SAN
IRINEO CONTRA IUDEOS
Por
Antonio para Galindo
Tirsosacra@terra.es
Tres
de julio San Irineo. Su nombre significa paz y una invitación a la
paz y a la reconciliación en el calendario. Y una bella liturgia de
la cual trasunto estos párrafos. Del canto de entrada: “su
boca anunció la ley de vedad y jamás se halló engaño en sus
labios. En paz y en verdad caminó siempre y apartó a muchos de la
senda del mal”.
Y de la colecta:
“Señor y Dios mío, que concediste a Irineo, pontífice y mártir,
combatir con la verdad de su doctrina las herejías y lo confirmaste
en la paz de tu Iglesia, concede a tu pueblo constancia en la
religión y paz en nuestros días.
Pero, sobremanera, glosó un párrafo de la carta a Timoteo inserta en
la misa de este día: .. “Porque
vendrán días en que muchos no sufrirán la santa doctrina sino que
sentirán comezón en los oídos y acumularán una caterva de
maestros según su capricho y cerrando el oído a la verdad, lo
aplicarán a patrañas. Más tu vigila, evangeliza, profetiza,
trabaja, cumple con tu ministerio”...
San Irineo escribió muchísimo, discípulo de san Policarpo el
ateniense, y sufrió más. Por desgracia gran parte de sus escritos
se perdieron en el caos de los siglos, las persecuciones, las quemas.
Aunque quedan algunos que lo revelan como uno de los grandes Santos
Padres. Sin ir más lejos, fue el inventor de la mariología. Y yo
regreso de mi pueblo empapado con la fuerza telúrica de los huesos
santos. Estuve bailando al santo y rezando un padre nuestro ante la
sepultura de mi padre. Regresé nuevo. Empapado de la luz de
Castilla, traspasado por el rayo que no cesa de esos capiteles de la
ermita de San Vicente donde el obispo bendice sus dos dedos
enguantados en la quiroteca y esas dos aves del paraíso, en la
columna contigua, que entrelazan sus pescuezos y se abren el uno al
otro heridas en la pechuga. Mana la sangre. Son pelícanos.
Y dos
grifos horrísonos que tanto me impresionaron desde niño. Pasan los
años y sigo sin comprender el sentido y el mensaje de esas figuras
de los capiteles historiados del románico de mi pueblo. Lo mismo que
aquella talla cincelada en una de las misericordias catedralicias del
coro de Zamora: un tonsurado que le daba caña a un mono y más abajo
un fraile con la cabeza de lobo que cuidaba el corral de las
gallinas.
Todo un símbolo de estos tiempos versos donde las palabras
se trastocan. Paz quiera decir guerra, Blair es enviado en misión de
paz a Mezoriente después de haber sido culpable de la guerra de
Irak, tanta sangre derramada dios mío, y una mina israelí, por arte
de birlibirloque periodístico – el control de la media se hace
impositivo- se convierte en un coche bomba de alcaída.
Que nos digan
quien es alicaída. ¿Dónde está Bin Laden? ¿Quién maneja las
claves? ¿Dónde están las llaves matariles? Y así sucesivamente.
Pero regreso el alma pletórica de paz y el corazón renovante de
fuerzas tras subir a aquel camposanto en el alcor que huele a matas
de serpol y tomillo aromático que llamamos burrero donde se alza
una cruz románica que corona la fabrica de un edificio misterioso en
el que se abre en los vanos de un campanario cuyos ventanales parecen
ojos que miran desde arriba a los transeúntes del sendero y a los
transeúntes de la vida abajo.
Muros románicos, contrafuertes
ramirenses, un cimborrio ojival y varias cruces del temple. Es el
sueño de los que allí descansan y los méritos de la sangre
derramadas por Cristo lo que me impulsa a decir la verdad por más
que esta franquezas lesione mis intereses.
Después de todo vivimos
en una burbuja de mentiras autocomplacientes. Nadie se atreve a decir
las cosas por su nombre pero al pan, pan.
Esa fuerza de mis mayores
que únicamente transmite el cristianismo. Claro que la paz y la
energía que pasan los escritos de san Irineo – escribió Contra
Iudeos
y lo descatalogaron, lo borraron del mapa [¿no les suena un poso
eso?] y la mayor parte de sus libros se perdieron o quedaron
inéditos
No es la paz de los cementerios ni esa energía telúrica
que despiden las catacumbas, lo que yo pretendo, mi misión no sea
traer la paz a las malas conciencias sino guerra a los sepulcros
blanqueados, fuego al muñeco, balacera contra el espantapájaros que
trajeron los interpuestos, aunque vengo como nuevo después de cantar
en San Gregorio, a la que nosotros llamamos La Torre, el oficio y
sentir la presencia de los que me precedieron.
Allí dieron tierra a
mi padre Silvino, a mis abuelos Benjamín y Leonides a varios tíos
carnales, a mis do hermanos infanticos Henar y Juanjo y a los viejos
guerrilleros que anduvieron con la partida del Empecinado.
Entoné
bajo las arcadas del viejo presbiterio el Símbolo de la Fe y
debieron de volear las campanas en el cerrado que fueron bajadas a la
iglesia de abajo en tiempos de Carlos III pero en mi ilusión
auditiva a mí me pareció escucharla y no tocaban a muerto sino a
gloria y resurrección.
Con tanta fuerza del sonido que se espantaron
las torcaces anidando en los clavijeros. Voló una mirla, rota la
soledad del cotarro y su escondite de ásperos silencios, dejando tras
sí toda una lechigada de pajarinos muertos. Tan. Tan. Tan tarantán.
Era como si me devolvieran el eco de aquellos sanpedros de mi niñez
cuando yo vi a uno que se llama Claudio y que duerme aquí (hic
jacet) arremangarse la camisa y coger la melena de roble de la
campana gorda a la que llamábamos La Felisa, pues también las
campanas tenían nombre y se bautizaban por entonces, con fuerza de
tres mozos [el Claudio el de la Tía Vinagra era mu flamenco] y
tocar a vísperas.
La vieja fe. Los tiempos cambian. En mi pueblo que
dio tantos misioneros y había tantos cante misas, la bandera siempre
se izaba blanca sobre el mástil de la torre anunciando que había un
cura nuevo.
Y ya no hay misacantanos, hoy asiste un cura polaco a su
cargo todo un arciprestazgo. El de Sacramenia, de la villa y tierra.
Pero ¿Qué ha pasado aquí? ¿Nos hemos vuelto paganos en esta
Castilla de pan llevar y de cristianos viejos?
Algo de eso debe de
haber o que el dios de los españoles no es la Santa Trinidad sino
Mamón. Rendir culto al dinero. Mucho han cambiado los tiempos. ¿Pero
tanto?
No me lo explico, o sí me lo explico, leyendo los títulos de
algunos libros de san Irineo. Otro que expulsaron de la sinagoga.
Otro al que echaron del círculo por cantar la epístola, por contar
la verdad que nos enseñó Jesucristo. La cristofobia sigue siendo
tan recalcitrante y empecatada como en el siglo segundo de nuestra
era.
Han regresado los judaizantes y todos se han vuelto peperos y el
personal habla por boca de ganso: lo que les cuenta la COPE y sus
rabinos sobre todo ese que acude a las manifestaciones tocado de un
gran sombrero que o lo mercó en Portobello y a lo mejor pertenecía
a uno de los del Mayflower. Peregrino es el personaje que es el único
que publica en este viejo país. Lo han convertido en depositario de
la Historia de España
Arengas por las mañanas, requisitorias por
las tardes, mítines y libelos por la noche. Mohatras a todas las
horas. Donosos necios siempre en la necesidad de novedades y
mudanzas. Palaciegos chismes al retortero. Perdularios de la pluma y
el micrófono que profazan.
Sacrílegas sacerdotisas que barruntan
carnaza. Rosas insatisfechas que cortan trajes de la honra, pues
ellas viven en deshonran. Merdellonas y fregonas designadas
funcionarias. Vanidad de vanidades. Una pulga subida al lomo de un
elefante que mucho manda y tanto tienes tanto vales.
Han
institucionalizado el chisme y con la calumnia y el chisme juegan sus
respectivas.
Pero
regreso a Madrid y a Zapatero – por eso les llevan los demonios y ya
les roen ya les roe por do más pecado había- les pega un baño en
el parlamento al jefe de la desleal oposición.