María ? Because they do not
love, because they feel slaves of material things and also they live like pigs.
They pass through life without an aim. They eat, sleep, fuck ( excuse the words
) go to work and lead a life without an aim. My council is NE QUID NIMIS,
verbigracia: de nada demasiado. And SUSTINE ET ASTINE. Esto es soltar y
aflojar, porque vivir es andar siempre en una cuerda floja y la verdad es relativa
lo mismo que el Rostro de Dios que es mixtilineo y poliédrico.
However, people
are getting more vulgar. The more vulgar the lest suspicious. That is why
persons like me feel out of field. We are preachers in the dessert. I am the
odd man out. Society considers us marginal, but to hell with that marginality.
They, in my opinion. are the outcast. Oh, my dearest and tender catalana, Eva
María, how right you were when you pass judgement upon me saying that I am the
last of the breed, that I do not belong to this day and age. Certainly, I do
not want to be Terenci Moix, netiher do I want to be that primsie good old puff
of Antonio Gala.
I do not know
whether my writing is good or bad, but I can guarantee that my prose is full of
virility, and also I don´t feel a turncoat. I am peace with myself and full of
contentement. In spite of all, life has treated me well. I do not publish . I
am not famous but you come and say those wonderful things about me and I feeel
on the pink, in the top of the world, full of consolation. God is great. He
never leaves us.
I have been saying the same things over thirty
years. It may be that this is the reason
why I felt an exile on my own homeland.
But that is life and life is tough. You are
entering the rat race ( la carrera de la competencia )and starting to lead a
life which in spite of everything promises to be marvellous. When one door
slams another opens. God always helps. The more you live the more you feel that
there is a hand which provides and picks you up in the moments of conflict in
the real deficcult situations. I have been a man of faith. And that faith kept
me up .
That is my my
advice: never lose faith. There is always a dawn after sunset. Dusk
comes after
sunshire and viceversa. God will provide and he will bless you, Eva María. You
just have to work hard and continue as you have done. Be yourself and think
that you are going to reach the goal. Certainly I admire you me because being
so young you have attained such a degree of maturity.
What you say
about my writing flatters me and I am very proud of you compliments.
Literature, my dear girl, is a tough business. It is not an easy job to climb
to the top but it is also a marvellous vocation. gives a lot of satisfaction
but success is something peripheral to
it. People should write to be better people, to be satisfied with themselves
and become more genuine. Usually captures the best slides from the inner and
the outer self that is latent inside us, and fills a whole life.
Remeber a
phrase from the poet Virgil: Audaces fortuna jubat ( la fortuna ayuda a
los audaces ). This world belongs to the dreamers because if you
don´t dream you are already dead, but I know you are the kind of person who
keeps it feet on the earth.
I am very happy
to hear that you are working in a restaurant to get enough money for your
journey to England. It is very rewarding to come home and feel tired but proud
because you earned your money with your own sweat. It is your effort which counts. Here my son
Toñín is helping out in a “ pizzería “ doing the washing up.
Poor me ¿ My
writing reminds you of Cervantes ? He is a monster of nature and I am just
Antonio Parra, just “ un aficcionado “. However , that is the best compliment
that can be adressed to a guy who writes in Spanish, to be like Don Miguel de
Cervantes. Those are big words, but I thank you very much , my dear.
I admire
Cervantes but, with exception of El Quijote, is much better writer Quevedo.
Spanich Literatures is one of the richest of the world. There are a lot in it
of hidden treasures, mostly authors unknown to the big public, because in this
country fame has been very capricious and venal. If you carry on reading one
day you will be aware of the fact that my statement bears the truth. Spain is a mystery, a laberynth perhaps
Apart from the
mentioned my favourite authors are the russians: Gogol, Dostoyevski, Ivan
Bunin. Chejov and also the British Somerset Maughan, especially a novel called
“ Of humand bondage “ translated in Spanish like “ La Servidumbre humana “ which I deem a masterpiece. However,
I don´t like the Americans writers.
But this is
very conventional. For me a letter from yours holds more merit and aesthetic
pleasure than, for instance, a novel with the signature of Azorín, a writer I
used to admire when I was your age. Now I loathe him. Maeztu is alright but i
prefer Ganivet or Marañón. Valle is tiresome. Too many metaphors and brilliant
images the same as García Lorca. Machado , excellent but deleterious and
devastatingly sad. You will be much
better writer than many of them.
Among my
qualities are intuition and certain zest for prophecy ( remember, Eva María, I
come from jewish blood ) and this instinct forecasts me that Eva María López
del Valle is going to be someone very especial. You are not like the rest of
the pupils of your school or instituto. Tú tienes algo , hija, del sagrado
fuego, eso que reservan los dioses para unos cuantos elegidos. This is true and I am not joking. Be sure of
that. The omen I foretell will become
real one day, I hope that I can be still alive to witness it.
Anyway, I must
put full stop to this letter. I am sure that your level in English is high
enough to understand this text. It is also a great practice since you are going
to be working with this language in the near future. HAPPY BIRTHDAY MY DEAREST.
Look after yourself when you are in England. I assure you that I shall be
praying that everything turns up well. When you are back in Barcelona, drop me
a line. I am very proud of being your friend and shall be glad to hear form you
safe and sound again in Vilanova at the end of the summer. GOD BLESS YOU
PS. If you do
not understand this letter, let me know and I will translate it to Castilian.
OK ? ( When you get to England you will be saying OK. That is a favourite. OK
and sorry
Yours faithfully
Antonio
9 de julio de
1998
Querida Aderita:
Las cartas de Vd. Siempre son un consuelo, pues acabo de ecibir la del día 2
del corriente, mes de la Virgen del Carmen, como bien dice, pues yo acababa de
venir de Segovia donde voy casi todos los años por San Juan , la fiesta de los
templarios, aquellos monjes mitad frailes y mitad soldados, que defendieron a
la cristiandad del peligro de la morisma que ahora nos acecha. En Astorga hay
también Temple. Todas sus iglesias están dedicadas o a San Miguel o San Juan
Bautista el Pluscuamprofeta y tienen algo mágico. La iglesia de la Vera Cruz
como está al lado de la de los carmelitas pues siempre me acerco al convento
que fue de Juan de la Cruz y le rezo a la Virgen una salve. Tiré una fotografía
y no salió del todo clara, pero aquí se la mando, como la del frontispicio o
frontón de la Iglesia Juradera de San Miguel donde fue proclamada reina Isabel
de Castilla, la madre de la unidad de España, en 1474. Yo hago esta peregrinación
a mi pueblo todos los años para rogar a Dios por nuestra patria, tan atribulada
, tan partida y tan triste. ya no hay en mi Segovia aquella alegría de antaño
ni aquellas ganas de vivir. Parece como si San Frutos, nuestro patrón,
estuviese a punto de pasar la hoja.
Subraya una leyenda que cuando nuestro santo
anacoreta se determine a pasar la hoja pues que se va a terminar el mundo.
Espero que no sea verdad , pero que Dios se apiade de nosotros, que somos muy
malos. Total que aquí le remito estas fotos sacadas por mí el otro día. Pida al
Divino Miguel que nos tenga siempre bajo nuestro escudo y que nos infunda
alientos a los que batallamos por la Iglesia y estamos siendo perseguidos e
incomprendidos, señora Amerita. Yo he sentido muchas veces en este tiempo de
atrás el vigor de su poderoso brazo por lo que le doy gracias al Santo arcángel
y a Vd. Que sé que ruega tanto por mí, siendo sus oraciones gratas a los oídos
del Señor.
Su carta me ha sacado de un marasmo, pues he
pasado un mes de junio muy intranquilo, sin saber qué hacer y algo desorientado
porque a veces no sé qué rumbo tomar ni adonde encaminar mis tristes pasos y
digo con San Ignacio de Loyola cuando se encontró aquel moro que blasfemó
contra la virgen María y el santo quería volverse para atrás y encontrar al
moro para cortarle la cabeza. Al fin recapituló y dijo: “ Para donde tire la
mula “. Esto es para donde quiera llevarme el Señor.
Pues lo mismo digo yo.
Pero ya digo. He tenido unas semanas de
sequedad, de dudas y vacilaciones. Rezar se me hacía muy cuesta arriba y andaba
algo modorro, con muchas hambres y mucho cansancio, que no hacía sino beber
agua y las noches las pasaba intranquilo. Yo lo achaco en parte al ayuno de
Pentecostés. Había dejado de fumar en pipa y fijese , Amerita: parece una
tontería , pero yo sin mi cachimba soy nadie. Paso muchas horas trabajando y
leyendo. Había hecho la promesa por sacrificio de dejar de fumar durante
algunas semanas, pero creo que ha sido peor el hambre que la enfermedad. Sentía
como angustia y luego mi mujercita estas lunas de verano no la prueban y a
veces me saca de quicio, pero yo quieto. Mi cachimba es como mi novia, un
asidero. Hoy me he comprado una nueva y he recibido su carta, he largado
algunas pujadas y estoy como un chico con zapatos nuevos.
¡ Qué débil es la carne ! Señor, ¿ por qué
tenemos tanta necesidad de asideros, siendo Tú nuestro sostén ? Ya sé que fumar
es un vicio, y yo las cuaresmas - en la Santa Iglesia Ortodoxa tenemos hasta
cuatro: el adviento, las dos pascuas, y el ayuno de la Virgen de Agosto, que
empieza el 15 de julio como preparación a las fiestas de la dormición de la
Theotokos, la Panmakaristos, la Poliarqué, o llena de gracia, bendita sea su
gloria siempre, madre de los hombres, intercesora entre el cielo y la tierra -
suelo guardar abstinencia del tabaco, pero me dan tentaciones de comer y, si
estoy estresado o nervioso me cuesta mucho trabajo. He conseguido vencer a la
lujuria. Los fornicadores me parecen los seres más despreciables, pero los
placeres de la buena mesa son muy fuertes para mí. La llaman la debilidad de
los monjes.
Ayer día de San Vitorino fui a Arevalo que es
el patrón de ese bendito pueblo y me fui a comer a la Pinilla y me puse ciego
de cochinillo, que Dios me perdone y que San Vitorino el mártir y subdiácono no
me lo tenga en cuenta pero hice honor a su fiesdta, que por cierto, no vendí
nada, pero el alcalde de Arévalo que me compró mi libro de Teresita, dijo que
le había gustado mucho mi libro. Bendita sea la santita. Sentí mucha alegría.
No todo van a ser zozobras y sinsabores. Bien sabe Dios que he luchado como un
león para sacar adelante a estos pobres hijos de mi imaginación. Si luego el
resultado ha sido muy diferente al proyectado eso no entra en mi incumbencia.
No me siento responsable. Si yo fuese el calamita de Antonio Gala o el grosero
de Cela a lo mejor salía hasta por televisión y me llamaban a firmar al Corte
Inglés, pero como mis libros tienen otro rumbo, pues me tendré que conformar
con la voluntad divina. No hay más cera que la que arde.
Aquí le incluyo también la portada de la
Pequeña Flor. Pongasela cerca de la cabecera de su hermano Eusebio haciendo
hincapié en un ruego muy especial: digala “ Teresita, mi hermano padece la
misma enfermedad de nervios de la que murió tu padre en Les Buissonières. Ten
piedad de nosotros, según lo prometido. Curale, bendita virgen de la caridad y
la abnegación. Haz que descienda sobre su pobre mente nublada tu lluvia de
rosas, el maná del consuelo, para que recupere la razón “.
Estoy seguro de que nos va a hacer caso. No
seguro. Estoy segurísimo. Ella hará el milagro. Algún día me dará Vd. El
alegrón de esa noticia, confío en que no tardando mucho.
De lo de no ir a Prado Nuevo creo que es esa
la voluntad de Dios. Dejemos pasar el tiempo y que se sosieguen los ánimos. Lo
único que lamento es no poder encontrarme con Vd. Pero ya sabe que estamos
unidos en la oración. Por otro lado, no se me quita del pensamiento. Todos los
días pienso en Vd. Lo mismo que en mi hija Helen, y no falla en el memento de
vivos ni tampoco sus cristianos y santos padres en el de difuntos.
De por Madrid, pocas noticias, Mucho calor,
yo ,me meto en mi huertecillo y riego los árboles “ suyos “ que no se secaron y
andan ya muy frondosos. Las ramas hacen pérgola. Le doy gracias a la santísima
Virgen este favor que me hizo al conseguir que ese espacio se cerrase. De
momento no han dicho nada los vecinos. He tenido este mes de junio los rosales
muy floridos, pues los podé mediado el otoño y dieron flores granas y gualdas.
Como la bandera de España.
Mi hijo Antonio Gabriel no pasó el hombre
para la guardia civil. Se lo cargaron en inglés y luego vino la madre a ponerme
como un trapo y dijo que es culpa mía. Yo traté de aleccionarle según mi método
que nada tiene que ver con la forma con que enseñan esta lengua en los
institutos, pero él se me liaba a dar voces y aquí cada maestrillo tiene su
librillo.
El mayor suspenso que tenemos en la España de
hoy en día es que la autoridad paterna está por los suelos y eso tiene mala
compostura. Hay que callar y aguantar porque de lo contrario salimos por la
televisión, porque las mujeres hoy en día tienen la sartén por el mango. En
fin, todo se solucionará. No sabe Vd. Aderita de la que se ha librado con esto
de no tener hijos ni tener que aguantar a nadie. Actualmente la vida
matrimonial es muy dura. Mire cómo están las familias, cuanta violencia, cuanto
encono. Falta cariño. Faltan mujeres verdaderas. Hembras siempre las hubo para
mucho presumir y aparentar, pero una mujer como Dios manda es sólo aquella que
sabe hacer feliz al marido. Yo no he tenido esa suerte en ese segundo envite. A
lo mejor es que yo no era para casado. Mi segundo matrimonio ha sido una enorme
torpeza, pero me abrazo a mi cruz, la cruz que Dios me mandó por mis pecados
antiguos. Lo digo como lo siento: sin ningún remordimiento y en ofrenda de
expiación.
Es un iluso aquel que crea que la felicidad
en la tierra se puede conseguir. Yo le ofrezco al señor estas mortificaciones
de cada día. Sufro en silencio sus injurias o cuando hace o dice cosas que no
están bien y que sólo sirven para conseguir que se venga abajo mi autoestima.
No la maldigo pero el día que la conocí hubiese estado mucho mejor en mi
casita, porque en veinticuatro años de convivencia no me ha dado ni un día
bueno. Una cosa temo que cualquier día me eche a la calle para meter al
querido. Pida mucho por mí , querida señora, pero en esta España democrática de
hoy en día hay miles y miles de maridos españoles defraudados que se encuentran
en mi misma situación. Es un mundo cruel. Hemos sido un pueblo muy católico
pero también podemos ser muy malos. Estamos muy solos e indefensos. Nadie nos
echa un capote. Bueno, sí. Dios está de mi parte. Sin el auxilio de la
consoladora de afligidos ¿ qué hubiese sido de mí ? En mi libro sobre “ LA
Mujer Fuerte “ lo digo bien clarito aunque bien sé que es un libro durísimo
como durísima es la batalla que se cierne contra la Bestia. En verdad, en
verdad, los días de tinieblas de los que hablan en El Escorial para aterrorizar
a los secuaces de esa vidente ya están aquí. No son algo físico sino algo
inmaterial, algo que se palpa. Es esa nube de odio y de desesperanza que se
cierne sobre los corazones, es ese egoísmo, esa falta de entrañas. Es el tiempo
bajo el signo de la Bestia . Tiempo de prevaricación y de congojas bajo el
dominio de la gran Puta, con perdón - aunque la Biblia la llama barragana -,
porque hoy hasta las madres prostituyen a las hijas.
Me maravilla que siga habiendo personas como
Vd, Amerita, que pertenece al restringido cupo de los santos que quedan Israel.
Persevere, Aderita. Siga realizando cada día sus practicas piadosas, sufra con
paciencia los contratiempos y tribulaciones que cada día la envíe Nuestro Señor
no para purgar sus pecados sino para expiar los ajenos, en particular en todo
lo relacionado con la enfermedad de su hermano, pues esta es su cruz - recuerde
que todos hemos de acarrear una y a veces la nuestra nos parece más pesada que
la del vecino, pero ese dolor no es medible ni cuantificable porque cada uno
tiene que apencar con lo que le toca- y yo tengo para mí que ese sufrimiento
que nos purifica y nos hace crecer es un signo de predilección del Altísimo. A
los que se van a condenar parece irles muy bien la vida, pero llega la hora de
la muerte y ¿ qué ?
En fin, espero en que no crea que le digo
estas cosas por asustarla ni por la tremenda, Vd. es un alma justa, a la que quiero y respeto
con todo mi corazón, a la que confío todas mis dudas y mis secretos. QUE DIOS
TE BENDIGA.
Suyo seguro
servidor que besa su mano ANTONIO
5 de
octubre de 1998
En la
fiesta del glorioso San Bruno. Paz, salud y bien, en nombre de Jesús Bendito y
de todos los santos que están a su diestra.
Muy
estimada Amerita. Siempre que la veo, me da un alegrón, porque está Vd. llena
de paz y de bondad y porta el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo, aún dentro
de los fallos e imperfecciones que todo ser humano puede tener.
Ahora le
pongo estas breves líneas - pues si mis humildes cartas le sirven de consuelo y
son acicate de perfección, bendito sea Dios - para que recuerde que la tengo
presente en mis plegarias. Esto no es una relación epistolar amorosa al uso,
porque el amor de la carne se reviene y es causa de tristeza. No así el amor
divino.
Recuerdo
ahopra mismo cómo San Jerónimo encontró cuando estaba en el desierto una mujer
que le cuidaba, Santa Paula. San Froilán, obispo de Lugo , también se apoyaba
en la caridad que le brindaba una piadosa mujer por nombre Caya. Lo mismo ha de
decirse de San Pablo, al que acompañaban un coro de abnegadas féminas en sus
peregrinaciones, como al propio Señor.
Ellas tuvieron el privilegio de ver su cuerpo glorioso, las primeras, en
la mañana de la resurrección. San Juan dirige una de sus epístolas a una señora
de Efeso por nombre Electa.
Dios me
libre a mí de ponerme en parangón con nuestros santos, pero yo le quiero hablar
de la pureza de esta relación. En estas misivas yo le confío mi corazón.
También me gusta recibir las suyas, que muestran a una mujer fuerte, decidida y
muy cristiana. Aunque a veces en lo que yo he escrito pudiera detectarse una
especie de misoginia o desprecio hacia la mujer, lo cierto es que no puede
haber ser en el mundo que yo más admire. La Virgen fue mujer y le cupo la grandeza de portar en
sus entrañas al Redentor de los Hombres. Me horroriza el trato egoista y
hedonista que está dando a la condición femenina esta sociedad so color de
defender y promocionar sus intereses. En verdad , a vuelve un ser degradante,
un animal.
No hago
estos días más que leer el libro del Apocalipsis. El aguila de Patmos, la pluma
más inspirada y el escritor supremo de cuantos han sido y serán, nos deja
entrever que la destrucción del mundo vendrá por la fornicación, porque supone
un desafío a las reglas establecidas por el Señor para la conservación de la
especie. La Bestia inmunda es fornicaria. Yo he llegado a la conclusión - se
trata de una interpretación subjetiva, tan sólo - de que los Hijos de Dan, la
tribu maldita que no se nombra en la Biblia, para no contaminarse, podrían ser
los Estados Unidos, y que la sigla del anticristo (666) corresponde a Clinton.
Pero ya me
estoy metiendo yo en berenjenales. No quiero aburrirla, ni tampoco atemorizar
porque estoy seguro de que la Misericordia divina es infinita y acabará por
imponerse a los impíos. En mi carta pasada creo que le hablé de la misión
encomendada al Gran Miguel. Que vele por nosotros. Bajo su espada flamígera
estaremos seguros. Yo he sentido los socorros de su invencible brazo en
múltiples ocasiones. El heraldo supremo me ha librado de la boca del león.
Ayer,
cuando regresé de Prado Nuevo, me sentía lleno de gozo. Celebré la misa de
Teresa de Lisieux y sentí como su `presencia viva y su calor a la hora de
alzar, cuando tuve al Señor entre mis indignos dedos. Esta santa nuestra es un
cielo . Su fiesta yo la celebro el día tres y no el
primero de octubre, pareció querer recompensarme por una humillación que padecí
en el prado, cuando el tío Mariano, ese que se sienta a mi lado, y cuando o
hablaba con una señoras de Teresa, la dulce y bendita, empezó a pegar voces
diceindo:
- Su fiesta
no es hoy. Fue el dia tres.
Lo decía
con malos modos y hasta empezó a pegar voces sobre el capó de mi automovil.
Estuve por decirle que no se metiera donde nadie le llamaba. Callé. Pero él
vueltala burra al trigo empezó a echarme en cara eso.
Para mí
este tipo de mortificaciones son un regalo que le hago al Señor, al que pido me
dé paciencia. También le digo que en mi celda olía a rosas.
Celebro que
la mejoría de Eusebio vaya en incremento. No hago más que pensar en él. Hasta
he leído varios libros de psquiatría para estudiar su caso.
Cuando dice
que se va a morir, es señal de delirio. Está saliendo a la luz una fobia de su
subconsciente. Es un caso típico de
paranoia, una de las enfermedades más dificiles de curar ( Sin embargo Teresa
del Niño Jesús estoy seguro que lo conseguirá), porque afecta no sólo a las
potencias cognoscitivas sino también a las volitivas. Los facultativos habrán
de estudiar cual es el mecanismo de esa reacción delirante. Tendría el médico qué analizar su pasado.
Este tipo de enfermedades mentales se incuban durante la infancia. Habría que
estudiar su historia clínica: si tuvo algún catarro mal curado, alguna caida accidente,
una posible meningitis, problemas de dentición o de muelas. Y psiquíca: las
relaciones con la madre o con el padre. Las crisis delirantes suelen producirse
en primavera y en otoño para este tipo de pacientes, pero algunos son recidivos
en el verano, porque los ardores de la estación seca parecen afectarlos.
Estoy
seguro de que la acupuntura le habrá venido bien. Creo que se le ha cogido a
tiempo y que Eusebio es recuperable. Una pena que no tenga ahora mismo una
terapia de grupo y de que haga alguna manualidad. Lo extraño es que, siendo tan
habilidoso y curioso para todo, se haya desentendido de las herramientas. Eso
es síntoma de que su sistema psicomotor puede haberse visto afectado. Habría
que saber cómo habla y se expresa cuando tiene esas fobias a la muerte.
Había
pensado, señora, que estaríamos salvados si su hermano se decidiera a pasar el
día atareado con alguna distracción o trabajo, el que fuere. Si Eusebio
estuviese en otra familia, y no lo arroparan las solicitudes de Vd o de su
esposa, a lo mejor me preocuparía, pero en vista de que está donde está ( el
amor y la comprensión de los suyos es los que puede sanarle) no hay cuidado.
La veo
preocupada por la casa y no es para menos. Yo habrá pensado que sería
aconsejable que Vd. Sacase el carnet de conducir - todo s cuestión de proponerselo
- y así podría conducir hasta su pueblo. ¿ Por qué no ? Yo le pido al Señor que
ese problema se resuelva. Me recuerda un poco a Santa Teresa de
Querida
Aderita:
PAZ, AMOR Y
BIEN , Y TODOS LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU.
Hoy 30 de
agosto de 1998 celebramos la decapitación de Juan el Bautista, víctima de la
lujuria y malos modos de una saltatriz - aquella infame bayadera por nombre
Herodías que viene a ser la enseña de nuestros tiempos. Es una fiesta cargada
de simbolismo. A los sacerdotes el breviario romano nos regala con este
maravilloso himno de exaltación del martirio:
Invicte Martyr , unicum / Patris secútus
Fílium, / Victis tríumphas hostibus. / Tui precatus múnere / Nostrum reatum
dilue, / Arcens mali contagium, /Vitae repelens taedium./ Soluta sunt iam
víncula / tuis sancti corporis:/ Nos solve vinclis saeculi, / Dono superni
Numinis./ Deo Patri sit gloria / Ejusqe soli Filio / Cum spiritu paraclito/
Nunc et per omnia saecula. Amen.
Oh
mártir único e invicto, que seguiste al Padre y al Hijo, y triunfa de tus
enemigos fatídicos. Con la ofrenda de tu cabeza, al se degollado por manda de
aquella danzante con contoneos inicuos, tú que
con su sangre desataste del pecado de la carne el compromiso, libranos
de la culpa, Juan Bautista Divino, por
tu vestido de marlota, que en el desierto cubrió tu desnudez, y por el cayado
de la fe que empuñabas, excelso precursor de Cristo, te lo pedimos. Haz que
ardiendo en deseos de evitar el contagio maligno y huyendo del tráfago del
siglo, nos libre de las cadenas de este mundo el estro supremo, y ataduras de
la carne que sufrimos. Gloria al Padre y a su Único Hijo. Con el Paráclito.
Ahora y siempre por los siglos de los siglos. ( Es una
traducción no literal, sino libre).
Te
aconsejo que la reces este mes de septiembre, porque fue el primero de los
mártires, fue enviado a los suyos, y los suyos no lo recibieron.
Gracias
por las llamadas telefónicas y cartas. Ya te puse al corriente de lo que me ha
sucedido. La víspera de la Virgen, que es para mí uno de los días más hermosos
del año, fui despedido de mi trabajo. Ni mi mujer ni mi familia por el momento
lo saben. Ha sido un hecho injusto en el que a todas luces estaba la mano del
diablo, cuya presencia se ha intensificado en el mundo en las postreras
semanas. Sin embargo, va a caer derrotado, aunque nos esperan jornadas
terribles, si continúa la prevaricación. Reza siempre a Nuestra Señora. Estoy
seguro de que tu hermano curará, pero no desdeñes tampoco el sufrimiento .
Aceptálo como un regalo del Señor.
Mi
llamada para volver a trabajar en ese centro de mujeres despiadadas, lleno de
íncubos y de súcubos fue una trampa. Ahora que me han sido retirados mis
honorarios no sé cómo voy a vivir. Hasta es posible que mi familia me eche de
casa. Seré vagamundos. Iré por los caminos,
Un pobre de solemnidad. Por el momento me he apuntado al paro. Me
corresponden seis meses. Venderé libros. A proposito, si quieres comprarte
alguno. Tengo FLORECILLAS DEL PERPETUO SOCORRO, tela, 321 p..- 1000 pts;
ILUSTRÍSIMOS SEÑORES, por Albino Luciani, el papa que reinó treinta y tres días
en la Iglesia, y dicen que murió envenenado, una maravilla de libro, tela, 326
p., una maravilla de libro. Si te
interesan, Aderita, me lo mandas a decir.
¿
Qué tal en Portugal ? Ya me contarás, Deri, y no te preocupes por mí, aunque lo
he pasado muy mal, porque me duelen las injusticias, no el dinero, sino la
falta de tacto de todas esas marranas. Le doy gracias a Dios por haber
denunciado en mi obra sobre la Mujer Fuerte el feminismo. El papa Luciani -
observo con gozo - tuvo la misma preocupación ¿ Por eso lo asesinaron ? Así y
todo, la sangre de los mártires es semilla de Cristianos. Pronto vendrá el que
ponga las cosas en su sitio. Cuidáte. AUDITÓRIUM NOSTRUM IN NOMINE DOMINI. Nuestro
Auxilio está en el Señor. Albricias.
Tuyo
Antonio
30
de agosto de 1998
Poscriptum:
Estoy pensando que el día de mi pasión, cuando me dieron la mala noticia de que
estaba despedido del trabajo era el 14 de agosto, día de S. Eusebio. Yo le
ofrezco al señor mis sufrimientos por su curación y también encomiendo a la
persona que me hizo mal. Tenía el alma muy negra y en el cuerpo una enfermedad
que se llama cáncer de columna. Dios se apiada de la tal Carmen Fernández del
Toro. También le pido a Eusebio que encomiende a Dios su alma porque me han
dicho que está muy enferma en el hospital. Que Dios se apiade de nosotros. No
hagamos el mal, porque el mal siempre se vuelve contra nosotros. El bien en
cambio es eterno, nadie lo destruye mientras la iniquidad pasa.
Al
cabo de cierto tiempo ¿ quién se acuerda del impío ?
30
de septiembre de 1998
QUE EL GLORIOSO MIGUEL NOS ALBERGUE
BAJO SUS ALAS DE FORTALEZA. AMEN
Muy
estimada Aderita en Cristo Jesús y Nuestra Madre del Auxilio:
Ante
todo, felicidades en el día de su cumpleaños, aunque con retraso. Que me
disculpe por no haberle felicitado, aunque por esos días me acordé
especialmente, pues no se me va su cara del pensamiento, y no lo digo de
cumplidos. Gracias también por la limosna. Cuando todos parecen haberme
abandonado, usted no se olvida de este pobre pecador. El sentimiento no puede
ser más puro. ¡ Cuán importante es la castidad en estos tiempos que corren! Yo
veo en esta piedad que siente Vd. Hacia mi pobre persona el edo del Altísimo,
que me enseña los caminos. Domine, edoce me in vías
tuas. De mozo fui yo tan modorro y alocado - quizás
soberbio - que no acerté a seguir al Maestro y no supe guardar continencia
quebrantando el voto y la palabra empeñada. Ahora padezco las consecuencias,
pero sus cartas me sacan de ese letargo, y digo, Señor, qué estúpido fui por no
haber sido capaz de seguirte. pero Él, que conoce todos los secretos del corazón,
no tiene en cuenta nuestros pecados y sigue derramando su gracia, pese a
nuestro despego e ingratitud.
Gracias,
Deri, de corazón. Me alegro infinito al ser enterado de que Eusebio siente
mejora. Tal vez, ese nieto tan majo es el regalo de Teresita, para volver en su
acuerdo al pobre abuelito, que tanto sufre por tonterías. Es muy bonito que
tuvieran todos un buen día. Siento yo santa envidia de lo unido que están
todos. En mi familia no puede decirse lo mismo. No hay más que enconos. Yo
acepto esa cruz tan pesada que el Salvador puso en mis espaldas como expiación
de mis muchos pecados, y quiera Dios que no desfallezca ni desespere porque
sólo de esa forma mereceré el paraíso.
Hoy
es un gran día. A propio intento le mando estas líneas en la gloriosa fiesta
del Divino Signífero, pues sé que le profesas una gran devoción. El heraldo de
Dios es el mejor valedor de nuestra inocencia, jinete incomparable en las
acérrimas batallas por la vida y por el reino que se libran a la sazón. España,
veneradora del ángel que se tiró el guante al soberbio Lucifer - cuantos
pueblos conozco que están bajo su advocación, casi todas las iglesias y ermitas
a él dedicadas suelen elevarse sobre las colinas y los cerros, puesto que el
arcángel San Miguel se apareció en el monte Gárgano hacia el año 530- no se
merece esta suerte. nos hemos convertido en el escarnio del mundo.Y tantos
pueblos y ciudades de nuestra patria honran a Miguel por patrono y abogado -
cosa que salta a la vista cuando uno conduce por las tierras castellanas o
leonesas: allí, en esa ladera, atalaya impertérrita, pese al paso de tiempo,
desvencijada y hundida pero todavía con sus arquerías apuntando hacia el cielo,
se yergue un templo al que dijo: Quis sicut Deus ? Quiencomodios fue el alférez que nos guió en
la batalla contra la morisma. Desgraciadamente, los moros han vuelto. No se
trata meramente de la reconquista de Ceuta y Melilla. Quieren las llaves de
Granada y propugnan un desquite contra Boabdil. Cualquier día de éstos la tumba
de los Reyes Católicos la veremos profanada ( yo he tenido esa revelación). Ha
habido tercerías de los Hijos de Dan, la tribu maldita,- portan escritos en la
frente el “ anosmia”, el guarismo malditodel 666, y sólo ellos `pueden comprar
y vender porque acuñan moneda, tienen potestad sobre los códigos de barras y
han montado su tingladillo- que no se
menciona en la Biblia porque de ella nacerá el anticristo y hoy son los que
mandan en el mundo. Honran a Moloch. Son fornicarios, cínicos y andan muy
sedientos de sangre. Se avecina un tiempo terrible.
Pero
no quiero cargar las tintas de negro. Soy optimista, porque, Deri, ganaremos.
En
las dos últimas semanas ha tenido a bien el señor regalar a este su pobre
siervo para que no se enfríe la fe con dos signos. Soy peregrino. A veces me quedo
en mi celda, pero la otra noche salió mi mujer con sus amigas y yo sentí una
punzada en el corazón terrible, al tiempo que escuchaba una voz de un tono muy
dulce. Me llamaba por mi nombre monástico: “ Millán, los lobos han merodeado
por mucho tiempo tu casa. Coge el coche,
yo te guiaré”, y me llevó a un sitio que suelo frecuentar, el café Gijón. Me
senté en uno de los veladores, pues soy un tertuliano conocido. Una mujer que
se llama Margarita entabló conversación conmigo, y no sé por qué pero noté que
sentía más que atracción, admiración por mí. Es judía. Hablé de Cristo y del
perdón. La dejé sin argumentos y luego vino un joven judío, bien plantado. Es
israelí pero habla el español perfectamente.
Conocen al dedillo la Escritura, pero yo les dejé admirados con la
sabiduría que brotaba de mis labios - no era yo sino alguien que hablaba por mí
- y quedaron muy corridos cuando les advertí que el nombre de la Bestia se
llama Clinton. En hebreo su nombre
significa el impronunciable y tiene tres letras que corresponden a los tres
números. El miembro del Mossad cruzó una mirada conmigo llena de inquietud y de
perplejidad. Luego se acercó a nosotros un hombre muy extraño. La judía Margarita y el joven marcharon y el
hombre extraño - que confesó ser un dominico - reanudamos la tertulia en otro
lugar. Era un piano bar. En sitio tan sacrílego nunca pudo producirse una
conversación tan piadoso, pero el hombre extraño y yo nos reconocimos porque
había en su frente y en la mía un signo, una cruz que en cierta ocasión tú
reconociste Amerita. Hablamos y hablamos del síndrome de la iglesia vacía, del
torrente de fornicación que se ha apoderado del mundo. En esto, un individuo
que nos reconoció y que estaba acodado sobre el piano fumando con indolencia y
con el rabillo del ojo. Empezó a insultarme, pero yo me hice el despistado. El
dominico se marchó. Al despedirse nos fundimos en un abrazo, pero yo no tenía
ganas de regresar. Me picaba la curiosidad y quería saber por qué. El calibre
de los insultos subía de punto. Recé al arcángel y pude escabullirme hasta un
diván donde tranquilamente empecé a sacar mi pipa. A mi lado había dos mujeres
muy morenas. A diferencia del efecto benévolo que había causado mi persona en
la Margarita y el agente del Mossad en el Gijón, en el piano bar el efecto
había sido a la inversa. No sé porqué adiviné que se trataba de dos marroquíes
- la noche de Madrid está llena de corrupción y de espías - y ellas se
extrañaron mucho de mi adivinanza. Se liaron a maldecir de los españoles. Yo
podía haberles pagado con la misma moneda, pero conozco que el diablo es el que
incita a las broncas y , fiado como estoy en las manos de Dios, busco el
remedio en la huida y en el desprecio. Entonces, al mirar a los ojos a las
melillenses sentí un estremecimiento en mi corazón, vi que las manos de las
mujeres, estaban cubiertas de sangre, y que sus ojos de obsidiana eran como los
del Basilisco. Porque alertaban de traiciones, venganzas, y de sangre
derramada. Porque no tenía escapatoria, ya que las mujeres estaban enconchavadas
con el chulo. Hay algo en mi persona, que pertenece al divino Heraldo que hace
retorcerse como sabandijas a cierta gente.
Eso forma parte de las miserias y grandezas de ser un luchador contra la
Bestia, un luchador sin armas ni bagajes. Él las lleva y yo me siento seguro y
bien pertrechado. Se revuelven igual que rabos de lagartijas. A Carmen
Fernández del Toro, la funcionaria a la que debo haber perdido mi empleo - era
una copia exacta de esa Eva Belcebú que describo en mi libro - le aquejaba el
mismo veneno. Por eso, se rebulló contra mí y de ¡ qué forma !
Me
dio en aquel instante por cantar una canción que escuché de labios de mi pobre
padre militar, que estuvo algún tiempo destinado en Larache:
Melilla ya
no es Melilla. Melilla es un matadero. Donde se mata a los hombres. Como si
fueran corderos. Pobrecitas madres que solas quedán. Al ver que sus hijos a la
guerra van. Ni me lavo ni me peino. Ni me pongo la mantilla. Hasta no venga mi
novio de la guerra de Melilla
Decir
yo esto y aplacarse las fieras fue todo uno. Las individúas dejaron de
molestar. Eso sí. Al día siguiente, me enteré por los periódicos que el
individuo mal encarado se había liado a navajazos. Un muerto. Regresé a casa de
madrugada, pero ni mi mujer ni mis hijos
habían regresado al hogar. Eran las fiestas de Majadahonda y se habían ido a la
verbena. Me acosté con angustia, pero rodeado de infaustos presentimientos. A
la mañana siguiente al despertar pongo las noticias y me entero de la de la
caída del avión al aterrizar en Melilla. No hubo tal percance. Fueron
tiroteados en vuelo. No lo han dicho porque los medios de comunicación de ahora
no son la voz de la verdad sino la de la mentira. Cuentan sólo lo que les
parece. Le doy gracias a Dios por haberme puesto en guardia. Aquellas mujeres
tan extrañas , que debían de ser espías árabes; aquel monje, con cara de
cansancio, que me recordó en todo momento a Cristo bendito y hasta me pagó una
copa. El dolor de un padre de familia que ve cómo todo se tuerce y de un
patriota español que ve a su querida patria en peligro, y de un sacerdote que
ve a la Iglesia en manos de las fieras de rapiña. ¿ Oyó lo de Marckinkus, el
cardenal vaticano que envenenó al pobre Juan Pablo I ? Por todo eso, sangra mi
corazón hasta la muerte.
Para
mí es un consuelo que existan personas tan cristianas como Vd. Muchas gracias
por haber leído mis libros. Reconozco que el segundo es muy fuerte. Está
escrito en forma de parábola. Es lo que se llamaría una “ morality” o “ sotie”
con sentido oculto. Si uno abre las páginas del Libro de Daniel, Ezequiel o el
Apocalipsis y se encuentra con esa crudeza y brillantez - no parecen de este
mundo - del que mueve su pluma bajo el soplo directo de la inspiración divina.
Aquí le adjunto las ultimas páginas de otro texto que estoy escribiendo. No
volveré a publicar en vida, pero gran parte de mis escritos los conocerá el
mundo en siglos venideros. Si es que
esto no ha pegado un reventón , que es
lo que yo me temo. Ruego al Padre por las lagrimas y sufrimientos de Jesús que
perdone a su pueblo. Hemos pecado tanto que sin duda nos merecemos el castigo.
Sin embargo, almas puras como tú, Aderita, impetran el favor celestial,
aplacando la cólera divina.
Es
una gran idea el haber decidido arreglar la casa y vivir en el pueblo. El maligno
es el que está dando largas a ese albañil perezoso para que no cumpla lo
prometido. Yo pido al Señor para que se cumplan sus deseos. Y para que puedan
irse a vivir temporadas al pueblo, sobre todo en la estación florida. Las
ciudades son cárceles de humo y auténticas ratoneras. Cuando se produzca la
gran movida, será mejor habitar el campo que los espacios urbanos.
Bueno,
Deri. Queda con Dios. Animo. Valete, filiae Ierusalem.
Ya sabes que el que tiene a Dios nada le falta. A veces me gustaría poder escribirte
con mayor frecuencia, pero tengo el ánimo por los suelos, y creo que lo
comprenderás y en esta situación en que me encentro entiendo perfectamente lo
mucho que padeció Jesús en el pretorio, llueven sobre mí golpes y salivazos de
toda índole y hasta tengo que pagar por pecados que no he cometido, pero sin
cruz no hay cristianismo. Hay que amar el sufrimiento y perdonar a nuestros
enemigos. Con todo y eso, me alegra
mucho saber que estas humildes cartas mías te son de algún consuelo. Tú te
mereces más. Mientras tanto, cuenta con mi adhesión y mi agradecimiento. Espero
que nos veamos el sábado que viene, si Dios quiere. Y que Él te bendiga a ti y
a toda tu familia. Y a todos nos tenga en su paciencia, en su tolerancia y en
la constancia de los mártires.
Antonio